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Clínica Psicoanalítica, Clínica Psiquiátrica

DR. GABRIEL LOMBARDI

[Neurosis. Psicosis. Perversión. III Jornadas Municipales de Salud Mental. Lugar Editorial. Buenos Aires, 1992]

Cuando Daniela Pisante me invitó a estas Jornadas hace ya unos cuantos meses y me comentó
que iban a llamarse Neurosis, Psicosis, Perversión, elegí este título "Clínica psicoanalítica,
Clínica psiquiátrica", porque dadas las funciones que tengo en la universidad, me toca, me
corresponde y he encontrado cierto gusto en reflexionar sobre qué es la clínica.

Hay algo por lo que quiero comenzar, algo que me sorprende cada vez que pienso en estos
temas. Me sorprende que la clínica sea tan reciente, que la clínica tenga a lo sumo dos siglos y
medio, a lo sumo tres. Me sorprende que teniendo la medicina milenios de existencia —
sabemos que había medicina, que había terapéutica, hace ya 4.000 o 5.000 años— que la clínica
sea, sin embargo, algo que existe desde hace un par de siglos.

Estrictamente podemos decir que hay clínica a partir de un médico francés llamado Bichat. Él
extrae una lección de quien tal vez ha sido el primer patólogo científico, Morgani, quien a
mediados del siglo XVIII (1750-1760) crea esta disciplina de la anatomía patológica sobre la
base de la cual recién se podrán comenzar a agrupar síntomas en torno a una patología orgánica
demostrable y definida.

De este hecho sorprendente se puede extraer la primera lección muy importante: hay que
distinguir muy bien entre clínica y terapéutica. Aun las terapéuticas de corte sugestivo que
utilizan actualmente médicos y psicólogos como tratamiento de la histeria, existen desde hace
muchos siglos. La sugestión no solo se aplicó para "curar" la histeria sino que se intentó aplicar
para curar absolutamente todo. La inespecificidad de los tratamientos existe desde hace mucho,
en cambio la idea de que para ayudar al enfermo es
necesario primero deslindar y determinar científicamente su mal no existe desde hace tanto
tiempo. Es un médico inglés llamado Sydenham —siglo XVII— quien promociona esta idea
que hoy nos parece tan obvia.

El término clínica— que deriva del griego, que muchos saben que tiene que ver con ir al lecho,
el clínico sería el que se acerca al lecho—jamás fue utilizado por los médicos hasta 1600 y pico.
De hecho, en el corpues Hippocraticum no existe el término clínica. Habría que preguntarse
porqué recién en 1790 surge la clínica, cuando la medicina existe desde hace tanto tiempo. Hay
una primera respuesta que tiene que ver con el hecho de que la ciencia tampoco surge hace tanto
tiempo. Podríamos decir que, para que surja la clínica tenía que existir —por ejemplo—
Descartes, tenía que surgir una nueva forma de subjetividad.

Tal vez el sujeto cartesiano sea el primero al que se le pueda llamar estrictamente así, sujeto, en
el sentido moderno. Tenía que surgir previamente algo del orden de un sujeto que se define a
partir de su relación con el pensamiento, con las palabras, con un "pienso" fundamental, de
donde Descartes hace partir su filosofía y la filosofía moderna. No sólo la filosofía, sino que la
problemática de la relación del sujeto con el saber tal como se nos plantea hoy a psicoanalistas,
antropólogos, lingüistas, surge en ese momento en el que, en primer lugar, la relación del sujeto
con el saber es radicalmente cuestionada. A partir de que Descartes pone en duda toda su
relación con el saber, a partir de que debe extraer del cuestionamiento de esa relación la
suposición de un sujeto, algo nuevo nace. Nace además como consecuencia de la emergencia de
cierta manera de tratar con el saber que es la elaboración de las ciencias matemáticas o físico-
matemáticas que surgen después del renacimiento, ya que sólo entonces puede interrogarse en

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occidente el saber que antes garantizaba Dios.

