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ESTRELLA DE LA ESPERANZA

El misterio de la Virgen es tan grande, como todo misterio, que nunca nos bastará la
eternidad para agotarlo. De hecho su misterio pertenece y participa del Misterio Divino, esa es
su fuente y por eso es inagotable. De allí que con tanto acierto los antiguos teólogos acuñaron
aquella frase: “De María numquam satis”; nunca se dirá lo suficiente sobre la Virgen.
No me atrevo a descubrir nada nuevo sobre la insondable grandeza de Dios, nada más
imposible para un pobre pecador. Ni pretendo tampoco una visión original respecto de María
Santísima, nada más lejano para un ignorante. Por eso, simplemente he querido embelesarme
con este hermoso título de la Virgen que encontré al final de la Encíclica Spe Salvi de Benedicto
XVI. Esto es, sin duda, más acorde a mi insignificancia. Sobre todo porque no creo que diga
más de lo que se ha dicho y, si bien es cierto, otros lo habrán hecho mejor que yo, sólo quiero
sumarme a las voces del coro que canta las maravillas que el Señor obra en la pequeñez de su
Esclava. Las improligidades de mi canto espero se vean suavizadas por la pericia de los otros.
Pericia que no es otra cosa que una vida llena de santidad.
No he tenido nunca la experiencia de navegar, mucho menos a mar abierto, pero sé lo
importante que es la señal de la estrella para los marinos. Ella los mantiene fijos en el rumbo
durante la noche y en ese sentido es un puerto de esperanza y esa esperanza no es solamente el
deseo informe de que las cosas seguramente mejorarán; actitud optimista muy útil siempre para
los pobres mortales. No. La estrella de la navegación es una certeza de la que aún no se tiene
posesión, pero de la que se tiene una seguridad inconmovible. Mirar a María es por eso un acto
de verdadera esperanza cristiana que sobrepasa ampliamente el optimismo natural que los
hombres pueden cultivar en este mundo.
María no es solamente el presentimiento o la actitud positiva que se puede tener en los
peores momentos de la vida, sino la inconmovible seguridad de que lo que Ella anuncia o señala
es algo real, más que algo posible. Es la Estrella del Mar que les da a los marineros en medio de
los trabajos que genera la dura tempestad, la serenidad para mantener y dirigir el rumbo hacia
el puerto.
La Santísima Virgen María siempre está señalando el puerto de la Salvación y lo hace
durante la noche, porque en las horas del día el puerto es evidenciado por el Sol de Jesucristo su
Hijo. Sin embargo cometeríamos un error al pensar que por ello la Madre de Dios nos es
totalmente innecesaria. La plenitud de luz del Astro Rey, no puede jamás anular el aporte
necesario de la pequeña estrella de la noche. No en vano Dios mismo ha creado el día y la noche
con las lumbreras que los presiden, según lo anota muy bien no sólo la simple observación, sino
también la misma Palabra de Dios. Haciéndolo de esta forma, nos ha querido dejar un mensaje
de Salvación, más allá de realizar una obra de equilibrio cósmico que ni los más grandes
científicos del mundo podrían llevar a cabo.
Toda la Escritura y la creación misma son un Mensaje Divino y forma parte de él este
simple fenómeno claramente explicable del día y la noche. Fenómeno que en sí mismo no tiene
nada de mítico, ni de mágico, sí, en todo caso, tiene de milagroso, por la sencilla razón de que
brotó de la nada; pero de las manos de Alguien.
Todo mensaje de Dios tiene su plenitud de sentido y realización en la Persona de su
Divino Hijo y de todo aquello que se encuentra en relación con Él, ya que es la cabeza de todo
lo que existe e incluso aquello que se ha descalabrado por el pecado, debe ser recapitulado en
Cristo, como enseña la Revelación. Así nosotros podremos decir sin temor a equivocarnos que
el simple pasar de la noche al día, milagro diario, mas no trivial, es algo que el Señor nos dejó
para ayudarnos a decodificar la grandeza de su amor manifestado en el Verbo Encarnado.
En la noche brillan las estrellas y la luna, astros que sin duda vienen bien al Misterio de
María que siempre es relacional y referido al de Cristo, Plenitud de la Luz. Y si Dios quiso que
estos elementos iluminaran la faz de la tierra en plena oscuridad es porque a través de algo tan
simple nos enseña algo mucho más sublime y necesario para nuestra salvación. Y ello es la
necesidad absoluta de María para la vida de todo cristiano. No es por tanto la Virgen alguien de
quien se pueda prescindir en nuestra santificación personal.
