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Hace pocas semanas alcancé a ver la película Avatar. No pudo ser en mejor
momento, pues justamente leía el más reciente libro del antropólogo, ensayista y
político mexicano Gilberto López y Rivas, editado por Ocean Sur. Las coincidencias
me resultaron tan estremecedoras que no esperé a que terminara el filme: busqué el
libro y en efecto, las prácticas de antropología mercenaria que se naturalizaban en la
pantalla, estaban perfectamente diseccionadas en aquellas páginas, no solo como un
impactante complemento, sino —sobre todo— como una atronadora denuncia.
Gilberto López y Rivas ha desarrollado una activa vida política, en la cual se destacan
su participación en el movimiento estudiantil de 1968 y su elección como jefe del
Gobierno del Distrito Federal en la Delegación Tlalpan, en el período 2000-2003. Se
ha desempeñado como diputado federal de la LIV y LVII Legislaturas del Congreso de
la Unión. En 1987 se le otorgó la Medalla Roque Dalton.
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El también destacado profesor de generaciones de antropólogos mexicanos integró la
Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), creada a raíz del alzamiento del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), del cual fue asesor durante las
Mesas de Derechos y Cultura Indígenas que llevaron a la firma de los Acuerdos de
San Andrés.
Es una de las voces más autorizadas de México para tratar la problemática étnica,
cuya solución, según advierte, «requiere de la acción política de los indígenas como
sujetos históricos, como protagonistas políticos y constructores de su propio futuro».
Como ejemplo de ello, y a manera de parteaguas, destaca que «el EZLN, con su
proyecto de autonomías, cerró el ciclo de la dependencia y el paternalismo, y con ello
canceló toda relación de clientelismo y corporativismo que practicó el Estado
mexicano».
—El etnomarxismo es una corriente que surge en los años sesenta en la antropología
mexicana, como un esfuerzo crítico de entender la problemática de las etnias, grupos
étnicos o pueblos que se presenta en nuestra realidad latinoamericana de naciones
integradas desde la diversidad cultural y lingüística, pero hegemonizadas por clases
dominantes que niegan esa diversidad e imponen sus patrones culturales, asimilando
y diferenciando, según sus necesidades económicas y políticas. El etnomarxismo
pretende colorear la matriz clasista, articulándola a los factores étnico-culturales y
nacionales, y distinguiendo la especificidad de las etnias o pueblos indígenas, a la par
que se critica los reduccionismos economicistas, por un lado, y los reduccionismos
etnicistas o esencialistas, por el otro. Reconocemos los aportes tempranos de
Mariátegui en esta dirección.
»El etnomarxismo representa un esfuerzo por entender al otro, a partir de sus propios
planteamientos que se expresan sobre todo en la comunalidad y en la práctica de la
autonomía. Como todo concepto, la autonomía indígena contemporánea debe ser
comprendida en su contexto histórico: la lucha de los pueblos originarios por conservar
y fortalecer su integridad territorial y cultural a través de autogobiernos que practican la
democracia participativa y enfrentan, con una estrategia antisistémica, la rapacidad y
violencia del sistema capitalista en su actual fase de transnacionalización neoliberal.
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»Insistimos en el carácter dinámico y transformador de las autonomías, que para ser
tales, modifican a los mismos actores y en todas las dimensiones: las relaciones entre
géneros, entre generaciones, promoviendo en este caso el protagonismo de mujeres y
jóvenes; democratizado las sociedades indígenas, politizando sus estructuras socio-
culturales, innovando en formas de comunicación».
«NECESARIAMENTE ANTICAPITALISTA»
—La contrainsurgencia hoy en día se enmarca en los aprendizajes que los estrategas
militares estadounidenses hacen de su derrota en Vietnam y de las experiencias
adquiridas en Irak y Afganistán durante estos años de guerra de ocupación y
resistencia patriótica, así como de los años de guerra contrainsurgente en Guatemala
y Colombia, principalmente. Se le da una importancia notable a las tareas de
inteligencia, integración de grupos paramilitares entre la propia población indígena,
uso del sicariato del narco para golpear a las organizaciones populares, activistas y
población local sobre la base del terror de Estado. La criminalización de los
movimientos populares juega también un papel importante.
»Esta fue una táctica también utilizada en Guatemala, aunque en este caso el ejército
directamente jugó el papel fundamental en el genocidio contra la población indígena.
