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A) Sociología de la Familia

1. FAMILIA Y SOCIOLOGÍA

Desde hace casi doscientos años la Sociología se ha ocupado del estudio de


la familia en los ambientes académicos y los sociólogos han elaborado textos
universitarios que han barajado diversas teorías y explicaciones sobre lo que es,
lo que ha sido, y lo que puede llegar a ser esa forma de relación humana que lla-
mamos familia. La Sociología ha tratado una gran variedad de temas relaciona-
dos con la vida en sociedad, desde las interacciones entre los sistemas económi-
cos y las formas de vida, a las interacciones entre sociedad y naturaleza. Sin
embargo, la fuerte irrupción en el mundo académico y la posterior consolida-
ción de la Economía propició que una mayoría de sociólogos se retirasen mo-
mentáneamente de la consideración de los problemas ocasionados por la acep-
tación mayoritaria y global del sistema de producción y consumo que llamamos
capitalismo, para centrarse en el estudio específico de las formas de organiza-
ción social. Sólo últimamente han vuelto los sociólogos a tratar los asuntos co-
nectados con las relaciones que propician los intercambios monetarizables, pero
mientras tanto, la Sociología ha producido una gran cantidad de literatura y es-
tudios científicos sobre lo que algunos teóricos del diseño académico de hace
unos años llamaban «áreas sin dueño» refiriéndose a las formas de organización
y previsión humanas, y de entre ellas destaca la familia.
Pertenece al oficio de sociólogo hacerse tres preguntas que los que nos de-
dicamos a esta disciplina consideramos que delimitan claramente nuestro que-
hacer: qué pasa, por qué pasa, y qué puede llegar a pasar. Muchas veces, por la
complejidad de los problemas tratados, no podemos pasar de contestar la prime-
ra de las preguntas, y dejamos las siguientes para que elaboren los que vienen
detrás. Esto no es dejadez, es, por el contrario, una manifestación de la juventud
A) Sociología de la Familia

]. FAMILIA Y SOCIOLOGÍA

Desde hace casi doscientos años la Sociología se ha ocupado del estudio de


la familia en los ambientes académicos y los sociólogos han elaborado textos
universitarios que han barajado diversas teorías y explicaciones sobre lo que es,
lo que ha sido, y lo que puede llegar a ser esa forma de relación humana que lla-
mamos familia. La Sociología ha tratado una gran variedad de temas relaciona-
dos con la vida en sociedad, desde las interacciones entre los sistemas económi-
cos y las formas de vida, a las interacciones entre sociedad y naturaleza. Sin
embargo, la fuerte irrupción en el mundo académico y la posterior consolida-
ción de la Economía propició que una mayoría de sociólogos se retirasen mo-
mentáneamente de la consideración de los problemas ocasionados por la acep-
tación mayoritaria y global del sistema de producción y consumo que llamamos
capitalismo, para centrarse en el estudio específico de las formas de organiza-
ción social. Sólo últimamente han vuelto los sociólogos a tratar los asuntos co-
nectados con las relaciones que propician los intercambios monetarizables, pero
mientras tanto, la Sociología ha producido una gran cantidad de literatura y es-
tudios científicos sobre lo que algunos teóricos del diseño académico de hace
unos años llamaban «áreas sin dueño» refiriéndose a las formas de organización
y previsión humanas, y de entre ellas destaca la familia.
Pertenece al oñcio de sociólogo hacerse tres preguntas que los que nos de-
dicamos a esta disciplina consideramos que delimitan claramente nuestro que-
hacer: qué pasa, por qué pasa, y qué puede llegar a pasar. Muchas veces, por la
complejidad de los problemas tratados, no podemos pasar de contestar la prime-
ra de las preguntas, y dejamos las siguientes para que elaboren los que vienen
detrás. Esto no es dejadez, es, por el contrario, una manifestación de la juventud
70 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

de nuestra disciplina. Aun contando con una experiencia de doscientos años, la


amplitud del objeto de estudio de la Sociología, que no es otro, recordémoslo,
que la realidad social, hace necesario sumar esfuerzos y contemplar un futuro
cargado de trabajo, para poder dar seguridades sobre nuestras averiguaciones a
la sociedad a la que nos debemos todos los que nos dedicamos a tareas de inves-
tigación.
Ya la primera pregunta —qué pasa— nos parece un reto de considerables
dimensiones. Si la aplicamos a nuestro objeto de estudio en este punto, que es la
familia, nos encontramos en la necesidad de acometer una tarea multifacética.
Esa labor comprendería tres aspectos principales. En primer lugar, un trabajo
descriptivo; esto es: mostrar qué tenemos delante, para lo cual es imprescindi-
ble llegar a un acuerdo sobre los términos lingüísticos que utilizamos. Parte de
ese trabajo descriptivo consistirá en derribar los lindes conceptuales sobre
los que edificamos nuestras propias delimitaciones acerca de lo que enten-
demos que son particularismos y lo que pertenece a la universalidad de nuestro
objeto de estudio.
En segundo lugar, tendremos que diseccionar ese objeto para facilitar su
observación minuciosa. Para esta labor, muchos de nuestros colegas han hecho
uso de tipologías diversas, que no siempre han conseguido soslayar el peligro
del reduccionismo que supone caer en la tentación de compartimentalizar la rea-
lidad al arbitrio de idealizaciones abstractas.
Por último, en tercer lugar, habremos de referirnos a los instrumentos me-
todológicos que vamos a utilizar para facilitar la observación. En nuestro caso,
contamos con un gran número de indicadores sociales, quizá demasiados hoy en
día, suministrados por los institutos estadísticos oficiales o por los gabinetes de
investigación sociológica, y que habremos de interpretar.
Todo ello constituye, ciertamente, una tarea apasionante. Decimos esto con
absoluta convicción porque también somos conscientes de que muchos de los
que han intentado acometer esta tarea han fracasado en su intento de acercar la
sociedad en su conjunto a la comprensión de los interrogantes que la vida en ella
plantea. Estos fallos se han producido, generalmente, por tres excesos, que expo-
nemos a continuación, y contra los que nos gustaría vacunar a nuestra disciplina.
El primero de estos excesos se ha dejado notar particularmente en los estu-
dios de las sociologías de la vida cotidiana y, por ello, también en la Sociología
de la Familia. Se trata del atiborramiento metodológico de la encuesta de opi-
nión. No queremos con esto rechazar esta metodología sino mostrar nuestra sor-
presa ante la proliferación de estudios sociológicos efectuados a partir de en-
cuestas ad hoc. La encuesta de opinión tiene sus limitaciones, que a veces no se
tienen en cuenta en la elaboración de extrapolaciones. Por ello, nosotros utiliza-
remos aquí las estadísticas fácticas y prescindiremos de las opiniones expresa-
das. Son, sin duda, las prisas y las demandas de un mercado que necesita ade-
¡LES SOCIOLOGÍA DE LA FAMILIA 7!

Ja lantar la realidad, lo que ha hecho que muchos colegas se dediquen con éxito al
-lo, sondeo. Pero utilizar los sondeos en estudios científicos nos parece poco serio.
ro Sobre todo cuando los sociólogos tenemos evidencia de los factores de distor-
a sión que conforman, entre otros, la imagen del encuestador, la forma de las pre-
«es- guntas, y la situación en el tiempo y en el espacio. Contra este exceso argumen-
tamos nuestra demanda por más y mejores estadísticas y, sobre todo, por una
más rápida disponibilidad de las mismas.
•¡es
ala El segundo exceso, lo conforma la utilización de términos cargados ideo-
:ca. lógicamente. Éste es un exceso que padecemos particularmente los que nos atre-
rajo vemos a escribir sobre realidades cambiantes, y por tanto sobre interpretaciones
i- no exentas del peligro de contagiarse del deseo de influir la realidad venidera
e para que ella sea más propicia al interés del que la describe. En Sociología de la
-re Familia, como en Demografía, y en general cuando el científico se atreve a asu-
i- mir valoraciones éticas sobre temas controvertidos, como la promiscuidad o el
ro aborto, la ideologización de los términos debe rechazarse. La lamentable carga
ideológica es particularmente notable cuando nos referimos a las tipologías a las
que ya antes hemos manifestado nuestra antipatía. Así, opinamos que deben re-
i
chazarse ciertas descripciones conceptuales como «familia tradicional», cuando
)
utilizamos el tipo para oponerlo a «familia moderna». Nuestro punto de vista es
i
-
que los sociólogos hemos de ponernos de acuerdo, en sana tradición weberiana,
sobre la utilización del lenguaje descriptivo para tratar de que sea lo más asép-
tico posible y evitar, de paso, argumentos inútiles sobre la conveniencia o no de
designar a cierto tipo de familia con el calificativo de «monoparental», «rota»,
«incompleta», o «nueva».
El tercer exceso sobre el que queremos posicionarnos, deviene de la exce-
siva dependencia que la Sociología tuvo en sus inicios de las investigaciones de
antropología cultural comparada, tan de moda en el período entre guerras en los
ambientes intelectuales norteamericanos. Esta dependencia ha hecho parecer
sencilla una investigación tremendamente difícil y para la que poca gente está
comprensiva y científicamente preparada. Nos referimos a la sociología históri-
ca de la familia. Para nosotros, este tipo de investigaciones tienen, cuando se ha-
cen bien, un carácter instrumental, pero no explicativo en el sentido de que no
somos de la opinión de que para saber qué pasa y por qué pasan las cosas sea ne-
cesario saber qué pasaba y por qué pasaban las cosas. Si las dos primeras pre-
guntas son difíciles, las dos segundas son todavía mucho más complejas. Por
otra parte, demasiados estudios sociológicos han encontrado dificultades para
escapar de determinismos históricos débilmente construidos. Aquí, la Antropo-
logía y la Sociología deben de reconocer su mutua independencia. Por otro lado,
la misma historia de la Sociología de la Familia nos ha mostrado este exceso
con claridad.
Baste recordar dos ejemplos relativamente próximos. Desde Burgess y Og-
burn, sin duda los creadores de la Sociología de la Familia como subdisciplina
72 SOCIEDAD Y RELACIONES INTEKPERSONALES

