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Estudio de la relación de los síntomas y del destino con el manejo de los objetos

internalizados, en el análisis de un carácter hipomaníaco*

WILLY BARANGER
(Montevideo)

PRESENTACION

El propósito de este trabajo es establecer la relación del manejo de los


objetos internalizados con sus diversas expresiones, patológicas,
caracterológicas y relativas al destino individual. El caso que presentaré a
continuación me pareció de particular interés en ese sentido, por la estrecha
relación que en él mantienen entre sí estas distintas manifestaciones
psicológicas. Me pareció adecuado establecer una diferencia entre carácter y
destino, aunque éste no sea más que la expresión de aquél, porque, en mi pa-
ciente, el destino constituía una expresión privilegiada de los conflictos
psicológicos. En Antonio, la comprensión aislada de uno de estos tres aspectos
sería imposible. Únicamente pueden entenderse uno por otro, o mejor
relacionándolos con su determinismo inconsciente común.
En la primera parte, trataré de dibujar un esbozo patográfico de los
mencionados aspectos del psiquismo de Antonio. Pasaré, en la segunda parte, a
examinar los mecanismos inconscientes que aparecieron en su análisis, en la
medida en que puedan aclarar el tema de este trabajo.
Desde luego, dejaré de lado aspectos importantes de mi trabajo analítico con
Antonio; su análisis planteó problemas técnicos, contratransferenciales y

*
Este trabajo ha sido presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, hace muchos años. Ciertos datos
biográficos del paciente han sido voluntariamente alterados por razones de discreción, sin que, a mi criterio,
estas alteraciones afecten la comprensión del caso.
transferenciales dignos de atención. Únicamente me referiré a los últimos en la
medida en que puedan aclarar el tema central.
En la tercera parte, trataré de reconstituir la conexión intrínseca de las tres
series de fenómenos mencionados y su estructura común.

1.— ENFOQUE PRELIMINAR DEL CASO

Antonio vino a verme en octubre del año 1950. Acudía al tratamiento


analítico por consejo de un médico clínico que le había tratado algún tiempo por
una espermatorrea y un estado general deficiente.
Antonio era un joven extranjero, de 20 años, estudiante de medicina.
Impresionaba por su delgadez y su aspecto inquieto. Su actitud agitada, su
forma de hablar explosiva y entrecortada, la confusión de sus relatos no dejaba
dudas acerca de la intensidad de su estado angustioso.
Conscientemente, su angustia se relacionaba sobre todo con su síntoma
central. Se trataba de unas eyaculaciones abundantes de esperma, con o sin
erección, fuera de toda relación sexual y de toda masturbación, sin ninguna
sensación de orgasmo y sin excitación genital consciente. Estas poluciones * se
producían en determinadas situaciones, casi siempre de día, y varias veces a la
semana. Cada incremento de la situación de angustia producía una mayor
frecuencia de las poluciones.
Me fue difícil conseguir de Antonio informes precisos sobre la historia del
síntoma en la entrevista preliminar, a causa de la confusión cronológica que
reinaba en sus asociaciones. Pudo verse en el curso del análisis que el síntoma
había aparecido por primera vez en su país natal, en el año anterior, y había
reaparecido en Buenos Aires unos meses antes del comienzo del tratamiento,

*
Seguiré la terminología de Huliner, “Sexual disorders” (Philadelphia, 1941) que no establece diferencia entre
la espermatorrea y las poluciones diurnas del tipo de las que presentaba Antonio.
con unos meses de remisión entre estas dos apariciones.
En ambas oportunidades, el síntoma estaba relacionado con una situación
emocional específica.
Antonio, después de recibirse de bachiller, había ingresado en la Facultad
de Medicina de la capital de su patria. Como sus padres vivían en la provincia,
se había alojado en casa de una tía abuela materna. Esta tenía una hija adoptiva,
Ana, de 26 años. Ambos jóvenes no tardaron en enamorarse, y se estableció
entre ellos un gran amor platónico y romántico. El síntoma se presentó por
primera vez cuando los tíos abuelos fueron a visitar a los padres del paciente
con Antonio y Ana. La madre no tardó en darse cuenta del enamoramiento de su
hijo y manifestó la más resuelta oposición, lo que provocó igual oposición de la
tía.
A raíz de esta situación apareció el síntoma (las circunstancias se verán
después con mayor detalle).
La madre de Antonio estableció un sistema persecutorio:
imaginó una conspiración de la tía abuela con Ana para sacar provecho de la
inexperiencia de Antonio, atraerle al casamiento con Ana, y sacarle dinero.
Exigió que su hijo se mudara a otra pensión.
Antonio siguió viendo secretamente a Ana algunas veces pero pareció
perder interés en la chica.
En realidad, se identificó con los temores paranoicos de su madre y huyó de
la situación con Ana. Su estado de tensión interna y angustia se agravó y
empezó a perder interés por sus estudios. Su espermatorrea había desaparecido
por cesación de la situación estimulante con Ana.
Recurrió entonces a una técnica significativa para escapar a su angustia:
engañó a su madre; le dijo que había tenido relaciones genitales con Ana. La
madre se angustió, temiendo sea una venganza directa, sea un chantaje, o un
casamiento forzado y mandó a Antonio a la Argentina.
Antonio se inscribió en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, se alojó
en casa de una familia, y se enamoró en seguida de la hija de la casa: Dorita.
Esta, como Ana, tenía algunos años más que él. Era una chica atractiva,
seductora y frustradora. Antonio repitió con ella la situación que había vivido
con Ana, pero en forma más angustiante: no se atrevía a declararse claramente a
la chica, vivía en una situación de excitación genital continua, dudaba
obsesivamente si la chica era buena o mala, si lo quería o despreciaba. En estas
condiciones reapareció la espermatorrea, con un gran incremento de la angustia.
La relación evidente del síntoma de Antonio con su situación emocional,
aun para un examen muy superficial, dejaba entrever la posibilidad de una
curación relativamente fácil de este síntoma. Pero también se veía que este
síntoma no era más que la expresión somática última de conflictos psicológicos
mucho más profundos y complejos.
En la situación con Dorita, Antonio expresaba dudas obsesivas (declararse o
no, seguir queriendo a Dorita o buscar otro objeto, seguir viviendo en su casa o
mudarse, etc... .); pero estas dudas encubrían temores paranoides y depresivos;
temía que Dorita se burlara de él, que fuera una coqueta incapaz de amar, que se
quisiera casar con él únicamente por el provecho económico, que lo quisiera
dominar, mandar y vigilar. También la acusaba de provocarle intencionalmente
celos. Frente a estos temores paranoides, decidía “tomar una actitud varonil”,
“dominar la situación”, “no volverse un pelele entre sus manos”. Pero, por otro
lado, se culpaba depresivamente de dañar a la chica, de provocar en ella una
excitación sexual que podía perjudicarla (volverla “neurasténica”), de rebajarla
por sus deseos genitales, de impedirle buscar con otro hombre el camino hacia
el matrimonio y la felicidad. Expresaba gran parte de estos temores en términos
religiosos. Temía la persecución de Dios, y toda clase de castigos. Por otro lado
sentía que merecía los castigos por su maldad y suciedad. (Deseos agresivos y
genitales.)
Esta situación se repetía con respecto a los estudios de Antonio. Dudaba
obsesivamente entre seguir sus estudios de medicina y dedicarse a los negocios.
Se sentía obligado a seguir medicina por el deseo de su madre: “Tienes que
servir a la humanidad.” Pero también se culpaba de vivir a expensas de sus pa-
dres y no ayudar a su padre en sus negocios.
Este síntoma psicosomático, estas reacciones obsesivas encubriendo a duras
penas temores paranoides y depresivos no agotan el cuadro psicopatológico que
presentaba Antonio. Una gran parte de sus conflictos se expresaba en la
conducta de él y en su modalidad caracterológica.
Desde la primera entrevista, llamaba la atención el destino de Antonio, por
su extrema complejidad. Dejaba la impresión que Antonio había vivido en sus
veinte primeros años de vida cuatro veces más acontecimientos importantes que
el común de la gente. Citaré al azar algunos de ellos en relación con su ines-
tabilidad. Sus estudios, hasta el bachillerato, se realizaron en una docena de
establecimientos distintos (todos religiosos, y de disciplina a veces muy severa).
Los motivos de estos cambios son difícilmente comprensibles por razones
lógicas (la familia vive siempre en la misma ciudad). Algunos de estos cambios
se debieron a reacciones incoherentes de los padres, otros a actitudes del mismo
Antonio (indisciplina, situaciones de hostilidad hacia los maestros, etc....). Su
primer año escolar transcurrió en dos escuelas distintas, pero las dos de niñas.
Vivió un año (de 7 a 8 años) en casa de su abuela materna (en una ciudad
lejana) a raíz de conductas agresivas en la propia casa. Fue mandado, por la
misma razón, a un colegio aislado en las montañas, a los 10 años. Nunca
conoció una vida hogareña tranquila, su permanencia en la casa familiar
siempre fue interrumpida por expulsiones brutales.
Este destino inestable corresponde en Antonio —por identificación con la
conducta de los padres— a una tendencia muy marcada a actuar sus conflictos.
Nótanse, por ejemplo, en su historia, una serie de conductas agresivas y
masoquistas. A los 2 ó 3 años, se pegaba la cabeza contra las paredes, de rabia,
cuando lo contrariaban. Era muy peleador con los muchachos de la calle. Una
vez “rompió la cabeza a uno de ellos de una pedrada.
Otra vez repitió esta conducta con su hermano menor. En los colegios actuaba a
veces de cabecilla planeando y realizando hazañas contra las autoridades (robo
de temas de exámenes, etc.. .
Pero se hizo operar dos veces “por pura malicia”: la primera vez a los 12 años
(como castigo por la masturbación) de apendicitis; la segunda vez, a los 16 años
(castigándose por sus primeras tentativas heterosexuales), quiso hacerse
circuncidar; el cirujano se negó, pero lo operó de una hernia doble. Algún
tiempo después, realizó el robo por efracción del arsenal de un liceo militar
donde había sido alumno (vendió después las balas de máuser, producto del
robo, a un cura del partido político opuesto al de su padre, y al suyo,
quedándose con mucha culpa “por los asesinatos que se cometieron con estas
balas”). De niño, robaba oro y joyas de poco valor en el comercio de su padre
para comprarse caramelos y jugar a la lotería.

En toda su vida, las expulsiones por parte de los padres y las conductas
sadomasoquistas se relacionan con las manifestaciones de la sexualidad infantil.
La situación edípica alcanza en Antonio un grado inusitado: a los 13 años,
estando de viaje con la madre, ésta lo hizo dormir en una misma cama con ella.
El se excitó, la abrazó e intentó levantarle el camisón. La madre se negó, pero
sin enojarse. En la misma época, desde los 12 años, tenía un gran problema con
la masturbación, con temores conscientes de castración. Al mismo tiempo, tiene
frecuentes poluciones nocturnas. Anteriormente, había tenido varias experien-
cias de la escena primaria (durmió siempre en la habitación contigua a la de sus
padres, con la puerta abierta). A los 8 años, fue seducido por un saltimbanqui
quien le hizo felacio. Antonio queda con la impresión que el hombre le ha
“chupado la vitalidad”. También se notan manoseos con los hermanos menores,
y actividades voyeurísticas en la primera infancia. Empieza la vida genital a los
16 años, con una señora casada a quien conoció casualmente, pero se queda con
la impresión de ser impotente (tuvo eyaculación precoz). En la misma época,
trata de tener relaciones con una sirvienta de la casa, pero eyacula antes de la
introducción, asediado por el temor de que su padre lo sorprendiera. Tiene
después algunas experiencias con prostitutas, pero sin mayor satisfacción.
A primera vista, el destino de Antonio sugiere la impresión de una
personalidad caracterizada por la hiperactividad, la inestabilidad, la tendencia a
actuar los conflictos, la violencia de los impulsos sadomasoquistas, la necesidad
de relacionarse con un gran número de personas y la imposibilidad de establecer
relaciones afectivas profundas.
Estos rasgos, y los síntomas antes mencionados, nos orientan hacia la
investigación de las situaciones tempranas que pudieron provocar este conjunto
patográfico y caracteropático.
Cabe señalar, en primer término, una situación familiar traumatizante. La
madre es una mujer joven (tenía 16 años cuando nació Antonio) y muy
dominadora. Es activa y emprendedora. Domina a su esposo, quince años mayor
que ella, y menos culto y enérgico. Es una personalidad muy paranoide, muy
celosa, y quiere manejar a toda la familia. Cuando no se le presta la debida
atención, se “enferma” y recupera el dominio por esta técnica.
Es a la vez seductora y rechazante con sus hijos. Ha establecido con
Antonio una situación de confidente: es su hijo preferido; le cuenta los
sinsabores de su vida conyugal. Tiene tendencia a la vez a impulsar a sus hijos a
“ser hombres”, a independizarse, y a feminizarlos y dominarlos (los lleva a su
tocador, los viste como muñecas, etc....).
El padre es un hombre de origen humilde, sometido a su esposa, débil frente
a ella, y brutal frente a los hijos (Antonio fue pegado con un látigo, obligado a
caminar de rodillas sobre un piso de cemento rugoso, etc... .). Es intensamente
reprimido, “viscoso”, explosivo, lo que permite diagnosticar una personalidad
obsesivoepileptoide.
Antonio nació al séptimo mes de gestación (primer rechazo y primera
expulsión de parte de la madre, situación intrauterina traumática). A los cuatro
meses, la madre se embaraza otra vez, dando a luz a otro hijo siete meses
después: Alberto,* hermano menor de Antonio, tiene once meses menos que él.
El núcleo constitucional epileptoide de Antonio (herencia paterna) se encuentra
pues incrementado por frustraciones tempranas intensas. Tuve oportunidad de
ver una fotografía de Antonio a los ocho meses. Es un niño fuerte, con
tendencia a la obesidad ‘y una cara de gran tristeza. Después de los dos años,
dejó de ser gordo y empezó a manifestar explosiones de ira (golpearse la cabeza
contra las paredes). Se ve entonces cómo Antonio reaccionó por la obesidad a la
situación depresiva temprana provocada por el embarazo de la madre, y
abandonó después esta defensa (por un motivo que no se pudo averiguar) para
entregarse a reacciones epileptoides. Puede deducirse de la estructura obsesiva
de la familia y de la fecha del nacimiento de Alberto (necesidad de lavar una
serie de pañales solamente por día) que el aprendizaje de la limpieza
esfinteriana de Antonio fue brutal y precoz. Hablan en favor de esta hipótesis
los conflictos anales de Antonio.

Antonio pudo manifestar contra Alberto una parte de los impulsos agresivos
despertados por estas situaciones. Se pudo desarrollar a expensas de Alberto
(quedando éste muy atrasado con relación a Antonio en su vida ulterior). Creo
que esta situación fue uno de los factores importantes que permitieron a Antonio
superar en parte y en forma hipomaníaca sus traumas infantiles: venció al rival
en el amor de la madre.
Esta situación de triunfo como hijo mayor y preferido (compensada por la
obligación de ser “más hombre” que los tres hermanos menores, y la

*
Después de Alberto nacieron dos hermanos más: uno cuando Antonio tenía 7 años, el otro cuando tenía 15
años. No tienen mayor importancia para Antonio. En el curso del análisis, nació otro hermano más, como se
verá más adelante.
“independencia” forzada por la expulsión) no impidió que Antonio manifestara
sus conflictos por la enuresis hasta los 8 años. Este síntoma cobra mucha
importancia si se lo encara como prototipo de varios síntomas ulteriores de
Antonio.
Este primer esbozo de los síntomas de Antonio en relación con su historia
individual permite plantear los interrogantes que me parecieron de mayor
interés para la investigación en el curso ulterior del análisis
1º) Aparece a primera vista una relación entre la inestabilidad
caracterológica y la tendencia a la huida en el destino de Antonio, por una parte,
y su espermatorrea (huida del esperma) por otra parte. ¿No podrían estos
síntomas relacionarse con la conducta expulsiva de la madre?
2º) ¿A qué tipo de manejo de los objetos corresponden el carácter, los
síntomas y el destino?
3º) ¿Cómo, en circunstancias tan traumatizantes, pudo Antonio salvarse de
la psicosis?

II.— DESARROLLO DEL ANALISIS

El análisis de Antonio puede dividirse en períodos más o menos delimitados


por acontecimientos internos y externos en correlación.

Primer período

En este período, que duró desde octubre hasta diciembre de 1950, el tema
central de las preocupaciones de Antonio fue su espermatorrea. Pero más me
preocupaban las reacciones transferenciales resistenciales y caracterológicas del
paciente. El mero conocimiento de la ley interna de su destino indicaba que su
primera reacción al análisis iba a ser la huida. Si nunca había podido estar más
de un año seguido en un lugar determinado, era de suponer que reaccionaría al
incremento de angustia provocado por el análisis con su técnica acostumbrada.
Por eso observé con especial atención las reacciones de Antonio frente a la
situación analítica. Se hizo evidente en seguida que reprimía toda vivencia
transferencial directa, que no se refería nunca a mi persona, que no podía
vivenciar su angustia directamente en las sesiones, y que desplazaba toda
reacción transferencial sobre otras situaciones donde podía actuar en vez de
sentir o fantasear.
Esta pobreza de la vida de fantasía consciente en Antonio se revela por un
hecho significativo: no pudo referirme más que un sueño en su primer año de
análisis. En las sesiones, relataba cuidadosamente lo que había hecho en el día
anterior, o acontecimientos de su vida pasada. Esa reacción correspondía a una
defensa obsesiva: se aferraba a los hechos, reprimía las vivencias aislaba las
sesiones una de otra. Aun su modo de expresarse traducía con suma claridad
este tipo de defensa. No podía expresar llanamente ningún pensamiento, sino
que lo rodeaba de un conjunto pletórico de relaciones gramaticales y reticencias.
“Es decir que... sin embargo... hum... bueno, le voy a explicar, etc.... “También
llamaba la atención su actitud cortés y ceremoniosa hacia mí.
Podía observarse el fracaso de las técnicas obsesivas de defensa por su
necesidad del acting-out. Una de sus conductas más comunes, al abordar algún
tema angustiante, era correr, al salir de la sesión, a lo de su médico o de su
confesor (a veces ambas cosas sucesivamente). Iba a hacerse reasegurar que el
análisis era bueno para él, o que no era incompatible con la religión cristiana. A
pesar de conseguir reiterados permisos para analizarse, seguía en sus dudas.
Manifestaba su angustia transferencial por reiteradas ausencias (se equivocaba
de hora o de día, tenía “inconvenientes”, o llegaba tarde).
Estas defensas encubrían temores depresivos y paranoides. Se culpaba por
analizarse y por abordar temas sexuales. Veía en mí a la seducción de su propio
ello impulsándole a la sexualidad peligrosa. Temía perder la fe, volverse ateo
(perder la protección de sus padres idealizados). También me veía como a un
posible perseguidor, y temía ser mandado, aprovechado y robado por mí.
Fue así como me escondió su situación económica real durante todo este
período. Declarando tener recursos muy inferiores a los que realmente tenía, se
precavía contra posibles tentativas de robo o explotación de mi parte, y al
mismo tiempo, me robaba, pagándome honorarios demasiado reducidos.
Dichas reacciones ponían en evidencia las relaciones de objeto de Antonio.
Me veía proyectivamente como a una madre pervertida y seductora que lo
inducía a tentaciones para aprovecharse de él y someterlo al castigo.
La actitud transferencial de Antonio repetía exactamente su situación actual
con Dorita y su situación anterior con Ana. Se defendía contra una situación
edípica vivida en forma depresivoparanoide. Las cuatro situaciones (la situación
edípica con la madre, repetida con Ana, con Dorita y conmigo en la
transferencia) implican una relación objetal común. Antonio se siente seducido,
pero con fines agresivos. Si cede a la tentación, el personaje seductor lo va a
castigar, o someter al castigo de una figura paternal castradora. (Por ejemplo: si
yo le puedo permitir la vida sexual, es decir la “inmoralidad”, por el análisis, lo
voy a exponer al castigo de Dios.)
Estas reacciones se produjeron conjuntamente con la aparición de mucho
material de culpa por la masturbación, y de castigo por castración. Había
empezado la masturbación puberal a los 12 años, y había renunciado a esta
actividad algunos años después “por temor al infierno”. Consideraba la
masturbación como extremadamente peligrosa. Se refería a lecturas
seudocientíficas sobre el tema: en un libro había leído la historia de un joven es-
tudiante de medicina que se había vuelto impotente a consecuencia de la
masturbación, y que se entregó luego al alcoholismo, terminando en la
desesperación y el suicidio. El mismo se identificaba con el estudiante del libro,
y temía haberse vuelto impotente por la masturbación, haberse “degenerado” y
feminizado, haber dañado a sus genitales, haberlos atrofiado, lo que se traducía
por su impresión de tener el pene demasiado corto.
La intensidad del conflicto de castración en Antonio se explicaba por la
cantidad de pulsiones agresivas ligadas a las fantasías conscientes (e
inconscientes) que acompañaban la actividad masturbatoria. Las únicas
fantasías masturbatorias que pueda recordar consistían en imaginar escenas de
libros “pornográficos”. Así llamaba “La Béte Humaine” de Zola y “Notre Dame
de París” de Víctor Hugo. Veía la escena donde el héroe de la “Béte Humaine”
mata a su amante, la esposa del jefe de la estación, en un crimen epiléptico, y
también otras escenas donde el mismo héroe “enloquece” (crisis epilépticas) a la
vista de piernas desnudas de mujeres. También se representaba el asesinato de
Esmeralda por el sacerdote en “Notre Dame de París”.
Antonio asociaba directamente estas escenas con la escena primaria. En una
sesión donde aparece el recuerdo de la escena primaria (la que fue presenciada
por última vez a los 11 años), las asociaciones son las siguientes: una escena
actual donde oye a Dorita hablando con un muchacho y se produce la
eyaculación, el escuchar a los padres de Dorita en coito en la habitación de al
lado, el recuerdo del ruido de sus propios padres en coito. La sirvienta lo ató, a
los 8 años, en su cama para que no se fuera a la calle. Los padres que lo torturan
haciéndole aprender las operaciones aritméticas. Una tentativa, siendo niño, de
herirse con un cuchillo. El fumar en el baño. Le robaron una bicicleta. Sus fugas
de los colegios, “rompió la cabeza” a un muchacho de una pedrada.
Todo este material se relaciona con la escena primaria. Vive ésta como un
crimen epiléptico que lo llena de angustia y agresión. Se queda paralizado y
castrado (atado en la cama y sin bicicleta); se identifica sadomasoquísticamente
con la pareja en coito (se quiere herir con un cuchillo y rompe la cabeza a otro),
y revive esta escena en la masturbación (fumar en el baño), y en su síntoma
actual. Ligada a tal dosis de agresividad, la masturbación significa para él un
matarse y un castrarse (o matar y castrar a los padres: “provocar una desgracia
en la familia”).
Se vislumbran los motivos de las angustias de Antonio en las situaciones
actuales de significado edípico, y de sus temores acerca de la vida sexual y de la
masturbación: todo eso encubre conflictos muy anteriores intensamente
cargados de agresión y culpa. El primer resultado del análisis de la situación
edípica, en relación con el conflicto actual con Dorita, fue la aparición de la
ambivalencia frente a la madre, a quien Antonio veía en un principio en una
forma totalmente idealizada. Empieza a darse cuenta de la actitud
“horriblemente egoísta” de la madre, de su carácter celoso, de su conducta
seductora y castradora.
El análisis de la situación edípica permitió entender, en un plano superficial,
el significado de la espermatorrea de Antonio. Este síntoma se había producido
por primera vez en su país natal, cuando estaba enamorado de Ana. “Lo noté
por primera vez cuando vi que a mi tía no le gustaba” (que estuviera enamorado
de Ana). Se produjo el síntoma en una situación de excitación con Ana,
durmiendo los dos con la tía en una misma habitación de un hotel. En la misma
época, la madre de Antonio había manifestado su oposición a su amor por Ana.
En aquel entonces, el síntoma duró poco, pues la oposición de la madre provocó
su ruptura con Ana.
El síntoma volvió a presentarse en Buenos Aires en las circunstancias
siguientes: Antonio tuvo celos de Dorita y discutieron. Le tomó el brazo,
enojado, y ella le dijo: “¡Suélteme! ¿Quiere que llame a mi papá?”. Después se
puso de pie frente a un armario “para que él la besara”, y entonces se produjo la
eyaculación. En otras oportunidades, en Buenos Aires, el síntoma se produjo en
situaciones de excitación genital, siempre que estas situaciones coincidieran con
la urgencia de celos, o con alguna referencia a los padres. Por ejemplo, Antonio
escucha a Dorita hablando por teléfono con un muchacho, y eyacula. O se siente
excitado frente a Dorita, habla de la venida de sus padres, y eyacula.
Después de la eyaculación, Antonio se siente sucio, repugnante, impotente,
castrado. Piensa que el síntoma lo debilita y hace adelgazar. Muchas veces trata
de impedir la aparición de la eyaculación, reprimiendo la excitación, rezando
para eliminar los pensamientos sexuales, o llevando la mano al pene y apre-
tándolo para impedir la salida del esperma, como lo hacia para impedir su
enuresis. Asocia estos tres síntomas que se presentaron en él sucesivamente: la
enuresis, las poluciones nocturnas y la espermatorrea.
Aparece entonces el determinismo de este síntoma: se produce una situación
de excitación y de tentación. Esta situación es peligrosa por su significado
edípico y entraña una amenaza de castración con la angustia consecuente. En el
plano genital, significa conjuntamente una afirmación de la potencia y una
huida del peligro de castración. Pero esta huida representa al mismo tiempo una
cierta aceptación de la castración. El carácter de formación transaccional del
síntoma aparece en la impresión contradictoria de culpa y castración que se
produce después (culpa por la satisfacción, castración como castigo). Antonio lo
relaciona con la escena primaria, lo que quiere decir que el prototipo de esta
situación es el orinarse frente a los padres en coito.
La espermatorrea significa a la vez un orinarse agresivo y un vaciarse de
objetos buenos, quedando el yo vaciado y debilitado después de la eyaculación
(esperma: orina agresiva y leche buena). En cierta medida, el yo afirma su
potencia en forma maníaca: “soy potente, pues tengo esperma”, y por otra parte
acepta vaciarse depresivamente (“soy sucio e impotente”).
El análisis del síntoma en relación con la situación edípica y en el nivel
fálico —sin tocar los planos más profundos ni los impulsos agresivos—
consiguió la desaparición de la espermatorrea. Sin embargo, ésta reapareció por
poco tiempo dos meses después, a raíz de circunstancias que luego relataré. Esta
mejoría —que no puede considerarse sino como superficial— me parece ser el
resultado de una disminución del sentimiento de culpa consecuente al análisis
de la situación edípica. Este análisis consiguió una disminución del temor a la
castración fálica.
La estructura central de las relaciones objetales que se pudo ver en este
período del análisis se puede resumir en la siguiente forma: Antonio externaliza
en distintas situaciones exteriores —con Ana, con Dorita, conmigo—, una
situación interna donde se siente seducido por un objeto de sentido edípico.
Siente esta seducción como una trampa: el objeto seductor lo quiere manejar y
somete directa o indirectamente a la castración fálica. Reacciona en dos formas:
en un plano se somete a la castración (por su síntoma) y se deprime; en otro
plano niega la castración y la depresión en forma maníaca, por el mismo
síntoma (“tengo semen, soy potente”) y se defiende negando que le importe el
objeto, lo que explica su facilidad para desprenderse de él y aclara un aspecto de
la importancia de la huida en su destino. “Tengo innumerables objetos a mi
disposición, libres para conquistar.”

Segundo período

Este período duró desde enero 1951 hasta enero 1952. Me limitaré, acerca
de él, a unas pocas indicaciones por razones de brevedad y porque los temas que
aparecieron en él se ven también en los demás períodos, más interesantes para
mi propósito.
Los padres vinieron a ver a Antonio y se quedaron en Buenos Aires algunos
meses. La madre repitió la situación con Ana a propósito de Dorita, queriendo
que Antonio cambiara de pensión. Quizo aún mandarlo a Canadá, o llevárselo
de vuelta a su patria. Esta oposición hizo reaparecer la espermatorrea de An-
tonio, que se volvió a analizar, pero insistiendo esta vez sobre su relación con la
enuresis y los sentimientos agresivos del paciente hacia la pareja parental. A
raíz de este análisis, la espermatorrea desapareció otra vez, mejoría que se
mantiene hasta la actualidad.

La ambivalencia de Antonio acerca de sus padres se manifestaba en una


forma característica: las figuras idealizadas y rebajadas de los padres aparecían
siempre juntas en las asociaciones, sin discontinuidad; por ejemplo: “Mi padre
es un hombre bruto, sin intereses espirituales, una mosca muerta, se ha agalli-
nado, no se interesa sino en tener relaciones sexuales con mi madre, es un
hombre sano, bueno, un hombre de hogar, se ha sacrificado por sus hijos,
etc…”. Lo mismo con la madre: “Es una mujer mala, agresiva, quiere mandar a
todos y hacer todos sus caprichos en la casa, es tan celosa de mí que no me deja
relacionarme con otra mujer, nos ha criado como niñas; ella tiene la culpa de
mis dificultades, pero es una mujer sana, cristiana, se ha sacrificado a sus hijos,
es noble, espiritual, etc... .
Poco antes de que sus padres regresaran a su país, Antonio se mudó a otra
pensión y dejó repentinamente de interesarse por Dorita. Algún tiempo después
entabló relaciones genitales superficialmente satisfactorias con una chica,
Emma. Al mismo tiempo aparecieron síntomas digestivos (diarrea, temor a la
úlcera duodenal) y, en la transferencia, material homosexual. Esta regresión anal
proviene de una división de la combinación inestable que representaba para
Antonio la espermatorrea. Así se explica la coexistencia de un adelanto hacia la
genitalidad con la aparición de un síntoma y preocupaciones más regresivos.
El 15 de enero de 1952 Antonio recibió una carta de su madre informándole
que estaba embarazada. El mismo día, Antonio huyó del análisis, diciendo que
se iba a Montevideo para perseguir al autor de un robo del cual había sido
víctima. Poco después, embarazó a Emma, y reanudó su análisis en abril del
mismo año, después de realizar el aborto.

Tercer período

Este periodo se extiende desde abril de 1952 hasta la actualidad. El tema


central de este período consistió en la preocupación intensa de Antonio por un
síntoma que ya se había presentado con anterioridad, pero que se intensificó
mucha en aquel entonces, hasta su desaparición, que se ha mantenido desde casi
medio año hasta ahora. Se trataba de una diarrea, con vómitos ocasionales y
dolores de estómago, y sobre todo de un temor intenso a tener úlcera duodenal.
Las situaciones del aborto de Emma y del embarazo de la madre hicieron
revivir a Antonio angustias muy tempranas, permitiendo entender en el análisis
algunos mecanismos y relaciones de objeto fundamentales en él. Examinaré
primero los conflictos tempranos tales como fueron apareciendo en el análisis.
Pasaré luego a examinar el significado de los objetos en relación con los
síntomas, y terminaré con el estudio del manejo particular de los objetos en el
paciente.

A) Aparición de los conflictos tempranos.

Antonio pudo vivenciar en su análisis la angustia intensa de que muriera su


madre o de que abortara, y revivenciar la agresión temprana contra el vientre de
su madre embarazada de Alberto que encubría esta angustia.
Su primera tentativa —extraanalítica-— para elaborar la situación, fue de
embarazar a Emma y hacerla abortar. Había embarazado a Emma “por un
descuido en las fechas” queriendo casi conscientemente repetir la situación de
su madre. Repetía con Emma activamente lo que había sufrido pasivamente de
parte de su madre. También se identificaba con el agresor, abandonando a su
madre como ésta lo abandonaba. También podía cumplir sus deseos de hacer
abortar a su madre desplazándolas sobre Emma. Finalmente, revivía
masoquísticamente, perdiendo a Emma por su embarazo, la pérdida de su madre
embarazada. Aparecía de inmediato que su diarrea repetía autoplásticamente el
aborto que había hecho sufrir a Emma, y que deseaba hacer sufrir a su madre.
La diarrea y el temor a la úlcera duodenal que Antonio presentó entonces
constituían una forma sintomática de revivir dichos conflictos. El cuadro que
desarrolló reproducía en forma notable algunos de los mecanismos descritos por
Garma acerca de la estructura psicológica de los ulcerosos.
Antonio pensaba que su lesión ulcerosa (supuesta) había escapado a las
revisaciones médicas múltiples a que se había sometido o que no se había
declarado aún, pero estaba a punto de hacerlo. La diarrea se presentaba en forma
de deposiciones normales por su frecuencia, pero pastosas o líquidas, lo que
angustiaba mucho a Antonio porque temía vaciarse y morir.
Un conjunto de circunstancias contribuyó a incrementar el carácter oral-
agresivo de la imago materna internalizada. Primero fue el comienzo de una
vida genital regular con Emma, que Antonio vivía como un abandono de la
madre y una agresión hacia ella. Se sometía entonces por culpa a la imago
materna agresiva, y pagaba su parcial adelanto hacía la genitalidad por una
regresión parcial al plano anal y oral digestivo. El embarazo de la madre se
sumó a esta situación por el intenso incremento de la agresión que le provocó.
La culpa por esta agresión culminó por la necesidad en que estuvo de hacer
abortar a Emma.
La relación entre la imago materna internalizada y localizada en el intestino
y la úlcera de Antonio aparece con claridad. Suele decir que su mucosa
intestinal está “resentida”, y asocia que “resentida” es una palabra que su madre
emplea muy frecuentemente hablando de sí misma. En un sueño, aparece la
imagen de un anciano diarreico e impotente que le aconseja “no irritar al
intestino”. Asocia al anciano con su padre, quien padeció diarrea, y con un tío,
quien padeció de úlcera duodenal (la identificación con este tío tuvo un papel
evidente en la elección del síntoma). El consejo del sueño equivale a no “irritar”
la imago materna, ni provocar su “resentimiento”.
Antonio vive también —como lo descubrió Garma en los ulcerosos— la
agresión exterior como cargando el alimento de propiedades nocivas. Por
ejemplo, deja de comer después de reyertas con Emma por temor a que lo dañe
el alimento.
Históricamente, estos mecanismos se relacionan con un acontecimiento que
tuvo importancia en el comienzo de los síntomas digestivos de Antonio. Cuando
su madre lo mandó a casa de la abuela a los 7 años, recuerda haber visto en el
viaje (en barco) un cadáver flotando en el agua, cubierto de aves de rapiña co-
miéndole las entrañas. El mismo día, en el comedor del barco, su abuela le
recomendó que se apresurara a comer pues había varios servicios, y si no lo
hacía, le iban a sacar los platos. Desde este día comenzó a comer muy de prisa.
Hoy todavía come “como si siempre tuviera una cita pendiente”. Esta conducta
originó una verdadera persecución de parte de su padre. La comida se volvió
para él un suplicio por las escenas que su padre le hacía.
Psicológicamente: la separación de la madre (nueva expulsión) reaviva sus
traumas orales iniciales; se siente vaciado oralmente por perseguidores
revestidos de su propio sadismo oral (las aves comiendo el cadáver). Lucha para
engullir la comida (madre buena) lo más rápidamente posible porque le puede
faltar. Pero, al mismo tiempo, el alimento que come se reviste de la agresión
materna y de la propia. La conducta agresiva del padre se agrega a las
cualidades agresivas del alimento.
El síntoma digestivo y las situaciones traumáticas actuales aparecen en dos
sueños de Antonio que aclaran, a mi criterio, el núcleo más importante de sus
conflictos tempranos, y permiten comprender sus relaciones de objeto.
Primer sueño: “Iba a un parque, había una chica joven... se instaló una
amistad amorosa entre los dos... Luego vinimos a mi casa. La habitación no era
como es en realidad. Como si huyéramos de alguien. Era como mi habitación en
lo de Dorita. La chica se debía esconder en algún lado. Se metió en la cama de
un tipo que vivía conmigo. Al cerrarse, la puerta hizo un chirrido, como si
hubiera aplastado y matado a una persona. La chica se vistió y se fue, para que
no la vieran mis padres. Estaban en la habitación de los padres de Dorita, en la
habitación de Al lado. Eso comprueba la tesis de usted sobre el significado de
los padres de Dorita para mí”.
El núcleo de este sueño es, evidentemente, la escena primaria: desde la
habitación del sueño solía escuchar las relaciones genitales de los padres de
Dorita, como, en su infancia, solía escuchar las relaciones de sus propios padres.
La chica del sueño representa, en un plano, a Emma, quien lo engaña
metiéndose en la cama de su compañero de habitación (lo que repite la escena
primaria), y por otra parte, a Antonio mismo, feminizado por esta situación.
Antonio se siente aplastado y matado, o, secundariamente, amenazado y
perseguido por los padres en copulación.* Los conflictos despertados por la
escena primaria (reactivados en la situación actual por el embarazo de la madre)
se manifiestan en otro sueño de la misma noche:
“Como si me hubieran metido en una gran jaula como para las fieras. Había
otra persona. Yo quería salir, me agarraba de lazos que pendían, temía que se
me agotaran las fuerzas. Alguien me dijo: Hay que romper la malla de la jaula.
La rompí, pude salir antes que se me acabaran las fuerzas. Salió también una
fiera (un tigre). Toda la gente subía por un túnel, como un túnel de mina. La
persona que estaba conmigo quedó agarrada en la extremidad del túnel. Había
mucha agitación entre la gente. Había muchos elefantes, mucha gente, muchas
parejas, pero la mujer era la misma repetida muchas veces.”
Con la jaula, asocia “la opresión, el encierro; salir de la jaula es la
eventración, la ruptura de la jaula.., me chocaba para Salir, estaba colgado como
los monos como un insecto encerrado que choca. Tenía miedo de romper...
como si todo fuera subterráneo... una representación del vientre materno; mi
herma-nito por nacer, la ruptura es la lesión que quise hacer a mi madre en el
aborto (de Emma). El túnel que comprime a la persona, como una impresión
esfinteriana. . . el deseo de estar en el vientre materno”.
Con el consejo que se le da en el sueño, asocia el análisis, y yo
aconsejándole de salir del encierro de su neurosis.
Este sueño representa la condensación de varias situaciones repitiendo el
conflicto básico de Antonio en distintos planos.
En el plano transferencial, significa su deseo temeroso de salir de su
neurosis, con la idea de que pueden salir de él, al mismo tiempo, el tigre
(agresión oral) y el mono (erotismo fálico y anal). También aparece la idea de
“salir por sí solo, sin que la madre lo ayude”. Una forma de sus resistencias al
análisis (y un antiguo mandamiento de independencia por parte de la madre).
En un plano más profundo, este sueño representa su situación actual frente
al embarazo de su madre y al aborto de Emma. El aborto representa la
destrucción de sus objetos malos proyectados sobre su madre y al mismo tiempo
la expulsión de su propia agresión (la liberación de las fieras). Salen del túnel
los elefantes (penes paternos por la trompa) y las parejas con la misma mujer
muchas veces repetida (la madre copulando muchas veces con el padre).
Insistiré después sobre esta idea de multiplicidad que aparece en el sueño. La
jaula —vientre materno— se vacía así de sus contenidos odiados.
En otro plano, el sueño traduce el conflicto de Antonio con sus objetos
internos en relación con sus síntomas. La ruptura de la jaula significa entonces
su úlcera, y la salida de los objetos por el túnel, su diarrea. Se ve que la huida
anal de los objetos lo angustia, por eso un objeto (bueno) queda agarrado en la
extremidad (esfinteriana) del túnel. El quiere poder retener los objetos, y
remedia en el sueño la sensación de vaciarse que representa para él la expulsión
de los objetos. Este sueño enseña pues, el significado de su diarrea y de su
espermatorrea.
Finalmente, en un plano todavía más remoto en el pasado, revive en este
sueño su trauma de nacimiento: se agarra de lazos “hasta que se agotaran sus
fuerzas”. Se agarra simbólicamente del cordón umbilical, resistiendo a una
expulsión prematura. Esta expulsión es vivida en el sueño en forma anal,
indicando una reconstrucción infantil de su trauma de nacimiento según el

*
No insisto sobre el significado transferencial evidente de este sueño.
patrón de una fantasía de parto anal.
Resumiendo: el sueño representa el conflicto de Antonio deseando a la vez
vaciar a su madre de sus contenidos peligrosos, vaciarse a sí mismo de sus
objetos malos y de su agresión oral, y queriendo por otra parte, quedarse con su
madre (no ser expulsado por ella) y conservar a sus objetos dentro de él.
Trataré a continuación de resumir las enseñanzas del citado material,
confirmándolo con otras asociaciones, acerca del significado de los objetos para
Antonio, en relación con sus síntomas.

B) Significado de los objetos en relación con los síntomas.

Se ve en la historia de Antonio una serie de síntomas relacionados entre sí,


repitiendo en
los distintos planos de la organización instintiva una estructura común. En estos
distintos planos los objetos externos son (una vez internalizados) parcialmente
identificados con las substancias corporales, y los síntomas constituyen una
determinada forma de tratarlos. La sucesión de estos síntomas es la siguiente:
vómitos (no pude evidenciar la importancia de este síntoma en la primera
infancia, pero en la actualidad, Antonio tiene tendencia a manifestar los
conflictos por el vómito), enuresis, diarrea, masturbación interrupta, polución
nocturna, espermatorrea.
El prototipo de estos objetos es el objeto oral (leche y pecho, y por
extensión, alimento). En este nivel, no puede disociar suficientemente las
cualidades buenas y malas del alimento. Si no come, se perjudica por ausencia
del objeto bueno. Si come se perjudica por presencia del objeto malo.
Reedita su conflicto con el objeto oral en el nivel anal. Vive a veces el
defecar como “expulsar alguna cosa mala”; vive a veces la diarrea (objeto
líquido que no se puede controlar anal-mente) como una “pérdida de vida, de
substancia necesaria”, “de potencialidad sexual”. Por eso está angustiado por su
diarrea: lo vacía de sus contenidos, lo hace adelgazar, lo vuelve homosexual
(delgadez y homosexualidad son para él sinónimos).
Lo mismo en lo que respecta a la orina. Si tiene enuresis, siente vaciarse de
potencia, castrarse, feminizarse. Pero también expulsa la agresión, lo sucio, lo
pecaminoso.
Lo mismo ocurre con el esperma. Por un lado siente que el esperma es algo
sucio como la orina. Con él ensucia a la mujer, la rebaja, la destruye (siempre
tuvo la idea de que dañaba a la mujer en el coito). Pero después de cada
eyaculación se siente debilitado, enflaquecido, pálido, impotente, enfermo. “Le
han chupado la vitalidad.” Por eso no quiere eyacular. Su primera masturbación
era sin eyacular; al momento de hacerlo, apretaba fuertemente el pene para
impedir la salida del semen. Tenía la misma conducta en su espermatorrea y en
su enuresis.) Contra la masturbación, un monje le había enseñado una técnica de
“regeneración”. Se trataba de acostarse y “hacer un esfuerzo muy grande” hasta
que el semen subía por vía medular hasta el cerebro.
El problema central de Antonio con sus substancias-objetos puede resumirse
así: no puede controlar sus objetos internos porque son a la vez buenos y
peligrosos. Tiene que ingerir indistintamente alimentos buenos y malos. No
puede impedir que los objetos buenos y malos se escapen o expulsen juntos en
la micción y defecación. No puede eyacular como quiere: en las poluciones, en
la masturbación, en la espermatorrea tiene a la vez que vaciarse de lo bueno y
destruir lo malo. Cada aumento de tensión interna exige una expulsión y le hace
correr el riesgo de vaciarse y de morir.
Las substancias corporales y los alimentos representan regresivamente
objetos totales (padre, madre, etc....) a la vez amados y odiados. Por eso se
comporta en igual forma frente a los objetos exteriores (cf. su ambivalencia
particular frente a sus padres y otros objetos) y sus substancias corporales. Por
eso también cada conflicto con los objetos externos se manifiesta regre-
sivamente por una determinada reacción acerca de las substancias corporales y
de los alimentos.
Todos los síntomas psicosomáticos de Antonio se relacionan con este
conflicto de no saber si retener o expulsar las substancias corporales. Se
identifica con su madre en su conducta expulsiva. Expulsa sus objetos internos
y sus substancias corporales por nocivas, como él fue expulsado por agresivo.
Pero no se puede deshacer totalmente de ellos por temor al vacío interno y a la
destrucción externa del mundo con los peligrosos contenidos corporales.
Este conflicto con los objetos tenía que repetirse en la transferencia.
Antonio proyecta sobre mí, en dos planos distintos, una imagen materna y una
paterna, ambas “buenas” y “malas” indisociablemente. Me ve como a una
madre caníbal y hambrienta. Por eso me esconde sus recursos económicos, para
que yo no lo despoje de sus contenidos buenos. Por eso tiene la fantasía cons-
ciente de que “el análisis lo debilita”, le hace perder substancia vital, por eso
teme que yo le robe sus pensamientos. Me identifica también con el
saltimbanqui (imago a la vez materna por sus aspectos orales, y paterna) que le
“chupó la vitalidad”. Pero también me necesita y teme ser expulsado por mi (lo
que es el motivo central de su represión de la hostilidad hacia mí).
En otro plano, represento para él una imagen paterna sometedora y teme
que yo lo someta homosexualmente y lo castigue.

C) Manejo de los objetos.

