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Casi todos los cultos conocían la idea básica del bautismo como “renacimiento”.
Las religiones mistéricas preceden al bautismo cristiano tanto en enseñanza
bautismal como en tiempo de preparación. Todo lo que se repite en la usanza
cristiana (el embrujo protector y de defensa, la imposición de manos, el gesto de
bendición y transmisión, la unción del cuerpo o la cabeza, los actos de exorcismo
como soplar, ensalivar, el triple sumergimiento, etc.) no son más que imitaciones
y plagios.
“Realmente, tras la praxis bautismal cristiana no se esconde otra cosa que la vieja
visión pagana de la fuerza misteriosamente salvadora y purificadora del agua.”
(Deschner).
EL PESO DE LO BALADÍ.
“Puesto que el bautismo en realidad no es más que un rito, que no causa nada
fuera de la militancia obligada y voraz de las iglesias, a poder ser hay que
rodearlo de misterio. Y como no tiene ningún efecto interno, lo externo recobra
una importancia exagerada.”
Ya en el siglo III afirmaba que el primer grito del bebé, a su llegada al mundo, no
era un grito de queja, sino un grito de solicitud, de petición de bautismo. No
obstante hasta comienzos de la Edad Media la regla fue el bautismo de adultos.
La imposición del bautismo a l@s niñ@s data del siglo VI y es propagada sobre
todo por Agustín. Pero lo que se dice obligatorio solo fue a partir del Concilio de
Trento (1545-1563): “Los párrocos deben enseñar en adelante que los niños
tienen que ser bautizados, y deben ser formados poco a poco, a una edad tierna,
mediante las prescripciones de la religión cristiana en la verdadera divinidad,
pues como dice atinadamente el sabio: si el joven se acostumbra a su camino, ya
no se apartará de él ni de mayor.”
En los últimos años se ha protestado con fuerza contra el bautismo de niños por
parte de algunos eruditos protestantes. Karl Barth lo acataba como “vacunación
por vía oral” de la Iglesia. A otros teólogos, contrarios, se les aplicó juicios en
contra de su actividad magisterial o se les obligó a jubilarse. Es claro que la
Iglesia en ese tema no cede. La ceremonia, aparentemente inocente, de
aspersión de agua asegura primero su consistencia en la afiliación y, segundo, su
riqueza. Y esto es evidente sobre todo en la República federal alemana donde
cada ciudadano, en virtud de su remojón de pequeño, paga a la Iglesia entre el
8% y el 10% del impuesto sobre el salario o la renta, ¡sólo por esto, la Iglesia
ingresa año tras año miles de millones de euros!
No hay duda, si las Iglesias dejaran durante una generación de ser Iglesias de
masas, desaparecería la mojadura de lactantes. Esto sostuvo hasta hace ahora
cerca de una década Joachim Kahl, en su artículo “Educación sin religión”, digno
de leerse, y que es, desde el inicio, una crítica sustanciosa contra “el
automatismo ciego del ritual del bautismo de los niños”, que debe formar parte,
con todo derecho, del “arsenal de la cristianización forzada”. Kahl afirma, en ese
contexto, la misión violenta que comienza con Agustín; la ideología de cruzada
bajo el Papa Gregorio I (hacia el 600); el posterior modelo dinástico de la misión
violenta, por la que, siguiendo la máxima de cuius eius religio, el soberano
determinaba la confesión de sus súbditos; y finalmente, la cristianización de las
gentes, por la que pasan a ser súbditos no ya del soberano sino de sus padres,
cuius generatio eius religio.
El que fuera teólogo en otros tiempos censura el bautismo de los lactantes como
violación del derecho fundamental del niño a la libertad de religión, y lo denuncia
como anticonstitucional. Se apoya en el artículo 4, párrafo 1 de la Ley
Constitucional alemana: “La libertad de credo, de conciencia, la libertad de
confesión religiosa y de ideas son inviolables”. También se apoya en el artículo
136, párrafo 4 de la Constitución de Weimar, incorporado a la Constitución a
través del artículo 140: “Nadie puede ser obligado a una actuación religiosa, a la
celebración o a la participación de actos religiosos o a la utilización de una forma
de juramento religiosa”.
Y Kahl comenta:
“¿Y qué pasa con el bautismo de los niños? Una persona, un lactante menor de
edad, ¿qué indica esto? Los derechos de las personas pertenecen a cada persona
independientemente de su edad; una persona que no puede defenderse es
obligada, sin ser preguntada, a una actuación eclesial. Peor aún: se la degrada en
objeto involuntario de la actuación cultual de otros.
Por muy baladí que sea el hecho externo (a petición de los padres un funcionario
eclesial derrama agua tibia sobre la cabeza de un niño, la mayoría de las veces
lloroso), lo decisivo es el hecho jurídico que se da a través de ese suceso. Antes
de la ceremonia el lactante era un “niño infiel”. Tras la ceremonia obtiene una
partida de bautismo y es un cristiano, miembro de una Iglesia con todas las
consecuencias jurídicas. Lo increíble de este hecho se puede medir comparándolo
con el padre más autoritario del NPD, éste no podría afiliar a su hijo al partido
inmediatamente después de nacer, algo, por otra parte, también muy difícil de
hacer si nos ajustamos a derecho.
¿Qué ocurre por tanto en el bautismo de niños? Que las personas pueden
atribuirse violentar religiosamente a otra persona indefensa y hacerla miembro a
la fuerza de una organización, que en realidad no prevé, en su concepción
teológica, una salida, porque la actuación divina mediante el bautismo en el niño
es definitiva e inapelable. Con esto el bautismo infantil no solo lesiona el derecho
fundamental de libertad de religión sino también el derecho del niño al desarrollo
libre de su personalidad (Ley fundamental, artículo 2, párrafo 1).
El lactante es el objeto ideal de violación para la Iglesia. Los niños son aptos
mediante la potentia obedientialis para aceptar los efectos del bautismo y, al
mismo tiempo, se elimina el ponerles impedimento alguno (obex gratiae). La
mayoría tiene la religión (en la que han sido metidos desde su nacimiento) que ya
tenían sus padres, sus abuelos, sus tatarabuelos, su fe es hereditaria, una
desgracia familiar.
“Serían muy pocos”, dice el párroco Jean Meslier (un apóstata como Kahl) y cuyo
testamento literario editó en parte Voltaire en 1764, “quienes tuvieran un Dios si
alguien no se hubiera preocupado de darles uno”.