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Andrómeda

Una vez más se arrastró por el barro, la hierba, la sangre, una vez más
deambulaba sigiloso por el campo de batalla enemigo. Le seguían dos de
sus hombres, esta vez no los requería y aún así insistió en llevarlos “deja
que haga lo que quiera, con suerte le matarán y nos libraremos de su
vanidad”, solían musitar a sus espaldas. Pues Garic no era un soldado
común y corriente, era, lo que algunos llaman, “sombras”, pues eso es lo
que son, espías, asesinos a sueldo, mercenarios, ladrones y hasta un sinfín
de bregas no menos turbias. Eso era Garic, altanero y altruista hasta la
saciedad, harto reconocido no por llevar a cabo encomiables empresas ni de
marcada importancia, era famoso porque era el único sombra, que había
conseguido realizar más de una docena de “recados” y había vivido para
contarlos, y de qué forma. En sus relatos no se echaban en falta los
dragones, duchos espadachines, caballeros oscuros y magia, como no. El
único legado de sus grandes hazañas, un ojo, que perdió según él, cuando
saltaba desde un cuartel en llamas, “en el aire no esquivo igual de bien”
solía jurar el guerrero. Ahora, lucía un parche negro azabache en su ojo
izquierdo, que, por otra parte le infundían un aire más aterrador aún, puesto
que los inflados músculos y una tez más ancha que la de un oso se
ocupaban del resto. Era alto y robusto, y aunque no era demasiado bien
parecido, tenía los ingredientes para hacer las delicias de las mujeres.

Su excelente etiqueta y una labia no menos agraciada habían engatusado a


la hermosa hija de un noble de casta militar, Eniah, la tiesa, como la
llamaban sus socarrones compañeros, feudo del carácter de la hembra.
Ahora, esperaban un hijo, Garic sabía que sería vilipendiado si no ascendía
en la escala militar, si bien esta vez, se lo habían prometido. El ascenso de
su vida, ya no más sangre, no más flechas desgarrándole la piel, general
quizás, o capitán de primera le bastaba, y sería respetado en las altas
esferas de la nobleza.

La última misión, la última oportunidad que tenía de obtener su rango, pues


era éste el noveno mes de gestación de su amada, no había más prorroga…

Como iba diciendo, cruzaba ahora, abrigado por la oscuridad del astro
nocturno, la hierba alta colindante donde se había instalado el ejército
enemigo. Sus espías informaban que los mandamases se encontraban en el
centro del campamento, por lo que, el trabajo debía ser lo más discreto y
rápido posible si Garic y sus compañeros querían preservar sus vidas un
rato más.

Eran tiempos turbulentos. Su reino, ( ) estaba en guerra con (


), y sus altos militares debían ser erradicados, para hacer más sencilla la
tarea a su patria. Su objetivo era un postrer hallazgo del enemigo, el
caudillo Lemank, a quien llamaban el cíclope, y el otro se decía que
estudiaba artes arcanas, aunque pocos lo habían visto.
“Quizás sea alguien peligroso Garic, deberías pedir ayuda a la compañía de
magos” Le aconsejó su superior. “Fruslerías” contestaba como de
costumbre, para Garic no era más que otra muesca en su alma, otra víctima
de su imparable esgrima. Ya estaba cerca, muy cerca…

Giró una angosta esquina, una porción de tierra se desplomó encima de él,
rezongó en silencio apartándola, “aguanta, esta es la última vez… la última”
se dijo.

Un rato más gateando, torció varias esquinas hasta que al final alcanzó la
zona acordada, una azada yacía en el suelo, indicando que arriba, se
encontraba su primer objetivo, Cíclope.

Garic hizo señas a sus dos compañeros para que comenzaran a escavar,
poco a poco y en silencio, fueron ambos quitando porciones pequeñas de
tierra y apartándolas en montoncitos dispersos, por si hubiera necesidad de
partir apresuradamente no interfirieran en la empresa. Al rato, la azada de
Lark, un chico que, a pesar de provenir de baja cuna demostraba gran
destreza con las armas, arrancó el último pedazo de tierra que conducía a
donde se supone que estaría la tienda del general.

Lark hizo un ademán a Garic y este asintió, para aproximarse rápidamente a


la recién abertura horadada. Estaba todo muy oscuro. Acercó primero el
rabillo del ojo al pequeño orificio… nada se veía. Prosiguió aplicando la
oreja… ¡ronquidos! Unos ronquidos tan fuertes como los de un jabalí.

El general dormía plácidamente, pero ¿dónde demonios estaba? Garic


rebuscó en los numerosos bolsillos de sus vestiduras, y sacó un pequeño
candil de entre extrañas y exóticas herramientas y otros instrumentos de
cerrajería. Lo encendió con yesca y sacó la mano por la abertura.

