Professional Documents
Culture Documents
Introducción XI
BIBLIOGRAFÍA 297
Introducción
XII
introdución
rumbo que llevan los descubrimientos hasta la fecha y las interrogantes que
persisten y que conformarán la problemática de la investigación futura.
Esta antología incluye referencias en dos sistemas cronológicos. Para las épocas más
recientes se usa el calendario cristiano, antes y después de Cristo (a.C. y d.C.) pero para los
tiempos remotos, son más usuales las fechas generadas por las pruebas de radiocarbono,
señaladas como A.P., es decir, antes del presente. El presente se sitúa arbitrariamente en 1950,
fecha aproximada de los primeros ensayos con este método.
XIII
arte rupestre del noreste
Su descubrimiento a finales del siglo XIX inició el estudio del arte rupestre;
actualmente sabemos que tanto en Australia como en África hay tradiciones
de este tipo de semejante antigüedad.
Algunas de estas tradiciones están todavía vivas, o tan recientemente
desaparecidas que contamos con descripciones etnográficas bastante
detalladas de las prácticas y creencias asociadas. Esta información nos
ayuda a entender el contexto y significado del arte rupestre como fenómeno
cultural, pero su relevancia específica para el estudio de la prehistoria es muy
relativa. Mientras más nos vamos hacia atrás en el tiempo, más problemática
se vuelve la cuestión de la continuidad de las tradiciones culturales, de tal
manera que en contextos puramente arqueológicos, el arte rupestre se torna
más enigma que evidencia.
El término arte tampoco es adecuado para identificar las manifestaciones
rupestres y las seguimos llamando así más por tradición histórica que por
razones descriptivas de su función o significado. El criterio estético es de
por sí subjetivo y condicionado por el gusto de cada época. Tal vez las
famosas pinturas de Lascaux y Altamira nos parecen bellas de acuerdo
con nuestra apreciación moderna, pero su ubicación en zonas oscuras de
cuevas profundas nos recuerda que no fueron hechas para embellecer
su entorno. La mayoría del arte rupestre no es ni bello ni decorativo, y
su función y contexto en la sociedad pretérita que la produjo es uno de
los problemas por resolver. Sin negar la posible intención estética de sus
creadores, las explicaciones alternativas son muchas y muy variadas. De
hecho, es muy poco probable que la gran diversidad de manifestaciones
rupestres quepa dentro de una sola explicación o contexto común.
En términos arqueológicos, las manifestaciones rupestres son artefactos
como cualquier otro, pero en la práctica, tienen particularidades que
ameritan un trato especial y por separado en este volumen. La más
importante es que toda manifestación rupestre, tanto individual como en
su conjunto, posee un significado cultural idiosincrásico en el tiempo y el
espacio, producto de un evento único entre el creador de la imagen y la
roca donde por alguna razón dejó huella de su presencia. Evidentemente,
el arqueólogo nunca puede recapturar este momento, pero siempre está
implícito en el acto de grabar o pintar la roca. Averiguar qué está implícito
XIV
introdución
imparte una resonancia temporal a ese evento original y único que sigue
estando elusivamente presente a través de su iconografía.
Las figuras e imágenes dejadas por el evento pueden incluir desde
formas arcaicas de escritura y numeración, hasta inscripciones históricas y
nombres, o bien, señalamientos no lingüísticos, como las señales de tránsito
o las marcas y emblemas comerciales de nuestro mundo cotidiano. Todo
depende del contexto cultural que convierte el estudio de las manifestaciones
rupestres en un problema de la arqueología antropológica y de muchas
otras disciplinas afines que pueden arrojar alguna luz sobre dicho contexto.
El arte rupestre no es solamente un artefacto material porque, después de
todo, lo que nos interesa es su significado humano.
Otra particularidad es la intencionalidad de su ubicación. Evidentemente
cada pintura o petrograbado está hecho para quedarse en un lugar en
particular. Se relaciona en el espacio con elementos del paisaje natural (cerca
del agua o en la cumbre) y siempre tiene su propia perspectiva del mundo,
tanto hacia la parte terrestre como hacia la bóveda celestial que ocupa la
otra mitad de nuestro campo visual. Esta visión incluye orientación (ángulo
y dirección del soporte) y asociación con rasgos que pueden ser recursos
potenciales. El arte rupestre puede marcar espacios abiertos y visibles a
cualquiera que pasa, o bien espacios cerrados, aislados y ocultos.
Además, las imágenes rupestres tienen una densidad dentro del paisaje.
Se ubican en conjuntos en relación a otras manifestaciones que pueden ser
producto del mismo momento o evento. Se encuentran concentradas en
núcleos, sobre ciertas superficies que se relacionan entre sí como posibles
escenarios de determinadas actividades. El lugar de cada imagen es siempre
el producto intencional de la actividad humana, y todo intento de explicarla
tiene que encuadrar en ese paisaje geográfico y cultural de su tiempo.
Mientras perdura el lugar, la imagen que preserva es inmutable, pero el
entorno sí puede cambiar. En cierta manera, cada manifestación rupestre es
testigo de estos cambios, tanto en sus aspectos naturales como culturales.
Da testimonio del medio circundante a través de ojos humanos que, a
veces, captan detalles sorprendentes y establecen congruencias que ya no
existen. Por lo mismo, la reubicación de las manifestaciones rupestres –sea
en museos, plazas públicas o patios particulares– destruye su significado
XV
arte rupestre del noreste
XVI
introdución
XVII
arte rupestre del noreste
hasta las planicies del río Columbia, en el noroeste de los Estados Unidos. A
veces lo llaman Aridoamérica porque corresponde al tramo norteamericano
del gran cinturón de desiertos asociado con las latitudes de la Convergencia
Subtropical en todo el planeta. Debido a las condiciones ambientales, ciertos
rasgos culturales son compartidos por todos los grupos que ocupan ese
territorio, entre los que debemos incluir la producción de manifestaciones
rupestres.
Durante la mayor parte de la prehistoria las condiciones climáticas de
aridez en esta zona, junto con la sencilla tecnología disponible, limitaban
la práctica de la agricultura a ciertos lugares favorecidos, verdaderos oasis
en el desierto. Fuera de estos núcleos sedentarios, la sobrevivencia humana
dependía totalmente de la cacería y recolección de los frutos naturales de
esta tierra, una adaptación errante gobernada por las estaciones y por
las variaciones climatológicas anuales, y caracterizada por la flexibilidad
de poblaciones humanas móviles sin asentamientos fijos. Se les llama
nómadas, pero esa palabra no se refiere a andanzas sin rumbo fijo, sino a
patrones regulares de movimiento dentro de territorios reconocidos; lo que
los antropólogos denominan nomadismo territorial.
La etapa de caza y recolección antecede a la vida sedentaria en toda
Mesoamérica, pero en el centro y sur, sus huellas fueron borradas en buena
medida por el mismo desarrollo de las civilizaciones posteriores. En cambio,
en el norte, la adaptación cazadora-recolectora perduró hasta el momento
del contacto europeo. Por lo mismo, las raíces arcaicas de la civilización
mesoamericana pueden estar preservadas aquí, visibles en el paisaje una
vez que aprendemos a reconocer sus manifestaciones.
XVIII
introdución
XIX
arte rupestre del noreste
XX
introdución
XXI
arte rupestre del noreste
XXII
introdución
XXIII
arte rupestre del noreste
XXIV
introdución
XXV
arte rupestre del noreste
XXVI
introdución
XXVII
arte rupestre del noreste
XXVIII
introdución
XXIX