académicamente reconocida, se aceptaba como dado que la industrialización ha-


bía producido el proceso mediante el cual se aisla y se conforma la familia nu-
clear a partir de la familia extensa. Los estudios de Laslett (1965) han mostra-
do, sin embargo y a satisfacción de todos, que la familia nuclear tenía carácter
preindustrial. Otro caso es el de Goody (1983), quien sugiere que las necesida-
des de acumulación de propiedad por parte de la Iglesia en los albores de la
Edad Media son las que regulan la transmisión de propiedad a través del matri-
monio monógamo, canónico y libre (si lo comparamos con otras culturas como
las orientales). Esta opinión, hasta hace poco ampliamente aceptada, está ahora
contestada por la misma historia canónica. Sobre las necesidades de entender la
antropología cultural de los así llamados pueblos primitivos contemporáneos,
para explicar la familia y la relación de roles sexuales en el mundo occidental,
como afirma cierta literatura sobre Sociología de la Familia, nos pronunciamos
defendiendo el sentido intuitivo de tales conexiones pero rechazando su carác-
ter científico, sencillamente por no estar probado. Ciertamente, la dependencia
originaria de los estudios sobre familia, en el marco de las ciencia sociales, de
los condicionamientos históricos y la tendencia a explicar el presente a partir del
pasado, ha producido interpretaciones no siempre acertadas desde el punto de
vista estrictamente sociológico.
La Sociología de la Familia debe de superar estos excesos para aportar
nuevas luces a viejos interrogantes. La sociedad humana todavía no tiene, a la
postre, una explicación satisfactoria a esa gran cuestión que tantos se han
planteado antes de nosotros sobre la razón por la que una generación hace tan-
tos sacrificios para que salga adelante la siguiente. Tampoco tenemos una ra-
zón universal sobre por qué se casa la gente. No sabemos, por otro lado, cómo
es que la familia, en el sentido de que depende dónde nazca uno, es el ámbito
donde el privilegio y la desigualdad son legítimos y aceptados. Sólo estos in-
terrogantes justifican por sí mismos el hecho de comenzar haciendo sociolo-
gía en este manual con un tema sobre la familia. El marco de las relaciones in-
terpersonales es el que más ha estado sujeto a cambio en los últimos cuarenta
años.
Vamos a tratar con este tema de avanzar un poco en el conocimiento de to-
das estas cuestiones, intentando evitar, al mismo tiempo, los problemas que
otros han encontrado en su camino para dar una acertada explicación de la rea-
lidad que tenemos delante. Para ello vamos a establecer nuestro punto de parti-
da de manera que sea claro a todos desde dónde vamos a examinar la realidad
familiar. Para nosotros, ese punto de observación se asienta sobre tres sostenes.
El primero es la comprobación de que la sociedad cambia, que no es algo está-
tico, y que, por el contrario, es natural a su misma condición la dinámica inter-
na. Sobre si esa dinámica tiene una proyección externa traducida en progreso o
decadencia, no nos pronunciamos. El segundo es que la sociedad es algo más
que la suma de sus miembros y, por tanto, las agrupaciones humanas son tam-
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA

bien tradiciones, entornos y contextos. Esto tendrá importancia cuando hable-


mos de soberanías sociales. Y el tercero es que lo que buscamos es comprender
y no proponer. Las valoraciones que hagamos han de entenderse, pues, a la luz
de esta afirmación, que nos parece que entronca con la sociología comprensiva
del maestro Max Weber.

2. EL CONTEXTO TEMPORAL: LAS VISIONES DE LA FAMILIA

La Sociología abarca una gran cantidad de temas, algunos de los cuales son
ahora tratados más propiamente por otras subdisciplinas sociológicas de conso-
lidación más reciente. No debemos olvidar, como ya hemos apuntado, que la
consideración de la familia, como objeto propio de estudio de la Sociología, es
tan antigua como la Sociología misma, mientras que sólo hace unos años que se
han incorporado como subdisciplinas sociológicas reconocidas los estudios de
género, de organizaciones, o de sociedad civil y movimientos sociales entre
otros. De todas formas, aún y cuando nosotros nos vamos a ceñir a lo que con-
sideramos propio y peculiar de la Sociología de la Familia, haremos referencia
a asuntos que son también tratados por estas y otras subdisciplinas. De entre es-
tos temas hemos de mencionar: la elaboración y delimitación de los roles sexua-
les, la división del trabajo, la conformación de los grupos hegemónicos, el cam-
bio social, el proceso de socialización, las políticas sociales y los estudios sobre
discriminación, desviación y reparto de poder.
A pesar de que nos esforcemos en marcar una clara distinción entre la pers-
pectiva sociológica y la que utilizan otras disciplinas, como la Antropología, en
el estudio de la familia, no podemos menos que considerar el paso del tiempo,
en la medida en que las culturas se conforman con él, para situar la familia en su
contexto adecuado de estudio. Los antropólogos han dado diversas explicacio-
nes sobre el origen de la familia. Tres parecen ser las más repetidas y aceptadas:
para unos, el origen de la familia estaría en la prohibición del incesto; para
otros, en la localización de la residencia y en el acuerdo sobre la transmisión de
propiedad; y para otros más, en el reconocimiento de la paternidad en el tránsi-
to desde una sociedad matriarcal a otra patriarcal. A nosotros no nos interesan
estas explicaciones, en el sentido de que no consideramos que establecer el ori-
gen de la familia sea pertinente a los requisitos científicos de nuestra disciplina.
Es más, como después veremos, pensamos que esta necesidad que algunos ven
de establecer los orígenes históricos, es sólo un condicionamiento teórico de
una visión particular de la familia.
Pero antes de seguir adelante, y para no retrasar más la cuestión, vamos a
proponer una clarificación de conceptos. Los términos que utilizamos en Socio-
logía de la Familia raramente son inocentes. Nosotros hemos optado, ya que uti-
lizamos como fuente metodológica principal la interpretación estadística, por
74 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPEKSONALES

utilizar los conceptos estadísticos con las reservas a que antes nos hemos refe-
rido, y sabiendo que en distintos lugares de Europa, a pesar de los grandes es-
fuerzos llevados a cabo por la Oficina Estadística de la Unión Europea, estos
conceptos se refieren a realidades diversas y se definen de distinta forma. Utili-
zando como últimas las matizaciones aparecidas en el número 11, de diciembre
de 1995, de Fuentes Estadísticas, la publicación del INE, convenimos en enten-
der así los siguientes términos:
Hogar, una unidad de corresidentes que no necesariamente mantienen en-
tre sí lazos de parentesco.
Parentesco: red de relaciones que se derivan de la filiación y el matrimo-
nio.
Familia: unidades de convivientes enlazados por vínculos de parentesco,
que pueden ser de consanguinidad o de afinidad, sin importar en qué grado, o
también la adopción.
Núcleo familiar: una unidad conyugal familiar que incluye habitualmente
al marido y a la esposa y los hijos no casados que residen con ellos.
Vamos ahora a iniciar nuestra labor de disección hablando de las visiones
de la familia. Según y cómo entendamos la relación tiempo-familia podemos se-
parar tres visiones dominantes: la evolucionista, la del ciclo vital humano y la
del ciclo vital de la familia.
La visión evolucionista de la familia tiene raíz antropológica; es una vi-
sión que podíamos llamar mayoritaria si consideramos el número de adscrip-
ciones históricas, aunque, al ser la más antigua, no puede decirse precisamen-
te que sea hoy la dominante. Su principal valedor ha sido el antropólogo
francés C. Lévi-Strauss.