Vislumbró un camastro, y para su frustración estaba tan vacío como el alma


de un trasgo, giró noventa grados y pudo observar que la tienda era bien
amplia. Lucía diversas urdimbres de color rojo, o así le parecieron pese a la
escasa luz, pudo ojear varios cofres que flanqueaban un hatillo donde
descansaba la armadura más grande que había visto jamás. Junto a ellos,
había una gran mesa, sobre la que descansaban unos manjares que
tuvieron la facultad de revolverle el estómago, varios platos a medio
engullir rezumaban sangre y vísceras crudas, y de improviso le vino el
hedor. Aunque no le cogió desprevenido del todo, era sabedor de la
procedencia del general, era un malvado mercenario orco. Cíclope era, un
conquistador de tierras insaciable, seguramente el enemigo tuvo que pagar
una buena fortuna para adquirir sus servicios. De cualquier forma, no
importaba, su muerte estaba próxima…

Tras su rápido escrutinio por el mesón, los ojos de Garic se posaron al fin en
su futura víctima. Ahí estaba Cíclope, descansaba sobre una tosca banqueta
de roble, a juzgar por su tono oscuro. Pero, algo iba mal, no parecía estar
durmiendo, y mucho menos roncando. De hecho parecía enfrascado en
algo, aunque no pudo ver qué era. Ahora comprendió, las malvadas
criaturas tenían una visión de la oscuridad perfecta, y se sentían más
cómodas bañadas por ella, esto entrañaría serios problemas. De nuevo
descendió a su escondite y extrajo algo de sus bolsillos, un espejito de cuyo
extremo sobresalían unos recogidos palillos de madera.

Se irguió y extendió los pliegues hasta que el espejo estaba a más de un


metro de distancia y agudizó la vista. Gracias al espejo consiguió descubrir
lo que andaba haciendo el orco. No sólo no dormía, sino que leía y cavilaba
frente a un gran tomo situado sobre la mesa. Pero entonces, ¿Quién
roncaba? Por un momento perdió la calma, el asunto se le estaba yendo de
las manos, le habían comunicado que el general dormía sólo, y entre la
tienda y el subsuelo ya había al menos cinco personas. Descendió y
consultó con sus compañeros. Al ver Garic que los rufianes se encogían de
hombros trepó iracundo, esta vez miraría hacia el otro lado… ¡mil demonios
caigan sobre su espía! Tal fue el susto que se llevó que se dio de bruces con
la tierra que circundaba la abertura. ¡Un maldito rottweiler dormitaba a
pierna suelta a pocos centímetros de su escondite!, era un milagro que no lo
hubiera escuchado.

Esto podía presentar muchos problemas para un asesino común y corriente


pero Garic elucubraba y se movía con la rapidez de un puma. Sin pensárselo
mucho hurgó una vez más en sus saquillos y sacó una aguja fina de varios
centímetros de largo y aplicó a su punta una sustancia pegajosa y glauca
que Garic guardaba meticulosamente en una bolsita. Introdujo la mano en
su abrigo para sacar un odre de agua cuyo contenido derramó sobre la
tierra, para así humedecerla e introducir la mano con facilidad.

Sus compañeros lo miraban anhelantes, maravillados por la experiencia de


su jefe y deseosos de ver cómo se libraría del can. Garic rió para sus
adentros al ver como lo observaban, “parece que estas pampiroladas aún
entretienen a alguien” se dijo.

Al poco, el rostro de Garic se iluminó y sacó de la tierra un puñado de raíces


que remataban en unas hojas de escarola. Justo lo que necesitaba. Arrancó
de un bocado las hojas y desechó las raíces, las manoseó y las enrolló.
Seguidamente introdujo cuidadosamente la aguja dentro del artificio y lo
agarró con los labios mientras salía a la superficie.

¡Ptu! Fue el leve sonido que apenas pudo percibirse de la boca del asesino.
Garic quedó muy quieto mirando al perro. La respuesta del animal sería
clave para el cumplimiento de su misión. Primero el can cesó de roncar y,
minutos después, el veneno hizo lo propio con la respiración. Garic venció
de nuevo, con el perro muerto ya nada se interponía. Agitó los brazos, y sin
apenas oírse ruido alguno se derrumbó la arena circundante, hasta que el
pequeño orificio se convirtió en un ojal de poco más de un metro. Suficiente
para que salieran los tres asesinos.
Esta vez era Buntoh quien tomó la delantera, era un gran acróbata, y para
hacer honor de sus habilidades debía situarse lo más cerca posible del
objetivo, y de esta guisa lo hizo, revolviéndose rápida y silenciosamente por
el suelo de la tienda. Lark se situó a la izquierda, Buntoh a la derecha y el
capitán en medio. Una triple estocada para un ser cuyo pescuezo era triple
del normal.

