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Sociología de la familia
Sociología de la familia
1. FAMILIA Y SOCIOLOGÍA
]. FAMILIA Y SOCIOLOGÍA
Ja lantar la realidad, lo que ha hecho que muchos colegas se dediquen con éxito al
-lo, sondeo. Pero utilizar los sondeos en estudios científicos nos parece poco serio.
ro Sobre todo cuando los sociólogos tenemos evidencia de los factores de distor-
a sión que conforman, entre otros, la imagen del encuestador, la forma de las pre-
«es- guntas, y la situación en el tiempo y en el espacio. Contra este exceso argumen-
tamos nuestra demanda por más y mejores estadísticas y, sobre todo, por una
más rápida disponibilidad de las mismas.
•¡es
ala El segundo exceso, lo conforma la utilización de términos cargados ideo-
:ca. lógicamente. Éste es un exceso que padecemos particularmente los que nos atre-
rajo vemos a escribir sobre realidades cambiantes, y por tanto sobre interpretaciones
i- no exentas del peligro de contagiarse del deseo de influir la realidad venidera
e para que ella sea más propicia al interés del que la describe. En Sociología de la
-re Familia, como en Demografía, y en general cuando el científico se atreve a asu-
i- mir valoraciones éticas sobre temas controvertidos, como la promiscuidad o el
ro aborto, la ideologización de los términos debe rechazarse. La lamentable carga
ideológica es particularmente notable cuando nos referimos a las tipologías a las
que ya antes hemos manifestado nuestra antipatía. Así, opinamos que deben re-
i
chazarse ciertas descripciones conceptuales como «familia tradicional», cuando
)
utilizamos el tipo para oponerlo a «familia moderna». Nuestro punto de vista es
i
-
que los sociólogos hemos de ponernos de acuerdo, en sana tradición weberiana,
sobre la utilización del lenguaje descriptivo para tratar de que sea lo más asép-
tico posible y evitar, de paso, argumentos inútiles sobre la conveniencia o no de
designar a cierto tipo de familia con el calificativo de «monoparental», «rota»,
«incompleta», o «nueva».
El tercer exceso sobre el que queremos posicionarnos, deviene de la exce-
siva dependencia que la Sociología tuvo en sus inicios de las investigaciones de
antropología cultural comparada, tan de moda en el período entre guerras en los
ambientes intelectuales norteamericanos. Esta dependencia ha hecho parecer
sencilla una investigación tremendamente difícil y para la que poca gente está
comprensiva y científicamente preparada. Nos referimos a la sociología históri-
ca de la familia. Para nosotros, este tipo de investigaciones tienen, cuando se ha-
cen bien, un carácter instrumental, pero no explicativo en el sentido de que no
somos de la opinión de que para saber qué pasa y por qué pasan las cosas sea ne-
cesario saber qué pasaba y por qué pasaban las cosas. Si las dos primeras pre-
guntas son difíciles, las dos segundas son todavía mucho más complejas. Por
otra parte, demasiados estudios sociológicos han encontrado dificultades para
escapar de determinismos históricos débilmente construidos. Aquí, la Antropo-
logía y la Sociología deben de reconocer su mutua independencia. Por otro lado,
la misma historia de la Sociología de la Familia nos ha mostrado este exceso
con claridad.
Baste recordar dos ejemplos relativamente próximos. Desde Burgess y Og-
burn, sin duda los creadores de la Sociología de la Familia como subdisciplina
72 SOCIEDAD Y RELACIONES INTEKPERSONALES
La Sociología abarca una gran cantidad de temas, algunos de los cuales son
ahora tratados más propiamente por otras subdisciplinas sociológicas de conso-
lidación más reciente. No debemos olvidar, como ya hemos apuntado, que la
consideración de la familia, como objeto propio de estudio de la Sociología, es
tan antigua como la Sociología misma, mientras que sólo hace unos años que se
han incorporado como subdisciplinas sociológicas reconocidas los estudios de
género, de organizaciones, o de sociedad civil y movimientos sociales entre
otros. De todas formas, aún y cuando nosotros nos vamos a ceñir a lo que con-
sideramos propio y peculiar de la Sociología de la Familia, haremos referencia
a asuntos que son también tratados por estas y otras subdisciplinas. De entre es-
tos temas hemos de mencionar: la elaboración y delimitación de los roles sexua-
les, la división del trabajo, la conformación de los grupos hegemónicos, el cam-
bio social, el proceso de socialización, las políticas sociales y los estudios sobre
discriminación, desviación y reparto de poder.
