You are on page 1of 46

“El País del

Intercambio”

EDUARDO FERNÁNDEZ CASTILLEJA


Dibujo de la portada: MARTA DÍAZ GARZÓN

Ilustraciones: Alumnas y alumnos del C.E.I.P Argantonio

Colaboración Especial: AYUNTAMIENTO DE CASTILLEJA


DE GUZMÁN (SEVILLA)

Propiedad del Autor. Derechos reservados.


EDUARDO FERNÁNDEZ CASTILLEJA

Depósito Legal SE-2390-07

PRÓLOGO
Este cuento es muy especial, ya que
intenta transmitir lo importantes que
son las personas mayores. Con su
experiencia, dedicación y entrega han
trabajado durante mucho tiempo, en
tareas muy diferentes, para conseguir
las mejoras laborales y sociales que
actualmente disponen las nuevas
generaciones.

Los abuelos son protagonistas en el


cuento porque gobiernan
democráticamente un país, y deben
serlo también dentro de las familias.
Forman parte activa y afectiva en la
vida cotidiana de cada pueblo o
ciudad.

Libro especial además porque, tanto


la portada como las ilustraciones, han
sido realizadas por los alumnos del
C.E.I.P. “Argantonio” de Castilleja de
Guzmán. Para ellos y sus
profesores/as mi más sincera gratitud
y afecto.

El autor
“EL PAÍS DEL INTERCAMBIO”

CAPÍTULO PRIMERO

En cierta ciudad residían cinco


pícaros que solían vivir a costa de los
demás, tal era la repulsión que le
tenían al trabajo.
Uno de ellos se llamaba Blas y
obtenía sus ganancias haciendo de
“gorrilla” (guarda-coches ilegal).
Rufo vendía periódicos y revistas
atrasadas que recogía de los
contenedores de basura en el
mercadillo de los jueves.
Diego repartía propaganda por los
pisos y casas de los barrios, dejándola
en los buzones.
Antón engañaba por las plazas,
calles y caminos, a los viejos y
aldeanos, con trucos amañados,
robándoles los ahorros de toda la
vida.
Domi hacía sonar la flauta en una
calle céntrica de la ciudad, casi
siempre cerca de las iglesias o calles
en las que hubiese mucha gente.
No obtenían demasiados beneficios
en sus trapicheos, y los guardias
municipales los consideraban
“fichados”, ya que habían dormido en
la cárcel más de una vez.

Cierto día se reunieron en asamblea


y decidieron, por unanimidad, cambiar
de aires, salir de la ciudad y, si fuera
necesario, marcharse a otro país.
Cada uno expuso sus preferencias,
mientras los demás añadían
comentarios, dudas o temores.
Durante varias horas estuvieron
estudiando los “pros” y los “contras”
de cada propuesta.
Como no disponían de vehículo para
desplazarse con alguna comodidad,
resolvieron que deberían emigrar
hacia alguna región o comarca que
no estuviese muy lejos, ya que
tendrían que desplazarse a pie.
Discutieron durante varias horas,
llegando a la conclusión de que era
imposible decidir sobre un sitio sin
conocer primero sus características y
las posibilidades de ganar dinero fácil.
–Domi, que había guardado silencio,
permitiendo a los demás exponer sus
ideas, comentó en voz baja, con
suavidad:
–Podemos visitar el "País del
intercambio"
Los demás se miraron unos a otros,
algo sorprendidos e incrédulos.
Alguien soltó una risita socarrona
–¡Tú estás chiflado! -Dijo Blas.

–No, ¡Está loco! Comentó Rufo.