¿Qué tiene que ver ese sujeto con la clínica? Ese sujeto tiene esencialmente que ver con la
clínica porque la clínica es precisamente el primer acceso, la primera apertura del discurso
universal de la ciencia a la subjetividad.' Ya no estamos hablando de filosofía, hablamos de
ciencia. Es la primera apertura del discurso científico al sujeto, a la singularidad de un sujeto, a
lo qué le pasa a un sujeto con su enfermedad. Esto no podría haberse planteado en la época de
Aristóteles o de Hipócrates, tampoco haberse planteado en la época de la escolástica.

Eso es posible dadas esas condiciones, dada esa relación particular del sujeto con el saber. Ese
es el sujeto de la ciencia. El sujeto que puede plantearse como correlato de todas las articula-
ciones de significante, de textos, como correlato estructural del saber, pero extraído de él
también, es el único que es digno de ser reconocido como sujeto de la ciencia.

Cuando nos encontramos con un retorno al oscurantismo, a las vías místicas, como en el caso de
Jung, sucede que se liga nuevamente e indisolublemente al sujeto a cierto saber arquetípico del
que sería imposible extraerlo. Sería imposible sacar al sujeto de la conexión con un saber
arquetípico, al que él ya viene como adjudicado, sin poder dudar de él, sin poder cuestionarlo.
Es por eso que Freud tiene que romper con Jung, pues eso no se puede sostener desde el
psicoanálisis, que es un derivado de la ciencia y sólo se ocupa del sujeto de la ciencia. Desde el
psicoanálisis no se puede tener trato con ese homo psicologicus, con ese retorno a la psicología
en que consiste el sujeto junguiano, el sujeto atado a cierto saber arquetípico del que no se lo
podría extraer. El saber del inconsciente es un saber al que Freud va a plantear como un saber
del cual el sujeto puede —por lo menos alternativamente en cada porción de los complejos
inconscientes— extraerse. Eso es lo que da al análisis su capacidad de lisis, de desanudamiento,
de liberación del sujeto del saber que lo oprime.

Cuando la clínica surge Bichat encuentra que hay ciertas disposiciones de las enfermedades que
siguen caminos bastantes raros en el organismo, caminos que tienen que ver con membranas
apenas perceptibles, y muchas veces no con un órgano en particular. Lo que hace Bichat es en
primer lugar atender a las patologías que responden a cierta generalidad, pero luego el método
clínico exige otras cuestiones, porque por ejemplo el médico no puede hacer la autopsia de su
paciente cuando todavía no murió. Por eso cuando se trata del método clínico de lo que se trata
es de la observación de lo superficial, de lo que le pasa a ese paciente y de lo que dice ese
paciente que le pasa. Eso es lo decisivo, en la clínica no se trata solamente de la observación,
también se trata de la pregunta que el médico le hace al paciente: ¿adonde le duele a Ud.? No
qué tiene, como se solía preguntar antes, sino adonde le duele. El lugar de ese dolor puede
orientar al médico en relación a eso mucho más general que es la patología, pero la subjetividad
del enfermo, el saber del paciente, está todo el tiempo en juego.

Hay cierta frescura que después la clínica pierde, hay cierta frescura en la relación del sujeto
con ese saber sobre su dolor, con
ese saber sobre su padecimiento, y que pierde en particular por el desarrollo de cierta tecnología
que poco a poco permite, por lo menos en cierta medicina, olvidarse cada vez más de la
subjetividad, porque considera que es más eficaz —y muchas veces, en relación a ciertas
patologías, lo es—. Pero hay algo a lo que Lacan llama "ese momento originalmente reprimido
de la clínica", donde algo del orden de la subjetividad se manifiesta para después ser olvidado
por el médico, que no quiere ocuparse del sujeto. Si lo hace, si el médico de barrio se toma
media hora para escuchar a la paciente histérica, es en todo caso porque la influencia del
psicoanalista es bastante grande. Pero el médico no lo hace con gusto, oculta un poco eso. El
médico de barrio sabe que si atiende a esa paciente media hora y la vuelve a citar de vez en
cuando, eso por sí solo tiene un cierto efecto en los síntomas. Es como de contrabando que se
ocupan del sujeto, pues no es lo específico de la medicina que ellos consideran prestigiosa, la de
la tecnología cara. Se sienten un poco charlatanes, curanderos.

