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Cuadernillo 1

REVOLUCIÓN

B. Los protagonistas
Ciencias Sociales

¿Quiénes habitaban la ciudad y sus alrededores?

Lectura n° 1

“En 1806 la Ciudad de Buenos Aires no excedía de 41.000 habitantes; la quinta parte
de la población era de blancos, siendo el resto una casta compuesta en variados
estados de conexión y cambios progresivos, desde el negro hasta el tinte del europeo
más rubio. Aunque se mejore el color, sin embargo, en su estado más refinado con
frecuencia persiste un sello de facciones que recuerda el origen verdadero de muchos
de ellos. Los españoles y los criollos blanqueados, que se sienten superiores como
para realizar empleos mecánicos y poco afectos a éstos, ya sea por orgullo como por
indolencia, dejan tales ocupaciones para sus paisanos más oscuros, que son
industriosos en sus respectivos oficios, como zapateros, sastres, barberos,
changadores, pulperos, carpinteros y pequeños comerciantes al menudeo.”

Alexander Gillespie” Buenos Aires y el interior” observaciones reunidas durante


su residencia. 1806-7

Buenos Aires era una ciudad básicamente mercantil. Hacia 1810, en lo


alto de la pirámide social estaba la burocracia colonial y los comerciantes
ligados al puerto de Cádiz (España). Al producirse la Revolución, surgen los
comerciantes ingleses y los americanos, mientras se conserva un núcleo
dedicados a las actividades pecuarias.

Pirámide social. Es una representación gráfica con forma de pirámide en la que


se ubican los diferentes grupos o clases sociales. En la parte inferior, la más
amplia, se ubican los sectores de menores recursos y en la cúspide los de
mayor poder, ya sea monetario, político o social.

Lectura n° 2

Los grupos o clases sociales estaban muy divididos. Por un lado, los españoles
ocupaban los mejores puestos, dedicándose a la política, al comercio y al

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monopolio. Esta clase social alta gozaba de todos los derechos; podían estudiar
libremente y aprendían latín y francés. Los criollos o españoles americanos,
habían nacido en América, hijos de padres españoles, pero no tenían los mismos
derechos que sus padres. Muy pocos ocupaban cargos políticos y en general se
dedicaban al comercio o a distintas profesiones. Pero también había criollos que
vivían en la pobreza y subsistían con sus trabajos o con industrias caseras. Los
esclavos negros, traídos desde África en condiciones inhumanas, eran los que
menos derechos tenían. Trabajaban en el campo o en tareas domésticas, eran
vestidos y alimentados por sus amos, pero no de acuerdo con sus necesidades
sino de acuerdo con la voluntad de sus señores. Los indios eran destinados a
tareas en las minas de oro y plata, a cultivar la tierra y a criar ganado; no eran
esclavos, pero tampoco gozaban de derechos y eran vasallos del rey de España.
Había además otras castas, productos del entrecruzamiento de las anteriores:
mestizos, mulatos y zambos, casi siempre despreciados y considerados
inferiores.

Nivel 1

• Luego de la lectura de los textos 1 y 2, construir una pirámide social a


partir de los datos aportados por ambos textos

Nivel 2

• Leer nuevamente la litografía “En la pulpería” (Actividad A, cuadernillo 1)


y ubicar los personajes en la pirámide social que construyeron.

Lectura n° 3

Pero este régimen de castas no pudo mantenerse debido al crecimiento de la


población a partir del S. XVIII y fue reemplazado por el de “gente decente” y
“plebe”. La “gente decente” era de raza blanca, vecinos de la ciudad y podían
anteponer el “don” o “doña” a su nombre. También, dentro de este grupo, se
encontraban los pequeños y medianos comerciantes, los curas y los
profesionales. La “plebe” estaba conformada por hombres y mujeres sin oficio,
que hacían trabajos no especializados, tales como jornaleros, vendedores
ambulantes, repartidores de pan, peones, costureras, planchadoras, pequeños
labradores urbanos y suburbanos. Además, existía una división entre los
“pobres decentes”, es decir, pobres y honrados; los “pobres verdaderos”
(huérfanos y tullidos que vivían de la caridad ajena) y los “falsos pobres”,
considerados vagos, que eran perseguidos y obligados a participar del ejército.