–Creo que dice la verdad. Ese lugar
existe. –intervino Diego –Al menos yo
he oído hablar de él a otras personas.
–Entre ellas a un profesor de la
Universidad al que le hice unas
chapuzas en casa.
–¡Es mentira! –dijeron a coro tres de
ellos.
Por fin habló el que parecía más
razonable: Antón.
–¡Callad todos!
–Dejad que se explique mejor y
luego consideraremos si es verdad o
mentira lo que dice.
De nuevo tomó la palabra Domi.
–Yo poseo el plano para ir a ese país.
Me lo entregó un vagabundo al que
intenté quitarle la comida.
–Guardaba muchos alimentos en su
zurrón, mientras que yo pasaba
hambre aquellos días.
–A continuación, le pedí dinero. Él
mendigaba delante de una iglesia y
recibía muchas limosnas. Era cojo y
llevaba un bastón. Bailaba con una
pierna mientras cantaba y tocaba el
acordeón.
–Se encontraba muy asustado
porque creía que le iba a hacer daño.
–Me explicó, que el dinero lo tenía su
mujer…, que me daría algo mucho
mejor: un plano extraordinario,
maravilloso...
–El plano de un sitio muy original:
"El País del intercambio".
–Fue en ese instante cuando me
refirió, que en ese lugar, cualquiera
podía hacerse rico. –Mejor dicho,
riquísimo; millonario incluso, sin
cometer ningún delito y en pocos días.
–No le hice mucho caso, pero guardé
el papel por si pudiera ser cierto algo
de lo que decía.
–Le amenacé diciéndole que lo
buscaría de nuevo si me había
mentido, pero él juró que era verdad.
–¡Ese país existe y se puede hacer
rico cualquiera! Puntualizó de forma
enérgica.
–Al día siguiente realicé varias
consultas con personas instruidas y
me confirmaron que el país,
efectivamente, existía.
–No obstante, nadie supo decirme el
lugar exacto en el que se encontraba;
era un misterio total. No conocían a
nadie que hubiera regresado para
poder contarlo.

–O era un secreto, o los que habían


ido se habían quedado allí para
siempre..
–Solamente yo sé dónde está el
lugar exacto, porque tengo este
papel.
–¡Sólo yo poseo el plano del
vagabundo! Exclamó en plan
“chuleta”.
–El cojo hubiera deseado ir con su
mujer, para disfrutar de esas riquezas,
pero tuvo una caída y quedó
lesionado. En aquel tiempo debía usar
muletas para poder andar por las
calles de la ciudad.
–En su situación era imposible
pensar en ese viaje porque es
necesario caminar por un desierto
algunos kilómetros, y él no podía
andar por la arena.
–Hasta ahora no os había dicho nada
por miedo al ridículo. Sé que no me
ibais a creer, pero ya que hemos
decidido emigrar, podemos intentar
llegar a ese país.
–Aquí tengo el mapa -indicó Domi,
señalando el bolsillo de su pantalón.
–Os lo voy a enseñar para que me
deis vuestra opinión.
–¿De acuerdo?.
–De acuerdo –dijeron todos.
En aquel momento Domi introdujo
sus dedos, cuidadosamente, en su
faltriquera y extrajo un papel doblado
en cuatro partes.

–¡Aquí está! -dijo en voz alta


mientras lo alcanzaba, muy despacio.
Lo desdobló cuidadosamente y
mostró a sus compañeros de
fechorías.
–Está algo sucio y amarillento, pero
así me lo entregó el viejo.
Apenas se podía leer lo que decía.
En el centro se observaban algunas
líneas negras, cruces y señales que no
decían nada, al menos para los allí
presentes.
Domi se adelantó a los demás,
explicando:
–Tranquilos, tranquilos, no tengáis
prisa.
–El vagabundo se explicó muy bien.
Tomó el papel y lo colocó en el
suelo, desplegándolo en su totalidad.
–Aquí nos encontramos nosotros –
dijo, señalando un lugar en el plano.
–Este es nuestro país –expuso,
señalando con el dedo una zona
rodeada por una línea negra algo
borrosa.
En otro lugar del mapa se veía
dibujado un espacio, con la línea algo
más gruesa. Era más pequeño que el
anterior y entre los dos lugares podía
adivinarse una distancia considerable.