Cuando se alzó Garic, pudo ver el poderoso torso del orco, estaba desnudo,
ataviado con tan sólo unas grebas ordinarias de acero y un taparrabos, y,
junto al regazo de su asiento reposaba una espada bastarda enorme.

Juntos, avanzaron al unísono, sin emitir ningún ruido hasta que, gracias a los
dioses impíos del orco, unos rugidos acompañados de pasos vinieron desde
fuera de la entrada.

-¡Mi señor! Rugió un soldado fuera. A juzgar por su cavernosa voz, Garic
adivinó que se trataba de otro execrable orco… “genial” pensó. Mientras
discurría giró sobre sí mismo en una floritura que hasta a él mismo le
pareció imposible y sus maniobras lo llevaron debajo del camastro, sin dar
lugar a cerciorarse de que sus camaradas hacían lo propio. Cruzó los dedos.

-Entra Wurzbag.- Contestó lacónico, sin apenas erguirse, el enorme general.

-Mi señor Lemank, le informo que los exploradores no han encontrado


espías en todo el perímetro, todo limpio.- Las buenas nuevas tuvieron las
dotes de hacer levantarse al orco que, más furibundo de lo que le hubiera
gustado, saltó sobre el mesón y sus zarpas aferraron al nuevo por el
pescuezo.

-Morralla orca, si vuelves a interrumpirme por esas bagatelas mañana


servirás de comida a los jabalís. Vuelve al bosque, y tráeme la cabeza de un
maldito espía, ¡ahora! Y si tuvieras la mala ventura de no hallar ninguno,
¡arrástrate hasta el maldito campamento enemigo y tráeme algún soldado
muerto para comer, largo!- Rugió iracundo el glauco personaje mientras
propinaba un empellón a la espalda de su subordinado que bien podrían
haber matado un toro.

Rápidamente volvió a su sitio para recoger bruscamente el libro y la tinta y


guardarlos en un pequeño cofre que le hacía las veces de asiento junto al
camastro. Mientras lo colocaba, la figura oculta de Lark se estremecía de
terror por la proximidad de tan apabullante presencia. Su respiración se
asemejaba a los tambores de guerra, sus inflados músculos regurgitaban
arterias y venas que danzaban entre poderosas fibras y ligamentos. Una
gran cresta negra de cabello culminaba su tez, sin olvidar el horrible rostro
completamente lleno de cicatrices de la batalla. Ahora comprendieron que
no sólo lo llamaban cíclope por faltarle el ojo derecho, sino que, de existir
estas magníficas criaturas, por los dioses que serían como aquel ser de
pesadilla.
Se incorporó y se quitó la camisa que llevaba puesta, y articulando un
bostezo monstruoso se dirigió al camastro para acto seguido desplomarse.

¡Ptch!. Por Gruumsh, hay un bulto aquí debajo.- Gruñó el malvado. Se giró
sobre sí mismo y apoyó su zarpa en la tierra para acto seguido asomarse
por debajo de la cama. Cuál fue su sorpresa cuando encontró a un
espachurrado Garic luchando por abrirse paso hacia el arrebatado oxígeno.

-Vaya vaya qué tenemos aquí, parece que he sido yo el que ha hallado el
primer renacuajo, jaja, y parece bien grandote, HUMMPH!- Lemank metió la
mano por debajo de su cama, y agarrando al pobre Garic por el cuello lo
sacó y alzó como si de un pelele lánguido se tratase, mientras su otra garra
sacaba un cuchillo del pantalón.

-Bien bien, corderito, que comeremos primero mm… las piernas quizá…
vaya vaya las tienes como una roca, quizá te quitaremos primero un brazo,
así te pondremos la lengua mas suelta y hablarás con más fluidez…-
Articuló malicioso, mientras rajaba con la punta de la navaja las
extremidades del preso, quien se debatía fútilmente para separar el
inexorable agarre de su aprensor.

El fluido de la vida caía encima de la tierra dotándola de colores purpúreos


cuando de pronto, el orco sufrió un terrible espasmo, provocado como no,
por el valiente Bontoh, quien, adoptando una mueca de cólera desmedida
había hincado su espada en el torso del Cíclope.

Alto pagó su atrevimiento, pues hacía falta más que una espada para
doblegar la rubicunda constitución del gran caudillo. Éste se giró como un
rayo soltando a Garic y, enarbolando su puñal arrancó la cabeza del
malhadado soldado de un limpio y único tajo. La cabeza rodó inerte por la
estancia y su cuerpo cayó exánime de rodillas.

