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REVOLUCIÓN
B. Los protagonistas
Ciencias Sociales
Lectura n° 1
“En 1806 la Ciudad de Buenos Aires no excedía de 41.000 habitantes; la quinta parte
de la población era de blancos, siendo el resto una casta compuesta en variados
estados de conexión y cambios progresivos, desde el negro hasta el tinte del europeo
más rubio. Aunque se mejore el color, sin embargo, en su estado más refinado con
frecuencia persiste un sello de facciones que recuerda el origen verdadero de muchos
de ellos. Los españoles y los criollos blanqueados, que se sienten superiores como
para realizar empleos mecánicos y poco afectos a éstos, ya sea por orgullo como por
indolencia, dejan tales ocupaciones para sus paisanos más oscuros, que son
industriosos en sus respectivos oficios, como zapateros, sastres, barberos,
changadores, pulperos, carpinteros y pequeños comerciantes al menudeo.”
Lectura n° 2
Los grupos o clases sociales estaban muy divididos. Por un lado, los españoles
ocupaban los mejores puestos, dedicándose a la política, al comercio y al
Nivel 1
Nivel 2
Lectura n° 3
“(...) los que se encuentran con frecuencia en días de labor en las casas de
juego, tabernas y otras diversiones de esa clase... La campaña está infestada
Nivel 3
Lengua
Texto informativo o expositivo. Este tipo textual se utiliza para transmitir datos sobre determinados
hechos o realidades, de manera objetiva. No intenta convencer, sino mostrar.
Nivel 1
Nivel 2
Nivel 3
Literatura
C.A.E.A. Fac. F. y L. (U.B.A.) Página 3
Niveles 2 y 3
- Joder, está fresca la mañana- comentó mientras se dirigía al patio común de la amplia
casona a lavarse un poco.
- Y qué quieres… La primavera se demora este año, parece- contestó Joaquín, a quien
ya se le había pasado el mal humor que le provocaba el sueño prolongado de los
ayudantes. Pero enseguida agregó: - Miguel, vamos, hombre ¡arriba!
Miguel abandonó su cama con la demora propia de los adolescentes, que dan
mil vueltas antes de incorporarse al mundo de la realidad, después de una noche de
sueño pesado.
El perfume dulzón de las glicinas del patio invadió la habitación de tres camas,
que compartían Joaquín y sus dos ayudantes. Las alforjas estaban listas, cargadas de
productos que habían comprado el día anterior. Con parsimonia pero sin descanso, los
tres acomodaron la carga sobre los viejos caballos, que esperaban pacientemente en la
parte trasera de la casa, una especie de corral mal disimulado entre árboles y cañas.
Miguel, que había escuchado la conversación, lanzó una blasfemia que hizo
sonrojar a Joaquín.
Nadie supo más de ellos en el barrio de San Nicolás. Parecía que se los había
tragado la tierra. Los bultos que habían dejado en la parte trasera continuaban allí,
en una espera ridícula que lo único que hacían era acumular tierra.
Pasó el tiempo. Meses. Años. Una fría mañana de mayo, Petrona escuchó un
diálogo entre dos inquilinos de su casa. Prestó atención, tal vez más de la debida,
porque en el medio de palabras dichas en voz baja, oyó el nombre de Joaquín
Brillante. Así se enteró de que se había casado, y que vivía en el cuartel 4, cerca de
la Plaza de la Victoria.
- ¿Así que usted conoce a Brillante?- dijo como al descuido acercándose a los dos
hombres. -En el fondo hay unas porquerías que él dejó cuando se fue de aquí.
- Señora, hable con más respeto de don Joaquín.
No cualquier persona era llamada “don” en el Buenos Aires de principios del
siglo XIX. Era imprescindible merecerlo, por pertenecer a una de las familias más
importantes de la aldea, o por haber ascendido en la escala social a fuerza de
trabajo e incremento del capital.
- ¿Don, dijo usted? ¿Me está hablando del pobre tipo que salía a vender al
campo?
- Sí, señora, de don Joaquín Brillante, el dueño de una de las pulperías más
grandes y surtidas.
- No me diga que le fue bien al Sr. Brillante.
- Sí, señora. Vive en una hermosa casa, con su esposa y con dos dependientes, a
los que parece que también les va bastante bien.
- ¡Don Joaquín! ¡Qué alegría volver a verlo! Aquí le traigo sus cosas….
- Señora, no necesito nada de lo que me trae.
- Pero son sus pertenencias, don Joaquín.
- Le repito. No las necesito. Por favor llévelas y haga con ellas lo que quiera. Ah, y
una cosa. Trate de no volver por aquí. Quiero olvidarme completamente de las
personas que, cuando lo necesité, no sólo no me ayudaron sino que me dejaron
en la calle. Ah, y otra cosa: no necesito que me llame “don”. Buenos días.