Las dificultades de Antonio residen en el problema de manejar estos objetos


totales necesitados y peligrosos. Ya vimos como sus síntomas psicosomáticos
representaban un cierto tipo de manejo expulsivo de los objetos, y como
fracasaba este manejo, por temor al vacío interno y a la destrucción externa. El
conflicto central en él es de tipo depresivo.
Aparte del manejo paranoide de los objetos, sobre el cual no volveré a
insistir, porque no es cuantitativamente esencial, me parece que el mecanismo
esencial que Antonio usa para manejar y controlar los objetos es de tipo
maníaco.
Este mecanismo es la estructura común que une en él los síntomas, el
carácter y el destino. Antonio maneja sus objetos por el “disparar”. Expulsa,
“dispara”, las substancias corporales. Huye, “dispara”, frente a toda situación
demasiado angustiante. “Dispara” por toda su modalidad caracterológica,
cuando habla, cuando come, cuando cumple en un solo día con una cantidad
inverosímil de quehaceres.
Aumenta el ritmo de su proyección e introyección para defenderse de la
peligrosidad de los objetos internos y externos. Con este continuo “disparar”, él
niega el carácter angustiante de sus relaciones de objeto, compensa su dificultad
para relacionase afectivamente por la multiplicidad de sus relaciones superficia-
les y, sobre todo, maneja en forma omnipotente los objetos, los toma y los deja,
retiene y expulsa, los controla incrementando el ritmo de sus procesos
psicológicos.
Este mecanismo apareció muchas veces en el material. Citaré por ejemplo el
sueño de la jaula y del tigre. Al final de este sueño hay “mucha agitación entre
la gente, muchos elefantes, muchas parejas, pero con la misma mujer muchas
veces repetida”. La agitación y la multiplicidad (repetitiva), simbolizan la
velocidad de los procesos psíquicos y la multiplicidad de los objetos
involucrados en la defensa maníaca de Antonio frente a los conflictos
expresados en el sueño.
En otro de sus sueños, de la misma época, el paciente sueña que compra un
coche que “tenía radio y televisión, pero era todo quemado por dentro. Estaba
quemada la palanca del cambio de velocidades”. Antonio se siente vaciado por
el estallido de la agresión (incendio epileptoide). Se ha quemado la palanca del
cambio de velocidades (no puede manejar la agresión ni la excitación), pero le
quedan la radio y la televisión (el manejo omnipotente maníaco de los objetos).
Parece que no le ha quedado más que la velocidad mayor para expresar sus
impulsos.
Negación de la importancia de los objetos para preservar al yo y al mundo
de la peligrosidad de los objetos malos, omnipotencia por la multiplicidad y la
velocidad, aumento del ritmo de los procesos psicológicos; tales son las técnicas
esenciales del manejo de los objetos en Antonio.
Lógicamente, repite estas técnicas en el manejo de la situación
transferencial. Establece conmigo una relación “puramente profesional” para
negar mi peligrosidad. Esta negación le hace actuar la transferencia por el
acting-out en vez de vivenciarla. Me niega como objeto importante para él.
Manifiesta su omnipotencia por su reivindicación constante de independencia
frente a mí: “quiero resolver mis problemas solo”. Maneja el análisis en el
tiempo (defensa por la velocidad) faltando a las sesiones o llegando tarde.
Inconscientemente “se analiza en 35 minutos por sesión” cuando los demás
necesitan 50. Manejando arbitrariamente el tiempo del análisis, se precave
contra mi propia arbitrariedad posible hacia él. Trata de manejarme como
maneja sus substancias corporales y sus objetos. Llegando tarde, realiza una
fórmula transaccional entre expulsarme como objeto perseguidor y retenerme
como objeto necesitado. Al mismo tiempo se des-quita de antemano contra la
expulsión que siempre está temiendo de mí en su inconsciente.

III.— ENSAYO DE DESCRIPCION SINTETICA


DE LOS SINTOMAS, DEL CARACTER Y DEL
DESTINO DE ANTONIO EN RELACION CON SU
CONFLICTO CENTRAL

El análisis anterior de los síntomas de Antonio relacionados con sus


substancias corporales comprueba que el doble carácter “bueno” y “malo” a la
vez del alimento, de la materia fecal, de la orina, del esperma, constituye la base
de sus conflictos. Estas substancias corporales representan regresivamente
objetos totales (en el doble sentido de “buenos” y “malos” a la vez, y de
imágenes de personas completas). En cuanto determinados conflictos con las
imágenes de los objetos propiamente dichos (padre, madre, etc....) han llevado a
una sustracción de los impulsos ligados a ellos y a una sobrecarga de las
substancias corporales protoimágenes de los objetos (leche, etc....), estos
conflictos (sobre todo edípico y depresivo), con las angustias depresivas y pa-
ranoides correspondientes, no pudieron ser solucionados por la gran agresividad
y la gran culpa consiguiente. La solución de sus conflictos sería que Antonio se
pudiera quedar con los objetos buenos identificándose con ellos en su yo, y
pueda expulsar los “malos” al mundo exterior, pero no en forma paranoide, sino
adaptada a la realidad. Realiza parcialmente este proceso cuando, por ejemplo,
se dedica a su actividad médica y neutraliza el perseguidor mediante técnicas
reparadoras. Esta expulsión de lo “malo” y asimilación de lo “bueno” (por
identificación introyectiva) le permitiría, como se explicará a continuación,
unificar más las imágenes de sus objetos a la vez demasiado idealizadas y
demasiado perseguidoras (las imágenes de los padres que son a la vez santos y
demonios; la de su analista, disociado en un “profesional” que lo acepta y
comprende, y un “hombre” que lo rechaza y critica, etc..) .
Esta disociación de lo “bueno” y de lo “malo”, y la unificación de las
imágenes objetables y del yo, son dos procesos correlativos. Hay que
diferenciar dos mecanismos de disociación en dos planos distintos. Melanie
*
Klein describe un mecanismo de disociación muy primitivo utilizado por el
lactante para conseguir el primer manejo de sus objetos, y caracterizando la
“posición esquizoparanoide” primitiva. El éxito de esta primera disociación, con
la proyección de lo “malo” y la introyección de las experiencias de gratificación

*
Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. “Rev. de Psicoanálisis”, t. VII, Nº 1.
provocando una disminución del carácter agresivo y fantástico de los objetos,
permite el pasaje a la fase depresiva, donde el objeto es total, amado y odiado a
la vez.
Se ve que la dificultad de Antonio consistió en resolver esta fase depresiva.
Las frustraciones tempranas intensas hacen que su mundo interno y externo se
cargue demasiado de agresión y luego de culpa. Lo que impide a Antonio
recurrir al mecanismo de re-disociación capaz de disminuir la agresión del
sujeto y la del objeto y de aproximar más a los dos aspectos de la imagen del
objeto, volviéndose ésta menos idealizada, menos agresiva, y más adecuada a la
realidad. Se aclara así la paradoja aparente de la correlación entre disociación y
unificación: expulsando a su perseguidor y manejándolo afuera, el yo expulsa
una parte de su propia agresión y se vuelve más capaz de unificar sus imágenes
objetales conforme a la realidad. Para volver a nuestro ejemplo, esta insuficiente
re-disociación impide a Antonio discriminar lo bastante los aspectos positivos y
negativos de la realidad exterior, lo que se manifiesta a veces por el temor
profesional a matar al enfermo por querer combatir la enfermedad.
La situación depresiva se encuentra, pues, en el mismo centro de los
conflictos de Antonio. Parcialmente regresa a mecanismos paranoides (temor a
la persecución, a ser robado, explotado, aprovechado, vaciado; desconfianza;
huida).
Parcialmente, expresa su conflicto depresivo por sus sentimientos de culpa,
y sobre todo por la somatización: el objeto amado y odiado (especialmente la
imagen materna), identificado con substancias corporales y alimentos, lo ataca y
“remuerde”. Antonio vive su depresión en el plano somático. Trata de salir de
su depresión por un manejo obsesivo de sus objetos (tiene síntomas y rasgos
obsesivos de duda, cavilación, orden, economía, prolijidad, etc.. . .), pero esta
defensa no es esencial, porque sus vivencias infantiles y la conducta de los
padres para con él lo orientan hacia otro tipo de defensa, como expondré a
continuación.
En circunstancias muy desfavorables, Antonio pudo llegar a una relativa
integración de su yo y a un relativo ajuste a la realidad (no pudiendo su caso en
ninguna forma clasificarse entre las psicosis).
En mi opinión, pudo llegar a salvarse de la psicosis, sobre todo mediante un
mecanismo de manejo maníaco de los objetos.
M. Klein expresa que el yo, mediante este mecanismo “niega la importancia de
sus objetos buenos y también de los peligros que los amenazan de parte de los
malos y del ello. Al mismo tiempo, sin embargo, trata incesantemente de
dominar y controlar todos sus objetos, y la manifestación de este esfuerzo es su
hiperactividad”. Se trata, en otros términos, de “la utilización del sentimiento de
omnipotencia con el propósito de controlar y dominar los objetos
introyectados”.* Este mecanismo se manifiesta con suma claridad en el destino
de Antonio; niega la importancia de cada expulsión de parte de los padres. Por
ejemplo, refiere su vivencia cuando sus padres lo mandan afuera a los 7 años:
“no me importó nada, los olvidé casi por completo”. A primera vista, tales
referencias me hicieron pensar en una reacción esquizoide. Pero un examen más
detenido me llevó a la conclusión de que se trataba del mecanismo descrito por
M. Klein. Entendí entonces que Antonio había podido integrar su yo a base de
mecanismos maníacos, llegando a estructurar un verdadero carácter hi-
pomaníaco.

Me parece que se puede hablar en este caso de “carácter hipomaníaco” y no


de “síntomas maníacos” por los siguientes motivos:*
1) Porque estas conductas no son vividas subjetivamente como extrañas al

*
M. Klein: Contribución a la psicogénesis de los estados maníacodepresivos, en “Psicoanálisis de la
melancolía”, pág. 504.
*
cf.: La hipomanía productiva de la psiquiatría clásica.
yo (el yo teniendo por otra parte conciencia de enfermedad con respecto a otras
conductas y vivencias).
2) Porque le permiten un cierto dominio de su mundo interno y un cierto
ajuste a la realidad.
3) Porque no se trata de una hiperactividad ineficaz, sino que tiene una
cierta rentabilidad, y permite al yo conseguir ciertos éxitos efectivos en el
mundo real.
Concretamente, estos mecanismos maníacos explican los aspectos
esenciales de la modalidad caracterológica de Antonio. Cada vez que la
situación con un objeto determinado se hace demasiado angustiante, Antonio
niega su importancia y se siente omnipotente para entablar relaciones con
cualquier otro objeto. Este sentimiento de omnipotencia corresponde a una
habilidad especial para realizar conexiones efectivas con los demás: habilidad
que le permite tener siempre objetos a su disposición.
La hiperactividad de Antonio, su apresuramiento para comer y actuar, le
permiten tomar y dejar, retener y expulsar los objetos según un ritmo (“tempo”)
acelerado. Compensa por esta aceleración la escasez de cargas afectivas
disponibles y el carácter peligroso de los objetos internos y externos. Antonio
domina los objetos por la velocidad.
El aprecio que tiene a este modo de conectarse con muchos objetos y
realizar muchas cosas aparece en su modo de relatar sus actividades en las
sesiones analíticas: “me entrevisté con un amigo por un asunto de joyas”; “voy
a ver esta tarde al embajador Tal”; “me voy a Montevideo para atrapar al
ladrón”; “tengo un amigo en la policía que me propuso un negocio sucio”; pero
no da mayores detalles sobre estas actividades ni sobre las personas que
intervienen en ellas. Su propósito es crear en la mente del auditor la impresión
de actividades algo secretas y muy importantes.
Utiliza también el mecanismo maníaco de absorción del superyo en el yo, lo
que le permite triunfar en la realidad (así triunfa en sus estudios; así, en un
momento de su análisis, consiguió hacer encarcelar a dos personas que me
representaban por desplazamiento).

Otras de sus conductas corrientes, el humor, la afición a la burla y al chiste,


se relacionan con el mismo mecanismo central. Aún ciertas conductas asociales
(robo del arsenal, hazañas realizadas en los colegios, etc..) corresponden a esta
omnipotencia. Pero, a pesar de su carácter patológico, estas últimas conductas
no pasan por lo general los límites de una cierta adecuación a la realidad (“se las
arregla” para no perjudicarse).
Finalmente, su actividad profesional médica, permitiéndole combatir en los
organismos de sus enfermos su perseguidor hipocondríaco, manifestar su
omnipotencia reparadora de objetos, conseguir el apoyo de su superyo materno
y triunfar sobre su padre y hermanos, le ofrece una salida valiosísima en la
sublimación.
Estamos desde ya en condiciones de contestar los interrogantes planteados
en la primera parte:
1) Antonio repite activamente en su destino de huida y en sus síntomas
psicosomáticos la conducta expulsiva que sufrió de parte de su madre.
2) El manejo fundamental de los objetos es, en él, la expulsión-retención, lo
que explica en parte su tipo de elección de síntomas y su destino. Compensa el
carácter insatisfactorio de este manejo intensificando la velocidad del proceso
mismo en forma hipomaníaca.
3) Antonio pudo evitar trastornos psicológicos más graves, estructurando
un carácter hipomaníaco productivo.

RESUMEN

En este trabajo, fundamentado en el análisis de un joven, se trata de


investigar la relación de distintas expresiones sintomatológicas (espermatorrea,
diarrea, vómito), caracterológicas (carácter hipomaníaco, con particular énfasis
sobre la velocidad de todos los procesos psíquicos), y del destino (multiplicidad
de todos los acontecimientos cuya organización constituye el destino), con un
tipo particular de manejo de los objetos internalizados.
Los objetos internos, ambivalentemente necesitados y temidos, no pueden
ser ni expulsados, ni mantenidos dentro del “self”. El sujeto soluciona este
problema incrementando la velocidad de los procesos introyectivos y
proyectivos, y condicionando en esta forma las mencionadas expresiones.
SUMMARY

In this work based in the analysis of a young man the author tries to investigate
the relation of different expressions of physical symptoms (spermatorrhea,
diarrhea, vomit); of charactero- logical symptoms (hipomaniac character, with
particular emphasis on the speediness of all the psychological process), and fate
(multiplicity of ah the events whose organization forms fate).

The inner objects needed and feared with ambivalence, cannot be, nor expulsed,
nor keeped inside the “self” the subject gives a solution to this problem
increasing the speed of the processes of introjection and projection, and in his
way he accords the related expressions.

BIBLIOGRAFIA
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FENICHEL, Otto.— “The Psychoanalytic Theory of Neurosis”, New York,


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Buenos Aires, 1948.

REICH, Wilhelm.— “Análisis del carácter”, Buenos Aires, 1957.

Escena primaria y trastornos sexuales en el análisis de un caso de


frigidez

MARTHA LACAVA MEHARU


(Montevideo)

INTRODUCCION

En este trabajo quiero demostrar cómo las diferentes situaciones traumáticas


infantiles vividas por la paciente, constituyeron más tarde su enfermedad.
En efecto, a través de su análisis, pude ver cómo situaciones conflictivas
provenientes del plano oral, trajeron como consecuencia el fracaso en la
elaboración de la posición depresiva. Esta situación dificulta luego, en parte, la
evolución normal de su vida emocional. Vi también, cómo conjuntamente con
ésta, las situaciones conflictivas en el nivel anal, hicieron que la paciente viviese
la escena primaria en forma angustiosa, correspondiente a una
situaciói4sadomasoquista, necesitando, ulteriormente, como un intento de
superación a esta situación, la formación de los diferentes síntomas.
Mostraré, a través del material clínico aportado por la enferma, cómo se
originaron y cómo evolucionaron sus perturbaciones.

1.— PRIMER CONTACTO CON LA PACIENTE

El motivo por el cual llega la enferma al consultorio, es su estado conflictual


matrimonial, acompañado de intensa angustia. Pude ver, por el análisis, que sus
conflictos se manifestaban por variados síntomas que pueden sintetizarse en:
a) Inhibiciones (de conocimiento, social, etc.).
b) Perturbaciones en la relación con su marido, hijas y padres.
c) Trastornos en el plano sexual, como temor a la penetración, frigidez,
perversión latente, con principios de realización, y fobias.
d) Alteración del esquema corporal, separando su cuerpo en dos: de la
cintura hacia abajo, no existe nada.
Cuando llegó al análisis, su situación matrimonial había llegado a tal grado
de alteración,
que rechazaba durante el día toda relación con su marido, mientras que por la
noche, sufría insomnio y excitación. Además esta situación se acompañaba
con idea de suicidio.
La paciente es una mujer joven, de 27 años, casada hace seis años, con dos
hijas, de tres años una y de veinte meses la otra. Me impresionó como una
persona inteligente y atractiva, sin ser bonita. Luego, a través del análisis, vi que
por el contrario, ella se juzgaba fea, poco atrayente, sintiéndose en el plano
social inhibida y sin éxito. Quiero señalar, que también en este aspecto la
realidad exterior no coincidía con la realidad subjetiva, puesto que, por varios
conductos, me la describían como muy atractiva y sociable.
Su marido de treinta años, es un hombre señalado como buen mozo,
trabajador y que se ha labrado una posición económica y social destacada. No
obstante, la paciente lo juzgaba como un hombre incapaz para el trabajo; según
su expresión, “era un mantenido”, juzgándolo de la misma manera que se
juzgaba en forma peyorativa.
Ella vivía, en realidad, como si no se hubiese casado, manteniendo con sus
padres una total dependencia, no solamente afectiva, sino también desde el
punto de vista económico, tal como si su marido no le pudiera dar ninguna de
las dos cosas. Su familia está situada en muy buena posición económica y
social. De acuerdo al relato de la paciente, su madre era una mujer fría afectiva-
mente, con su hija; todo lo contrario de su padre que la mimaba, siendo él un
hombre luchador, con éxito en sus negocios.
El vínculo matrimonial de los padres era malo y constituían una pareja muy
desunida. En sus recuerdos, la paciente los ve siempre en una atmósfera de
discordia y dice que toda su infancia fue una constante lucha infructuosa por
unirlos. Ahora en su matrimonio (que parece ser una copia fiel del de sus
padres) son ellos los que luchan porque no se deshaga.
Relataré los hechos más importantes de la vida de la enferma: hija única,
como ya he dicho, todavía no ha surgido nada que esclarezca las condiciones
del embarazo y parto de la madre. Amamantada solamente dos o tres meses,
luego le proporcionaron alimentación artificial. Cada vez que la paciente se
refiere a su lactancia dice: “La leche de mi madre era mala, no me nutría, yo me
iba descalcificando; además la vomitaba. Y como consecuencia de su
infelicidad matrimonial, su estado era siempre de excitación”. Casi con los
mismos términos que ella habla de su lactancia, se refiere a lo que recibe de su
marido.
En el período entre la lactancia y los doce años, no han aparecido otros
recuerdos que el haber compartido el dormitorio de sus padres y juzgarse como
una niña enfermiza.
A los siete años hizo un proceso pulmonar, para curar el cual, tuvo la
familia que trasladarse afuera, y vivir allá por espacio de varios meses. Luego, a
los once, sufrió una afectación reumática de origen infeccioso, y finalmente, a
los doce, sufrió una extirpación de amígdalas.
Por esta cronología se ve que en el período de la prepubertad, sus conflictos
se agudizaron, manifestándose también en el plano somático. Tuvo, además,
dificultades de aprendizaje.
En su análisis, me llamó mucho la atención la persistencia en el rechazo de
todo conocimiento y su falta de concentración; por todo lo cual, y por el
sometimiento de sus padres, cambió de colegio frecuentemente. Y así, llegada a
su edad actual, su preparación está muy por debajo de la que correspondería a su
inteligencia y al nivel social en que se mueve.
En la medida en que la paciente fue aceptándose como mujer, las relaciones
con su marido mejoraron. Paralelamente aparecieron: interés por aprender,
sentimiento de posesión de sus hijas y de su casa.
Al comienzo del tratamiento se agudizó tanto el conflicto matrimonial, que
se separaron, al parecer, en forma definitiva, con iniciación del trámite legal de
divorcio, más tarde anulado.
Durante el análisis, esta situación se repitió en tres oportunidades. Así es que
pude ver, que no solamente su matrimonio desgraciado era una repetición de la
conducta de su madre, sino que toda solución al conflicto estaba prohibida,
debido a la forma de persecución con que había vivido la escena primaria.

II.— VIVENCIA SADOMASOQUISTA


DE LA ESCENA PRIMARIA
Y SUS CONSECUENCIAS

(Conflicto matrimonial y complejo de Edipo)

A través del material obtenido en el análisis de la paciente, iré señalando la


importancia que han tenido para ella, hechos fundamentales vividos en la etapa
oral-anal, y que contribuyeron a la formación de sus perturbaciones, así como
también la escena primaria, centro de estructuración de sus síntomas, que la
condujeron a su situación descrita.
Su primera relación con la madre, por circunstancias externas, fue
perturbada demasiado temprano, trayendo como consecuencia el fracaso en la
elaboración de la posición depresiva, debido a la incrementación de la
persecución y la desintegración del objeto en la posición esquizoparanoide; y a
su exigencia prematura hacia el padre, de tomar el rol materno para establecer la
relación oral que había quedado interrumpida. Como resultado, toma el pene las
características de un pecho destructivo.
Frente a la frustración oral, la paciente experimenta sentimientos agresivos
hacia el pecho de la madre, y luego hacia el pene del padre. Este caso me parece
confirmar las siguientes ideas de Melanie Klein: ... “Encontré que la frigidez en
sus distintos grados, era el resultado de actitudes inestables hacia el pene, fun-
damentadas sobre todo en la huída del objeto primario. La capacidad de plena
gratificación oral que tiene su raíz en una relación satisfactoria con la madre, es
la base de la experiencia, del orgasmo genital pleno”. Más tarde volveré sobre
esto, con una ilustración del caso.
Toda esta situación dificulta ulteriormente, en gran parte, la evolución
normal de su vida emocional. El desarrollo del complejo de Edipo, se encuentra
fuertemente influido por esta primera relación con su madre. Se manifiesta ya,
en la primera sesión que transcribo luego. Me limité a escucharla, hasta poder
comprender mejor mi inclusión en el problema que la afectaba. No obstante, ya
pude ver algunos de los conflictos que más tarde se fueron esclareciendo en el
desarrollo del análisis. En efecto, dicha sesión fue a manera de síntesis, de cómo
la relación con su padre, y en parte cierta identificación con la madre, marcaron
una de las características de su unión matrimonial.
A manera de ejemplo, transcribo la sesión:
“Soy hija única; siempre he hecho mi voluntad; de niña he tenido muchas
enfermedades. A los siete años, sufrí un proceso pulmonar; a los ocho años, un
accidente de auto, y la operación de garganta. Mis padres no están unidos;
siempre disputas; y yo queriendo unir y no pude. Mi madre, educada a la
antigua, y aunque sabe que no soy feliz en mi matrimonio, dice que debo
soportar mi hogar, mantenerlo a cualquier precio, tiene eso que es mejor así que
ser una mujer divorciada. Además me agarra por lo del dinero que me da mi
padre, lo que me iba a faltar; igual, vestidos. Me gusta arreglarme bien y gasto
sin control en todo eso. Estoy dependiente de ellos, que están en buena posición
económica, y mi marido no podría darme ese tren de vida. Hace cinco años que
estoy casada. Estamos completamente desunidos; no tenemos nada en común;
no lo quiero; no es para mí. A mi padre no le gustaba; decía que era un pobre
muchacho. Quería otra cosa para mí, pero él no habla nada, ahora; es mi madre
la que dice que aguante, además, por mis hijas. Tengo una de tres años y otra de
veinte meses. Fui al abogado de papá para que me divorciara, porque no me
entendía; quería que le hablara a papá; decía que para divorciarme, tenía que
tener una causa grande. No nos entendemos, y va a terminar mal. Siempre tengo
que tolerar, es un hombre que no me da ningún apoyo, estoy desorientada. Le
digo la verdad: me casé enamorada de otro hombre y no he parado para
proceder mal. Salía con él, y el día que me casé fue a la iglesia. Yo preguntaba
si estaba, y siempre pensando en él. Cuando tuve la nena, lo llamé; lo vi hasta el
año 1955. El esquivaba. En el 56 quedé embarazada y me enteré que mi marido
andaba con la sirvienta. Lo tomé como lo que tenía que pasar, por todo lo que
yo había hecho. En el 57 andaba bien, y mis padres se fueron para Europa.
Entonces yo empecé a verlo:
iba al escritorio, lo llamaba. Soy de gran audacia: organicé en casa un copetín,
con dos chicas, y lo invité. Mi marido no quería, pero le dije que ya lo había
hecho. Quería hacerle gancho, pero siempre para sacar algo. No creo que él me
quiera; dice que lo mío es un capricho, que cuando me separe, veremos. Es raro,
tiene facilidades conmigo y sin embargo nunca ha intentado tener relaciones
sexuales. Yo le he dicho que otro fracaso no tendría, y que antes de casarnos
tendríamos relaciones, para ver si nos entendemos. Fíjese que no me importa
nada. Voy al Victoria a tomar el copetín; y ni siquiera por mis hijas, por su
nombre. No sé, a veces, si me llevo mal porque está lo otro. Me paso pensando
en él; pero de cualquier forma no quiero a mi marido. Así que lo del divorcio,
no tiene nada que ver con él. En las relaciones no siento nada; me excito, pero
no llego al acto completo. Para hacerme gozar, hace otras cosas: me toca con el
dedo. El es frío, yo no soy así, soy muy temperamental. El es indiferente en
todo, yo no. Es muy buen mozo. Es lo que me fijo siempre en los hombres: su
físico es lo que me interesa. El otro, también es buen mozo. Será que me casé
muy joven, que no disfruté de salidas y paseos, que ahora los quiero. Lo mismo,
bailes, reuniones. A mi marido no le entusiasma, y no vamos a ningún lado. Le
he hablado del divorcio y está de acuerdo. El ve que soy imposible. Lo que
piensa, es en las cosas materiales: hacer dinero, autos; y de lo demás, nada.
Claro, viene a casa, encuentra la mujer, las hijas y todo arreglado, ordenado,
porque en eso soy buena dueña de casa. Todos me decían que mi casamiento iba
a ser un fracaso, que no lo quería, otro de mis caprichos. Yo le dije que le
hablara a papá; yo fijé la fecha —él no tiene carácter—, y así fue, él no decidía
nada. Fíjese, que ya en nuestra luna de miel, en Río, qué marido no tiene
relaciones todos los días. Pues él, no. Y así es todo en nuestro matrimonio.”
Examinando la secuencia del material dado en esta sesión, vemos, en primer
término, la afirmación de sus sentimientos de omnipotencia, correspondientes a
una actitud fálica, para luego manifestarnos el fracaso de esta posición al
relatarnos sus enfermedades, poniendo de manifiesto su complejo de castración.

Cuando la paciente menciona la desunión de sus padres, nos está hablando


de su impotencia frente a esta situación; pero también nos indica su vivencia
sádica de la escena primaria.
Muy pronto se vio que el conflicto matrimonial, así como las causas que
ella supone la enfermaron, servían en realidad de pantalla a otros conflictos.
Sus dificultades en la unión aparecen, en esta sesión, relacionados con el
masoquismo de la madre, cuando le dice “que aguante su matrimonio”.
Encontramos luego un intento de su superación, al querer relacionarse con una
tercera persona; pero fracasa, manifestando un intento vengativo y retaliativo de
castrar al marido. Se trata, pues, de una relación muy fantaseada, que necesitó
ser concretada cuando el viaje de sus padres a Europa. Es entonces cuando
siente el impulso de ir a buscarlo (iba al escritorio y lo llamaba, etc.). En toda su
actitud, vemos cómo la paciente se las arregla para no entrar en contacto con el
pene real, haciéndolo en forma histeroide. También nos está expresando su
fobia en su relación sexual y en su frigidez. Otra característica de la historia que
observamos en forma evidente, es su interés por los hombres lindos, pero con
exclusión de sus genitales.
Lo que podemos observar muy claramente en el curso de toda esta sesión,
es la actitud fálica y castrativa que presenta la enferma.
A continuación relato otro trozo de sesión, en el que se puede ver
claramente la situación edípica de la paciente:
“Cuando mi abuela enfermó gravemente, que mi madre tuvo que ir a pasar
días con ella, quedé con mi padre. Me llevaba a la cama, y me mimoseaba. Con
mi padre me sentía molesta, porque me abrazaba. No vivía el gesto de mi padre,
como de cariño, sino como de calentura. Desde entonces dormí muy mal por
mucho tiempo; tuve fiebre; y lloraba para que me viniese a cuidar mi madre.
Vino, y recuerdo que me besaba en la boca.”
Aquí la paciente, al ocupar la posición femenina, tiene miedo al pene malo
del padre, y se ve en la necesidad de recurrir a su madre, como objeto
homosexual, para vencer su ansiedad de ser destruida. Intento en el cual la
enferma fracasa por su posición persecutoria, en relación con su madre. Lo
vemos, cuando nos cuenta que de niña le daba lavajes, diciendo: “Eran
horribles; gritaba y no quería que me los pusieran, me molestaban; lo mismo
que la penetración de R. por atrás”, atribuyéndole aquí al pene de su marido, las
características de su madre fálica.
En la parte relatada de la sesión anterior, se observa que el complejo de
Edipo, mal resuelto, daba como resultado dificultades en la unión matrimonial.
Entonces enfoqué las interpretaciones de la primera época, en hacer consciente
que sus problemas con su marido se debían, en parte, a la repetición de la si-
tuación de sus padres.
Fueron necesarios meses de análisis para que pudiera admitir esta realidad,
y comenzar a rectificar la versión que me había dado de su marido, aceptando
que, lejos de “ser un mantenido”, era un hombre trabajador y que mantenía su
hogar.
La paciente se refería a las relaciones sexuales como muy conflictuales;
mantenía un incontrolable temor a la penetración, porque sentía el pene, como
lo decía: “como una cosa dolorosa y dura como un palo”.
Había un hecho, que de manera especial me llamó la atención, y era que
después de cada fracaso, surgía en ella la certeza que en la vida del marido
existía otra mujer, siendo esta idea la proyección fiel de su propia situación
triangular. En sus fantasías, ésta tenía buenas relaciones con su marido: era
“realmente una mujer”. Fue evidente que, en la paciente, esto correspondía a
una actividad compensatoria, frente a la angustia destructiva de la escena
primaria. La transacción en este conflicto, era la de poseer todo a medias (padre,
marido) que, por otra parte, era la manera de nunca llegar a perderlo todo. En su
fantasía, el problema estaba en que si se entregaba al marido y se fijaba a él, iba
a sentirse dañada. En un plano más profundo, temía la destrucción de sus
padres.
Todo este material se esclareció completamente en una sesión posterior, que
transcribo a continuación, y en la que recordó su forma de masturbación, para
practicar la cual se frotaba los genitales con una toalla peluda, actos que
comenzó a los doce años, cuando fue separada del cuarto de sus padres:
“Dormí en el cuarto de mis padres hasta los siete u ocho años; luego,
cuando enfermé de ese proceso al pulmón, nos fuimos para afuera y volvía a
estar con ellos, hasta los once años, que nos vinimos para acá y tuve cuarto
aparte. No recuerdo nada de lo que pudiera ser sexual en mis padres. Ahora si,
cuando salí del cuarto, empecé a masturbarme, cosa que no había hecho. La
masturbación era con una toalla torcida, como si fuera un pene. Mis fantasías
eran siempre en un cabaret; muchas mujeres bailando, con sólo una bombacha y
los senos afuera; escenas de orgías; y un hombre no definido (no le veía la cara)
y Su pene, como si estuviese separado del cuerpo, solo. Todo eso me excitaba.
Recuerdo el despertar del sexo, a los once o doce años. Hablaba de cosas
sexuales. Recuerdo cuando estaba afuera, había una chica que pasaba conmigo.
Yo acostada en la cama de mamá, quería que me mostrara los senos, y me sentía
excitada con eso. Después, conversaciones que me hacían, con sirvientas: que
una mujer se acostaba tanto con el marido, que tenía hijos a cada rato. Y yo me
la imaginaba como una cosa a chorro. Otra, de una chica que se metió en el
baño con su hermano y quedó embarazada. Otra, que estaba en un jardín y tuvo
relaciones con una víbora y tuvo un hijo como semivíbora, me lo imagino
ahora. Después, estando yo acá, con una sirvienta, que sentía el placer de
besarla y abrazarla, rozando mis pechos con los de ella. Siempre los pechos me
han excitado: de mirarme al espejo y besarlos, que era besarme a mí misma, o
ponerme encima de los senos un tul de cabeza que era de mi madre. En la
relación con mi marido, a veces me ha pedido que lo masturbara, cuando él
termina de hacérmela en forma externa. Lo he intentado, lo mismo que ponerme
el pene en la boca; pero no he podido, no por asco, como antes, sino porque
pensaba que no era suficiente. Por otra parte, el mismo R. me decía que dejara.
Se concretaba a hacerme gozar, y después terminaba masturbándose.”
En esta sesión vemos, en primer término, la existencia de una situación de
control de la escena primaria, cuya pérdida, al salir del dormitorio de los padres,
intenta recuperar, por intermedio de una enfermedad somática. Luego, presenta
una amnesia total, respecto de la vida sexual de sus padres, a pesar de haber
compartido su dormitorio durante varios años, lo que indica su angustia frente a
la vivencia sádica de la escena primaria.
Siguiendo la secuencia de la sesión, tenemos su masturbación, utilizando
una toalla torcida, cuyo significado seria, en un primer plano, la de posesión de
un pene, negando en esta forma poseer una vagina; pero también está su deseo
de robo del pene al padre y a la madre, y la repetición de la escena primaria,
como algo que es doloroso (la masturbación con la toalla torcida). A la paciente
le faltó la capacidad para establecer buenas relaciones parentales y poder
diferenciar ambos padres, producida, en gran parte, por su situación primaria, y
luego traspasada a la intensidad de sus celos edípicos, que contribuyeron a sus
deseos de robar el pene del padre. La enferma intenta con la masturbación tener
una actividad sexual, a manera de elaboración, para no volver a sufrir la
angustia provocada por la escena primaria. Por eso su búsqueda de objetos
idealizados, actividad ésta que pone de relieve la participación importante de los
objetos parciales, como un refugio frente a la situación angustiosa. Ella
demuestra en sus fantasías de uniones sexuales (hijos a cada rato, como una
cosa a chorro, y relaciones con víboras) cómo es vivida la unión de sus padres:
tal como algo que es destructivo, en forma castrativa, intentando con la
repetición de la masturbación, salir de la situación que implica una invasión de
la destructividad, propia de una situación sadomasoquista. En la actividad
masturbatoria con su marido, vemos cómo la enferma invierte la situación (que
es característica de todas sus uniones) tomando una actitud castrativa, a fin de
impedir sentirse dañada, expresando en esta forma una de sus vivencias de la
pareja combinada; vivencia que se encuentra afectada por fantasías provenientes
de fuentes orales, donde la frustración temprana recibida por pecho materno, ha
acrecentado su agresión y envidia.

Las mismas fantasías, expresadas anteriormente, aparecen en un ritual


exhibicionista con su marido, donde ella niega su castración en el plano
masculino. Me lo citó en una sesión, manifestándolo así: “Para excitarse antes
de estar juntos, R. me pide que me ponga con zapatos de tacos altos y solamente
en bombacha, así me paseo por la habitación, para luego unirnos”. Vemos cómo
aquí la paciente expresa un ceremonial realizado con la actuación, siendo los
tacos el “pene simbólico”.
Fenichel describe un caso semejante de desplazamiento de las tendencias
exhibicionistas, desde los genitales hacia un pene simbólico, lo que corresponde
a la estructura general del exhibicionismo masculino, y no del femenino; aquí el
ritual exhibicionista realiza la fantasía de tener el pene y castrar al hombre.
Teniendo como resultado, en el caso de mi paciente, excesivas angustias.
Finalmente vemos también en esta sesión, cómo la situación homosexual a
que recurre, configura una solución para vencer la situación persecutoria,
tomando al objeto parcial idealizado (seno de mujer) como un intento de
superación.
En otras sesiones expresa cómo dividía sus objetos, fueran éstos hombres o
mujeres; y es así que hablando de ellos manifiesta: “De soltera me gustaban los
muchachos buenos mozos, pero nunca podría imaginarme nada sexual, como si
ellos no lo supieran, por ser realmente puros. Mis fantasías, en lo sexual, eran de
orgías y hombres viejos, que no llegaban al acto, porque era algo rechazante”.
En el mismo tono lo hacía, cuando se refería a las mujeres:
“eran asexuadas o putas”. Por todo ello, asistimos aquí a una disociación
evolutiva de los objetos idealizados o desvalorizados (padre, madre). La
paciente vivía el coito, en parte, como una violación; y esto lo manifiesta muy
claramente, cuando cuenta episodios infantiles, expresando el temor que tenía a
los ladrones, y dice: “No es el miedo a que me roben cosas, sino miedo a que
me violen. Mamá me contó hace poco, que cuando se le quejaba a papá que le
dolía, él la asustaba diciéndole: «con la cantidad de hombres que habrás andado,
y dices que te duele». Esto me impresionó”. Al relatar estas situaciones, la
paciente estaba en realidad expresando su concepción sádica de la unión sexual.
En todas estas sesiones se ven las situaciones de peligro con que la paciente
sentía que vivía los objetos fóbicos. Creo de interés señalar la vivencia que ella
tenía de la vagina y la necesidad de su negación. Así, en una sesión, manifiesta:
“Se me ocurre que es como una cueva; me la imagino tan débil, llena de sangre,
con los órganos por ahí, bailando... es horrible! Cuando tengo la menstruación
es como si se me fueran a salir los órganos, a destripar, que me puedo
desangrar, me pongo apretada, como no sabiendo que tengo nada”. Siente tal
angustia frente a su vagina, que tiene la necesidad de negarla diciendo: “Es
como si de mi cintura para abajo, no tuviese nada, como si estuviera separada
del resto del cuerpo. Puedo sentir de la cintura para arriba”.

III.— DIFICULTAD DE APRENDIZAJE

Este síntoma ha sido señalado en diferentes oportunidades en el transcurso


de su análisis, pudiendo comprobar, a través del material dado, el sentido que
tenía para la paciente este tipo de inhibición. En una de sus sesiones cuenta que
fue muy mala alumna en el colegio, no por falta de mentalidad sino porque era
distraída —“siempre con pajaritos en la cabeza”— ésta era su expresión;
además olvidaba, no podía retener ningún conocimiento; todo le resbalaba, se
sentía incapaz de asimilar nada, encontrándose, por lo tanto, molesta, lo que
hacía que cambiase muy a menudo de colegio. Luego pudimos ver, a través de
situaciones actuales, todo el contenido sexual que encerraba esta dificultad.
Recuerda cuando era niña, cómo respondían sus padres a su curiosidad sexual.
Dice: “Mi padre estaba callado cuando se trataba de este tema, y mi madre a
cualquier pregunta respondía: «yo no sé nada; esas cosas no se deben hablar».
En la misma forma, cuando fui mayor y le pedí información sobre el desarrollo
tuve que saber todo a través de las sirvientas, y hasta mal informada, porque a
mi madre, tan puritana, le parecía horrible hablarme de todo eso. Así, cuando ya
mujer, hablábamos de las relaciones sexuales, me decía que ella no sentía, que
casi ninguna mujer gozaba, que era para otra clase de mujeres, consideradas
bajas. ¡Ve si sería frívola y superficial mi madre!”.
La paciente siente cómo le negaban sus padres todo conocimiento de orden
sexual, especialmente su madre, viviéndolo como cosa prohibitiva y
desvalorizada. En la misma forma no podía asimilar en el colegio, y más tarde,
en todo lo que se relacionase con el aprender, porque para ella tenía, en parte, el
sentido inconsciente de recibir aprendizaje sexual, que significaba volver a
enfrentar la angustia provocada por la escena primaria. Esto se ve más
claramente en una sesión, en la cual me trae material relacionado con su marido,
donde repite, trasladada al momento en que vive, su dificultad anterior de
aprender; y con las expresiones que más o menos utilizaba para manifestarme su
fracaso en la enseñanza. Dice así: “Cuando estoy con R. no me concreto a él: mi
cabeza piensa en cualquier cosa, va de un lado a otro; quiero que todo sea
rápido, y entonces no me queda nada. No puedo retener a R., recibir lo que sería
un conocimiento nuevo para mí, empezar a vivir; es lo mismo que me pasa con
usted, cuando comienza a darme interpretaciones de tipo erótico. La oigo un
momento, y después mi cabeza gira alrededor de lo que tengo que hacer hoy, o
lo que tengo que llevar a la modista; todo menos en lo que usted me está
diciendo”. Vemos cómo también en el plano transferencial, es vivida esta
situación, en la medida en que la enferma me identifica con su marido.
Por otra parte, en otro plano, la dificultad en aprender se vio que estaba muy
relacionada con el temor de robar el pene del padre. Esto lo demuestra en una
situación actual, al querer ponerse al frente de la fábrica de su padre, en la cual
él es el Presidente. La paciente, que es una persona muy capaz intelectualmente
y que se siente muy inteligente, decide, debido a que la fábrica se encuentra en
ciertos apremios económicos, por una dirección equivocada, integrarse a ella.
Puede, entonces, manejar la situación en forma intelectual (con su pene
intelectual), pero la dificultad comienza cuando debe actuar frente a su padre.
Transcribo parte de una sesión: “La fábrica no se atiende como es debido; mi
padre, que debiera estar todo el día, va nada más que por la mañana. Lo mismo
puedo decir del resto del Directorio. Yo me creo tan capaz para poder realizar,
se comprende que después de estar un tiempo aprendiendo. Sería para mí, poder
realizar lo que tanto he soñado en mis fantasías anteriores. ¿Recuerda cuando le
comentaba de ser una gran bailarina o escribir un libro con mi vida y hacerme
famosa? Con esto podría demostrar toda mi capacidad e inteligencia; pero,
¿cómo decírselo a mi padre? Tengo algo que me paraliza y no puedo; de pen-
sarlo, tengo temor, porque sé que no sólo no me oirá, sino que tomará la actitud
de siempre, de rezongos”.
La paciente se angustia frente a la situación de tener que competir con su
padre, porque significa para ella poder realizar (ser bailarina, escribir un libro
con su vida y actualmente ocupar la posición del padre), superar su complejo de
castración, pero en una forma retaliativa, teniendo que castrar al padre. En re-
sumen: las dificultades de aprendizaje de la paciente parten de la escena
primaria y el complejo de castración; siente cómo sus padres le niegan todo
conocimiento sexual, viviéndolo como cosa prohibitiva y desvalorizada. No
podía asimilar el conocimiento, porque aprender tenía para ella el significado,
por una parte, de aprendizaje sexual, que era volver a enfrentar la angustia de la
escena primaria; y por otra, la superación del complejo de castración, pero en
forma retaliativa, castrando al padre. Ve el enfrentarse con su padre, como una
lucha fálica, donde ella queda vencida por enfrentar su pene fantasma con el
pene real del padre.
IV.— PLANO TRANSFERENCIAL

Las situaciones anteriormente expresadas, de sus vivencias de la escena


primaria, así como de la situación edípica, pudieron verse muy claramente en el
plano transferencial. Muy a menudo, al hablarme de temas sexuales, yo ocupaba
el lugar de su marido, cargándome de peligrosidad. Cuando esto sucedía, la
paciente se defendía de esta situación, rechazando mis interpretaciones: “Lo que
usted me dice, me resbala, no me penetra; lo comprendo intelectualmente, pero
lo olvido; me cierro a todo lo que sea sentir”.
Era evidente que se angustiaba porque sentía que en mis interpretaciones le
daba el pene; tenía que cerrarme su vagina para que no se la destruyera, en la
misma forma que lo hacía con R. El tema de su vivencia de la escena primaria,
y en forma indirecta, en la situación transferencial, me lo presentó al relatarme
en una sesión sus impresiones sobre la película “Hiroshima mon amour”: “Fui a
ver Hiroshima. ¡Cómo me impresionó la información de la bomba! ¡Cómo
pueden los hombres destruir! Encontré tan romántico y puro el amor. El la
entiende en su pasado, no es el sexo solamente, es todo”.
Aquí, en una relación homosexual transferencial, la paciente logra hacer una
integración del objeto, que no puede mantener; fracasa, porque siente ese amor:
“cargado de problemas; no es que allí sea distinto el conocerse y acostarse, si
presentamos todo lo que han vivido antes. Acá necesitamos la elaboración, el
noviazgo, el casarse. Allí no. ¿Qué son dos noches, al lado de lo que han
presenciado?”
Nos está expresando, con la información de la bomba, su vivencia de la
escena primaria; siente que yo también le destruyo, de golpe, una relación de
años, mostrándole la escena primaria. Luego expresa su deseo de volverla a ver:
“Pero sin lo primero. Es espantoso recordar las escenas, la gente defectuosa, las
operaciones… cerraba los ojos, porque todo me parece como herida; no puedo
verla”.

