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El secreto de Isaías Celemín

El día que me enteré de que Isaías estaba enfermo llovía, como hoy. El
agua caía tan fuerte que parecía querer romper nuestros lazos y deshacer todo
el desolado y amargo pasado. Desearía que fuese así de sencillo; chasquear
los dedos y pensar “solo era un sueño”, pero luego veo que nunca despierto de
la pesadilla.
Es difícil expresar lo que se siente, después de tantos años estando a la
sombra del dinero y la ambición, solo sé que no es dolor, más bien vacío. Un
agujero negro que se crea en el corazón. Te falta algo, como si hubieras
olvidado momentos importantes y felices de tu infancia, pero en mi caso nunca
los hubo, por eso nunca sabré lo que me perdí, y lo que se perdieron aquellos
que dicen ser mis padres, si algún día se comportaron como tal.
Esther me ha contado todo lo que sucede alrededor de Isaías, y todo ese
revuelo secreto de la herencia.
Yo no quiero saber nada de eso. Prefiero que me dejen al margen de
sus películas y seguir buscando mi camino.
Pero, antes de la calma tiene que haber una tormenta, y ésta ya se está
acercando, la tempestad llega con el único objetivo de revolverlo todo y ajustar
cuentas. Y así purificar y limpiarlo todo.

Hoy me han dicho que soy la niña mas alta de mi clase además ya me
veo mas alta en el espejo, ahora podré chinchar a los niños del cole, pero ¿por
qué en mi casa no me dicen lo que he crecido? ¿Y toda esta gente que entra y
sale de aquí no me pellizca las mejillas como hacen siempre? Que raro…
¡Quiero galletas con leche! Que venga ya mi mamá y que me de la
merienda. Tengo hambre.
¿Y mi muñeca? No sé donde la dejé, ya no me quiere ¿estará enfadada
conmigo por haberla perdido?
Todo esto es muy raro… Papá ya no me lee el libro antes de irme a
dormir, ni me lleva al parque, a lo mejor está malo porque se pasa el día en la
cama, y por eso vienen a verle, como cuando yo tuve varicela, que vinieron los
tíos y los abuelos a verme, se lo preguntaré después a mamá.
¡Tengo hambre! ¿Y mi hermana? No la he visto desde la hora de
comer…
¡Que bien! Hoy tengo ballet, espero que me lleve mamá después al
parque; me llevaré los cubos y las palas para jugar, o a lo mejor me monto en
los columpios, espero que me dejen esos niños tan pesados que siempre están
allí.
¿Por qué todos entran y salen de la habitación de papá y mamá? ¿Qué
pasa ahí dentro?
No entiendo a los mayores, son tan raros…
Y encima ahora quieren que me vaya a casa de la tía Teresa, con lo
tonta que es…, no me deja hacer nada y siempre esta regañándome, ¡jo, no
quiero ir…! No aguanto a la tía Teresa, nadie la aguanta, ni mi tío, ni su
hermana ¡Todo el día gruñendo! Bah, insoportable.
Mira, ahí está mamá, qué cara tiene, parece estar enfadada ¿Lo estará
conmigo? ¿Ha sido porque no he recogido la habitación? Y la vecina ¿qué
hace aquí? Qué cara mas triste tiene, parece haber llorado.
¿Por qué llora Esther? ¿Qué ha pasado?
¡Jopé! no me dejan entrar en la habitación de mis padres.
¡Que no! Yo no me voy a casa de la tía Teresa, ¿Por qué me intentan
convencer?
Y ahora viene el médico don Fermín, el que faltaba.
¡Hala! Y salen todos de la habitación ¡Parece una estampida!
¿Por qué grita la abuela Dolores? Nunca la había visto así… Todos
tienen los ojos rojos e hinchados ¿Habrán llorado? Todos llevan pañuelos en
las manos, no sé para qué los quieren.
¿Por que todos van a abrazar a mamá y a darle besos? ¿Por qué llevan
a la abuela a otra habitación y la sostienen? No creo que sea importante
porque últimamente la abuela llora todos los días, se pone contenta y llora,
escucha algo de mi papá y llora, me cuenta historias de cuando papá era
pequeño y llora, la abuela siempre llora, ¡Cosas de la abuela!
No para de sonar el teléfono, la gente llama con el móvil.
Tengo miedo…

