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Una vez más se arrastró por el barro, la hierba, la sangre, una vez más
deambulaba sigiloso por el campo de batalla enemigo. Le seguían dos de
sus hombres, esta vez no los requería y aún así insistió en llevarlos “deja
que haga lo que quiera, con suerte le matarán y nos libraremos de su
vanidad”, solían musitar a sus espaldas. Pues Garic no era un soldado
común y corriente, era, lo que algunos llaman, “sombras”, pues eso es lo
que son, espías, asesinos a sueldo, mercenarios, ladrones y hasta un sinfín
de bregas no menos turbias. Eso era Garic, altanero y altruista hasta la
saciedad, harto reconocido no por llevar a cabo encomiables empresas ni de
marcada importancia, era famoso porque era el único sombra, que había
conseguido realizar más de una docena de “recados” y había vivido para
contarlos, y de qué forma. En sus relatos no se echaban en falta los
dragones, duchos espadachines, caballeros oscuros y magia, como no. El
único legado de sus grandes hazañas, un ojo, que perdió según él, cuando
saltaba desde un cuartel en llamas, “en el aire no esquivo igual de bien”
solía jurar el guerrero. Ahora, lucía un parche negro azabache en su ojo
izquierdo, que, por otra parte le infundían un aire más aterrador aún, puesto
que los inflados músculos y una tez más ancha que la de un oso se
ocupaban del resto. Era alto y robusto, y aunque no era demasiado bien
parecido, tenía los ingredientes para hacer las delicias de las mujeres.
Como iba diciendo, cruzaba ahora, abrigado por la oscuridad del astro
nocturno, la hierba alta colindante donde se había instalado el ejército
enemigo. Sus espías informaban que los mandamases se encontraban en el
centro del campamento, por lo que, el trabajo debía ser lo más discreto y
rápido posible si Garic y sus compañeros querían preservar sus vidas un
rato más.
Giró una angosta esquina, una porción de tierra se desplomó encima de él,
rezongó en silencio apartándola, “aguanta, esta es la última vez… la última”
se dijo.
Un rato más gateando, torció varias esquinas hasta que al final alcanzó la
zona acordada, una azada yacía en el suelo, indicando que arriba, se
encontraba su primer objetivo, Cíclope.
Garic hizo señas a sus dos compañeros para que comenzaran a escavar,
poco a poco y en silencio, fueron ambos quitando porciones pequeñas de
tierra y apartándolas en montoncitos dispersos, por si hubiera necesidad de
partir apresuradamente no interfirieran en la empresa. Al rato, la azada de
Lark, un chico que, a pesar de provenir de baja cuna demostraba gran
destreza con las armas, arrancó el último pedazo de tierra que conducía a
donde se supone que estaría la tienda del general.
Tras su rápido escrutinio por el mesón, los ojos de Garic se posaron al fin en
su futura víctima. Ahí estaba Cíclope, descansaba sobre una tosca banqueta
de roble, a juzgar por su tono oscuro. Pero, algo iba mal, no parecía estar
durmiendo, y mucho menos roncando. De hecho parecía enfrascado en
algo, aunque no pudo ver qué era. Ahora comprendió, las malvadas
criaturas tenían una visión de la oscuridad perfecta, y se sentían más
cómodas bañadas por ella, esto entrañaría serios problemas. De nuevo
descendió a su escondite y extrajo algo de sus bolsillos, un espejito de cuyo
extremo sobresalían unos recogidos palillos de madera.
¡Ptu! Fue el leve sonido que apenas pudo percibirse de la boca del asesino.
Garic quedó muy quieto mirando al perro. La respuesta del animal sería
clave para el cumplimiento de su misión. Primero el can cesó de roncar y,
minutos después, el veneno hizo lo propio con la respiración. Garic venció
de nuevo, con el perro muerto ya nada se interponía. Agitó los brazos, y sin
apenas oírse ruido alguno se derrumbó la arena circundante, hasta que el
pequeño orificio se convirtió en un ojal de poco más de un metro. Suficiente
para que salieran los tres asesinos.
Esta vez era Buntoh quien tomó la delantera, era un gran acróbata, y para
hacer honor de sus habilidades debía situarse lo más cerca posible del
objetivo, y de esta guisa lo hizo, revolviéndose rápida y silenciosamente por
el suelo de la tienda. Lark se situó a la izquierda, Buntoh a la derecha y el
capitán en medio. Una triple estocada para un ser cuyo pescuezo era triple
del normal.
Cuando se alzó Garic, pudo ver el poderoso torso del orco, estaba desnudo,
ataviado con tan sólo unas grebas ordinarias de acero y un taparrabos, y,
junto al regazo de su asiento reposaba una espada bastarda enorme.
Juntos, avanzaron al unísono, sin emitir ningún ruido hasta que, gracias a los
dioses impíos del orco, unos rugidos acompañados de pasos vinieron desde
fuera de la entrada.
-¡Mi señor! Rugió un soldado fuera. A juzgar por su cavernosa voz, Garic
adivinó que se trataba de otro execrable orco… “genial” pensó. Mientras
discurría giró sobre sí mismo en una floritura que hasta a él mismo le
pareció imposible y sus maniobras lo llevaron debajo del camastro, sin dar
lugar a cerciorarse de que sus camaradas hacían lo propio. Cruzó los dedos.