A pesar de que nos esforcemos en marcar una clara distinción entre la pers-
pectiva sociológica y la que utilizan otras disciplinas, como la Antropología, en
el estudio de la familia, no podemos menos que considerar el paso del tiempo,
en la medida en que las culturas se conforman con él, para situar la familia en su
contexto adecuado de estudio. Los antropólogos han dado diversas explicacio-
nes sobre el origen de la familia. Tres parecen ser las más repetidas y aceptadas:
para unos, el origen de la familia estaría en la prohibición del incesto; para
otros, en la localización de la residencia y en el acuerdo sobre la transmisión de
propiedad; y para otros más, en el reconocimiento de la paternidad en el tránsi-
to desde una sociedad matriarcal a otra patriarcal. A nosotros no nos interesan
estas explicaciones, en el sentido de que no consideramos que establecer el ori-
gen de la familia sea pertinente a los requisitos científicos de nuestra disciplina.
Es más, como después veremos, pensamos que esta necesidad que algunos ven
de establecer los orígenes históricos, es sólo un condicionamiento teórico de
una visión particular de la familia.
Pero antes de seguir adelante, y para no retrasar más la cuestión, vamos a
proponer una clarificación de conceptos. Los términos que utilizamos en Socio-
logía de la Familia raramente son inocentes. Nosotros hemos optado, ya que uti-
lizamos como fuente metodológica principal la interpretación estadística, por
74 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPEKSONALES
utilizar los conceptos estadísticos con las reservas a que antes nos hemos refe-
rido, y sabiendo que en distintos lugares de Europa, a pesar de los grandes es-
fuerzos llevados a cabo por la Oficina Estadística de la Unión Europea, estos
conceptos se refieren a realidades diversas y se definen de distinta forma. Utili-
zando como últimas las matizaciones aparecidas en el número 11, de diciembre
de 1995, de Fuentes Estadísticas, la publicación del INE, convenimos en enten-
der así los siguientes términos:
Hogar, una unidad de corresidentes que no necesariamente mantienen en-
tre sí lazos de parentesco.
Parentesco: red de relaciones que se derivan de la filiación y el matrimo-
nio.
Familia: unidades de convivientes enlazados por vínculos de parentesco,
que pueden ser de consanguinidad o de afinidad, sin importar en qué grado, o
también la adopción.
Núcleo familiar: una unidad conyugal familiar que incluye habitualmente
al marido y a la esposa y los hijos no casados que residen con ellos.
Vamos ahora a iniciar nuestra labor de disección hablando de las visiones
de la familia. Según y cómo entendamos la relación tiempo-familia podemos se-
parar tres visiones dominantes: la evolucionista, la del ciclo vital humano y la
del ciclo vital de la familia.
La visión evolucionista de la familia tiene raíz antropológica; es una vi-
sión que podíamos llamar mayoritaria si consideramos el número de adscrip-
ciones históricas, aunque, al ser la más antigua, no puede decirse precisamen-
te que sea hoy la dominante. Su principal valedor ha sido el antropólogo
francés C. Lévi-Strauss.
tiempo
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA
tiempo
nacimiento muerte
Esta visión remarca que lo que las culturas o la historia condicionan son los
cambios en la consideración, valoración y equilibrio entre los ámbitos públicos
y privados, entendiendo la relación familiar como relación privada. Este último
aspecto es importante ya que, a diferencia de la visión del ciclo vital del indivi-
duo, aquí, la discrecionalidad no es patrimonio exclusivo del sujeto individual.
