lunes, 17 de diciembre de 2001/ la voz de la escuela ciencia< > 7

> EXPERIMENTOS

Una T.I.A con mucho magnetismo

Las enseñanzas científicas de Mortadelo y Filemón
Cuartel general de la T.I.A. El su-
perintendente Vicente reclama a
voz en grito la presencia de sus dos
agentes para ponerles al tanto de la
arriesgada misión a la que tendrán
que enfrentarse: un virus que iman-
ta los cuerpos convirtiéndolos en un
imán ambulante.
Es todo lo que Mortadelo y Filemón ne-
cesitan para brindarnos una desterni-
llante lección sobre el magnetismo y el
comportamiento de los polos magné-
ticos. Sólo una duda: la explicación da-
da por Mortadelo es correcta, pero, ¿lo
es la aplicación práctica que de ella se
hace? Seguro que ya te imaginas lo que
vamos a proponer para responder a es-
ta pregunta: que experimentes. Prue-
ba a ver qué sucede al acercar un se-
gundo imán a otro que, jugando el papel
de Filemón, tenga «pegado» algún
objeto metálico.

> Miguel Barral

Cuenta la leyenda que la

palabra magnetismo proviene
del nombre de un niño pastor
de la antigua Grecia, Magnus,
quien accidentalmente colocó
la punta de su bastón sobre
una gran piedra y ya no pudo
liberarlo.

El descubrimiento > ACTIVIDADES Brújulas humanas

La cita anterior es una bonita historia aunque, pa-
ra ser sinceros, cuesta creérsela. Lo que ya resul-
ta más creíble, dado las credenciales que lucen los an-
tiguos griegos, es que fueron ellos los descubridores del
fenómeno del magnetismo. Y sucedió cuando se topa-
ron, en la ciudad de Magnesia, con un mineral al que,
en honor de la urbe, bautizaron como magnetita (Fe3O4)
y que presentaba unas asombrosas propiedades: ¡era ca-
paz de atraer pequeños trozos de hierro! Tanto les im-
presionó esta capacidad que, en un exceso de optimis-
mo y falta de objetividad, se les ocurrió ponerle, además
de nombre, un alias: «piedra de Hércules». Y digo fal-
to de objetividad porque si bien no se puede poner en
duda lo impresionante de la definición, lo que sí se pue-
de cuestionar es su idoneidad, ya que el poder de la mag-
netita tira más bien a escaso. Pero bueno, ya sabemos
que los griegos, además de descubridores científicos
eran también aficionados a las florituras literarias.
Otro cantar es en lo tocante a su empleo más popular,
como brújula. Porque la brújula comenzó a inventarse
cuando alguien advirtió que un extremo de una pie-
dra de magnetita suspendida de un hilo giraba hasta
que uno de sus extremos apuntaba al norte atraída
por el polo magnético terrestre. Ya ha llovido desde que
el general chino Haung Ti, en el año 376 a C. se con-
virtió en el primero en darle dicha aplicación a la pie-
dra imán. No obstante, aún tuvieron que pasar otros 900
años hasta que los navegantes chinos se decidieron a
emplear este artilugio. Los árabes enseguida le cogie-
ron el truco al invento e introdujeron la brújula en
Europa donde se popularizó tanto que, a día de hoy,
hasta puede ser que nos regalen una por navidades.
Preguntas sin
respuesta
1. Ya sabemos, gracias a
Mortadelo, que los polos
opuestos se atraen y los polos
iguales se repelen. Pero, ¿qué
sucede si intercalamos un cuchi-
llo de acero entre ambos? Prue-
ba, prueba y luego me lo expli-
cas..., si es que puedes.
2. Repite el experimento anterior
pero intercalando ahora dos cu-
chillos de acero en lugar de uno.
3. De nuevo con dos imanes en-
frentados por polos iguales, in-
tercala en esta ocasión una boli-
ta de rodamiento entre ambos y
vete moviéndolos, acercándolos
y separándolos. Pero, ¿adónde
va la bola?, y sobre todo, ¿cómo
lo explicas?
4. Y ahora, el experimento defini-
tivo: coge un imán, una bolita de
rodamiento y un tornillo largo cu-
ya cabeza sea aproximadamente
del mismo grosor que la bola. Co-
loca la bola sobre el polo del
imán y ¡péscala con el tornillo!
¿Cómo es posible que un vulgar
tornillo le robe la bola al imán?
Un estudio realizado en la Universidad de Caro-
lina del Norte, acaba de comprobar experimen-
talmente lo que se sospechaba desde hacía ya mu-
cho tiempo, que las tortugas marinas llevan inscrita
en sus genes la capacidad de leer el campo magnéti-
co de la Tierra y orientarse a través de él para, nada
más salir del huevo, ser capaces de encontrar el ca-
mino al océano y migrar 13.000 Kms por una ruta
desconocida. Algo que, por otra parte, no es una ha-
bilidad exclusiva de las tortugas, sino que la com-
parten otras especies animales. ¿Y el hombre?, ¿dis-
pone de esta capacidad o no?, ¿puede ser que en
tiempos fuéramos capaces de detectar el campo
magnético terrestre y que nuestra evolución supri-
miese esa capacidad?, ¿o es que no sabemos cómo
aprovecharla?
En 1979 el Doctor Baker, de la Universidad de Man-
chester, llevó a cabo el siguiente experimento: dis-
tribuyó entre sus alumnos unas viseras con brújulas
incorporadas, la mitad de ellas verdaderas y la otra
mitad de adorno. A continuación, les vendó los ojos,
los montó en un autobús y los puso a dar vueltas a
ciegas por toda la ciudad, tras lo cual, el profe pi-
dió a sus alumnos que escribieran lo que debía de
estar marcando la brújula durante el itinerario. Los
portadores de las falsas viseras-brújula escribieron
lecturas muy próximas a las correctas, mientras que
aquellos que portaban las verdaderas reflejaron lec-
turas erróneas. Esto se puede interpretar como que
el campo magnético de la brújula interfería con la
«brújula interior» de los alumnos, circunstancia que
no se daba en los alumnos con falsos aparatos.