Así se definía en la época a los “malentretenidos”:

“(...) los que se encuentran con frecuencia en días de labor en las casas de
juego, tabernas y otras diversiones de esa clase... La campaña está infestada

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de esta clase de hombres. Las pulperías de esta ciudad están llenas de ebrios y
holgazanes en los días destinados al trabajo… raros son los delitos de heridas u
homicidios que no se cometan con ocasión de la embriaguez y el Juego de las
pulperías”.

Citado por Benito Díaz en “Juzgados de paz de la Campaña de la provincia de


Buenos Aires.”

Nivel 3

• Construir una nueva pirámide con los datos de la lectura 3. Comparar


ambas pirámides y establecer semejanzas y diferencias entre ambas.

• La problemática planteada en la cita de Benito Díaz persiste en la


actualidad. ¿Qué causas o factores provocan esos problemas sociales?
¿De qué manera se podrían solucionar?

Lengua

Texto informativo o expositivo. Este tipo textual se utiliza para transmitir datos sobre determinados
hechos o realidades, de manera objetiva. No intenta convencer, sino mostrar.

Texto argumentativo. Es aquél cuyo contenido consiste en reflexiones o pensamientos transmitidos


con la finalidad de convencer a los demás de la verdad que encierran.

Nivel 1

• Elaborar un texto informativo en el que se describa la pirámide social elaborada


en Historia o bien los distintos grupos sociales de Buenos Aires, a partir de la
lectura n° 2.

Nivel 2

• Elaborar un texto argumentativo en el que se cuestione la organización social


de la lectura n° 2.

Nivel 3

• Elaborar un texto argumentativo sobre el tema: Racismo y discriminación en


la Argentina de hoy. Preguntas orientadoras: ¿Qué grupos sociales son
discriminados en la actualidad? ¿Por qué? ¿Quién o quiénes fomentan actitudes
discriminatorias? ¿Qué soluciones pueden proponerse?

Literatura
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Niveles 2 y 3

• Lectura del cuento

• Análisis de su contenido, a partir de los textos de Ciencias Sociales ( contexto,


clases y movilidad social, trabajos, costumbres, actitudes discriminatorias, final
polémico)

DON JOAQUÍN BRILLANTE

Joaquín Brillante esperaba poco de la vida. Bueno, “esperar poco” es un decir.


Porque a Joaquín le iba bien en su trabajo de vendedor ambulante en los campos de
San Isidro. Yerba, tabaco, harina, peinetas para las damas, pipas para los caballeros,
eran algunos de los numerosos productos que él adquiría en la pulpería del Gallego
José, del barrio de San Nicolás, y que revendía en el campo.

- ¡Vamos, arriba, holgazanes!- vociferó Joaquín esa mañana de octubre de 1808,


a los dos mozos que lo ayudaban en su tarea. Juan se levantó de inmediato, como era
su costumbre, y puso la pava encima del fuego que su patrón ya había encendido.

- Joder, está fresca la mañana- comentó mientras se dirigía al patio común de la amplia
casona a lavarse un poco.

- Y qué quieres… La primavera se demora este año, parece- contestó Joaquín, a quien
ya se le había pasado el mal humor que le provocaba el sueño prolongado de los
ayudantes. Pero enseguida agregó: - Miguel, vamos, hombre ¡arriba!

Miguel abandonó su cama con la demora propia de los adolescentes, que dan
mil vueltas antes de incorporarse al mundo de la realidad, después de una noche de
sueño pesado.