La visión del ciclo vital familiar hace a los sujetos colectivos sujetos de dere-
cho; esto es, sujetos soberanos. Aunque de esto hablaremos más adelante, cabe
calificar por ello a esta visión como visión comunitarista en el sentido en que
utilizan el término Amitai Etzioni y otros sociólogos norteamericanos. La reía-
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SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 77
ción y las formas de separación entre lo privado (familiar) y lo público (extra fa-
miliar) constituirían las diversidades culturales que en ningún caso, y en la me-
dida en que están definidas basándose en este equilibrio biunívoco entre lo pri-
vado y lo público, podrían anular ninguno de los dos ámbitos.
Si en la visión evolucionista la familia era una forma de relación social his-
tóricamente condicionada y, hasta cierto punto y en el extremo, también coyun-
tura!, y en ¡a segunda visión la familia era el resultado de la discrecionalidad in-
dividual, aquí, la familia, en medio de sus variantes culturales, es el aglutinante
social básico. Visto así, esta visión sería patrimonio de dos escuelas de pensa-
miento principales: la escuela cristiana de la «sociedad nueva» defendida por
Juan Pablo II, y el socialcomunitarismo de Etzioni y algunos socioeconomistas
(cf. Pérez Adán, 1986 a y b).
Para explicar el proceso de cambio social que ha tenido lugar desde la fa-
milia, muchos autores han recurrido a la configuración de tipologías. Así, Mar-
tín López (1992) nos habla de familias armónicas, represivas, permisivas y caó-
ticas. Salustiano del Campo (1991) contrasta la familia democrática a la familia
del anterior régimen, y recoge la tipología de L. Roussel sobre los modelos ma-
trimoniales: tradicional, alianza, fusión y asociación. Nosotros, sin embargo, en
parte por las razones ya apuntadas anteriormente, y también porque nos parece
más didáctico, preferimos ilustrar la magnitud de los cambios acaecidos, no a
partir de los tipos sino dentro del contexto de la explicación de la funcionalida-
des y disfuncionalidades familiares modernas.
Por funciones de la familia entendemos las misiones reales efectuadas por
la familia y que tienen repercusión social percibida como positiva. Estas funcio-
nes son descargadas por la familia del peso o débito colectivo y suponen un aho-
rro social considerable. Una familia funciona cuando ejerce sus funciones.
FUNCIONES
EQUIDAD GENERACIONAL
TRANSMISIÓN CULTURAL
SOCIALIZACIÓN
CONTROL SOCIAL
DISFUNCIONES
PATOLOGÍAS FAMILIARES
DISCAPACIDADES FAMILIARES
DESEQUILIBRIOS FAMILIARES
tecla de su ordenador conectado a la red. Por ello, en este trabajo, tanto aquí
pero más particularmente en la parte de población, intentamos transcribir el mí-
nimo número posible de elaboraciones estadísticas, A pesar de que, como ya he-
mos indicado, sea nuestro instrumento metodológico más relevante. Con todo,
vamos a tratar de reflejar la naturaleza de los cambios producidos.
Quizá las cifras más ilustradoras sean las que proporcionan las estadísticas
de divorcio. Los países con un mayor porcentaje de divorcios en el mundo son
los de la extinta Unión Soviética y los EE.UU. En este último país, de 1960 a
1985, el divorcio casi cuadriplicó su porcentaje. Hoy, en los EE.UU., se divor-
cian aproximadamente el 50% de los que se casan. En Europa, la cifra más alta
la da el Reino Unido con 1/3 de divorcios entre los que se casan, y la más baja,
los países mediterráneos. En España se divorcian un 10% de los que se casan
pero el ritmo de crecimiento es de los mayores de Europa. Estas cifras, en sí, no
constituyen un problema social. Hemos de fijarnos en las víctimas para ver la
magnitud del problema. Curiosamente, la Sociología de la Familia ha tratado
muchas veces a los niños como sujetos pasivos; así ocurre también con los son-
deos. En el caso del divorcio, sin embargo, los niños, además de la situación de
la mujer, conforman el problema social que causa la mayor disfuncionalidad.