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La psiquiatría por su parte tiene un problema para constituirse plenamente como disciplina
médica: que le falla el sustrato orgánico, le falla la hipótesis etiológica que el médico ubica en el
cuerpo. Cuando Pinel por ejemplo —el primero de los médicos que se ocupan de las
enfermedades mentales que es reconocido como gran clínico, uno de los padres de la psiquiatría
— comienza a agrupar síntomas se encuentran con que no hay una base orgánica a partir de la
cual explicar el por qué de esa enfermedad, de ese conjunto de síntomas que se encuentran en
ese paciente y que muchas veces reviste ciertas características típicas. En tanto falla algo a nivel
de la causa, a nivel de la etiología, habrá que inventar algún sustrato psicológico del tipo de
"trastornos de la voluntad", "trastornos del afecto", "del curso del pensamiento", "de la idea-
ción", etc, que hace que de todas maneras se pueda ir constituyendo una cierta "ciencia". Esta
ciencia evoluciona sobre todo a partir de la observación de enorme cantidad de pacientes, y
permite deslindar ciertas constelaciones de síntomas que se repiten de un paciente a otro.

Esto permite establecer ciertas tipologías que alcanzan su momento culminante con Kraepelin a
comienzos de este siglo. Kraepelin, que comienza su primera edición de su tratado con unas po-
cas páginas, termina escribiendo un tratado de 8 volúmenes y 2500 páginas, que es lo más
desarrollado que se ha logrado hacer a nivel de la clínica psiquiátrica. Tiene siempre un aspecto
de clasificación naturista, una especie de botánica de los síntomas, pero aun así llegó a
expresiones de las cuales aún el psicoanálisis tiene muchísimo que aprender. El psicoanálisis
todavía depende de la clínica psiquiátrica, y seguramente va a seguir dependiendo de ella, de las
distinciones sutiles de los psiquiatras como Kraepelin y Clé-rambault.

En el siglo XX hay que destacar la irrupción de dos sistemas que modifican mucho la clínica de
comienzos de siglo: el psicoanálisis en primer lugar y los psicofármacos en segundo. Es
importante destacar que la ruptura no es estrictamente con la psiquiatría, que el punto de ruptura
epistemológico que permite a Freud fundar el psicoanálisis es más bien con la Neurología,
puesto que Freud era un neurólogo. Además, es a partir de que ha progresado suficientemente la
patología neurológica que se puede determinar que la histeria no responde a las leyes de la
patología neurológica. Hay un artículo importantísimo de Freud que es el Estudio comparativo
de las parálisis histéricas y neurológicas, a partir del cual deslinda muy bien algo que ya había
sido imaginado por Charcot y algunos otros psiquiatras de fines del siglo pasado, pero que sólo
Freud se ocupa de demostrar cabalmente. Se trata de que la histeria no responde a una patología
que siga la distribución de las inervaciones neurológicas en el cuerpo, sino que sigue la manera
en que se distribuyen las representaciones en el cuerpo. Cuando a una histérica se le paraliza el
brazo, no se le paraliza el brazo con los límites que impone la neurología, sino que se le paraliza
el brazo con los límites que determina la concepción vulgar del brazo, a lo que habi-tualmente
se refiere el significante brazo. Por otra parte, la clínica freudiana es una clínica que se ocupa
esencialmente de lo que para el enfermo es su enfermedad, no de lo que para el médico es la en-
fermedad. La singularidad del padecimiento del paciente es llevada al máximo por Freud en la
medida en que cede la palabra al paciente. Con lo que se encuentra Freud es con que
precisamente allí, en las cadenas de asociaciones del paciente, surge una nueva relación causal,
absolutamente novedosa, por la cual los síntomas histéricos se explican por ciertas conexiones
de representaciones que llevan a la sexualidad, la muerte, etc.