¡Ptch!. Por Gruumsh, hay un bulto aquí debajo.- Gruñó el malvado. Se giró
sobre sí mismo y apoyó su zarpa en la tierra para acto seguido asomarse
por debajo de la cama. Cuál fue su sorpresa cuando encontró a un
espachurrado Garic luchando por abrirse paso hacia el arrebatado oxígeno.
-Vaya vaya qué tenemos aquí, parece que he sido yo el que ha hallado el
primer renacuajo, jaja, y parece bien grandote, HUMMPH!- Lemank metió la
mano por debajo de su cama, y agarrando al pobre Garic por el cuello lo
sacó y alzó como si de un pelele lánguido se tratase, mientras su otra garra
sacaba un cuchillo del pantalón.
-Bien bien, corderito, que comeremos primero mm… las piernas quizá…
vaya vaya las tienes como una roca, quizá te quitaremos primero un brazo,
así te pondremos la lengua mas suelta y hablarás con más fluidez…-
Articuló malicioso, mientras rajaba con la punta de la navaja las
extremidades del preso, quien se debatía fútilmente para separar el
inexorable agarre de su aprensor.
Alto pagó su atrevimiento, pues hacía falta más que una espada para
doblegar la rubicunda constitución del gran caudillo. Éste se giró como un
rayo soltando a Garic y, enarbolando su puñal arrancó la cabeza del
malhadado soldado de un limpio y único tajo. La cabeza rodó inerte por la
estancia y su cuerpo cayó exánime de rodillas.
-Veo que la rata se mueve con rapidez… bien bien, así será más divertido.-
Esta de más nombrar al autor de estos cariñosos versos. El orco se puso en
guardia, pero ahora arrojó la pequeña hoja para enarbolar la bastarda que
se hallaba caída en el suelo.
Su floritura tuvo éxito y el golpe impactó en la tez del monstruo, pero éste
se recuperó con inusitada celeridad y agarró con un brazo la pierna del
capitán y lo arrojó contra la mesa.
La caída fue brutal, Garic fue con sus huesos al suelo junto con todo el
repulsivo ágape. Su semblante emprendió a sangrar por un traumatismo en
la cabeza. Estaba extenuado, sus costillas astilladas, su vista nublada, las
extremidades no le respondían, su vida, tocaba a fin. Observó como su
enemigo daba un brinco sobrepasando el mesón y conducía su arma hasta
su cuerpo. Adiós mi buen Garic…
Al igual Lark cesó de propinar empellones, puesto que las dos extremidades
del orco se doblaron hacia el lado equivocado, y sus músculos anteriores
yacieron desparramados por los suelos. Lo habían vencido y postrado en el
suelo.
-Como siempre excelente mi buen Lark, ahora entablíllate ese brazo antes
de que coagule la sangre y aguárdame en el túnel, aún queda algo por
hacer. Y… recuerda, diez minutos, sino vuelvo lárgate de aquí, ¿entendido?-
Concluyó el tuerto personaje, antes de dar la espalda a su pupilo y
deshacerse en la oscuridad de la noche.
Al salir de la tienda, Garic comprendió porque nadie había oído ni por asomo
la reyerta. Vio humanos, orcos y semiorcos por todas partes, mas ninguno
dio señales de estar sobrio. Vio truhanes deambulando de aquí allá con la
única compañía de sus botellas de ron. Mujerzuelas haciendo lo único que
saben por aquí y allá. “Ahora entiendo porqué me mandan a una misión
como esta… a este ejército sólo le falta un empujoncito para que se
desintegre como castillos de arena”, meditó mientras recorría con aire
ausente las anchas calles del campamento. De improviso, un orco con más
alcohol en el cuerpo que sangre en las venas salió a su encuentro.
-Mi señor hi… nuevas del norte, hi…zu zeñoría convoca a los caballeros de
la espumaaaajajajaja…hi.- Balbució el despojo antes de caer de bruces ante
un sardónico Garic que lo observaba ceñudo.
Bien, era libre de deambular por el campamento, ahora sólo tenía que hallar
una tienda de más lujos que las de más y… ahí estaba, una tienda roja,
egregia. No admitía duda, se acercó sigiloso hasta la puerta y echó un
vistazo por una pequeña rendija que dejaba la textil entrada.
-No te quedes ahí, entra, te estaba esperando.- Sonó desde dentro una voz
inveterada, gutural, que a Garic le resultó ser tan vieja y vetusta como
varias edades de hombres.
Pasaron horas, días, quizás meses, sus parpados se entornaron una vez
más, estaba tumbado encima de una losa, no sentía su cuerpo pero aún así
pudo incorporarse. Sus oídos lo devolvieron a la realidad… voces cercanas
discutían muy cerca.
