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Elogia de la ignorancia, por Alejandro Dolina

En estos tiempos que corren, cada vez le resulta más difícil a un bruto de
ley mantener indemne su ignorancia. Usted camina por la calle y en cualquier
esquina le sale al cruce una noción, un conocimiento, una noticia. La cultura
está en acecho.
Diga que uno es un analfabeto zorro y enseguida cruza de vereda cuando ve
que se avecina la ilustración.
Pero las cosas ya no son como antes para el buen alcornoque. Día tras día
hay que soportar la implacable persecución de doctos de toda clase que
pretenden esclarecernos de prepo. Y así, la noble estirpe de los burros corre
el riesgo de extinguirse, diezmadas sus filas por la cultura, la información y
otras calamidades.
Es que hoy en día la gnosis está al alcance de cualquier desgraciado. Los
diarios, las revistas y la televisión contribuyen a reducir las fuerzas de las
tinieblas a su mínima expresión.
Ahí tienen ustedes el programa ese de Mónica. Por ahí aparece un pelado que
en cinco minutos se manda una explicación de la teoría de la relatividad que
nos deja esclarecidos para todo el viaje. Y si uno piensa lo que tardaba antes
un estudiante en comprender siquiera un poco este asunto, tendrá que admitir
que las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Algo parecido ocurre con las revistas: la historia del Imperio Romano en
tres carillas. Todo lo que usted debe saber sobre el cáncer en cuatro columnas.
Evidentemente las ventanas de la ciencia y el arte se han abierto de par en
par para que los paseantes se asomen y vichen durante un segundo.
El progreso ha construído anchos caminos que conducen hacia el saber. Y por
esos caminos han transitado millones y millones de personas que en otras épocas
nacían y morían condenadas a permanecer en los andurriales de la crasitud.
Entre todas esas personas ha habido muchas de bondadosa naturaleza y de
sentimientos honrados.
Pero también han recorrido el camino de la cultura numerosísimos pajarones.
Y ya se sabe que no hay cosa más peligrosa que un pajarón instruído.
En ciertas épocas de la historia los secretos de la ciencia estaban rodeados
de toda clase de precauciones. Los eruditos cultivaban el misterio, pues temían
que los conocimientos cayeran en manos de los malvados.
Hoy tal reserva es impensable. Y el auge colosal de los medios de
comunicación ha permitido que los impíos aprendan impunemente la germinación
del poroto. Canallas y pelandrunes manejan a su antojo asuntos de tan delicada
naturaleza como la electrólisis del agua o el soneto.
-¿Pero cuál es el mal que hay en todo esto? -pregunta un lectortan
desorientado- ¿acaso no es bueno que la gente sepa más?
-Veamos -contesta el indocto autor de esta nota.
Hay varias consecuencias lamentables en esta ilustración a destajo. La
primera es que los conocimientos son absolutamente incompletos. Porque debemos
confesar melancólicamente que la teoría de la relatividad que explicaba el
pelado en el programa de Mónica no es exactamente la teoría de la relatividad.
Es otra cosa. Es un cuentito de apariencia paradójica con trenes que parten y
llegan demasiado rápido. Y en la historia del Imperio Romano que nos ofrece a
todo color la revista "El Alma que Canta" faltan algunos episodios. Y en el
fascículo cerrado "La medicina al alcance de su mano" el único consejo valioso
que encontrará es la sugerencia de llamar al médico ni bien usted se sienta
fulero.
Y la segunda calamidad es que a los consumidores de tantos disparates
facilongos la soberbia les llega antes que la sabiduría.
Y entonces nos encontramos -de golpe- con millones de personas que creen que
saben y que en realidad no saben nada.
Son los idiotas ilustrados. Ya alguna vez hablamos de ellos. Son gente que
opina sobre todas las cosas del universo sin conocer cabalmente siquiera una.
Esta legión nefasta ha contribuido enormemente a la difusión del facilismo,