Esa verdad freudiana que pasa por el método de la asociación libre, por cederle el lugar de
sujeto al paciente, tiene un efecto sobre la clínica muy importante. Hace que el teatro de la
histeria tienda a disiparse. Ya no encontramos las formas clásicas de la histeria — por lo menos
en las áreas de influencia del psicoanálisis—, ya no encontramos esas formas tan espectaculares
como eran por ejemplo los paroxismos, y mucho menos los ataques con determinadas
secuencias, con fases más o menos precisas que las histéricas hacían para Charcot: aura, fase
tónica, fase clónica, etc., que hacían asimilar la histeria a una forma de epilepsia. Esa era la
manera en que presentaban su enfermedad para Charcot las histéricas. Con Freud ellas
encuentran que basta con que hablen para que las escuche. Freud, lejos de pensar que —como
siguen diciendo los médicos aun hoy— "no tienen nada", le presta la máxima atención, piensa
que allí hay un padecimiento que es del orden de lo más exquisitamente subjetivo que le pasa al

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ser humano.

El sistema explicativo freudiano de la relación de los síntomas con su causa, lo que podríamos
llamar usando un término de la medicina la psicopatología freudiana, es tan nuevo, tan
revolucionario, y tan poderoso al lado de los sistemas explicativos que había encontrado la
psiquiatría, que tiene una influencia muy fuerte sobre ella, incluso sobre su clínica. Los
psiquiatras después de Freud se van a ver coaccionados a tratar ellos también de inventar
sistemas explicativos, si es que no quieren tomar parcial o totalmente el sistema freudiano.
Surgirán entonces los sistemas existenciales y otros que se desarrollan sobre todo en la primera
mitad de este siglo, sistemas que llevan a los psiquiatras lamentablemente a prestarle cada vez
más atención a la psicopatología y cada vez menos a la clínica casi pura que había sido la suya
durante el siglo pasado. Podemos decir que el último gran clínico es de Clerambault —década
del 20/30—, el maestro de Lacan en psiquiatría. De Clerambault hace descripciones sutiles,
admirablemente sutiles y útiles hoy en día para el psicoanálisis, de los fenómenos elementales
del automatismo mental.

Esa clínica sutil termina allí en parte porque si bien de Clerambault pinta esos cuadros tan
exquisitos a nivel de la clínica, por otro lado la etiología que él plantea supone una desconexión
brutal del sujeto con la causa de su padecimiento: él plantea una hipótesis etiológica puramente
mecánica. Por ejemplo, en relación a los fenómenos del automatismo mental dice que se trata de
un efecto de no se qué fricciones de las membranas que envuelven al sistema nervioso, hipótesis
absolutamente insostenible y que está a años luz de la sutileza de esa clínica que él da a luz.

Hay un efecto de agotamiento de la clínica psiquiátrica bien estudiado por Bercherie quien la da
casi por concluida en la década del 30. Este efecto de agotamiento depende de la prevalencia de
sis-
temas explicativos a la manera del psicoanálisis, pero mucho menos potentes que el
psicoanálisis. Bercherie plantea que hay una suerte de agotamiento natural después de las
descripciones tan sutiles y exhaustivas de Kraepelin, de Clerambault, Seglas, etc., que ya no
habría nada para descubrir. El psicoanálisis, de hecho, produce un efecto de reducción clínica.
Ya no se encuentra en la histeria ni en las otras neurosis tal vez tampoco, esos cuadros tan
floridos que uno encontraba a comienzo de siglo. Por lo menos ya no se encuentran en Buenos
Aires, o no tan frecuentemente, porque basta con alejarse un poco de las áreas de influencia del
psicoanálisis para observar todavía algunos de esos casos espectaculares que encontramos
relatados en los antiguos manuales.