Formas Familia Desaparición


comunitarias industrial
múltiples

tiempo
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA

Como representamos en el esquema, para el evolucionismo, la familia es


un entorno relacional condicionado culturalmente, que en una sociedad con al-
tas cotas de progreso vería mermadas muchas de sus razones de justificación.
En una sociedad poco estructurada y primitiva, como la representada en el mo-
mento histórico A, la familia extensa de fuertes vínculos comunales sería el ám-
bito propio de socialización: la forma a través de la cual los individuos adquie-
ren su condición social y se adscriben a una comunidad más amplia. Esta
situación se da en zonas rurales preindustriales. El progreso se entiende aquí
como un avance lineal a través del tiempo en el que el desarrollo juega la baza
principal. La industrialización y la consiguiente urbanización constituirían un
salto cualitativo de importancia que conformaría, a su vez, una familia nueva
centrada en torno al núcleo familiar y al habitáculo urbano. La familia industrial
tendría unos vínculos comunales diversos y habría cedido muchos de los meca-
nismos de socialización que antes ostentaba el Estado y otras instituciones es-
tructuradas. Por último, en el momento histórico C, el progreso social asentado
en la suficiencia conseguida por el desarrollo tecnológico, depararía nuevos mo-
delos de relación íntima que no siempre podríamos estereotipar como familia-
res. La socialización familiar no sería ya universal y estrictamente necesaria y,
por otro lado, la gran mayoría de las funciones familiares podrían estar desem-
peñadas por otras instancias más o menos institucionalizadas. La proliferación
de las así llamadas familias alternativas daría paso a la superación de la estruc-
tura familiar. Este es el marco en el que se mueven hoy Anthony Giddens y
otros destacados sociólogos posmodernos.
La visión del ciclo vital humano no tiene como marco de referencia el
tiempo histórico sino el tiempo vital. El protagonista ya no es el progreso sino
el individuo y en lo que nos fijamos es en lo que le pasa al sujeto individual des-
de que nace hasta que muere. Se observa que a lo largo de todo este período de
tiempo, que oscila entre una media de 45 años en los países más pobres y de 75
años en los países más ricos, los sujetos individuales pasan por situaciones fa-
miliares diversas.

Diversas formas de familia

tiempo
nacimiento muerte

Como representamos en el esquema, nos fijamos en las distintas formas de


adscripción familiar por las que pasamos en las diferentes edades. La tarea del
investigador, sobre todo si deseamos establecer pautas comparativas transcultu-
rales, es elaborar modelos de ciclos vitales a través de los cuales podemos se-
76 SOCIEDAD Y RELACIONES 1NTERPERSONALES

cuenciar la emancipación, la formalización de relaciones íntimas, la venida de


la prole y su cadencia, la incorporación a hogares múltiples (donde hay otro nú-
cleo familiar), etc.
Esta visión es muy propia de contextos culturales donde se ha certificado
la autonomía del sujeto individual. Aquí la familia y sus peculiaridades son fru-
to de elección pública, entendida ésta como suma de elecciones privadas. Ni qué
decir tiene que esta visión está muy relacionada, como lo está gran parte de la
sociología contemporánea, con los criterios de racionalidad que ha hecho domi-
nantes la economía estándar o neoclásica y que conforman la justificación aca-
démica, a través del individualismo metodológico, del vigente sistema de pro-
ducción y consumo.
Aquí situaríamos a Gary Becker para quien los ciclos vitales están lógica-
mente explicados a partir de los criterios de amortización y monetarización de
las elecciones privadas. Así, Becker (cf. 1981) sugiere una teoría del matrimo-
nio basada en el cálculo racional de la maximización del valor de las comodida-
des esperadas (monetarias y no monetarias), de manera que cuando cambian las
circunstancias y se altera la utilidad prevista, la racionalidad implicaría el divor-
cio, tener un hijo, no tenerlo, etc.
Por último, nuestra tercera visión, la visión del ciclo vital de la familia, uti-
liza como marco de referencia la permanencia de la institución familiar a través
de diferentes culturas. A diferencia de lo que vimos en las otras visiones, aquí
el centro de atención no es el progreso, ni el sujeto individual, sino la familia
misma.

Culturas: diversos marcos en la relación de lo público y lo privado (A, B, C,...)

Familia: continuidad en el tiempo a través de culturas

Esta visión remarca que lo que las culturas o la historia condicionan son los
cambios en la consideración, valoración y equilibrio entre los ámbitos públicos
y privados, entendiendo la relación familiar como relación privada. Este último
aspecto es importante ya que, a diferencia de la visión del ciclo vital del indivi-
duo, aquí, la discrecionalidad no es patrimonio exclusivo del sujeto individual.
La visión del ciclo vital familiar hace a los sujetos colectivos sujetos de dere-
cho; esto es, sujetos soberanos. Aunque de esto hablaremos más adelante, cabe
calificar por ello a esta visión como visión comunitarista en el sentido en que
utilizan el término Amitai Etzioni y otros sociólogos norteamericanos. La reía-

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SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 77

ción y las formas de separación entre lo privado (familiar) y lo público (extra fa-
miliar) constituirían las diversidades culturales que en ningún caso, y en la me-
dida en que están definidas basándose en este equilibrio biunívoco entre lo pri-
vado y lo público, podrían anular ninguno de los dos ámbitos.
Si en la visión evolucionista la familia era una forma de relación social his-
tóricamente condicionada y, hasta cierto punto y en el extremo, también coyun-
tura!, y en ¡a segunda visión la familia era el resultado de la discrecionalidad in-
dividual, aquí, la familia, en medio de sus variantes culturales, es el aglutinante
social básico. Visto así, esta visión sería patrimonio de dos escuelas de pensa-
miento principales: la escuela cristiana de la «sociedad nueva» defendida por
Juan Pablo II, y el socialcomunitarismo de Etzioni y algunos socioeconomistas
(cf. Pérez Adán, 1986 a y b).

3. FUNCIONES Y DISFUNCIONES DE LA FAMILIA

En las sociedades occidentales, entre 1960 y 1985, se ha apreciado uno de


los procesos de cambio social más importantes jamás observados por lo que se
refiere a los estilos de vida. Ese proceso de cambio ha afectado fundamental-
mente a pautas de comportamiento familiar. A través del cambio familiar se ha
cambiado la sociedad entera.
Esto ha sido así porque la familia es la única institución social donde siem-
pre se tiene algún rol que, a su vez, influye en el desarrollo de las actividades
que el que ejercita ese rol desempeña en cualquier otro tipo de organización fue-
ra de la estructura familiar. Por eso, para dos autores clave, Parsons y Levy, la
familia constituye el conformante esencial de la sociedad. Para Talcott Parsons
ello se debe a la funcionalidad familiar, que es, sin duda, la más importante fun-
cionalidad social. Esta importancia de la familia se manifiesta en el ejercicio de
las funciones de latencia con respecto a la sociedad más amplia, como son el
mantenimiento de pautas y el manejo de tensiones, y de las funciones manifies-
tas que conforman, principalmente, el proceso de socialización a través del cual
los individuos adquieren la cultura de su sociedad.
Para Marión Levy, por otro lado, la familia, además de ser el único requi-
sito o supuesto estructural de la sociedad tal y como la conocemos en la histo-
ria, es su unidad económica principal. Además, la familia es el marco de la vida
afectiva necesaria para el sujeto individual, y constituye también un balance in-
dispensable mediante el ejercicio del control descentralizado a la centralización
pública. Para Levy, como para Parsons, la familia es un condicionante social
irrenunciable desde el punto de vista de la justificación fáctica de la misma so-
ciedad: las condiciones de operatividad de la sociedad como tal no podrían dar-
se sin la familia. Entendida así la familia, podemos comprender que los cambios
operados en ella hayan tenido tanta repercusión.
SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

Para explicar el proceso de cambio social que ha tenido lugar desde la fa-
milia, muchos autores han recurrido a la configuración de tipologías. Así, Mar-
tín López (1992) nos habla de familias armónicas, represivas, permisivas y caó-
ticas. Salustiano del Campo (1991) contrasta la familia democrática a la familia
del anterior régimen, y recoge la tipología de L. Roussel sobre los modelos ma-
trimoniales: tradicional, alianza, fusión y asociación. Nosotros, sin embargo, en
parte por las razones ya apuntadas anteriormente, y también porque nos parece
más didáctico, preferimos ilustrar la magnitud de los cambios acaecidos, no a
partir de los tipos sino dentro del contexto de la explicación de la funcionalida-
des y disfuncionalidades familiares modernas.
Por funciones de la familia entendemos las misiones reales efectuadas por
la familia y que tienen repercusión social percibida como positiva. Estas funcio-
nes son descargadas por la familia del peso o débito colectivo y suponen un aho-
rro social considerable. Una familia funciona cuando ejerce sus funciones.