–Para ir de un sitio a otro es


necesario atravesar este desierto
durante unos seis días –continuó
Domi, señalando una línea de flechas
que se extendía de un país al
siguiente.
–Al principio caminaremos hacia el
Norte.
–Seguiremos la Estrella Polar, ya que
no tenemos una brújula, que sería lo
más adecuado.
–Podemos robarla –interrumpió Rufo.
Nadie hizo comentario alguno. Todos
estaban expectantes con lo que decía
Domi.
–Tendremos que viajar de noche
porque de día hace mucho calor.
–En este cruce –dijo señalando un
lugar en el mapa en el que había una
cruz, debemos continuar hacia el Este
durante cuatro jornadas.
–Si no conseguimos una brújula
tendremos que caminar de día para
no perdernos.
–Una vez que veamos por dónde
sale el sol seguiremos esa dirección.
–Posiblemente, pasaremos algo de
calor pero llevaremos agua y algún
sombrero o gorra –terminó, señalando
con el dedo una línea de puntos algo
descoloridos que se torcía, en el
plano, hacia el otro país.

–En menos de diez días habremos


llegado a ese territorio.
–Se encuentra en el centro de un
desierto y sus habitantes son algo
tontos, según me contó el dueño del
plano.
–Allí no hay dinero y lo cambian
todo.
–Tienen unos tesoros inmensos que
se los entregan al primero que llega
con cualquier bisutería.
No parecían estar las cosas muy
claras porque el entusiasmo brillaba
por su ausencia.
–Diez días caminando por un
desierto
–dijo Blas.
–Cargados con agua y alimentos-
comentó Rufo.
–Atiborrados de cosas para cambiar
–apuntó Diego.
–¡Pero nos haremos ricos para
siempre!
–concluyó Antón.
Domi permaneció en silencio,
dejando que entre sus colegas
surgiera alguna reflexión sobre el
asunto.
Al final de muchos comentarios y
después de considerables discusiones,
el objetivo final de hacerse rico
prevaleció sobre las réplicas.
Allí mismo decidieron preparar lo
necesario, cuanto antes.

Cada uno de ellos aceptó conseguir


parte de lo acordado, de acuerdo con
una lista en la que se repartieron los
objetos necesarios para desplazarse.
Acordaron que transcurridos tres
días se encontrarían con todos los
preparativos necesarios, delante de la
Catedral.
Efectivamente, en la fecha fijada y
con todo lo acordado, se reunieron en
la plaza.
Comenzaron la marcha
acompañados de un asno viejo que
Blas había cambiado a unos gitanos
por una tele en color vieja.
Cargaron en unas alforjas un
montón de utensilios, casi
inservibles, para canjearlos por los
valiosos tesoros de los que hablaba el
vagabundo.

¿Encontrarán ese extraño lugar


denominado “El País del
Intercambio”?
¿Será verdad lo que cuenta Domi, o
le engañó el pícaro cojo?
CAPÍTULO SEGUNDO

Para cruzar la frontera hacia el "País


del Intercambio" era obligatorio
entregar en la puerta de entrada, un
objeto, un animal, una planta; en fin,
una mercancía o un regalo para poder
colarse, y al mismo tiempo, obtener
alguna otra cosa de los guardianes.
Se podía elegir libremente entre
todos los objetos que se encontraban
expuestos en el edificio principal, y
también entre las que dejaban los que
llegaban, de acuerdo con las
necesidades de cada uno.
Los habitantes de aquel país se
denominaban "intercambianos" y eran
cordiales, afables, confiados y
generosos.
La superficie del suelo estaba muy
limitada. Tenía forma de círculo. En
total unos 100 kilómetros cuadrados.
Poca extensión y rodeado
totalmente por unas murallas muy
altas.
Exclusivamente una puerta para
entrar y salir.
En el centro del territorio se
encontraba situada la única ciudad
que existía en él.

