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¿SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO O DE LA IGNORANCIA?

Hugo González Aguilar

Con bombos y platillos ahora se habla indiscriminadamente de la


sociedad de la información o sociedad del conocimiento, pero solo con un
propósito: mientras más conocimiento se tenga más rentabilidad se obtiene; es
decir se ha mercantilizado y se ha tornado corriente el conocimiento como si se
tratara de un saludo o una simple respiración o como dicen nuestros jóvenes
un choque y fuga.

Todo surge con la propuesta de Peter Drucker con la denominación de la


sociedad del conocimiento en 1969 (Brey, 2009). Pero, si hacemos un análisis
minucioso, en las universidades, que son las más indicadas en la producción o
recreación del conocimiento científico, nos daremos cuenta que estamos lejos
de esta sociedad del conocimiento y más bien estamos introducidos en una
sociedad de la ignorancia o en la ceguera del conocimiento (Morín, 1999).
Pues, sabemos que la universidad, al menos en Latinoamérica, sólo aporta un
5 por ciento del conocimiento. Entonces, de qué hablamos cuando nos
referimos a sociedad del conocimiento. En realidad es una mentira que suena
a verdad, será porque se ha reiterado constantemente, como lo hacen los
publicistas que venden gato por liebre porque redundan tanto en transmitir su
mensaje o contenido que las personas terminan por aprenderlo de manera
inconsciente, sin que se den cuenta.

Si reflexionamos entorno a lo que pasa en el mundo (universitario)


actual, realmente nos daremos cuenta que estamos sumidos en la sociedad de
la ignorancia por los bajos niveles de investigación en las universidades y de
algunos profesionales; lo que abunda en diversos medios es el conocimiento
cotidiano, común, trivial que todos de alguna manera conocen o adquieren con
la ley del mínimo esfuerzo.

El verdadero conocimiento requiere de de dominio de teorías, de


métodos, del objeto de estudio de la disciplina o ciencia, pero lamentablemente
con “el sociologismo-constructivismo-relativismo a la moda niega esa distinción
al hablar de «tecnociencia» y afirmar que todo es construcción o convención
social. Por lo tanto, lejos de hacer contribuciones positivas a la política
científico-técnica, inspira una política utilitarista que exige que la pretendida
«tecnociencia» sólo produzca resultados de utilidad práctica inmediata. Esto es
como pedir peras al olmo” (Bunge, 2002).

En suma, vivimos en el sueño de la ignorancia vendiendo la idea de que


vivimos en el paraíso del conocimiento o la ciencia; o probablemente seamos
más felices viviendo de mentiras o engaños.
Si a esto le sumamos, la cantidad de analfabetos funcionales que saben
leer pero no leen o investigan, y que ahora van en aumento, la ignorancia se
acrecienta. Asimismo vale sumar a todo esto, las investigaciones que se
realizan siempre duermen en el estante del olvido o de lo contrario no tienen un
aporte significativo a nivel teórico o social.

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