En realidad, separa la destrucción de Hiroshima del resto de la película,


como queriendo negar los efectos destructivos de la escena primaria, utilizando
los mismos mecanismos disociativos, y expresiones bastante semejantes que
cuando se refiere a su vivencia de la vagina (la imagina tan débil, llena de
sangre, como una herida), teniendo, frente a la situación de angustia, también
que negarla, diciendo: “Que de la cintura para abajo, es como si no tuviera nada,
como si estuviera separada del resto del cuerpo”.
Aquí, al igual que en la destrucción de Hiroshima, la paciente se ubica en la
escena primaria, identificándose con la madre, surgiendo de esta manera, por su
vivencia sádica de esta unión, la angustia, frente a la situación persecutiva de su
vagina. Trata de desvalorizarme, de tenerme impotente como analista, y para
esto me expresa: “¿Sabe usted lo que es una piedra.., que pretende salga una
flor? La riega, le pone tierra, trata que se fertilice, y nada: es de piedra y nada
puede hacer”. Siente que todo lo que yo le doy, es estéril; que no la hace crecer;
que es leche que no la nutre; en la misma forma que se expresaba cuando se
refería a su lactancia: “La leche de mi madre era mala y yo me iba des-
calcificando”. Ella considera hacerse mujer, aceptar su rol, como algo peligroso
que puede destruirla; por eso su necesidad de sentirme impotente, tratando de
mostrarme una actitud fálica, para inmovilizarse y no dejar que la persecución
invada la situación analítica. Pero, en otras oportunidades, tiene una actitud
opuesta, manifestándome sus sentimientos eróticos en forma directa, así como
el establecimiento de la situación triangular. Recuerda toda su masturbación
infantil, para después decirme: “Pienso que usted me ha puesto todo esto de la
masturbación en la cabeza”. La paciente siente que yo la masturbo, y que está
repitiendo conmigo la misma situación que con R. Le parece horrible hablar de
estas cosas y se dice si tendrá que masturbarse, y hasta dónde llegara con el
análisis; si llegará un momento que yo me acostaré con ella. Le cuesta decirme,
que al hablarme de la masturbación, se siente excitada. En realidad, lo que a ella
le cuesta, es entregarme su excitación, porque no sabe hasta dónde puede llegar.
Luego, sigue asociando conmigo: que quién soy y cómo es mi vida. Dice: “Los
otros días, al verla con el doctor «X», pensé que él me miraba raro, que los
pesqué en «in fraganti», que puede ser una mala mujer, que no quiero averiguar
nada, para no decepcionarme”. Ella me está expresando su vivencia de la
situación edípica y su temor que posea una genitalidad, estableciendo, muy
claramente, la división entre buena y mala mujer. Tener yo sexualidad, significa
para la paciente volverme peligrosa. Siente su angustia, provocada frente a la
destructividad, una de sus vivencias de la pareja combinada; puede unirse, en
una actividad masturbatoria, conmigo, tomando una actitud castrativa, porque
en esta forma impide sentirse dañada, que es otra de sus vivencias de la escena
primaria. Me expresa luego sus fantasías de enamorarse de mí, y su temor a que
la lleve a una degeneración. Entonces tiene que yerme como a una extraña,
porque siente que le pongo estas cosas. Lo que ella siente que le pongo, son
cosas sexuales, en la misma forma que, anteriormente, se expresaba de su
marido. Se angustia frente a la situación de entrega, y tiene que alejarme,
afectivamente. Sin embargo, me reprocha seguidamente, que no anoto, que
cómo puedo acordarme, que estaré pensando en uno u otro paciente, sin nada de
interés para ella. Vemos a través de estos reproches, cómo la enferma está mani-
festando los celos provocados por la situación edípica. En resumen, las distintas
actitudes transferenciales de la paciente, se estructuran alrededor de la escena
primaria. A veces representa a la pareja combinada o la madre fálica. La
paciente me identifica con su marido y se cierra. Otras veces repite conmigo su
situación edípica, con celos transferenciales, y aparezco como madre prostituta.
Pero quizás, lo más importante, es su situación transferencial, en una doble
relación homosexual: por una parte se esfuerza en mantenerme como objeto
homosexual idealizado, sin sexualidad; y por otra parte, intenta repetir conmigo
su situación con las sirvientas de la adolescencia. Establece entonces conmigo
una relación erótica, pero donde ella tiene pene y yo soy pasiva (inversión de la
situación persecutoria con la madre fálica).

V.— MECANISMO DE CURACION

Este se caracteriza por cómo se adapta la paciente a su nueva realidad, es


decir, cómo ella comienza a vivenciar su aprendizaje de mujer. Y así nos relata
cómo Juana, su hija (que era sentida por la paciente a través de su madre, como
su parte positiva), empieza el colegio, diciendo: “Tengo temores de cómo
asimilará los conocimientos; pienso que aprenderá, que será positiva. Juana es
muy inteligente”. Es evidente que ella sabe de su primer aprendizaje con sus
padres, como pareja separada, y que su temor es porque no sabe cómo puede ser
el aprendizaje de su hija, si están unidos ella y el marido. Más adelante, y
coincidiendo con lo anteriormente expresado, dice: “¡Cómo he llegado a
enamorarme de mi marido!, a no anhelar otro hombre; ya no pienso como antes,
en otro. ¿Le pasará a R. como a mí? Estoy más unida que antes. ¿Qué piensa R.
cuando llega al orgasmo? ¿En otra mujer, que le da lo que yo no le doy?... El se
preocupa por mí, ¿Qué se sentirá teniendo una genitalidad normal?...
En esta línea de evolución se desarrolla actualmente su tratamiento,
llegando a aceptar la penetración, sin alcanzar aún la entrega total en sus
relaciones sexuales. Evolución que ha logrado la paciente en la medida que fue
cobrando más insight en su situación transferencial, pudiendo disminuir, por
una parte, su proceso de idealización, y trayendo, por otra, elementos eróticos,
como índice relacionado con su progreso en la integración. Esto lo señala, muy
claramente, cuando dice: “Anoche, al verla en el aeropuerto, acompañada, sentí
por primera vez que dejaba de ser usted tan irreal para mí, un figura tan apartada
del mundo, a la cual no veía, ni sabia decir cómo era. Ahora sé que es bonita,
que viste elegante, y lo más importante, que es un ser humano. Y lo que antes
no se me había ocurrido, que puede usted tener novio o un amante, como toda
mujer”.
Los sentimientos depresivos que aparecen en el texto recién citado, bajo
forma de preocupación por el marido, de insight, y de la responsabilidad propia
en el conflicto conyugal, indican que la paciente ha podido realizar una mayor
síntesis de sus objetos. En efecto, anteriormente consideraba al marido, sea
como perseguidor en el acto sexual, sea como castrado y desvalorizado. Esta
mayor síntesis, corre paralela con la disminución de la situación persecutoria
expresada en la fobia, y de la idealización manifestada en los rituales de cortes
perversos, así como también en el enamoramiento transferencial homosexual
(me ve como un ser humano).
Sin embargo, no es nada más que una línea incipiente; si bien ha disminuido
en un plano, el carácter perseguidor del marido, queda una situación
intensamente persecutoria del pene fobígeno en un plano más profundo, lo que
se expresa en la persistencia de la frigidez en la actualidad.

VI.— SINTESIS FINAL

Como conclusión, deseo destacar los hechos fundamentales vividos por la


paciente en diferentes situaciones, que luego desencadenaron su enfermedad:

1º) Plano oral

Tenemos una disociación de los objetos, propia de la etapa


esquizoparanoide, así como también, un manejo de objetos parciales (pecho
idealizado, pene separado); destete precoz a los dos o tres meses, exigiendo del
padre el rol materno, para cumplir la etapa que había quedado interrumpida,
tomando el pene las características de un pecho destructivo. Dice Melanie
Klein: “Tanto en el hombre como en la mujer, la envidia tiene su parte en el
deseo de quitarle los atributos al sexo opuesto, y poseer o arruinar los del padre
del mismo sexo”.

2º) Plano anal

Encontramos una situación persecutoria, con la madre fálica.

3º) Fase fálica

Estructura perturbada del complejo de Edipo:


a) En la escena primaria, la paciente vive el pene como un objeto fóbico,
proviniendo de conflictos orales y anales.
b) Intento fracasado de identificación con ambos padres. No se puede
identificar con la madre, por la situación persecutoria, subyacente en el nivel
anal, y por ver a la madre destruida en la escena primaria. No se puede
identificar con el padre, por su deseo de castrarlo (pene en el aire). Sin embargo,
hay intentos de identificación masculina y femenina.
c) Toda esta situación se presenta por cómo es vivida la escena primaria, en
forma sadomasoquista.

4º) Intento de superación de la escena primaria, por medio de las


siguientes defensas:
a) Masturbación, cuya práctica inicia la paciente al ser separada del
cuarto de sus padres; la forma en que la realiza, con una toalla torcida, como
poseyendo un pene, con el fin de impedir sentir su vagina y la angustia de ser
destruida.
b) Homosexualidad, recurriendo a esta posición, la paciente trata de vencer
la situación persecutoria, tomando al objeto parcial idealizado, en un intento de
superación.
c) Rituales sexuales. En la relación sexual con su marido, de tipo
masturbatoria externa, donde la paciente toma una actividad castrativa para
impedir sentirse dañada, siendo ésta una de las vivencias de la pareja
combinada. Lo vemos también, en el ritual del espejo, donde la enferma se mira
y besa sus pechos, que era como besarme a mi misma
d) Fantasías. Donde siempre surgían las orgías con mujeres desnudas, en
un cabaret, repitiendo las situaciones de homosexualidad anteriormente
relatadas, así como la “de un hombre no definido, porque no le veía la cara, con
su pene separado del cuerpo, sólo todo eso me excitaba”, manifestando de esta
manera su posición castrativa.
e) Frigidez y fobias. Las principales, que ya se han mencionado, son: a los
ladrones y a la desfloración. En la primera la enferma temía ser violada, es
decir, atacada; en la segunda, ser dañada al ser penetrada, expresando en esta
forma su concepción sádica del coito. Frigidez, por una excesiva intensidad de
la represión de la escena primaria (amnesia total), se debe, en un plano
profundo, a un núcleo esquizoparanoide muy fuerte, subyacente.
La serie de traumatismos infantiles, vividos por la paciente, culmina en su
vivencia terrorífica de la escena primaria, reforzada por su larga cohabitación
con sus padres. Todos sus síntomas ulteriores, son intentos de escapar a esta
situación (escena primaria).

RESUMEN
A través del material clínico, aportado por la paciente, demuestro cómo las
diferentes situaciones traumáticas infantiles vividas por ella, originaron su
enfermedad, y luego su evolución.
En el desarrollo de su análisis, se vio cómo situaciones conflictivas
provenientes del plano oral, trajeron como consecuencia el fracaso en la
elaboración de la posición depresiva, y cómo esta situación dificulta luego, en
parte, la evolución normal de su vida emocional. Muestro también, cómo
conjuntamente con ésta, situaciones conflictivas en el nivel anal, hicieron que
viviese la escena primaria en forma angustiosa, correspondiente a una situación
sadomasoquista.
Como síntesis final, destaco los hechos fundamentales vividos por la
paciente en diferentes situaciones, que desencadenaron más tarde su
enfermedad.

SUMMARY

Using a female patient’s clinical material, an attempt is made to show how


various traumatic situations which she had experienced in her childhood caused
her illness and its further evolution.
In the course of the analytic treatment it appeared that conflictive situations,
originated on the oral level, made the patient fail in working through the
depressive position and partly impaired the further evolution of her emotional
life.
One intents to show as well that, together with this set up, conflictive
situations originated on the anal level caused the patient to experience the
primary scene with great anxiety, because of its sado-masochistic character.
As a final synthesis, one stresses fundamental events in the patient’s life and
her experiences of different situations which have given rise to the onslaught of
her illness.
Una investigación sobre la teoría
psicoanalítica de la depresión *

HERBERT ROSENFELD
(Londres)
En este estudio trataré de presentar un informe detallado del trabajo de la
mayoría de aquellos analistas que han hecho contribuciones importantes a la
psicopatología de la depresión.**
Uno de los propósitos de este estudio ha sido, en primer lugar, el descubrir
las principales tendencias en el desarrollo de la teoría de la depresión,
clarificando los puntos de vista de cada autor y, en segundo lugar, al hacer una
comparación detallada de éstos, obtener una imagen de las diferencias y
similitudes que existen entre las varias teorías expuestas. Para poder llegar a
esto ha sido necesario hacer resúmenes detallados del trabajo de cada autor y,
por medio de un proceso de condensación, llegar a los factores pertinentes.
Durante este análisis de la literatura sobre el tema que estamos tratando, me
llamó la atención el hecho de que ciertos rasgos característicos surgen
constantemente, siendo los más prominentes los siguientes: el papel
desempeñado por factores constitucionales; la importancia de los elementos ora-
les; el papel que desempeñan los procesos de introyección e identificación; la
importancia del narcisismo; la naturaleza de las relaciones de objeto primitivas;
la importancia de los procesos de clivaje de los objetos y el yo en partes buenas
y malas; el origen y la importancia del superyo depresivo; la importancia de
ciertos períodos o fases infantiles y su relación con el desarrollo de la depresión

*
Este trabajo ha sido traducido del “International Journal of Psycho-Analysis”, Tomo XL, Nº 2, 1959.

**
Para evitar recargar este estudio un he mencionado a todos los autores que han escrito sobre el tema de la
depresión y he omitido algunos, tales como Scott, Zilboorg y Harnik. Tampoco he incluido a aquéllos cuyas
contribuciones han sido principalmente en el campo clínico, como ser Federn, Schilder, Sándor Lorand, Peck,
Feigenbaum, Pierce Clark, Blitzsten y Alfred Carver. Además he omitido el problema del suicidio. Espero poder
escribir sobre los aspectos clínicos de la depresión en el futuro.
adulta; la relación de la paranoia y las ansiedades paranoicas con La depresión;
la relación de la manía y la depresión. He decidido omitir este último aspecto
casi por completo, ya que es demasiado amplio para ser incluido. Me he
limitado, por lo tanto, a la depresión per se. Al describir los detalles de los
trabajos de varios analistas, me he concentrado especialmente en aquellas
contribuciones relacionadas con los puntos recién mencionados.
El primer interés psicológico demostrado por Freud en la teoría de la
melancolía fue en 1897, en una carta que le escribió a Fliess, pero fue recién en
1910-1911 que los primeros estudios sobre la depresión por escritores
psicoanalíticos fueron publicados. Me estoy refiriendo a la obra de Maeder,
Brill y Abraham.
Abraham hizo su primera contribución importante al estudio de la depresión
en 1911, luego de haber tratado seis casos de evidente depresión psicótica. En
cada uno de ellos se pudo descubrir que la enfermedad provenía de una actitud
de odio que paralizaba la capacidad de amar del paciente. En la opinión de
Abraham, el sentimiento de culpa nace de la represión del odio llevando al
paciente a un estado de depresión, ansiedad y autocensura. El sentimiento de
pobreza del paciente surge de una percepción reprimida de su propia
incapacidad de amar. En 1916 Abraham escribió: “Una percepción más
profunda de la estructura de la psicosis depresiva me ha hecho llegar a la
conclusión de que en esos pacientes la libido ha regresado al estado más pri-
mitivo de su desarrollo, es decir, a la etapa oral o canibalística”. Sugirió que
algunos de los reproches que los melancólicos se hacen a sí mismos están
relacionados con el sentimiento de culpa que sus impulsos canibalísticos les
hacen sentir. En 1924 Abraham manifestó su acuerdo con Freud (1917) sobre la
importancia que tiene el mecanismo de la introyección en la melancolía. Des-
cribió en detalle las relaciones de los melancólicos con sus objetos; y dio énfasis
al hecho de que en cuanto el yo del melancólico tiene un conflicto agudo con el
objeto de su afecto, renuncia a su relación con éste. Lo hace por medio de la
expulsión anal, por medio de la cual el objeto es destrozado y tratado como
materia fecal. El objeto amado expulsado y destrozado es reintroyectado
oralmente por el melancólico. Abraham llegó a la conclusión de que la fijación
del melancólico se efectúa en un temprano nivel anal, pero hay también una
fijación en la fase oral sádica, lo que implica una incorporación sádica del
objeto. Él considera las tendencias sádicas orales como la principal causa del
sufrimiento depresivo que se experimenta a través de la autocondena.
Abraham recalca varios puntos que él considera como responsables del
desarrollo posterior de enfermedades depresivas: a) sobreacentuación del
erotismo oral; b) una fijación especial de la libido en el nivel oral; c) una
ambivalencia incrementada que predispone a la pérdida del objeto amado; d) un
disgusto amoroso en la época en que el paciente estaba todavía en la etapa
narcisística de la libido cuando todavía tienen importancia sus impulsos
sádicoorales.
Considera que la hostilidad del melancólico tiene sus raíces en la fase del
Edipo, pero señala simultáneamente la hostilidad del melancólico hacia su
madre en relación con el destete. Al investigar la autocrítica y el reproche del
melancólico, Abraham cree que el proceso de introyeccit5n toma dos formas:
1º) El paciente ha introyectado al objeto amado primitivo, sobre el cual ha
construido su yo ideal, de tal manera que el objeto desempeña el papel de
conciencia del yo. La autocrítica patológica procede de este objeto amado
introyectado. 2º) El contenido de este reproche personal es, en última instancia,
una crítica despiadada del objeto amado introyectado. La descripción de dos
procesos de introyección en la creación del superyo implica que Abraham creía
que existían al menos dos objetos introyectos que contribuían a la formación del
superyo. Lo que no explica con claridad es cómo los reproches dirigidos al
objeto externo son transferidos al objeto introyectado (en función de superyo)
luego que la introyección ha ocurrido. Lo que sí explica, sin embargo, es en qué
etapa infantil él cree que los sentimientos de culpa se desarrollan, pues dice: “El
proceso de superar los impulsos canibalísticos está íntimamente ligado a un
sentimiento de culpa que pasa a un primer plano en la tercera etapa como un
fenómeno de inhibición típico perteneciente a ese período” (primera etapa anal
sádica). Como el desarrollo de sentimientos de culpa implica el comienzo de la
formación del superyo, podemos asumir que Abraham creía que el núcleo del
superyo queda formado, aproximadamente, al final del primer año, y, que
también reconocía la importancia de los impulsos agresivos del ello en los
autorreproches del melancólico.
En 1917 Freud publicó su única investigación amplia sobre el problema de
la depresión. Dice que “la melancolía puede ser la reacción frente a la pérdida
del objeto amado”. Además llama la atención a la importancia del conflicto
ambivalente en la melancolía, conflicto que a veces surge de experiencias reales
y otras veces se debe más bien a factores constitucionales. Señala que la
“cathexis” erótica del melancólico con relación a su objeto experimenta una
doble vicisitud: parte regresa a la etapa de identificación (la fase oral o
canibalística del desarrollo libidinal) y la otra parte, bajo la influencia del
conflicto debido a la ambivalencia, vuelve a la etapa del sadismo. (Parece tener
en mente más bien la fase anal que la oral.) Una de las características más
importantes de este trabajo es el descubrimiento del superyo por Freud. Le
impresiona la autocrítica oculta del melancólico, que él describe como
autodenigración y llega a la conclusión de que debe existir una agencia crítica
—la conciencia— que se separa del yo. Sugiere que las recriminaciones que el
melancólico se hace a sí mismo son en realidad recriminaciones al objeto amado
redirigidas hacia el yo del paciente. Por medio de la identificación narcisística la
pérdida del objeto se transforma en una pérdida del yo. En este mismo estudio
Freud da énfasis a la extraordinaria disminución del respeto propio y al
empobrecimiento del yo del melancólico. La formulación hecha por Freud
implica que la poca estima que el melancólico siente por su persona está di-
rectamente relacionada con la condición del objeto introyectado. Lo que Freud
no aclara es cómo las recriminaciones del yo, primero al objeto y luego al yo,
son transferidas al superyo; ni cuándo, en su opinión, comienza el desarrollo de
la conciencia.
En 1923 Freud presentó un examen más detallado del superyo en el
melancólico. Puso énfasis en que en la neurosis obsesiva el yo se rebela contra
el superyo, pero en la melancolía el yo no hace objeciones, admite su culpa y se
somete al castigo. Freud relacionó su opinión acerca del sadismo con esta
extraordinaria intensidad del sentimiento de culpa y sugirió que la componente
destructiva —“un cultivo puro del instinto de muerte” se enclava en el superyo
y rechaza al yo. Da dos razones para explicar el porqué del rigor de la
conciencia: 1º) el control que la misma persona ejerce sobre su agresividad
hacia otros, y 2º) la desunión de los instintos luego de la introyección. Explica
el porqué del miedo a la muerte en el melancólico, diciendo que el yo se da por
vencido (muere) porque en vez de sentirse amado se siente odiado y perseguido
por el superyo. Freud relaciona esta situación con el estado de ansiedad que se
produce al nacer, así como con la ansiedad que se siente frente a la separación
de la madre protectora. De esta descripción se deduce claramente que Freud
atribuía la rigidez del superyo en el melancólico al funcionamiento del instinto
de muerte. El superyo se convierte en un perseguidor implacable. Asimismo
relaciona la situación de ansiedad interna con la separación de la madre buena y
protectora, quedando el yo a la merced del objeto perseguidor interno
superyoico. No llega, sin embargo, a la conclusión que una figura perseguidora
interna implique la existencia de una figura maternal o paternal perseguidora,
aunque él creía que la introyección precoz de la madre durante el primer año de
vida tiene ingerencia en el desarrollo del superyo.
En 1926 Eduardo Weiss hizo una contribución interesante que generalmente
se pasa por alto. Llamó la atención a la relación estrecha entre la melancolía y la
paranoia y sugirió el término síndrome melancólico-paranoico, debido a la
similitud de los mecanismos en las dos enfermedades. Describió a un objeto
introyectado perseguidor, tanto en los casos de paranoia como en los de
melancolía, En la melancolía también encontramos un objeto introyectado
“perseguido”, al cual se dirigen las acusaciones de la conciencia, siendo la
conciencia misma un objeto introyectado perseguidor. Puso énfasis especial en
que hay numerosos objetos introyectados y lo relacionó con la fragmentación
del yo. En la paranoia el objeto introyectado perseguidor se proyecta hacia el
exterior; en las dos enfermedades el objeto introyectado perseguido parece estar
relacionado con los instintos reprimidos. El doble proceso introyectivo del
superyo en la melancolía se relaciona muy claramente con la sugerencia de
Abraham, mientras que la importancia de los instintos reprimidos,
especialmente el instinto de muerte, en la formación del superyo fue
amplificada y difundida por Freud en su obra “El yo y el ello”.
En 1932 Weiss presentó detalladamente el crecimiento del superyo.
Nuevamente hizo hincapié en la importancia de los orígenes instintivos en el
desarrollo del superyo. Dice: “Mientras las condiciones que fomentan la
aparición del odio a sí mismo y del amor a sí mismo dependen del
comportamiento del padre como autoridad, la fuerza de la energía instintiva que
opera en estos sentimientos se deriva de las fuentes instintivas que operan den-
tro del mismo sujeto”. Al describir su teoría sobre el desarrollo del superyo,
discurre con detención sobre la suerte de las relaciones objetales al efectuarse la
introyección o la identificación. Procede luego a describir un proceso de
identificación por el cual se mata al objeto, sugiriendo que en este proceso el
reemplazo de una persona por otra es para el ello como si se matara a la
primera. Agrega que se considera a una persona como anulada cuando uno se
coloca a sí mismo en su lugar. Como esto implica que el objeto es muerto por el
proceso de introyección e identificación, el objeto debe ser revivido por un
procedimiento mágico, que implique omnipotencia, para que pueda existir un
objeto interno vivo. La omnipotencia del proceso de resurrección da poderes
mágicos al objeto interno, que ahora se convierte en el superyo. Los impulsos
destructivos del yo, que originalmente estaban dirigidos al objeto, son
traspasados a la figura superyoica. Este superyo está relacionado con un yo
arcaico que Federn llamó el “yo ego-cósmico”, en el cual no existe todavía una
diferenciación entre la idea del objeto y el objeto mismo. Todo posee aún la
cualidad yoica. Weiss relaciona su opinión sobre el desarrollo del superyo con
la psicosis. Su análisis parecería indicar que Weiss cree que el superyo tiene un
núcleo primitivo.
En 1944 Weiss diferenció las depresiones neuróticas y las melancólicas.
Los estados depresivos neuróticos se deben frecuentemente a una fijación tenaz
con su objeto amado, el que, sin embargo, es rechazado por el mismo individuo,
de tal manera que una gran parte de la libido queda bloqueada y por lo tanto
permanece inaccesible. Este tipo de depresión es, en muchos casos, una medida
defensiva para evitar una aflicción psíquica más seria. Al hablar de depresiones
melancólicas Weiss dice que el paciente ha perdido, hasta cierto punto, la
capacidad de amarse a sí mismo; más aún, se odia. Pone énfasis en el carácter
narcisístico de la melancolía y sugiere que la satisfacción narcisística del
melancólico se obtiene casi exclusivamente de la libido que el superyo dirige
hacia el yo. “El amor a sí mismo se obtiene por medio de canales superyoicos.”
Parece pensar que la razón de la existencia del odio a sí mismo radica
principalmente en los impulsos rechazables del ello del propio paciente. En este
estudio también menciona el papel que desempeña la introyección, pero es
evidente que está más interesado por el papel que desempeñan los impulsos del
ello como factores causantes de la melancolía.
Sándor Rádo (1927) contribuyó con sus estudios de diversos aspectos de la
teoría de la melancolía, particularmente el relacionado con el papel
desempeñado por el superyo del melancólico. Los pacientes melancólicos
dependen enteramente de otras personas para mantener su estima propia, estima
que se derrumba por ofensas y disgustos triviales. Pone énfasis en la tenacidad
con que los pacientes depresivos aferran a sus objetos amados su sadismo
devorador. Sienten la pérdida final del objeto de su amor atormentador como la
injusticia más grande del mundo. Rádo opina que las raíces más profundas del
conflicto melancólico están relacionadas con los paroxismos coléricos del niño
hambriento que motivan posteriormente todas las formas de reacciones
depresivas a la frustración. Es sobre estos paroxismos que el yo, en el periodo
de latencia, concentra su culpa. Rádo dice que los tormentos del hambre son los
precursores mentales de castigos posteriores, y que llegan a ser un mecanismo
primo para el castigo que, en la melancolía, alcanza un significado tan fatal.
Estas declaraciones de Rádo son difíciles de reconciliar, ya que, por un lado,
habla de los mecanismos primales del castigo, pero, por el otro, dice que el
sentimiento de culpa se desarrolla únicamente durante el período de latencia,
aunque asocia los mecanismos de castigo y los sentimientos de culpa con los
mismos impulsos y conflictos. Evidentemente Rádo tiene en mente, cuando
hace sus descripciones, a los precursores del superyo, aunque nunca lo expresa
directamente. Rádo también sugiere que el melancólico se siente culpable
debido a su actividad agresiva; se culpa a sí mismo por la pérdida de su objeto.
En su opinión la tendencia agresiva del ello se pasa al lado del superyo y obliga
al yo, de por sí debilitado por su actitud expiatoria, a ocupar la posición del
objeto. Escribe acerca de dos procesos de incorporación: el niño divide a su
objeto en dos —una madre buena y una madre mala— y estos objetos son
claramente diferenciados. Bajo la influencia de un fuerte impulso amoroso el
conocimiento que el niño tiene del lado malo de su madre simplemente desapa-
rece. Rádo sugiere que debido a la división del objeto este proceso no puede
todavía describirse como ambivalente. (En la misma época Melanie Klein
desarrolló teorías similares acerca de la vida emocional del niño, pero Rádo no
las menciona en su estudio.) En la iniciación de la melancolía el objeto bueno,
cuyo amor el yo desea, es introyectado en el superyo. Las fuerzas eróticas y
agresivas con las que el superyo debe trabajar son puestas a disposición del
mismo por el yo cuando éste abandona su propio derecho de utilizarlas para
apaciguar al padre bueno y al superyo. El objeto malo ha sido separado del
objeto total para desempeñar el papel de flagelante. Se incorpora al yo y se con-
vierte en la víctima de las tendencias sadísticas que ahora emanan del superyo.
Rádo considera el proceso de la melancolía como un intento de reparación en
gran escala. Su propósito es hacer revivir el aprecio por el yo que ha sido
aniquilado por la pérdida del amor. Esta restauración del aprecio por el yo está
nuevamente relacionada con la derivación oral de este proceso que puede ser
observada en la euforia del mamante satisfecho (orgasmo alimenticio). Rádo
cree que el narcisismo del niño siempre se recupera completamente luego de
una experiencia alimenticia satisfactoria, que él llama “alegría oral narcisística”.
Declara que en la melancolía los mecanismos orales llevan la ventaja, pero que
en depresiones menos severas los mecanismos genitales y sadicoanales son
suficientemente fuertes como para salvaguardar al yo de una caída a la
melancolía.
Rádo fue el primero que intentó presentar una descripción clara de la
situación infantil previa que posteriormente causa conflictos depresivos. Señala
con suma claridad que las primeras relaciones con la madre y la división de la
madre en una buena y una mala tienen mucha importancia en el desarrollo del
superyo y, también, pone énfasis en la importancia de los tormentos del hambre
como un mecanismo inicial de autocastigo. Las contribuciones posteriores de
Rádo no muestran la misma comprensión del conflicto del melancólico como lo
hacen sus primeros estudios.
Helene Deutsch ha hecho varias contribuciones que ayudan a comprender
mejor el problema de la melancolía. En 1932 describió a una paciente con una
severa depresión agitada. En sus formulaciones teóricas sigue la línea de Freud,
sugiriendo que la paciente incorporó a su hermana —en representación de la
madre— a su yo y, como superyo reforzado, el objeto introyectado castigó al yo
de la paciente por el odio que sentía por su madre. En 1933 Deutsch declaró que
el elemento paranoico tiene importancia en todos los casos maníacodepresivos
con fases agresivas. Estos pacientes son capaces de hacer frente, durante algún
tiempo, a los sentimientos de culpa, resultantes de su propia actitud agresiva,
por medio de un mecanismo de proyección, sosteniendo que son maltratados y
odiados. Si este mecanismo defensivo de proyección pudiera ser estabilizado
estos casos se convertirían en casos de paranoia real. Deutsch describe un caso
de ciclotimia para ilustrar su punto de vista. Al hablar acerca de la estrecha
relación existente entre la paranoia y la depresión, confirma una sugerencia
similar de Weiss (1926). En el mismo estudio hace hincapié en que todas las
formas de envidia del pene están en los comienzos del conflicto depresivo. En
uno de sus casos la envidia oral, escondida detrás de la envidia del pene, pudo
ser descubierta por medio del análisis y evidentemente contribuyó a la
formación del síntoma. La envidia del pene parecía estar mucho más reprimida
que la envidia oral y Deutsch presenta el desplazamiento de la envidia del pene
hacia la situación oral. En 1951 Helene Deutsch “agrupó las consideraciones
dinámicas sobre el papel que desempeña el narcisismo tanto en el paciente
depresivo como en el maníaco. Ella, como muchos otros escritores, considera la
manía y la depresión como dos expresiones distintas de la misma lucha
psicológica. En las dos enfermedades relacionó el proceso de defensa con las
primeras etapas de la formación del objeto y con las vicisitudes subsiguientes.
En uno de sus casos, que desde el punto de vista clínico fue un fracaso, insistió
nuevamente sobre el papel central que desempeña la envidia del pene. En su
segundo caso trató de ilustrar cómo un paciente, en la fase depresiva, se
identificaba a sí mismo con su padre depreciado; mientras que, en el estado ma-
níaco, se identificaba con su padre ideal, limpio, activo y completamente
aceptado. En la transición de la fase depresiva a la maníaca el paciente soñaba
con la rehabilitación del padre depreciado. El paciente continuaba
identificándose a sí mismo, en forma alternada, con la imago paterna. Deutsch
relaciona estas dos imágenes del padre con la división del yo ideal en identifi-
caciones, lo que trae aparejado un retorno a una fase previa del desarrollo, a
identificaciones infantiles primitivas, a las incorporaciones orales. Cree que en
la depresión la falta de estima de sí mismo se relacione con la identificación con
el objeto depreciado, un concepto que sigue la idea original de Freud. Deutsch
cree que en la depresión hay elementos disposicionales más profundos que
pueden ser inferidos de las primeras frustraciones, separaciones y disgustos del
yo. Se pueden encontrar reacciones depresivas en las tempranas separaciones
postnatales del objeto, mientras que las reacciones maníacas preliminares
podrían derivarse de la restitución del mismo objeto. Es interesante notar que en
la discusión que surgió acerca del estudio de Deutsch varios oradores, tales
como Rotheman, Lewin y otros, confirmaron que en pacientes
maníacodepresivos existe una división previa de las imágenes paterna y materna
en imagos buenos y malos. Ni en el estudio de Deutsch ni en la discusión
subsiguiente parece hacerse referencia al trabajo de Melanie Klein sobre el tema
del clivaje preliminar y la introyección.
Ahora trataré de dar una perspectiva detallada del estudio de la depresión
hecho por Melanie Klein. En 1927 escribió que en niños de 3, 4 y 5 años
encontraba ya un superyo riguroso. Describe el contraste existente entre la
madre real (cariñosa) de una paciente de 4 años y el castigo —fantástico y
cruel— con que amenazaba el superyo de la niña. Llega a la conclusión que no
es el padre real el que en este caso es introyectado para convertirse en figura
superyoica. Da énfasis al hecho de que el proceso de formación del superyo
comienza a una edad muy temprana, probablemente al final del primer año y
relacionado con los comienzos del complejo de Edipo, que sigue al sentimiento
de privación que se experimenta con el destete. Esta fecha temprana para la
formación del centro del superyo coincide, pues, con la dada por Abraham
cuando habla acerca del desarrollo de sentimientos de culpa en la tercera etapa.
Melanie Klein informa en el mismo estudio que en la paciente de cuatro
años ya mencionada descubrió identificaciones que correspondían más
aproximadamente a sus padres reales, aunque no eran idénticas a ellos. Estas
figuras que se presentaban como buenas, dispuestas a perdonar y a ayudar, eran
llamadas por la paciente “papá hada” y “mamá hada”. Melanie Klein ilustra
cómo, a veces, en la situación de transferencia, debía desempeñar el papel de
“mamá hada” y otras veces el de “mamá cruel”. Al discutir más adelante en su
estudio el caso de Erna, dice que Erna exhibía la fisura característica de la
personalidad clivándose en “diablo y ángel” así como en “princesa buena y a la
vez cruel”. (Relató este caso en el Congreso de Würzburg en 1924.)
Podemos, por lo tanto, llegar a la conclusión que desde muy al principio de
su trabajo Melanie Klein encontró y trató características de un superyo sádico
preliminar, que ella creía era creado en gran parte por los propios impulsos
sádicos del niño. Relaciona a este superyo riguroso con la división, en la
primera infancia, de las imágenes paterna y materna en imágenes ideales y en
imágenes increíblemente malas. Al mismo tiempo reconoció la división de la
personalidad del niño en un ser ideal y en un ser malo.

En 1933 Klein confirmó que en análisis de niños de entre 2 ¾ y 4 años


había encontrado que existía un superyo. “Este superyo preliminar era
inconmensurablemente más riguroso y cruel que el de un niño mayor o un
adulto. Literalmente aplastaba al -débil yo del pequeño niño.” “El superyo del
niño no coincide con la figura presentada por sus padres reales, pero es creado
de figuras imaginarias o imágenes de ellas que el superyo toma para sí mismo.”
Cree que el núcleo sádico del superyo ha sido formado durante la primacía de
los niveles pregenitales. “La creciente fuerza de nivel genital va mitigando al
superyo, para que un yo más poderoso pueda contener con su superyo como lo
hace con sus impulsos instintivos.” El superyo sádico primitivo que Klein
encontró en el niño pequeño aparece como casi idéntico al superyo que la
mayoría de los observadores analíticos, tales como Freud, Abraham, Weiss y
Rádo, describieron como activos en pacientes depresivos. Únicamente Weiss,
sin embargo, había presentado aspectos de un superyo primitivo y arcaico.
En 1935 Klein presentó en detalle la psicopatología de la depresión, de la
manía y la paranoia y las relaciones existentes entre estas enfermedades. Piensa
que el estado depresivo está basado en el estado paranoico y genéricamente se
deriva de él. Escribe:
“Considero al estado depresivo como el resultado de una combinación de
ansiedades paranoides y de aquellas aflicciones, sentimientos de desespero y
defensas relacionados con la inminente pérdida del objeto amado total.” Un
poco más adelante agrega: “Si este punto de vista es correcto deberíamos ser
capaces de comprender los frecuentes casos donde se presenta una imagen con
tendencias paranoides y depresivas entremezcladas, pues podríamos aislar los
varios elementos que la componen”. Cree que sería más fácil comprender casos
y seguir las similitudes y diferencias que existen entre las ansiedades psicóticas
del desarrollo de un niño y la psicosis de un adulto introduciendo nuevos
términos, tales como “ansiedad paranoide y depresiva” y “posición
esquizoparanoide y depresiva”. Durante la posición esquizoparanoide, que,
según Klein, se extiende durante los primeros tres o cuatro meses de vida, el
bebé concibe relaciones con objetos parciales del cuerpo de la madre,
predominantemente del pecho. Los objetos parciales se dividen en muy buenos
(ideales) y muy malos (perseguidores). De esta manera se mantienen separados
el amor y el odio. Esta fase, donde se origina la división, podría llamarse
preambivalente, como ha sido sugerido por Grenson; la única dificultad es que
esto podría prestarse a cierta confusión, ya que Abraham describió como
preambivalente una fase temprana de la infancia durante la cual él creía que no
existía todavía la agresión. Durante la posición depresiva que sigue a la
paranoide se percibe a la madre como un objeto completo y la relación es, pues,
ambivalente. En las fases más tempranas las ansiedades del infante tienen un ca-
rácter predominantemente persecutorias. En situaciones de frustración causadas
por factores internos y externos, prevalecen impulsos sádicos que son
proyectados a la madre o al pecho; simultáneamente se introyecta una imagen
materna, o del pecho, mala. Estos objetos malos se conciben como
perseguidores. El objetivo principal de las defensas características utilizadas
frente a estos objetos perseguidores es la de su eliminación, ocupando la
ansiedad por el yo un lugar muy prominente en este cuadro. Estas características
existen también en los casos adultos de estados paranoides. Al irse desplegando
hacia la posición depresiva el yo se organiza mejor, las imágenes internas se
aproximan más a la realidad y el yo se identificará más de lleno con los objetos
buenos. Es en este momento que se produce el cambio de la relación con el
objeto completo. Desde este momento la preservación del objeto bueno es
análogo a la supervivencia del yo. Es también en este momento que la ansiedad
comienza a centrarse en la situación llamada “pérdida del objeto amado”, que es
una situación de ansiedad predominante en la posición depresiva y que
desempeña un rol importante en la enfermedad depresiva del adulto. No hay una
división hecha y derecha entre la posición paranoide y la depresiva. Algunos
mecanismos y ansiedades paranoides persisten en la posición depresiva, aunque
quizás en un grado menor y con ciertas modificaciones. De manera que se
puede decir que los mecanismos paranoides en la depresión se deben a los
remanentes de la posición paranoide-esquizoide, infiltrándose dentro de la
posición depresiva, pero existe también el peligro constante de regresión a
mecanismos paranoides para evitar la ansiedad y la culpa por el peligro que
pueda sobrevenir a los objetos buenos. Es éste uno de los motivos por los cuales
tan a menudo encontramos ansiedades y síntomas paranoides en el paciente
depresivo adulto.
Melanie Klein introduce algunos conceptos completamente nuevos que son
importantes para la comprensión de la enfermedad depresiva. En primer lugar
desearía mencionar el concepto de reparación. Explica el comienzo del proceso
reparatorio de la siguiente manera: “Cuando se ha mantenido una separación
marcada entre los objetos buenos y los malos, el sujeto tiende a restituir el
objeto bueno utilizando la restitución como indemnización por todos los detalles
de sus ataques sádicos”. Klein no cree que el mecanismo reparador sea un
mecanismo maníaco, como asumen otros escritores, tales como Helene Deutsch
y Weiss. Lo considera como un mecanismo normal para sobreponerse a las
ansiedades depresivas. Cuando los mecanismos reparadores dejan de funcionar
el resultado es la enfermedad depresiva. Considera como características de la
manía únicamente a las fantasías omnipotentes de la reparación mágica. Aparte
de la división de los objetos en buenos y malos, Melanie Klein describe estados
cuando, bajo la influencia de ansiedades paranoides, los objetos buenos y malos
no pueden ser diferenciados y se confunden. En tales condiciones la reparación
es imposible. (Más adelante describiré la confusión de objetos buenos y malos
en conexión con el superyo depresivo.) Una de las características muy
importantes de la depresión en adultos, así como en la posición depresiva del
niño, es el miedo de que pueda morir el objeto bueno interno o externo. Klein
dice:
“He descubierto, tanto en niños como en adultos que sufren de depresión, el
terror que sienten de estar albergando objetos moribundos o muertos,
especialmente los padres internalizados, y de una identificación del yo con
objetos en esa condición.” Hace hincapié en el sentimiento de desesperación y
el sentido de fracaso está relacionado con el fracaso del individuo en asegurar a
su objeto interno bueno.
Puede ser un fracaso el mantenerlo vivo o puede ser un fracaso el impedirle
que se transforme en malo. Este sentido de fracaso aumenta por la inhabilidad
del individuo de sobreponerse a su temor paranoide de los perseguidores que
constantemente ponen en peligro al objeto bueno y al yo. El sentimiento de des-
esperación se relaciona con la duda que el individuo tiene de su capacidad de
reparación.
Al discutir el desarrollo del sentimiento de culpa y del superyo, Melanie
Klein sugiere que “cuando el niño se da cuenta de su amor por el objeto bueno,
un objeto completo y además real, experimenta una sensación de culpa
abrumadora hacia el objeto”. Melanie Klein está de acuerdo con otros escritores
en que los sentimientos de desmerecimiento representan, parcialmente,
reproches que se hacen al objeto introyectado (Abraham y Freud), pero agrega
que “el odio que el yo siente por el ello, que es de suprema importancia en esta
fase, explica aún más el porqué de sus sentimientos de indignidad y desespero”.
Encontró a menudo que “el odio que se siente por los objetos malos ha sido
incrementado secundariamente como una defensa frente al odio por el ello que
es aún más insufrible. Es también esta ansiedad por el ello, particularmente por
su agresión, que engendra la duda sobre la bondad del objeto amado”. Esto nos
recuerda el primer estudio de Abraham, de 1911, en donde insiste sobre la
importancia que los impulsos agresivos tienen en la suscitación de sentimientos
de depresión y de culpa, de autorreproches y de dudas acerca de la propia
capacidad para amar. También Weiss, en 1944, hizo hincapié en este odio a los
instintos, y una parte importante del trabajo de Edith Jacobson (1953-1954) —
cuando habla acerca del odio hacia el ser malo— presenta este sentimiento.
Klein desarrolla este aspecto de su trabajo mucho más detalladamente más
adelante.
Al hablar acerca del superyo mantiene una vez más que aun los objetos
introyectados más temprano forman la base del superyo y parte de su estructura.
Siente que su comprensión del desarrollo del superyo desde esta temprana fase
hace que la implacabilidad y rigidez del superyo melancólico sean más inteligi-
bles. Afirma, sin embargo, que tanto los objetos buenos como los malos forman
parte de su estructura, y habla, primero, de las demandas perseguidoras de
objetos internalizados malos y, en segundo lugar, “de la necesidad urgente de
cumplir con las demandas sumamente severas de los objetos idealizados
buenos”. Klein explica la severidad de los objetos buenos, discutida ya por
tantos escritores, de la siguiente manera: el infante trata de mantener aparte los
objetos extremadamente malos de los extremadamente buenos, pero no logra
hacerlo completamente. De manera que parte de la crueldad de los objetos
malos y del ello se adhiere a los objetos buenos y esto aumenta nuevamente la
severidad de las demandas de los objetos buenos. Desearía recordar a los lec-
tores que Rádo había insistido sobre el traspaso de agresividad a los objetos
buenos en el superyo pero él creía que la división entre los objetos buenos y los
objetos malos se mantenía constantemente. Weiss señalaba que el superyo en la
melancolía era un perseguidor (objeto introyectado perseguidor). Freud
aseguraba que el superyo era un “lugar de reunión para los instintos de muerte”.
Abraham creía que había dos objetos introyectados en el superyo del
melancólico y éste parece haber sido también el punto de vista de Weiss.
Melanie Klein hacía notar que podría haber una multitud de objetos en el
superyo —objetos buenos (ideales) y malos (perseguidores)—. La incapacidad
de mantenerlos separados es la que aumenta la agresividad de los objetos
buenos. La relación existente entre el estado infantil y la depresión adulta ha
sido recalcada por Freud, Rádo y también por Abraham cuando habla de que el
odio del bebé es provocado por el destete. La analogía entre el estado depresivo
infantil y la depresión adulta fue descubierta por Melanie Klein. La siguiente
cita resume mejor lo que decimos: “Si el bebé, en uno de los primeros períodos
de su vida, no logra establecer dentro de sí a su objeto amado, surge ya el estado
de la pérdida de un objeto amado en la misma acepción que en el caso del
melancólico adulto. La pérdida precoz del objeto durante el destete tendrá como
resultado un estado depresivo posterior siempre que el niño, en ese período
temprano del desarrollo, no logre establecer a su objeto amado a salvo dentro de
su yo”. En el material clínico que Klein describe en 1935, insiste en la relación
de la depresión y la posición depresiva con la situación edípica. En 1940 afirma
que la aflicción surge de una situación edípica que comienza precozmente y que
está relacionada estrechamente con las frustraciones orales, de tal manera que
en sus comienzos está dominada por temores e impulsos orales. Esto nos trae a
la memoria la declaración hecha por Abraham, y aceptada tanto por Rádo como
por otros, de que un conflicto melancólico retrocede a la frustración del
conflicto de Edipo en la época en que el niño está todavía bajo la influencia de
sus impulsos narcisísticos sádicos orales.