Garic comprobó horrorizado la insuperable destreza del orco y viendo que


este se giraba de nuevo rotó como una peonza sobre sí mismo para
apartarse y poder desenvainar. Los dioses le acompañaban, demostró una
habilidad casi inhumana al separarse varios metros y sacar su curvada hoja,
feudo de su padre, un gran herrero, que forjó con denodado esfuerzo la
espada que ahora portaba.

-Veo que la rata se mueve con rapidez… bien bien, así será más divertido.-
Esta de más nombrar al autor de estos cariñosos versos. El orco se puso en
guardia, pero ahora arrojó la pequeña hoja para enarbolar la bastarda que
se hallaba caída en el suelo.

-¡Alto Lark, no desperdicies tu vida, quédate quieto, ponte a salvo, no


salgas!- Ordenó categórico el capitán. Hablándole a una silueta que
aparecía paulatinamente desde debajo de la mesa, con la mano cerrada en
la empuñadura de una vaina.
El soldado no tuvo menos que obedecer, ya sabía que su capitán no
soportaba los combates desiguales, era un deshonor. Una cosa era un
trabajo y otra lo acontecido, convertido ahora, en un indeseado combate
singular.

La reacción de Garic provocó una aviesa sonrisa en el orco, quien se limitó a


tomar la iniciativa y cargar con la velocidad del trueno hacia un sorprendido
Garic.

-Maldición, no puedo parar eso con mi hoja, la quebrará.- Se lamentó. Como


pudo, se tiró de espaldas al suelo esquivando de milagro el sesgo. Apoyó
sus manos en la tierra y catapultó sus extremidades hacia el rostro del
verdoso ser.

Su floritura tuvo éxito y el golpe impactó en la tez del monstruo, pero éste
se recuperó con inusitada celeridad y agarró con un brazo la pierna del
capitán y lo arrojó contra la mesa.

La caída fue brutal, Garic fue con sus huesos al suelo junto con todo el
repulsivo ágape. Su semblante emprendió a sangrar por un traumatismo en
la cabeza. Estaba extenuado, sus costillas astilladas, su vista nublada, las
extremidades no le respondían, su vida, tocaba a fin. Observó como su
enemigo daba un brinco sobrepasando el mesón y conducía su arma hasta
su cuerpo. Adiós mi buen Garic…

-¡SSSSLUMMMMM!- Resonó en el oído del orco. Para su sorpresa no fue


carne lo que atravesó, si bien sintió quebrarse el metal. Era Lark quien se
había interpuesto. El bravo hombretón hubiera requerido la actuación de un
ahora fragmentado escudo, que junto con su extremidad superior derecha
crujieron al romperse. Pero aún había vida en los dos hombres, Lark tenía el
brazo roto y el magullado Garic se reponía de su trance.

Porque no se puede combatir a un monstruo de igual a igual. Se hubieron de


juntar dos duchos guerreros para aunar fuerzas y combatir a la maldad.

Ambos se miraron de soslayo mientras eran escrudiñados y estudiados por


el experimentado orco que, por suerte, ni siquiera se había molestado en
avisar a su guardia. Otro vanidoso en la tribu…

Se separaron los guerreros a varios pasos de distancia y ambos asintieron.


La seña de que, iban a ejecutar una táctica singular, aprendida tras horas
de ensayos y práctica.

Lark fue el primero. Sus nervudos miembros inferiores lo lanzaron


violentamente contra un armario que se situaba a la derecha y atrás de
Lemank. Giró en el aire describiendo una pirueta elegante y mortífera, para
apoyarse por un instante en el armario y catapultarse hacia el monstruo.

Éste, lejos de sorprenderse se interpuso, primero bloqueó la embestida,


luego otro sesgo, otro y otro más. Qué velocidad, qué técnica, una esgrima
inigualable. Las chispas brotaron, el corazón del orco se enardeció al tener
como rival a tan capaz espadachín. Pero, lo que no sabía es que, mientras
se debatía con Lark, otro ser operaba en su contra…

Garic no perdió el tiempo, adoptó una postura de guardia y envainó su


cimitarra para sacar dos minúsculas pero afiladas dagas y se agazapó en el
suelo. Esperó y esperó. Era sabedor de que, la gran fuerza y poderosa
espada de Lark desequilibraba a sus oponentes y, los obligaba a retroceder
y a enarcar las piernas para encontrar sus constantemente perdidos puntos
de gravedad.

Si bien este maldito no retrocedía un ápice, se percató de un error fatal, sus


piernas se abrieron como las de una furcia en cualquier noche de jarana. No
perdió un segundo y volteó su cuerpo hacia delante para pasar por debajo
de las grandes patas de su adversario. Cuando se encontró al otro lado se
levantó y circunspecto guardó sus pequeñas armas.

