CÁTEDRA: Metafísica FECHA DE ENTREGA: 19/06/09
TRABAJO PRÁCTICO Nº 3 Reflexiones finales acerca de la filosofía
Las dificultades que emergen al hacer uso de nuestra razón son
múltiples, pero no infinitas. Ni siquiera dedicando la entera duración de nuestra existencia a ellas, podríamos elaborar incontables preguntas con sus respectivas respuestas. El ejercicio racional, como tal, puede realizarse bajo diversas circunstancias, pero el razonamiento más particular, de tipo filosófico, exige una condición fundamental: tiempo. En orden de poder abstraernos de nuestra situación circundante, debemos tener posesión del mismo; de lo contrario, no podemos decir que estamos filosofando. Para nuestra propia desgracia, hemos fallado en percibir que el tiempo es inasible. No es nuestro para poseer. El pensar filosófico demanda tiempo del que hoy no disponemos. Ello nos obliga a tal vez esbozar un pensamiento genuino, oyendo simultáneamente otros discursos dialécticos, sin la posibilidad de analizarlo o comprenderlo. El tiempo, siempre vinculado a ámbitos trascendentales, es además de condición fundamental, elemento primordial de desarrollos metafísicos. No hemos podido concebir a la metafísica, en ninguna época, sin asociarla al tiempo o al ser, siendo éste último enigmático colega del primero. ¿Qué debemos hacer, luego de semejante panorama? Si es el tiempo, junto al ser, la causa de nuestras preocupaciones, aboquemos nuestro estudio a ellos. En su ensayo “¿Qué es la metafísica?”, Heidegger propone responder dicho interrogante partiendo de la base de su situación histórico- esencial, que a su vez le permitiera plantear una pregunta de orden metafísico. Una vez hallada su respuesta, podía avanzar a la solución de la cuestión principal sobre la metafísica. Guiándonos por tales preceptos, consideramos que nuestra situación fáctica-esencial está marcada por la intención de múltiples disciplinas de explicar, a través de distintos métodos, asuntos fundamentales. Si bien las ciencias difieren en su modo de plantear, fundamentar y resolver tales asuntos, todo indica que intentan responder siempre los mismos interrogantes. La metafísica, rama derivada de la filosofía, o tal vez es la filosofía misma, tiene un nebuloso y oscuro pasado que, a pesar de increíbles esfuerzos por dilucidarla, aún no ha alcanzado tal objetivo. Haremos el intento, pues, de formular un interrogante metafísico que nos permita elaborar el alcance de la misma. Como hemos mencionado anteriormente, parece ser que la inquietud esencial de la metafísica puede resumirse en dos aspectos: ser y tiempo. En vistas de tal perspectiva, nos preguntamos: ¿por qué hablamos de ser y de tiempo en la metafísica? Tamaño problema nos hemos topado. Tanto el ser como el tiempo son elementos de imposible definición; su mera abstracción implica un trabajo tan arduo que, una vez finalizado, nos percatamos que aún hace falta más para delimitarlos. Por ende, desistiremos de dicha tarea. Si bien éstos no pueden ser precisados, podrían quizá formar parte de la definición de un tercer aspecto. Ser y Tiempo parecen determinar al Mundo, divergente y escurridizo. Cuando queremos situarnos en el momento presente, decimos “en tal momento y en tal lugar”. De esta manera, la conjunción de ambos aspectos constituiría al mundo. Ese situarnos en el momento presente denota una cierta tensión entre ser y tiempo. ¿Prevalece uno por sobre otro o se dan ambos por igual? Muy difícilmente podemos aseverarlo. Veamos, entonces, cuáles son las relaciones establecidas entre sí. El ser es frecuentemente vinculado a la noción de existencia, que en definitiva, no hace más que hablar de nuestra acción de vivir. Esta vida, la única que tendremos una vez obtenida, está impregnada de cotidianeidad, de existencia inauténtica, según Heidegger. Por supuesto, cuando hablamos de la existencia como comienzo de nuestro tiempo, no podemos evitar hacer referencia al fin de nuestro tiempo, es decir, la muerte. Ni aún siendo ésta nuestra única certeza, podemos rechazar la posibilidad de cuestionarnos respecto de ella. Continuando con Heidegger, observamos que el hombre huye de su propia temporalidad, es decir, no asume el paso del tiempo y mucho menos, la inminencia de la muerte. Esto tal vez sea producto del propio miedo ante lo incognoscible, ante el término de la existencia o a la rápida llegada de éste. Sin embargo, también podemos decir que no se trata de un escape, sino de una displicencia frente a la muerte. Sabemos que vendrá, por lo que no nos inquietamos por ella. El morir, en definitiva, no sería lo difícil, dado que podemos definirlo con seguridad: es el final de nuestra existencia. Lo difícil es el vivir, en el cual pretendemos encontrar el sentido del mismo, desconociendo siempre si en verdad lo hemos conseguido. Aquí podemos detener este desarrollo y reflexionar sobre lo siguiente: ¿qué hemos dicho hasta ahora? Elaboramos los conceptos previos, ya vislumbrados por prácticamente todos los pensadores, y establecemos conexiones entre ellos para concluir con un entramado discursivo que tenga sentido. No obstante, obviamos la respuesta a la pregunta anteriormente formulada: ¿De qué hemos estado hablando? Sencillamente, no hemos hablado de nada en concreto. Sólo hemos postulado predicados preestablecidos por la tradición filosófica y hemos discurrido acerca de temáticas que se escabullen de nuestro interés. Desmerecemos este tipo de razonamiento por haber confeccionado una deliberación que induce a un buen ejercicio de abstracción, pero no se remite a la practicidad de nuestra vivencia. Evidentemente, si descartamos dicho tipo de pensamiento, desechamos también la posibilidad de siquiera mencionar una metafísica. ¿Cómo, se preguntará el lector, podemos postular esta visión, si comenzamos asegurando la indisponibilidad del tiempo? Pues bien, éste es un acaecimiento innegable. El sólo hecho de sentarnos en una silla y escribir estas mismas palabras, da cuenta de que por unos instantes, pudimos detener nuestras actividades cotidianas, consumidoras de tiempo, y dedicarnos a la filosofía.