En el mismo estudio Klein describe los mecanismos reparadores con mayor


detalle y explica el porqué de su falta de éxito. Dice, por ejemplo, que “el deseo
de controlar un objeto, la gratificación sádica de lograr vencerlo y humillarlo, de
triunfar sobre él, puede entrar a formar parte del acto de reparación con tanta
fuerza que el círculo benigno comenzado por este acto puede ser destrozado”.
Los objetos que iban a ser restaurados se convierten nuevamente en
perseguidores y, a su vez, los temores paranoides reviven. Klein señala que el
deseo de invertir la relación hijo-padre, de tener poder sobre los padres, de
triunfar sobre ellos en fantasías de este tipo, hace surgir el sentimiento de culpa
y, a menudo, lesiona toda clase de empresas. La secuela de este triunfo puede
ser la depresión. Esta contribución es importante porque aclara un punto que,
hasta ahora, no ha sido suficientemente comprendido por los analistas —la
frecuente depresión que sobreviene luego del triunfo o de la promoción—. En
1944 Weiss tomó este punto y sugirió que el depresivo a menudo se siente
culpable por los actos cometidos en su estado maníaco anterior. (Véase también
la contribución hecha por el grupo de Washington para una mejor comprensión
del temor o la envidia que surge como consecuencia del éxito y que yo trataré
más adelante.)
En 1946 Melanie Klein contribuyó nuevamente a una mayor comprensión
de la depresión al describir los procesos por medio de los cuales partes del ser
se separan del mismo y se proyectan dentro de objetos. Como estos objetos se
identifican con el ser proyectado, Melanie Klein llamó al conjunto de estos
procesos “identificación proyectiva”. La “identificación proyectiva” se deriva
de los impulsos que el bebé de muy corta edad siente de entrar, por medio de la
omnipotencia, dentro de la madre y tomar posesión de ella. También se refiere a
la división del ser en partes buenas y malas y a la proyección de las mismas
dentro de la madre. Si se siente que este entrar dentro de la madre es agresivo,
sustancias corporales, tales como orina y materia fecal, se expulsan —en la
fantasía— hacia la madre; pero, simultáneamente, partes del ser malo se separan
y se proyectan. Como la madre llega así a tener la parte mala del ser se le
concibe, no como una persona aparte, sino como el ser malo. Es ése el motivo
por el cual gran parte del odio que se siente por esa parte del ser se dirige a la
madre. Cuando la proyección procede principalmente del impulso del bebé de
dañar o controlar a la madre, se verá en la madre un objeto perseguidor. Sin
embargo, no son únicamente las partes malas las que se expulsan y proyectan;
lo mismo sucede con las partes buenas del ser. Si este proceso proyectivo se
lleva a cabo en grado excesivo, el ser siente que las partes buenas de la
personalidad se pierden y la madre, en la que han sido proyectadas, se convierte
en el superyo ideal. De esta manera la capacidad de amar puede perderse, ya
que se siente que el objeto amado es amado principalmente como un represen-
tante del ser. Klein hace hincapié en que cuando estos procesos de división y
proyección son excesivos el yo se debilita y empobrece y es incapaz de asimilar
sus objetos internos. Esto puede llevar a que, por un lado, el yo sea gobernado
por sus objetos internos o, por el otro, el yo esté supeditado a los objetos
externos. La importancia que tiene un yo débil en los procesos psicóticoS y en
la depresión psicótica ha sido recalcada por varios escritores, de los cuales
mencionaré particularmente a Bellak y a Bychowski. En las enfermedades
depresivas sobresale muy particularmente la extrema dependencia del paciente
en otras personas, siendo ésta una de las características marcadas de la
enfermedad. Es también característico del paciente que sufre de depresión el
sentir que ha perdido la capacidad de amar y que su amor está en el objeto, el
cual tiene que suministrarle amor continuamente. Muchos escritores se han
referido a la necesidad de que los suministros narcisísticos fueran
proporcionados por el objeto. Como ya he indicado, Melanie Klein ha hecho
una contribución importante al estudio de este fenómeno al sugerir que muy a
menudo el paciente se torna desmesuradamente dependiente del sujeto amado
cuando por una excesiva identificación proyectiva del ser bueno del paciente
con el objeto, éste se convierte en representante del ser. (Quiero hacer referencia
a la descripción que en 1956 Benedek hizo de las relaciones infantiles
tempranas cuando el bebé proyecta partes de su ser hacia la madre y restablece
su yo con una experiencia alimenticia satisfactoria; así como también a los
estudios de Jacobson, de 1953-1954, en los que describe la fusión omnipotente
del ser y del objeto, cuyo resultado es o su confusión o su identificación, y
relaciona este proceso con los procesos de identificación, y relaciona este
proceso con los procesos de identificación de los estados maníacodepresivos.)
Melanie Klein también llama la atención a la correspondencia que existe entre
los procesos proyectivos e introyectivos y la depresión. Dice: “Si los elementos
agresivos relacionados con el objeto son predominantes y son estimulados
fuertemente por la frustración causada por la separación, el individuo siente que
los componentes separados de su ser, proyectados dentro del objeto, controlan
al objeto en una forma agresiva y destructiva”. Al mismo tiempo el objeto
interno siente estar frente al mismo peligro de destrucción que el externo, donde
él siente ha quedado una parte del ser. El resultado es un debilitamiento
excesivo del yo, un sentir de que no hay nada que pueda sustentarlo y,
correspondientemente, una sensación de soledad. En este estudio Melanie Klein
hace una nueva contribución a la investigación sobre la correlación de los
primeros niveles de crecimiento y la posición depresiva y su relación con las
enfermedades psicóticas adultas. Escribe: “Si el desarrollo durante la posición
esquizoparanoide no ha sido normal y el infante no puede, por motivos internos
o externos, hacer frente a los impactos de las ansiedades depresivas, surge un
círculo vicioso; porque si el miedo perseguidor y los mecanismos esquizoides
correspondientes son demasiado fuertes, el yo no está capacitado para trabajar
hasta lograr salir del estado depresivo. Esto obliga al yo regresar a la posición
esquizoparanoide y refuerza los temores persecutorios anteriores y el fenómeno
esquizoide. El resultado puede ser una severa enfermedad en el adulto, por
ejemplo, esquizofrenia. Otro resultado puede ser el fortalecimiento de severos
rasgos depresivos”. Klein menciona que hay algunas fluctuaciones normales
entre las posiciones esquizoparanoide y la depresiva y que éstas fluctuaciones
siempre ocurren en un desarrollo normal. En un desarrollo anormal esta
interacción tiene, en su opinión, influencia sobre el cuadro clínico de algunos
tipos de esquizofrenia y de desórdenes maníacodepresivos. Describe un caso
agudo de un paciente maníacodepresivo que tenía todas las características de
este desorden, así como algunos rasgos esquizoides; llega a la conclusión que
los grupos de desórdenes esquizofrénicos y maníacodepresivos están mucho
más relacionados en su evolución de lo que hasta ahora se había dado por
sentado. Esto explicaría porqué es sumamente difícil hacer un diagnóstico
exacto entre casos de melancolía y esquizofrenia.

Al llamar la atención sobre la afinidad que existe entre la esquizofrenia y las


enfermedades maníacodepresivas, Klein toca algunos problemas muy
importantes que desde hace algún tiempo han preocupado a los psiquíatras.
Algunos autores, Meduna entre ellos, han sugerido que la psicosis
maníacodepresiva y la esquizofrenia son distintas manifestaciones del mismo
desorden biológico básico. Bellak también cree que no hay una dicotomía clara
entre la psicosis maníacodepresiva y la esquizofrenia, sino más bien una
diferencia de grado. “Está inclinado a considerar los desórdenes y síntomas
maníacodepresivos, en parte, como defensas para evitar una mayor
desintegración del yo, así como Sullivan consideraba la solución paranoide
como un estado de equilibrio defensivo para evitar una mayor ansiedad y una
completa desintegración hebefrénica”.

En 1952 Melanie Klein, en un estudio sobre la identificación, presentó en


más detalle algunos de los aspectos de identificación proyectiva. Al referirse a
Fabián, el personaje principal de una novela, que tenía poder omnipotente para
entrar en otras personas y asumir sus personalidades, ella dice: “Fabián no sólo
odia a sus perseguidores internos, sino que también se siente desvalorizado
porque contiene objetos malos. Esto es un corolario de su sentimiento de culpa,
porque siente que sus impulsos depresivos y sus fantasías han transformado a
sus padres en perseguidores vengativos o los han destrozado. El odio a sí
mismo, también dirigido a los objetos internos malos, se centra finalmente en
los propios impulsos del individuo, impulsos que se considera que han sido, y
son, peligrosos para el yo y sus objetos buenos”. En esta declaración Klein
implica que los objetos malos internalizados contienen partes malas del ser
hacia las cuales se dirige, en última instancia, el odio a sí mismo. (Me referiré
nuevamente aquí a los puntos de vista similares expresados en una fecha pos-
terior por Weiss y Edith Jacobson.) Klein describe más claramente la forma en
que los sentimientos de culpa y la depresión surgen como resultado de la
separación y la proyección no solamente de las partes malas del ser, sino
también de las buenas e ideales. Declara que los sentimientos de culpa por haber
descuidado y abandonado un componente precioso de la propia personalidad
contribuyen al deseo de ser uno mismo nuevamente. La búsqueda de la mejor
parte de la propia personalidad, que parece ser ideal porque se ha perdido,
contribuye al sentimiento de soledad y desasosiego. La búsqueda del ser perdido
ideal incluye la búsqueda de los objetos ideales perdidos. “La dispersión de lo
bueno y su separación del ser para alojarse en otros objetos produce no
solamente un importante debilitamiento del ser, una dependencia en esos
objetos, sino que también aumenta el odio y la envidia que se sienten por
personas que tienen la parte buena del ser.” Este es un factor importante en
pacientes deprimidos quienes a menudo demuestran envidiar a las personas de
quienes dependen, y muy a menudo encuentran intolerable el hecho de que otros
estén bien mientras ellos están tan enfermos. Bychowski y otros han hecho
hincapié en esta característica de pacientes depresivos.
Klein hace numerosas referencias a la depresión y al superyo en su libro
“Envidia y gratitud”, en el que desprende a la envidia de la fuente primaria “la
envidia del pecho que alimenta” y escribe: ‘Mis experiencias psicoanalíticas me
han mostrado que la envidia al poder creador es un elemento fundamental en la
alteración del proceso creativo. Echar a perder y destrozar la fuente inicial de
bondad (el pecho) conduce a la destrucción y al ataque de los bebés que la
madre contiene y el resultado es que el objeto bueno se convierte en un objeto
hostil, crítico y envidioso. La figura superyoica sobre la cual ha sido proyectada
la envidia, se torna muy perseguidora e interfiere con los procesos intelectuales
y con toda actividad productiva y, en última instancia, con la creación en sí”.
Esta declaración es sumamente importante para la comprensión de la depresión,
dada la dificultad del paciente depresivo de utilizar su capacidad creadora.
Esta observación de Klein concuerda con la investigación hecha por el
grupo de Washington. Ellos piensan que la envidia que siente el individuo
deprimido y su temor a la envidia de otros, así como sus defensas para vencer
estas fuerzas opositoras, son un proceso fundamental en la estructura de la
depresión. La investigación psicoterapéutica del grupo de Washington, pu-
blicada en 1953, no dice ser psicoanalítica. La principal investigadora fue Frieda
Fromm-Reichmann, aunque también intervinieron Edith Weigert y otros
analistas. Los observadores hicieron hincapié en que el niño que posteriormente
sufre de enfermedades maníacodepresivas es a menudo el favorito y el mejor
dotado. Los observadores lo relacionan con el tema de José, o sea, que es
precisamente por estos dones que el maníacodepresivo está propenso a despertar
la envidia y los celos de sus hermanos. A medida que estas personas van
creciendo continúan permaneciendo extremadamente susceptibles a la envidia y
a la competencia. Saben bien lo que significa abrigar estos sentimientos, así
como ser su blanco. Una manera de frenar esta envidia, que ya se convierte en
una estructura inconsciente a muy temprana edad, es la de darse menos valor a
sí mismos para esconder la gama total de sus cualidades. Otra manera de
contener a los sentimientos activos y pasivos de envidia que muchos de estos
pacientes desarrollan, es ayudando a los hermanos y más adelante a otras
personas con las que se tiene contacto. El ciclotímico no percibe que su propia
envidia y espíritu de competencia toman la forma de sentimientos de
inferioridad y de gran necesidad. El proceso de desvalorizarse, tanto para no
ocasionar envidia como para ser recipiente de dádivas de otros, a menudo llega
a tal punto que esas personas actualmente paralizan el uso de sus propias
capacidades y mayores habilidades. Muy a menudo creen que ha perdido sus
potencialidades o que nunca las han tenido. En este momento es que comienzan
a odiar a otras personas por considerarlas culpables del círculo vicioso en el que
se encuentran. Parece que frecuentemente la depresión se manifiesta en el
momento en que al paciente se le sube de puesto o, en alguna forma, mejoran
sus circunstancias. En ansiedades depresivas de este tipo se puede ver que lo
que el paciente verdaderamente teme es la envidia que él prevé su éxito hará
despertar en otras personas. Este temor es el resultado de la estructura infantil
de la envidia, que nunca fue resuelta; envidia despertada por aquellos que
tuvieran más éxito que él. En la medida en que él siente que él ahora ha
despertado la envidia de otros, es posible que él crea que no puede ya depender
de ellos para hacer frente a sus necesidades y, por lo tanto, se encuentre
nuevamente abandonado y solo. Excluyendo la importancia primordial de la
envidia en el origen de las enfermedades maníacodepresivas, los observadores
creen que el odio es solamente de importancia secundaria. Es evidente que no
están pensando en la envidia del pene al hacer su descripción. No dan una
indicación precisa acerca de la fase de desarrollo en la cual ellos creen que la
importancia de esta estructura de envidia primero surge. Abraham cree que la
envidia tiene su origen en la fase oral-sádica. También subraya la importancia
de los elementos anales sádicos en la estructura del carácter envidioso que se
adhiere a la transferencia y a menudo despierta, en su opinión, una resistencia
casi insuperable al proceso analítico. Melanie Klein está de acuerdo con
Abraham en lo que se refiere al origen oral sádico de la envidia y subraya el
pecho de que la envidia se remonta a la envidia primaria del pecho. (Ella ha
desarrollado la teoría de la envidia oral en forma mucho más detallada que
Abraham.)
Procederé ahora a hacer una descripción más detallada de las contribuciones
hechas por Edith Jacobson al problema de la depresión. En 1943 Jacobson
relacionó sus propias experiencias con pacientes maníacodepresivos con la
suposición de Abraham de que los pacientes deben haber experimentado
disgustos serios y daños narcisísticos antes de la resolución del conflicto de
Edipo. Esta suposición sugiere que las funciones yoicas y superyoicas que
tienen un temprano desarrollo anormal predisponen a la personalidad a
enfermedades posteriores. Al hablar acerca de un caso, Jacobson se impresionó
por el abandono agresivo de uno de los padres a favor del otro, con el amor
culpable reactivo sadomasoquístico correspondiente. Ella piensa que esto es
típico de la situación edípica en los casos maníacodepresivos. En 1946 des-
arrolló mucho más a fondo sus teorías sobre los estados depresivos. Sugirió que
el sufrir una gran desilusión en los padres durante el primer año de vida, por un
lado, aplasta al yo infantil y, por el otro, puede ser la causa de la formación de
un superyo en una etapa más temprana que la normal. Primero se le dota al
superyo con la omnipotencia arcaica de las primeras imágenes paternas y
maternas, lo que explica el porqué de la tensión patológica que se suscita entre
un superyo superpoderoso y un yo doblegado. Estos pacientes no han dejado de
aferrarse a un poder mágico el que, si uno logra obtener su favor, puede
cambiarse de malo a bueno y que promete un sostén y una protección como
originalmente daba el pecho materno. Este punto de vista parece ser idéntico al
de Rádo, cuyos trabajos Jacobson menciona a menudo en su estudio. Insiste
sobre la diferencia que existe entre los padres malos y desvalorizados,
“desinflados” y aquéllos buenos, o malos, disciplinarios, “inflados”. Si bien el
niño puede tener la esperanza de recuperar el amor y la seguridad de los padres
disciplinarios, semidioses, por medio de la propiciación, ya no puede esperar
más nada de los padres desvalorizados. De ahí la sustitución del objeto amado
sin valor por su imagen inflada en el superyo. Si bien Jacobson cree que un
conflicto depresivo comienza con la situación de Edipo, relaciona la reacción de
la desvalorización con la conducta del infante hacia la comida indeseada, que le
causa repulsión, y que escupe y aun vomita. Esta primera respuesta fisiológica
luego se liga con impulsos y fantasías agresivos. Estos impulsos y fantasías
provocan temor a una venganza y hacen erigir la imagen de una madre mala y
castigadora al lado del de una buena y amante, que puede cambiar de buena a
mala en la misma forma que la frustración puede transformarse en gratificación.
Jacobson cree que los ataques fecales a la madre pueden utilizarse como
instrumentos para devaluar a la madre y que si la madre es motivo de disgusto y
desilusión en una temprana edad, se ha dado uno de los pasos más importantes
para la formación del yo y del superyo. En su opinión el disgusto y la desilusión
en el padre real es un proceso normal que capacita al niño a abandonar a los
padres mágicos por los reales. Sin embargo cuando la desilusión ocurre
demasiado temprano el niño no puede sacar provecho del incidente para el
desarrollo de su yo; por el contrario, el yo queda involucrado en el colapso del
mundo mágico. El niño se hunde del optimismo en el pesimismo. Los padres,
antes dioses omnipotentes, se tornan no solamente en seres castigadores hostiles
sino que, deprivados de su poder divino, aparecen como débiles, malos, corrup-
tos, vacíos y castrados. Esta disminución y destrucción de las imágenes paternas
se torna idéntica a la propia disminución y destrucción. Este último proceso
evidentemente implica la identificación del niño con los padres desinflados. Al
describir a los padres malos como seres hostiles y disciplinarios parece evidente
que aún aquí se involucra cierto elemento superyoico. Jacobson dice, sin
embargo, que sus ideas difieren de las de Klein, especialmente porque ella
piensa que la formación del superyo no puede ser considerada como un proceso
constante comenzando con la introyección de imágenes malas y buenas en la
infancia, sino como una reanimación de imágenes idealizadas mágicas y de su
integración en el yo. Pero ella cree que el superyo depresivo se origina en la
introyección temprana de ambas imágenes —paterna y materna— infladas.
En 1953 y 1954 Jacobson hace nuevas contribuciones clínicas y teóricas al
problema de la depresión ciclotímica y de la melancolía. Hace hincapié en que
el problema psicológico central en la depresión parece ser el derrumbamiento
narcisístico de la persona deprimida, su pérdida de autoestima, sus sentimientos
de empobrecimiento, incapacidad, debilidad e inferioridad. Presenta el término
“autorrepresentación”, que se refiere al concepto mental del ser, a las imágenes
inconscientes y preconscientes del cuerpo de uno y de la propia personalidad.
Trata de explicar el término “narcisismo secundario”. Define a la libido
narcisística como sólo aquella parte de la energía libidinal en el sistema del que
se utiliza para la catexis de las representaciones del yo en contra-distinción con
las representaciones de objetos. “La identificación narcisística, ese mecanismo
que desempeña un papel tan importante en la depresión melancólica, debe
definirse no como una identificación del yo con el objeto, sino como una fusión
parcial o total de las representaciones del ser y del objeto en el sistema del yo.”
Ella mantiene que nuestro concepto del ser, como las imágenes objetales
primitivas, al principio se fusiona y confunde con las imágenes objetales y está
compuesto de una serie de imágenes del ser que cambian constantemente
reflejando las fluctuaciones del estado mental. También dice que una distinción
insuficiente entre el objeto y el ser al principio de la formación del superyo
explica porqué el nivel inconsciente profundo del superyo representa fusiones
de imágenes tanto de objetos amados como del ser. Al hablar acerca de la
personalidad prepsicótica de los maníacodepresivos dice que sufren de una
debilidad yoica específica que se manifiesta en su extraordinaria vulnerabilidad
y en su intolerancia para con la frustración, el daño y el desencanto. Señala
también que las representaciones objetales y del ser en el superyo estarán
propensas a una fragmentación regresiva, a separarse nuevamente en las
primitivas imágenes tempranas, así como a fusionarse unas con otras. El
comienzo de la psicosis en sí se caracteriza por peligrosas defusiones
irresistibles que llevan a una feroz lucha entre fuerzas libidinales y destructivas.
Cree que el proceso psicótico probablemente comienza por una reactivación de
los conflictos infantiles centrados principalmente en los objetos paternos y
maternos de amor. Jacobson dice que en sus estudios deliberadamente no ha
considerado los problemas instintivos correspondientes, tales como la
incorporación canibalística melancólica y las fantasías sádicas de expulsión
anal. Confirma su teoría expuesta anteriormente que la formación de síntomas
del melancólico es una expresión de sus últimos intentos —malogrados— de
restituir a un objeto poderoso de amor en el superyo.
En 1954 Edith Jacobson se concentra en las “identificaciones psicóticas”.
Afirma que en el melancólico no hay únicamente una identificación en la cual
se obtiene un parecido realista con el objeto amado, sino que el paciente se trata
a sí mismo en su estado patológico como si él fuera el objeto malo. Al hablar
acerca del desarrollo en su fase primitiva dice: “Durante la temprana fase
preedipal comienzan a formarse imágenes «buenas» y «malas» del ser y de los
objetos amados que, lejos de pintar la realidad, no se distinguen con claridad
entre sí y que muestran tener una tendencia a Unirse y a dividirse nuevamente
con suma facilidad”. Describe como “identificación mágica primitiva” al deseo
del bebé de ser uno con su madre, fundado en fantasías de incorporación oral
del objeto amado; esto producirá fácilmente refusiones entre imágenes de
objetos amados y el ser cada vez que el niño experimente gratificación, contacto
físico e intimidad con la madre. Describe a esta temprana identificación como
“únicamente una unión temporal, parcial o total, de imágenes mágicas del ser y
de objetos, fundadas en fantasías o aún en la creencia temporal de ser uno con el
objeto o de convertirse en el objeto sin tener en cuenta a la realidad del ser y de
los objetos. Jacobson sugiere que “el centro del yo ideal está compuesto por
imágenes idealizadas de los padres unidas a imágenes arcaicas aumentadas del
ser” y dice: “Neutralizando la tendencia del niño a denigrar a sus padres, los
procesos de idealización y formación del ideal del yo, transforman a los padres
de seres agresivos sexuales, malos, débiles, sucios y castrados en figuras
modelos —exaltadas, buenas, fuertes, asexuales—”. Describe dos
identificaciones en la melancolía: la primera de éstas “tiene como consecuencia
el establecimiento de una imagen objetal amada, mala y desinflada dentro de la
imagen del ser, un proceso que pretende mantener el catexis libidinal del objeto
amado”. A medida que estos esfuerzos para solucionar los conflictos
ambivalentes fallan, “una segunda identificación va tomando gradualmente el
lugar de la primera”. “En vez de deshacer las representaciones realistas de
objetos, se revivifica una imagen de un objeto amado, poderoso e indestructible,
punitivo y cruel que se establece en el superyo que así se repersonifica y se
torna sádico en grado extremo.” “En la continuación interpsíquica de la lucha
con el objeto amado el ser mantiene su completa dependencia en el objeto. Se
convierte verdaderamente en una víctima del superyo, tan desamparado e
impotente como un pequeño niño torturado por una madre cruel y poderosa.” Al
señalar la importancia que tiene el objeto amado cruel en la melancolía, que no
es idéntico al objeto malo, Jacobson sigue muy de cerca el punto de vista de
Rádo con respecto al superyo sádico, pero bueno. En su descripción de las
representaciones del ser y de la fusión del ser con los objetos, nos llama la
atención la similitud de sus conceptos con el punto de vista de Klein sobre la
identificación proyectiva, particularmente con la descripción que esta última
hace sobre la proyección del ser dentro de los objetos y la resultante fusión de la
parte proyectada del ser y el objeto que describe como la “identificación del
objeto con la parte proyectada, buena o mala, del ser”. Las consideraciones de
Klein sin embargo, difieren considerablemente en lo que al desarrollo del
superyo en la melancolía se refiera. Jacobson cree que en la depresión, el
superyo se desarrolla tempranamente. También afirma que hay una figura
superyoica terminante sádica, que es, a la vez, poderosa. El parecer de Klein es
que hay, no solamente lucha y conflicto entre las figuras superyoicas y el ser,
sino también una lucha entre los diversos tipos de figuras superyoicas, buenas y
malas. Klein relaciona la rigidez de las figuras superyoicas buenas idealizadas
con la confusión entre las figuras superyoicas malas y las idealizadas. (Hablaré
acerca de las importantes contribuciones clínicas hechas por la Dra. Jacobson en
otra contribución que haga al problema de la depresión.)
Therese Benedek ha tratado varias veces el problema de la depresión,
especialmente en las mujeres. Aquí, sin embargo, trataré solamente algunos de
los puntos de su estudio “Hacia la biología de la constelación depresiva”.
Insistió en la simbiosis de la constelación materno-infantil, describiendo en
detalle los sentimientos y las reacciones del niño hacia su madre y aquéllos de la
madre hacia el niño; habla acerca de la temprana relación del niño con su madre
en términos de proyecciones del ser del niño. La parte del ser proyectada hacia
la madre es “recapturada nuevamente cada vez que el niño es alimentado”.
Benedek dice que “la introyección de la madre y la tendencia a retenerla como
para disfrutar de la parte agradable y satisfactoria del ser se nota claramente en
la conducta del niño desde una temprana edad”. Ella cree que hay una
introyección de la madre buena en situaciones satisfactorias, pero cuando la
madre se asocia con recuerdos desagradables se convierte en el objeto
introyectado doloroso, y en la madre mala. Se refiere a las dificultades innatas
del niño diciendo: “El desarrollo de la confianza del niño no depende
únicamente de la habilidad y del deseo de la madre de dar, sino también de la
habilidad innata o adquirida del niño para recibir, para succionar, para asimilar
y para prosperar. Si el bebé, ya sea por inhabilidad Congénita o adquirida, no
puede ser satisfecho permanece frustrado y a su vez frustra a la madre”.
Ella sugiere que “el balance entre los hechos simbióticos positivos y negativos
tiene influencia sobre la organización yoica del niño y también sobre la de la
madre”. Hace hincapié en el significado céntrico del ataque de llanto del bebé y
de la importancia de la madre al tratar de solucionarlo: “Es la madre la que
debe, en tales circunstancias, hacer un esfuerzo para reinstaurar al yo del bebé y,
al hacerlo, se convierte en un objeto de la des-carga agresiva difusa. De tal
manera parece que el bebé ha manifestado odio por el objeto que necesita para
establecer nuevamente el yo, su ser. Al mismo tiempo aumenta el odio por el
sujeto que tiene necesidad. Como resultado de tal introyección, asumimos que
se establece la huella en la memoria de que madre mala equivale al ser malo.
Con la ruptura de la relación por el ataque de llanto, la madre como objeto se
pierde”. “Por este proceso es que se establece dentro el centro de la
ambivalencia”. Benedek cree que las dificultades del niño despiertan en la
madre problemas similares ocurridos en su propio pasado infantil. De esta
manera la relación simbiótica entre niño y madre se altera y el conflicto nuclear
descrito como “constelación depresiva” se determina. Ella sugiere que los
conflictos de la aspiración del yo comienzan a activar procesos regresivos, que
excitan a las capas más profundas de la fijación evolutiva, por ejemplo la de los
complejos alimenticios orales que pueden así movilizar la “constelación
depresiva”. La condición emocional es más seria si el conflicto incluye dentro
del ser no solamente a la madre mala sino también al ser malo y odiado. “La
mujer odia en sí misma al niño que todavía conserva una dependencia hostil.” Si
por causa de ansiedad o agresión hay necesidad de un abastecimiento libidinal
durante ciertas fases del desarrollo, habrá, tanto en mujeres como en hombres,
una reactivación de la “constelación depresiva”; esto nos recuerda el punto de
vista de Melanie Klein de la reactivación de la posición depresiva en ciertas
fases del desarrollo infantil y de la vida adulta. Benedek cree, sin embargo, que
una constelación depresiva es más importante para las mujeres que para los
hombres y también que los trastornos de origen hormónico son tan importantes
para la comprensión de las reacciones depresivas en las mujeres como la
“constelación depresiva”. Benedek es la única trabajadora analítica que ha
descrito una constelación depresiva en el niño de acuerdo con las observaciones
de Melanie Klein. Pone énfasis, tal como lo hace Klein, en la experiencia del
objeto bueno, de la madre buena y del ser bueno, al igual que en la de la madre
mala y el ser malo. Las referencias de Benedek a la simbiosis de madre y niño
nos recuerdan a Winnicott, quien a menudo ha señalado que debemos
considerar la relación madre-hijo coma una unidad. Jacobson, aunque hable de
la importancia del objeto malo y del ser malo, no insiste sobre la importancia
del conflicto durante el primer año de vida con la misma fuerza con que lo
hacen Benedek, Klein y otros. Es importante señalar aquí iue hay diferencias
importantes entre Benedek y Klein. La segunda considera la posición depresiva
como parte de un desarrollo normal, mientras que Benedek asume que la
constelación depresiva se debe a una relación anormal entre niño y madre.
Además, Klein ha desarrollado su concepto de la posición depresiva infantil en
mucho más detalle de lo que lo ha hecho Benedek.
Hay un número grande de contribuciones que yo no puedo tratar
detalladamente. En 1953 Lampl-de-Groot se concentra en la importancia de la
agresión en la depresión. También señala que los cambios depresivos pueden
ser trazados con regularidad a la primera infancia. Ella siente que la diferencia
entre estados depresivos moderados y graves está basado en factores “eco-
nómicos”, es decir, cuantitativos. Los mecanismos psíquicos activos son, sin
embargo, los mismos. Sobre este último punto la autora está de acuerdo con
Fenichel, quien ha expresado opiniones similares.
Hay únicamente unos pocos escritores que han desarrollado teorías
psicológicas de la depresión que difieren fundamentalmente con las aquí
expuestas. Mencionare únicamente a Massermann (1941), quien trata en detalle
los estudios de Abraham de 1911 y 1924 y los critica severamente. Piensa, por
ejemplo, que Abraham no analizó suficientemente la homosexualidad de sus
pacientes. Critica en forma similar a Helene Deutsch. La contribución de
Masserman puede ser considerada como negativa desde el punto de vista de este
estudio, ya que indica que no debería desarrollarse una psicopatología particular
de las enfermedades depresivas. Edward Bibring (1953), criticando las teorías
psicoanalíticas actuales de la depresión, dice: “No se justifica definir la
predisposición a la depresión como si consistiera exclusivamente en fijaciones
orales que determinan las reacciones posteriores a los choques narcisísticos, y
situaciones similares”. Afirma que el énfasis no se centra en la frustración oral y
la subsiguiente fijación oral, sino en la experiencia sacudidora frente al
sentimiento de desamparo y la fijación correspondiente del bebé o niño
pequeño. “Este estado se reactiva agresivamente posteriormente siempre que
surjan situaciones que se parezcan a la condición sacudidora primaria.” “De
acuerdo con este punto de vista, la depresión no está determinada en primera
instancia por un conflicto entre el yo y el ello por un lado, o el superyo y el
medio ambiente por el otro, sino que se deriva principalmente de una tensión
dentro del mismo yo, de un conflicto sistemático interno. De esta manera la
depresión puede definirse como el correlativo emocional de un colapso parcial o
total de la autoestima del yo, ya que se siente incapaz de vivir a la altura de sus
aspiraciones (ideal yoico, superyo), aspiraciones que, a su vez, se mantienen
firmemente.” Bibring define a la depresión principalmente como un fenómeno
yoico, es decir, como si fuera esencialmente independiente de las vicisitudes de
la agresión así como de los estímulos orales.
Como casi todos los analistas mencionados hasta ahora han encontrado
evidencia de que la depresión o la melancolía tienen sus raíces en experiencias
emocionales del niño en su primera infancia, es de interés mencionar dos
estudios hechos sobre observaciones directas de depresión en los niños. Spitz
(1946) informó que encontró un síndrome depresivo en infantes durante la
segunda parte del primer año que es “muy similar a las clásicas descripciones de
Freud y Abraham sobre el duelo, el duelo patológico y la melancolía,
descripciones que ya nos son familiares”. Este síndrome se desarrolla, según sus
observaciones, solamente cuando hay separaciones largas del bebé y su madre
entre los seis y ocho meses de edad. Spitz hace una diferencia clara entre el
síndrome depresivo y la ansiedad de los ocho meses señalada por otros
trabajadores. No habla acerca del concepto de tendencia a la depresión en esa
edad; en realidad critica severamente los conceptos de la posición depresiva tal
como han sido elaborados por Melanie Klein, cuyo trabajo, podría pensarse,
hubiera sido un estímulo para que él hiciera sus investigaciones.
El Dr. E. Zetzel (1953) critica el punto de vista de Spitz, diciendo: “El hecho
que la pérdida de la madre en ese período decisivo produce una depresión
clínica real es, a mi parecer, evidencia a favor de la vulnerabilidad del niño en
este punto. Otros observadores han notado el cambio decisivo en la relación del
bebé con su madre alrededor de los seis meses y están de acuerdo en cuanto a la
vulnerabilidad especial del bebé a la separación de su madre en momentos
cuando él llega a conocerla como a una persona completa.”
Enghof y Leichsman (1956) han informado sobre “las depresiones
espontáneas y producidas experimentalmente en un bebé con una fístula
gástrica”. Una reacción depresiva se puso de manifiesto cuando el bebé tenía de
cuatro a seis meses aproximadamente. El bebé no fue separado físicamente de la
madre en esa ‘edad crítica, pero parece que la madre se había retraído
emocionalmente del niño, y no le había dado suficiente satisfacción oral en la
forma en que se le había instruido. Tales informes confirmarían que el infante es
vulnerable a la enfermedad a esa temprana edad y que puede desarrollar
depresiones severas bajo ciertas circunstancias que no están relacionadas
necesariamente con la completa separación fisiológica de la madre. (No es mi
intención la de discutir aquí sobre las teorías fisiológicas desarrolladas por Spitz
y Leichsman, así como por Richard L. Frank.)
CONCLUSIONES

Al describir las distintas teorías psicoanalíticas he tratado de mencionar


algunas de las conexiones, similitudes y diferencias de opinión existentes entre
los autores. Ahora pasaré a tratar las similitudes y diferencias más
detalladamente bajo los subtítulos específicos sugeridos al principio de este
estudio.

1) Predisposición y factores constitucionales


en enfermedades depresivas

Freud cree que hay un incremento constitucional de la ambivalencia en


pacientes predispuestos a las enfermedades depresivas. También cree que puede
haber un factor somático (deduce esto de la mejoría que se nota en la depresión
al llegar la tardecita). Abraham también hace hincapié en los elementos
constitucionales de los pacientes depresivos, sugiriendo que han heredado un
erotismo oral acentuado. El también cree que es la ambivalencia incrementada
la que predispone al deprimido a la pérdida de su objeto amado, aunque no dice
explícitamente el tener en mente aquí a un factor constitucional como sería, por
ejemplo, el sadismo oral excesivo. Melanie Klein piensa que los factores
constitucionales contribuyen al desarrollo tanto de neurosis como de psicosis
(como ser, la depresión), y hace énfasis en que a menudo existe un factor
constitucional en la fuerza excesiva de la voracidad y el sadismo oral. En 1957
declara explícitamente que ella considera que “la envidia es una expresión
sádica oral y sádica anal de los impulsos destructores y que ésta tiene una base
constitucional”. De manera que la excesiva envidia sádica oral puede ser
considerada como uno de los factores constitucionales que predisponen a la
depresión. Benedek describe una incapacidad congénita de los infantes de ser
satisfechos. No explica, sin embargo, el origen de esta incapacidad. También
hace hincapié en el factor hormónico como uno de los que contribuyen a la
depresión de la mujer tanto en la época de fecundidad como en el período
climatérico. Edith Jacobson ha subrayado el elemento somático en la depresión
al describir el retraso depresivo: “Los verdaderos ciclotímicos experimentarán
su propio retraso como somático en contraposición con la forma en que los
neuróticos depresivos experimentan sus inhibiciones”. Bychowski escribe: “En
la gran mayoría de los estados depresivos debemos dar por sentado la existencia
de una combinación de factores psicológicos y biológicos, exógenos y
endógenos”. Fenichel dice que la investigación somática ha revelado muy poco
en lo que se refiere a descubrimientos positivos. Hay algunas consideraciones
que sugieren la existencia de factores somáticos: a) una periodicidad rigurosa en
las alternativas del ánimo, y b) evidencia definitiva de herencia (los mismos
desórdenes ocurren en generaciones sucesivas).
De esta comparación parecería que la sugerencia de Freud sobre la
existencia de un factor somático en las personas deprimidas ha sido tomada en
cuenta y estudiada por varios escritores. Solamente Melanie Klein ha seguido y
desarrollado su punto sobre la ambivalencia constitucional exagerada.

2) La importancia de la agresión, de la ambivalencia


incrementada
y del instinto de muerte en la depresión

La importancia de la ambivalencia y de la agresión en la depresión fue


señalada primero por Abraham en 1911 y después por Freud. Klein, Rádo,
Weiss, Deutsch, Bychowski, Fenichel, Jacobson y Benedek y Lampl-de-Groot.
Esta última crítica a Abraham por “no haber hecho ningún esfuerzo por estudiar
el papel específico de la agresión en la depresión, a pesar de las muchas
reacciones agresivas y destructoras descritas en el material recopilado de los
casos estudiados”. Yo considero que esta crítica no es válida, ya que el primer
estudio de Abraham sobre la depresión, de 1911, señala que la agresión es la
base de todas las depresiones. Solamente dos trabajadores o equipos de
trabajadores expresan no estar de acuerdo con la opinión que adjudica im-
portancia primordial a la agresión en la depresión. Bibring declara
explícitamente que la depresión no depende de las vicisitudes de la agresión y el
grupo de Washington dice que considera a la agresión como un factor de
importancia secundaria en la depresión. En 1923 Freud aplicó su concepto de
instinto de muerte al fenómeno clínico de la depresión. Melanie Klein es la
única analista que al escribir sobre la depresión ha seguido a Freud en la
aplicación clínica de la teoría del instinto de muerte.

3) El problema de la oralidad en la depresión (Incluyendo la


relación existente entre la oralidad, la introyección y la identificación)

En 1916, Abraham fue el primero en hacer hincapié en la importancia de la


fijación del melancólico en la fase oral o canibalística de su desarrollo. Freud
confirmó las observaciones de Abraham e hizo énfasis en la importancia del
mecanismo de la introyección en la melancolía y lo relacionó con la regresión
oral. Introduce el concepto de “la pérdida del objeto amado” en la melancolía y
señala que luego de la introyección del objeto amado perdido (identificación
narcisística) el odio comienza a trabajar sobre el objeto Sustitutivo (el yo lo
identifica con el objeto introyectado). Rádo menciona la regresión oral y el
amor devorador del paciente melancólico. Subraya en particular la importancia
de los procesos de introyección e identificación en la melancolía. Da a entender
que el niño divide su primer objeto, la madre, en una madre buena y en otra
mala. También describe la partición del objeto en uno bueno y otro malo en los
casos de melancolía y habla en detalle acerca del destino de estos objetos
completamente separados. Sin embargo, para poder comprender completamente
el punto de vista de Rádo, debemos tener presente que él, aparentemente, cree
que los objetos buenos y los malos no son introyectados en la primera infancia,
sino más adelante (período latente), para formar el superyo. Weiss insiste sobre
la importancia de dos objetos introyectados en la melancolía, pero no discute ni
la regresión oral ni la fijación. Melanie Klein insiste sobre la importancia de la
oralidad en la depresión y también declara que los procesos introyectivos co-
mienzan al principio de la vida. Señala la separación del primer objeto, el pecho
materno, en un objeto ideal y otro perseguidor y al hecho de que los dos objetos
son introyectados. Helene Deutsch menciona el problema de la fijación oral en
algunos de sus pacientes melancólicos y discute la envidia oral de uno de ellos.
En 1932 escribe acerca de la introyección del objeto amado perdido en la
melancolía y en 1951 habla acerca de la regresión del maníacodepresivo a una
fase temprana del desarrollo, a la primera identificación, a la incorporción oral
donde ocurre la división de las imágenes paterna y materna en buenas y malas.
Edith Jacobson (aparte de mencionar la actitud oral de su paciente en la
situación de transferencia) no ha tratado con claridad hasta el momento la
importancia de la oralidad y la fijación oral en la melancolía (ella cree que el
conflicto depresivo comienza con la situación de Edipo). Describe la división de
la madre en una madre mala y castigadora y en una buena y amada y la
introyección de estos objetos, pero no relaciona a estos procesos
específicamente con una temprana situación oral. Geroe piensa que el placer
oral es solamente uno de los factores en la experiencia de satisfacer las
necesidades del infante de calor, tacto, amor y cuidado. Relación este concepto
con la depresión. Fenichel insiste en que la fijación oral siempre está presente
en el paciente deprimido. Lampl-de-Groot también hace hincapié en la fijación
oral y en la devoradora y omnipotente actitud posesiva del melancólico.
Benedek habla acerca de la introyección de una madre mala y una buena en la
primera infancia en la formación de la “constelación depresiva”, que predispone
a una depresión posterior, pero no habla acerca de una fijación oral específica
del depresivo. Masserman critica el punto de vista que da importancia a la
fijación oral en la depresión. Bibring no está de acuerdo con la idea de que el
conflicto primitivo del deprimido deba relacionarse exclusivamente con la
fijación oral.
De esta discusión es muy aparente que el concepto de la importancia
primordial de la oralidad en la depresión es aceptado por la mayoría de los
analistas con la excepción de Masserman, Bibring y posiblemente Jacobson y el
grupo de Washington. El concepto de la división del objeto en objetos buenos y
malos y su introyección en la primera infancia y la relación de esto con la
depresión ha sido desarrollado por Melanie Klein (Rádo no ha hecho la
descripción de la separación de objetos como un proceso introyectivo en la
primera infancia). Este punto de vista ha sido compartido por Benedek, Helene
Deutsch y algunos otros analistas, tales como Rotheman y Lewin.