Pero es sobre todo la irrupción de los psicofármacos lo que va a producir una suerte de barrido,
de dilución del interés por la clínica. Tanto la eficacia como la inespecificidad de los
psicofármacos —el hecho de que las benzodiacepinas se puedan indicar para enormes
cantidades de padecimientos, el hecho de que el Haloperi-dol se pueda indicar para una
esquizofrenia, una manía, para algunas formas graves de neurosis y para otros cuadros— hace
que hoy en día un clínico no tenga ya ni siquiera tiempo de fijarse en la evolución de una
esquizofrenia para saber si es de la forma clínica catatónica o paranoide, porque la catatonía es
rápidamente barrida —no en todos los casos pero sí en muchos— por la eficacia del ha-
loperidol. La búsqueda del detalle clínico ha perdido sentido para el psicofarmacólogo.

Esto plantea múltiples problemas: por un lado no se inventan otras cosas, la clínica se
empobrece y por otro el psicofármaco por sí solo no es algo demasiado bueno, ni siquiera para
el psicótico, que muchas veces es menos lo que se cura que lo que se atonta con el haloperidol.
No digo que no nos sea útil incluso a los psicoanalistas que exista un psicofarmacólogo que deje
inicialmente al psicótico en condiciones de hablar. Los psicofármacos ayudan en eso. Pero lo
cierto es que la clínica clásica tiende a reducirse —es lo que se encuentra cada vez más en los
manuales de psiquiatría— a aquellos factores clínicos que son modificables de un modo posi-
tivo o negativo por los medicamentos, y es eso solamente lo que determina ahora las categorías
clínicas.

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En las propagandas con que a los médicos nos bombardean permanentemente los visitadores, lo
que se nos muestra es una clínica donde todo se reduce a algunos estudios del tipo de los test
multifactoriales de personalidad donde cuenta exclusivamente lo que es modificable por el
medicamento en un sentido positivo o en un sentido inverso. Se hacen tablitas, se toman todos
esos factores pseudo-cuantificables en que se descompone la personalidad psíquica, lo que le da
a los trabajos una fachada científica, y lo que es del orden de la subjetividad queda totalmente
barrido. Allí, además del empobrecimiento clínico, además de la des-subjetivación, el olvido de
la causa, de la etiología, es completo. Se la busca a veces ridículamente —digo ridículamente
después del psicoanálisis— en cosas que le pasarían al cerebro. Ayer leí una síntesis de un ar-
tículo donde relataban que por un test magnético se trató de determinar si los surcos cerebrales
de las esquizofrénicas son más anchos o menos anchos que en la persona normal, o que en el
esquizofrénico varón. Los datos son siempre muy inespecíficos; se encuentra algo pero no se
sabe bien por qué; se investiga mucho, pero por supuesto a ningún científico le interesa la
consideración científica del Nombre del Padre.

Quienes han llevado esto a su máxima expresión son los médicos de la Asociación Americana
de Psiquiatría, que han establecido ese manual conocido como el DSM III, y que se han dado
como objetivo de estudio establecer una especie de clasificación sindrómica, no hablan ya de
enfermedades mentales sino de síndromes, de colecciones de síntomas concebidos con la
finalidad exclusiva de servir al psicofarmacólogo.

Se toman esencialmente aquellos datos que pueden ser modificados por los medicamentos. Lo
que tenía que ver con ciertas enfermedades que el psicoanálisis reconoce como tales, como una
unidad, la de la histeria, por ejemplo, han sido descuartizadas en "trastornos somatoformes",
"trastornos de ansiedad", "trastornos disociativos", etc. En el DSM III, a diferencia del DSM II,
la noción de histeria fue directamente barrida, ya no la consideran una noción útil, y es mucho
mejor calificarla de esa manera que permite a los tratamientos ser más precisos. Con el tiempo
eso se va a imponer, a pesar de los psicoanalistas, como ya sucedió bastante en Estados Unidos
y en Europa.

