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Razones para la Alegría

Autor: Martín Descalzo

Capítulo 2: El gozo de ser hombre

De todas las oraciones que se han rezado en la historia, la más ridícula y grotesca me parece aquella de¡ fariseo
que, según cuenta el Evangelio, se volvía a Dios para decirle: «Te doy gracias, Señor, porque no soy como los
demás hombres.» ¡Y pensar que yo le doy gracias precisamente porque soy como los demás hombres! ¡Pensar
que yo me conformaría con ser un buen hombre, una buena persona, con sacarle suficiente jugo a lo que soy!
¡Pensar que a mí me asustaría ser un ángel, me aterraría ser un superhombre, me avergonzaría ser un coloso!

Merton ha escrito un párrafo que yo rubricaría sin vacilar: «Ser miembro de la raza humana es un glorioso
destino, aunque sea una raza dedicada a muchos absurdos y aunque comete terribles errores: a pesar de todo, el
mismo Dios se glorificó al hacerse miembro de la raza humana. ¡Miembro de la raza humana! ¡Pensar que el
darse cuenta de algo tan vulgar sería de repente como la noticia de que a uno le ha tocado el gordo en una
lotería cósmica! Pero no hay modo de decirle a la gente que anda por ahí resplandeciendo como el sol. Si lo
entendieran, el problema sería que se postrarían a adorarse los unos a los otros.» Un Santo Padre lo dijo mucho
más breve y sencillamente: «La gloria de Dios es el hombre viviente.»

Pero ¿quién entiende esto? ¿Cómo explicarle a la gente que su alma es una lotería, que son seres creados en el
gozo y para el gozo?
El otro día leía yo la Etica de Bonhoeffer y me llamaba la atención su insistencia en el hecho de que Dios al crear
al hombre puso en casi todas sus acciones, además de su fin práctico, una ración de gozo. Los hombres comen y
beben para subsistir, pero a este fin fundamental Dios añadió el que comer y beber fueran cosas agradables y
gozosas. El hombre se viste para cubrirse del frío, pero la inteligencia humana ha logrado que el vestido sea,
además, un adorno del cuerpo, una manera de volver gozoso su aspecto visible. El juego se hizo para el descanso
y el reposo, pero también se volvió exultante y gozoso. La sexualidad es una vía para la reproducción y la
conservación de la especie humana, pero también a esto Dios y la Naturaleza le añadieron su ración de gozo.

Nuestras casas no son sólo un lugar donde refugiarse del frío y defenderse de la Naturaleza, son también lugares
para saborear el gozo de la amistad y de la intimidad.

Teóricamente, Dios pudo hacer todo esto para sus solos fines prácticos. Pero quiso añadir a cada una de nuestras
funciones humanas una supercapacidad de alegría. ¿Y qué será su cielo sino una plenitud de ese entusiasmo?
A mí me desconcierta la gente que parece vivir «para» la tristeza. Y mucho más la gente que imagina a Dios
como un entenebrecedor de la existencia. No hay, no puede haber verdadera religiosidad sin alegría. Los santos
son el más alto testimonio de existencias iluminadas. «Un santo triste es un triste santo», decía Santa Teresa,
que sabía un rato de estas cosas.

Claro que la alegría verdadera nunca es barata. Y ciertas juergas carnavalescas no logran ocultar el ramalazo de
tristeza que llevan en sus entrañas y la soledad a la que conducen. Muchos de sus fantoches se creen alegres y
son simplemente cómicos y bufonescos.

Ser hombre es mucho más. Y, sobre todo, ser hombre en compañía. A mí, lo confieso, me suelen entristecer las
multitudes (porque en ellas aparece más la tropa animal que la humanidad), pero me encanta el grupo de
amigos, el hablar en voz baja y reír sin estrépito, el poder sacar a flote las almas, el penetrar a través de la
palabra a la profundidad de las personas. Decía un clásico latino que «cada vez que estuve entre los hombres,
volví menos hombre». Yo tengo más suerte: cada vez que me encuentro con amigos salgo reconfortado y
admirado, feliz de ser uno como ellos, de vivir entre ellos.

También me gusta la soledad, claro, pero no el aislamiento. Si estoy solo es o para estar con Dios o para
encontrarme con mis mejores amigos: los hombres que escribieron grandes libros o música profunda. Es una
soledad muy acompañada.

Por eso, cuando digo que me alegro de ser «como todos» no me estoy invitando al adocenamiento, estoy
invitándome a vivir en plenitud lo que soy, exhortándome a «ser» y no sólo a «vivir», recordándome a mí mismo
que hay mucho que beber en el pozo del alma.

Sí, tal vez esta sea la clave de la alegría: descubrir que tenemos alma, explorar las dimensiones del espíritu,
atreverse a creer que no es que la vida sea aburrida, sino que los que somos aburridos somos nosotros, que nos
pasamoa la vida como millonarios que llorasen porque han perdido diez céntimos y olvidado el tesoro que tienen
en la bodega de su condición humana.

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