El perfume dulzón de las glicinas del patio invadió la habitación de tres camas,
que compartían Joaquín y sus dos ayudantes. Las alforjas estaban listas, cargadas de
productos que habían comprado el día anterior. Con parsimonia pero sin descanso, los
tres acomodaron la carga sobre los viejos caballos, que esperaban pacientemente en la
parte trasera de la casa, una especie de corral mal disimulado entre árboles y cañas.

Cuando ya se disponían a salir, se escuchó la voz de la dueña de casa.

-Eh, Joaquín. ¡Espere! Tengo que hablar con usted.

- ¡Buen día, Petrona! ¿Qué le pasa?

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- Qué me pasa….qué me pasa. Lo que pasa es que todo está aumentando. Y me veo en
la obligación de aumentarle el alquiler del cuarto.

- Pero Petrona…. Hace unos meses me aumentó. ¿Se acuerda?

- Claro que me acuerdo.

- ¿Y entonces?... Yo no puedo pagar más.

- Entonces lo lamento, Brillante. Va a tener que desocupar la habitación.

Miguel, que había escuchado la conversación, lanzó una blasfemia que hizo
sonrojar a Joaquín.

- No te preocupes, Miguel. Ya encontraremos dónde vivir. Saquen las cosas de la


habitación. Pónganlas en la parte de atrás.
- Petrona, le dejo libre el lugar. Dejo mis cosas atrás, hasta mi vuelta.
- Como quiera, Brillante, pero entiéndame….
Joaquín no contestó. Cuando todo estuvo listo, partieron los tres en busca de
compradores, con los que pudieran recuperar parte de lo que habían invertido esa
semana.

Nadie supo más de ellos en el barrio de San Nicolás. Parecía que se los había
tragado la tierra. Los bultos que habían dejado en la parte trasera continuaban allí,
en una espera ridícula que lo único que hacían era acumular tierra.

Pasó el tiempo. Meses. Años. Una fría mañana de mayo, Petrona escuchó un
diálogo entre dos inquilinos de su casa. Prestó atención, tal vez más de la debida,
porque en el medio de palabras dichas en voz baja, oyó el nombre de Joaquín
Brillante. Así se enteró de que se había casado, y que vivía en el cuartel 4, cerca de
la Plaza de la Victoria.

- ¿Así que usted conoce a Brillante?- dijo como al descuido acercándose a los dos
hombres. -En el fondo hay unas porquerías que él dejó cuando se fue de aquí.
- Señora, hable con más respeto de don Joaquín.
No cualquier persona era llamada “don” en el Buenos Aires de principios del
siglo XIX. Era imprescindible merecerlo, por pertenecer a una de las familias más
importantes de la aldea, o por haber ascendido en la escala social a fuerza de
trabajo e incremento del capital.

- ¿Don, dijo usted? ¿Me está hablando del pobre tipo que salía a vender al
campo?
- Sí, señora, de don Joaquín Brillante, el dueño de una de las pulperías más
grandes y surtidas.
- No me diga que le fue bien al Sr. Brillante.
- Sí, señora. Vive en una hermosa casa, con su esposa y con dos dependientes, a
los que parece que también les va bastante bien.

Petrona apoyó en el piso empedrado dos grandes bultos, golpeó la aldaba de la


puerta y esperó con impaciencia. Casi enseguida apareció un hombre muy bien

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vestido, prolijamente peinado. A Petrona le costó reconocer al Joaquín que unos años
atrás vivía pobremente en su casa.

- ¡Don Joaquín! ¡Qué alegría volver a verlo! Aquí le traigo sus cosas….
- Señora, no necesito nada de lo que me trae.
- Pero son sus pertenencias, don Joaquín.
- Le repito. No las necesito. Por favor llévelas y haga con ellas lo que quiera. Ah, y
una cosa. Trate de no volver por aquí. Quiero olvidarme completamente de las
personas que, cuando lo necesité, no sólo no me ayudaron sino que me dejaron
en la calle. Ah, y otra cosa: no necesito que me llame “don”. Buenos días.

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