FUNCIONES

EQUIDAD GENERACIONAL
TRANSMISIÓN CULTURAL
SOCIALIZACIÓN
CONTROL SOCIAL

Cuatro son las funciones básicas. La equidad generacional supone la soli-


daridad diacrónica e implica el juego de afectos, cuidados y equilibrios entre ac-
tividad laboral, servicio e inactividad forzosa, que intercambian entre sí los
miembros de una familia. La equidad generacional, como todas las funciones
familiares, se ejercita en el ámbito privado y tiene una trascendencia y repercu-
sión próxima en el ámbito público. La transmisión cultural implica aprendizaje
que incluye, no sólo la lengua, sino también la higiene, las costumbres y la ad-
quisición de las formas de relación legitimadas socialmente. La socialización
proporciona los mecanismos de pertenencia al grupo social más amplio e impli-
ca una educación afectiva en la que intervienen también aspectos religiosos y la
participación en los ritos civiles. Por último, el control social supone un cierto
compromiso para evitar la proliferación de conductas socialmente desviadas.
El conjunto de estas funciones hacen de la familia un tesoro social, en el
sentido de que una familia que funciona constituye un ámbito de bienestar que
«funciona» ad intra y ad extra. Por ello, como después veremos, la familia pue-
de desempeñar una tarea como estructura de mediación entre conflictos surgi-
dos y generados en los ámbitos públicos. La familia, sin embargo, puede tam-
bién conformar un ámbito de malestar en dos sentidos: en la medida en que, por
cualquier causa, se ve impedida para realizar sus funciones, y en la medida en
que se ve afectada por disfunciones estructurales propias de la relación familiar.
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 79

Por disfunciones estructurales familiares entendemos las situaciones fami-


liares que por su propia configuración estereotipada generan resultados sociales
percibidos como negativos. En este sentido, las disfunciones familiares pueden
derivar en disfunciones sociales, de la misma forma que las carencias funciona-
les, cuando se producen, producen malestar social.

DISFUNCIONES

PATOLOGÍAS FAMILIARES
DISCAPACIDADES FAMILIARES
DESEQUILIBRIOS FAMILIARES

Tres son las principales disfunciones familiares. Por patologías familiares


entendemos la generación de comportamientos desviados en el ámbito familar
privado, y que podíamos resumir en la constatación de abusos, en muchos casos
legalmente punibles, aunque no en todos los países. Por discapacidad familiar
entendemos el núcleo familiar al que le falta un miembro y, específicamente, a
la así llamada familia monoparental. Por desequilibrio familiar entendemos la
falta de armonía en el reparto de poder en el ámbito privado, que, cuando se da.
mayoritariamente se manifiesta en el ejercicio del poder hegemónico por parte
del varón.
Las disfunciones familiares no siempre producen disfunciones sociales
aunque sí hemos de constatar la mayor dificultad que tiene una familia disfun-
cional para ejercer las funciones familiares. Es, ahora, el momento de hablar de
las disfunciones sociales de causa familar que son el indicador más claro del
cambio social producido en el mundo occidental a partir de 1960.

Disfunciones sociales Perjudicados y víctimas


Deuda filial Gente mayor
Monoparentalismo Niños
Divorcio . . ... Hijos mujer
Emancipación tardía Padres
Aislamiento familiar Sociedad
Incompatibilidad Esposos

Los indicadores de disfuncionalidad social que reflejamos en el esquema


anterior están al alcance del investigador a través de los servicios de informa-
ción de los institutos estadísticos oficiales. Gracias al desarrollo y a la velocidad
de las comunicaciones, cualquier estadística impresa en libro ya está vieja al lle-
gar al lector, que puede disponer de estadísticas más al día con sólo apretar una
so SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

tecla de su ordenador conectado a la red. Por ello, en este trabajo, tanto aquí
pero más particularmente en la parte de población, intentamos transcribir el mí-
nimo número posible de elaboraciones estadísticas, A pesar de que, como ya he-
mos indicado, sea nuestro instrumento metodológico más relevante. Con todo,
vamos a tratar de reflejar la naturaleza de los cambios producidos.
Quizá las cifras más ilustradoras sean las que proporcionan las estadísticas
de divorcio. Los países con un mayor porcentaje de divorcios en el mundo son
los de la extinta Unión Soviética y los EE.UU. En este último país, de 1960 a
1985, el divorcio casi cuadriplicó su porcentaje. Hoy, en los EE.UU., se divor-
cian aproximadamente el 50% de los que se casan. En Europa, la cifra más alta
la da el Reino Unido con 1/3 de divorcios entre los que se casan, y la más baja,
los países mediterráneos. En España se divorcian un 10% de los que se casan
pero el ritmo de crecimiento es de los mayores de Europa. Estas cifras, en sí, no
constituyen un problema social. Hemos de fijarnos en las víctimas para ver la
magnitud del problema. Curiosamente, la Sociología de la Familia ha tratado
muchas veces a los niños como sujetos pasivos; así ocurre también con los son-
deos. En el caso del divorcio, sin embargo, los niños, además de la situación de
la mujer, conforman el problema social que causa la mayor disfuncionalidad.
Cada año, 10 millones de niños ven divorciarse a sus padres en los EE.UU.
En la comunidad de raza negra el problema es particularmente grave, ya que 3/5
de los hogares están habitados por familias monoparentales. Con datos de 1994,
el Progressive Policy Institute elaboró un informe en el que además de mostrar
que el status social y económico del padre aumentaba mientras que el de la ma-
dre y los hijos disminuía tras el divorcio, argumentaba que la variable condicio-
nante en el auge de la criminalidad juvenil en los EE.UU. en los últimos años no
era el factor racial, ni siquiera la pobreza, sino el condicionante de monoparen-
talidad familiar. Mientras que en 1960 el 81% de los niños norteamericanos vi-
vían con su padre y madre biológicos, en 1991 el porcentaje era del 50%.
En Europa se constata un proceso de uniformalización, pero persisten dife-
rencias notables. En 1980, el 9% de los nacidos en los países de lo que ahora es
la Unión Europea venían al mundo fuera del matrimonio, en 1992 el porcentaje
era del 20% y en un país, Dinamarca, del 50%. Las estadísticas familiares espa-
ñolas daban para 1994 un porcentaje de monoparentalidad del 8% de los hoga-
res, con un 64% de hogares ocupados por familias nucleares.
Los cambios sociales que estas cifras dejan entrever son muy notables. So-
bre todo porque, en cada una de las disfunciones sociales apuntadas en el cua-
dro anterior, se ha constatado un aumento porcentual en el número de personas
afectadas, y porque las proyecciones apuntan a que el ritmo de crecimiento dis-
funcional va a mantenerse. Esto se certifica para el conjunto del mundo occi-
dental y también para España.
Globalmente hablando, las pautas occidentales de comportamiento priva-
do van extendiéndose. En nuestra opinión, esto ocurre en la medida en que el
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 81

sistema de producción y consumo modelado en Occidente se asienta y consoli-


da en el resto del mundo. De todas formas, siempre se dan peculiaridades loca-
lizadas en entornos culturales definidos. En estas peculiaridades desempeña un
papel importante la religión. Aunque no debemos confundir la religión profesa-
da con la culturalmente implantada. Así, por ejemplo, en el caso del divorcio, la
variable católica no representa ninguna diferenciación en los EE.UU., donde los
católicos se divorcian en la misma proporción que la media del país, y mucho
más que los judíos o los mormones; sin embargo, en Europa, los así llamados
países católicos tienen porcentajes de divorcio inferiores a la media continental.
En cualquier caso y sin lugar a dudas, podemos hablar de una percepción
del cambio estructural en las sociedades contemporáneas a partir de 1960, según
las tendencias globales y locales que se apuntan en el cuadro siguiente.