Cada año, 10 millones de niños ven divorciarse a sus padres en los EE.UU.
En la comunidad de raza negra el problema es particularmente grave, ya que 3/5
de los hogares están habitados por familias monoparentales. Con datos de 1994,
el Progressive Policy Institute elaboró un informe en el que además de mostrar
que el status social y económico del padre aumentaba mientras que el de la ma-
dre y los hijos disminuía tras el divorcio, argumentaba que la variable condicio-
nante en el auge de la criminalidad juvenil en los EE.UU. en los últimos años no
era el factor racial, ni siquiera la pobreza, sino el condicionante de monoparen-
talidad familiar. Mientras que en 1960 el 81% de los niños norteamericanos vi-
vían con su padre y madre biológicos, en 1991 el porcentaje era del 50%.
En Europa se constata un proceso de uniformalización, pero persisten dife-
rencias notables. En 1980, el 9% de los nacidos en los países de lo que ahora es
la Unión Europea venían al mundo fuera del matrimonio, en 1992 el porcentaje
era del 20% y en un país, Dinamarca, del 50%. Las estadísticas familiares espa-
ñolas daban para 1994 un porcentaje de monoparentalidad del 8% de los hoga-
res, con un 64% de hogares ocupados por familias nucleares.
Los cambios sociales que estas cifras dejan entrever son muy notables. So-
bre todo porque, en cada una de las disfunciones sociales apuntadas en el cua-
dro anterior, se ha constatado un aumento porcentual en el número de personas
afectadas, y porque las proyecciones apuntan a que el ritmo de crecimiento dis-
funcional va a mantenerse. Esto se certifica para el conjunto del mundo occi-
dental y también para España.
Globalmente hablando, las pautas occidentales de comportamiento priva-
do van extendiéndose. En nuestra opinión, esto ocurre en la medida en que el
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 81
TENDENCIAS GLOBALES;
1. Retraso del matrimonio
2. Aumento de la cohabitación
3. Aumento del n.° de nacidos fuera del matrimonio
4. Aumento del monoparentalismo
5. Aumento del n.° de divorcios
PROPIAMENTE EUROPEAS:
1. Reducción del n.° de personas en hogares privados
2. Aumento de habitáculos unipersonales
3. Aumento de la edad del primer matrimonio
4. Nuevos modelos familiares
como el de la OCDE que en el año 2020 habrá doblado el número de los mayo-
res de 80 años no es un problema político de poca importancia.
Naturalmente, este y otros problemas sociales podrían prevenirse con el es-
tudio de las ventajas que supondrían un mayor reconocimiento del valor social
de la familia. Para ello creemos que es pertinente profundizar en la considera-
ción de la familia como estructura de mediación.
CONFLICTO 1
imposición
CONFLICTO 2
imposición
CONFLICTO 3
imposición
En el esquema precedente apuntamos los que a nuestro juicio son los tres
conflictos sociales dominantes en el mundo contemporáneo. El primero de es-
tos conflictos es el conflicto intergenérico. No se trata de un conflicto interse-
xual porque no debemos confundir sexo y género. Aquí nos referimos al géne-
ro, que es una adscripción cultural, eminentemente valorativa y que no está
biológicamente determinada. No nos movemos en un contexto biológico ni psi-
cológico sino sociológico. El género es el espacio en el que en la interacción
hombre-mujer se sitúan las relaciones de dominio y subordinación, las luchas
por la hegemonía y las pautas de resistencia. Por esto hay que decir también que
SOCIOLOGÍA DE LA FAMILIA 83
no todos los hombres ni todas las mujeres participan de esos valores y que los
valores que podemos tipificar como masculinos son dominantes hoy tanto en
hombres como en mujeres.