Al igual Lark cesó de propinar empellones, puesto que las dos extremidades
del orco se doblaron hacia el lado equivocado, y sus músculos anteriores
yacieron desparramados por los suelos. Lo habían vencido y postrado en el
suelo.

El orco apenas se inmutó y aguantó el terrible dolor. Aferró su espada y


siseó: -Os esperaré con ansía en el infierno, para entonces, no seréis rivales
para mí. Ahora quitadme la vida, llevaos de una vez la gloria que
buscabais.-

Garic quedó anonadado al escuchar la arenga del derrotado. Agarró su


espada y concluyó su cometido. Si bien no pudo contener la congoja. El
mejor rival de sus días y tuvo que recurrir a sucias argucias, ¡qué deshonor,
que los dioses se guarden de castigarme cuando mi vida toque a su fin!

Pronto volvió a la realidad cuando su hábil pupilo le propinó una amigable


palmada en el hombro.

-Como siempre excelente mi buen Lark, ahora entablíllate ese brazo antes
de que coagule la sangre y aguárdame en el túnel, aún queda algo por
hacer. Y… recuerda, diez minutos, sino vuelvo lárgate de aquí, ¿entendido?-
Concluyó el tuerto personaje, antes de dar la espalda a su pupilo y
deshacerse en la oscuridad de la noche.

Al salir de la tienda, Garic comprendió porque nadie había oído ni por asomo
la reyerta. Vio humanos, orcos y semiorcos por todas partes, mas ninguno
dio señales de estar sobrio. Vio truhanes deambulando de aquí allá con la
única compañía de sus botellas de ron. Mujerzuelas haciendo lo único que
saben por aquí y allá. “Ahora entiendo porqué me mandan a una misión
como esta… a este ejército sólo le falta un empujoncito para que se
desintegre como castillos de arena”, meditó mientras recorría con aire
ausente las anchas calles del campamento. De improviso, un orco con más
alcohol en el cuerpo que sangre en las venas salió a su encuentro.
-Mi señor hi… nuevas del norte, hi…zu zeñoría convoca a los caballeros de
la espumaaaajajajaja…hi.- Balbució el despojo antes de caer de bruces ante
un sardónico Garic que lo observaba ceñudo.

Bien, era libre de deambular por el campamento, ahora sólo tenía que hallar
una tienda de más lujos que las de más y… ahí estaba, una tienda roja,
egregia. No admitía duda, se acercó sigiloso hasta la puerta y echó un
vistazo por una pequeña rendija que dejaba la textil entrada.

-No te quedes ahí, entra, te estaba esperando.- Sonó desde dentro una voz
inveterada, gutural, que a Garic le resultó ser tan vieja y vetusta como
varias edades de hombres.

Asombrado, recogió el telar y penetró en la estancia. Al entrar, sus sentidos


se colmaron de agradables olores, romero, tomillo, manzanilla, menta, tal
vez vainilla, y el aroma de un sinfín de hierbas danzaba en el ambiente. Sus
ojos se clavaron en la figura que antes lo invitara cordialmente a entrar. Era
una truculenta visión, en una silla descansaba un decrépito y achaparrado
mago, sostenía en sus manos un libro Como buen profesional, quiso otear
todo lo que le rodeaba, podría ser una trampa, pero su sexto sentido no le
respondió, su mente se nubló, y sus ojos se cerraron inevitablemente.

Pasaron horas, días, quizás meses, sus parpados se entornaron una vez
más, estaba tumbado encima de una losa, no sentía su cuerpo pero aún así
pudo incorporarse. Sus oídos lo devolvieron a la realidad… voces cercanas
discutían muy cerca.

-¡Pero qué demonios pretendes, pondrás en evidencia toda vida! ¿¡Postrarás


con tus malas artes a todo ser vivo por tu maldita ambición?!- Pudo
escuchar esta voz tan cerca, que le pareció venida casi de sus propias
cuerdas vocales. Miró hacia un lado, hacia otro, el lugar le resultaba
familiar, el lugar parecía una alcoba real, tenía todo tipo de lujos y riquezas.
Ricas urdimbres heráldicas decoraban las paredes, espadas, armaduras,
escudos y yelmos descansaban en los pórticos de las puertas próximas.
Detrás suya descendía una escalera con alfombra roja, que culminaba en un
amplio comedor, en el cual, un mesón de dimensiones colosales coronaba
dos filas de al menos veinte asientos cada una. Parecía como si ya hubiera
estado en aquel lugar. Pero no fue capaz de discernir cuando ni donde.