-No eres más que el hombrecillo del rey, y siempre lo serás, no puedes
detenerme, y aunque así fuera, dudo que te atrevas a enarbolar contra mí la
espada. Mírate, tus cuitas acabarán por postrarte en una cama para ver
pasar el tiempo desde una silla, apático, desvalido. Tus fuerzas están
mermadas, tu barba se tornó cana en el momento que abandonaste tu
camino, no sigas apostando en mi contra, o lo lamentarás.- Esta vez era una
apagada voz la que hablaba, su tono era, como una fría corriente de
invierno, colmada de odio, de dolor, taimada hasta la saciedad. Tuvo la
virtud de ponerle los pelos de punta. Se arrastró, pues no quería llamar la
atención de aquel ser, hasta que alcanzó una puerta entrecerrada, tras ella,
se encontraban los dos hombres. Y asomando la cabeza observó, lo que, se
interpondría al sueño en todas las noches que le restaban hasta que la vida
le cobrase cuentas. Un enteco sujeto ataviado con ropajes negros, brazales
y grebas de oro daba un sobrenatural brinco hasta uno de los ventanales.
Su evasiva la había provocado otro individuo, muy diferente, de largo pelo
blando, fuerte constitución, coraza, grebas y espada en mano. Había
propinado una estocada al aire, para poner fin a la vida del otro. Al ver la
asombrosa pericia del negro personaje se encaró con él conminando:
-¡No permitiré que lleves a cabo tus planes, aunque me cueste la vida,
impediré la culminación de tus ignominiosos pecados, brujo!- Culminó el
fornido personaje mientras se agarraba a un saliente para arremeter en las
alturas, al otro hombre de pelo liso azabache.
-Así sea, padre.- Dictaminó el llamado brujo, mientras alzaba las manos y
entonaba silenciosamente unas palabras, para después descargar una
andanada de rayos, truenos y centellas hacia su víctima.
El guerrero se quedó muy quieto tras recibir el impacto de los artificios. Dejó
caer su espada al suelo y se postró de rodillas. Para sorpresa del espía que
contemplaba la escena, el cuerpo del soldado estalló desde el pecho, y sus
vísceras se esparcieron por toda la estancia, tiñéndolo todo de sangre tan
roja, como el alba.
Padre…
Garic… ¡mi señor!..¿está despierto?- Gracias a los dioses, una voz conocida
lo llamaban de nuevo, como si ya perteneciera al mundo de ultratumba y lo
sacasen de él a empujones. Abrió los ojos, se encontraba esta vez en su
habitación, le dolía todo el cuerpo, en especial su musculado torso, que se
lo encontró totalmente vendado. Miró en derredor y divisó a su más
preciado pupilo, con un brazo entablillado y vendado.
-Mi señor, está usted bien, cuando vino con la cabeza de ese mago se
desmayó de repente, y de eso hace ya dos jornadas, menos mal que ha
despertado.-
-Fue entonces Gerón, fue entonces cuando ocurrió. Ese mago, al que me
mandaron matar, ese viejo había augurado de algún modo mi llegada. Me
invitó a entrar Gerón, ese maldito sabía incluso mi nombre.- Explicaba Garic
mientras su tono se tornaba cada vez más amargo. Le sobrevino el miedo y
sus ojos de desorbitaron. El mago asintió e invocó algunas palabras de
consuelo para el torturado general;
-Sé que es duro para ti compañero, pero es vital para la seguridad de tu
hijo. Continúa por favor, lo que aquí digas no hará sino ayudarte, créeme.-
-¿¡El tatuaje de una luna menguante?!, maldición, sigue vivo… ¿Qué fue lo
que viste Garic?-
Ambos permanecieron callados largo rato, hasta que al fin el mago rompió
el silencio:
-Caíste bajo un hechizo de ilusión, no cabe duda, además uno que sólo dos
personas pueden conjurar sin perder la vida. Nuestro difunto maestro de la
torre, y él. Muchos lo conocen, pero hace largos años que no se sabía nada
de él y fue relegado al olvido. Ahora ha vuelto…
“Con espada y brujería podrás quitarme la vida, pero ¿qué es la vida sino
muerte, y la muerte sino vida? ¿Acaso no puede un cuerpo sin vida hallar un
camino entre las sendas de sombras? Busca el sendero, hallarás al demonio
que lo guarda, si te pregunta de dónde procedes, replícale que acabas de
nacer. El se apartará y podrás ver la verdad. Tan sólo deberás ofrecerle algo
a cambio, una dádiva sin importancia para aquellos que buscan la
sabiduría.”-
Garic, aún con los pelos de su espalda como escarpia se movió incómodo en
su asiento. Hubo un rato de silencio, en el que ambos reflexionaron sobre
sus problemas. Al final, fue el guerrero quien rompió la quietud.
-¡No!- Protestó el otro. –Debemos ser muy cautos, pero el aprendiz tiene
que vivir. No está en nuestra mano decidir el destino de tu hijo. Vivirá, para
bien o para mal. Ya ha acabado su instrucción. Lo mejor será dejarlo ir. Es
su deseo y debemos respetarlo, como hacemos todos los aprendices al
acabar nuestros estudios. Ha esperado mucho este momento y se prepara
para partir. Cuando crezca, si consigue sobrevenir al devenir de los planos,
sabremos su verdadera identidad…-
Gáric Andrómeda