Desde las murallas hasta la ciudad


había una distancia de unos tres
kilómetros.
En el interior de la ciudad había
casas, pisos, centros comerciales,
agua corriente, luz eléctrica, huertos,
fábricas, campos de deportes,
jardines, colegios, institutos,
Universidad, cines y teatros, salas de
conciertos, emisoras de radio y
televisión, etc. En fin, todo lo
necesario para que pudieran vivir sus
habitantes con total normalidad.
Los “intercambianos” apenas salían
de su país. Ellos no comprendían muy
bien el sistema de compra y venta a
través del dinero. Por eso preferían
vivir siempre allí.
Dejaban que les visitara todo el
mundo.
Solamente ponían una condición:
traer objetos, animales, alimentos,
regalos para cambiarlos por otros.
Desde el exterior, podían traer todo
lo que quisieran, menos armas,
tabaco, alcohol o drogas, y cambiarlo
con sus habitantes por otros objetos,
regalos, alimentos, etc.
Allí todos podían obtener lo que
quisieran.
Daban y recogían cualquier cosa con
la mayor naturalidad del mundo.
Se relacionaban unos con otros, de
tal manera, que eran felices. Tenían
familia, amigos y se divertían igual
que en otros lugares.
No daban valor al dinero, ni a las
joyas, ni a las piedras preciosas.
No suspiraban por el oro, ni los
brillantes, ni había disputas para ser
más rico que los demás.
Todas las mañanas, se abrían las
puertas del país, muy temprano, pero
durante la noche permanecían
cerradas.
En esta gran puerta de entrada se
apreciaban varias dependencias-
salones, en las que, los recién
llegados, podían canjear todos o
algunos de los objetos que traían
desde el exterior y tomar otros para
intercambiarlos en la ciudad con sus
habitantes.
La gran puerta de la villa, también
se cerraba al ponerse el sol y se abría
al amanecer pero no había salones
para intercambiar. Esto se hacía
directamente con los ciudadanos del
lugar.
Sus habitantes no necesitaban
relojes; vivían guiados por el caminar
del sol en el firmamento, desde que
amanecía hasta que se esfumaba en
el horizonte.
En el interior de la urbe había
preciosos parques, industrias,
comercios, huertos, casas.
Edificios de todas los estilos se
apreciaban en sus calles.
Un gran palacio servía de
Parlamento. En él se reunían los
ciudadanos en Asamblea, para elegir
los miembros del gobierno de la
nación por votación popular.
La elección se hacía exclusivamente
entre personas mayores de 65 años
que presentaban un programa de
gobierno, apoyadas por su Partido
Político.
Igualmente era elegido el Jefe del
Estado y el Juez Supremo, en
consulta popular.
No disponían de ejército, ni
armamento. Solamente existían unos
guardias para vigilar, sobre todo a los
extranjeros que causaban algún
problema.
Todas las mañanas estos guardianes
abrían las puertas de la muralla, casi
de madrugada.
Los que salían del país llevaban
alimentos para el viaje, objetos y
regalos.
Los que entraban, hacían un
intercambio de aquello que traían con
los objetos que encontraban en
recepción.
El Presidente o Presidenta del
Gobierno y su Consejo de Ministros,
disponían de unos policías muy
forzudos y preparados para la lucha,
en escuelas especiales.
No hacían daño a nadie pero
conocían unas "llaves maestras" de
Kárate con las que reducían
rápidamente a todos los que
formaban jaleo o se metían con
alguien.
Los llevaban a un Mini-consejo
formado por tres ancianos jueces, y si
eran considerados culpables podían
elegir entre varias opciones.
Dependiendo del delito o la falta
cometida, así era la condena.
La peor de ellas era ser arrojado
fuera de la ciudad o del país, sin
ningún objeto de regalo.
Solamente comida y agua para
poder llegar a la muralla externa y
salir de allí para siempre.
Al no tener nada para cambiar no
podían entrar de nuevo en la ciudad.
Había guardias y policías especiales
que cuidaban los objetos depositados
en los salones de entrada y salida.
Cierto día, el capitán de la guardia
advirtió que había en la ciudad unos
ciudadanos algo extraños.
No los había visto nunca.
Llegaban con algunos objetos medio
inservibles y los cambiaban por otros
mucho mejores.
Salían y entraban varias veces al día
cargados con los objetos más
valiosos, como anillos de oro,
pulseras, joyas y piedras preciosas.
Al principio les dejó hacer lo que
quisieran.
Así ocurrió durante unos días.
Entonces decidió intervenir.
Se dirigió al Mini Consejo de
ancianos y explicó a sus miembros lo
que sucedía.
–A la ciudad han llegado unos
extranjeros muy astutos que se están
apoderando de gran cantidad de
objetos diversos, en el mismo día,
dejando en la ciudad cachivaches casi
inservibles. Los transportan en un
burro hasta el desierto.
–Muchos de los habitantes de la
ciudad los consideran superfluos e
inútiles.
–Esta mañana envié a unos soldados
para que investigaran lo que hacían
en la ciudad.
–Comprobaron que se llevaban las
cosas más valiosas de las tiendas y
dejaban objetos raros e inservibles
para sus dueños.

