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EL ÁRBOL Y LAS VERDURAS

Había una vez un precioso huerto sobre el que se levantaba un frondoso árbol. Ambos daban
a aquel lugar un aspecto precioso y eran el orgullo de su dueño. Lo que no sabía nadie era
que las verduras del huerto y el árbol se llevaban fatal. Las verduras no soportaban que las
sombra del árbol les dejara la luz justa para crecer, y el árbol estaba harto de que las
verduras se bebieran casi todo el agua antes de llegar a él, dejándolo la justa para vivir.
La situación llegó a tal extremo, que las verduras se hartaron y decidieron absorber toda el
agua para secar el árbol, a lo que el árbol respondió dejando de dar sombra para que el sol
directo de todo el día resecara las verduras. En muy poco tiempo, las verduras estaban
esmirriadas, y el árbol comenzaba a tener las ramas secas.
Ninguno de ellos contaba con que el granjero, viendo que toda la huerta se había echado a
perder, decidiera dejar de regarla. Y entonces tanto las verduras como el árbol supieron lo
que era la sed de verdad y estar destinados a secarse.
Aquello no parecía tener solución, pero una de las verduras, un pequeño calabacín,
comprendió la situación y decidió cambiarla. Y a pesar de la poca agua y el calor, hizo todo lo
que pudo para crecer, crecer y crecer... Y consiguió hacerse tan grande, que el granjero
volvió a regar el huerto, pensando en presentar aquel hermoso calabacín a algún concurso.
De esta forma las verduras y el árbol se dieron cuenta de que era mejor ayudarse que
enfrentarse, y de que debían aprender a vivir con lo que les tocaba, haciéndolo lo mejor
posible, esperando que el premio viniese después.
Así que juntos decidieron colaborar con la sombra y el agua, para dar las mejores verduras, y
su premio vino después, pues el granjero dedicó a aquel huerto y aquel árbol los mejores
cuidados, regándolos y abonándolos mejor que Ninguno

EL HUERTO DE PALARINES

Al huerto de Palarines le han vestido de blanco inmaculado. Como a una novia que
fuera a casarse, así está. Su pared, por arriba y por tramos, tiene los dientes limados por
las inclemencias y por el buen hacer del hombre. Piedra sobre piedra ellas se dan la
mano con fuerza en un abrazo indisoluble, como parte de un todo, escalando y
construyendo el muro. Así nos acompaña desde hace más de medio siglo. Hermanadas,
a esta pared la remata una visera de gruesas piedras que le da al resto sombra y le quita
frío.

Como la pared es baja, desde una leve altura de fuera veo el interior. Cultivos de
hortalizas sobre tierra mullida. Verde jugoso alrededor de la noria y cerca de ella una
higuera de pobre fronda. Hay otras más jóvenes, más verdes, más frescas, en los
confines del huerto. Un tordo se entretiene visitándolas en vuelos nerviosos. Yo creo
que es el mismo pájaro pero son tan cortas sus visitas que me hace dudar sobre si será
el mismo el que va y viene.

De la madreselva cercana a la puerta me llega una fragancia almibarada que exhalan sus
flores de color amarillo crema. La corregüela, que no se avergüenza por tener los tallos
rastreros, invade un rincón y solea flores blancas. Más allá, lejano y poderoso, el
Burcio.

Abandono y cuando me alejo, el tordo ha cambiado una vez más de higuera. Pienso
cosas extrañas sobre la naturaleza, la primera semilla, las cosas más simples, y no sé
porqué.

En el silencio de la calle he oído pasos y me detengo. Me vuelvo y no veo a nadie. Era


mi corazón que jugaba y me hablaba.
Autor.. Pedro Pablo Sacristan

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