4) El papel del narcisismo, del yo y del concepto del ser en la


depresión

Freud da énfasis a la extraordinaria disminución en la estima que de sí


mismo se tiene el melancólico y al empobrecimiento de su yo. Relaciona este
fenómeno con la identificación narcisística con el objeto, la cual es un sustituto
para la catexis erótica. Define a la identificación narcisística como una etapa
preliminar de la elección del objeto durante la cual el objeto es incorporado con
ambivalencia. Por consiguiente el empobrecimiento del yo se debe a su
identificación con un objeto introyectado, denigrado y envilecido. Además
Freud pregunta si un golpe puramente narcisístico al yo, debido a una pérdida
en el yo independiente del objeto, no sería suficiente como para causar me-
lancolía. No define, sin embargo, lo que tiene en mente.
Abraham también habla acerca de las profundas heridas narcisísticas o
disgustos narcisísticos en la depresión, pero lo relaciona con un disgusto
ocasionado por un objeto (como, por ejemplo, la desilusión de un paciente que
había creído ser el favorito de la madre). Insiste no sólo sobre el sentimiento de
inferioridad del melancólico, sino también sobre el de superioridad y lo
inaccesible que resulta para el paciente melancólico cualquier crítica, por parte
del analista, a su manera de pensar. Relaciona esta actitud con el “carácter
puramente narcisístico del hilo del pensamiento del paciente”. Estas
observaciones las relaciona con una sobreestimación y una subestimación del yo
en la melancolía, que él llama “narcisismo positivo y negativo”. Habla de la
regresión narcisística en la melancolía y describe la etapa del narcisismo con
una meta canibalística hacia el objeto como una “fase de narcisismo ilimitado”
relacionado con un “canibalismo ilimitado”.
Rádo describe el descenso de la estima propia y de la satisfacción en sí
mismo como la característica que más se destaca en los pacientes melancólicos.
También hace hincapié en el anhelo de obtener satisfacción narcisística y en una
muy considerable intolerancia narcisística (rápida caída de la estima de sí
mismo). Le impresiona el egoísmo sin sujeción y la absoluta tiranía del
melancólico. Habla de un retiro narcisístico en los melancólicos, del mundo
exterior hacia un mundo interno donde toman como objeto al superyo.
Relaciona el estado de empobrecimiento del yo con el estado de hambre del
bebé, y, a la vez, liga la satisfacción del ser con la gratificación del bebé cuando
está en el pecho de su madre.
Eduardo Weiss (1944) sugiere que el rasgo característico del melancólico es
“la pérdida de la capacidad de amarse a sí mismo, en verdad, se odia a sí
mismo”. Afirma que el amor a sí mismo se obtiene por canales superyoicos o,
para ser más exactos, “la satisfacción narcisística del melancólico se obtiene
casi exclusivamente de la libido que el superyo dirige hacia el yo”. Dice que la
melancolía es el ejemplo más claro de una neurosis narcisística. El narcisismo
del paciente se daña en la forma más evidente. Weiss relaciona el sentimiento
de sentirse pobre o de empobrecerse en la depresión neurótica con la percepción
del paciente de no tener suficiente libido independiente. Esto él lo relaciona con
una fijación fuerte a un objeto amado, al que, sin embargo, es rechazado por el
mismo individuo, de tal manera que una parte de la libido queda bloqueada y
por lo tanto permanece inaccesible.
Melanie Klein ha llamado la atención al hecho de que en lo_, estados
narcisísticos las relaciones con los objetos introyectados o internos son difíciles.
Por ejemplo, describe el rechazo de un objeto externo y un dirigirse al objeto
interno bueno. Rádo describió un proceso muy similar cuando habló acerca del
retiro del melancólico a su superyo, como objeto interno, pero no relaciona este
aislamiento con una posición infantil similar. El punto de vista de Klein sobre el
narcisismo no está en desacuerdo con el de Freud sobre narcisismo secundario;
sin embargo, ella cree que la incorporación narcisística de los objetos empieza
con el comienzo de la vida. Freud habla de una fase de identificación y de iden-
tificación primaria con un objeto, pero no expresa claramente si en su opinión,
este proceso empieza desde el comienzo de la vida. Abraham dice
explícitamente que la fase narcisística de incorporación recién comienza con la
segunda fase oral. Klein asegur2 que los sentimiento yoicos a menudo reflejan
el estado o condición del objeto interno bueno. Sentimientos de inferioridad re-
lacionados con un empobrecimiento del yo podrían implicar la existencia de un
daño o una devaluación o, aún, de la muerte del objeto interno bueno, punto de
vista muy cercano al expresado por Abraham y Freud. Sin embargo, Klein
también consideró que el narcisismo y el estado de yo reflejan no solamente el
estado del objeto interno, sino también los sentimientos relacionados con el ello.
En 1935 señaló que el yo está identificado con el ello; por ejemplo, los instintos
agresivos en la depresión. La falta de estima a sí mismo, el odio a si mismo, la
autocrítica implicarían el odio que se siente por el ello (ser malo). Desde 1946
ha desarrollado la teoría de la división del yo y la proyección de partes buenas y
malas del ser dentro de objetos externos que luego, a menudo, se reintroyectan.
(Llama a este proceso identificación proyectiva.) El yo puede empobrecerse por
estos procesas de división y, además, la fusión del objeto y el ser resultan de
esta división y proyección de partes del ser dentro de objetos. Ha dado muchas
indicaciones de cómo estos procesos están relacionados con la depresión. Por
ejemplo, insiste en que la pérdida de la estima de sí mismo refleja el sentimiento
de haber perdido una parte idealizada del ser por la división y la proyección. No
utiliza muy a menudo el término narcisismo al describir fenómenos que han
sido llamados narcisísticos por otros analistas, pero describe detalladamente las
relaciones del yo con partes del ser y con objetos internalizados. El Dr. Zetzel
ha criticado a Klein por no haber utilizado suficientemente el término
narcisismo. Al juzgar el valor de esta crítica debemos tomar en cuenta que los
analistas describen con el término narcisismo una gran variedad de condiciones
y que Melanie Klein trata de evitar cualquier término que ella considera
confuso.
En 1946 Edith Jacobson sugirió que los disgustos tempranos con los padres
deben tener el efecto de daños narcisísticos en el niño. Ella considera esto como
una causa importante del desarrollo posterior de la depresión. En 1953 escribió
que el problema de la depresión es el derrumbamiento narcisístico de la persona
deprimida, causándole la pérdida de la estima a sí mismo, así como sentimientos
de empobrecimiento. En esta descripción sigue de cerca las descripciones
hechas por Rádo, Freud y Abraham, del melancólico. Ha dado, sin embargo, un
importante paso hacia adelante al tratar de clarificar la terminología narcisística.
Critica el uso del término “narcisismo secundario” sin que se especifique
claramente su significado. Trata en especial de aclarar el significado de este
término e introduce el concepto de autorrepresentación. Describe la
identificación narcisística como una fusión del ser y de la representación del
objeto en el sistema del yo. Define a la libido narcisística como únicamente
aquella parte de la energía libidinal que se utiliza para autorrepresentaciones, y a
la estima a sí mismo como la expresión emocional de la evaluación de si mismo
y de la correspondiente catexis libidinal y agresiva de las autorrepresentaciones.
Describe también las gratificaciones narcisísticas como tratando de elevar la
catexis libidinal de las autorrepresentaciones y de la satisfacción del ser.
Describe un cisma o división en las autorrepresentaciones y una combinación de
las imágenes de los objetos desinflados con las autorrepresentaciones en la
depresión. Critica a Klein por no hacer una diferenciación suficientemente clara
de las representaciones del ser y del objeto y sus relaciones con las formaciones
superyoicas, aunque en realidad fue Klein quien describió por primera vez los
procesos de la división del yo y la proyección de las partes buenas y malas del
ser dentro de los objetos.
Evidentemente, tanto Klein como Jacobson consideran la división del objeto
y del ser y la fusión e identificación del ser y el objeto como importante para la
comprensión de la depresión En lo que se refiere a los orígenes de los procesos
de división, las opiniones de Klein y Jacobson difieren.
Therese Benedek no habla acerca del problema del narcisismo en la
depresión, pero describe la proyección del ser infantil dentro de la madre y la
formación de un ser bueno y uno malo además de las imagos buenas y malas de
la madre. Relaciono estos procesos con la formación de la constelación
depresiva y con enfermedades depresivas posteriores. La similitud del punto de
vista de Benedek con el de Melanie Klein es evidente, pero Benedek no
continúa el estudio de los muchos detalles que Klein presenta al describir la
división y proyección del ser en objetos que llevan a una identificación
proyectiva. Bychowski sigue a Rádo en su descripción del narcisismo en la
melancolía. Fenichel hace hincapié en la regresión narcisística en la depresión.
También menciona las grandes necesidades narcisísticas y el decrecimiento en
la estima de su persona de los pacientes depresivos. Dice: “Una persona muy
triste se aísla de los objetos y se transforma en narcisística incorporando al
objeto no-satisfactorio” Bibring dice que en la depresión melancólica el
narcisismo del paciente se daña en la forma más evidente. Hace énfasis, asimis-
mo, sobre la pérdida de la estima a sí mismo y sobre el odio a sí mismo y
sugiere que “el sentimiento yoico en la depresión melancólica, en contraste con
la depresión simple, no desciende, sino que aumenta, ya que la depresión
melancólica se debe al odio a sí mismo que surge como consecuencia de una
pérdida grande en la estima que se tiene a sí mismo debido a ser rechazado”.
La debilidad del yo en la depresión es uno de los puntos en el que han hecho
hincapié varios escritores y particularmente Bellak, quien lo considera como
uno de los factores centrales en la depresión psicótica. Edith Jacobson también
lo menciona y Bychowski, quien ha escrito mucho sobre el yo débil, hace én-
fasis en la importancia que tiene en los estados depresivos. Insiste
particularmente en un núcleo yoico débil y vacío en la depresión, y en la
formación de una norma de comportamiento que niegue el vacío interior.
Melanie Klein ha hecho hincapié en un yo débil y vacío en la depresión que se
debe, no solamente a la división y separación de las partes malas del ser, sino
también a la proyección de las partes buenas del ser dentro de los objetos
buenos y, consecuentemente, al sentimiento de ser dominado por y dependiente
de esos objetos buenos.
Al repasar los puntos de vista sobre el narcisismo en la depresión, me
parece claro que, bajo el encabezamiento de narcisismo, se habla acerca de un
gran número de fenómenos tales como el egoísmo y la crueldad del paciente,
sentimientos de superioridad, regresión a la fase oral, procesos introyectivos,
retirada del mundo exterior a los objetos internos, fusiones o identificaciones
del ser y objetos, y ciertos estados de sentimientos yoicos. Esto indica que es
esencial para los analistas darse cuenta de que el término “narcisístico” nunca
debería utilizarse por si solo sin agregar una indicación de lo que esto significa
exactamente. También debería considerarse si no se podrían poner de acuerdo
sobre una nueva terminología. Edith Jacobson ha hecho un esfuerzo pionero
para aclarar el término “narcisismo” y ha sugerido algunos términos nuevos.
Melanie Klein, por otra parte, al describir todos los procesos que aquí se han
discutido bajo el encabezamiento de narcisismo, ha usado muy pocas veces el
término para evitar confusiones y malentendidos. Me gustaría hacer dos
observaciones: 1) juzgando por los datos que he reunido aquí, parece no haber
controversia entre la relación de objetos introyectados o internos y el narcisismo
en la depresión; 2) pareciera que el intento de comprender los procesos de divi-
sión del ser en partes buenas y malas, la proyección del ser dentro de los objetos
que lleva a una fusión o identificación, se ha convertido en una parte importante
de la investigación analítica sobre la depresión. El trabajo más detallado sobre
este tema ha sido realizado por Melanie Klein, pero Edith Jacobson y Benedek
han hecho también una contribución de importancia.

5} Relaciones de objetos primitivos


y fases infantiles del desarrollo
y su relación con la depresión

Freud manifestó que la melancolía comienza como reacción a la pérdida del


objeto amado. El objeto perdido exteriormente es introyectado dentro del yo. En
1917 Freud no trató en detalle la situación infantil con la que está relacionado el
proceso de la pérdida del objeto, pero en 1923, al hablar sobre el superyo
sádico, describió una situación materno-infantil internalizada En 1926 hizo
hincapié en la situación de ansiedad de la primera infancia, creada por el temor
a “perder a alguien a quien se quiere y anhela” y la relacionó con el peligro de
perder un objeto —una situación que él también relaciona con la ansiedad que
existe en el nacimiento por la separación de la madre—. Freud no habla con
claridad acerca de los procesos introyectivos de esta situación temprana, pero en
“El yo y el ello” se refiere al proceso de introyección, especialmente en las
primeras fases del desarrollo, como siendo probablemente la única condición
bajo la cual el ello puede renunciar a sus objetos.
Abraham sugiere que cuando el melancólico pierde su objeto externo,
destruye y expulsa a su objeto interno como si fuera materia fecal y que el
objeto expulsado es luego reintroyectacion además del objeto externo perdido.
Se refiere, pues, a una interconexión de objetos externos e internos. Como él
considera que el punto de fijación de la depresión ocurre en la primera fase anal
sádica, debe pensar que las depresiones posteriores están relacionadas con una
situación infantil ocurrida al final del primer año (sabemos que él también
describe una fijación que ocurre en la fase oral sádica). Rádo describe la
situación traumática infantil en la depresión como el estado del bebé ham-
briento, una situación que debe referirse a los primeros seis o nueve meses de
vida. Weiss menciona una temprana relación omnipotente con los padres, pero
lo trata solamente en conexión con el desarrollo del superyo. No sugiere un
momento específico para las situaciones traumáticas del conflicto depresivo.
Melanie Klein escribe que ella ha encontrado que alrededor de mediados del
primer año (cuatro a seis meses) “la ansiedad del niño comienza a concentrarse
en la situación llamada pérdida del ob- jeto amado, que es una situación
predominante de la ansiedad en la posición depresiva y que desempeña una
parte importante en la enfermedad depresiva del adulto”. Ella hace énfasis en la
necesidad de establecer un objeto amado interno bueno, y des-cribe en detalle
cómo las situaciones externas pueden estimular la situación de ansiedad interna
por la pérdida del objeto interno bueno como dañado, muerto, o transformado
en un objeto perseguidor) y así producir una enfermedad depresiva. También
sugiere que las tempranas ansiedades perseguidoras y los mecanismos
esquizoides de una fase previa del desarrollo, tal como la división de objetos y
ser (relacionada con la idealización y la persecución), tienen una influencia
profunda en la situación de pérdida del objeto externo bueno e interno completo.
Ha llamado la atención particularmente a la importante interrelación de objetos
externos e internos que Abraham mencionó en 1924. En 1951 se hizo referencia
a Helene Deutsch, diciendo que ella cree que el origen del conflicto depresivo
puede llevarse a las primeras frustraciones, separaciones y disgustos del yo, y
que las reacciones pueden encontrarse en las primeras separaciones post-natales
del objeto.
Benedek describe la constelación depresiva como una situación infantil que
predispone a depresiones posteriores. La situación se basa en frustraciones
mutuas de la relación infanto-materna (simbiosis).
Edith Jacobson habla de una temprana fase preedipal, donde se forman
imagos buenas y malas del ser y los objetos. Describe la identificación mágica,
el deseo del bebé de ser uno con la madre. Pero ella aparentemente no cree que
la principal situación de ansiedad del depresivo tenga sus raíces en esta
temprana fase infantil, ya que discute el efecto de los primeros disgustos que los
padres ocasionan y piensa que el proceso psicótico se pone en marcha
probablemente por una reactivación de un conflicto infantil centrado
primordialmente en los dos padres (situación edipal).
Bibring sugiere que la experiencia chocante de desamparo que el niño sufre
es el trauma principal y el punto de fijación para depresiones posteriores. Mark
Kanzer (1952) sugiere que la escena primaria puede ser la principal situación
traumática en la depresión.
Parece haber acuerdo entre todos los autores, con la excepción de Jacobson
y Kanzer, que la situación depresiva funda mental debe buscarse en la relación
del niño con su madre durante el primer año de vida. Jacobson pone énfasis en
la importancia primordial de los primeros disgustos causados por los padres en
la situación de Edipo, punto también señalado por Abraham. Melanie Klein y
Rádo hacen énfasis en la importancia secundaria de la situación edípica en el
problema de la depresión, mientras Helene Deutsch discute acerca del papel
importante desempeñado por el complejo de castración como un núcleo
frecuente en el conflicto depresivo. La interrelación de objetos internos y
externos que Abraham describe, apenas son mencionados por Rádo, pero son
desarrollados en detalle por Melanie Klein. Jacobson y Helen Deutsch no han
presentado sus puntos de vista en forma suficientemente clara.

6) El papel desempeñado por el superyo


en la depresión

La severidad o implacabilidad del superyo depresivo ha sido recalcada por


casi todos los escritores que han tratado el problema de la depresión,
comenzando con Freud, quien descubrió al superyo en 1917. El dice que el
conflicto melancólico se bate entre el yo y el superyo y que este conflicto no es
reprimido “luego de la regresión de la libido el «proceso depresivo» puede
hacerse consciente y se presenta a la conciencia como un conflicto entre una
parte del yo y la agencia crítica”. Subrayo aré aquí que la conciencia que se
tiene del superyo en la melancolía es lo que hace que su investigación sea
particularmente propicia.
En 1923 Freud señaló el aspecto perseguidor del superyo Weiss, en 1926,
también ve a la conciencia como un objeto introyectado perseguidor. Melanie
Klein ha hecho descripciones de los objetos ideales, así como de los
perseguidores, en el superyo del paciente depresivo y sugiere que las frecuentes
combinaciones de estos objetos son el motivo por el cual los objetos ideales son
tan severos. Abraham habla únicamente acerca de la hostilidad del superyo,
mientras que Rádo hace énfasis en que el superyo del depresivo es un objeto
ideal que toma, en segundo término, los impulsos agresivos del ello. Jacobson
describe dos procesos consecutivos en el desarrollo del superyo depresivo. E’
primero es una identificación del paciente con los padres desinflados y el
segundo lo describe como la construcción de una imagen paterno-materno
fuerte, pero sádica como el superyo. La mayoría de los autores parecen pensar
en el superyo como si consistiera de una sola figura. Abraham, Weiss y Melanie
Klein, sin embargo, han descrito a más de un objeto representado en el superyo
depresivo.
He encontrado un solo autor, Bibring, que no pone énfasis en el papel que
desempeña el superyo en la depresión. En su opinión la depresión es
principalmente un fenómeno yoico. Es evidente que su opinión es controversial.
La relación entre los impulsos agresivos y la severidad del superyo es uno
de los puntos en los que Freud particularmente ha hecho hincapié; dice que
parecería que en la melancolía “el superyo ha tomado posesión de todo el
sadismo disponible en la persona que se está tratando”. Abraham dice que los
reproches dirigidos al objeto amado se convierten en parte de los reproches que
el superyo dirige al ser. Weiss escribe, en 1926, que impulsos destructivos
instintivos se encuentran en el objeto introyectado perseguido, uno de los
objetos del superyo que él describe. En otro estudio posterior escribe acerca de
la proyección o el traspaso de los impulsos agresivos a un objeto amado
omnipotente, un punto de vista muy parecido al sostenido por Rádo. Melanie
Klein recalca la falta de realismo del superyo sádico. Ella fue la primera en
sugerir que los impulsos sádicos contribuyen a la severidad del superyo
temprano así como al del superyo en la depresión. Edith Jacobson compara el
superyo poderoso, indestructible, pero sádico, con una madre cruel y poderosa
que tortura a un niño pequeño, indefenso e impotente; ella no dice si cree que
esta figura es una imagen de la fantasía o la introyección de una figura materna
realmente mala. Llama la atención a los rasgos poco realistas de las imagos
paternas primitivas que no corresponden a una presentación auténtica de los
padres. Es posible, por lo tanto, que sienta que los impulsos agresivos del ello
contribuyen a la formación de un superyo sádico en la depresión.
En lo que se refiere al problema del desarrollo temprano del superyo en la
depresión, desearía mencionar la opinión de Weiss, quien cree que los primeros
procesos omnipotentes tienen influencia en el desarrollo del superyo, mientras
que Edith Jacobson insiste en que el desarrollo temprano del superyo en la
depresión es un factor específico (que se aplica únicamente a la depresión).
Melanie Klein cree que el núcleo del superyo está formado por objetos
introyectados desde la primera infancia. Rádo describió a los tormentos del
hambre como un mecanismo primario de autocastigo, pero cree que el superyo
depresivo recién se forma en el período de latencia. Zetzel, en 1952, hace una
contribución interesante e importante al problema del desarrollo temprano del
superyo y escribe: “¿Cómo reconciliamos la hipótesis de que el superyo se
deriva del conflicto de Edipo (genital) con las características pregenitales del
superyo depresivo? Podemos explicar estas características como fenómenos
regresivos atribuibles a fijaciones pregenitales que sabemos están presentes en
estos individuos, o podemos asumir que la incapacidad de dominar situaciones
pregenitales ha afectado, desde el principio, la formación del superyo en tal
manera que aún en un relativo estado de salud el superyo depresivo se
caracteriza par rasgos pregenitales rígidos que hacen que el individuo sea
particularmente vulnerable a cualquier evento que al hacer disminuir su propia
estima empuje al superyo patológico a un autorreproche melancólico? Y por
último, ¿no es posible que en enfermedades depresivas la regresión lleve hasta
los ahora generalmente aceptados precursores del superyo definitivo, o sea, las
introyecciones e identificaciones del período pregenital?”.
Al hacer un sumario podemos dejar constancia de que la mayoría de los
escritores que han escrito sobre la depresión son de la opinión que los impulsos
agresivos contribuyen a la rigidez del superyo. El problema del desarrollo
temprano del superyo permanece siendo uno de los pocos puntos
controversiales en la teoría psicoanalítica de la melancolía.
7) La relación de la paranoia
y las ansiedades paranoides con la depresión

En 1926 Weiss llamó la atención a la similitud entre la depresión y la


paranoia, sugiriendo la descripción “síndrome melancólico y paranoide”.
Escribió que si el objeto introyectado perseguidor (la conciencia) se proyectaba
hacia el mundo exterior, el resultado sería la paranoia. De esta manera, un
conflicto melancólico podría transformarse en un verdadero caso de paranoia.
Presenta material clínico para ilustrar sus observaciones. En 1933 Helene
Deutsch describe pacientes ciclotímicos que pasaron por fases agresivas
intensas que nunca llegaron a ser auténticos casos depresivos; cuando el período
agresivo llegaba a su fin el paciente se tornaba en maníaco. Estos estados tenían
un carácter definitivamente paranoide. Helene Deutsch describe a una paciente
que no se sentía amada, pero sí se sentía maltratada y perseguida y que
constantemente respondía a lo que ella imaginaba eran relaciones negativas de
la analista con agresión furiosa del tipo paranoide. Deutsch sugiere que
pacientes de este tipo lidian con sus sentimientos de culpa, resultado de su
propia actitud agresiva, por medio de un mecanismo de proyección con el que
declaran al mundo exterior que están siendo maltratados y odiados. De acuerdo
con la experiencia de Deutsch, si este mecanismo de proyección se estabiliza, la
enfermedad del paciente puede convertirse en un verdadero caso de paranoia.
Deutsch, en su descripción, confirma en forma contundente la formulación y la
experiencia clínica de Eduardo Weiss. Melanie Klein (1935) llama la atención a
la relación cercana que existe entre las ansiedades paranoides y las depresivas,
tanto en el niño como en el paciente adulto. Explica estas observaciones por el
hecho dc que en la fase más temprana de la infancia, ella llama la posición
esquizoparanoide, predominan las ansiedades y los mecanismos paranoides. Las
ansiedades y los mecanismos de la temprana posición paranoide gradualmente
van cambiando hasta convertirse, hacia los mediados del primer año (de los
cuatro a los seis meses de edad aproximadamente), en ansiedades de la posición
depresiva. En esa época hay un cambio en la naturaleza, tanto de las relaciones
objetales como de las ansiedades, pero las ansiedades y los mecanismos
paranoides previos tienden a infiltrarse dentro de la posición depresiva y, si las
primeras ansiedades paranoides han sido severas, a menudo interfieren con la
penetración normal de las ansiedades depresivas. Hay también una tendencia a
regresar, por lo menos parcialmente, a la posición esquizoparanoide si la
penetración de las ansiedades depresivas encuentran obstrucción; esto puede
sucede con facilidad si en la posición depresiva las ansiedades y los
sentimientos de culpa son excesivos. El resultado fácilmente podría llegar a ser
que no solamente los conflictos depresivos de la infancia permanezcan sin
resolver, sino también, que los rasgos paranoides surjan como una parte de la
personalidad del niño y del adulto. Las personas de este tipo están expuestas a
tener enfermedades depresivas más adelante, que reavivan los conflictos
depresivos no resueltos y las primeras ansiedades paranoides. Fenichel (1945)
también ha llamado la atención a la relación entre la paranoia y la melancolía.
Escribe que la persona deprimida que llora la muerte de un ser querido teme que
el muerto se transforme en un perseguidor por los deseos de muerte que habían
existido con relación a él. “Las personas muertas”, dice él “pueden buscar ven-
ganza y regresar para matar a los vivos. También sugiere que el miedo a los
muertos aumenta la ambivalencia. (Melanie Klein describió en 1946 el temor
que se tiene a objetos muertos perseguidores y la agresividad aumentada que
existe hacia ellos). Fenichel también declara que “en depresiones melancólicas
la suposición de ser envenenado no es rara, originándose en el sentimiento de
estar siendo destrozado par alguna fuerza oral introyectada”. Menciona también
que el miedo de ser comido por algo que está dentro del cuerpo es una venganza
para la introyección sádica.
Bychowski (1952) considera que algún germen de un delirio paranoico
puede observarse en casi todos los pacientes que tienen rasgos depresivos desde
hace un tiempo. También menciona que “cualquier desarrollo paranoide en el
curso de una depresión, revela mecanismos proyectivos más característicos del
círculo esquizofrénico”. En 1949 Anderson (citado por Bychowski) señala que
los individuos deprimidos están ansiosos y tienen miedo da dormir por temor a
encontrar en sus sueños personas amadas que han perdido, que aparentemente
regresan a ellos como perseguidores. Los pacientes sienten que no tienen
derecho a estar vivos mientras los seres queridos han muerto. “La única forma
en que ellos pueden subsanar el mal, cosa que se ven obligados a hacer, es
muriendo ellos también. En realidad esto se les requiere a menudo en sus
pesadillas.”
Es evidente que un número de analistas ha reconocido la importancia de los
elementos paranoides en la depresión. Esto se relaciona de cerca con las
experiencias de la psiquiatría no orientada analíticamente. Es interesante notar
que Bowman y Raymond encuentran que el tipo más común de delirio en los
casos maníacodepresivos es el de tipo perseguidor, que se encuentra en un
veinte por ciento del total de los pacientes maníacodepresivos. Coenan informa
sobre estados paranoides que ocurren frecuentemente dentro del síndrome
maníacodepresivo. Petren también menciona que ideas de persecución en
desórdenes maníacos ocurren principalmente en pacientes depresivos. Es
evidente, luego de esta descripción, que los analistas podrán hacer
contribuciones importantes para clarificar más la relación entre la paranoia y la
depresión.
8) La relación de la depresión con la neurosis obsesiva, la perversión,
la manía y la esquizofrenia

Se ha escrito una cantidad considerable de literatura psiquiátrica y


psicoanalítica sobre la relación entre la depresión y varios desórdenes
neuróticos y psicóticos. Es éste un tema demasiado extenso para que yo lo trate
en este estudio, de manera que sólo presentaré unos pocos puntos pertinentes.
Abraham investigó la relación cercana entre los estados obsesivos y la depre-
sión. Freud, Melanie Klein, Stengel y otros han contribuido con estudios al
mismo tópico. Lampl-de-Groot ha llamado la atención a la íntima conexión
existente entre perversiones sadomasoquísticas y depresiones.
La muy cercana relación existente entre la manía y la depresión ha sido
observada por prácticamente todos los principales investigadores que han
estudiado el problema de la depresión. En realidad, la mayoría de los autores al
tratar la psicopatología de la depresión, tratan simultáneamente a la de la manía
—en efecto, los estados “maníaco-depresivos”—. Es bien sabido que después
de más de dos mil años de intensa controversia sobre el problema de la
depresión y la manía, Kraepelin sugirió que las dos enfermedades eran en
realidad la manifestación de una enfermedad: “la locura maníacodepresiva”. La
única enfermedad depresiva que él consideraba por separado de este desorden
era la “melancolía involutiva”. Esta correlación de la manía y la depresión es
señalada con énfasis en los escritos de Freud, Abraham, Weiss, Rádo, Schilder,
Deutsch, Klein, Fenichel, Jacobson, Rochlin y otros. Dada la enorme extensión
de este tema, dejaré la discusión para una fecha futura.
La relación entre la esquizofrenia y los estados maníacodepresivos ha
ocupado a los psiquíatras por muchos años. Algunos, como Nolan E. C. Lewis,
han hecho ensayos para diferenciar la esquizofrenia de enfermedades
maníacodepresivas por medio de diagnósticos diferenciales sumamente
detallados. El cree que la existencia de síntomas esquizofrénicos en una
enfermedad maníacodepresiva implica un diagnóstico equivocado. Dice que aun
un vestigio de esquizofrenia en estados maníacodepresivos significa que es un
caso de esquizofrenia.
Por otra parte, Aubrey Lewis, en un estudio detallado de 61 casos de
melancolía presentado en 1936, llega a la conclusión de que una revisión de los
casos que exhibían síntomas esquizofrénicos revelan que éstos no son de valor
determinante.
La combinación de estados maníacodepresivos con esquizofrenia ha sido
confirmada en un estudio hecho por Wyrsch. Al hablar de 18 pacientes con
psicosis mixta de naturaleza esquizofrénica y depresiva, declara que de estos
casos pudo diferenciar algunos en los cuales el desorden principal era la
demencia precoz y otros en los que el desorden principal era la psicosis ma-
níacodepresiva; la otra psicosis, en cada caso, intervenía en forma secundaria.
Entre los analistas han sido pocos los que se han interesado por la
naturaleza de la relación existente entre la esquizofrenia y las enfermedades
maníacodepresivas. Be1lak cree que las dos están muy relacionadas. Bychowski
menciona características esquizoides en un paciente maníacodepresivo, pero
ninguno de los dos autores ofrece una explicación psicopatológica para sus
observaciones y puntos de vista. Melanie Klein también ha detallado un caso de
psicosis maníacodepresiva con características esquizoides. Llega a la conclusión
de que los grupos de desórdenes esquizofrénicos y maníacodepresivos están
mucho más relacionados en su desarrollo de lo que se había supuesto. En su
opinión, los desórdenes esquizofrénicos están relacionados con una fase del
desarrollo que ella ha llamado la “posición esquizoparanoide”. Si los
mecanismos y ansiedades de este período inicial se infiltran en la posición
infantil posterior —la depresiva— pueden interferir con la elaboración normal
de la posición depresiva. Los mecanismos y las ansiedades esquizoides pueden
persistir junto con las ansiedades y los mecanismos depresivos. Esto explicaría
la frecuente combinación de síntomas depresivos y esquizoides en
enfermedades psicóticas posteriores. De esta manera Klein ha hecho una
importante contribución, no solamente a la teoría psicoanalítica, sino también a
un confuso problema psiquiátrico.

SUMARIO DE LAS CONCLUSIONES DISCUTIBLES


Y LOS NUEVOS DESARROLLOS
EN LA INVESTIGACION DE LA DEPRESION
De los datos reunidos en este estudio debería resaltar, con claridad, que son
muy pocos los puntos que provocan una verdadera controversia y desacuerdo
con referencia a la psicopatología de la depresión Parece haber muy poco
desacuerdo y controversia con referencia a los factores constitucionales, al papel
que desempeña la agresión, a la fijación en algunos períodos del primer año, al
rol del narcisismo, y, aún, a la importancia del papel que desempeñan ciertos
mecanismos y relaciones objetales tempranos, tal como la división de la madre
en un objeto bueno y otro malo. Existe controversia con respecto a la forma en
que el superyo se desarrolla, tanto en el desarrollo normal como en el de casos
de depresión. Por ejemplo, los autores estadounidenses, en su mayoría, no están
de acuerdo con la explicación de Melanie Klein de que la severidad del superyo
melancólico puede explicarse por el hecho de que en la depresión se ha retenido
la implacabilidad del superyo infantil inicial. Debe señalarse, sin embargo, que
Edith Jacobson cree que el superyo del paciente depresivo se desarrolla mucho
más temprano que el de los pacientes que no son depresivos. Parecería haber
acuerdo en que los impulsos agresivos del ello contribuyen a la severidad e im-
placabilidad del superyo melancólico.
Hay muchas diferencias de opinión con respecto a los detalles del desarrollo
infantil inicial: la importancia de situaciones infantiles tales como la situación
del “bebé hambriento colérico”, el estado de incapacidad del niño, o fases del
desarrollo tales como la “posición depresiva”, siendo esta última aceptada por
muchos escritores ingleses, pero por pocos estadounidenses.
Al examinar el material expuesto en este estudio parecería que se están
llevando a cabo investigaciones muy interesantes sobre el problema total de la
depresión y que hay aún mucho para hacer, siendo los puntos principales a
seguir estudiando para aumentar nuestros conocimientos, aparentemente, los
siguientes:
primeras fases infantiles que predisponen a crisis depresivas posteriores,
detalles y naturaleza de los mecanismos y las identificaciones que se encuentran
en la depresión, y la comprensión de los rasgos esquizofrénicos en la depresión.

Traducción de Margarita Grassi.

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Comparación y desarrollo de las teorías
psicoanalíticas de la melancolía1

J. O. WISDOM
(Londres)

1.—Introducción.

11.—El síndrome.

111.—Factores de diagnóstico.

IV.— La teoría de Freud-Abraham.

V.— Nueva exposición en términos de objetos introyectados nucleares y


orbitales.

VI.— La hipótesis de Abraham de la pérdida anal.

VII.—- Desarrollo postclásico.

VIII.— El narcisismo primario.

IX.—La teoría de la posición depresiva: en relación con el objeto.

X.— La teoría de la posición depresiva: en relación con e1 sujeto.

1
Versión ampliada de un artículo leído en una reunión de la British Psycho-Analytical Society, Londres; 1º de
noviembre de 1961. Traducido de “International Journal of Psycho-Analysis”, Vol. XLIII, 1962, pág. 113-132
XI.— La teoría de la posición depresiva: unidad por proyección.

XII.— La teoría de la posición depresiva: identificación proyectiva.

XIII.— La teoría de la posición depresiva: reparación.

XIV.— La teoría postclásica de la melancolía.

XV.— Un problema etiológico básico.

XVI.— Relación entre las teorías clásica y postclásica.

XVII.— El mecanismo subyacente al suicidio.

XVIII.— Resumen y conclusiones.


I.— INTRODUCCION

La naturaleza de este artículo puede describirse como sigue. Se intenta


exponer en detalle, a la vez, la teoría clásica o teoría de Freud-Abraham, y la
teoría kleiniana de la depresión psicótica. Para esto, hallamos necesario
distinguir entre objetos introyectados que forman parte del mundo interno y
objetos introyectados que forman parte de la persona enfrentada con un mundo
interno. La teoría de Klein es de estructura idéntica a la clásica, salvo por la
ubicación del blanco de la ambivalencia, pero difiere en cuanto a la
presuposición en la infancia del narcisismo primario. Clásicamente, la
melancolía era una reacción a una herida narcisística; en la teoría postclásica,
una reacción a la posición depresiva. Es necesario, pues, enunciar y elaborar
más la teoría de la posición depresiva. La investigación detallada de ésta, trae la
posibilidad de fenómenos clínicos más amplios que pueden descubrirse, como
la “tensión nuclear”, y plantea el problema del factor psicopatológico
fundamental; hay discusión entre varios candidatos posibles, entre los cuales el
favorito es el amor destructivo. Algunas hipótesis explican apariencias que
pueden ser atribuidas al narcisismo primario, y explican también la diferencia
en la naturaleza de la ambivalencia en las dos teorías. Se describe un
mecanismo subyacente al suicidio, en el cual una desintegración esquizoide es
provocada por la reintroyección de una identificación proyectiva, destructiva. Se
dejan deliberadamente de lado muchos problemas, por ejemplo, el problema de
las formas de depresión clínicamente distintas, la incidencia del complejo de
Edipo, el rol de los instintos, etc., con el fin de concentrar el estudio sobre los
problemas básicos del mecanismo.

Se intentará primero reconstruir la teoría clásica, o teoría de Freud-


Abraham, de la depresión psicótica, según sus contribuciones, en cinco artículos
(1, 2, 9, 3, 30). Abraham hizo la contribución inicial. Ha descrito muchos rasgos
de la perturbación, a la vez síntomas y factores subyacentes. Ha señalado
especialmente un paralelismo marcado entre la depresión y la neurosis obsesiva
en el hecho de que amor y odio se interfieren mutuamente (1, p. 139; cf. 9, pp.
250-1) y ha considerado que el deseo de una venganza violenta lleva a un
sentimiento de culpabilidad (1, p. 146). Además, introdujo la idea de que la
depresión es caracterizada por la oralidad y las tendencias canibalísticas: “en
contraste con el deseo sádico del neurótico obsesivo, el único deseo del
melancólico es el de destruir su objeto de amor devorándolo” (2, p. 277).
Abraham (3, p. 419) y los autores posteriores reconocen a Freud el mérito de
haber agregado el rasgo más significativo: la introyección del objeto de amor
con ambivalencia hacia él (9). Abraham (3) ha agregado otro factor más: que la
depresión implica esencialmente sadismo anal. (Según su división de las
“fases”, la depresión arraiga en una combinación de fijaciones orales tardías y
anales tempranas.) Todos estos artículos son de muy alto nivel. Rádo (30)
también ha escrito un trabajo excelente. Ha aclarado muy bien rasgos
importantes e intentado describir el curso del proceso patológico. Ha agregado
también algunos otros puntos, que son importantes, pero menos fundamentales
que los descritos por sus predecesores. Por ejemplo, consideraba que la fase
aguda de la melancolía venía precedida por una rebelión arrogante y amargada
(30, p. 421), y que el depresivo necesita muchos admiradores, pero los trata con
egoísmo desenfrenado y tiranía (30, p. 423). Ha enunciado la hipótesis que el
masoquismo surge en el depresivo con el fin de congraciarse con el superyo y
que esto constituye el mecanismo de autocastigo (p. 424). Ha sugerido también
un paralelismo interesante entre culpa, expiación y perdón por un lado, y rabia,
hambre y succión por el otro (p. 426).
II.— EL SINDROME

Según la descripción que hace Freud del síndrome,2 podemos ordenar los
síntomas principales como sigue:

1) Afecto de aflicción; sentimiento de agotamiento.


2) Sentimiento de falta de amor; pérdida de la capacidad de amar; pérdida del
contacto con los demás; preferencia por estar solo.
3) Pérdida de interés.
4) Total inhibición de la actividad.
5) Pérdida de la autoestima.
6) Culpa, remordimiento y autorreproche.
7) Espera delirante de castigo; deseo de muerte; tendencias suicidas.
IV.— LA TEORIA DE FREUD-ABRAHAM

III.— FACTORES DE DIAGNOSTICO

En los artículos citados se encontrarán los siguientes factores:

a) Sentimiento del depresivo de haber sufrido una enorme pérdida dentro de sí


(9, pp. 244 247).
b) Sentimiento de que esto ocurre por medio de una expulsión anal (3, p. 426).
c) Tendencias orales, especialmente canibalísticas (2, p. 277); regresión a la

2
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación de
interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones, y la
disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones de que el paciente se hace
objeto a sí mismo y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo” (8, p. 244).
fase oral (2, p. 276).
d) Anhelo del pecho (3, p. 450).
e) Introyección del objeto de amor (9, p. 249), que es primitivamente la madre
(3, p. 460).
f) Introyección por la vía oral (3, p. 444), elección de objeto narcisístico (9, p.
249).
g) Un sentimiento de poder omnipotente de destrucción (1, p. 146).
h) Profundo odio y desvalorización (9, pp. 248-251) dirigidos principalmente
hacia la madre (3, p. 460) y su representación introyectada (9, pp. 248-
249): de ahí sadismo intenso (2, p. 277) y ambivalencia aguda (9, pp.
257-7).
i) Unión o identificación con el objeto introyectado (9, pp. 249, 251-2).
j) Odio a sí mismo (9, p. 257).
k) Sentimientos inconscientes de ser odiado (1, p. 145).
1) Dudas en adoptar un papel masculino o femenino (1. pp. 143-4).

A estos factores se podría agregar que el melancólico:

m) Se siente abandonado (por sí mismo tanto como por los otros).


n) Siente que un objeto amado, aun bueno, le falta.
o) Se siente con derecho a que la gente le compense esa injusticia.

IV.— LATEORIA DE FREUD-ABRAHAM

Intentaremos ahora reconstruir la teoría.


Una presuposición básica era la idea del narcisismo primario (9, pp. 244,
249, 250). Las grandes etapas, entonces, eran las siguientes: Primero, herida
narcisística. Segundo, pérdida por odio. Tercero, compensación fantástica en la
forma de introyección oral de la madre. Cuarto, por medio de la proyección y
reintroyección del odio, un estado de destrucción interna. Quinto, los rasgos
esenciales son la ambivalencia y el sentimiento de culpabilidad.
Al establecer las hipótesis detalladas, he enunciado normalmente en primer
lugar las que constituyen el diagnóstico o la teoría clínica para entrar después en
la teoría explicadora. Aquí resultaría engorroso hacer lo mismo. La teoría
explicadora consta de dos partes. La primera y principal es:
(T) Los melancólicos han sufrido en la infancia una herida narcisística
(primaria) (9, pp. 249, 253; 3, pp. 457-8, 458-9). Eso es la teoría de la
naturaleza del psiquismo melancólico. Hay que agregarle una hipótesis acerca
del factor desencadenante:
(t) Algún “golpe”, como puede ser una pérdida real, despierta un
sentimiento de pérdida de objeto (9, p. 251); o son (para dejar una alternativa
compatible) pequeñas pérdidas que se han sumado; o (?) una pérdida puramente
fantástica.
Sobre la tendencia básica del psiquismo (T) actúan una serie de procesos
desencadenados por (t), dados por la teoría clínica o diagnóstica o la
psicopatología, como sigue:
(1) Había un objeto original del odio, la madre (3, p. 460) [que se vivía
como causante de la herida narcisística primaria].
Es la única hipótesis que establece algo del pasado; todas las demás, en
cualquier esbozo que puedan hacer, se refieren sólo a lo actual.3 Son:
(2) El odio actual, tomando la forma de incorporación y destrucción oral, es
vivido como responsable de la pérdida del objeto (2, p. 276; 9, pp. 249-50) [que

3
Debo a Mr. R. F. J. Withers el haber llamado la atención sobre la importancia de distinguir el pasado y lo
actual.
despierta la herida narcisística primaria].4
(3) Se considera que la pérdida se efectúa por medio de una expulsión anal
(3, pp. 426, 444).

(4) Surge la necesidad de amor compensatorio (9, p. p. 249; 3, pp. 443-4,


444-6) para sanar la herida narcisística primaria.

(5) Eso toma una forma oral (9, pp. 249-50).

(6) De ahí surge la fantasía de introyectar a la madre para restaurar el


estado de satisfacción narcisística (la introyección es vivida como devolviendo
la vida al objeto (3, p. 436; cf. 9, pp. 249, 257).

(7) El odio es proyectado sobre el objeto externo destruido y reintroyectado


(3, pp. 461-2; cf. 9, p. 252).

(8) Entonces el objeto introyectado se vuelve hostil (3, pp. 461-2).

(9) De ahí surge el ataque a la propia persona.

(10) El estado siguiente es la autodenigración (9, p. 252).

(11) El afecto siguiente es el remordimiento.

(12) Ya que hay una actitud de odio (cf. 2) hacia el objeto introyectado,
que ha sustituido el odio a la madre (3, p. 461), tanto como una actitud de
valoración, y ya que el objeto es vivido como malo y bueno a la vez, hay

4
Los corchetes señalan un agregado que he hecho para llenar una laguna en la teoría, agregado que los trabajos
clásicos no pueden fundamentar, pero que los autores clásicos casi seguramente hubieran aceptado.
ambivalencia.

(13) El afecto de ambivalencia hacia el objeto introyectado (1, p. 146),


o el verlo a la vez bueno y malo (30, p. 431), o el sentimiento de atacar al objeto
bueno introyectado, constituye el sentimiento de culpabilidad.5

V.— NUEVA EXPOSICION


EN TERMINOS DE OBJETOS INTROYECTADOS
NUCLEARES Y ORBITALES

Como en trabajos anteriores, encuentro que se puede dar mayor precisión a


la descripción utilizando una distinción que he hecho entre identificación
nuclear o introyección nuclear por un lado, e identificación orbital o
introyección orbital por otro; se apoya en una distinción entre objetos
introyectados nucleares y orbitales, los objetos introyectados nucleares
formando el centro de la persona, y los objetos introyectados orbitales siendo
objetos internos (38). Podemos exponerlo brevemente como sigue.

Cuando un objeto es introyectado, hay dos posibilidades. Puede formar parte


del mundo interno de la persona y ser visto por la persona como un objeto
interno. Entonces la persona tiene relaciones con un objeto situado en la órbita
de su mundo y podemos llamar a ese objeto “objeto introyectado orbital”. Por
otra parte, el objeto introyectado puede formar parte y porción de la perspectiva
de la persona; la persona puede mirar al mundo, incluyendo su mundo interno,

5
Abraham (3, p. 459) consideraba la situación edípica como básica, pero no ha mostrado su rol o su conexión
con los otros mecanismos.
por los ojos de este objeto introyectado. Tal objeto introyectado no es un objeto
introyectado orbital, sino que forma parte del centro de la persona, puede ser
llamado su “núcleo”, y la persona no tiene relaciones de objeto con el núcleo,
sino que unida al núcleo tiene relaciones de objeto con los objetos orbitales;
entonces se puede llamar un “objeto introyectado nuclear”. La “identificación”
y la “identificación introyectiva”, tales como se mencionan en la literatura, se
refieren probablemente a la introyección nuclear, y podría llamarse
“identificación nuclear”; podríamos también, si lo quisiéramos, con los objetos
orbitales, hablar de “identificación orbital”.
El concepto de “persona” es empleado en su significado ordinario, que
supone límites elásticos: es a veces equiparado con el núcleo, a veces con el
núcleo y la totalidad del mundo interno, a veces incluye y otras veces excluye al
cuerpo (cf. Hartmann, 13, pp. 84-5).

Aunque el modo de hacer la distinción sea nuevo, lo que se distingue había


sido reconocido instintivamente desde los primeros tiempos del psicoanálisis
(Freud, 8,6 93 f.7). Corresponde estrictamente a la distinción entre yo e imagen.
La distinción entre objetos introyectados nucleares y orbitales no es lo que
constituye el tópico principal de ese trabajo. La he traído simplemente porque
sin ella no puedo asir determinados problemas que surgen en la teoría

6
Señalado en la discusión por Mrs. E. Rosenfeld.
7
Thorner (38) hizo esencialmente la misma distinción. La misma idea subyace a la distinción de .Jacobson entre
“representación de la persona” y “representación de objeto”, términos que tomó de Hartmann (13, p. 85).
Cuando emplea el término “representación de la persona”, esto describe una realidad psíquica, la persona, en
tanto que se opone a un objeto interno, es decir, a la representación de un objeto externo; parece haber
introducido la palabra “representación” únicamente para recalcar su oposición a un objeto interno que es en
esencia una representación; la persona no es, por supuesto, una representación, y Hartmann no la trata como si
lo fuera —no utiliza “representación de la persona” en el sentido que la frase podría sugerir, de algo que
representaría a la persona—. Jacobson, sin embargo, parece usar el término para un compuesto a la vez de la
persona (17, p. 85) y de una representación de la persona (17, p. 86), aunque considere la primera como núcleo.
Existe la posibilidad de hacer aquí una distinción real. Para tomar un ejemplo de un paciente que se considera
como “siendo Napoleón” (18, p. 109), podríamos entender que Napoleón es introyectado en la persona, o
podríamos entender que el paciente se hace una representación de si mismo como siendo Napoleón. La
naturaleza de los delirios psicóticos, sin embargo, es tal, que identificaciones como esta, y también en realidad
identificaciones normales, no son sentidas como representaciones sino como siendo una parte integrante de la
persona; si así es, resulta erróneo introducir el término de “representación”. Dejando aparte la terminología, sin
embargo, Jacobson ha explicitado la distinción.
psicoanalítica, ya sea clásica o kleiniana. La distinción, de cualquier modo, es
neutra e independiente de las escuelas. Ahora vamos a empezar a usarla.