De esta dualidad genérica tenemos noticias desde el año 4000 a.C. con los
principios Yang (masculino) y Ying (femenino) en la tradición confucionista
oriental. Cari Jung, ya en nuestra época, incorporó esta distinción en la psicolo-
gía moderna. Pero podemos citar otras muchas fuentes. Así, Lewis Hyde, Virgi-
nia Held, y en nuestro país, Lourdes Beneria entre otros autores, nos proponen
la diferenciación entre economías de servicio (de donación) de las que la econo-
mía doméstica es modelo, y la economía mercantil basada en el cambio contrac-
tual que viene caracterizada por su adscripción a la masculinidad. Caroline Mer-
chant, por otra parte, distingue entre los principios de actividad, característica
del género masculino, y de la pasividad (femenino), que imbuyen respectiva-
mente una racionalidad científica y una racionalidad intuitiva, de los afectos y
el sentimiento. De una manera o de otra esta distinción está presente en la obra
de Rousseau, Voltaire, Hegel y Shopenhauer, y también se puede ver en un aná-
lisis histórico, como ha hecho entre nosotros Blanca Castilla, al distinguir el
principio de razón (activo) que se da en Aristóteles y que caracteriza al varón,
del principio de naturaleza (pasivo) que podemos observar en el pensamiento
medieval y que caracteriza la feminidad. Una aportación parecida la encontra-
mos en los escritos de Mariló Vigil, Elizabeth Badinter, Regine Pernaud y Ge-
nevieve Fraisse al señalar la discontinuidad existente entre los valores premo-
dernos típicos del Renacimiento que defienden la igualdad entre los sexos y los
valores modernos que trae la modernidad que se basan en la preponderancia de
lo masculino y la esclavitud de lo femenino. Por último, cabe señalar a Carol
Gilligan que distingue dos conceptos de moralidad, uno típicamente masculino
y otro típicamente femenino. Mientras que la moral masculina se funda en los
derechos, la moral femenina se basa en las responsabilidades. Gilligan opina
que mientras que el varón soluciona mayoritariamente los conflictos de dere-
chos por distinción, piensa categóricamente, ve el daño en la agresión y la rea-
lización en los logros personales, la mujer soluciona mayoritariamente los con-
flictos de responsabilidades por la integración, piensa contextualmente, ve el
daño en la falta de respuesta y el logro en las relaciones, el cuidado y la respon-
sabilidad.
Por nuestra parte, creemos que esta dualidad genérica la podemos repre-
sentar en 5 relaciones de oposición que presentamos como conformantes de los
valores genéricamente masculinos y femeninos. A la masculinidad pertenece-
rían la competitividad, iniciativa, afán de logro o beneficio, autonomía y reali-
zación pública. A la feminidad, la comprensión, complementariedad, espíritu de
servicio, dependencia y realización privada. Las tres primeras (competitividad
frente a comprensión, iniciativa frente a complementariedad y lucro frente a ser-
vicio) pertenecen al entorno económico y las dos segundas (fuera-dentro del ho-
gar y autonomía frente a dependencia) al entorno afectivo.
84 SOCIEDAD Y RELACIONES ¡NTERPERSONALES
a veces dentro del status social de trabajador. La razón está en que en una socie-
dad en la que el valor de las cosas viene dada por el precio, a aquellas personas
que trabajan fuera del sistema de intercambios monetarios no se las considera
económicamente activas y por tanto su trabajo, si se le puede llamar así, carece
de valor. Esto nos parece un despropósito que tiene consecuencias lejanas pues
muchas de las desigualdades que se producen en el mundo del empleo formal re-
munerado, por lo que se refiere a la presencia de la mujer en ciertos sectores pro-
fesionales y dentro de ellos en el acceso a puestos de dirección, tienen su origen
en una desvalorización del trabajo doméstico. El hecho de que el empleo remu-
nerado de la mujer muchas veces tenga que acomodarse a las exigencias de un
trabajo doméstico socialmente infravalorado hace que en muchos casos la mujer
vaya sobrecargada y no pueda tener las mismas expectativas que el hombre para
aceptar nuevas responsabilidades ya sea dentro o fuera del hogar.
Incluso en los lugares y situaciones personales donde se intenta adoptar
una política o estilo igualitario, el acceso de la mujer al empleo remunerado no
está acompañado de un paralelo acceso del hombre al trabajo doméstico y cuan-
do éste se realiza se hace de manera tremendamente selectiva. Así, en España,
aun en los casos donde se reconoce que esta incorporación se ha efectuado, hay
todavía tareas tabúes para el varón y que en el reparto siempre quedan para la
mujer como: lavar, planchar y hacer las camas, siendo el cuidado de la prole la
tarea más repartida.
No podemos menos, en este momento, que pronunciarnos sobre el hecho
de que las disfunciones sociales que comentábamos en el punto anterior, y que
tienen como causa la naturaleza de los cambios en la vida privada producidos en
los últimos años, convierten a la familia en sí misma en una disfunción social,
en el sentido de que la sociedad necesita una familia funcional activa que ahora
no tiene.
La denuncia que acabamos de hacer sobre la falta de equidad en el reparto
de poder dentro de la familia contemporánea, no viene sino a corroborar la nece-
sidad social de una familia operativa —funcional— que a partir de la nueva cul-
tura social, desempeñe el protagonismo que indudablemente está llamada a tener.
Para ello, ciertamente, la familia ha de sintonizar con los nuevos requerimientos,
empezando por llevar a cabo una redistribución de poderes que equilibren la fal-
ta de equidad en el reparto de los roles familiares entre la mujer y el varón.
Es importante para la salud social, término que, dicho sea de paso, nos pa-
rece más adecuado que el de «bienestar público» u otros conceptos economicis-
tas como «nivel de vida», que la familia reaccione ante el cambio producido
adecuando su estructura interna a los condicionantes que indudablemente impo-
ne una nueva cultura. La descripción de la situación, si recordamos la visión del
ciclo vital de la familia, es que al entrar en un nuevo cilindro cultural, la familia
debe de adecuarse para prestar su función. Esta adecuación, a nuestro juicio, re-
quiere profundizar en dos aspectos básicos.
SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES
5, EL SUJETO FAMILIAR
abrogan con exclusividad el monopolio de la soberanía. Esos dos sujetos son los
grandes protagonistas de la cultura moderna: el individuo y el Estado. El repar-
to de poderes, la libertad de discrecionalidad, los ordenamientos legales y pena-
les, reflejan con acierto que efectivamente en las sociedades modernas superes-
tructuradas no hay espacio vital para terceros soberanos. Tanto las diversas
proclamaciones de los Derechos Humanos, como las constituciones, defienden
respectivamente este monopolio de la soberanía para el individuo y el Estado.
En este contexto, la familia, como realidad cultural y social, se abre paso sólo a
duras penas.
El mismo Giddens (1992) reconoce, desde su postura evolucionista, que la
invasión de lo público en lo privado deja muy poco espacio vital a la familia. De
hecho, como apreciamos en el siguiente esquema, Giddens aboga porque la fa-
milia reconstruya su esfera privada después de la transformación de la intimidad
en que ha resultado la invasión pública.
LA TRANSFORMACIÓN DE LA INTIMIDAD
Intimidad Instrumentalidad
"
Familia Mercado
Comunidad Asiociación
TRANSFORMACIÓN
que conforman lo que llamamos sociedad civil. Una sociedad equilibrada debe-
ría reconocer su ámbito propio, su poder y su soberanía, también a la familia.