postura mental que reduce toda custión a los estrechos límites de un cuadro
sinóptico, o de una definición indigente. Y así han obtenido estruendoso éxito
las idioteces de las cuales conversamos hace pocos meses en esta misma revista
(1): "El karate es una filosofía de vida", "lo que tiene esta ciudad es que te
aliena" y otras sandeces del mismo jaez.
Los idiotas ilustrados tienen también su propio lenguaje. Un lenguaje que
poco a poco empieza a conquistarnos a todos, pues habrá de saberse que esta
morralla tiene una habilidad especial para imponer sus usos y costumbres.
Esta jerga se nutre con palabras supuestamentes ornamentales y que tienen la
virtud de otorgar importancia a lo que se dice. Asi el "conurbano" es más culto
que el suburbio. "Coyuntura" es más fino que ocasión. "Inquietud" es más
elegante que berretín. Para una visión más completa e inteligente de este
asunto, vale la pena leer el "Diccionario del argentino exquisito" de Bioy
Casares.
Conviene decir ahora que estas variaciones del idioma no solo se observan en
la conversación corriente o en los periódicos. También el arte popular ha sido
contaminado con exterioridades de apariencia culta.
Veamos la letra de este antiguo tango:
"Me enredó con un jueguito tan al lustre preparado que hasta el pelo de las
manos de cabrero me arranqué".
La estupenda figura lograda en la segunda línea no requiere palabras
altisonantes. Veamos ahora un ejemplo más actual: "Salgo a caminar por la
cintura cósmica del Sur".
El verso requiere, ciertamente, una versación del poeta en temas geográficos
y aún cosmográficos. Versación que no alcanza para que la línea se salve del
ridículo.
Pero el poeta no es culpable de esto. La época nos conduce por senderos
demenciales. He ahí otro ejemplo: "tomar senderos demenciales" en vez de
"agarrar para el lado de los tomates". Como se ve, hasta los bestias más
circunspectos nos dejamos tentar.
En la radio, muchos locutores han cedido ante el apetito de cultura.
Y así los relatores deportivos no tienen más remedio que hablar de extrañas
parábolas que describen pelotas pifiadas. O de la mística ganadora de que están
imbuídos los jugadores de All Boys. O de los conatos de agresión y escenas de
pugilato que se verificaron en el área de Platense, mientras el juez se hacía
el otario.
Todo esto me alarma muchísimo, como criollo y como iletrado. Porque puede
ocurrir que la tendencia siga adelante y que los chicos jueguen a la mácula
deletérea en vez de a la mancha venenosa o al esfinter cochambroso en vez de al
culo sucio.
Pero no es el uso ridículo del idioma lo más alarmante.
Hay cosas que indignan todavía más.
La pedantería que obliga a avergonzarse a quien no sabe cual es la capital
de Albania o el nombre del presidente de Francia. Los sabelotodos que copan los
asados con teorías recién aprendidas.
La veneración por aparatos tan estúpidos como la licuadora.
El desprecio por las gentes sencillas y la burla a sus costumbres apacibles.
Ya lo dijo Sábato el otro día. La verdadera sabiduría es más fácil de
encontrar en la gente humilde que entre esta caterva que se ha indigestado con
bocadillos de cultura.
Por eso, el autor de estas carillas oscurantistas se compromete a seguir
firme en su ignorancia.
¿Alguien quiere explicarme el conflicto de Irán? No quiero.
¿Otro se empeña en imponerme el funcionamiento de un ciclotrón? Jamás.
¿Un tercero se ofrece a contarme la vida sentimental de las cucarachas?
Que reviente.
Mis entendederas permanecerán cerradas como una piedra de granito, para
satisfacción de mis familiares, amigos y favorecedores. Y mi necedad será como
un borrón oscuro que se destacará entre tanto relumbrón. Porque ignorantes, lo
que se dice ignorantes, vamos quedando pocos. Buenos días.

(1) Se refiere a la nota "Las 10 idioteces más ilustres de la década",


publicada en la revista "Humor" N° 6, en noviembre de 1978

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