Surge entonces la pregunta, en conexión con (b) ¿en dónde se efectúa la


introyección de la madre? En “Aflicción y melancolía”, Freud considera que
para el melancólico la pérdida no es “de un objeto” sino “de un objeto dentro de
sí” (9, p. 247). Toda la orientación del artículo tiene el significado de una
introyección nuclear más bien que orbital: por ejemplo, “se transformó la pér-
dida del objeto en una pérdida del yo” (9, p. 249); y de hecho la perspectiva de
Freud establece progresivamente (9, pp. 249-52):
1) la identificación del yo con el objeto odiado, II) la identificación narcisística
(que refuerza el mismo punto), y III) el narcisismo como primario —“una
regresión desde la elección de objeto narcisístico al narcisismo” (9, p. 250)—.
Este último punto es quizá el que muestra en forma más definitiva que Freud
concebía la identificación como nuclear. En consecuencia 6, tratar la in-
troyección de la madre es reemplazado por
(6.1) Una introyección nuclear de la madre toma el lugar del objeto externo
destruido.
(6.2) La finalidad es establecer un objeto introyectado bueno.
Del mismo modo 7, tratar la proyección e introyección del odio, se vuelve
(7.1) El odio es proyectado y reintroyectado como característico de un
objeto orbital malo.
Esto refuerza la “instancia crítica” del yo, que Freud ha llamado más tarde
superyo.
Ahora el cuadro que tenemos hasta aquí es de un núcleo valorado atacado
por un objeto orbital hostil introyectado, lo que sería un autoataque de tipo
persecutorio, y en consecuencia no lo que pensaban los autores clásicos. Para
superar esta dificultad, podemos agregar:
(8a) El núcleo de la persona envuelve el objeto introyectado orbital (cf.
Abraham 1924, p. 461).
(9a) La persona, incluyendo el objeto introyectado orbital, ataca su núcleo.
Estos dos puntos describirían la idea intuitiva clásica de La agresión vuelta
contra la propia persona. Las hipótesis 12 y 13 pueden formularse de nuevo
simplemente por la sustitución de “objeto introyectado” por “objeto
introyectado nuclear”. Se hace ahora evidente que la teoría está centrada sobre
la ambivalencia dirigida por un objeto introyectado orbital contra el núcleo.8
El cambio en el modo de expresión no .intenta para alterar la teoría clásica.
Aparte de una mayor claridad, la principal ventaja proviene de la introducción
de la hipótesis (8a). Algo parecido estaba presupuesto intuitivamente en la
teoría clásica. Así, el superyo ocupaba a veces la posición de un objeto
introyectado orbital, pero a veces formaba parte del yo. La idea de 8a es que los
límites de la persona están marcados sólo hasta cierto punto, es decir, que son
elásticos y pueden extenderse y retractarse: y que cuando se extienden pueden
incluir el objeto introyectado orbital y así identificarse con su hostilidad, por
ejemplo. De este modo, se puede reconstruir un mecanismo posible para un
ataque masoquista vuelto contra la propia persona. La teoría clásica, que no
daba específicamente cuenta del modo en que esto era posible, es aquí sólo
ampliada.

El punto más importante para enfatizar es que la estructura de la


ambivalencia que caracteriza la melancolía en la teoría clásica es dirigida desde
un objeto orbital hacia el núcleo (aunque la ambivalencia en relación a un objeto
externo es dirigida desde el núcleo).

8
Al presentar este trabajo, enuncié la teoría clásica en sus propios términos, correctamente, según creo; pero
descubrí que habla fallado en expresarla correctamente en términos de núcleo y objetos orbitales, y en
consecuencia no había explicado exactamente la orientación de la ambivalencia.
Hay una muy pequeña diferencia entre los detalles y puntos de vista
proporcionados por Freud y Abraham. Para Freud, el objeto pedido es
reemplazado por un objeto introyectado nuclear. La hostilidad contra el objeto
perdido que provenía del núcleo se vuelve ahora hostilidad de la “instancia
crítica” del yo (objeto orbital) contra el objeto nuclear. Abraham incluye
procesos más detallados; el odio nuclear es proyectado y reintroyectado cuando
es identificado con la parte crítica del yo. Se precisa este agregado para explicar
el odio del objeto introyectado nuclear porque la “instancia crítica” del yo no
tendría, por sí sola, bastante motivo para castigar al objeto introyectado, y Freud
mismo insiste en que el castigo actual cruel que ejerce la “instancia crítica”
reemplaza la primitiva hostilidad hacia el objeto perdido. Entonces, no sólo el
agregado de Abraham es necesario, sino que Freud lo hubiera probablemente
suscrito de haber escrito en forma más completa (este punto tenía muy poca
relación con el trabajo que escribía).
Queda otro punto que no fue completamente explorado. Abraham
consideraba al objeto introyectado nuclear como derivado finalmente de la
madre, y así pienso que lo consideraba Freud. Pero Freud (9, p. 149) habla del
melancólico como predispuesto a una elección narcisística de objeto, lo que,
tratándose de un hombre, podría sugerir que el objeto introyectado nuclear
tendría que ser el padre. No hay contradicción si consideramos que “la elección
de objeto narcisística” no se refiere a la realidad biológica sino al sexo que el
melancólico siente suyo.

VI.— LA HIPOTESIS DE ABRAHAM DE LA PERDIDA ANAL


Fue Abraham que adelanté la hipótesis 3, que la pérdida so producía por
medio de la defecación. Se ha comentado poco, pero nadie, que yo sepa, la ha
negado. Su punto de vista, sin embargo, tiene que ser formulado con algún
cuidado. Rádo (30, p. 435) y otros lo han interpretado como significado que se
expulsa un objeto malo; y eso puede dar una impresión inexacta.
Abraham sugiere, dando varios elementos y clases de evidencia para apoyar
esta sugestión, que defecar es perder y que perder es destruir; su idea es que, por
medio de la defecación, el objeto es a la vez perdido y destruido (3, pp. 427-9).
El contenido de la exposición de Abraham hace surgir en la mente del lector
la pregunta de si el objeto expulsado es bueno o malo —y de hecho hay
indicaciones en los dos sentidos—.
Cuando consideramos el problema, se hace evidente que la destrucción se
produce después de o junto con la expulsión. Entonces el objeto orbital no es
malo en el sentido de destruido. ¿Lo es en algún otro sentido? Ya que es el
objeto amado, podría parecer que no es malo en absoluto; pero esto no sería
verdad para su pensamiento. Lo que sostuvo es eso: 1) el objeto bueno orbital
falla en satisfacer todas las demandas que se le hacen; II) esto produce una gran
decepción y aún odio hacia el objeto; III) no es destruido y después expulsado,
sino que se le expulsa para desprenderse de un objeto tan frustrador; y IV) es en
alguna forma destruido en el proceso de la expulsión. Podemos ver ahora que es
la ambivalencia que proporciona la clave. El objeto es odiado porque es un
objeto de amor que decepciona. Entonces, el objeto orbital es malo, no en el
sentido que es destruido, sino en el sentido que decepciona o frustra, lo que
presupone que es un objeto valorado. Lo que se expulsa es un objeto valorado
que es malo en el sentido que ha defraudado al sujeto. La aclaración nos permite
ver que hay una alternativa posible: podría ser entonces que el objeto orbital sea
primero destruido y después expulsado [Abraham (3, p. 428), de hecho,
menciona esta posibilidad sin darse cuenta que constituye un punto de vista
completamente distinto]. Es importante establecer qué alternativa se produce
realmente, y se podría establecer clínicamente. Los ejemplos de Abraham no
proporcionan una verdadera indicación. El punto de vista de Abraham aquí
podría parecer en desacuerdo con el de Freud: el texto de Freud al respecto (9,
p. 251) parece admitir únicamente la interpretación de que se trata de un ataque
destructivo contra el objeto. Klein, como veremos, ha seguido en ello más a
Freud que a Abraham. Además, para Freud, el objeto era nuclear, mientras para
Abraham era orbital. En esto, Klein ha seguido más a Abraham que a Freud.
Hay que mencionar una segunda contribución de Abraham (3, pp. 444-7,
464). Sugiere, con pruebas que lo apoyan, que el objeto defecado es
reintroyectado (y al mismo tiempo preservado y devorado sádicamente). Hay
que notar también una pregunta que no es fácil contestar: cuando el objeto
orbital se pierde, es destruido; cuando se reintroyecta, es destruido una vez más
—¿en qué momento, entonces, es revivido?—.

VII.— DESARROLLO POSTCLASICO

El principal desarrollo postclásico se ha producido con Klein.


Un buen número de otros analistas importantes han escrito sobre depresión.
Su trabajo ha sido el sujeto de dos reseñas exhaustivas, en Inglaterra por
Rosenfeld (34) y en Estados Unidos por Hendelson (27) que muestran un alto
grado de acuerdo entre los otros principales autores, americanos e ingleses, y
Klein, pero que señalan también algunos puntos en desacuerdo. Entre éstos, hay
sólo uno, por lo que puedo encontrar, que sea a la vez más importante y no
pertenezca a la teoría clásica, pero desgraciadamente muy poco desarrollado
para poder considerarse como una teoría aparte.9 Rosenfeld también ha

9
Hay que hacer algunos comentarios detallados sobre el amplio trabajo de Jacobson sobre depresión, por su
intento de tomar el problema y contribuir a su solución (sin mencionar las cualidades intelectuales que pone en
juego al hacerlo). No es la menor dificultad concretar lo que precisamente es nuevo en su punto de vista.
Reconoce abiertamente (16, p. 245 a.) haber aprendido de Klein y considera algunas de sus ideas como
importantes; sin embargo, en apariencia, mantiene una perspectiva clásica, ya que enfatiza mucho la pérdida de
la autoestima y el narcisismo (17, pp. 77, 79; 18, p. 99), es decir, en apariencia, el narcisismo primario. ¿Qué
tiene, entonces, de nuevo? Parece que eso.
En la base de su pensamiento está, como ya se ha mencionado, la idea de “presentación de la persona”. La
contribución esencial de la tesis de Jacobson, en lo que se refiere a la depresión, en que las discriminaciones
entre representaciones de la persona y representaciones de objeto —y es casi seguro que quiere decir, en los
términos de este trabajo, discriminaciones nitre objetos introyectados nucleares y objetos introyectados
orbitales— se vuelven borrosas (15); su punto de vista es entonces no sencillamente que se produce una
regresión a la fase oral con pérdida de la autoestima, sino que parecería ser que en esa regresión la boca no
observado un grado considerable de acuerdo entre la teoría de Klein y la teoría
clásica. Esta concordancia estrecha podría, quizá, señalarse especialmente en
vista a la divergencia general de Klein con la teoría clásica sobre un pequeño
número de consideraciones; por eso es sobre la depresión que Klein está más
próxima a la teoría clásica o que la teoría clásica es más kleiniana.
Pero existe una diferencia significativa, y la diferencia me interesa por lo
menos tanto como la identidad.

Si probamos las hipótesis clásicas uno por una, advertiremos que Klein no
discutiría mucho ninguna, salvo una —la del narcisismo primario—. Habría,
además, una diferencia en las dos teorías respecto a la orientación de la
ambivalencia; el alcance de esta diferencia se discutirá más adelante. Klein
habló pocas veces del narcisismo. Cuando lo hizo, se refirió muy obviamente al
narcisismo secundario. Nunca ha aclarado en sus escritos que negaba el
narcisismo primario; quizá porque pensaba que en algún sentido el concepto
podía tener su lugar. Algunos de sus colegas lo han mantenido de hecho
(Riviére, 32, pp. 12-13; Heimann, 14, pp. 145 f.). Se puede mantener, pero no se

discrimina entre núcleo y objetos orbitales, de tal modo que una pérdida de un objeto orbital es confundida con
una pérdida del núcleo. (Esto parecería más adecuado para la esquizofrenia que para la. melancolía.)
Podemos ahora aclarar la relación de su punto de vista con las teorías clásica y kleiniana. Aunque acepta
muchos de los descubrimientos de Klein, ha formulado una crítica que superficialmente parece referirse a una
cierta negligencia. Ha objetado (16, pp. 245 a., 248 a.; 17, p. 102 f.) que Klein no ha distinguido la introyección
en el yo y la introyección en el superyo, y ha sostenido que históricamente se trata sólo de la primera. Como
crítica, eso es erróneo: aunque la distinción precisa en la cual piensa Jacobson no fue hecha explícitamente,
difícilmente se puede criticar a alguien por no haberla observado, ya se trate de Klein o de sus predecesores,
Freud incluso; por ce mismo motivo, difícilmente se puede decir que la “introyección” era relacionada con una
de estas entidades; de hecho, Abraham (3, p. 461) utiliza explícitamente el término para ambos casos. Pero es
evidente que no mencionaba puramente un desacuerdo en passant; el punto sobre el cual recae la crítica es que
la teoría kleiniana ha dejado de lado lo que ella considera cardinal, a saber, una distinción entre dos entidades; la
desaparición de esta distinción constituye, según ella, la melancolía. Entonces, a pesar de aceptar mucho a
Klein, sostiene un punto de vista completamente distinto; y, realmente, a pesar de mantener en apariencia el
narcisismo primario su idea es también completamente distinta a la idea clásica. La idea de Jacobson es,
obviamente, de un interés considerable, y no se encontraría en las discusiones ni de Freud ni de Klein sobre
depresión; merece un trabajo ulterior, es decir, una elaboración en una teoría específica que proponga su propia
exposición detallada de los distintos rasgos del trastorno, para ver si se puede hacer el trabajo de exposición que
requiere. Se puede plantear el problema de si la confusión entre núcleo y objetos orbitales que encuentra no es
realmente esquizofrénica; el descubrimiento de un proceso esquizoide en un paciente depresivo no sorprendería
mucho, sabiendo que la esquizofrenia y la melancolía son familias vecinas cuyos miembros se encuentran a
menudo en casa uno del Otro, pero el depresivo no pierde forzosamente su identidad en la forma que implica la
confusión.
puede realmente dudar de que el concepto en su sentido principal clásico era
incompatible con su teoría; ya que clásicamente una fase narcisística precede al
establecimiento de relaciones objetales, mientras Klein pensaba que las
relaciones de objeto están presentes desde el principio de la vida (25, p. 293;
ver, por ejemplo, 21. p. 380).

VIII.— EL NARCISISMO PRIMARIO

La profundización completa de la teoría clásica de la melancolía requeriría


un examen de la teoría del narcisismo primario. Es un tema de una considerable
complejidad, y para discutirlo exhaustivamente se precisaría un artículo sólo
sobre él. El intento de hacer una reseña superficial de la doctrina en una parte de
un artículo dedicado a otro tema —y ese artículo no intenta tratar el
narcisismo— podría conducir a una apreciación dogmática o a una
interpretación inexacta del tema. Sin embargo, es esencial indicar los
principales problemas en la medida en que interesa la relación entre las teorías
clásica y postclásica de la melancolía.
La idea del narcisismo secundario es muy sencilla; el concepto es
descriptivo y se refiere a un estado fácilmente reconocible. El concepto de
narcisismo primario, al contrario, es altamente teórico y describe un estado que
no se puede reconocer (5, p. 11). Parece, a veces, que se considera como un
presupuesto necesario del narcisismo secundario, con el fundamento que se
presume que el narcisismo secundario implica una regresión y que tiene que
haber alguna forma primaria de narcisismo a la cual regresar (8, p. 75). El
narcisismo secundario podría, naturalmente, en principio, ser explicado en otras
formas, y entonces no requerir el narcisismo primario, de tal modo que Freud
fue llevado a considerar varios fundamentos para introducir el concepto, y
proporcionó un gran número de ellos. Se considera ampliamente, aunque no
universalmente, entre los analistas, que estos fundamentos son inadecuados. Si
así es, y no se intentará en este artículo llegar a una conclusión sobre este punto,
otra teoría de la melancolía cobra un interés adicional al que podría tener por
otros motivos.
Una nueva dificultad a considerar aquí, se refiere al momento al cual Freud
ha atribuido la fase narcisística, pues si no se contesta a eso, un planteo
completo de la teoría clásica de la melancolía es imposible. Balint (5) ha
señalado tres teorías diferentes que se pueden encontrar en Freud: 1) que las
relaciones con el objeto parcial (el pecho), existen al principio de la vida y están
seguidas por una fase de narcisismo primario; II) que los comienzos son
totalmente autoeróticos, y seguidos también por una fase de narcisismo
primario; y III) que el narcisismo primario es la primera fase.
Por lo que yo sé, la tercera teoría es la que se considera generalmente
clásica; sería seguramente incompatible con lo que sostiene la teoría de Klein.
Lo mismo pasaría con la segunda. Pero, ¿con la primera? Habría también
conflicto, pero no tan intenso. Para ambos, Freud y Klein, la depresión
empezaría por la ambivalencia hacia un objeto parcial, pero mientras para Klein
las relaciones de objeto seguirían siempre, para Freud serían interrumpidas, en
esa interpretación, por una fase de narcisismo primario: la herida narcisística
primaria sería superpuesta a la ambivalencia anterior hacia un objeto parcial.
En vista de las dificultades que trae la idea del narcisismo primario, habría
que considerar con especial interés las otras posibilidades.
Veremos ahora la teoría de Klein.

IX.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA:


EN RELACION CON EL OBJETO

Quizá no siempre se aprecia que la teoría de la melancolía de Melanie Klein


no es lo mismo que su teoría de la posición depresiva, sino que la melancolía es
uno entre varios estados posibles que tienen su origen en la posición depresiva.
Es fácil exponer la teoría en términos de algo muy parecido a las hipótesis
clásicas 12, 13: se refiere a los primeros momentos de la vida en que uno se da
cuenta de que uno mismo y el mismo objeto introyectado orbital pueden ser a la
vez buenos y malos, o se da cuenta de la ambivalencia y del sentimiento de
culpa en relación con un objeto orbital (Klein, 19, pp. 290 f., 307). Hay más que
esto en la teoría, pero hasta aquí la idea no difiere sensiblemente de la de Freud
en “Aflicción y melancolía”, cuando introduce la idea de un objeto introyectado
y de la ambivalencia hacia él, salvo respecto a la orientación de la ambivalencia:
en la teoría de Klein se dirige desde el núcleo hacia un objeto orbital; en la
teoría clásica, desde un objeto orbital hacia el núcleo (sin embargo, aún aquí se
podría notar que en relación con un objeto externo la ambivalencia partía del
núcleo).10
La hipótesis de Klein para el establecimiento histórico de ese estado es (H)
que la posición surge tempranamente, pero no del todo al principio de la vida,
porque se considera que los objetos buenos y malos, o las actitudes positivas y
negativas, están separados unos y otros en el principio (y sólo lentamente dejan
de estar separados después de pocos meses) (16, cap. VI). Freud no ha fijado
una fecha para este proceso (aunque lo hizo para la disolución del complejo de
Edipo) —no lo ha discutido—, pero es evidente que hubiera tenido que ubicarlo
no más tarde que el momento en que se supone que toman lugar las primeras
integraciones psíquicas.
El pasaje por la posición depresiva es un proceso que insume un tiempo
considerable. La idea de Klein (23, cap. VI) era que la parte básica del proceso
ocupa varios meses, pero que en cierta medida se extiende a todo el resto de la
vida. El pasaje exitoso por la posición depresiva significaría la aceptación de la
culpa, o de la ambivalencia, o de la unidad de los objetos introyectados orbitales
buenos y malos.

10
Klein (19, p. 286) ha aceptado explícitamente la idea de Freud, de que el objeto perdido, que en su teoría es
reemplazado por un objeto orbital, es también introyectado en el núcleo, pero esto no aparece como elemento
fundamental de su teoría.
Pasamos ahora desde el contenido de la teoría (12, 13) y el establecimiento
histórico (H), al mecanismo por el cual la ambivalencia puede llegar a ser
aceptada. Es la hipótesis (R) que para compensar los ataques ambivalentes a los
objetos orbitales buenos se crean en lugar de ellos otros objetos que son sus
equivalentes; esto constituye la reparación (Klein, 19, p. 285). Habría que tener
en mente que esta hipótesis concierne objetos parciales tanto como objetos
totales (23, p. 203).
Hay una ambigüedad respecto a la relación entre lo parcial y lo total, que
fue reconocida pero no aclarada. “Objeto parcial” designa, por un lado, partes
de una persona, por ejemplo un pecho, y así es como se usaba originariamente.
En la teoría kleiniana, designa también un objeto dotado de una sola de sus cua-
lidades, bueno o malo. Se podría, para mayor claridad, distinguir el primer uso
como “objeto parcial espacial” y el segundo como objeto univalorado”. En el
segundo uso, un pecho bueno y una madre buena podrían ser ambos objetos
univalorados y, en este sentido, objetos parciales, aunque el primero sería un
objeto parcial espacial, y la otra sería un objeto total espacial. La teoría de la
posición depresiva se refiere primeramente a objetos univalorados, sea objetos
parciales espaciales u objetos totales, y a su integración en objetos bivalorados,
por ejemplo, de un pecho bueno y de un pecho malo en un pecho bueno y malo,
y de una madre buena y de una madre mala en una madre buena y mala. Pero se
refiere también a objetos parciales y a su integración en objetos totales
espaciales, aunque no se ha propuesto teoría para este proceso
El proceso completo es sufrido a la vez en relación con objetos parciales y
objetos totales (22, p. 283; 23, p. 203 n.), aunque el acme se produzca en
relación con objetos totales. Además, no hay que representarse el proceso como
algo uniforme y sistemático, como sería recibir, en un a primera fase, ladrillos
sueltos, y en la segunda reunirlos unos sobre otros —porque el proceso de
construcción constantemente se deshace aquí y allí, y tiene que ser rehecho—.
Una falla en el pasaje por el estado depresivo implica una falla de la
reparación; en consecuencia, los objetos introyectados orbitales buenos y malos,
o no son reunidos. o si finalmente se reúnen, son clivados y divididos en modos
y grados diversos; lo que vuelve a instalar la posición (conocida como
esquizoparanoide) anterior a la posición depresiva, o lo hace en cierta medida
(16, pp. 213, 213 n.).
Los factores que llevan a la reparación son varios, entre los cuales Klein
menciona especialmente reacciones maníacas y obsesivas; pero este problema
de las fuentes requiere una teoría por sí solo.
Se puede señalar que esta teoría, como muchas de las teorías psicoanalíticas
básicas, como el complejo de Edipo o el complejo de castración, es
endopsíquica.

Para resumir estos eslabones:


Nos. 1, 2, 4, 5, 6: Tiene lugar una introyección oral del pecho.
(H) En la más temprana fase de la infancia, los objetos buenos y malos no
tienen conexión entre sí (no son desconectados o clivados en un sentido que
implica una conexión previa) o las actitudes positivas y negativas no están
dirigidas hacia un mismo objeto; a esto sucede una fase de integración.
(12K): 10ª En esta fase uno solo y mismo objeto orbital puede ser vivido
como bueno y malo, o es hacia uno sólo y mismo objeto que se pueden sentir a
la vez las actitudes positivas y negativas; es decir, surge la ambivalencia;
(13K):10ª La hostilidad ambivalente hacia un objeto introyectado orbital
bueno constituye la depresión y produce el afecto de un sentimiento de culpa;
(R) El modo normal de adaptación a la ambivalencia y al sentimiento de
culpa es de intentar hacer reparación, es decir, intentar una reconstrucción de los
objetos introyectados buenos destruidos.
Es evidente que, dejando aparte la hipótesis de la reparación, casi toda esta
teoría es clásica, no sólo en espíritu, sino también en detalle, aun en detalles
de lo que era explícitamente sostenido Así, Freud asumía las hipótesis de la
introyección, de la relación con la madre, de la oralidad, y de la
ambivalencia y del sentimiento de culpa con los mismos sentidos. Aún se
puede encontrar en Freud (6) la hipótesis de que el pecho es un objeto
parcial, aunque este punto no figura en su discusión de la melancolía. La
hipótesis histórica (H) no es manifiesta. Pero (H) es casi ineludible,11
independientemente del problema de la edad en que surge la ambivalencia;
y realmente la idea de Freud de la “fusión” de los instintos establece
virtualmente el mismo punto. (U) dice sencillamente que el bebé empieza
con experiencias sin conexión antes de tener experiencias conectadas, y que
esas experiencias conectadas importantes son las de la ambivalencia; en la
medida en que se puede observar integración de alguna clase
tempranamente en el curso del primer año de vida, es difícil hacer alguna
crítica seria a la idea que (H) se refiere al primer año.

10ª. En 12, 13, el objeto introyectado nuclear; en 12 K., 13 K., un objeto


introyectado orbital.
Esta conclusión nos es prácticamente impuesta. Y, en este caso que el objeto es
un objeto parcial espacial nos es casi impuesto también. Pari passu, si hubiera
una fase de narcisismo primario con exclusión de la relación de objeto,
estaríamos forzados a considerar que ha llegado a su terminación en la misma
época.

Entonces, exceptuando la teoría de la reparación, en todos elementos


constitutivos de la teoría de la posición depresiva, no hay ninguna línea, tan
lejos como pueda haber, que desentone con la teoría clásica, y más, no hay
ninguna línea que la teoría analítica clásica pudiera excluir fácilmente con

11
La única alternativa, que la ambivalencia está presente desde el nacimiento, parece completamente contraria a
la realidad.
coherencia.12 (La orientación de la ambivalencia para Freud era otra en la
melancolía, pero sería difícil encontrar fundamentos para objetar la orientación
que le está adscripta en el desarrollo normal de la teoría de Klein.)
Propongo, por un motivo que se aclarará en las fases siguientes, llamar a esa
parte de la teoría de la posición depresiva la teoría del objeto ambivalorado.

Podría parecer que estoy discutiendo la originalidad de Klein. Su hipótesis


de la reparación, sin embargo, era original. Realmente, lo que he destacado, es
que todos los elementos de la teoría que mencioné anteriormente estaban en el
análisis clásico, abiertamente o implicados. En la medida en que estaban
solamente implícitos y no establecidos, ella los ha expresado, lo que es sólo una
forma discreta de novedad. Pero los elementos no habían sido unidos, y a veces
en una ciencia se requiere un alto grado de originalidad para crear una teoría
que integre cierto número de puntos bien conocidos, cuando esto presupone
verlos de un modo nuevo.

Yo creo que esa es la forma en que M. Klein ha contribuido en esta parte de


su teoría de la posición depresiva.13 Hay, sin embargo, varias otras partes.

12
En su comentario de esta teoría, Spitz (37) ha cometido una extraña negligencia. Sostuvo la idea de que la
posición depresiva no forma necesariamente parte del desarrollo normal, no más que una pierna rota en la
infancia debe preceder el caminar adulto, es decir —si dejamos de lado esta analogía—, porque la posición
depresiva es un estado anormal. Pero desde el comienzo del psicoanálisis, los estados anormales se han
considerado básicos en el desarrollo normal, por ejemplo, el complejo de castración, el carácter perverso
polimorfo de los nidos, etc., cf. Freud (10, p. 215): “Desde que hemos aprendido a ver con más penetración, nos
inclinamos a afirmar que la neurosis infantil no es la excepción sino la regla, como si fuera un accidente
inevitable en el camino que va de la disposición infantil a la civilización social”.

13
Existe un ejemplo interesante (le esto en la lógica. Todos los factores relacionados con la validez de un
razonamiento eran conocidos para Aristóteles, pero pasaron más de 2.000 años antes que alguien consiga
construir una teoría de la validez. La teoría de Tarski-Popper concuerda completamente con los factores
conocidos y además proporciona un método poderoso para conseguir determinados resultados que no se podían
conseguir si estos factores se usaban nada más que por sí mismos.
X.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA:
EN RELACION CON EL SUJETO

Aproximadamente en la misma época en que se vive la ambivalencia, lo


que implica una integración del objeto, se desarrolla, según Klein (16, pp. VI,
203), una integración paralela del sujeto. Klein considera que es una idea
clínica, y es clínica en el sentido muy directo que se pueden emplear
interpretaciones de clivaje e integración del núcleo. Pero también se puede
destacar como un presupuesto de ambivalencia hacia un objeto único. Porque,
supongamos que el núcleo está compuesto de dos mitades sin relación entre sí
(que todavía no están clivadas si nunca han estado juntas) y supongamos
además que una de estas mitades valora un objeto como bueno y la otra rechaza
al objeto como malo. Hay entonces un objeto que es considerado a la vez como
bueno y malo, pero no hay ambivalencia —no más que cuando el Sr. Smith
aprueba Gladstone y el Sr. Brown lo desaprueba—. De ahí que la integración en
el sujeto tiene que producirse antes, aunque muy poco antes, que la
ambivalencia hacia el objeto. Al contrario, resulta claro que puede haber
integración en el sujeto antes que haya ambivalencia, porque es posible que una
misma persona mantenga sus valoraciones separadas.
Entonces, por analogía con el planteo de hipótesis referidas a la
ambivalencia hacia el objeto, tenemos un planteo referido a las actitudes que
asume el sujeto:
(N l) A cierta edad del desarrollo hay por lo menos dos centros psíquicos
que son el sujeto de las relaciones de objeto, uno teniendo una relación positiva
con algún objeto, y el otro teniendo una relación negativa con algún otro objeto,
sin que ninguno de estos centros sepa del otro (aunque para algún observador de
afuera los dos centros puedan parecer de algún modo relacionados entre sí).
Esto es el complemento, del lado del sujeto, de la hipótesis (U) referida al
objeto.14
(N2) Con el correr del tiempo, estos centros se relacionan o se unifican en el
sentido de que la existencia de uno está reconocida por el otro: vale decir, que
una actitud de amor es vivida en conjunción con una actitud de odio, aunque no
se dirijan forzosamente hacia el mismo objeto. Por comodidad, se puede llamar
a esa combinación, actitud ambipotencial. Esto es el complemento, del lado del
sujeto, de la hipótesis 12K referida al objeto.
Para describir la estructura con más precisión, antes que tenga lugar la
integración del sujeto o del objeto, la hipótesis es que una actitud aislada de
amor se dirige hacia un objeto bueno aislado, y una actitud aislada de odio,
hacia un objeto malo aislado, y que a continuación se producen la integración de
las actitudes de amor y de odio y la integración del buen objeto y del objeto
malo.15

Entonces, un objeto ambivalorado presupone una actitud ambipotencial.


Cuando ambas integraciones se producen, recién existe por primera vez
ambivalencia: una actitud positiva y negativa hacia uno solo y mismo objeto
considerado a la vez como bueno y malo.16 Un objeto ambivalorado y una
actitud ambipotencial son los componentes de la ambivalencia y podrían, en

14
Esta hipótesis puede incorporar la idea de Glover de núcleos del yo.
En este artículo y en otras partes empleo “núcleos” en un sentido distinto al de Glover (11): él quiso designar
elementos céntricos del yo; yo quiero decir que hay un núcleo o un elemento céntrico de toda la personalidad y
no estrictamente del yo; tal núcleo podría corresponder a la totalidad del yo más bien que a una parte de él. Mi
concepto, pues, es el mismo que el de Glover; sólo el uso del término es distinto, el mío derivando del uso en la
expresión “nucleus of the stem” (médula del tallo).

15
De acuerdo con la consideración anterior, la integración requiere una precedente integración del sujeto. ¿Es
ésta la única posibilidad? Podría parecer que las dos integraciones puedan ser simultáneas, o que la del objeto
puede hacerse primero. Consideremos lo último. Duplicaría una actitud aislada de amor (o de odio) dirigida
hacia un objeto vivido a la vez como huello V malo. Una constelación de esta clase, sin embargo, parecería más
bien un resultado complejo que un sencillo fundamento a partir del cual se pueda construir un más amplio
desarrollo. La simultaneidad sería posible en el caso de que, siguiendo una integración rudimentaria en el sujeto,
una integración rudimentaria del objeto facilitaría quizá una mayor integración en el sujeto. Pero aún esto
presupone Cierta prioridad de la integración en el sujeto, por encubierta que pueda ser más tarde.
principio, existir sin ella, mientras la ambivalencia no podría existir sin estos
dos elementos.
Cuando Klein describió la posición depresiva, se refirió principalmente a la
integración en el objeto; pero es claro que tenía también en mente la integración
en el sujeto, porque ha señalado (25, p. 298) que cuando el objeto se diva, el
sujeto también: aunque no ha proporcionado hipótesis detalladas, es evidente
que en un proceso paralelo. Pienso que es correcto incluir la integración del
sujeto en el capítulo de la posición depresiva, 1) porque pensaba en las dos
integraciones como estrechamente vinculadas, II) porque la idea de la posición
depresiva concierne a integraciones fundamentales, y III) lo que es el punto
decisivo, se puede difícilmente dar una cuenta plena de la integración del objeto
sin la del sujeto, como lo vamos a ver.
Antes de dejar el tema, podemos considerar la pregunta de si esta parte de la
teoría de la posición depresiva es clásica. Glover era un analista clásico, y no se
encontró incompatibilidad cuando sugirió la idea de núcleos del yo. Además, en
la perspectiva intuitiva clásica, a) no había una teoría psicoanalítica del yo
infantil; b) se consideraba como admitido, como algo de sentido común que las
integraciones eran progresivas y no presentes desde el comienzo de la vida; pero
e) no había una idea específica de lo que no era integrado —era un cuadro vago
de un flujo incipiente de sentimientos—. En tal situación, es probable que
cualquier sugerencia de interpretación específica se hubiera sentido sin
concordancia con la perspectiva intuitiva. Sin embargo, es difícil imaginar que
otra versión que la que estamos discutiendo sea posible. Además,
independientemente de la discordancia inevitable entre el detalle específico y la
idea intuitiva, es difícil ver que hay algo que desentona fundamentalmente en
los procesos mentales descritos, con la perspectiva clásica.
Del mismo modo que he sugerido distinguir la parte primera y la más
conocida de la teoría de la posición depresiva como la teoría del objeto

16
Es precisamente el sentido que Freud dio al término “ambivalencia” cuando lo ha tomado de Bleuler
ambivalorado, quisiera sugerir aquí llamar a la parte en discusión, la teoría del
sujeto ambipotencial, y a las dos partes unidas, la teoría de la configuración
ambivalente.

XI.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA.

UNIDAD POR PROYECCION

¿Cómo se produce la unidad del objeto?


Hay un modo breve y cómodo de describir el problema. Aquí está lo que
significa. Los objetos orbitales buenos y malos están, al principio, separados;
más tarde uno se da cuenta de que uno sólo y mismo objeto puede ser a la vez
bueno y malo. Se dice entonces que es un objeto “total” o un objeto
“integrado”; o se puede decir que hay una “unidad” del objeto.
Klein no ha descrito el mecanismo mediante el cual esto se produce, pero la
construcción siguiente es un modo posible en que, según sus principios, podría
ocurrir. Ha considerado abiertamente a la proyección (y la introyección) como
los mecanismos básicos que soportan todo el desarrollo. Es entonces razonable
adscribir a su línea de pensamiento las hipótesis siguientes:
(U) Después que dos actitudes separadas de amor y odio han sido integradas
para formar el sujeto ambipotencial, de modo que entonces existe un sujeto con
un sentimiento de actitudes ambipotenciales, la unidad de la estructura es
proyectada sobre los objetos orbitales separados buenos y malos, y está
impuesta sobre ellos como un marco que los encierra. (La reintroyección, desde
el objeto orbital hacia el núcleo, puede entonces, además, contribuir a un
crecimiento adicional del sujeto ambipotencial, y desde ahí, por reproyección, a
más crecimiento del objeto orbital ambivalorado.)
Quisiera agregar las ideas siguientes para explicar la proyección en (U):
(SI) Al volverse ambipotencial, se experimenta una tensión; la podemos
llamar “tensión nuclear”.
(S2) La tensión nuclear es proyectada en parte para aliviarla; y es esta
tensión proyectada que integra los objetos orbitales buenos y malos en un objeto
total.
La integración de los objetos orbitales es entonces el modelo para la
integración de los objetos externos. (Esta hipótesis va más allá de decir que los
objetos orbitales buenos y malos se integran: sugiere que un objeto integrado es
considerado como en estado de tensión.)

XII.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA:

IDENTIFICACION PROYECTIVA

Después de desarrollar la idea de la necesidad de unificar los objetos


orbitales buenos y malos, el presupuesto que una integración anterior tiene que
haber tenido lugar para formar el núcleo, de modo que la unidad del objeto
orbital se logra por proyección desde el núcleo, podríamos muy bien pensar que
la parte estructural básica de la teoría era completa. Pero otro aspecto puede
preocuparnos si volvemos a considerar la última parte.
Cuando Klein escribía sobre la integración de los objetos, se refería
claramente a las fantasías del niño sobre sus objetos internos, pero se refería
igualmente a la actitud del niño hacia los objetos externos, como el pecho real,
por ejemplo. Pero no ha dado una versión teórica separada de la integración
para estas dos formas.
En la parte precedente, he tratado de construir una teoría según la cual la
unidad de los objetos orbitales puede producirse. Ahora, se podría sencillamente
agregar que la unidad de los objetos orbitales constituye un modelo para la
unidad de los objetos externos y que no se requiere una extensión de la teoría.
Pero de hecho se puede construir, a partir de Klein, otro aspecto de teoría que
necesita esta extensión. No creo que haya considerado este punto como una
parte de la teoría de la posición depresiva, pero quizá fue sólo porque en su
forma completa era un desarrollo muy posterior; no ha terminado la tarea de
relacionarlo con otras partes de su teoría, aunque había empezado a hacerlo.

La parte adicional de la teoría tiene que extraerse de su investigación sobre


la envidia (26).17 Antes de hacerlo, no obstante, conviene establecer
explícitamente lo qué son sus hipótesis sobre la envidia:

(El) El pecho es deseado con voracidad.


(E2) Parte de la voracidad es proyectada (sobre el pecho).
(E3) Ya que el pecho es sentido como rechazante o generosidad, porque se
lo considera ahora como voraz, es odiado.
(E4) El odio al pecho asume la forma especial de rebajarlo.
Entonces, primero está el anhelo, después la proyección de la voracidad que
hace que el objeto anhelado sea odiado (y después rebajado). Tal situación
implica, aunque en una forma proyectiva, a la vez una actitud ambipotencial y
un objeto ambivalorado, y entonces es de carácter depresivo.
Aunque Klein no ha elaborado su teoría de la depresión en términos de
envidia, ella ha dado varios ejemplos clínicos de envidia en los cuales aparecía
la depresión (19, cap. V, todos los casos salvo el tercero). Entonces es fácil ver

17
Klein menciona (26, p. 6 a.) que en varios escritos (durante treinta años ha señalado distintos rasgos de la
envidia, pero que sólo recientemente los ha relacionado con el pecho: sería naturalmente esencial para conectar
la envidia con la depresión. Parece que Rosenfeld (33) ha dado la primera descripción completa de las hipótesis
sobre la envidia en un texto impreso, aunque la dio en relación con un caso clínico de esquizofrenia y no en
relación con la teoría general.
lo que ha podido ser su idea de la relación. En estos ejemplos, encontramos una
identificación proyectiva con alguien que posee un determinado bien, el anhelo
de este bien, y la hostilidad hacia el mismo, pero cuando se interpreta la
destructividad se vivencia el rechazo. Clínicamente, entonces, en la idea de
Klein aparecería que el rechazo surge por la destrucción de un objeto bueno, no
sólo bajo la forma de objeto introyectado como orbital, sino en la forma
proyectada.18
Ahora, la envidia implica algo más que ambivalencia en un marco (campo)
de identificación proyectiva, quiero decir E4. No hay motivo para considerar
este factor como característico de la posición depresiva. He conectado el trabajo
sobre la envidia con la teoría porque proporcionaba la posibilidad de explicar la
unidad de los objetos externos y porque los ejemplos clínicos indicaban esta
conexión. Pero todo lo que se precisa para mi propósito es un cuadro de
identificación proyectiva de ambivalencia pura, es decir, la destrucción del
pecho odiado y anhelado sin rebajarlo (E4). La envidia es patológica, pero la
identificación proyectiva no lo es, o más bien es un mecanismo normal que
puede servir a fines patológicos o normales. Lo que agrego aquí a la teoría exis-
tente de la posición depresiva es la idea de la ambivalencia bajo la forma de una
identificación proyectiva normal.

El motivo por el cual esto parecería ser una parte esencial de la teoría de la
posición depresiva es que, sin ello, una persona, por integrados que puedan ser
sus objetos orbitales, no tendría modo de ver los objetos externos como
integrados.19 Se puede mencionar también en esta conexión, que los objetos

18
El fenómeno general podría describirse como “extrayección” de objetos; y éstos podrían llamarse “objetos
extrayectados”, lo que seda un término niño sencillo que “objetos con los cuales se hace la identificación
proyectiva”.

19
Se podría notar, sin embargo, que aún la extensión de la teoría al campo de la identificación proyectiva no
explica la unidad de un objeto externo, sino solamente la unidad de una identificación proyectiva representación
de un objeto: la conexión con un objeto real requiere algo adicional, como de adscribir al objeto real la
representación unificada y de experimentar su concordancia en los acontecimientos ulteriores.
externos, dado que se integran por proyecciones desde el núcleo, exactamente
como pasa con los orbitales, podrían sentirse como en estado de tensión.

XIII.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA:


REPARACION

Las cuatro partes de la teoría expuestas hasta aquí, se centran sobre un solo
tema; esta nueva (y última) parte es de una clase distinta. La configuración
ambivalente —como la hipótesis 13K— hace surgir un sentimiento de culpa (y
lo que Klein llama ansiedad depresiva). Surgen porque la integración
involucrada en la ambivalencia implica un conocimiento de que uno está
atacando un objeto bueno.20

En relación con esto, Gillespie planteó en la discusión un problema interesante e importante. Considerando
que un objeto introyectado orbital es una representación de un objeto externo, ya que “introyectado” implica que
algo es ahora puesto dentro desde afuera, entonces, si el objeto externo está formado por identificación
proyectiva, tenemos la situación que, o no hay un objeto externo original para introyectar, o está ahí desde antes
y no tiene que haber sido puesto ahí por identificación proyectiva.
Propondría la contestación siguiente. Un objeto externo real está presente en el comienzo, por ejemplo, un
pecho; provoca una percepción (de ningún modo exacta) o un campo de percepciones; algunas son percepciones
de “pecho bueno” y otras, percepciones de “pecho malo”; los objetos introyectados “pecho bueno” y “pecho
malo” se forman; estos objetos introyectados orbitales univalorados se integran, así como ahora las actitudes
nucleares Correspondientes. El objeto introyectado orbital o nuclear o quizá ambos, son proyectados sobre el
estímulo del objeto externo. Para resumir, te do lo que el sujeto conoce al principio no es el objeto externo con
todos sus aspectos, sino una representación perceptiva inadecuada y una valoración parcial de él; después que se
han producido la introyección y la reproyección, la representación puede adecuarse al objeto en ambos sentidos.

20
Puedo arriesgar aquí una sugestión a propósito de las ideas de Klein sobre ansiedad depresiva y sentimiento
de culpa. Los consideraba (24, cap. VIII, p. 285) como estrechamente conectados, aun muy semejantes, pero no
del todo una misma cosa, y se ha declarado incapaz de aclarar la relación entre ambos. Me parece natural
reservar “sentimiento de culpa” a un sentimiento hacia un objeto (que es primariamente interno); en otras
palabras, se podría limitar para hablar del afecto surgiendo de la hostilidad hacia un objeto orbital valorado.
Ahora, esto presupone —de acuerdo con el cap. X— una actitud ambipotencial. Y esto implica, de acuerdo con
la hipótesis (Si) una tensión nuclear que surge de la integración dentro de la persona de actitudes positivas y
negativas. Entonces, en la configuración ambivalente, no hay sólo un sentimiento de hostilidad en relación con
un objeto introyectado orbital bueno, sino también un sentimiento de tensión nuclear por la combinación de una
actitud negativa con una positiva. Lo que sugiero aquí es que el primero, en relación con un objeto orbital,
puede identificarse con el sentimiento de culpa, y el segundo, que es nuclear, con la ansiedad depresiva.
Si Klein hubiera o no aceptado esta explicación, no puedo presumir, pero la distinción, aun si Klein no la
hubiera equiparado con la distinción entre ansiedad depresiva y sentimiento de culpa, puede hacerse, y será
necesaria más adelante. La Dra.Hanna Segal ha llamado mi atención sobre la posibilidad de identificar la
ansiedad depresiva con el afecto de pérdida (por oposición al de destrucción) del objeto orbital. Esto parece
completamente razonable. Sin embargo, haría la sugestión de que el afecto de pérdida surge de una tensión
nuclear, es decir, que la pérdida tiene este afecto precisamente porque induce una tensión nuclear.
Se puede resumir como sigue:
La conexión entre el sentimiento de culpa y el daño infligido a un objeto
orbital bueno puede aclararse señalando que el daño produce la pérdida de algo
valorado; entonces:
(G) El sentimiento de culpa puede ser considerado como una manifestación
del sentimiento de pérdida por el daño de un objeto introyectado orbital bueno.
El modo más satisfactorio de luchar contra esta pérdida (C) sería reparar el
daño y restaurar así el objeto orbital bueno. Entonces la reparación sería el
proceso de terminación normal de la posición depresiva. Entonces surge la
pregunta de cómo podría ser reparado el objeto orbital dañado.
La hipótesis más simple al respecto, aunque hay otras posibles, sería:
(L) que una parte del núcleo, sentida como de amor, es proyectada sobre el
objeto orbital.
Esto sería posible sólo si se siente que hay bastante capacidad de amar en el
núcleo para permitir la proyección de parte de ella sin empobrecerlo al punto de
que el núcleo quede como vacío o dominado por actitudes negativas.
La posición depresiva como totalidad, entonces, es una serie de procesos
normales que llevan desde actitudes aisladas y objetos orbitales aislados, hasta
una actitud ambipotencial y objetos orbitales ambivalorados, es decir, a una
configuración ambivalente, con un sentimiento de pérdida frente a la
destrucción ambivalente de objetos orbitales buenos, y la restauración de
objetos (posiblemente utilizando actitudes de amor del núcleo), y también una
serie semejante de procesos normales que involucran la ambivalencia y la
reparación bajo la forma de identificación proyectiva.21 El curso general de los
procesos que postula la teoría es, por supuesto, sujeto de diferencias
individuales infinitas por la reintroyección y reproyección continuas, pero son

21
Lo que haría la identificación proyectiva normal sería la capacidad de reparar en el campo proyectivo,
haciendo posible volver a tomar la proyección.
todas variaciones sobre un solo tema.