–Algunos de nuestros paisanos les


han calado y se resisten al
intercambio, pero con buenas
palabras les convencen rápidamente.
–Si alguno de ellos no consigue un
buen regalo durante el día, al salir de
la ciudad intenta canjearlos con los
que llegan nuevos desde fuera.
–Lo mismo hacen con los alimentos.
–Entregan pan duro o galletas
rancias que han traído de fuera y se
llevan verduras frescas, carne, huevos
y pan recién hecho.
–Así un día y otro; hasta un caballo
han conseguido con malas artes,
cambiándolo por el burro viejo que
han traído de fuera.
El Consejo de ancianos decidió
tomar cartas en el asunto.
Entre los vecinos de la ciudad se
intercambiaban los alimentos de
acuerdo con lo que cada uno
trabajaba.
Igualmente ocurría con objetos,
utensilios, muebles y artículos de
primera necesidad.
El carpintero hacía una silla y la
cambiaba al zapatero por unos
zapatos.
Un niño tenía un juguete y lo
cambiaba por otro en la Plaza Mayor.
Lo mismo hacían con los libros, con
los CD, con los cuentos, las muñecas,
etc.
Saben mantener un equilibrio en el
que nadie se aprovecha del otro
porque todos se necesitan
mutuamente.
Su trabajo es imprescindible para la
buena marcha de la ciudad.
Si reparan que algo necesario falta
en el mercado, rápidamente desde el
Consejo se facilita todo lo necesario
para obtenerlo.
Intercambian garbanzos por
aceitunas, un cerdo por una vaca, una
gallina por una oveja y así
sucesivamente.
Ellos saben más o menos, lo que
entregan y reciben porque llevan
mucho tiempo haciéndolo.
Toda la vida lo han hecho así. De
padres a hijos.
Si a una persona le parece que sale
perjudicada en el cambio, se lo
expone al otro y éste le entrega lo
que necesita. Ambos quedan
contentos y tan amigos.
Si, en algún momento, llegan a
discrepar, de una manera clara y
rotunda, el Mini-Consejo de ancianos
los reúne, y casi siempre acercan
posturas para llegar a una solución..
El Gobierno, siempre está a
disposición de los ciudadanos, cada
vez que éstos tienen necesidad.
Si alguna vez surge algún conflicto
importante, se traslada a un Consejo
Superior.
Como último recurso, el decano o
decana Presidente del Tribunal
Supremo, resuelve el asunto de una
manera definitiva, apoyado por su
equipo de justicia.

Cuando el Capitán de la guardia


acabó de contar lo que sabía sobre
aquellos extranjeros, en el Consejo
quedaron muy preocupados.
No era la primera vez que alguien
extraño a la comunidad venía a sacar
provecho de la forma de vida de sus
habitantes.
Entonces dieron carta blanca al
Capitán para que actuara según
creyera conveniente.
Era necesario acabar con aquello.
El Capitán dejó pasar la noche, y por
la mañana los siguió durante todo
recorrido.
Cambiaron en el mercado unas
baratijas y bisutería falsa y se
guardaron collares, pulseras y
brazaletes de oro puro.
Al salir de la ciudad portaban
infinidad de objetos valiosos que
guardaban en las alforjas del caballo.
El capitán se mezcló con ellos,
disfrazado de campesino, ocultando
su personalidad..

<<Cinco extranjeros han venido de


otro país con la idea de hacerse ricos
sin apenas esfuerzo>>
¿ Habéis reconocido a estos
extranjeros?

¡¡Seguro que sí!!

