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La educación sitiada:

una crítica a la corrupción educativa

«…la función esencial de la educación es conferir a todos


los seres humanos la libertad de pensamientos, de juicios, de
sentimientos y de imaginación que necesitan
para que sus talentos alcancen la plenitud».
(Delors, 1996:101)

Llevo pocos años como docente, pero desde que me inicié en este camino
complicado de la educación siempre me llamó la atención la enorme
desmotivación que tienen los jóvenes de hoy para alcanzar la excelencia. El
conocimiento, la pasión por saber más, se ha ido perdiendo para cederle lugar a lo
que Zygmunt Bauman (2005) llama modernidad líquida; hombres y mujeres
desesperados al sentirse descartables y abandonados a sus propios recursos,
siempre ávidos de la seguridad de la unión. No obstante, estos seres lo que temen
es perder su individualidad porque para Bauman, la atención humana tiende a
concentrarse en la satisfacción inmediata. Los jóvenes de esta era son producto
de nuestros proyectos del pasado, y lejos de haberlos educado les hemos robado
un derecho inalienable: el derecho a la responsabilidad plena de sus acciones.
Como educadora no puedo sino albergar la esperanza. Sería contradictorio
si no fuera así. Freire habla de educación como “un proceso de conocimiento,
formación política, manifestación ética, búsqueda de la belleza, capacitación
científica y técnica” (2005). Es nada más y nada menos que una manifestación, un
movimiento y una lucha en redefinir el mundo que nos rodea hoy, y que no es el
mismo de hace 20, 30 o 40 años. Pero, ¿es mejor ahora? ¿Fue efectivo el
compromiso que se planteó entonces? ¿Hay menos miseria, menos exclusión,
menos violencia, menos ataques a los derechos humanos, menos depredación del
medio ambiente? Para analizar la situación de la educación actual es preciso que
descendamos a la verdadera raíz del problema que como dice Núñez Hurtado
(2005, 28) “implica la recuperación de la esperanza” como una necesidad
ontológica. Para ello esbozaré en el siguiente ensayo algunas posturas críticas
hacia el sistema educativo de nuestro país, no sólo a partir de lo político sino
sobre todo desde el foco humanista, que es al fin y al cabo el oxígeno de nuestra
esencia infinita.
Guatemala cuenta con 13 millones de habitantes de los que más de 7
millones viven en la pobreza. La desnutrición es el problema más urgente del país.
Casi 2 millones de personas viven en la pobreza extrema que obliga a trabajar a
834 mil niños entre los 5 y los 17 años. El 84 por ciento de estos niños que
deberían estar en las escuelas se encuentran trabajando en condiciones
infrahumanas. La historia de nuestro país está estancada en la miseria y en la
ignorancia. No podemos planificar un mejor futuro si no erradicamos la corrupción
en todas las esferas. Por ejemplo, actualmente el Congcoop y el CIIDH
evidenciaron que de los Q546.4 millones aprobados para el Mineduc en
alimentación escolar de este año, solo se han ejecutado Q252.5 millones, “lo que