LA PERCEPCIÓN DEL CAMBIO

TENDENCIAS GLOBALES;
1. Retraso del matrimonio
2. Aumento de la cohabitación
3. Aumento del n.° de nacidos fuera del matrimonio
4. Aumento del monoparentalismo
5. Aumento del n.° de divorcios

PROPIAMENTE EUROPEAS:
1. Reducción del n.° de personas en hogares privados
2. Aumento de habitáculos unipersonales
3. Aumento de la edad del primer matrimonio
4. Nuevos modelos familiares

Estas tendencias son constatables empíricamente mediante la consulta es-


tadística en aquellos lugares donde los datos son proporcionados por las instan-
cias públicas. Por lo que a España concierne, nos gustaría apuntar a modo de
ejemplo ilustrativo: la disminución del tamaño de la familia de 3,8 miembros en
1970 a 3,1 en 1990, el aumento en esos mismos años de la edad del primer ma-
trimonio de 23,9 años a 25,3, el aumento del período de espera para tener el pri-
mer hijo de 1,3 a 1,5 años, y el aumento de la cohabitación que en 1960 se daba
en el 1 % de los habitáculos y en 1980 en el 8%.
Todos estos cambios sociales producen un coste social. El viejo debate so-
bre las pensiones en nuestro país es tremendamente pertinente si consideramos
el debilitamiento que el aumento de la disfuncionalidad social de causa familiar
apunta para la familia como institución, y el consiguiente temor a la rebaja de la
deuda familiar que se puede repagar en el ámbito privado. El resultado es un in-
tento por apuntalar la seguridad sobre lo que podíamos llamar deuda pública
para con la tercera edad. Cómo puede conseguirse esa seguridad en un entorno
82 SOCIEDAD Y RELACIONES ÍNTEKPERSONALES

como el de la OCDE que en el año 2020 habrá doblado el número de los mayo-
res de 80 años no es un problema político de poca importancia.
Naturalmente, este y otros problemas sociales podrían prevenirse con el es-
tudio de las ventajas que supondrían un mayor reconocimiento del valor social
de la familia. Para ello creemos que es pertinente profundizar en la considera-
ción de la familia como estructura de mediación.

LA FAMILIA COMO ESTRUCTURA DE MEDIACIÓN

CONFLICTO 1
imposición

Género masculino *~ Genero femenino


general sociedad
Disfunción •
concreta mujer

CONFLICTO 2
imposición

Generación presente —^- Generación futura


general sociedad futura
Disfunción •
concreta familia con hijos

CONFLICTO 3
imposición

Ámbito público >- Ámbito privado


general sociedad
Disfunción <d concreta familia sin recursos

En el esquema precedente apuntamos los que a nuestro juicio son los tres
conflictos sociales dominantes en el mundo contemporáneo. El primero de es-
tos conflictos es el conflicto intergenérico. No se trata de un conflicto interse-
xual porque no debemos confundir sexo y género. Aquí nos referimos al géne-
ro, que es una adscripción cultural, eminentemente valorativa y que no está
biológicamente determinada. No nos movemos en un contexto biológico ni psi-
cológico sino sociológico. El género es el espacio en el que en la interacción
hombre-mujer se sitúan las relaciones de dominio y subordinación, las luchas
por la hegemonía y las pautas de resistencia. Por esto hay que decir también que
SOCIOLOGÍA DE LA FAMILIA 83

no todos los hombres ni todas las mujeres participan de esos valores y que los
valores que podemos tipificar como masculinos son dominantes hoy tanto en
hombres como en mujeres.
De esta dualidad genérica tenemos noticias desde el año 4000 a.C. con los
principios Yang (masculino) y Ying (femenino) en la tradición confucionista
oriental. Cari Jung, ya en nuestra época, incorporó esta distinción en la psicolo-
gía moderna. Pero podemos citar otras muchas fuentes. Así, Lewis Hyde, Virgi-
nia Held, y en nuestro país, Lourdes Beneria entre otros autores, nos proponen
la diferenciación entre economías de servicio (de donación) de las que la econo-
mía doméstica es modelo, y la economía mercantil basada en el cambio contrac-
tual que viene caracterizada por su adscripción a la masculinidad. Caroline Mer-
chant, por otra parte, distingue entre los principios de actividad, característica
del género masculino, y de la pasividad (femenino), que imbuyen respectiva-
mente una racionalidad científica y una racionalidad intuitiva, de los afectos y
el sentimiento. De una manera o de otra esta distinción está presente en la obra
de Rousseau, Voltaire, Hegel y Shopenhauer, y también se puede ver en un aná-
lisis histórico, como ha hecho entre nosotros Blanca Castilla, al distinguir el
principio de razón (activo) que se da en Aristóteles y que caracteriza al varón,
del principio de naturaleza (pasivo) que podemos observar en el pensamiento
medieval y que caracteriza la feminidad. Una aportación parecida la encontra-
mos en los escritos de Mariló Vigil, Elizabeth Badinter, Regine Pernaud y Ge-
nevieve Fraisse al señalar la discontinuidad existente entre los valores premo-
dernos típicos del Renacimiento que defienden la igualdad entre los sexos y los
valores modernos que trae la modernidad que se basan en la preponderancia de
lo masculino y la esclavitud de lo femenino. Por último, cabe señalar a Carol
Gilligan que distingue dos conceptos de moralidad, uno típicamente masculino
y otro típicamente femenino. Mientras que la moral masculina se funda en los
derechos, la moral femenina se basa en las responsabilidades. Gilligan opina
que mientras que el varón soluciona mayoritariamente los conflictos de dere-
chos por distinción, piensa categóricamente, ve el daño en la agresión y la rea-
lización en los logros personales, la mujer soluciona mayoritariamente los con-
flictos de responsabilidades por la integración, piensa contextualmente, ve el
daño en la falta de respuesta y el logro en las relaciones, el cuidado y la respon-
sabilidad.
Por nuestra parte, creemos que esta dualidad genérica la podemos repre-
sentar en 5 relaciones de oposición que presentamos como conformantes de los
valores genéricamente masculinos y femeninos. A la masculinidad pertenece-
rían la competitividad, iniciativa, afán de logro o beneficio, autonomía y reali-
zación pública. A la feminidad, la comprensión, complementariedad, espíritu de
servicio, dependencia y realización privada. Las tres primeras (competitividad
frente a comprensión, iniciativa frente a complementariedad y lucro frente a ser-
vicio) pertenecen al entorno económico y las dos segundas (fuera-dentro del ho-
gar y autonomía frente a dependencia) al entorno afectivo.
84 SOCIEDAD Y RELACIONES ¡NTERPERSONALES

Pues bien, el conflicto intergenérico representa la imposición o dominación


de los valores masculinos sobre los femeninos en la medida en que la masculi-
nidad está asumida culturalmente como algo superior. Este conflicto produce
una disfunción social que se manifiesta también en los sujetos individuales
como desequilibrio manifiesto en la incapacidad del varón para feminizarse ge-
néricamente hablando. A la postre, la sociedad sale perjudicada en la medida en
que se denuncia su carácter machista, y la mujer se convierte muchas veces en
víctima de una pelea libre al verse obligada a «competir» con el varón en su te-
rreno más propicio.
En este conflicto la familia actúa como estructura de mediación de manera
efectiva y real. Si no se ha producido todavía una grave e insostenible descom-
pensación social es porque la familia ejerce un positivo efecto colchón compen-
sando, en casos cada vez más numerosos, en los ámbitos privados los conflictos
intergenéricos públicos. Casi siempre esta compensación ha tenido como prota-
gonista activo a la mujer que multiplica su trabajo manteniendo un difícil equi-
librio entre la dedicación a la esfera pública con la socialmente infravalorada ta-
rea en la esfera privada. Lo cual, a su vez, denuncia la dominación masculina.
El segundo conflicto apuntado en el esquema anterior es el conflicto eco-
lógico. Se trata de un conflicto de carácter intergeneracional. Este conflicto des-
cribe, quizá, una de las más graves injusticias contemporáneas mediante la cual
se perpetra un sistemático expolio de la riqueza natural, patrimonio de todas las
generaciones, por parte de la generación presente. La degradación del medio
ambiente manifestado en las amenazas para el mantenimiento de la vida futura
que causan los actuales modos de vida constituyen realmente un atentado con-
tra las futuras generaciones. Abundan los problemas sin resolver que se agigan-
tan por la inercia de la continuidad: el uso y deshecho de materiales no recicla-
bles, el almacenaje de restos radiactivos con vida media de cientos de miles de
años, la proliferación nuclear, la destrucción de selvas o acuíferos, etc. Efecti-
vamente, se puede decir hoy que la naturaleza ha dejado de ser un testigo mudo
del paso del hombre por la historia, para constituirse en propiedad exclusiva de
unos pocos que disponen de ella a su antojo.
Es cierto que estamos robando a nuestros más jóvenes, y a los que todavía
no son, un tesoro que había sido preservado e incrementado para ellos por las
generaciones pretéritas. En el recurso, por ejemplo, del subterfugio del «riesgo
asumible» se amparan los que, como después veremos en el último capítulo, tra-
tan de trasladar a las generaciones venideras la solución a los problemas medio-
ambientales de efectos diferidos, como es el caso del almacenaje de residuos ra-
diactivos durante cientos de miles de años. En esto se manifiesta el dominio y la
imposición de la generación adulta sobre la siguiente. Por ello este conflicto ge-
nera no sólo una víctima colectiva en la sociedad futura, sino también una vícti-
ma específica en la familia con hijos. Y esto por dos razones. Una, por comisión
de una falta que perjudica a los más jóvenes y que, lógicamente, amenaza a toda
SOCIOLOGÍA DE LA FAMILIA 85