–¡Ja, ja ja ja! Reía uno de ellos,


mientras decía: -Estos intercambianos
son tontos
A continuación comentó otro:
–Te dan el oro como si fuese
hojalata y los diamantes como si
fueran piedras de la calle.
–¡Ji, Ji, Ji, Ji! –Hoy mismo he
cambiado mis alpargatas viejas por
unos zapatos estupendos –se
tronchaba el mayor.
–¡Je, Je, Je, Je! –Yo he permutado un
anillo de bisutería por éste de oro de
veinticuatro quilates –comentó el
siguiente.
–Esta mañana he canjeado una
zanahoria, que me sobró ayer, por un
filete de ternera –completó el más
listillo.
El que parecía más juicioso,
permanecía callado a un lado del
camino y murmuró en voz baja:
–Creo que estamos abusando un
poco de esta buena gente.
A continuación tomó la palabra el
primero de todos y señaló:
–No digáis tonterías. A los
habitantes de este país les da igual
todo. No valoran la riqueza que
poseen. Pueden tener lo que les
venga en gana y no le dan
importancia ninguna.
–Las casas están llenas de objetos
valiosos y no le tienen apego. Es
como si fueran de barro o madera.

Como ya muy bien habréis


descubierto, estos que se expresan
así son los protagonistas de nuestra
historia.
Por fin han encontrado, gracias al
plano del vagabundo, “El País del
Intercambio".
Se están aprovechando bien de sus
ingenuos moradores.

El Capitán se hizo el tonto, y les


preguntó, que cuándo se marcharían
de la ciudad.
–¡ Que va! Todavía nos quedaremos
unos días.. –Comentó uno de ellos.
Como no se movían del sitio el
Capitán tuvo que seguir adelante,
disimulando. Casi era de noche y poco
a poco se perdió en la oscuridad del
camino.
Aprovechando que estaban solos,
los cinco amigos dejaron el sendero, y
tras una loma, a unos cien metros de
la muralla, se detuvieron.
Observaron los alrededores, y como
no había nadie quitaron algo de arena
del suelo.
Al instante dejaron al descubierto
dos cofres en los que habían guardado
lo que intercambiaban a diario..

Mientras tanto, el Capitán había


vuelto sobre sus pasos.
Con mucho cuidado les fue
siguiendo en silencio.
Se dio cuenta, rápidamente, de lo
que tramaban aquellos pícaros.
En seguida volvió a la ciudad y
contó al anciano jefe, con detalles
precisos, lo que había presenciado.
Al día siguiente, nada más entrar en
la ciudad, fueron detenidos por los
guardias y llevados al palacio del
Consejo.
Allí confesaron sus fechorías y
fueron encontrados culpables de
engaño y mala fe.
El castigo podía variar, a voluntad
de los culpables:

>Permanecer durante tres meses en


un centro de rehabilitación social.
>Entregar todos los objetos que
tuviesen para intercambiar.
>Hacerse hortelano y cuidar un
huerto.
>Aprender un oficio y fabricar cosas
útiles.
>Salir de la ciudad sin objetos,
alimentos ni regalos.

Aceptaron la última, aunque les


dejaron llevar el caballo para el viaje
En aquel mismo instante fueron
expulsados fuera por una puerta
lateral que había en la muralla.
Habían sido seriamente avisados:
–¡Si entráis en la ciudad de nuevo,
ya no podréis salir nunca más!
No tenían más alternativa que vagar
por el desierto y marcharse del país.
Cuando se vieron fuera de la ciudad,
sanos y salvos, con el caballo junto a
ellos, se reían con todas sus fuerzas.
Los habían soltado sin hacerles nada
y además, tenían guardados los cofres
en el desierto..
–Son más tontos de lo que
pensábamos dijo Blas.
–Estos ancianos están chocheando,
indicó Rufo.
–Con lo que hemos conseguido ya
somos ricos, expuso Diego.
–No trabajaré nunca más, añadió
Antón.
–Creo que debemos ir con más
cuidado, finalizó Domi. –De lo
contrario nos cogerán otra vez.
Se cobijaron del calor durante todo
el día, pegados a la muralla de la
ciudad. Cuando cayó la noche se
pusieron en camino para alcanzar la
puerta de salida.
Desde allí caminaron hasta donde
tenían guardado su tesoro.
Quitaron la arena y sacaron los
cofres enterrados..
–Estamos fuera y ellos creen que no
tenemos nada.
–Menos mal que escondimos
nuestros tesoros en el desierto.
–Después de todo ¿qué nos puede
pasar?
–No tienen ni armas, ejército, ni
policías de verdad, ni nada..
–Ni siquiera tienen cárceles.