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representa un 46.2 por ciento gastado en nueve meses”. El factor “tiempo” no es
factible en los trámites burocráticos debido a la inseguridad alimentaria que se
flagela en nuestro territorio. Si no hay alimentación, tampoco hay educación que
es la base para posibilitar una mejor inserción laboral y que a su vez provee una
mejor remuneración y la mejora de los recursos económicos de un país.
En nuestro país sobrevuela un fantasma y es nada menos que el fantasma
de la ignorancia disfrazada de corrupción; una corrupción del Estado que nos
involucra porque nos hemos vendido para sobrevivir en esta jungla de
individualismo que impera en nuestra sociedad. Una ignorancia de aquellos
habitantes que no están sumidos en la pobreza y que desperdician sus
oportunidades de desarrollo. Los jóvenes de hoy creen que aprender es sinónimo
de inmediatez y espontaneidad. ¿Podemos seguir culpándolos de su falta de
conciencia? ¿Podemos seguir hablando en tercera persona?
Hace unos años, un padre de familia me amenazó por haberle enviado a su
hijo un reporte de conducta. Él y su esposa me exigían, frente al director del
instituto, que me disculpara con su hijo porque yo “le había faltado al respeto
primero”. El señor intentó intimidarme varias veces buscándome dentro del plantel
educativo, lo que estaba prohibido, e incluso se atrevió a rastrear mi auto en el
estacionamiento para anotar las placas. Durante dos días seguidos llegó a la
dirección sin cita previa y se sentaba durante horas a la espera de que el director
lo atendiera. Su preocupación no era otra que la expulsión de su hijo –era el tercer
reporte de conducta que tenía en tres meses--. Si esto sucedía, el joven no se
graduaría de uno de los “mejores” colegios del país. Al señor no le preocupaba la
ética de su hijo ni lo que podía aprender de las consecuencias que tienen sus
acciones en la vida. El peso lo cargué yo durante los dos meses que siguieron;
sentía que mi vida corría peligro cada día. Y hoy me pregunto, ¿quién es el
responsable? Como me dijo una alumna una vez: "de nadie, de uno, de todos".
El director de la facultad en la que trabajo convocó, hace poco más de dos
años, una reunión entre los directores de los colegios de la capital y nosotros, para
discutir el problema con el que nos enfrentamos en la educación superior --de
treinta y tantos colegios llegaron solamente diez--. Como profesora de lectura y
escritura les esbocé las carencias con las que me enfrento cada semestre con los
y las estudiantes de primer ingreso: sus deficiencias en resumir, en investigar, en
interpretar, en citar, en analizar y para no hacer la lista tan extensa: sufren de lo
que de manera acertada denomina Mario Roberto Morales como intelicidio (el
suicidio de la inteligencia). Tras unos segundos de silencio, una señora bastante
pasada de peso y con el delineador corrido, que estaba sentada a mi derecha, me
preguntó con la sonrisa del Guasón y con ojos desorbitados "¿y qué?,¿no tienen
nada bueno?". La escena me recordó la del proceso kafkiano. Y así, como una vil
acusada, me defendí con una respuesta nada diplomática: "son muy simpáticos,
señora". Me temo que a nadie le gusta escuchar las verdades, sobre todo si éstas
deben admitir la irresponsabilidad de no haber formado a los espíritus
competentes que nuestra sociedad necesita de manera urgente, ya sea por
negligencia, incapacidad o estupidez.
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Las estructuras familiares tienen una esperanza de vida muy corta. La
inmigración dejó en 2007 a más de medio millón de familias desintegradas que se
suman al 67.9 por ciento de la población que se beneficia de remesas. Por otro
lado, aún cuando los padres permanecen al lado de sus hijos su ausencia es la
misma que la de los migrantes. Y si la familia es la institución más importante en
fomentar la “socialización primaria” del ser humano entonces podemos intuir que
algo muy malo está sucediendo en el aspecto moral de la esfera familiar. La
decadencia de la autoridad paterna en la modernidad apunta al incremento de
antipatía y de recelo que tienen los jóvenes hacia cualquier figura autoritaria y, por
consiguiente, a la delincuencia juvenil. La apariencia de lo eterno ha mermado en
nuestra cultura y ha ayudado a proliferar la mentira, la adulación y el abuso de la
fuerza.
En nuestros tiempos, tener hijos es una decisión y no un accidente.
Bauman dice que “tener o no tener hijos es probablemente la decisión con más
consecuencias y de mayor alcance que pueda existir” y a mí me llena de angustia
saber que, según cifras de la Vigilancia Epidemológica de 2006, el 62.4 por ciento
de las mujeres de nivel socioeconómico bajo dan a luz antes de cumplir los 20
años. En el caso de Guatemala, la falta de educación es el factor principal de la
ignorancia para hacer mejores elecciones. Contamos con la tasa más alta en
Centro América de partos en adolescentes y lo más irónico del caso es que en la
ciudad de Guatemala sólo hay una cobertura de atención prenatal del 17 por
ciento que oscila, según el departamento hasta del 76 por ciento de cobertura en
Alta Verapaz.
Son estas las contradicciones globales las que nos convierten en el
basurero de los problemas del mundo. Nosotros los residentes de las ciudades y
nuestros representantes, de todas las instituciones que componen el país,
debemos enfrentarnos con la tarea de buscar soluciones locales que contrarresten
estas discordancias. Quizá valdría la pena pensar en la creación del “espacio
fluido”, tal como Manuel Castells señala en The Power of Identity (1997), en el que
se establece una nueva jerarquía de dominación por medio de la amenaza de
desconexión. Es decir, fomentar la producción de sentido y de identidad global y
no lo que hasta ahora hemos hecho y que es lo que Darwin teorizó con su “the
survival of the fittest” que equivale a que la supervivencia es la prueba última de
que uno está en buena forma. Nuestros jóvenes han aprendido con el ejemplo de
sus mayores que “el hombre es el lobo del hombre”, como decía Hobbes. Tal vez
en esto radica la vacuidad que existe en nuestra cultura moderna, mientras más
poseo más poder tengo sobre los demás.
Nos urge tomar consciencia que uno de los problemas del sistema educativo
moderno es la falta de coherencia entre su currículo y la realidad. El sistema
actual es obsoleto porque carece de innovación y del enfoque de los mundos
semánticos afines a las matemáticas y las posturas en las artes y las
humanidades. Una de las catástrofes más grandes de la educación es que las
carreras humanísticas se han ido reemplazando por las especialidades técnicas
que se encargan de obviar la visión histórica, literaria y filosófica de la humanidad.
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¿Dónde está entonces la calidad cultural en nuestra enseñanza actual? Y si
todavía las tenemos es preocupante la incompetencia que existe en los docentes
que las imparten, quienes lo único que logran con su “pedantería” pedagógica,
como subraya Savater, es esterilizar el aprendizaje.
Hace poco tiempo un colega me preguntó preocupado que para qué servía
enseñar Literatura, que qué utilidad tenían las lecturas que yo les ofrecía a mis
estudiantes para su futuro profesional. Él me aseguró que la lectura de los libros
es cosa del pasado y que yo no estoy actualizada en cuanto a las destrezas que
ellos sí tienen en la tecnología. Si esto es un avance prefiero quedarme en la
Antigüedad donde la educación humanística solía sensibilizar a través de la
lectura de los libros, que de por sí es una actividad intelectual. No puedo estar
más a favor de lo que dice el filósofo español en El valor de educar: “Fomentar la
lectura y la escritura no puede ser más que las dos actividades más humanísticas
de todas. Lejos de implantarlas por decreto deben introducirse como placeres
propios de la vida”. Y aquí cito a Hannah Arendt (citada por Bauman) como un
esfuerzo futuro dirigido a revertir la corriente y alejarnos de la ciudad sitiada con el
objetivo de acercar a la historia su ideal de “comunidad humana”:
El mundo no es humano por el simple hecho de estar hecho por humanos, y no se
vuelve humano por el simple hecho de que la voz humana resuene en él, sino sólo
cuando se ha convertido en objeto del discurso […] Sólo humanizamos lo que está
sucediendo en el mundo y en nosotros cuando hablamos de ello, y es al hablar que
aprendemos a ser humanos.