la familia, y otra, por omisión del reconocimiento debido a la labor de media-


ción efectuada por la familia con hijos en la tarea de suavizar el conflicto; una
labor costosa e impagada.
Ciertamente, el efecto colchón es puesto ahora por ese vehículo o moneda
de intercambio que en la relación paterno-filial podemos llamar reciprocidad so-
cial (el término «amor» no consideramos que está todavía suficientemente ma-
tizado en la literatura científica). Así, la reciprocidad social entre padres e hijos
que se vive en el ámbito privado palia la disfunción pública que causa el dete-
rioro medioambiental entre una generación y la siguiente, aunque no soluciona
el conflicto.
El tercer conflicto es el conflicto de poder entre los ámbitos público y pri-
vado. Aunque de ello hablaremos más propiamente en el último punto de esta
parte del texto, el conflicto de poderes denuncia la asunción por parte de los po-
deres públicos de la capacidad de discrecionalidad propia de la familia para
ejercer sus funciones. Esto quiere decir que, en una sociedad superestructurada
como la nuestra, la familia no puede practicar la solidaridad generacional y la
equidad sólo a través de la esfera privada porque generalmente le faltan recur-
sos y capacidad (poder) de decisión en asuntos que muchas instancias guberna-
mentales consideran de su exclusiva competencia. En la praxis, este conflicto
resulta, cuando la familia efectúa su labor de mediación, en la heroicidad. Y así
vemos familias estirando al máximo sus posibilidades para poder mantener un
mínimo de dignidad equitativa en el cuidado de los más viejos o de los más jó-
venes. Naturalmente, esto causa un gran perjuicio social que de forma concreta
perjudica más a las familias pobres con menos recursos para practicar la solida-
ridad entre sus miembros.
Vista la naturaleza de estos tres conflictos, podemos afirmar que la familia
es la principal estructura de mediación que puede hacer frente a las disfunciones
sociales que apuntan los cambios en los comportamientos privados detectados a
partir de 1960 y generados globalmente en la década de los 80.

4. Los ROLES FAMILIARES: UNA FAMILIA PARA LA SOSTENIBILIDAD SOCIAL

Como nos movemos dentro de la metodología y objetivos propios de la So-


ciología, consideramos que es provechoso comenzar este punto repasando qué
entendemos por rol y status. Rol es el papel que la persona desempeña en la so-
ciedad, su función propia, que puede referirse a su profesión y ocupación y tam-
bién a sus efectos. Así, existe un rol de padre y de madre, un rol de ama de casa,
un rol destructivo o constructivo socialmente hablando, etc. Por status entende-
mos el nivel social que ocupamos y que generalmente nos adjudican los demás,
muchas veces vendrá en función del rol que desempeñamos aunque también
pueden intervenir factores hereditarios (aristocracia, jet) o coyunturales. Así,
86 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

existe un status de ministro, de ama de casa, de pordiosero, etc. La pregunta es-


pecíficamente relevante para el tema que estamos estudiando consiste en saber
si el rol o los roles sociales usualmente desempeñados por el varón le proporcio-
nan a éste un status superior con respecto a la mujer.
Ya apuntamos que la socialización era una de las funciones de la familia.
En este proceso la familia desempeña una misión fundamental que es ejercida a
través de ciertos mecanismos. Estos, como veremos a continuación, reproducen
las diferencias de status entre la mujer y el varón. A través de las costumbres fa-
miliares como los horarios, las tareas higiénicas y el cuidado del cuerpo, las re-
laciones sociales e incluso la cultura gastronómica propia, la dicotomía en sta-
tus entre la mujer y el varón se acentúa, por ejemplo mediante la acumulación
de presiones para favorecer ciertas razones estéticas en la mujer, la diferente
apreciación que a veces se tiene entre el joven y la joven sobre la libertad de ho-
rarios, o la mayor facilidad que a veces se da al joven para saltarse reglas de
comportamiento social, también mediante el uso del lenguaje.
La división de tareas en la familia es quizá el mecanismo que más clara-
mente denuncia las diferencias de status, sobre todo en lo que se refiere a la dis-
tinción de campos de operación en los trabajos de limpieza y cocina, los arre-
glos domésticos y las tareas de representación. A través de los juegos y
actividades lúdicas se transmiten también ciertas apreciaciones valorativas con-
sagradas y epitomizadas en la diferenciación entre muñecas y pistolas, así como
en recomendaciones para los diferentes juegos y deportes. Por otra parte, las re-
laciones de poder en la familia, sobre todo por lo que se refiere al uso de la dis-
ciplina coactiva, a quién tiene la última palabra, también evidencian las diferen-
tes relaciones de poder que luego se reproducirán en la sociedad.
Por último, en lo que se refiere a la exigencia en los estudios y a la proyec-
ción y aspiraciones sociales, el hecho de que en las carreras con más poder im-
plícito como las ingenierías predominen los chicos sobre las chicas evidencia la
existencia de unos criterios valorativos en los que la categoría poder, aneja al
status, se ve fijada también mayoritariamente en la condición masculina. En
este sentido contestamos afirmativamente a la pregunta que nos formulamos so-
bre si el proceso tradicional de socialización produce machismo. Ciertamente,
nuestra sociedad está asentada en torno a la construcción social del varón en el
sentido de que son las expectativas propias del status masculino las que hoy en
día están mayoritariamente representadas entre las posibilidades de elección do-
minanates que tienen las personas. Las ventajas de ser hombre para desenvol-
verse en ciertos ambientes son manifiestas.
Uno de esos ambientes es el del mercado laboral. El término «mujer traba-
jadora» es ciertamente equívoco pues a la evidencia de la carga de trabajo que la
mayoría de las mujeres desempeñan en el hogar se le ha superpuesto el fenóme-
no creciente de la participación de la mujer en el mercado laboral como asalaria-
da. A las personas que trabajan en el hogar, por contraposición, no se les incluye
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 87

a veces dentro del status social de trabajador. La razón está en que en una socie-
dad en la que el valor de las cosas viene dada por el precio, a aquellas personas
que trabajan fuera del sistema de intercambios monetarios no se las considera
económicamente activas y por tanto su trabajo, si se le puede llamar así, carece
de valor. Esto nos parece un despropósito que tiene consecuencias lejanas pues
muchas de las desigualdades que se producen en el mundo del empleo formal re-
munerado, por lo que se refiere a la presencia de la mujer en ciertos sectores pro-
fesionales y dentro de ellos en el acceso a puestos de dirección, tienen su origen
en una desvalorización del trabajo doméstico. El hecho de que el empleo remu-
nerado de la mujer muchas veces tenga que acomodarse a las exigencias de un
trabajo doméstico socialmente infravalorado hace que en muchos casos la mujer
vaya sobrecargada y no pueda tener las mismas expectativas que el hombre para
aceptar nuevas responsabilidades ya sea dentro o fuera del hogar.
Incluso en los lugares y situaciones personales donde se intenta adoptar
una política o estilo igualitario, el acceso de la mujer al empleo remunerado no
está acompañado de un paralelo acceso del hombre al trabajo doméstico y cuan-
do éste se realiza se hace de manera tremendamente selectiva. Así, en España,
aun en los casos donde se reconoce que esta incorporación se ha efectuado, hay
todavía tareas tabúes para el varón y que en el reparto siempre quedan para la
mujer como: lavar, planchar y hacer las camas, siendo el cuidado de la prole la
tarea más repartida.
No podemos menos, en este momento, que pronunciarnos sobre el hecho
de que las disfunciones sociales que comentábamos en el punto anterior, y que
tienen como causa la naturaleza de los cambios en la vida privada producidos en
los últimos años, convierten a la familia en sí misma en una disfunción social,
en el sentido de que la sociedad necesita una familia funcional activa que ahora
no tiene.
La denuncia que acabamos de hacer sobre la falta de equidad en el reparto
de poder dentro de la familia contemporánea, no viene sino a corroborar la nece-
sidad social de una familia operativa —funcional— que a partir de la nueva cul-
tura social, desempeñe el protagonismo que indudablemente está llamada a tener.
Para ello, ciertamente, la familia ha de sintonizar con los nuevos requerimientos,
empezando por llevar a cabo una redistribución de poderes que equilibren la fal-
ta de equidad en el reparto de los roles familiares entre la mujer y el varón.
Es importante para la salud social, término que, dicho sea de paso, nos pa-
rece más adecuado que el de «bienestar público» u otros conceptos economicis-
tas como «nivel de vida», que la familia reaccione ante el cambio producido
adecuando su estructura interna a los condicionantes que indudablemente impo-
ne una nueva cultura. La descripción de la situación, si recordamos la visión del
ciclo vital de la familia, es que al entrar en un nuevo cilindro cultural, la familia
debe de adecuarse para prestar su función. Esta adecuación, a nuestro juicio, re-
quiere profundizar en dos aspectos básicos.
SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