Cargaron los tesoros en el caballo y


volvieron hasta la muralla; justamente
cerca del camino que les llevaría a la
puerta de salida exterior.
Deseaban volver cuanto antes al
país de donde salieron.
Caminaban locos de contento con
sus riquezas.
Desde muy lejos vieron la gran
muralla.
–Ahí está la salida -indicó Blas.
Todos celebraron el haber llegado.
Sufrían de cansancio, hambre, sed
y ganas de ir al servicio.
Se acercaron al gran edificio por el
que hacía unas semanas habían
entrado, y se dispusieron a tomar
algo.
En aquel momento se aproximaron
unos guardias y les indicaron, de
buenas maneras, que tenían que dejar
todo lo que traían en las alforjas del
caballo en un local situado al efecto.
–En el ala derecha encontraréis un
gran salón en el que podéis coger
todo lo que necesitéis para el viaje.
–Según nuestras leyes, no se puede
sacar del país ningún objeto, comida,
instrumento, etc. que se haya
obtenido del intercambio, en la
ciudad.
–Debéis elegir regalos y aquello que
necesitéis para el viaje, de ese otro
local situado en el ala derecha del
edificio.
Quedaron consternados por aquel
requisito y trataron de pasar con la
fuerza de sus puños.
Todo fue inútil.
Llegaron más guardias; de una gran
corpulencia, y les detuvieron en su
intento.
Resignados retrocedieron de nuevo
al camino sin que nadie les ofreciera
resistencia.
No querían soltar sus riquezas.
Junto a la muralla deliberaron.
–No estoy dispuesto a entregar
nuestros tesoros a la salida. Todo el
trabajo que nos hemos tomado para
nada –Comento Blas.
–¿Qué haremos? – Dijo Rufo.
–No podemos regresar a la ciudad
porque nos lo ha prohibido el Consejo
–comentó Diego.
–Necesitamos alimentos y agua para
el viaje –explicó Blas
–Son más de diez días de desierto y
no tenemos ninguna provisión –
apuntó Domi.
Aún así permanecieron largo rato sin
decidir nada.
El cansancio, el hambre y la cercana
llegada de la noche les hizo titubear
pero ninguno se decidía a perder lo
que tanto trabajo les había costado
conseguir.
De nuevo la noche.
Cerraron las puertas de la salida.
En el desierto pasaron frío y
hambre.
Deseaban con ansiedad que
amaneciera para volver al gran salón.
Al fin salió el sol.
Rápidamente se acercaron a los
guardias.
Entregaron las alforjas con todo el
dolor de sus corazones afligidos por lo
que consideraban una tragedia, pero
fue mucho peor ya que tuvieron que
dejar también el caballo.
Parecía que iban morir de pena y
desesperación..
A partir de este momento, pudieron
pasar a la otra sala.
Allí había de todo: frutas, galletas,
chocolate, agua, refrescos y objetos
de todas clases y regalos que habían
dejado los que entraban.
Bebieron y comieron hasta que ya
no podían más.
El panorama se veía de otra
manera con los estómagos llenos.
Todavía se encontraban allí las
cosas mugrientas que ellos mismos
habían dejado al llegar.
Por mucho que miraron y miraron no
había nada de valor; es decir, plata,
oro, piedras preciosas...
No terminaban de aceptar que lo
habían perdido todo.
Al fin decidieron preparar la marcha.
Cogieron alimentos para los días de
caminata y dudaban en aquello de
llevarse alguna otra cosa, por el peso.
Todo lo que allí había eran
herramientas y objetos artesanos,
poco atractivos para unos pillos como
ellos.
Entonces Domi decidió reunirlos en
asamblea.
–Yo os he metido en esto y tengo
que buscar alguna solución.
–En mi juventud pertenecí, durante
varios años, a la banda de música de
mi pueblo.
–Manejaba el clarinete.
–Aprendí solfeo y llegué a tocar
varios instrumentos.
–Creo que en este país nos han dado
una lección para que intentemos
cambiar nuestra actitud.
–Aquí se puede tener de todo, pero
no te lo puedes llevar.
–Tienes que disfrutar con tus
vecinos las riquezas, porque sus
habitantes no le dan valor a lo que
nosotros suponemos tesoros.
–Consideran más valioso la amistad
y el llevarse bien que todas las
fortunas del mundo.
–No hay guerras, ni peleas
callejeras, ni drogas...
–Referente a lo que os decía de la
música, os propongo coger un
instrumento cada uno.
–Los he visto en un rincón de la gran
sala y he pensado en vosotros.
–Os enseñaré solfeo y formaremos
una orquesta.
–Iremos por ciudades y pueblos
tocando pasodobles y marchas.
–Dejaremos de vagabundear y hacer
fechorías que nos van a llevar otra vez
a la cárcel.
–¿Qué os parece?
Todos callaron sin que se viera
mucho entusiasmo.
Al final habló Antón.
–De acuerdo, es mejor hacer lo que
dices que irnos sin nada.
–No vamos a coger lo que trajimos,
¿verdad?– comentó Blas.
–Creo que es una solución – habló
Diego
–De acuerdo, comentó Rufo.
Se dirigieron al salón.
Desde una ventana del mismo
divisaron el burro que ellos habían
traído de fuera y que cambiaron por el
caballo.
Les había seguido desde la ciudad
La alegría que sintieron fue
tremenda. Ya tenían con qué
transportar los objetos y alimentos.
Blas cogió un tambor
Rufo, unos platillos.
Diego, una trompeta.
Antón, un saxofón.
Domi, el clarinete.
Todos consiguieron almacenar agua
y comestibles suficientes para el
trayecto.
Pudieron salir del país sin más
problemas.
Tal como había prometido, Domi les
enseñó a tocar los instrumentos.
Desde aquel día quedó formada la
gran orquesta “Platería” por aquello
de la plata y el oro que les hubiera
gustado atrapar.
De ciudad en ciudad; de pueblo en
pueblo, supieron llevar a la gente
alegría y buen humor.
Al cabo de varios años no
consiguieron tanto dinero como
esperaban.
De todos modos continuaron con la
orquesta hasta que ya, algo cansados
de trotar mundo, pensaron retirarse a
disfrutar de lo conseguido.
EPÍLOGO

