Así de sencillo, nada más podríamos explicar detrás de esta autonomía de la
sexualidad, con respecto a las categorías morales. Siempre apretaditos entre un sexo u el otro –en los últimos siglos. Como, en un pasarse de una calle a otra. Hasta que la libertad reventó la caricatura y las chicas que no querían seguir en esa senda resolvieron juntar sus manos. Esto que era pecado ahora es normalidad y mañana será un sociedad de cuatro, de los dos sexos conocidos y los dos denostados. En este mar que se deja de agitar parece que todos van logrando su pequeña avenida donde transitar.
De la sexualidad pasamos al simple acto de amar, en esta sociedad de burkas
y pañuelos para domesticar a las vírgenes, que unos cientos de millones establezcan una dosis de vida sin esconder, no deja de serenarnos. Pero ahora también les toca a los señores de la sotana. Los santones de iglesia deben normalizar su sexualidad, deben darse citas con el amor real, que aparece en cada rezo, o en cada visita de una u otro en el desvalido sarcófago de la iglesia.
¿Y que nos queda?
Dominado el poder de la norma, de la moral que obliga, tan solo viene la emoción, la intensidad escueta del compromiso o su no existencia. Como diría un amigo hace unos días:”es que la gente hoy quiere vivir varias vidas”. Intercambio, inestabilidad, surfing y experiencias vitales. Mientras las lesbianas aman a otras lesbianas, hemos salido de aquel estrecho infierno sometido al pecado para establecer un estallido de sinceros apretones.