XIV.— LA TEORIA POSTCLASICA


DE LA MELANCOLIA

La idea general es que la depresión es un modo de reaccionar a, es decir, un


modo insatisfactorio de tratar la posición depresiva, en un intento de adaptación.
Sin intentar considerar los varios modos posibles de reaccionar, se puede
mencionar uno a título de ejemplo: si la ambivalencia no puede ser tolerada, un
sentimiento de culpa no puede desarrollarse, ni tampoco la reparación, pero la
persona queda en o vuelve a un estado de clivajes esquizoparanoides.
Ahora se puede establecer casi correctamente que la teoría kleiniana de la
melancolía está constituida estructuralmente por la psicopatología clásica
(excepto una diferencia respecto a la orientación de la ambivalencia). Un
sentimiento de pérdida desencadena los procesos dados por la teoría clásica; la
única diferencia, aunque es de importancia, es que esto despierta los conflictos
de la posición depresiva más que una temprana herida narcisística primaria.
Pero viene claramente al primer plano un determinado problema que no
aparece, o se detecta con menos facilidad, en el marco de la teoría clásica. Decir
que la estructura de la teoría kleiniana es la misma, casi en todos los aspectos,
que la teoría clásica, y que la melancolía es provocada por un sentimiento de
pérdida, omite un factor dinámico adicional importante: el sentimiento de
pérdida debe su poder a la falla de la reparación. Así que la teoría kleiniana hace
esta adición a la teoría clásica. El problema de la melancolía se vuelve entonces
el problema de explicar la falla de la reparación. Pero ese problema no tiene una
única solución, porque puede haber varios modos en que la reparación puede
fallar, y surge el problema general de describir los modos que llevan
específicamente a distintas perturbaciones. La teoría clásica parecería estar en
una posición distinta; ya que, una vez dada la herida narcisística primaria, todo
lo que se precisa para explicar el comienzo de la melancolía es únicamente el
sentimiento de pérdida (si se considera que la herida narcisística primaria no es
la base de ningún otro trastorno).
Una disfunción en la posición depresiva tiene oportunidad de producirse en
muchos puntos. Si se produce tempranamente en el intento de integración de la
configuración ambivalente, hay que esperar una esquizofrenia masiva. La
depresión implica que una gran cantidad de desarrollo ha tenido lugar en el
pasaje por la posición depresiva, especialmente que una buena cantidad de
ambivalencia es vivida, y además, que es admitida —lo que no se produce
necesariamente— al punto que un sentimiento de culpa sea vivido y que se
sienta el deseo de reparar el daño hecho al objeto introyectado orbital. Una falla
en reparar es una falla en las pocas últimas etapas, es decir, en tolerar la
ambivalencia. Esta falla puede producirse frente a dos obstáculos, la integración
de objetos parciales espaciales y a integración de objetos totales espaciales. Sin
embargo, la teoría no especifica cuál de estos obstáculos se encuentra debajo de
la depresión. El hecho que enfatiza el pecho sugeriría que se trata del primero,
con los objetos parciales espaciales. Pero si así es, resulta difícil entender qué
clase de trastorno puede producir una falla en integrar objetos totales espaciales.
Aún esta falla podría parecer del tipo depresivo; pero si es así, no podría
depender de una relación con el pecho como objeto parcial espacial. Esta
paradoja puede resolverse con la hipótesis de que la melancolía es un trastorno
de la integración del objeto parcial espacial, y de que la depresión simple o
neurótica es un trastorno de la integración del objeto total espacial; en este
último Caso, la relación con el pecho no sería una relación con un objeto parcial
espacial delimitado, sino con el pecho como manifestación de la madre, objeto
total espacial. Esta demarcación estaría de acuerdo con la división intuitiva
entre locura y salud mental, ya que una no implicaría en absoluto una idea de la
persona total aun en el sentido espacial, mientras la otra implicaría que se hacen
juicios erróneos sobre una persona total espacial. En todo caso, cualquiera que
sea la etapa en que se produce la falla en la reparación, esto constituye la
depresión precisamente porque la falla es reconocida; si la falla es negada, o
desplazada, o etc..., el resultado tiene que ser otra cosa que la depresión.
Dada esta situación, ¿cómo podemos contestar a la pregunta de qué clase de
falla en la reparación lleva a la melancolía y a la depresión y no a otro
trastorno? Sin embargo, lo que tenemos que enfrentar, no es el problema de
entender por qué se produce la depresión y no otro trastorno, sino de entender
por qué se produce otro trastorno en lugar de la depresión, porque podemos
considerar que la depresión es la reacción más simple, de modo que, cuando
surge algún otro trastorno, es que algún factor adicional está actuando, sea para
contrarrestar la depresión sea para encubrirla; la consecuencia sería que el
problema de diferenciación corresponde al estudio de otros trastornos. El
problema, entonces, no necesita estudiarse más aquí.
Pero hay otro aspecto del problema. Una falla en reparar puede significar la
incapacidad de proyectar una actitud de amor sobre el objeto, de restaurarlo. La
pregunta sería entonces: ¿por qué esta incapacidad? (De este modo, la pregunta
tiene alguna semejanza con la que se podría hacer en la teoría clásica: ¿por qué
la herida narcisística primaria?)

XV.— UN PROBLEMA ETIOLOGICO BASICO

Entonces, el problema siguiente de la etiología de la melancolía parecería


ser: ¿por qué se encuentra el melancólico incapaz de usar algo de su actitud de
amor en beneficio de sus objetos, orbitales o externos?
Parecerían posibles por lo menos los procesos siguientes, que pueden
ocurrir conjuntamente:
(O) Inundar al objeto bueno con el amor.

(D) Derramar el amor en un intento vano de salvar al objeto bueno en que


no hay evidencia de éxito (esto se podría llamar, como veremos, la hipótesis de
“de-erotization”).22
(N3) Una incorporación nuclear del objeto malo que refuerza la actitud
negativa: es decir, una introyección nuclear del objeto orbital malo.
(E) Una denigración del amor por la envidia que rebaja proyectivamente el
objeto bueno.
Consideremos estas posibilidades.
Con respecto a (O) hay una amplia impresión clínica que este fenómeno se
produce, y más específicamente todavía, existe además una vieja hipótesis
clínica de que el erotismo oral puede ser sentido como destruyendo su objeto —
que el acto de amor, que consiste en masticar el objeto, también lo destruye—
[van Ophuijsen, comunicación personal a Abraham (3, pp. 450-1)]. Realmente,
merece considerarse si no tenemos aquí en nuestro poder un fenómeno primario
para comprender la ambivalencia o un modelo para reconstruir su naturaleza;
pero volveremos más tarde sobre este punto.
La hipótesis (D) puede aparecer como una consecuencia inmediata en
circunstancias en que la destrucción del objeto se produce por un intento de
amarlo más; porque esta situación debe llevar, por un verdadero rebote, a un
círculo vicioso, más amor, entonces más destrucción, por eso todavía más amor
y entonces mayor destrucción, y así seguidamente. La principal manifestación

22
Jacobson (15) habla de un proceso en el cual el amor es agotado en un intento de salvar al objeto.
afectiva sería la desesperación.23
Además, la hipótesis (N3) sería también una consecuencia en determinadas
circunstancias. La destrucción oral podría transformar un objeto orbital bueno
en malo, pero podría haber varios modos de manejar este objeto malo. Podría,
por ejemplo, ser reproyectado oralmente24 en el acto, o sentido como teniendo
que ser expulsado de inmediato, pero podría ser incorporado como nuclear. Esto
último puede ser considerado como la reacción más normal, por el hecho de que
la experiencia psíquica descrita estaría ligada a las sensaciones corporales de
absorber el alimento, que serían seguidas normalmente por la sensación corporal
difusa de “plenitud”, distinta de la de distensión del estómago:
cualquier otra reacción implicaría negar la relación entre la sensación de
plenitud y el objeto.
La hipótesis de la envidia podría aparecer como proporcionando un modelo
inteligible para la creación de la ambivalencia; pero es evidente que (El) y (E4)
presuponen ambivalencia o más bien una actitud ambipotencial ya preexistente.
Parecería entonces que, por básica que sea la envidia, surge de la tensión
nuclear más bien que la recíproca.

Pero, una vez que se ha desarrollado el proceso que lleva a la actitud de


envidia, debe naturalmente tender (como en E) a producir la depresión porque
hace la reparación del objeto imposible, y a actuar poderosamente, dando un
cuadro bastante parecido al de la de-erotización [que dan (O) y (D)].

Se pueden recalcar determinadas circunstancias en el manejo del niño que


podrían desalentar sus intentos de hacer reparación. Por ejemplo, cuando ofrece

23
Aunque la desesperación puede tener otras raíces adicionales.

24
¿Podría tener algo que ver con la anorexia nerviosa?
a los padres un juguete o un cuscurro y que ellos lo ignoran o lo toman en
broma, el niño sentirá que sus esfuerzos no son buenos; y lo mismo si sus
esfuerzos constructivos en el juego están interferidos. Estas derrotas pueden ser
de una gran importancia práctica para su desarrollo ulterior. Pero no van
completamente a la raíz del problema, porque no crean la falla en reparar, sólo
la refuerzan: actúan sobre una dificultad interna para hacer reparación. Una
actuación más fundamental en el manejo del niño, para promover esta
dificultad, podría ser la negativa a jugar con él inmediatamente después de
alimentarlo, acostándolo y dejándolo solo; porque, si él siente que comer es
destructivo, la desaparición de la madre podría confirmar este sentimiento,
mientras jugando con él le mostraría que queda sana y salva. El mismo
resultado podría provenir del ambiente impersonal, si el frío produjera a
menudo una gran incomodidad después de una comida. Parecería entonces que
cualquiera circunstancia de este tipo, sea en el manejo, sea impersonal puede
jugar un papel importante. Por un lado, la presencia continua de la madre podría
dar la seguridad al niño de que no la ha destruido en el campo de la identifica-
ción proyectiva, lo que se opondría a que se completara la estructura depresiva.
Por otra parte, podría anular el proceso interno de intentar la reparación y aún
más fundamentalmente alimentar en el niño el convencimiento de que su amor
por el objeto lo destruye. Esto se puede considerar como la hipótesis de la
influencia ambiental.

La actuación de este proceso, es decir, la influencia de un determinado tipo


de manejo del niño, sobre el proceso postulado en (O), puede ser altamente
significativa para la depresión. Pero no podría ser suficiente para provocar esta
condición, a menos que, por lo menos, los esfuerzos ulteriores del niño en
reparar fallen [como en (D)1: es decir, se vuelve “deerotizado” dejando correr
afuera su erotismo como una batería que se descarga.
Una vez dada (O), es decir, una hipótesis de que una forma de amor
destruye lo que es amado, la consecuencia es que esta de-erotización (D) tiene
que producirse si el niño no tiene otros medios de reparar la destrucción que la
única forma de amar. Asimismo, una vez dada (E), en que la envidia denigra al
amor, aunque el núcleo no sea de-erotizado, la denigración daría en gran parte el
mismo cuadro, al menos que el niño tenga a su disposición otros medios de
reparar. Entonces, la de-erotización depresiva se produciría sea (i) si el manejo
ambiental incide con mucho peso sobre el sentimiento de que comer destruye la
persona que da el alimento, o bien (u) si no existen otros medios de reparación.
Si existen otros medios, entonces esto puede probablemente en muchos casos
contrarrestar el círculo vicioso planteado por (i). Entonces, aunque estas
construcciones permitan alternativas en la psicopatología, la existencia de
medios sustitutivos de reparación puede ser de importancia más fundamental.
Si consideramos que el amor destructivo se especifica como destrucción del
alimento amado masticándolo, o como envidia despojadora del alimento, y que
está referido en cada caso a la madre, ¿en qué consiste verosímilmente esta
alternativa? Mencioné en otra parte una consideración sobre el papel del padre.
Elaborarla saldría del alcance de este artículo, pero se puede mencionar el punto
principal: si se produce (por lo menos en el varón) una introyección del padre en
alguna forma que sea independiente de la de la madre, es decir, si el padre es
introyectado directamente en el núcleo y no es puramente un retoño o un
desplazamiento a partir de la madre, entonces tenemos la base para medios
independientes de amar y de reparar. Esto produciría un cambio de acento
importante en la descripción de los factores más tempranos que inciden sobre la
depresión.Vale la pena considerar la posibilidad de que los procesos hipotéticos
descritos, sin aumento de la tensión nuclear (Si) bastan para describir una
depresión simple, pero que (Si) es decisivo para la melancolía.25 La razón es que

25
Tratándose de discriminaciones, vale la pena mantener una posibilidad que podría discriminar la depresión
normal de la depresión patológica. Consideremos una situación que está por debajo de la envidia y de tipo
depresivo .00nsideremos, como en la envidia, un objeto bueno externo que es anhelado. Este objeto no es un
objeto que haya sido propio y perdido, sino un objeto que es inalcanzable. Hasta aquí no tendríamos nada más
la depresión no parece ir más allá de la idea de vacío y de “no ser bueno”
mientras la melancolía lo hace: es decir, implica más que sólo “no ser buenos”;
implica el sentirse positivamente malo.26 Para evitar un malentendido: el
depresivo, por sus ataques destructivos, seguramente siente que es malo, pero
parecería significar la maldad de la culpa; el sentimiento de maldad del
melancólico, en el planteo actual por lo menos, es un sentimiento sobre la
cualidad o el valor de sí mismo. Y esto es expresado por (N3), la reintroyección
del objeto orbital malo, es decir, la incorporación nuclear de un objeto revestido
por la cualidad de maldad.

Este modo de distinguir la melancolía y la depresión simple está de acuerdo


con la línea de demarcación trazada en la sección anterior, entre la falla en
integrar objetos parciales espaciales y objetos totales espaciales; porque la
tensión nuclear surgiría supuestamente en forma más aguda en el primer caso.)
La hipótesis (O) parecería ser de importancia básica, particularmente bajo la
forma específica que la masticación destruye al objeto de amor, porque
explicaría cómo la tensión ambipotencial (nuclear) se produce normalmente por

que un cuadro de frustración; agreguemos ahora:


(Xl) que, para establecer algún contacto, una parte nuclear buena de la persona es identificada
proyectivamente con el poseedor del objeto (el componente destructivo siendo clivado);
(X2) que así, por culpa del obstáculo, esta parte del núcleo es perdida. En la esquizofrenia es
predominantemente una parte mala que es proyectada y se vuelve perseguidora; el rasgo depresivo aquí es que
es una parte buena la proyectada, pero proyectada fuera del alcance. Se puede ver en esto cómo el tiempo de una
vida se podría gastar en una búsqueda sin esperanza de algo, aunque sabiendo que es sin esperanza. La parte
perdida es como algo desterrado, con lo cual está roto el contacto. Parece posible que esto de desterrar una parte
nuclear buena de la persona por identificación proyectiva, sin el elemento de destructividad, sólo sería depresivo
de alguna manera: quizá Constituiría la psicología de la tristeza más que de la depresión (o de la depresión
normal más que de la patológica).
Parece que vale la pena prestar atención a esta posibilidad también porque proporcionaría un medio de
defensa de tipo depresivo contra la depresión, consistente ésta en la tristeza más los efectos de la destructividad
que fue clivada.
Se puede encontrar una idea bastante parecida a esto en Jacobson (18, pp. 87, 89): ella dice que la tristeza
no implica un componente destructivo (ha sugerido más arriba que es clivado); y que la persona triste no se
siente mala ni desvalorizada.

26
Cf. Freud (9, p. 246): “en la aflicción, el mundo aparece desierto y empobrecido ante los ojos del sujeto;
en la melancolía es el yo que ofrece estos rasgos a la consideración del paciente”.
el hecho que las sensaciones de masticar acompañan biológicamente el comer, y
que los dientes aparecen normalmente a los seis meses, el acmé de la posición
depresiva. Otro aspecto es que, si esta tensión no se produce, su falta implica
separar el amor por el alimento de su destrucción mediante el masticar. (Si) y
(E) proporcionarían incrementos poderosos.
La observación gráfica de Freud (9, p. 246) sobre el trabajo interno del
melancólico “que consume su yo” puede vincularse con (O) pero quizá es
interpretada más plenamente por (O) y (Si).
Pero aún si (O) es de una importancia básica, su poder parecería depender
ampliamente o quizá necesariamente de no ser contrarrestado. Entonces agrego
(por lo menos para el varón) la hipótesis:
(F) Una condición para el desarrollo de los procesos depresivos que son la
consecuencia de (O) es la falla en formar un objeto introyectado nuclear del
padre.
No es falto de interés agregar que el efecto de derramar o agotar el erotismo
de (D) explicaría los fenómenos depresivos que llevaron los primeros clínicos a
postular una herida narcisística primaria.
Para reunir los hilos: el resultado de la discusión precedente es que si surge
la melancolía, esto se debe a: 1) una pérdida que desencadena la posición
depresiva, II) un desarrollo notable de la ambivalencia, III) una falla en reparar
los objetos introyectados orbitales en el mundo interno, IV) una falla en reparar
bajo la forma de identificación proyectiva, V) esas fallas proviniendo
básicamente, aparte de factores agravantes, de que el amor sea sentido
insuficiente para hacer reparación y de que medios sustitutivos de reparación no
sean alcanzables, VI) cuando hay un sentimiento nuclear de que el amor oral es
destructivo en su naturaleza.
La doctora Hanna Segal (1961) ha llamado mi atención sobre un desarrollo
reciente, según el cual la melancolía es comprendida como el producto de
determinadas defensas contra la posición depresiva, cuyos ingredientes se deben
encontrar en Klein (19, pp. 298, 308; 20, pp. 316-17). Sobre un fondo en que
hay una nostalgia del objeto orbital perdido por culpa de la ambivalencia, las
defensas surgen frente a: a) la falla en repararlo, y b) la dependencia de él. La
gran defensa contra la falla en reparar es maníaca y consiste más
específicamente en omnipotencia, negación e idealización. La pérdida es
negada, el objeto restaurado omnipotentemente y entonces idealizado (todos
procesos apartados de la realidad). Después, porque la restauración maníaca es
artificial y no procura una satisfacción real, surge un sentimiento de
dependencia hacia el objeto orbital; y, como esto no se puede resolver por una
satisfacción real, es vivido como una persecución. En consecuencia las defensas
esquizoides contra la persecución resuscitan y entran a actuar una vez más,
incluso el empleo incrementado de la omnipotencia. De acuerdo con esta
descripción, la melancolía es concebida no exactamente como una reacción
esquizoide o maníaca, sino como el resultado de la interacción de defensas
esquizoides y maníacas contra la ambivalencia de la posición depresiva. Esta
defensa “esquizo-maníaca”, como se podría llamar, parece ser un proceso que
tiene probablemente que producirse. Pero no se produciría si la tarea de la
reparación pudiera llevarse a bien por un incremento del amor, es decir, si esta
tarea no fallara porque (O) la forma de amar era destructiva y (D) el amor se
derramaba. Ahora, cuando están presentes estos procesos, de acuerdo con el
planteo que he hecho, se produce una tensión nuclear (Si). Y esto, muy proba-
blemente, sería una condición bajo la cual la omnipotencia y las defensas
basadas sobre el clivaje podrían empezar a actuar. De ahí que la defensa
“esquizomaníaca”, aunque sea de carácter básico, parecería suponer
anteriormente los procesos, especialmente (D) y Si), que he sugerido.
La idea del amor destructivo, como ya lo he señalado, fue mencionada hace
tiempo por van Ophuijsen. Klein (19, p. 286) estuvo también de acuerdo con
esto. Hasta donde alcanzan sus explicaciones no hay nada que indique si
consideraba como factor más decisivo para la melancolía (O) o bien la defensa
esquizomaníaca. La razón que he dado para mi elección de (O), es que la
defensa esquizomaníaca lo presupone (o presupone algo parecido) y no es
recíproco. Sin embargo, hay una consideración adicional. Si los procesos
esquizomaníacos son en principio indispensables para restaurar un objeto
destruido o perdido, entonces la melancolía sería el destino universal del
hombre. No sería así, si llegan a actuar sólo en el caso que (O) el amor llegue a
ser predominantemente destructivo. La hipótesis (O) permite diferencias de
intensidad; porque una intensidad moderada de destructividad del amor en un
niño se incrementa o no de acuerdo a que el manejo de él por el ambiente falla o
tiene éxito en mostrarle que la madre ha quedado sana y salva. Entonces la de-
fensa esquizomaníaca no haría parte del desarrollo normal, sino que sería
característica de la melancolía.
En esta reconstrucción, a la serie de seis condiciones resumidas más arriba
para que se produzca la melancolía, agregaríamos: VII) cuando los medios
normales de reparación fallan, entonces se desarrolla para luchar contra la falla
una defensa esquizomaníaca, consistente en un intento de efectuar una repa-
ración mágica que es por esencia destinada al fracaso.

XVI.— RELACION ENTRE LAS TEORIAS CLASICA


Y POSTCLASICA

Ahora estamos en situación de hacer una comparación completa y señalar


las oposiciones entre la teoría de Freud-Abraham y la teoría kleiniana,
utilizando determinados factores adicionales a la última, que he sugerido en la
sección anterior.
Ambas teorías ponen el acento sobre la pérdida, la introyección, la oralidad,
el odio, el sadismo, la destrucción y la ambivalencia. La diferencia fundamental
reside en la base clásica del narcisismo primario, bajo la forma de una herida
narcisística primaria, que parece ser subyacente a la característica básica del
trastorno, la pérdida de autoestima.
Hay, sin embargo, la diferencia más que la ambivalencia, aunque tenga la
misma estructura, apunta en direcciones opuestas en las dos teorías; para Freud
y Abraham el objeto perdido es reemplazado por un objeto introyectado nuclear
(identificación narcisística) y es hacia este objeto que el superyo orbital dirige
sus sentimientos ambivalentes; para Melanie Klein, es el núcleo que dirige sus
sentimientos ambivalentes hacia un objeto introyectado orbital bueno. (Una
consecuencia natural es que la “culpa” no tiene el mismo significado en las dos
teorías.) Evidentemente tenemos dos teorías completamente distintas que no
podrían ser ambas verdaderas.

Pero no olvidemos la hipótesis de la tensión nuclear, que fue necesaria para


dar cuenta del desarrollo de la unidad del núcleo y también para proporcionar un
molde para la integración del objeto. Ubica el centro de la melancolía
exactamente en la médula de la persona, y la dicha tensión no podría
distinguirse clínicamente, sin prestarle una atención muy especial, del yo su-
friendo de una actitud ambivalente de parte de un objeto orbital
—es decir, sería difícil distinguir una tensión inducida desde el núcleo de una
inducida desde un objeto orbital—. En verdad, se podría argumentar también
que la idea de tensión nuclear contestaría mejor a la idea de narcisismo primario
de lo que no haría la idea de una tensión suscitada por el ataque de un objeto
orbital. Sin embargo, el punto principal es que se puede decir que la tensión
nuclear constituye una herida en el yo. Tendríamos así una explicación de una
herida nuclear sin implicar la teoría del narcisismo primario

Además, como fue señalado en la sección anterior, el agotamiento del


erotismo implicado en la falla en reparar el daño a un objeto orbital
ambivalentemente atacado, aumentaría el vacío del núcleo y crearía un
sentimiento de herida nuclear, aunque quizá de una cualidad algo diferente de la
que se debe a la tensión nuclear.

Aparece entonces con claridad que la teoría postclásica se ubica en un nivel


distinto de la clásica, porque puede dar, sobre la base de procesos primarios, una
explicación de los fenómenos que probablemente han sugerido la idea de
narcisismo primario en el contexto de la melancolía; la diferencia de nivel
consiste en que el narcisismo primario parece en principio no permitir más
investigación, explicación o experiencia. En suma, las hipótesis de tensión
nuclear y de de-erotización pueden cumplir el mismo oficio que se esperaba de
la teoría de la herida narcisística primaria.
Importa recalcar que la diferencia en la orientación de la ambivalencia en la
teoría clásica es una consecuencia natural de la teoría de identificación
narcisística primaria.

XVII.— EL MECANISMO SUBYACENTE


AL SUICIDIO

En las teorías expuestas más arriba el proceso involucrado en la


autoagresión queda algo indefinido.
La explicación clásica del suicidio era que un objeto de odio es introyectado
y que el ataque destructivo se ubica dentro (aunque se utilicen objetos externos
para llevarlo a bien). ¿Significa esto que lo que se ataca es un objeto
introyectado orbital o nuclear (siendo representado lo último por el 9a de más
arriba)? No se puede dudar realmente de que la respuesta, de acuerdo con la
teoría clásica, es que el suicidio, como el autorreproche, es un ataque contra el
núcleo.
Seguramente esto suena como una hipótesis más razonable que la que lo
referiría a un ataque contra un objeto orbital; porque la destrucción de un objeto
orbital proporcionaría un modelo para un ataque contra algo que el sujeto posee
más bien que contra sí mismo. Por otra parte, un ataque contra el núcleo por un
objeto orbital, aun cuando hay una identificación con él, no contesta a nuestra
idea intuitiva del suicidio como de un ataque directo de la persona contra la
persona.
Podemos verlo más exactamente si usamos la hipótesis (Si), porque ahora el
ataque tiene que ser entendido como ocurriendo dentro del núcleo: es decir, es
el resultado extremo de la tensión entre los dos componentes de la persona con
actitudes ambipotenciales. En la misma línea que esta posibilidad está el
supuesto que (Si) es decisivo para la melancolía, pero no está presente (en grado
relevante) en la simple depresión, si se considera que el suicidio va con la
primera mejor que con la última. Para seguir el tema, sin embargo, debemos
preguntar si el suicidio es el efecto de la actitud positiva del núcleo sobre la
actitud negativa, o al revés. Esto último es muy directamente la idea que la
actitud hostil destruye la del amor; lo anterior podría ser la idea de que la actitud
positiva destruye a la otra por su amor. Son por lo menos puras posibilidades.
Pero la idea de una actitud nuclear de amor que pueda destruir otro
componente nuclear parecería inutilizable. Implica que una actitud de amor
puede destruir sin ayuda. Esta idea es absolutamente diferente de la que fue
considerada en (O), donde una actitud de amor que come destruye masticando,
porque en este caso existe un agregado a la actitud de amor que destruye.
Quedamos entonces con la alternativa más evidente, que puede expresarse en
forma más explícita como sigue:
(S1.l) La tensión nuclear es producida por la acción inherente de una actitud
nuclear destructiva sobre una actitud nuclear de amor.27

27
Que esto sea o no cierto está en la línea y en el espíritu de la concepción de Freud de la defusión de los
instintos, y de la concepción de Klein del instinto de muerte.
Lo que aparece aquí se reduce a esto: que el mecanismo básico subyacente
al suicidio no es un ataque de la totalidad de la persona contra su núcleo, mucho
menos un ataque contra un objeto orbital, sino una lucha dentro del núcleo.
Se precisa especialmente la claridad sobre lo que esto implica. Las citas de
Freud dadas un poco más arriba indican que el objeto malo odiado es
introyectado dentro del núcleo y es entonces el blanco de los reproches. La
hipótesis preliminar sobre el suicidio que acabamos de formular hace de este
objeto no el blanco sino la fuente del ataque. Esta idea parece en desacuerdo con
las observaciones de Freud sobre el suicidio (9, p. 252), donde considera el
mecanismo como situado en el mismo plano que el del autorreproche. Sería
factible discriminar clínicamente las dos posibilidades, es decir, afinando la
interpretación, se puede razonablemente esperar decir en qué medida la tensión
es básicamente nuclear y cuáles componentes nucleares en las fantasías de
suicidio están atacados y cuáles atacando.
Pero estas dificultades se desvanecen si damos un paso más. La idea de
lucha dentro del núcleo, aunque esté quizá más próxima a la idea intuitiva del
suicidio que las otras dos alternativas consideradas, es en sí misma contraria a la
realidad. Tomada al pie de la letra, describiría algo como una persona que
muere de melancolía durante el sueño, más bien que clavándose un puñal en el
corazón o abriendo la llave del gas. Esta insuficiencia puede desaparecer si
tomamos la explicación de la depresión expresada en la forma de identificación
proyectiva. Consideremos la consecuencia de la reintroyección de un conflicto
proyectado. El conflicto proyectado está compuesto por elementos nucleares;
cuando se reintroyecta, aún como orbital, refleja el conflicto que constituye la
tensión nuclear; ahora ésta no tiene válvula de escape, ya que la identificación
proyectiva no puede servir más como zona de seguridad, por la reintroyección.
En esta explicación, el suicidio es la salida de la tensión nuclear, pero sólo
después que ha fallado completamente la reparación, que no queda lugar para la
identificación proyectiva, y que la reintroyección ha tenido lugar.
Esta explicación, por correcta que sea, por supuesto no está completa;
porque precisaríamos también la explicación de la reintroyección.
Si se considera el suicidio como una desintegración del núcleo, resulta que
es fundamentalmente un fenómeno esquizoide, y no intrínsecamente
depresivo;28 se reduce a una derrota total en la posición depresiva.

XVIII.— RESUMEN Y CONCLUSION

Siguiendo un procedimiento ya adoptado en otros artículos, he tratado


primero de exponer detalladamente la teoría clásica de la melancolía,
extrayendo las numerosas hipótesis que la componen. La explicación del
síndrome por la teoría es tanto más obvia que en otros trastornos, que dediqué
poco espacio a este problema. Se podría quizá mencionar que el factor de
diagnóstico (1) dado por Abraham, parece haber escapado a un examen especial
y que no lo he discutido más arriba, pero puedo observar que una condición
importante sería la falla de la introyección nuclear del padre en un paciente
varón.
Como en otras oportunidades, encontré que introducir una distinción entre
introyección nuclear e introyección orbital, hace el planteo de la teoría más
específico.
El artículo pasó entonces a la teoría de Klein, que requiere como lema una
exégesis detallada de la teoría de la posición depresiva. Esto implica construir
una teoría explícita de la estructura del yo, de la ambivalencia, del conflicto
externo tanto como interno, y de la reparación. La melancolía es considerada
entonces como un resultado de una falla del mecanismo de reparación en la

28
Debo a la doctora Hanna Segal el haberme llamado la atención sobre el hecho de que el suicidio puede ser
considerado como una reacción esquizoide a la posición depresiva.
posición depresiva.

Se ha señalado que había pocas diferencias, por lo menos al tratarse de la


melancolía, entre la mayoría de los principios fundamentales de Freud y Klein:
existían ciertas diferencias, por ejemplo sobre el narcisismo primario, la
orientación de la ambivalencia, la reparación, y una psicología kleiniana del yo
más detallada; pero esto último pareció estar en el espíritu del análisis clásico,
aunque la negación del narcisismo primario no estuviera.
La falla en reparar fue explicada como una limitación en el uso de las
actitudes de amor para restaurar por proyección un objeto dañado. Esto planteó
un problema de etiología para el cual la literatura no proporciona una guía
segura. Se describieron cuatro hipótesis, una de amor destructivo (O), una de
deerotización (D), una de incorporación nuclear de un objeto malo (N3), y una
de envidia (E); las dos primeras darían cuenta de la depresión simple, mientras
la tercera sería necesaria como agregado para explicar la melancolía, y podría
tener un efecto independiente; y se agregó todavía otra hipótesis referente a la
influencia ambiental. Se sugirió que (O) era básico para explicar la falla en la
reparación. Para explicar la situación creada por estos factores y por el
fenómeno del suicidio se propuso una hipótesis final sobre la fuente de la
tensión nuclear, que a mi criterio resulta fatal si el conflicto nuclear al cual se ha
dado la forma de la identificación proyectiva es reintroyectado, porque no queda
otra alternativa que la desintegración del núcleo.

Todas estas hipótesis podrían comprobarse llevándolas a la experimentación


clínica, aunque en algunos casos la experiencia tendría que ser de gran
dificultad y exigiría una gran sutilidad de la interpretación y de la apreciación de
los matices de las respuestas que a ella se dan.
Aunque este artículo trata varios aspectos del tema, hay un cierto número de
problemas fundamentales que no fueron tocados: entre otros, por ejemplo, la
relación de la melancolía con la manía, su relación con el duelo,29 su relación
con el carácter obsesivo y el papel del complejo de Edipo.
Curiosamente, ha resultado mucho más fácil reconstruir la teoría clásica de
la melancolía que las de la histeria o de la neurosis obsesiva. Lo que toca a la
melancolía es más explícito en la literatura: poco hubo que agregar a la
reconstrucción, mientras para reconstruir las teorías de la histeria y de la
neurosis obsesiva encontré que era necesaria una gran cantidad de inter-
pretaciones. Por otra parte, pareció necesario hacer ciertas interpretaciones
hipotéticas de carácter nuclear para explicar algunos rasgos de la posición
depresiva. Sugieren la posibilidad de descubrir clínicamente ciertos fenómenos:
por ejemplo, la tensión imputada a los objetos, el papel de una identificación
nuclear con el padre, y manifestaciones de tensión nuclear. Podría haber aquí
una ganancia: a partir de la discriminación precisa de la tensión nuclear y de un
objeto introyectado ambivalorado, se podrían introducir matices en las
interpretaciones sobre identificación que podrían arrojar más luz sobre los
procesos esquizoides. (Esto no se menciona como esperanza entusiasta sino sólo
como una mera posibilidad.)
Aunque no lo haya mencionado en este artículo, uno de sus principales
centros es metacientífico (metodológico), es decir, que tiene que ver con la
naturaleza de la ciencia. Se puede notar, por ejemplo, una ausencia de
definiciones, porque las definiciones no juegan virtualmente ningún papel en la
ciencia (Popper, 29) y la clarificación directa de los conceptos muy poco,
mientras la teoría domina la totalidad del proceso. Ocasionalmente es necesario
especificar las distintas cosas que un concepto designa en el uso; pero es la parte

29
¿Puede ser que la melancolía se refiere a un ataque, sentido como habiéndose llevado a cabo, contra un objeto
bueno, correspondiente a algo vivo, mientras en el duelo surge un mayor sentimiento de vacío por el hecho que
el objeto bueno es proyectado para evitar el desamparo de retenerlo sin proyectarlo durante el duelo?
No se puede Conseguir satisfacción con el objeto real correspondiente y entonces un ataque contra el
objeto bueno proyectado se hace imprescindible para hacerlo corresponder a algo ya muerto.
menor del trabajo teórico; en ejemplos importantes, la connotación de los
conceptos no puede ser especificada de este modo, y su significado se puede
explicar sólo por el papel que juegan en una teoría.

No desprecio la importancia de ser claro: pero es posible que el énfasis


puesto sobre la clarificación de conceptos por los científicos sociales sea
regularmente un medio de evitar dedicar el pensamiento a las teorías. En este ar-
tículo, la finalidad era elaborar una teoría, y si fuera posible deducir de ella las
consecuencias; porque una de las principales funciones del trabajo teórico de
esta clase es descubrir la posibilidad de fenómenos cuya existencia no se
sospecharía de otro modo. Los resultados quedan o caen en la medida en que el
trabajo teórico es coherente y en la medida en que sobreviven a la experiencia.
En este artículo, no se ha intentado considerar el problema de la
experimentación, sea clínicamente o en alguna otra forma; me he concentrado
únicamente en la estructura teórica en sí. No se puede afirmar la seguridad de
los resultados.

30
El procedimiento clásico de la ciencia (que, entre paréntesis, Freud era
casi el único en seguir entre los científicos sociales) no ofrece garantía ninguna
de resultados; presenta sólo posibilidad de conseguirlos; pero si no se sigue,
seguramente no habrá resultados.

Traducido por Madeleine Baranger.

30
Por esto se entiende el procedimiento que fue siempre seguido de hecho por los científicos que obtuvieron
resultados, que implica la confrontación con un problema, la hipótesis, y finalmente la observación, que lleva a
la refutación, más hipótesis, etc. La descripción tradicional hecha por los filósofos y aceptada sin crítica por los
científicos era completamente distinta: comprendía la recolección de numerosas observaciones que llevarían a
teorías sin empleo particular de la imaginación o del pensamiento (cf. Popper, 29).
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Reseña de libros y revistas

ELIZABETH R. ZETZEL.— Symposium on “Depressive illness” (Symposium


sobre “Enfermedad depresiva”). 1: Introduction (Introducción). “Int. J.
Psycho-Anal.”, Vol. XLI, 1960, p. 4-5.

La autora comienza procurando ubicar el tema, recordando que la


depresión, como la ansiedad, plantea problemas diversos ya que es a la vez una
experiencia subjetiva general tendiente a dominar el conflicto, la frustración y la
pérdida, y también el síntoma principal de un síndrome clínico psiquiátrico
definido. Esto conduce a problemas en cuanto a la importancia de los factores
psicogenéticos, ambientales y constitucionales.
Ya Abraham, pionero en este campo, comparó depresión con ansiedad, la
primera expresando el pesar por un acontecimiento malo ya ocurrido y la
segunda el temor por uno que va a ocurrir. Recientemente E. Bibring las
consideró como respuestas opuestas del ego, la ansiedad como una respuesta
activa buscando enfrentar el peligro por la lucha o la fuga, y la depresión como
una respuesta paralizante del ego por incapacidad de enfrentar el peligro. Sin
embargo, este concepto no aclara suficientemente el problema de la enfermedad
depresiva. Es decir, que los nuevos conocimientos sobre la psicología del ego
han hecho avanzar nuestros conocimientos de la depresión y la ansiedad como
afectos del desarrollo psíquico en general, pero no tanto nuestro conocimiento
de la depresión patológica.
Según la autora, dos hechos han dificultado el progreso de nuestros
conocimientos: 1º) no distinguir entre depresión en general y enfermedad
depresiva psiquiátrica, y 2º) la consideración exclusiva de los factores infantiles.
Si bien hay acuerdo general en conceder a las tempranas experiencias una
gran importancia predisponente de la depresión en la vida adulta, permanece la
cuestión de hasta qué grado la sintomatología regresiva adulta es una repetición
directa de un proceso infantil de desarrollo.
Para algunos, como Klein, la cuestión sería similar a la influencia
patogénica que Rank atribuye al trauma de nacimiento en relación con la
ansiedad patológica. En cambio, otros, como Bowlby, Mahler, Rochlin, creen
que estos prototipos infantiles, pueden concluir más bien en cierta incapacidad
para soportar la tristeza. Para Rochlin, la enfermedad depresiva sólo puede ser
desarrollada en una relativa madurez.
Las investigaciones recientes, según la autora, si bien consideran muy
importante los factores patogénicos infantiles, no olvidan las edades posteriores
de la vida y la importancia de las funciones de adaptación del ego, sobre todo
señalada por E. Erikson.
La diferencia, señalada por Freud, entre ansiedad primaria y señal de
ansiedad o ansiedad secundaria, puede extenderse a los fenómenos depresivos y
nos explicaría la diferencia entre depresión normal o neurótica y enfermedad
depresiva. En la depresión normal o neurótica, como en la señal de ansiedad, las
funciones de maduración del ego están conservadas, y sólo hay pérdida de la
autoestimación del ego, como señaló Bibring. En la enfermedad depresiva, en
cambio, como en la ansiedad primaria, hay profunda regresión del ego y
aparición de mecanismos arcaicos.
Tanto Freud como Abraham reconocieron la importancia de la agresión
incontrolada en la depresión, asumida por el superego contra el ego. En cuanto
al origen del superego, algunos autores insisten en la identificación y otros,
como Abraham y Klein, en la introyección oral.

Si bien hay acuerdo con respecto a los factores económicos, dinámicos y


estructurales de la enfermedad depresiva, hay divergencias en lo que se refiere a
la relación entre las experiencias precoces del desarrollo y la sintomatología
adulta depresiva. La autora cree que una mejor descripción de las fases del
desarrollo y sus potencialidades depresivas contribuirá a aumentar nuestra
comprensión del problema.

Héctor Garbarino.

S. NACHT y P. C. RACAMIER. París.— Symposium on “Depressive illness”


(Symposium sobre “Enfermedad depresiva”).
II: Depresive states (Estados depresivos). “Int. J. PsychoAnal.”, Vol. XLI,
1960, p. 4-5.

Definen los autores la depresión como un estado patológico de sufrimiento


psíquico consciente y de culpa, acompañado por una marcada reducción de los
valores personales y una disminución de la actividad mental, psicomotora y
orgánica, no referidas a deficiencia actual.
Creen que los conceptos de “posición depresiva” de Melanie Klein y de
“depresión analítica” de R. Spitz deben aceptarse sólo con reservas.
Existe una unidad fundamental que comprende la diversidad aparente de
estados depresivos. Hay que describir los factores constantes y los factores
variables. Luego de hacer un sumario de un caso de psicosis maníacodepresiva
que constituye la base clínica de sus observaciones, se refieren a los mecanis-
mos que instituyen una depresión, recordando que la pérdida de amor es la
situación depresiva fundamental y subrayando la facilidad del depresivo para
sentir a su objeto perdido.
El vínculo afectivo que se pierde es la relación preedípica niño-madre. El
depresivo teme constantemente que su propia agresión destruya este vínculo.
Las relaciones de objeto del depresivo son esencialmente narcisísticas, él
necesita del objeto para ser bueno, si siente que lo pierde, pierde con él la mejor
parte de sí mismo, y queda expuesto a su omnipotencia agresiva.
Los autores sostienen que más importante que la activación agresiva es la
inmovilización del amor, no sólo por la frustración del amor que se espera del
objeto, sino por la frustración del amor que se da al objeto. La depresión sería el
último y desesperado esfuerzo de preservar el amor y ser capaz de amar.
El éxito puede inducir a la depresión si significa pérdida del vínculo con un
objeto que se siente indispensable. Entonces la identificación no resuelve el
problema como ocurre normalmente, porque implica separación.
En vez de una verdadera fusión de las tendencias libidinales y agresivas,
hay un compromiso entre amor y odio e intenta deflectar su agresión del objeto.
Siendo incapaz de una identificación verdadera, introyecta el objeto de un modo
más o menos masiva y acredita al superyo la omnipotencia punitiva. Trata de
unirse al objeto a través del sufrimiento moral. Protege al objeto volviendo la
agresión contra sí mismo.
El depresivo se adhiere a un objeto frustrador porque le otorga una
protección omnipotente. Esto nos da cuenta de los sentimientos de
omnipotencia y del reproche al analista por su impotencia. Con su depresión,
acusa a otros y es siempre verdaderamente agresivo.
En cuanto a la estructura de las relaciones de objeto del depresivo entienden
los autores que la depresión se instala en el momento en que una relación
masoquista ha quedado interrumpida. Así introyecta el objeto sádico y lo
conserva. La depresión sería una aguda crisis de masoquismo moral.
Otras veces la depresión sigue a la desaparición de una afección
psicosomática. La depresión estaría entre la agresión psicosomática y el
masoquismo moral.

Una característica específica de la dinámica de los estados depresivos es el


mecanismo de identidad depresiva con el objeto. Hay una introyección agresiva
del objeto frustrador, y la representación del self y del objeto están
incompletamente separadas (E. Jacobson). Así el depresivo no puede denigrar
su objeto sin sentirse él mismo denigrado.
Los autores recuerdan las características de la disposición depresiva: 1) La
tendencia a experienciar toda decepción como pérdida. 2) La tendencia a
colocarse a merced de su objeto, para ligar el objeto a él. Es insaciable con el
objeto, experimenta un amargo triunfo al observar que el objeto no le da todo lo
que espera de él. Se adhiere a él, siendo incapaz de estar solo (Winnicott),
porque no ha internalizado su imagen.
3) Disocia el objeto en uno enteramente bueno y otro enteramente malo (M.
Klein) protegiéndose así de su ambivalencia.
4) Es ciego a la verdadera personalidad del objeto.

Más adelante, los autores intentan una clasificación dinámica de los estados
depresivos, a) Según el grado de desintegración de las relaciones libidinosas.
Habría una diferencia entre los depresivos que se sienten privados de amar y
que sufren de sensación de vacío interior, y los depresivos dominados por la
culpa que están luchando contra el odio alimentado por las decepciones. b)
Según el grado de introyección del objeto. La introyección del objeto es de
grado variable, siendo completa en la melancolía estuporosa.
Sugieren los autores la designación de depresiones parapsicóticas —además
de depresiones neuróticas y psicóticas, según la estructura de las relaciones de
objeto—, para aquellas depresiones que fluctúan de una depresión neurótica a
una psicótica y viceversa.
Luego estudian las defensas contra la depresión. La manía es únicamente
mencionada por su extensión. La inhibición o enlentecimiento de la vida
psíquica es el resultado del bloqueo afectivo. El aburrimiento es quizá una
defensa contra la tristeza. Si el bloqueo se hace crónico origina el cuadro de la
neurastenia. La obsesión es otra defensa contra la depresión.
Los métodos de recuperación oral afectiva son aún defensas más
importantes. Tienen siempre un carácter toxicomaníaco y aditivo (Rádo). Pero
si comúnmente son verdaderos tóxicos como el alcohol, los opiáceos, los
barbitúricos y tranquilizantes, otras veces no son toxinas, como es el caso de la
adicción al sueño o la comida. O al sol y el agua, como sustitutos de la caricia
materna. El objeto de esta necesidad puede ser una persona buscada con tiránica
avidez.
El suicidio es el fracaso de las defensas contradepresivas. Los autores
subrayan el papel del amor en el suicidio. Este constituiría, en un aspecto, una
recuperación del amor ilimitado de una madre idealizada. Habría aquí un delirio
de negación de la realidad y omnipotencia megalomaníaca, con interiorización
completa del objeto y unión con él.
Terminan los autores señalando sus concordancias y desacuerdos con la
escuela kleiniana. El acuerdo estaría en que la depresión ocurre cuando la
diferenciación de sujeto-objeto, estando el sujeto topográfica, pero no
económicamente distinguido del objeto. Cuando se diferencian sujeto-objeto
ocurre la fusión de las tendencias libidinosas y agresivas, no pudiendo
fusionarse mientras estén confundidos sujeto y objeto. El desacuerdo está en
que creen que no puede hablarse de yo y objeto en un lactante de seis meses y
en que ellos acentúan el papel de la libido y no tanto el de las tendencias
agresivas.

Héctor Garbarino.

W. CLIFFORD M. SCOTT. Montreal.— Symposium on “Depressive illness”


(Symposium sobre “Enfermedad depresiva”). III: Depression, confusion
and multivalence (Depresión, confusión y multivalencia). “Int. J. Psycho-
Anal.”, Vol. XLI, 1960, p. 4-5.