Cuando hablan de un cuadro, por ejemplo uno de los "trastornos somatoformes", dicen que para
hacer el diagnóstico —de lo que se podría llamar una histeria polisintomática— basta con
encontrar en las mujeres 14 de los 37 síntomas enumerados y en los hombres 12. Entonces,
basta con encontrar cuantos síntomas tiene el paciente ahora y cuantos ha tenido a lo largo de la
semana para ver qué medicación le corresponde. A eso se ha reducido la clínica. Las
consideraciones etiológicas se dejan de lado. Esto es explícito en el DSM III. Ellos dicen que no
se ocupan de cuestiones etiológicas ni etiopatogénicas, y que no se ocupan tampoco de la
patogenia, es decir, del mecanismo. Esa es la clínica que tiende a prevalecer ahora.

Pasemos ahora a hablar brevemente de la clínica de Jacques Lacan que es, de lejos, la clínica
más sutil que se ha ideado de los trastornos de los que nos ocupamos los psicoanalistas. ¿Qué es
la clínica para Lacan?. Quiero comenzar a responder esa pregunta destacando una restricción
que destaca Lacan a propósito de la clínica psicoanalítica: dice que hay una clínica, pero que en
primer lugar esa clínica el psicoanálisis la toma de la psiquiatría. Esa clínica es anterior al
discurso analítico, es la clínica de Kraepelin, de Clerambault, ese raro psiquiatra que si bien
tuvo en 1920/30 su época más productiva jamás citó a Freud —posiblemente jamás lo haya
leido para no contaminarse —. La clínica clásica de los psiquiatras es una clínica de la que el
psicoanálisis depende. Lo dice así en la introducción a la Edición alemana de los Escritos: "hay
tipos de síntomas, hay una clínica, solamente que ella es anterior al discurso psicoanalítico". Y
agrega que si el discurso psicoanalítico aporta alguna luz a nivel de la clínica, si el psicoanálisis
ha generado una clínica nueva, para transmitir esa clínica como algo cierto, como algo
científico, matemáticamente transmisible, en eso depende no ya del psiquiatra. En eso el
psicoanalista depende del discurso histérico. Esto es muy importante para entender de que se
trata la clínica psicoanalítica.

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La clínica psicoanalítica no es el acto analítico. Un psicoanalista puede serlo sin hacer clínica,
por su acto, por el hecho de que él soporta la transferencia, pero a lo mejor ni siquiera se ha
percatado de cual es el síntoma de su paciente. Esto se constata habitualmente en las
supervisiones: el analista funciona como tal, pero sin embargo jamás ha discernido exactamente
cuál es la estructura y qué transformaciones tuvo el síntoma esencial que padece su paciente. Se
constata cotidianamente que hay psicoanálisis sin clínica.

Por otra parte, la clínica psicoanalítica comienza en el punto en que es el paciente y no el


analista el que se entera de cual es su síntoma, en que es el paciente su propio clínico, en que es
él quien advierte que padece de ese síntoma, cosa que debería elaborarse en todo comienzo del
análisis. Pero para eso no basta con que el psicoanalista sepa psiquiatría y que el paciente sufra
trastornos compulsivos, o histéricos, que se pueden detectar a través de un examen clínico.

Esto nos interesa por que a partir de allí comienza la noción de síntoma en sentido analítico. Es
importante que el sujeto advierta que eso a él le molesta, que por eso es un síntoma, y que él
quiere desembarazarse de eso. En la neurosis tiende a imperar cierta egosintonía del síntoma por
la cual el sujeto lo incorpora como una parte de su personalidad, de su forma de ser y no lo reco-
noce entonces como síntoma. La clínica psicoanalítica empieza allí en el momento en que es el
sujeto quien advierte cual es su síntoma. En psicoanálisis no consideramos otra cosa como
síntoma.

En cuanto a la transmisión de la clínica el discurso psicoanalítico depende entonces del discurso


histérico. Y no sólo a nivel de lo que pasa en el consultorio sino a nivel de la transmisión en una
enseñanza.