-No eres más que el hombrecillo del rey, y siempre lo serás, no puedes
detenerme, y aunque así fuera, dudo que te atrevas a enarbolar contra mí la
espada. Mírate, tus cuitas acabarán por postrarte en una cama para ver
pasar el tiempo desde una silla, apático, desvalido. Tus fuerzas están
mermadas, tu barba se tornó cana en el momento que abandonaste tu
camino, no sigas apostando en mi contra, o lo lamentarás.- Esta vez era una
apagada voz la que hablaba, su tono era, como una fría corriente de
invierno, colmada de odio, de dolor, taimada hasta la saciedad. Tuvo la
virtud de ponerle los pelos de punta. Se arrastró, pues no quería llamar la
atención de aquel ser, hasta que alcanzó una puerta entrecerrada, tras ella,
se encontraban los dos hombres. Y asomando la cabeza observó, lo que, se
interpondría al sueño en todas las noches que le restaban hasta que la vida
le cobrase cuentas. Un enteco sujeto ataviado con ropajes negros, brazales
y grebas de oro daba un sobrenatural brinco hasta uno de los ventanales.
Su evasiva la había provocado otro individuo, muy diferente, de largo pelo
blando, fuerte constitución, coraza, grebas y espada en mano. Había
propinado una estocada al aire, para poner fin a la vida del otro. Al ver la
asombrosa pericia del negro personaje se encaró con él conminando:

-¡No permitiré que lleves a cabo tus planes, aunque me cueste la vida,
impediré la culminación de tus ignominiosos pecados, brujo!- Culminó el
fornido personaje mientras se agarraba a un saliente para arremeter en las
alturas, al otro hombre de pelo liso azabache.

-Así sea, padre.- Dictaminó el llamado brujo, mientras alzaba las manos y
entonaba silenciosamente unas palabras, para después descargar una
andanada de rayos, truenos y centellas hacia su víctima.

El guerrero se quedó muy quieto tras recibir el impacto de los artificios. Dejó
caer su espada al suelo y se postró de rodillas. Para sorpresa del espía que
contemplaba la escena, el cuerpo del soldado estalló desde el pecho, y sus
vísceras se esparcieron por toda la estancia, tiñéndolo todo de sangre tan
roja, como el alba.

Su verdugo no se inmutó, mas tampoco dio muestras de enojarse o


alegrarse. Su tez se había tornado una máscara inexpugnable, estoica,
carente de sentimientos. Descendió flotando del ventanal, y se agachó para
recoger los últimos restos del guerrero. Agarró con uno de sus delgados
brazos la cabeza del caído, que al parecer se conservaba intacta, y de ella
pendía parte de su columna vertebral. Y a continuación, la alzó, para
mostrársela al desdichado Garic.

Muerte, sólo halló la muerte en aquella visión. El moribundo ser, como si el


maldito hubiera reservado un postrer hálito de vida para conminarlo, para
sentenciarlo de por vida, abrió un solo y entumecido párpado, el derecho,
puesto que el otro, estaba cubierto por un parche negro azabache.

Padre…

Garic… ¡mi señor!..¿está despierto?- Gracias a los dioses, una voz conocida
lo llamaban de nuevo, como si ya perteneciera al mundo de ultratumba y lo
sacasen de él a empujones. Abrió los ojos, se encontraba esta vez en su
habitación, le dolía todo el cuerpo, en especial su musculado torso, que se
lo encontró totalmente vendado. Miró en derredor y divisó a su más
preciado pupilo, con un brazo entablillado y vendado.
-Mi señor, está usted bien, cuando vino con la cabeza de ese mago se
desmayó de repente, y de eso hace ya dos jornadas, menos mal que ha
despertado.-

-Cómo…¿Cómo se llamaba?- Preguntó titubeante el capitán a su segundo.

-¿Quién mi señor?...ah, os referís al mago, usted mismo me lo dijo a su


vuelta… se hacía llamar Andrómeda.-

-An…drómeda…- Balbució con los ojos desorbitados.

-Por cierto mi señor, ha sido padre, su mujer ha tenido un hijo precioso,


lamento informárselo en estas condiciones, pero me insistieron en que se lo
dijese en cuanto despertara… felicidades… mi general.- El chico se inclinó
en señal de respeto, pues el rey en persona había anunciado la ascensión
de Garic, para darle el grado más alto que un hombre pudiera ostentar en
vida después de rey por supuesto.

Garic se levantó de un salto, sus piernas protestaron, pero no se detuvo,


corrió hacia los aposentos de su mujer, y la halló sentada en la cama, con su
vástago acurrucado entre sus brazos. Los miembros, trémulos de terror
palpitaban al son del ritmo frenético que marcaba su corazón, dio un paso,
luego otro, y su mujer lo vio.

-Hola amor mío, felicidades, has tenido un varón precioso, ¿cómo lo


llamaremos querido?-

No pudo contener el aliento, no fue Garic Almadehierro quien entonó las


frases que esputó su boca, sus cuerdas vocales. Pero juró así:

-Se llama… ANDRÓMEDA…

Desde aquel día, Garic vivió atormentado. Desde su ostentoso puesto y


gracias a su más leal pupilo conquistó muchas tierras. Pero, a medida que
su único hijo crecía, sentía como su sombra se hacía más y más alargada.
Andrómeda desechó la preparación física, rechazó la formación de soldado
que todos los nobles, por tradición debían recibir. Se pasaba días enteros
enfrascados en la lectura y, en la gran biblioteca yacía ahora, durmiendo
plácidamente después de una larga jornada de lectura compulsiva.

Mientras tanto, en otro lugar…

-Tu hijo, mi buen Garic, es…ante todo astuto, demasiado, apostaría. A su


corta edad de 16 años ya ha superado en conocimientos y actitudes a la
mayoría de los estudiantes de mi torre. Pero eso no es lo que me inquieta,
ya hemos tenido aprendices tan capaces como él. Lo que de verdad me
alarma, es que, en ocasiones, no parece… como te lo explico, tu hijo. Su
inteligencia medra, y también lo hace su perspicacia y capacidad de
raciocinio, es como un zorro, se vuelve ligeramente… inestable. Es como sí,
al mostrarle algunas cosas que, evidentemente desconoce las reconociera
como propias y las explotase.- Era Gerón el que discurría, sentado en un
extremo de una larga mesa rectangular. Ostentaba el título de Maestro
Hechicero de la Torre de Mon-Kul-Dom. Y ahora cavilaba en voz alta con el
objeto de informar al padre de su pupilo más sobresaliente.

Las palabras del mago actuaban en Garic como lo haría el roce de un


lacerante machete. Había huido de cosas como esta en los últimos 16 años,
cada movimiento suyo, cada juego, cada palabra, había estudiado con
denuedo todo lo que hacía su hijo. Noches enteras había pasado llorando
impotente al ver como su madre lo torturaba, lo vilipendiaba por su
condición. Nunca le perdonaría al crío que se alejara de su carrera militar,
puesto que eso significaba que ella nunca conseguiría su anhelado título
nobiliario que con tanta avidez deseaba. Garic temía tanto a su hijo como lo
amaba. Nunca le había dado muestras de cariño puesto que, en lo más
profundo de su ser sabía que, el éxito de la misión que lo había catapultado
al éxito no era sino una terrible derrota. Cada vez que se acercaba al niño,
las imágenes que vi venció aquel nefasto día lo asaltaban castigándolo por
su necedad, por su cobardía.

-C… conozco a mi hijo Gerón, y también sus pequeños desvaríos, no creo q-

-No lo suficiente Garic Almadehierro, créeme.- Le interrumpió el ilustre


mago. -Cuéntame amigo, exactamente, todo lo que aconteció el día de su
nacimiento. Tengo entendido que esa misma jornada fuiste a una misión de
notable importancia. Y por los dioses que me equivoque, pero, espero errar
en la identidad de uno de los ajusticiados por tu espada aquel día…-

-Te contaré todo lo trascendente en este tema Gerón, si es lo que deseas,


aunque, rememorar esos momentos signifique mi locura o algo peor.

Aquel día, efectivamente, partí con dos hombres para infiltrarnos en el


campamento del ahora extinto reino de Tyronia para aniquilar a sus más
insignes cabecillas. El primero en caer fue un terrible orco, cuya espada
acabó con uno de mis mejores hombres. El segundo…- Mientras hablaba, el
rostro de Garic se tornó ceniciento, y adquirió la tibiez de una estatua. Con
aire ausente continuó su verborrea, con la mirada perdida, mientras, sus
inefables fantasmas volvían a torturarle sin piedad.

-Fue entonces Gerón, fue entonces cuando ocurrió. Ese mago, al que me
mandaron matar, ese viejo había augurado de algún modo mi llegada. Me
invitó a entrar Gerón, ese maldito sabía incluso mi nombre.- Explicaba Garic
mientras su tono se tornaba cada vez más amargo. Le sobrevino el miedo y
sus ojos de desorbitaron. El mago asintió e invocó algunas palabras de
consuelo para el torturado general;
-Sé que es duro para ti compañero, pero es vital para la seguridad de tu
hijo. Continúa por favor, lo que aquí digas no hará sino ayudarte, créeme.-

-Acepté su invitación, y después de tanto me es imposible discernir el


motivo, pero penetré en la estancia y lo vi. Estaba desparramado en una
silla, su voz, era como un débil soplo de viento. Me fue imposible discernir
su edad, era humano pero, su longevidad era sobrenatural, una larga barba
cana le llegaba a la pantorrilla, su faz, era una máscara de arrugas. Sus
miembros eran delgados y caían laxos a los lados de su asiento… tenía el
pelo blanco níveo, al igual que su piel, y si mi memoria no me abandona, en
la mano izquierda lucía un desgastado tatuaje… parecía, una luna, una luna
menguante. Eso fue todo lo que vi antes de desfallecer. Caí presa de su
hechizo.