Por un lado, en la reformulación de los roles sexuales de manera que se con-


siga la paridad efectiva de poderes. Aunque de esto hablaremos en el siguiente
punto, tenemos que adecuar un nuevo reparto de poder en los ámbitos privados a
los nuevos repartos de poder en los ámbitos públicos que se están llevando
a cabo y que parece que pueden configurar los próximos escenarios de futuro.
Ciertamente, no podemos entender la familia como elemento de funcionalidad
social, de manera estática. La acepción cultural del trabajo de la mujer fuera de
casa debe ciertamente de traducirse en una reformulación cultural de la vida pri-
vada. De lo contrario, se produce la situación de desequilibrio en status y en car-
ga laboral que acabamos de exponer. Las estadísticas oficiales españolas daban
para 1981 un porcentaje del 23,3% para las así llamadas «mujeres activas» (con
trabajo remunerado fuera del hogar); el porcentaje en 1991 era del 30,3%.
Por otro lado, debemos reformular lo que culturalmente entendemos como
actividades de valor superior dando prioridad y elevando el status de las tareas
femeninas. En este sentido, el desequilibrio que apuntábamos antes con el con-
flicto intergenérico y la constatación del machismo cultural que minusvalora
ciertas posibilidades de elección mayoritariamente femeninas, como puede ser el
trabajo no remunerado, debe corregirse. La línea de aplicación para encauzar este
defecto o desfase cultural está, a nuestro entender, en dar poder y reconocimien-
to públicos a los trabajos y servicios orientados a subvenir las necesidades socia-
les reales que se manifiestan originariamente en los ámbitos privados. Esto quie-
re decir, ni más ni menos, que reconocer la superioridad de la feminidad sobre la
masculinidad, desde el punto de vista social en el mundo de hoy.
Desde el momento en que la sociedad necesita más de la complementarie-
dad o del espíritu de servicio que de la autonomía y del afán de logro personal,
o desde el momento en que «sobran» dominantes o dominantas, debe recono-
cerse la superioridad social de los valores que antes tipificamos como genérica-
mente femeninos. Esto, indudablemente, afectaría al mercado laboral a la larga.
Y —permítasenos la propuesta ciertamente utópica para muchos hoy— creemos
que esto tendría repercusiones no en la línea de monetarizar los trabajos no re-
munerados, como se plasmaría en la percepción de un sueldo por el ama o amo
de casa, sino en la línea de «domiciliarizar» los trabajos externos en un esque-
ma próximo a la generalización del trabajo gratis.
Encontrar una saludable explicación de los requerimientos sociales que dan
razón de funcionalidad a la adecuación de una nueva familia a una nueva socie-
dad, trabajo conceptual que por lo que se refiere a la Sociología de la Familia nos
parece tremendamente urgente, es un reto ante el que cabe plantearse dos actitu-
des diferenciadas. Estas dos actitudes las vemos reflejadas, respectivamente, en
los escritos de Huber y Spitze (1988) y en general en casi todos los evolucionis-
tas por un lado, y en la obra de Goldscheider y Waite (1991) por otro.
La primera actitud nos parece contradictoria y consiste en encontrar la ade-
cuación funcional familiar al tejido social precisamente en la identificación so-
SOCIOLOGÍA DE LA FAMILIA 89

ciedad-familia, lo que a la postre supone la anulación de la relevancia social de


la familia y la defensa de la constitución social exclusivamente a partir de crite-
rios de adscripción individual. En este sentido, Huber y Spitze defienden la ho-
mologación de las funciones familiares a las de cualquier tipo de ajuntamiento
espacial entre sujetos individuales autónomos. Aquí, la nueva familia devendría
de la indefinición normativa: no existirían alternativas a la familia porque toda
relación humana constituiría privacidad y, por tanto, familia. En esta concep-
ción, las diadas reales serían las diadas legitimadas. El criterio de legitimación
vendría dado por la ausencia de cualquier tipo de mecanismos sociales de exclu-
sión. Esto plantea, de entrada, la cuestión de la legitimidad de la propia socie-
dad humana como distinta de las sociedades animales o de supuestas sociedades
mixtas. Lo que, a la postre, plantea el problema de la delimitación de lo racio-
nal de lo irracional y la diferenciación, no sólo de los comportamientos desvia-
dos, sino de la misma patología humana.
Por el contrario, la obra de Godscheider y Waite nos parece que proporcio-
na un análisis más certero. Para estos autores la defensa de la sociedad, como
realidad táctica, pasa por la conceptualización de las realidades intermedias, y
sobre todo, de la familia. Ahora bien, la familia se concibe aquí también con ra-
zón de instrumentalidad social, en el sentido de que debe de ser socialmente le-
gitimada la familia que presta las funcionalidades que se esperan de ella y no
otra. En este sentido, el trabajo que comentamos examina la sociedad norteame-
ricana y tras llegar a ciertas conclusiones, como que la niñez y la adolescencia
moldean la futura actitud familiar así como la división del trabajo en el futuro
hogar, o que la experiencia del divorcio paterno es determinante, sobre todo en
las niñas, se hace una apuesta por la niñez y la equidad entre sexos como los en-
tornos que deben de fijar las pautas o condiciones de legitimidad familiar. La
propuesta final pone sobre la mesa una elección excluyeme entre familias nue-
vas y situaciones extrafamiliares. Por familia nueva se entiende una familia
igualitaria con claras responsabilidades hacia la siguiente generación, muy en la
línea de la concepción que nosotros defendemos en el siguiente punto y que a
nosotros nos gustaría llamar familia comunitaria.

5, EL SUJETO FAMILIAR

La familia en las sociedades contemporáneas sufre indudablemente, como


ya dejamos reñejado en el conflicto de ámbitos a que nos referimos anterior-
mente, una situación de desamparo institucional que es también de carácter cul-
tural y político y no sólo legal. Este desamparo es interesado y está originado en
su raíz por el mismo diseño cultural sobre el que se asienta la modernidad.
En efecto, el concepto de soberanía en las sociedades contemporáneas ha
venido a constituir un coto cerrado ásperamente guardado por dos sujetos que se
90 SOCIEDAD Y RELACIONES ¡NTERPERSONALES

abrogan con exclusividad el monopolio de la soberanía. Esos dos sujetos son los
grandes protagonistas de la cultura moderna: el individuo y el Estado. El repar-
to de poderes, la libertad de discrecionalidad, los ordenamientos legales y pena-
les, reflejan con acierto que efectivamente en las sociedades modernas superes-
tructuradas no hay espacio vital para terceros soberanos. Tanto las diversas
proclamaciones de los Derechos Humanos, como las constituciones, defienden
respectivamente este monopolio de la soberanía para el individuo y el Estado.
En este contexto, la familia, como realidad cultural y social, se abre paso sólo a
duras penas.
El mismo Giddens (1992) reconoce, desde su postura evolucionista, que la
invasión de lo público en lo privado deja muy poco espacio vital a la familia. De
hecho, como apreciamos en el siguiente esquema, Giddens aboga porque la fa-
milia reconstruya su esfera privada después de la transformación de la intimidad
en que ha resultado la invasión pública.