En este conflicto guatemalteco, agudizado en los años sesenta, encontramos lo que
podría ser el taller de la paramilitarización y militarización en Centroamérica. Grupos
de ultraderecha que se mostraban como autónomos pero adscritos a la sección de
inteligencia del ejército guatemalteco, patrullas de autodefensa civil que en principio
fueron reclutadas por el ejército en forma forzosa y desempeñaron un papel en las
masacres y en el control militar de las comunidades, prácticas de tierra arrasada
durante el gobierno de Efraín Ríos Mont, en la década de los ochenta —que eran no
otra cosa que el bombardeo a las comunidades con la población adentro—, son
muestras de una experiencia que, a lo largo de treinta y seis años, dejó 100 mil
muertos, 40 mil desaparecidos, 50 mil refugiados en el extranjero, un millón de
desplazados a otros puntos del país, 600 matanzas colectivas y una experiencia
acumulada de represión, que hoy está trascendiendo las fronteras de Guatemala, la de
los kaibiles, que adiestran a la fuerza armada mexicana.
»Podemos afirmar que el vínculo estatal otorga un elemento fundamental para una
definición útil de
los grupos paramilitares que son aquellos que cuentan con organización, equipo y
entrenamiento militar, a los que el Estado delega el cumplimiento de misiones que las
fuerzas armadas regulares no pueden llevar a cabo abiertamente, sin que eso implique
que reconozcan su existencia como parte del monopolio de la violencia estatal. Los
grupos paramilitares son ilegales e impunes porque así conviene a los intereses del
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Estado. Lo paramilitar consiste entonces en el ejercicio ilegal e impune de la violencia
del Estado y en la ocultación del origen de esa violencia».[1]
—Lo ocurrido en América Latina en los últimos diez años ha reforzado las posiciones
etnomarxistas, particularmente por la importancia que han adquirido los procesos
autonómicos de los pueblos indígenas en países como México, Nicaragua, Panamá,
etcétera, procesos que siempre hemos apoyado y acompañado; pero también, por las
dimensiones que adquieren las movilizaciones indígenas en Bolivia y Ecuador, por
ejemplo, que son capaces de cambiar el rumbo político de esos países, e incluso,
llevar a un indígena a la presidencia de la república durante dos períodos.
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»Actualmente, como se describe en el libro, cada una de las brigadas de combate en
Irak y Afganistán cuenta con antropólogos que hacen labores relacionadas con la
inteligencia a partir del estudio de la cultura de los pueblos invadidos y ocupados.
También en América Latina se ha practicado una ciencia social al servicio de los
mecanismos de dominación que en terreno de lo étnico se expresó en el indigenismo:
esa política de Estado para con los indígenas que se presenta antitética a la
autonomía y los autogobiernos».
—La lucha por los espacios en la prensa escrita, medios masivos de comunicación de
todo tipo, academia, etcétera, es permanente y decisiva; no podemos dejar uno solo
de ellos de espaldas al pensamiento crítico. La batalla de ideas debe ser permanente y
sin cuartel, pero la peor de las actitudes es considerar que el imperialismo y los grupos
de poder son invencibles y todopoderosos; por ello, debemos dar esa batalla
irrenunciable.
Sin embargo, desde el año 2001 esa presencia ha ido moderándose paulatinamente, a
medida que se fortalece el proceso de construcción autonómica y el desarrollo de las
comunidades. Si asumimos esa capacidad mediática como un posicionamiento global,
algunos podrían ver en el silencio del EZLN una nueva oportunidad gubernamental de
presentar al zapatismo como un problema local o a lo sumo regional. No obstante, a
juicio de Gilberto López y Rivas «el zapatismo nunca ha cejado de articular la lucha de
los pueblos indígenas con el resto de los oprimidos y explotados de México y del
mundo. La Sexta Declaración de la Selva Lacandona es clara al respecto».
—Los zapatistas están construyendo un nuevo tipo de poder popular desde abajo que
se expresa en los gobiernos autónomos mencionados, los cuales no sufren de
burocracias, ni políticos profesionales que terminan traicionando a sus propios
principios y a los intereses de sus «representados». El EZLN retiró a todos sus
cuadros de los gobiernos para ser congruente con su lema «para todos todo, para
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nosotros nada» y porque considera que el gobierno es de autoridades civiles que
deben mandar obedeciendo.
—México vive la peor crisis económica, social y política que se recuerde en la historia
contemporánea. Felipe Calderón ha roto toda expectativa en cuanto a que no podía
ser peor que cualquier otro de los gobernantes que han sufrido los mexicanos. Existe
una gran indignación en amplios sectores sociales sobre lo que está pasando y todo
señala a una confrontación para resistir a la guerra social emprendida por el gobierno
de la derecha mexicana contra el pueblo.
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Nota: