Con bombos y platillos ahora se habla indiscriminadamente de la
sociedad de la información o sociedad del conocimiento, pero solo con un propósito: mientras más conocimiento se tenga más rentabilidad se obtiene; es decir se ha mercantilizado y se ha tornado corriente el conocimiento como si se tratara de un saludo o una simple respiración o como dicen nuestros jóvenes un choque y fuga.
Todo surge con la propuesta de Peter Drucker con la denominación de la
sociedad del conocimiento en 1969 (Brey, 2009). Pero, si hacemos un análisis minucioso, en las universidades, que son las más indicadas en la producción o recreación del conocimiento científico, nos daremos cuenta que estamos lejos de esta sociedad del conocimiento y más bien estamos introducidos en una sociedad de la ignorancia o en la ceguera del conocimiento (Morín, 1999). Pues, sabemos que la universidad, al menos en Latinoamérica, sólo aporta un 5 por ciento del conocimiento. Entonces, de qué hablamos cuando nos referimos a sociedad del conocimiento. En realidad es una mentira que suena a verdad, será porque se ha reiterado constantemente, como lo hacen los publicistas que venden gato por liebre porque redundan tanto en transmitir su mensaje o contenido que las personas terminan por aprenderlo de manera inconsciente, sin que se den cuenta.
Si reflexionamos entorno a lo que pasa en el mundo (universitario)
actual, realmente nos daremos cuenta que estamos sumidos en la sociedad de la ignorancia por los bajos niveles de investigación en las universidades y de algunos profesionales; lo que abunda en diversos medios es el conocimiento cotidiano, común, trivial que todos de alguna manera conocen o adquieren con la ley del mínimo esfuerzo.
El verdadero conocimiento requiere de de dominio de teorías, de
métodos, del objeto de estudio de la disciplina o ciencia, pero lamentablemente con “el sociologismo-constructivismo-relativismo a la moda niega esa distinción al hablar de «tecnociencia» y afirmar que todo es construcción o convención social. Por lo tanto, lejos de hacer contribuciones positivas a la política científico-técnica, inspira una política utilitarista que exige que la pretendida «tecnociencia» sólo produzca resultados de utilidad práctica inmediata. Esto es como pedir peras al olmo” (Bunge, 2002).
En suma, vivimos en el sueño de la ignorancia vendiendo la idea de que
vivimos en el paraíso del conocimiento o la ciencia; o probablemente seamos más felices viviendo de mentiras o engaños. Si a esto le sumamos, la cantidad de analfabetos funcionales que saben leer pero no leen o investigan, y que ahora van en aumento, la ignorancia se acrecienta. Asimismo vale sumar a todo esto, las investigaciones que se realizan siempre duermen en el estante del olvido o de lo contrario no tienen un aporte significativo a nivel teórico o social.