Llama la atención a nuestra mentalidad occidental el que el relato de la Creación
establezca primero la noche y luego el día. Por nuestra cultura activista pensaríamos que lo más
apropiado hubiera sido abordar el tema desde el día hasta la noche. Si bien es cierto esta
diferencia entre nuestra cultura y la del Pueblo Judío pareced tan simple, como lo puede
explicar con toda claridad la Ciencia de la Antropología, es a través de ella que Dios también
nos ha querido decir algo importante.
Primero es la noche de la incertidumbre de la historia humana donde tantos sinsabores y
oscuridades se advierten y hacen sufrir. Después es la glorificación del día.
No podemos suprimir, ni siquiera en nombre de la fe, el hecho real de esa oscuridad
con la que a diario nos encontramos, mal que nos pese. Pésimo sería el optimismo que
pretendiera ignorar la oscuridad a costa de sentirse bien y hacer sentir bien a los demás. Peor
aún si alguien pretendiera mantener esta forma de optimismo acabaría siendo un profeta de
falacias ridículas.
El cristianismo parte de una visión objetiva y real de las cosas, sin pretender engañarse
diciendo que todo está bien, cuando en realidad no lo está. El hecho concreto es la oscuridad del
tiempo presente. Pero el cristianismo tampoco es una religión de catástrofes y denuncias que no
conoce otra cosa que la amargura sin tregua de quien no puede ver mejora alguna, ni mucho
menos alguna perfección. Si fuéramos así nos estaríamos plegando a los profetas de
calamidades que con decir verdades incontestables no hacen más que acrecentar la
insatisfacción y con ella, la oscuridad.
La predicación del Evangelio nos obliga a aceptar la cruda realidad de la noche, pero
nos abre a la feliz esperanza del día que se viene inexorablemente para alegría de quienes sufren
las tinieblas, para desgracia de quienes las cultivan y gozan en ellas. Y los cristianos
experimentamos en nuestra propia vida que durante las horas de la noche existen esos pequeños
ojitos de luz que brindan un resplandor especial. Los cristianos tenemos la experiencia de esa
luz nocturna puesta por Dios y por tanto necesaria, para sobrevivir y orientarse.
María como estrella en medio de la noche nos brinda la esperanza cierta que existe un
puerto y existe un sol que pronto comenzará a iluminar con absoluta claridad.
Al igual que el lucero del amanecer la Virgen nos está señalando con seguridad
inconmovible que las tinieblas se disiparán. Que las lágrimas de nuestros ojos son
momentáneas, aunque no por eso menos lágrimas que las que ella misma virtió.
María es estrella de la esperanza. De esa esperanza que no defrauda, porque ella no es
sólo una situación, sino que es una Persona. La Persona del Hijo que nos vino a revelar la Gloria
del Padre y que por la acción del Espíritu Santo, nos introduce en esa misma Gloria para que
alcancemos la plena semejanza con el Creador.
Sí, la Virgen María es alguien necesario en esta vida, como necesaria quiso Dios que
fuera en la encarnación del Verbo. Siempre me pregunto a este respecto si el señor quiso
necesitarla (pudo no haber querido), ¿quiénes somos nosotros para prescindir de Ella? ¿Seremos
acaso más grandes y poderosos que Él? ¿Seremos acaso iguales que Él? ¿No nos resulta
conocida aquella frase: “se les abrirán los ojos y serán iguales que Él?”
Por ir terminando, porque no puedo decir que es lo último que se puede decir al
respecto: Qué bella es una estrella en el cielo
Realmente no nos interesa la estrella solamente por lo útil que nos puede ser, sino por la
hermosura que en ella misma existe. En la tempestad del mar o en la serenidad de una
madrugada de invierno, qué hermosa es la estrella que orienta. Orienta en el espacio
indicándonos un puerto y orienta en el tiempo anticipando el amanecer.
No usamos a la Virgen, por lo orientadora que Dios la hizo. La amamos porque con ser
guía, Estrella de la Esperanza, Dios la hizo hermosa. Hermosa por cuanto esplende en ella toda
la luz estelar que no es otra que la luz del Sol. Toda la bella luz de María de la cual
aprovechamos sus hijos es la misma que la de su Hijo Jesús. Maravillosamente la Ciencia nos
ha revelado que las estrellas tienen su luz de la combustión de muchos elementos,
principalmente del Helio. Toda la luz de María, estrella de la esperanza es tal, gracias al Helio
que es Dios. Helio que enciende la Humanidad del Hijo, como la humanidad de la Madre.

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