¿Sabéis, al final, a que sitio fueron a


parar?

Pues... Sí, sí, habéis acertado...

¡Al “País del Intercambio”!

Echaban de menos a sus gentes y


su manera de ver la vida.

Permanecieron allí para siempre.

Desde aquel día dejaron de tener


valor los tesoros por los que habían
suspirado durante tantos años y que
ahora tenían al alcance de la mano.
Hasta pudieron encontrar pareja,
casarse y tener hijos. Llenos de
felicidad, nunca más pensaron en
salir de aquel hermoso, extraño y
maravilloso país.

Se comenta por ahí que uno de ellos


llegó a ser policía, y otro formó parte
del Consejo de ancianos durante
varios años.
Colorín colorado...
EDUARDO FERNÁNDEZ CASTILLEJA es
natural de Higuera de la Sierra,
provincia de Huelva, siendo su
residencia habitual en Castilleja de
Guzmán. Maestro de Primaria y
Profesor de Pedagogía Terapéutica, ha
publicado la novela “Trasplante de
Cerebro”, el libro “209 Breverías para
Bartulear” y el cuento “El Payaso de la
Luna”. Ha colaborado en varias
publicaciones de poesía,
musicoterapia, periódicos y revistas
de opinión.
Habitualmente participa en la
Biblioteca Pública y en el Centro de
día con actividades varias. En la
actualidad, dentro del parque Señorío
de Guzmán se encuentra una placa de
cerámica con una poesía que lleva su
nombre. Con este cuento colabora
desinteresadamente con el CEIP
Argantonio para que sus alumnos no
pierdan nunca el hábito de la lectura.

You might also like