Efectivamente, como hemos defendido más arriba, las funciones propias
de la familia no pueden ser socializadas ni por el Estado ni por el mercado, ni
pueden tampoco ser sumergidas exclusivamente en los ámbitos privados sin
amenazar con la proliferación de disfunciones sociales de origen familiar. Por
otra parte, la familia también tiene sus propios mecanismos de intercambio y de
comunicación ajenos tanto a los del mercado (el dinero) como a los del Estado
(la ley y la pena). En la familia la relación está compensada por la reciprocidad
social y no por el dinero ni por la sanción. En tercer lugar, también podemos de-
cir que la familia no admite equivalentes funcionales; la familia localiza aque-
llas dimensiones de equidad generacional que no pueden ser asumidas por otro
LJ actor social.
Pero aquí estamos jugando con poder. Ciertamente el reconocimiento pú-
blico de la libertad de discrecionalidad familiar implicaría repartir soberanía.
Algo que tanto el individuo como el Estado no deben de apoyar demasiado pues
efectivamente les quita el monopolio del poder que el proyecto ilustrado les ha-
bía concedido.
Quizá convenga, en este momento, detenernos para observar qué ha pasado
con el poder a lo largo del siglo XX. Para ello utilizamos el siguiente esquema.
Con estas tres imágenes podríamos recorrer la historia del poder en el siglo
XX. La primera nos da una estratificación jerarquizada donde la concentración
de poder equivale a una concentración de propiedad. Es la situación de princi-
pios de siglo y que da lugar a las revoluciones sociales como las de Rusia y Es-
i paña, que aspiran a invertir la pirámide distribuyendo la propiedad y por tanto
a generalizando el poder. En esta situación la manera de escalar puestos en la es-
as cala social era el acceso a la propiedad, primero rural y después industrial, a tra-
92 SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES
^
SOCIOLOGÍA DÉLA FAMILIA 93
poder entre los individuos y las instituciones sociales que son sus sujetos acti-
vos o pasivos.
Esto conlleva dos líneas de actuación principales para permitir un mínimo
de «empoderizamiento»: la que apunta a la democratización general, también de
los sistemas no estrictamente políticos, como los económicos (las empresas), y
Na la que lleva a la implementación de formas de democracia inclusiva entre todo
Ide tipo de sujetos (nacionales o foráneos, individuales o colectivos) afectados por
decisiones ajenas a ellos, y en este sentido es en el que la familia puede empo-
derizarse.
Todo esto nos lleva, de paso, a siquiera mencionar de pasada el tema de las
responsabilidades colectivas, tan querido por los comunitaristas (Etzioni) y
otros defensores de la familia. Cabe decir que las responsabilidades colectivas
sólo pueden ser ejercidas colectivamente en la medida en que existan formas ge-
nuinas de compartir el poder por los que participan de esas responsabilidades.
Sólo en la medida en que se tenga poder de discrecionalidad se es responsable,
lo que traducido al lenguaje de la cultura democrática contemporánea se lee
como que la participación es la puerta de acceso a la corresponsabilidad. Por
ello, en nuestra opinión, el reconocimiento de la familia como sujeto soberano,
abre camino hacia una reconciliación de todos los actores sociales en la tarea de
la construcción de una sociedad mejor.
Acabamos nuestra exposición apuntando con el siguiente esquema qué pa-
rámetros consideramos importantes para iniciar una refundación social en el re-
conocimiento público de la soberanía familiar. En el cuadro contraponemos lo
que nos parece resume la racionalidad familiar del individualismo, que conside-
ramos mayoritaria en el mundo académico actual, a lo que entendemos consti-
tuiría un mínimo status para el entendimiento de la realidad familiar en clave
social como familia soberana, es decir, como sujeto social autónomo.
EL INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO
individuos
Derechos
familiares
aulopoyética o autonormativa
asunción del individualismo
Individuos Familia
hogar de seguridades
más igualdad
aislamiento
menos estabilidad
SOCIEDAD Y RELACIONES INTERPERSONALES
LA FAMILIA SOBERANA
rcpresentahvidad