Albergo la esperanza en que todo será mejor si nosotros, como verdaderos


educadores y dirigentes, logramos ser seres morales, como una manifestación
innata de la humanidad, sin ningún “propósito”, provecho, comodidad ni gloria.
Tengo esperanza de que a través del ejemplo de nosotros los adultos
responsables, los jóvenes se inspiren para trascendernos. Howard Gardner
plantea una reforma educativa con cuatro nódulos que me parece muy acertada:
evaluación, currículo, educación del educador y apoyo de la comunidad. Una
integración global, dialógica, holística en la que el futuro pueda visualizarse
prometedor, no sólo para las élites sino sobre todo para los excluidos, los pobres,
las mayorías. Tal como postulaba Paulo Freire, debemos lograr el compromiso
con la vida.
Como educadora no me queda más que vivir en la esperanza de resistir, de
abolir la corrupción educativa, y me uno a la invitación de Sábato en la que lo
invito, a usted lector, a la revaloración de lo que entendemos por resistir. Yo
tampoco podría dar una respuesta, pero intuyo que es como la fe en un milagro. Y
en este caso, yo creo en los milagros.

Bibliografía

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Bauman, Z. (2005). Amor líquido. (Mirta Rosenberg, Trad.). Fondo de Cultura
Económica, Madrid.

Castells, M. (2005). The power of Identity. Blackwell Publishing, USA.

Sabato, E. (1999). La resistencia. Ed., Seix Barral, Barcelona.

Savater, F. (1997). El valor de educar. Ed., Ariel, Barcelona.

Morales, M.R. (12 de marzo de 2008). Intelicidio, ilustración y cultura letrada.


Fecha de consulta: 14 de octubre de 2008, de:
www.lainsignia.org/2008/marzo/soc_002.htm

Núñez, C., et al. (2005). Propuestas de Paulo Freire para una renovación
educativa. ITESO, CEFRAL, CEEAL, México.

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