LA TRANSFORMACIÓN DE LA INTIMIDAD

Intimidad Instrumentalidad

"
Familia Mercado

Comunidad Asiociación

TRANSFORMACIÓN

ámbito privado ámbito público

Una posición similar es la que defiende Donati (1991) cuando habla de la


necesidad de que la familia recupere su condición de subsistema social autóno-
mo. Para Donaú, la sociedad moderna está polarizada por el eje que conforman
dos subsistemas sociales, el estado y el mercado, para merma de la autonomía
de otros subsistemas autónomos como la familia y las comunidades asociativas
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 91

que conforman lo que llamamos sociedad civil. Una sociedad equilibrada debe-
ría reconocer su ámbito propio, su poder y su soberanía, también a la familia.
Efectivamente, como hemos defendido más arriba, las funciones propias
de la familia no pueden ser socializadas ni por el Estado ni por el mercado, ni
pueden tampoco ser sumergidas exclusivamente en los ámbitos privados sin
amenazar con la proliferación de disfunciones sociales de origen familiar. Por
otra parte, la familia también tiene sus propios mecanismos de intercambio y de
comunicación ajenos tanto a los del mercado (el dinero) como a los del Estado
(la ley y la pena). En la familia la relación está compensada por la reciprocidad
social y no por el dinero ni por la sanción. En tercer lugar, también podemos de-
cir que la familia no admite equivalentes funcionales; la familia localiza aque-
llas dimensiones de equidad generacional que no pueden ser asumidas por otro
LJ actor social.
Pero aquí estamos jugando con poder. Ciertamente el reconocimiento pú-
blico de la libertad de discrecionalidad familiar implicaría repartir soberanía.
Algo que tanto el individuo como el Estado no deben de apoyar demasiado pues
efectivamente les quita el monopolio del poder que el proyecto ilustrado les ha-
bía concedido.
Quizá convenga, en este momento, detenernos para observar qué ha pasado
con el poder a lo largo del siglo XX. Para ello utilizamos el siguiente esquema.

Estructura Estructura dual Estructura amorta


jerarquizada Poder impersonal: de Poder sistematizado
Poder personal situación Comunidad de desposeído
Poder - propiedad Saber instrumental
Poder = saber de manejo

Con estas tres imágenes podríamos recorrer la historia del poder en el siglo
XX. La primera nos da una estratificación jerarquizada donde la concentración
de poder equivale a una concentración de propiedad. Es la situación de princi-
pios de siglo y que da lugar a las revoluciones sociales como las de Rusia y Es-
i paña, que aspiran a invertir la pirámide distribuyendo la propiedad y por tanto
a generalizando el poder. En esta situación la manera de escalar puestos en la es-
as cala social era el acceso a la propiedad, primero rural y después industrial, a tra-
92 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

vés de mecanismos relacionados en su mayor parte con la oportunidad y no con


el mérito o la capacidad. El poder tiene naturaleza personalizada y se ejerce a
través de la libertad de arbitrio o de la benevolencia de los que lo ostentan. La
participación, el protagonismo social y el poder de discreción son máximos en
el vértice y mínimos en la base.
La segunda imagen nos da una estratificación dual. El acceso al poder lo da
ahora también un nuevo factor: el conocimiento, entendido como capacidad de
manejo y no como sabiduría. Los sin poder son los que están alejados de las es-
tructuras que facilitan la experiencia de manejo. La naturaleza del poder es mu-
cho menos personalizada que antes. Existe un poder sistémico que funciona por
inercia y que es muy difícil de orientar. La dinámica del progreso, la implanta-
ción de las nuevas tecnologías, las grandes corporaciones transnacionales, repre-
sentan la punta de lanza de esta fuerza impulsiva que va despersonalizando el
poder al ritmo que consolida la implantación del sistema de producción y con-
sumo dominante y la cultura que lo ampara. La integración personal en las es-
tructuras de poder no necesariamente da poder a individuos concretos que son,
cada vez más, instrumentos y no conductores del sistema de reparto de poderes
a escala mundial. Es la situación que cada vez se consolida más en los países
llamados desarrollados.
Por último, la tercera imagen, nos presenta una estructura de poder amor-
fa, sin vértices, donde todo el poder pertenece al sistema, donde el conjunto de
la población pertenece a los sin poder, y donde el ejercicio del poder de discre-
ción es mínimo. Ésta es la situación que podemos entrever como más probable
de entre los posibles escenarios de futuro.
La pregunta que nos hacemos es cómo en el tránsito de la estructura dual a
la estructura amorfa se pueden conseguir o recuperar cuotas de poder y, más en
concreto, cómo si ha sido difícil retomar posiciones por parte de la familia, del
individuo y del Estado, esto se pueda hacer de una cosa tan abstracta llamada
sistema.
Es aquí cuando traemos a colación el término inglés empowerment, como
sinónimo de «empoderizamiento»: la acción de recuperar cuotas de poder os-
tentadas bien por sujetos colectivos ajenos a la discrecionalidad del individuo,
o por el sistema en sí mismo. Esta recuperación no viene requerida por la pér-
dida de algo que se tenía antes, simplemente es la constatación de que conti-
nuamente se crean nuevas esferas de poder a través del avance tecnológico y
del estrechamiento del mundo por el proceso de globalización económica, que
sólo muy indirectamente están sujetas a control democrático. Por eso la demo-
cracia ha de entenderse, en un contexto sujeto a cambio continuo, como un
concepto dinámico. Así, los nacientes poderes son continuamente sumergidos
en el baño democrático para impedir la consolidación de estructuras anónimas
de carácter oligárquico en sus formas de actuación externa. En teoría, pues, un
sistema democrático sería un sistema que trabaja continuamente por repartir

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SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 93

poder entre los individuos y las instituciones sociales que son sus sujetos acti-
vos o pasivos.
Esto conlleva dos líneas de actuación principales para permitir un mínimo
de «empoderizamiento»: la que apunta a la democratización general, también de
los sistemas no estrictamente políticos, como los económicos (las empresas), y
Na la que lleva a la implementación de formas de democracia inclusiva entre todo
Ide tipo de sujetos (nacionales o foráneos, individuales o colectivos) afectados por
decisiones ajenas a ellos, y en este sentido es en el que la familia puede empo-
derizarse.
Todo esto nos lleva, de paso, a siquiera mencionar de pasada el tema de las
responsabilidades colectivas, tan querido por los comunitaristas (Etzioni) y
otros defensores de la familia. Cabe decir que las responsabilidades colectivas
sólo pueden ser ejercidas colectivamente en la medida en que existan formas ge-
nuinas de compartir el poder por los que participan de esas responsabilidades.
Sólo en la medida en que se tenga poder de discrecionalidad se es responsable,
lo que traducido al lenguaje de la cultura democrática contemporánea se lee
como que la participación es la puerta de acceso a la corresponsabilidad. Por
ello, en nuestra opinión, el reconocimiento de la familia como sujeto soberano,
abre camino hacia una reconciliación de todos los actores sociales en la tarea de
la construcción de una sociedad mejor.
Acabamos nuestra exposición apuntando con el siguiente esquema qué pa-
rámetros consideramos importantes para iniciar una refundación social en el re-
conocimiento público de la soberanía familiar. En el cuadro contraponemos lo
que nos parece resume la racionalidad familiar del individualismo, que conside-
ramos mayoritaria en el mundo académico actual, a lo que entendemos consti-
tuiría un mínimo status para el entendimiento de la realidad familiar en clave
social como familia soberana, es decir, como sujeto social autónomo.

EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO

individuos
Derechos
familiares
aulopoyética o autonormativa
asunción del individualismo
Individuos Familia
hogar de seguridades
más igualdad
aislamiento
menos estabilidad
SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES

LA FAMILIA SOBERANA

Derechos papel institucional reconocido


__ reproductivas
caria de libertades
~~ laborales
Familia seguridad frente a discapacidades
reconocimiento de la iniciativa familiar

rcpresentahvidad

El individualismo metodológico, al que después también nos referiremos,


ha devenido en un entendimineto de la privacidad que excluye la interdependen-
cia, lo que nos parece un grave error de partida. A la larga, esa visión de la au-
tonomía de los sujetos individuales hiere de muerte la misma concepción de la
sociedad. Por el contrario, una visión de la privacidad o de la autonomía inclu-
yendo la interdependencia, con los demás, con la naturaleza, con la misma tra-
dición y proyección, subraya el carácter social y relacional del sujeto individual.
Ésta es una visión en la que cabe hablar de la sanción colectiva para la legitima-
ción social de los grupos intermedios. Las dependencias, son así socialmente le-
gitimadas y es en este sentido en el que podemos hablar de soberanía de la fa-
milia o de sujeto familiar. Este grupo humano, en la medida en que pueda tener
reconocidos, como apuntamos en el esquema, una mínima representatividad so-
cial, un derecho a la iniciativa, un amparo público (que siempre será socialmen-
te interesado) y una carta de libertades, entre las que nos parecen indispensables
las que ahora no se le reconocen a la feminidad, conformaría lo que nosotros en-
tendemos como familia comunitaria.
La legitimación de esta conquista social, sin duda alguna, reemplazaría con
ventaja para todos el contrato entre sujetos autónomos que representa legalmen-
te a muchas uniones familiares contemporáneas. Éste pone en aparente plano de
igualdad a los firmantes, que pueden «normalizar» su propia privacidad, pero
condena a la inestabilidad o a la desprotección al grupo resultante y concreta-
mente a sus partes más vulnerables frente a las disfunciones sociales que el mis-
mo individualismo ampara.

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