Me llamaron a las 3:15h aproximadamente, hacía calor, me estaba


preparando una horchata de limón, cogí el telefonillo, una voz grave parecía
tener prisa, hablaba muy rápido apenas le entendía...
-¿Está doña Virtudes? - Me dijo hablando atropelladamente.
-No, no está, se ha confundido, ella vive en el número 13.- Le contesté.
Vi que salía corriendo hacia la casa de Virtudes. El hombre llevaba una
bata blanca, me acerqué a toda prisa a casa de Isaías, entré con toda la mala
educación del mundo y fui derecha a su habitación, allí estaban todos a su
alrededor.
Gema, la pequeña, estaba plantada en la puerta de la habitación
analizando punto por punto a la gente que entraba y salía.
Aquel hombre parecía ser un médico, le estaba poniendo oxígeno, no
entendía nada.
Entré por fin al cuarto y vi más allá de de la puerta, vi a toda la familia
que vivía allí menos unos pocos, no conseguía entender qué pasaba.
Fui observando a la gente que estaba allí dentro, en una esquina de la
habitación se encontraba Esther, la hija mediana, miraba a un punto fijo, sus
ojos expresaban sentimientos confusos, no podía hacerme a la idea de lo que
estaría pasando aquella familia.
Virtudes estaba hablando por teléfono con su hija mayor, mientras
sollozaba en silencio por no preocupar a Gema que, a pesar de que estaba en
el pasillo, sospechaba que le pasaba algo a su padre.
Mis sentimientos eran rarísimos, no podría expresarlos, estaba
totalmente desubicada sin saber hacía dónde mirar ni nada.... Me acerqué un
poco a su cama, le miré con esos ojos llorosos que tenía; fatigado por intentar
respirar, el pobre no podía siquiera pestañear, nos mirábamos fijamente, noté
cómo me transmitía sus sentimientos sólo con la mirada, aparté la vista, me
senté y reflexioné sobre los momentos vividos con él, estuve recordando la
primera vez que nos conocimos, fue en un puerto.
Por un lado pensé que lo perdía para siempre, pero sólamente lo perdía
a él, el dinero lo tenía asegurado, o eso creía, hubo un momento en el que el
dinero no me importaba, pero debido a mi situación era complicado elegir, me
decantaba por el dinero, no soy así pero el pasado no lo puedo cambiar.
Dejé de pensar en nuestros momentos vividos y de reflexionar y me
acerqué a darle un abrazo.
Me fui a inclinar a abrazarle y algo me frenó en seco. Era Virtudes.
-Tiene cáncer - me dijo…
Me quedé sin habla, ya entendía algo mejor lo que sucedía.
Me llevó a una sala de luz tenue, me senté en una silla y me empezó a contar
como cayó enfermo. Me lo contaba haciéndose la fuerte, pero en el fondo
estaba destrozada, no quería mostrarme sus sentimientos, y yo no era capaz
de aguantar más, le dejé con la palabra en la boca y salí de allí lo más rápido
que pude, yo creo que en el fondo lo hizo para que saliese de allí.
Sin saber adónde ir ni qué hacer caminé sin rumbo. Llegué al lugar que
no había pisado en mucho tiempo, el puerto, donde nos conocimos; me sentía
extraña, debía de ser por el rato y lo que pasaba, volver al lugar donde nos
conocimos ahora que se iba a morir no era muy agradable.
Me senté en un banco y me volvieron los recuerdos junto a él, lo que me
ayudó con el tema de mi marido y lo cariñoso que era siempre conmigo, en el
fondo lo quería, pero, pero, también volvía el pensamiento de lo que haría sin el
dinero...
Llamé a mi ex-marido, estuvimos hablando de lo que sucedió con aire de
satisfacción, me colgó y me fui a casa.
Cuando llegué seguí preparándome la horchata, ya no hacía calor, la
verdad... Ya no hacía nada....