Lacan insistía en que cuando enseñaba no estaba en posición de analista sino que lo hacía desde
un lugar que era más parecido al del sujeto histérico. Si tenemos en cuenta por otro lado, que el
análisis exige una cierta histerización del discurso del paciente de que se trate, sea obsesivo, sea
fóbico, sea perverso, entonces se entiende bien que sea el discurso histérico al que Lacan le
provee en primer lugar de esta categoría discursiva. La histeria es un discurso. Cuando la
histérica mostraba de una manera espectacular, en 1890, sus síntomas bajo las formas de un
paroxismo, un ataque, lo que estaba mostrando no era sólo su padecer, sino que lo hace con
fines de comunicación, de lazo social, con fines discursivos, con fines de interrogación del Otro
en cuanto al deseo, con el objetivo a inducirlo a elaborar un saber sobre su padecimiento, etc.

Hay una definición muy precisa que da Lacan de la clínica psicoanalítica: "Es lo real en tanto
que es lo imposible de soportar". ¿Qué puede querer decir que la clínica es lo real en tanto que
es lo imposible de soportar? La lectura más común que se hace de esto —que es una lectura que
yo afirmo que es absolutamente errónea— es que es lo imposible de soportar para el analista. Si
lo planteamos en esos términos otra vez recaemos en la ideología de la contratransferencia, en lo
que le pasa al analista como sujeto, cuando precisamente la condición que establece Lacan para
el acto del analista es que la posición del analista no sea una posición del sujeto. Hay un solo
sujeto cuando se trata de la clínica bajo transferencia, y a la condición de sujeto el analista
necesariamente debe cedérsela a su paciente.

Cuando Lacan dice: "la clínica psicoanalítica es lo real en tanto que es lo imposible de soportar"
de lo que se trata es de lo imposible de soportar para el sujeto histérico, por lo tanto en la clínica
dependemos del decir y del saber que está en juego a nivel del paciente. A mi modo de ver está
mal plantear al analista como identificado a la figura del sujeto supuesto saber. La menor
experiencia clínica que tengamos, sea del lado del paciente o del lado del analista, nos enseña
que no es tanto el saber que se le supone al analista. Si se le supone cierto saber en todo caso
tiene que ver con los puntos en que el analista no sabe. Sin embargo, es precisamente a partir de
esos puntos en que el analista no sabe, en que el saber del analista incluso está estructuralmente
fallado, en que hay una imposibilidad respecto del saber, es en esos puntos que surge lo que es

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del orden del deseo del analista, que para el sujeto es deseo del Otro.

La definición de Lacan continúa así: "El inconsciente es a la vez de ese real la vía y la huella
por el saber que constituye". Lo real en juego no sólo es lo que de real se manifiesta en el
carácter insoportable e insensato del síntoma, sino que es ese real al que se accede por la
relación del síntoma, siguiendo ciertas huellas inconscientes, las huellas mnémicas de Freud,
con lo reprimido originario. Esta es la configuración freudiana de lo real, de lo imposible de ir
más allá mediante representaciones, de lo imposible de hacer consciente para el sujeto, eso que
hace que el inconsciente sea siempre irreductible a la profundización consciente. El inconsciente
es menos profundo —dice Lacan por allí— que irreductible a la profundización consciente. Uno
puede asociar dos o tres cosas pero finalmente aparece ese agujero que se chupa las
representaciones, ese borde de lo simbólico donde los significantes pareciera que caen en un
abismo irrecuperable, hasta que después en el momento menos esperado resurgen de lo
reprimido.

Ese lugar que es el lugar de la falla a nivel de la doble relación, epistémica y de goce, con el
Otro, es falla a nivel de lo sexual. Donde en el propio inconsciente no hay una representación
adecuada del Otro, del Otro del Otro sexo, en este lugar es donde se sitúa lo que de lo real se
actualiza a través del análisis. Por esa vía accede el sujeto — no el analista— a lo real, yendo
del significante al significante hasta que, con la ayuda de la interpretación que es una
interpretación ciega —puede ser calculada pero siempre está sujeta a la verificación y al camino
y las huellas que siga después el analizante es su sendero hacia lo real—, hasta que el sujeto va
del significante a la falla del significante, al agujero del que el significante es el borde.