Después tuve unas terribles pesadillas, pero fueron tan reales…-

-¿¡El tatuaje de una luna menguante?!, maldición, sigue vivo… ¿Qué fue lo
que viste Garic?-

-Vi, a mi hijo, pero envestido con extraños ropajes, me vi a mi mismo,


asaltándolo, hablábamos algo sobre algún tipo de estratagema que yo
trataba de impedir… pero fracasaba, mi propio hijo me quitaba la vida.
Después desperté en mi habitación- Relató el general, adoptando un
pensativo semblante.

Ambos permanecieron callados largo rato, hasta que al fin el mago rompió
el silencio:

-Caíste bajo un hechizo de ilusión, no cabe duda, además uno que sólo dos
personas pueden conjurar sin perder la vida. Nuestro difunto maestro de la
torre, y él. Muchos lo conocen, pero hace largos años que no se sabía nada
de él y fue relegado al olvido. Ahora ha vuelto…

Lo que viste Garic, no auguraba el futuro necesariamente, el hechizo


preconiza algo que puede ocurrir. Pero, todo depende de las acciones que
llevan a cabo aquellos que son sometidos al conjuro.

Y… en cuanto a la verdadera personalidad de tu hijo…- Se hizo un silencio


sepulcral en la estancia al reflexionar sobre el verdadero problema de la
contertulia. Gerón se levantó y sacó un antiguo tomo de vetustas pastas de
una estantería próxima. Tomó de nuevo asiento y aplicó la mano en la
pasta. El polvo se apartó y dejó a relucir el secreto que guardaba la
cabecera. Grabado en oro blanco, un mensaje rezaba en la escritura de la
magia: “Negrura”.

-Este tomo fue arrebatado hace cien años a un anciano dragón. Lo


atesoraba recelosamente entre sus pertenencias y gracias a una compañía
pudo robársele. Este libro ha segado muchas almas en vida, Garic. Contiene
toda la sapiencia de la magia negra, la nigromancia.- Abrió el libro, y sus
corazones dieron un vuelco. Imágenes de torturas, sangre, y dolor
recorrieron sus intelectos en un instante. Gerón cerró los ojos aceptando el
castigo por su atrevimiento y buscó una página.

-Aquí reza, amigo, el hechizo prohibido de Regang Det, mago negro,


desterrado de estas tierras hace más de mil años. Habla sobre la vida y la
muerte y sus enlaces. Lo he leído tantas veces como páginas posee, pero ni
siquiera yo, el más avezado de la torre soy capaz de discernir sus secretos.
Y es que, entre toda esta arenga se esconde el terrible secreto de la
inmortalidad, el hechizo de la vida infinita. Sus últimos versículos, en cuyo
final estimo se encuentra la clave reza así:

“Con espada y brujería podrás quitarme la vida, pero ¿qué es la vida sino
muerte, y la muerte sino vida? ¿Acaso no puede un cuerpo sin vida hallar un
camino entre las sendas de sombras? Busca el sendero, hallarás al demonio
que lo guarda, si te pregunta de dónde procedes, replícale que acabas de
nacer. El se apartará y podrás ver la verdad. Tan sólo deberás ofrecerle algo
a cambio, una dádiva sin importancia para aquellos que buscan la
sabiduría.”-

Cuando concluyó el párrafo los pelos de ambos hombres se erizaron y las


imágenes del demonio guardián les sobrevinieron como la lluvia en otoño.

-Creo, que el malvado Andrómeda cruzó el umbral, y volvió para vengarse


de todos nosotros. Este libro ha pasado por muchas manos, no sabemos
cuántos podrían haberlo estudiado antes que nosotros. ¿Me entiendes
verdad?-

Garic, aún con los pelos de su espalda como escarpia se movió incómodo en
su asiento. Hubo un rato de silencio, en el que ambos reflexionaron sobre
sus problemas. Al final, fue el guerrero quien rompió la quietud.

-M… me estás pidiendo que-

-¡No!- Protestó el otro. –Debemos ser muy cautos, pero el aprendiz tiene
que vivir. No está en nuestra mano decidir el destino de tu hijo. Vivirá, para
bien o para mal. Ya ha acabado su instrucción. Lo mejor será dejarlo ir. Es
su deseo y debemos respetarlo, como hacemos todos los aprendices al
acabar nuestros estudios. Ha esperado mucho este momento y se prepara
para partir. Cuando crezca, si consigue sobrevenir al devenir de los planos,
sabremos su verdadera identidad…-

Gáric Andrómeda

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