Nada parecía estar donde debía. Mi padre, postrado en esa cama,


agonizante. La habitación, llena de gente extraña. Entre ellos, Celia, -que
además de tener su casa junto a la nuestra, algo ya de por sí molesto, nos
"deleitaba" con su presencia cada vez más a menudo- me observaba con
recelo cuando nuestras miradas se encontraban. Mi subconsciente no paraba
de preguntarse el porqué de su asistencia y su aparente tristeza.
El ambiente era incómodo, irrespirable. Mi hermana y yo a un lado de la
estancia, todos ellos al otro. Yo sabía que papá se estaba muriendo, pero no
alcanzaba a comprender qué encontraba de interesante en ello todo aquel
público que se cernía sobre el camastro. Yo sólo quería irme de allí.
Me daba rabia mirar a mi madre y no encontrar en ella ningún
sentimiento de tristeza, aunque sí observé rasgos de nerviosismo y odio en sus
ojos cuando escrutaban a la vecina.
Mi padre parecía ajeno a todas aquellas personas. Mi hermana pequeña
se acercó a la cama y sobre su regazo le tendió su peluche.
Y Sara. Cierto era que por fin se había dignado llamar. Desde hacía
tiempo, no quería saber nada de nosotros. Se marchó de aquí enfadada con
papá, enemistada con mamá y peleada con todos. ¿Pero por qué conmigo?
¿Qué le hicimos? Antes éramos amigas, pero de pronto un día ya no estaba.
No se fue de casa, huyó de nosotros. Conociéndola, sabía que algo lo habría
provocado. No era dada a tomar esas decisiones prematuras, y esta ocasión
no sería una excepción. El tema era averiguar el motivo, aunque de momento,
no era mi mayor preocupación.
Me daba miedo pensar en el futuro sin mi padre, que era obvio que no
sobreviviría mucho más. ¿Qué pasaría con nosotras? ¿Qué sería de todo lo
que habíamos conseguido? ¿Desaparecería? Poco después de que mi padre
enfermara, habían empezado a llegar cartas. Cartas, que solo con ver el sobre,
ya echaban para atrás: deudas. Todos los días, llegaba alguna a casa. ¿Qué
haríamos si aquello se prolongaba? ¿A quién debía mi padre tanto dinero? De
todas las preguntas que se formulaba mi cabeza, no conseguí contestar a
ninguna, aunque esperaba que algún día pudiese obtener respuestas.

Todavía recuerdo las últimas vacaciones que pasamos juntos… Gema


jugando en la arena, construyendo un castillo, Sara leyendo un libro, siempre
metida en sus fantasías. Esther tomando el sol, intentando coger color, pero
nunca lo lograba, solo conseguía ponerse colorada como un cangrejo y
lamentarlo durante una semana.
Todo iba perfectamente hasta que llegó ella. La vecina de enfrente. Yo
sabía que tramaba algo, era obvio, siempre tan encantadora, eso sí, sólo con
Isaías. No era normal que cada vez que fuese a hacer la compra o algún
recado, cuando llegaba a casa, estuviese sentada en el sofá, junto a Isaías.
Como si no tuviese casa e hijos con los que estar. Había escuchado alguna
que otra vez a las vecinas que comentaban que Celia tuvo problemas con su
marido, la maltrataba o cosas por el estilo. También he escuchado que dejó a
su marido en la bancarrota y que se había quedado con todo el dinero. Menuda
estaba hecha ésta. Sólo quería meter baza para sacarle el dinero a nuestra
familia.
Y no sólo tiene ella la culpa, también es de Isaías: si se suponía que me
quería, ¿por qué siempre estaba con ella tan caballeroso como nunca lo había
sido conmigo? Estaba claro: ella es joven, atractiva y guapa. Yo, en cambio, ya
estaba vieja y aburrida. Ya no le atraía tanto. Pero aun así cuando quieres a
una persona y te comprometes a casarte con ella se supone que es para lo
bueno y para lo malo, no sólo para cuando te convenga. Yo estaba muy segura
de que la magia que había cuando nos conocimos Isaías y yo había
desaparecido, y ahora estaba surgiendo con Celia. Cuando me enteré de que
Isaías tenía cáncer pensé que no servía de nada hacerle reproches, porque,
¿quién soy yo para amargarle los últimos días de su vida? El cáncer estaba ya
muy avanzado, no tenía cura, iba a morir de eso de un día para otro. Yo sólo
quería estar con él como cuando éramos felices. Pero gracias a Celia eso ya
no puede ser y menos ahora, que está en su lecho de muerte. Aun así yo
prometí amarlo hasta la muerte y la suya está cerca, y después de todo lo que
me ha hecho aun así le amo. Porque cuanto más amas a alguien eres capaz
de hacer cualquier cosa por ella, incluso perdonarle una infidelidad.

GRUPO LITERARIO. PROYECTO CREA IES LUIS BUÑUEL

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