Solo él sabe, solo él detenta los resortes por los que él como sujeto tiene que ver con ese real
que se manifiesta a través de ciertos bordes que llamamos representantes de la representación en
Freud o significantes en Lacan. Esto no tiene nada que ver con un conocimiento. Cuanto más el
sujeto se entera de cuáles son esos significantes, menos conoce acerca de la significación, del
mismo modo en que el científico. Cuanto más parte el átomo el físico con la ayuda de las
matemáticas y la tecnología, en partículas subatómicas, menos conoce, porque cada vez más lo
que estaba por conocer se le esfuma en partículas cada vez más pequeñas y más ajenas a lo que
pueda ser un objeto de conocimiento. Su objeto se le fuga hacia lo infinitamente pequeño y peor
aún, hacia la indeterminación del azar.

La definición de Lacan tiene una tercera parte: "Haciéndose un deber repudiar lo que implica la
idea de conocimiento". En la clínica psicoanalítica, en la clínica freudiana, no se trata nunca de
una relación entre un sujeto que conoce y un sujeto por conocer. Si habría un objeto por ejemplo
a nivel de la causa, a nivel de la etiología para conocer, en realidad se trata de un objeto que
sustituye a la causa, porque en cierto sentido no hay causa, o la causa está dada por la
inexistencia del Otro del Otro sexo.

Es esta la causa de la neurosis y también de la psicosis. Si hay algo que sustituye a la causa que
no hay en psicoanálisis, es esa entidad a la que Lacan llamó objeto a y que no es jamás un ob-
jeto de conocimiento. En realidad cuando surge un objeto que podría ser de conocimiento, por
ejemplo una alucinación, o en el caso del fenómeno del doble cuando la mirada está encarnada
por mí mismo pero fuera de mí mismo, en esos momentos en que habría algo para conocer a
nivel del objeto a, se desdibuja todo lo demás. Lo que se produce es un efecto súbito, violento,
catastrófico incluso, de pérdida de realidad. Habría que ver si a eso un científico querría
llamarle conocimiento, más bien lo llamaría locura o sin razón, o delirio o alucinación.

Termino con una breve cita del texto de Lacan "Psicoanálisis y Medicina". Este texto ilumina la
relación que, lo sepamos o no, tenemos con el discurso médico, se trata de la relación que todos
tenemos con ese discurso cada vez que pasamos, en el deslizamiento fácil y permanente de la
clínica a la terapéutica, y como sin querer buscamos curar por vías que no son las de la clínica
psicoanalítica. Pues esas vías son las de una clínica que sólo avanza en su orientación hacia lo

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real, en la medida en que suspende los ideales terapéuticos, aun si produce efectos terapéuticos
notables. Lo decisivo, el objetivo propio del psicoanálisis consiste en producir una nueva
relación del sujeto con la causa de su deseo, con lo que es la causa de su acción y con lo que es
la causa —secundariamente— de sus síntomas. Solo poniendo entre paréntesis el furor por cu-
rar, se avanza en el sentido de la clínica, siguiendo al sujeto por el cual psicoanálisis es el acceso
del sujeto a la causa de su deseo, deseo que podrá tener en acto. Esa es la solicitud que procura
el análisis.

Ya Sydenham tenía cierta idea de esto cuando decía que casi todas las mujeres padecen algo de
histeria, salvo las que trabajan mucho, las que por sus condiciones de vida llevan una existencia
laboriosa. También creía —a diferencia de lo que pensaban Hipócrates o Galeno— que los
hombres también pueden padecer de histeria, sobre todo aquellos que hacen una vida sedentaria.
Sydenham tenía cierta idea de que la neurosis tiene algo que ver con la inacción, con la
inhibición, con la distancia del sujeto respecto de su acto, del acto donde, sea de una manera
más cabal o más desviada, de todas formas pone en acto su deseo, que es su esencia misma.

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