Luego de hacer una corta revisión histórica acerca de la metapsicología de


la depresión, pasa el autor a exponer sus propios puntos de vista. Considera que
cuando la actividad del niño está desorganizada o es agresiva o la
representación del objeto es alucinatoria, se origina la siguiente secuencia:
espera, anticipación, anhelo y esperanza.
La espera es el estado más simple, en el cual el niño está aguardando que la
alucinación se transforme en algo material.
El siguiente estado, en orden creciente de complejidad, es la anticipación
que consiste en la espera de la satisfacción sensorial.
Anhelo es el deseo del yo por el objeto que traerá la satisfacción.
Finalmente, la esperanza es un positivo balance de amor, que repara efectos
del odio. Es la creencia que el objeto desea procurar la satisfacción.
Ambivalencia, según Clifford Scott, es un término inadecuado para
describir la complejidad afectiva del estado de desarrollo que comprende la
depresión, el pesar, anhelo y esperanza. Sugiere para ello el término
multivalencia que indica que hay más de dos afectos implicados. Debería así
llamarse el estadio en que hay conflicto e interrelación entre un yo total y
continuo, que ama, odia y sufre, y objetos externos e internos, totales y con-
tinuos, que aman, odian y sufren.
Luego el autor discute las hipótesis de Engel acerca de la parálisis de la
actividad del yo como una señal de desesperanza, de base biológica, para
explicar los estados depresivos. Considera que Engel desatiende los estadios
transicionales entre estados depresivos y estados esquizofrénicos, paranoides o
maníacos. Paralelamente a la multivalencia del afecto está el balance entre
persistencia de depresión, regresión a estados paranoides y progresión a estados
maníacos. El aspecto más importante de este balance es el maníacodepresivo,
desde que es por la modulación de mecanismos maníacos que aparece el duelo
esperanzado y posteriormente, el entusiasmo.
Clifford Scott ejemplifica sus puntos de vista con el relato fragmentario del
análisis de una paciente maníacodepresiva. Esta paciente había utilizado el
dormir-despertar para separar depresión y manía. Eventualmente, estando
maníaca, si tenía sueños maníacos despertaba deprimida. Temía entonces
dormirse y caer en confusión con sus sueños. Temía también que la idealización
maníaca la condujese a sueños maníacos, lo que la llevaría a la depresión. El
análisis del miedo a la depresión la condujo a la confusión en sus sueños, con
mecanismos maníacos, depresivos y paranoides, y a un material cada vez más
infantil, hasta alcanzar la situación de bebé, al mismo tiempo que entraba en
depresión estuporosa en las sesiones. El análisis de la oscilación afectiva en su
confusión y la complejidad del material se volvió el aspecto más trabajado de su
análisis. La asimilación o tolerancia de esta confusión la posibilitó para
sublimaciones y fantasías acerca de cómo su vida podía cambiar, a través de una
mayor tolerancia para la frustración y una capacidad para entrar en duelo y
depresión.

Héctor Garbarino.

GUSTAV BYCHOWSKL. New York.— Symposium on “Depressive illness”


(Symposium sobre “Enfermedad depresiva”).
IV: The structure of chronic and latent depressions (La estructura de
depresiones crónicas y latentes). “Int. J. PsychoAnal.”, Vol. XLI, 1960, p
.4-5.

Depresiones latentes y crónicas son dos formas de una misma enfermedad: la


depresión melancólica. Depresión latente es usada por el autor para designar
una situación fronteriza, como esquizofrenia latente. La depresión está borrada
por una fachada de síntomas neuróticos y rasgos de carácter.
En depresiones crónicas la existencia está llena de humor pesimista y con
un sentimiento de futilidad. Pueden los pacientes ser ayudados a vivir por un
principio moral o religioso o por una ideología.
Mecanismos introyectivos preeminentes son comunes a ambas formas
depresivas. Antiguos procesos introyectivos, provocados por pérdidas y
frustraciones, han dejado como reliquia en el yo inconsciente introyectos, que
representan sobre todo objetos parentales de duelo.
El self es también distorsionado, desde una sobreestimación narcisística a
una autodegradación. Lo mismo el superyo, el más imbuido de agresión y
narcisismo primario, que somete al yo con crueldad inexorable y lo llena de
culpa, vergüenza y pérdida de la autoestimación.
Por períodos, un nuevo amor, ambición o creación, puede gratificar al yo
ideal y llenarlo de entusiasmo, pero esto dura poco.
En edades tempranas hay acontecimientos, como enfermedades físicas,
invalidantes, que causan seria perturbación al self. El yo puede conservar la
imagen de un self perfecto y el contraste entre éste y el self real es causa de
depresión y mortificación narcisística. El yo se impone sacrificios adoptando
una conducta masoquística para preservar las figuras parentales introyectadas,
de lo contrario, teme ser abandonado y perder seguridad y protección.
Como en el curso de la depresión se produce alguna regresión libidinosa el
self puede tomarse como objeto sustituto, y el yo volcar sobre él la agresión y el
amor narcisista. Así el self queda desamparado.
El autor subraya qué elementos de masoquismo moral son componentes
básicos de la depresión crónica.
El yo establece pseudorrelaciones con pseudoobjetos. Sus afectos son
borrosos, la formación de nuevos introyectos está impedida, y con ello, la
capacidad cognoscitiva.
El yo, atemorizado por su propia agresividad que ha regresado, trata de
aislarla y negarla con una fachada de debilidad y desesperanza.
En depresiones latentes, las nuevas relaciones de objeto repiten los objetos
originales, siendo, por consiguiente, frustradas. Acting-out es parte importante
de la sintomatología, por fracaso del aislamiento, y va de la simple provocación
hasta la delincuencia, siempre, naturalmente, con fines masoquísticos.
La estructura de la depresión crónica provee la matriz para los delirios
paranoides. El deprimido vive en el borde de la regresión psicótica, pero sus
introyectos no llegan a ser verdaderos perseguidores.
La anorexia nerviosa representa también una manifestación de depresión
latente y una estrecha fijación al objeto (u objetos, de amor perdidos.
Otra manifestación clínica son algunas formas de adicción, utilizándose la
droga para encubrir la naturaleza depresiva, debida a una primitiva hostilidad no
resuelta.

Héctor Garbarino.

MELANIE KLEIN. London.— Symposium on “Depresive illness”


(Symposium sobre “Enfermedad depresiva”). V: A note on depression in
the schizophrenic (Una nota sobre depresión en la esquizofrenia). “Int. J.
Psycho-Anal.”, Vol. XLI, 1960, p. 4-5.

Recuerda la autora las posiciones esquizoparanoide y depresiva que ella ha


descrito, y cómo las ansiedades paranoides y esquizoides y sentimientos
depresivos, en situación de tensión externa o interna, retornan a estas
posiciones, las cuales son entonces revividas.
Las relaciones entre las enfermedades esquizofrénicas y maníacodepresiva,
pueden explicarse por las vinculaciones entre ambas posiciones. Ambas son el
resultado de la lucha entre los instintos de vida y muerte, y las dificultades en
una y otra posición son el resultado de variantes en el estado de fusión de ambos
instintos.
En la primera posición, ya el objeto primario, la madre, es internalizada en
sus aspectos buenos y malos. La preservación del buen objeto como parte del
yo, sin el cual la vida no sería posible, es la tarea dominante en la posición
depresiva.
La menor fragmentación del objeto y del yo, y conjuntamente la
focalización de las ansiedades sobre los objetos buenos y malos, son pasos
progresivos en la integración e implican creciente fusión de los instintos de vida
y muerte con predominio del primero.
Las manifestaciones depresivas en esquizoparanoides, no son fácilmente
reconocibles y su naturaleza es diferente a la observada en la enfermedad
maníacodepresiva. La internalización del objeto bueno en el esquizoparanoide
es menos permanente, menos estable, y no permite una suficiente identificación
con él. Esto es debido a que el yo es muy débil y está sujeto a violentos
procesos de splitting.
La primera razón por la cual ansiedades depresivas y culpa son difíciles de
reconocer, es que la culpa del esquizoide se aplica a destruir algo bueno, y a
debilitar su yo por procesos de splitting.
Otra segunda razón es que debido a la intensidad de la fragmentación y del
splitting la ansiedad depresiva y culpa es vivida en partes de él mismo que son
sentidas como fuera de su alcance.
La tercera razón es que en virtud de la fuerza de la identificación
proyectiva, la depresión y culpa es proyectada en un objeto.
La desesperanza y culpa del esquizoide es sentirse confundido y haberse
destruido en pedazos él mismo. Como una defensa contra el dolor de la
integración recurre nuevamente a la fragmentación.
Héctor Garbarino.

HERBERT A. ROSENFELD. London.— Symposium Qn “Depressive illness”


(Symposium sobre “Enfermedad depresiva”). VI: A note on the
precipitating factor (tina nota sobre el factor precipitante). “Int. J. Psycho-
Anal.”, Vol. XLI, 1960, p. 4-5.

Se refiere el autor al factor precipitante en la enfermedad depresiva que fue


planteado por el Dr. Zetzel.
Freud sostuvo que la enfermedad depresiva era casi siempre provocada por
una pérdida de objeto real o fantaseado, pero se planteó también la cuestión de
si una injuria narcisística al yo podía por sí misma provocar depresión.
Rosenfeld ha encontrado que muchos pacientes entre los 30 y 60 años de vida,
entraban en depresión a causa de un sentimiento de incompletud en sus vidas,
que no habían desarrollado su personalidad suficientemente. Esto significa que
partes de su personalidad habían sido disociadas o negadas, mediante un
mecanismo maníaco de defensa. Quiere decir, que debemos comprender la
posición depresiva no sólo desde el punto de vista de las relaciones de objeto,
sino también en términos de la psicología del yo, especialmente de su función
sintética. La enfermedad depresiva seria la consecuencia de la convicción del
paciente que partes de su personalidad habían sido definitivamente perdidas y
un intento para recuperarlas.
Las depresiones severas que siguen al parto pueden explicarse de este
modo, en parte. El bebé representa aspectos buenos o malos de la madre. Si
representa aspectos buenos esto es absolutamente normal, pero también la
madre puede sentirse vaciada de las buenas partes de su self e instalarse una
depresión.
Héctor Garbarino.
ARMINDA PICHON RIVIERE.— La dentición, la marcha y el lenguaje en
relación con la posición depresiva. “Rev, de Psicoanálisis”, XV, 1-2, p. 41-
48.

La autora se refiere en este trabajo a la importancia que tiene la segunda


mitad del primer año de vida y los comienzos del segundo. Este período se
caracteriza por un aprendizaje múltiple y convergente que le permite ampliar
sus adquisiciones, lo que conduce a un cambio fundamental frente al mundo
externo:
el niño se pone de pie, camina, habla y se produce el destete, que es la
consecuencia de un proceso de desprendimiento causado por la intensidad de la
ansiedad depresiva, siendo ésta intensificada por la aparición de los dientes, los
cuales son sentidos como instrumentos que hacen posible la realización de sus
fantasías destructivas.
El destete, determina en el niño: 1) la necesidad de separarse de la madre
para preservarla; 2) búsqueda de nuevas formas de conexión con ella, y 3) la
existencia de una fase genital transitoria, previa a la anal y a la polimorfa.
Habla de la importancia de la bipedestación y de la marcha, que surgen de
la necesidad del niño de separarse de la madre para no destruirla, aunque estos
mismos logros sirven luego para recuperarla. El lenguaje también, al permitir la
reconstrucción mágica de los objetos, sirve para elaborar la ansiedad depresiva,
ya que pronunciar la primera palabra, significa para el niño, la reparación del
objeto amado y odiado. Además, siente la palabra como un medio de
comunicación que lo pone en contacto con el mundo.

Tomando como punto de partida los conceptos de Melanie Klein, sobre los
primeros estadios del desarrollo, en especial, la posición depresiva y formación
de símbolos, la autora se refiere al impacto producido por la aparición de los
dientes y su consecuencia inmediata: un incremento de la ansiedad depresiva, lo
que hace comprensibles algunos de los trastornos que se presentan durante la
dentición.

El niño puede verificar su capacidad de destruir con los dientes. Las cosas
mordidas, sonajero, comida sólida, etc., simbolizan partes de él mismo y de la
madre. El comprobar los efectos reales de su destructividad, incrementa tanto
las ansiedades depresivas como las paranoides.
El desarrollo de la locomoción y el aumento de la capacidad de manipuleo y
prehensión de los objetos, aunque refuerzan sus ansiedades depresivas, sirven al
mismo tiempo para elaborarlas y son empleadas con el mismo significado que la
marcha y el lenguaje.
Señala la importancia de la fase oral, que permite superar el trauma del
nacimiento y sobrevivir. Cuando el vínculo oral con el objeto debe ser
abandonado, se intenta una recuperación de este vínculo a través de los órganos
genitales; este vínculo genital, apoyado en experiencias orales, hace surgir la
fantasía de algo que se introduce y nutre y de una cavidad que puede recibir ese
algo, creándose la equivalencia entre pecho-boca, pene-vagina. La autora
postula la existencia de una fase genital transitoria, previa a la fase anal y
polimorfa, basada en los hallazgos de Melanie Klein que sitúan el
descubrimiento de la vagina, en la niña en esa época y la fase pasivo-femenina
en el varón, en los primeros estadios del complejo de Edipo.
Estas tendencias genitales fracasan porque se estructuran sobre la base de la
situación oral, cargada en ese momento, de su máxima peligrosidad. Al fracasar
en su función de reconexión con el objeto, pone en actividad, por regresión,
sistemas de comunicación para reestructurar el vínculo con los diferentes
objetos parciales, orales, anales y genitales (fase polimorfa).

Describe una experiencia relacionada con la fase anal, que aparece en el


niño cuando se pone de pie. Mientras está acostado, la materia fecal y la orina
forman un todo junto con los pañales y constituye una envoltura, pero, al
ponerse de pie, se desprenden de su cuerpo y esto es sentido como una pérdida
que contribuye a aumentar la ansiedad de la separación, repitiendo una situación
ya vivida por él, cuando se desprenden las membranas fetales.
Habla de la importancia que tiene en este período del desarrollo, el dividir y
descargar sus fantasías sobre objetos del mundo externo, que representan por
identificación proyectiva, los fragmentos malos de sus objetos.

Los movimientos y los juegos son utilizados en el aprendizaje de la


realidad. Cuando estas necesidades de movimiento exploración y juego, no
encuentran satisfacción, aumentan sus impulsos agresivos, lo que determina un
incremento de ansiedades, tanto depresivas como paranoides.

Vida M. de Prego.

MICHAEL BALINT.— New Beginning and the Paranoid and the Depresive
Syndromes (El “nuevo empezar” y los síndromes paranoide y depresivo). “Int.
J. Psycho-Anal.”, XXXIII, 1952, p. 214.

El trabajo, escrito en homenaje a Melanie Klein, establece una comparación


entre los conceptos kleinianos y los del autor.
Parte de la experiencia clínica de una fase particular que se produce
regularmente después de un largo tiempo de tratamiento, en el periodo final del
análisis: se caracteriza por el deseo y la esperanza, en el paciente, de
determinadas gratificaciones muy sencillas, principalmente de parte del analista.
Este período plantea al analista un difícil problema técnico. Pero si consigue
salvar todas sus dificultades y trampas, en una atmósfera de confianza mutua,
resulta muy productivo: permite analizar estructuras rígidas, comprenderlas y
adaptarlas a la realidad, llevando a una verdadera terminación del análisis.
El autor llama ese período “nuevo empezar”, por dos motivos. El principal,
psicológico, es que el paciente parece poder renunciar, en la seguridad de la
transferencia analítica, a sus defensas, volver a un estado todavía sin defensas,
ingenuo, pretraumático, y empezar de nuevo a amar y odiar de un modo primi-
tivo, para llegar después a un modo maduro, bien adaptado, no neurótico.
Considera que este período de amor objetal primitivo o arcaico es la fuente y el
origen del desarrollo libidinal humano. Todas las formas adultas de relación
objetal son compromisos entre el deseo primitivo de ese amor y la aceptación de
una realidad desagradable o indiferente. El segundo motivo, adicional, proviene
de la biología: los estados primitivos, indiferenciados, son más elásticos y
capaces de una nueva adaptación en direcciones varias. Hay que reducir la
organización diferenciada a su forma primitiva indiferenciada para que pueda
desarrollarse una nueva adaptación.
¿Qué ocurre a los pacientes durante este período? Las ideas de M. Klein dan
elementos para contestar.
Los pacientes se comportan frente al “nuevo empezar” con mucha
circunspección. En algunos casos, nunca se puede establecer la atmósfera de
confianza mutua, a pesar de esfuerzos sinceros por ambas partes. El paciente
sigue “cuidándose” y no llega a sentir estos deseos primitivos como realidad
actual. Son pacientes que siguen profundamente convencidos que la gente es
mala, hostil, y que lo son ellos también. Su actitud recuerda lo que M. Klein
describe como “posición esquizoparanoide”. Se describiría muy bien como
“delirio de referencia”, porque todo es interpretado como referencia a la propia
persona con un significado de falta de consideración y falta de amor. El término
“paranoide” se ajusta a esa actitud, reservando los términos “persecución” y
“persecutorio” para su sentido estricto.
Silos pacientes salen de este estado, el nuevo estado es descrito
adecuadamente como depresión: un sentimiento profundo de ser malo, y de no
poder cambiar. Detrás se encuentra el sentimiento de una profunda y penosa
herida narcisística: que no son amados por lo que son. El paciente tiene que
llegar a admitir que no es realmente amable —“bueno”, en términos de M.
Klein— y empieza una lucha dura y penosa para abandonar esas partes suyas no
amables y no aceptables. Este período corresponde a lo que M. Klein describe
como “posición depresiva” y ansiedades depresivas. Difiere de la melancolía
clásica, porque su finalidad no es hacer un clivaje, sino resolverlo, y las partes
contra las cuales se lucha no son rechazadas, sino objeto de duelo. El proceso
ocurre simultáneamente en dos planos: en un plano narcisístico, en la mente del
paciente, y en el plano de la transferencia, es decir, de la relación de objeto. Esto
último sería la diferencia crucial entre los estados depresivos y la depresión te-
rapéutica (de la cual el “nuevo empezar” es un ejemplo). Como en el estado
paranoide, hay pacientes que parecen no poder recibir ayuda del analista en ese
trance, y terminan su análisis con un resultado parcial.
El “nuevo empezar” significa la capacidad para una relación de objeto sin
suspicacia, confiada y abandonada. Esto requiere dos condiciones: el abandono
de la actitud paranoide, y la aceptación de un cierto monto de depresión como
condición inevitable de la vida.
El problema que se plantea es saber si la secuencia: actitud paranoide-
depresión-amor objetal arcaico, es significativa o depende de una peculiaridad
de la técnica. Cronológicamente, si se acepta la concepción de M. Klein, hay
que abandonar la idea del amor objetal arcaico al principio de la vida e
intercalarlo entre las posiciones paranoide y depresiva por un lado y una forma
ulterior de relación objetal por el otro. Argumentos en contra de esta solución
son los rasgos narcisísticos (es decir, secundarios) de los síndromes paranoide y
depresivo; y el destino diverso de estas tres fases en el tratamiento (con la
técnica del autor): las tres tienen que ser interpretadas y elaboradas, pero
mientras las actitudes paranoide y depresiva son patológicas y tienen que ser
superadas y corregidas, el amor objetal arcaico sólo tiene que ser desarrollado
para que el amor objetal adulto surja de él directamente.
M. Klein ha introducido un concepto que debe fundarse sobre experiencias
clínicas muy parecidas a las que llevaron a la idea de la relación de objeto
primitiva: es la fantasía del “objeto idealizado”. Su descripción es muy parecida
a la del objeto arcaico o primitivo. Pero el objeto idealizado es el resultado de
un clivaje. Si se considera la interrelación entre el desarrollo de la relación de
objeto libidinal y el desarrollo de la prueba de realidad, se puede entender que la
relación de objeto primitiva requiere poca prueba de realidad, y que la
experiencia de la frustración provocaría posteriormente el clivaje entre un
objeto frustrador (que se desarrollaría como objeto persecutorio o depresivo) y
un objeto gratificador (desarrollado después como “objeto idealizado”). El amor
objetal arcaico confiado, ingenuo,
podría ser considerado como la primera fase postnatal, el centro o el punto
nodular a partir del cual irradian todos los desarrollos posteriores.
Si la adaptación real —la aceptación del displacer— sólo es posible cuando
uno puede enfrentar la depresión sin ansiedad excesiva, la posición depresiva
tiene que ser considerada como el segundo punto nodular por el cual tienen que
pasar todas las líneas de desarrollo asociadas a la adaptación. La relación entre
estos dos puntos nodulares —amor objetal arcaico y depresión normal— dista
de ser clara. Pero parece que tienen una profunda influencia el uno sobre el otro.
No se diría lo mismo de la posición paranoide y la posición depresiva,
tendría que ser considerada como más fundamental y más primitiva que la
paranoide.

Madeleine Baranger.
EDWARD BIBRING.— “Mecanismo de la depresión”. (En: Ph. Greenacre:
“Perturbaciones de la afectividad”, p. 11-36. Ed. Hormé. Buenos Aires,
1959.)

El autor comienza con una breve reseña histórica, citando las ideas de
Abraham, Freud, Rádo, Fenichel, Weiss y Jacobson, para señalar como en los
dos tipos de depresión clásicos (leve, simple o neurótica, objeto-libidinal y la
grave o melancólica, narcisista ambivalente) hay una pérdida de la
autoestimación y un mecanismo oral-agresivo común.
La depresión es la expresión emocional de un estado de desamparo o
impotencia del yo independientemente de lo que causó el colapso de los
mecanismos que establecieron su autoestimación, que en general pertenecen a
dos grupos de aspiraciones: ser digno y valorado, ser fuerte y poderoso y ser
bueno y constructivo. Las tensiones entre estas aspiraciones cargadas
narcisísticamente y la conciencia de incapacidad o desamparo (real o
imaginario) de alcanzar a estas metas, origina la depresión. La depresión toma
el sentido de “fracaso” cuando el miedo de ser indigno y desvalorizado parece
hacerse real; toma el sentido de “víctima” cuando teme poseer un yo débil que
es aplastado por las situaciones, y cuando toma conocimiento de tendencias
agresivas y destructoras, toma el sentido de “ser malo”. Estos mecanismos
pueden presentarse más o menos intrincados.
El mecanismo básico de la depresión resultante es el mismo y está dado por
una lucha intrínseca del yo entre su autoestima y su incapacidad de vivir a la
altura de sus aspiraciones (yo ideal, superyo).
En las situaciones de pérdida, la depresión se debe a la impotencia para
deshacer la pérdida.
La depresión es un estado afectivo que implica desamparo e inhibición de
funciones.
El autor diferencia la depresión (con autoestima perdida y herida
narcisística) de la despersonalización (bloqueo agudo en status nascendi de
tensiones abrumadoras) y del abatimiento (represión de deseos libidinosos
porque la solución externa sustituta ofrecida está muy lejos de los fines
instintivos perseguidos), los que se vinculan por ser estados afectivos con
inhibición.
Para el autor, la inhibición no sería una restricción para prevenir el
desarrollo de ansiedad o culpa ni un agotamiento de energías empleadas en
actividades de defensa del yo, sino una incapacidad del yo para gratificar ciertos
deseos. Por eso la asimila a la fatiga, en cuanto una persona fatigada carece del
vigor necesario para el logro de sus propósitos.
La ansiedad es lo opuesto a la depresión como respuesta básica del yo. La
ansiedad es la reacción de un yo dispuesto a sobrevivir a una situación de
peligro, es la señal que lo prepara a luchar o huir. En la depresión el yo se
encuentra incapaz de afrontar el peligro y el deseo de vivir es reemplazado por
el de morir. La elación es una reacción básica independiente y la expresión de
una realización real o imaginaria de las aspiraciones narcisísticas de la persona.
El tipo más frecuente, quizás, de predisposición a la depresión, es “el tipo
oralmente dependiente” que constantemente necesita “abastecimientos
narcisistas” del exterior. Las frustraciones tempranas originan en el niño
ansiedad y furia y si son frecuentes o intensas tiene una experiencia de su
debilidad e impotencia para abastecerse de provisiones vitales y es esta fijación
al desamparo y no la frustración oral y la subyacente fijación, la predisposición
a la depresión.
La depresión ocurre cuando, al tomar conocimiento de que no es amado ni
independiente, el sujeto regresivamente evoca sentimientos de impotencia para
gratificar sus necesidades narcisísticas.
Una depresión diferente ocurre en la fase sádicoanal, en la cual la depresión
se refiere a la falta de control, por debilidad o impotencia del yo sobre los
impulsos, tanto libidinosos como agresivos, hacia los objetos.
En la fase fálica las aspiraciones narcisísticas se encuadran dentro de la
situación edípica con rivalidad sádica y deseos de ser admirado por imágenes
maternas o sustitutas. La depresión ocurre cuando el yo es muy débil para
prevenir la venganza y la derrota inevitable.
El núcleo de la depresión, tanto normal como neurótica y probablemente
psicótica, es la conciencia dolorosa de la impotencia del yo frente a sus
aspiraciones y reactivación regresiva por fijación traumática infantil a la
impotencia por su situación de real desvalidez.
La depresión representa una reacción básica a frustraciones narcisísticas
cuya prevención está más allá de las fuerzas del yo, independiente de las
vicisitudes de la agresión de los impulsos orales. No es una desviación de la
agresión que se dirige al yo (la autoagresión es secundaria al colapso de la
autoestima) ni una predisposición por fijación oral. Hay una diferencia entre el
yo que se mata a sí mismo y el yo que se deja morir. Todo lo que disminuye o
paraliza la autoestima del yo sin cambiar sus fines narcisistas representa un
estado de depresión. Factores internos o externos, reales o simbólicos, pueden,
consciente o inconscientemente, disipar sistemas de autodecepción o incre-
mentarlos por reactivación regresiva.
Las mismas condiciones que originan la depresión pueden propender a la
restitución, por superación, y por bloqueo de la emoción depresiva como en la
despersonalización o por formaciones reactivas como la hipomanía. En las
personas oralmente dependientes la restitución se hace por mecanismos de
“incorporación” de los objetos. La depresión origina, por otra parte, ventajas
secundarias derivadas de la explotación del sufrimiento para obtener
“suplementos narcisistas” o activar justificadamente su agresión a objetos
externos.
Al recobrarse de la depresión por readquisición de la auto-estima, el yo —
fuerte— libera sus impulsos agresivos hacia los objetos (manía).
Jorge Galeano Muñoz.

EDITH JACOBSON.— “Contribución a la metapsicología de la depresión


ciclotímica”. (En: Plyllis Greenacre: “Perturbaciones de la afectividad”.)

La autora ofrece en este artículo su contribución a la metapsicología de la


depresión ciclotímica, siguiendo, según lo expresa, la misma orientación de
algunos estudios previos. Lo que quiere hacer notar, especialmente, son las
características de los ciclotímicos en el retardo psicomático: experimentada en
forma diferente a la que experimentan los neuróticos depresivos, sus
inhibiciones. Ellos parecen tener el conocimiento de la existencia de una
cualidad somática en este fenómeno.
Jacobson considera, como problema central psicológico en la depresión, el
colapso narcisístico de la persona deprimida. Para un mejor entendimiento de
este problema, hace una aclaración metapsicológica del desarrollo del
narcisismo secundario. De cuya discusión dice la autora: “lleva a la conclusión
que la autoestima no refleja necesariamente la tensión entre el yo y el superyo.
Definida de una manera general la autoestima expresa la discrepancia o el
acuerdo entre el concepto anhelado del ser y las autorrepresentaciones. Los
trastornos de la autoestima pueden originarse en cualquier fuente y representan
una patología del yo ideal y del yo autocrítico y las funciones del superyo: por -
el otro lado, una patología de las funciones del yo y de las auto-
rrepresentaciones. Un aumento o una inhibición de descargas libidinosas o
agresivas, un empobrecimiento o un enriquecimiento libidinoso del ser desde el
exterior o el interior desde fuentes somáticas, psicosomáticas o psicológicas,
pueden reducir o aumentar la catexis libidinosa o agresiva de las
autorrepresentaciones y llevar a fluctuaciones de la autoestima y vacilaciones
afectivas correspondientes, es decir, a estados depresivos o exaltados”. Luego
termina la discusión del narcisismo secundario, con comentarios sobre las
relaciones entre funciones o inhibiciones del yo y la catexis de las
representaciones del ser y del objeto.

Esta discusión sobre narcisismo secundario, y de las autorrepresentaciones y


sus relaciones genéticas con las representaciones del objeto y con la formación
del superyo, han sido expuestas por la autora para luego abordar el estudio
metapsicológico de la depresión ciclotímica; haciendo, antes, una
esquematización de su concepción metapsicológica de la psicosis. Dice
Jacobson: “por su constitución heredada y las historias infantiles de privaciones
emocionales y sobre estimulación instintual y/o frustración, estos pacientes
están evidentemente predispuestos a estos procesos regresivos totales por un
desarrollo detenido, o defectivo del yo y del superyo. Nos parece que el
elemento central en esta predisposición es una neutralización de fuerzas
libidinosas y agresivas, insuficientes para una maduración normal, para una
catexis duradera de representaciones del ser y del objeto y del mantenimiento de
firmes identificaciones del yo y del superyo. En la personalidad prepsicótica las
autorrepresentaciones y las del objeto y el yo ideal no serán separadas
rigurosamente; ellas retendrán atributos de autoimágenes infantiles y de imá-
genes infantiles del objeto, y serán los portadores de valores primitivos
infantiles como los descritos en la primera parte de este trabajo. El superyo no
será un sistema firmemente integrado. Estará personificado, inestable en sus
funciones, y tenderá ya sea a asumir control excesivo del yo o ya a
desintegrarse, disolverse y a surgir con las autorrepresentaciones y las del
objeto. Será fácilmente proyectado sobre el mundo exterior
Luego, pasa a estudiar los fenómenos puntualizados anteriormente, en la
forma que aparecen en la personalidad maníacodepresiva. Para ello escogió
como punto de partida un caso, cuya estructura de la personalidad y del
desarrollo del conflicto depresivo y de la defensa y los mecanismos de
restitución, se ven en un sueño de este paciente, que estaba en el principio de
una depresión. De su análisis se encuentra lo que se considera una característica
de estos pacientes: la separación insuficiente entre las representaciones del
objeto de amor y las autorrepresentaciones, la falta de límites netos entre ellos,
que explican la fuerte fijación del paciente hacia los objetos de amor paternales.
Por último, en el esquema de este trabajo, la autora expone como problemas que
ha tratado de explorar, los siguientes: “dónde, en la depresión psicótica, estas
funciones, es decir, introyecciones, se llevan a cabo desde el punto de vista
estructural y qué significan con respecto a la desintegración de los sistemas del
yo y del superyo. Esto es por lo cual quisimos concentrarnos en los aspectos
siguientes: el concepto de las autorrepresentaciones y su importancia para el
entendimiento del tipo depresivo de identificación, las fluctuaciones y cambios
catécticos de las autorrepresentaciones hacia las representaciones de objeto y
viceversa, y las funciones entre sí; la lucha del maníacodepresivo para mantener
y recobrar su posición de participación en la fuerza de su objeto de amor
durante el período depresivo; y finalmente, la formación sintomática
melancólica como una expresión de sus -últimos y fracasados esfuerzos de
restitución de un objeto de amor poderoso en el superyo”.

Martha Lacava Meharu.


ELIZABETH ROSENBERG ZETZEL.— “La posición depresiva”. -. (En:
Phyllis Greenacre: “Perturbaciones de la afectividad”.
Trad. Alfonso Madrazo. Ed. Hormé. Buenos Aires, 1959.)

Este trabajo constituye un ensayo de evaluación crítica de la obra de


Melanie Klein, focalizado esencialmente sobre su concepto de la posición
depresiva.
Formula, primero, las tres premisas que le parecen básicas en la
construcción teórica kleiniana: la existencia de una vida de fantasía compleja e
innata en el lactante; la existencia de un instinto primario de muerte; la
introyección y la proyección como mecanismos primarios de la vida psíquica.
Se plantea dos problemas principales: ¿en qué medida depende el concepto de la
posición depresiva de las otras premisas e hipótesis formuladas por M. Klein?,
y: si las críticas hechas por otros autores a estas teorías invalidan
necesariamente el concepto de la posición depresiva.
En cuanto al primer punto, la autora estima que no es imprescindible
aceptar o rechazar la construcción kleiniana como una totalidad. Menciona y
acepta las críticas de Bibring sobre el contenido edípico específico de los
conflictos y fantasías durante el primer año de vida, las de Glover sobre la
acentuación de los instintos agresivos y la definición kleiniana de la fantasía,
pero no piensa que estos argumentos invaliden necesariamente la posición
depresiva. (Haríamos notar aquí que la definición que da la autora de este
concepto difiere sustancialmente de la definición de Klein, limitando así su
aceptación de la posición depresiva.) Critica también el relativo abandono del
concepto de narcisismo primario por M. Klein. Pasa entonces a discutir la
concepción kleiniana del superyo precoz, comparándola con la de Edith
Jacobson: ¿cómo conciliar la idea clásica de que el superyo es el heredero del
complejo de Edipo con las características pregenitales del superyo depresivo?
Dos soluciones se presentan: o existe un superyo pregenital (M. Klein) o el
superyo genital se carga regresivamente de caracteres pregenitales (Edith
Jacobson), reactivando introyecciones pertenecientes a períodos más tempranos.
En la segunda parte del trabajo, la autora se pregunta si la posición
depresiva puede considerarse, como lo hace M. Klein, como un fenómeno
normal en la vida infantil.
Klein admite que las diferencias entre depresión y melancolía son de grado,
no de esencia. Al contrario, la autora estima que existen entre ambas afecciones
una diferencia esencial debida en parte a factores constitucionales. Rechaza la
idea kleiniana de una fase universal de la vida infantil que diera lugar tanto a la
melancolía como a las depresiones y a los fenómenos de duelo. Sin embargo,
reconoce el carácter ambivalente de las primeras relaciones de objeto, y la
propensión de los infantes a reaccionar por sentimientos depresivos cuando
llegan a constituir un objeto total. Sugiere reemplazar el término de “posición
depresiva”, que le parece “infortunado”, por el de “vulnerabilidad depresiva
En conclusión, considera las hipótesis de Melanie Klein como “dinámicas y
estimulantes”, pero “no comprobadas”.

Willy Baranger.

GEORGE GERO.— “Un equivalente de la depresión: La anorexia”. (En:


Phyllis Greenacre: “Perturbaciones de la afectividad”.)

George Gero comienza este capítulo tratando de aclarar el título del mismo,
diciendo que a iguales condiciones neuróticas con rasgos esenciales de
depresión, corresponden diferentes síntomas, y que, justamente, el estudio
comparativo de éstos nos daría elementos para aclarar la elección de síntomas.
Va a estudiar un caso de anorexia severa por considerar poco frecuente este
síntoma en relación con situaciones depresivas de base. Destaca que, sin
embargo, son frecuentes otros síntomas relacionados a la ingestión de alimentos
en los deprimidos.
Pasa luego a describir el caso clínico que utiliza como base de este trabajo.
Era una mujer cuya anorexia la llevaba por períodos a un estado esquelético
extremo. Tenía además otros síntomas fóbicos que le impedían su buena
actuación en la vida social.
Tenía dos preocupaciones fundamentales: su anorexia; y su cuerpo, su
delgadez; se consideraba “tan infantil y tan delgada que casi no tenía cuerpo”.
En los sueños expresaba fantasías de avidez canibalísticas y coprofalia:
estaba en banquetes y comía grandes cantidades de comidas que se
transformaban en niños o eran cosas de un basurero.
Estaba insatisfecha con su vida porque a pesar de que tenía éxito en sus
negocios y era apreciada por sus amigos, se sentía aislada y sola; le costaba
establecer relaciones con hombres. A pesar de que sus quejas eran basadas en
hechos reales, Gero destaca que había en su forma de expresarlo una actitud de
autoindulgencia con su sufrimiento, lo que habla de un claro masoquismo.
Había tenido una mala relación con su madre. A la edad de cinco años nació
un hermano que la madre deseaba mucho, dado que eran dos niñas. En esta
época surgen los trastornos alimenticios.
En el curso del tratamiento se vio la relación de su reacción espástica de su
digestivo frente a la comida, con la misma reacción de su genital frente al pene.
Era mantener el pene fuera y no comerlo. Por otra parte, comer era ser grande,
ser la madre y cumplir con su función femenina, pero masoquísticamente.
Trajo este caso para hacer un estudio comparativo entre anorexia y
depresión. Subraya el concepto de E. Bibring de que el sentimiento de
impotencia para traer nuevamente el objeto perdido, es la esencia de la
depresión. En la paciente estudiada, su tristeza estaba basada en el sentimiento
de que nadie la iba a querer, pero que ocultaba su temor a la relación con los
hombres. Se vio, a través de la transferencia, que temía por ella misma,
viéndose claramente, cómo repetía la desilusión por la pérdida de su padre. El
aspecto negativo de su cuerpo era comparado con el de la madre. Al mismo
tiempo dividía el cuerpo de la madre en uno mágico, capaz de crear, y por otra
parte, feo y despreciado.
Hay, como se ve, una evidente relación entre conflictos orales y edípicos.
Surgieron durante su análisis fantasías masturbatorias de morder y destruir el
pene, como reacción a su deseo masoquista de ser destrozada genital-mente por
un hombre.
Saca de estas observaciones, como conclusión, una diferencia con Abraham,
con respecto al punto de fijación oral y la significación de la depresión y la
melancolía. Gero ve una coexistencia de elementos orales; es decir, no sólo
sádicos, sino libidinosos; y que el impulso de incorporación no es necesaria-
mente hostil, puede estar determinado por la necesidad de fundirse
afectivamente con el objeto. La diferencia entre incorporación total y parcial no
tiene la importancia que le atribuía Abraham. En la paciente descrita no se
encontraron tendencias a morder en su infancia, sus tendencias oral-sádicas, se
establecieron en relación a fantasías de ataque al cuerpo de la madre con un
fuerte contenido libidinal.
Diagnostica a su paciente como perteneciendo al grupo de trastornos de
carácter depresivo (de acuerdo a las recientes teorías) y como tal aparecen sus
autoacusaciones con una estructura diferente a las otras entidades clínicas de la
depresión. Es de mucha importancia en esto la actuación del superyo. En este
caso el superyo reprime los impulsos libidinales para evitar amar y ser amada, y
luego el yo reclama consuelo por esto.
Por último discute la cronología de la formación de la estructura patológica.
Por un lado, la paciente, la ubicaba a los cinco años (nacimiento del hermano).
En los sueños aparecían los impulsos sádicos dirigidos al cuerpo de la madre en
una etapa preedípica. Pero, por otro lado, la idea de destrozar algo de dentro del
cuerpo de la madre y comérselo, está en relación a la envidia del pene. En todos
los sujetos deprimidos, como en el presente caso, hay una gran conexión entre
ansiedad de separación y ansiedad de castración. Otra característica de estos
casos, es que el proceso patológico se mueve hacia adelante y hacia atrás; es
decir, que fases posteriores influyen en las anteriores en la misma forma que
éstas contribuyen en la formación de las que le siguen.
Los conflictos orales influyen y determinan la severidad del superyo;
también el masoquismo tiene un papel importante en la formación severa del
superyo; como ocurre por otra parte en los deprimidos. Destaca su concepto de
que el masoquismo tiene su origen independiente: “no es meramente el retorno
del sadismo hacia el interior”.
Mercedes F. de Garbarino.

JOHN BOWLBY.— Processes of mourning (Procesos del duelo). “Int. Jour. of


Psa.”, Vol. XLII, parts 4-5, 1961.

En este denso y elaborado trabajo, el autor acepta como definición del


duelo: “los procesos psicológicos puestos en marcha por la pérdida de un objeto
amado, y que llevan comúnmente a su abandono”. El autor centraliza su estudio
sobre los puntos siguientes: 1) La naturaleza de los procesos involucrados en el
duelo normal. Discrimina tres etapas principales en el proceso del duelo, sobre
las cuales volveremos más adelante. El estudio de estas tres etapas constituye el
propósito principal del trabajo. 2) ¿Cómo dar cuenta del carácter
extremadamente penoso del duelo? Se oponen aquí dos enfoques
psicoanalíticos: el primero atribuye este carácter al sufrimiento persistente por
la pérdida del objeto; el segundo (Melanie Klein) insiste sobre el sentimiento de
culpa y el temor a la venganza del objeto. El autor se adhiere a la primera de
estas posiciones. 3) La relación entre el duelo y la angustia. El autor acepta la
idea que el prototipo de la angustia es la reacción del niño frente a la ausencia
temporaria de la madre, y que el prototipo del duelo es la reacción del niño
frente a una ausencia de la madre que se vive como definitiva. 4) ¿Cuáles son
las motivaciones presentes en el duelo? Lo esencial parece ser la necesidad de
recuperar el objeto: el duelo es “un desesperado grito de amor”. Aquí también el
autor se opone radicalmente a las conclusiones de Melanie Klein. 5) El papel de
la ira y del odio en el duelo. El autor admite (en contradicción con Freud) que la
ira contra el objeto de amor es inevitable y universal, y que, por consiguiente, la
ambivalencia es parte integrante del duelo normal. 6) La diferencia entre el
duelo normal y el duelo patológico. La solución del problema debe buscarse en
una fijación a la primera de las fases que se describen más abajo. 7) ¿En qué
nivel del desarrollo y mediante qué procesos llega el individuo a un estado que
le permita después responder a la pérdida en forma adecuada? El autor rechaza
aquí el concepto kleiniano de la “posición depresiva”, y admite que la capacidad
de tolerar la pérdida se va creando en todo el curso del desarrollo. Parece así
suponer que, en la perspectiva kleiniana, la posición depresiva se supera una vez
por todas durante el primer año de vida (a pesar de las indicaciones de Klein en
sentido contrario).
Sigue el trabajo con el examen de diversas contribuciones al estudio del
duelo: las de Freud, Melanie Klein, Lindemann, Edith Jacobson.
El autor pasa entonces a examinar las conductas de duelo en los animales,
encontrando que se observan en ellos las conductas características destinadas a
recuperar el objeto, las conductas de retraimiento y de odio para con el objeto,
faltando quizá la capacidad de identificarse con el objeto perdido para que el
duelo sea en todo aspecto semejante en el animal y en el hombre.
El aporte más original del trabajo es sin duda la descripción de las tres fases
del proceso normal del duelo. Este empieza por un período de intentos
desesperados de recuperar el objeto, sigue por un período de apatía y de
desorganización del comportamiento, y termina con el establecimiento de una
nueva organización más o menos estable.
La primera fase: Todo duelo comienza por una no-aceptación de la
desaparición o de la muerte del objeto, y por un esfuerzo del yo para reunirse
con su objeto. Se sigue actuando como si la persona perdida estuviera presente,
lo que se puede observar en la producción de pensamientos, fantasías, sueños,
donde el objeto aparece como si todavía estuviera vivo y accesible, como si la
pérdida no hubiera tenido lugar. En este contexto, el llanto que acompaña el
duelo debe ser entendido como una reacción adaptativa destinada onto y
filogenéticamente a provocar en forma mágica la reaparición del objeto. Estas
reacciones se acompañan de cólera contra el objeto muerto o desaparecido. Esto
es también una reacción adaptativa (desde luego de carácter mágico) destinada a
prevenir toda recidiva del objeto en el abandono. La ira se manifiesta también
hacia las personas que ofrecen consuelos, porque tienden a hacer aceptar el
duelo, en vez de devolver lo perdido. En resumen, nuestra primera defensa
frente a la pérdida es un poderoso mecanismo de negación, y aceptamos la
pérdida del objeto tan sólo en una capa superficial de nosotros mismos. Al
mismo tiempo, acusamos el golpe y recurrimos a técnicas mágicas (fantasía, ira,
llanto) para recuperar el objeto en un proceso de regresión. La primera fase del
duelo nos lleva a un estado donde tratamos al objeto perdido en forma doble y
contradictoria, como un muerto al cual tenemos que renunciar, y como un vivo
con quien nos queremos reunir.

Fase de depresión o desorganización: Esta fase comienza cuando,


impulsados por el fracaso de nuestros esfuerzos para mantener al objeto vivo,
renunciamos a ello y nos sumimos en la desesperación. Se experimenta
entonces la pérdida de fines en el mundo externo y de direcciones en el mundo
interno, de donde una vivencia de desorientación y de apatía. La inactividad de
la persona en duelo corresponde a las dos primeras fases:
en la primera, porque tiene una tarea imposible, en la segunda, porque ya no
tiene más tarea alguna. Sin embargo, esta segunda fase aparece como
adaptativa: la desorganización es necesaria si se quiere proceder a una
reorganización.

Fase de reorganización: Aquí se produce el abandono real del objeto. El


proceso esencial de este tercer período es la discriminación entre los patrones de
conducta que deben ser claramente abandonados y los que pueden ser
razonablemente mantenidos. Por ejemplo, se abandonan costumbres caseras que
tienen su sentido sólo si el objeto es físicamente presente, pero se pueden
mantener valores o perseguir fines que han sido desarrollados en relación con la
persona perdida, y pueden seguir valederos después de su muerte. El objeto
perdido no es por lo tanto abandonado al principio en forma total, y lo es
paulatinamente con el tiempo. Pero una cierta barrera existe entre los sistemas
de respuesta instintivos y el objeto perdido mismo.
Es lo que se pudo observar en casos de mujeres cuyos esposos fueron
erróneamente declarados como muertos en combate y reaparecieron después de
un prolongado tiempo de “viudez”. En todos los casos hubo una marcada
dificultad en retomar contacto con el objeto perdido, siendo a menudo imposible
rehacer el matrimonio. Esta fase lleva a una reorganización de la conducta en
relación con nuevos objetos y nuevos fines distintos de los que se han perdido.
Willy Baranger.

G. H. POLLOCK.— Mourning and adaptation (Duelo y adaptación). “The


International Journal of Psycho-Analysis”, Vol. XLII, July-October, 1961.

El autor enfoca el duelo como un proceso tendiente a mantener el equilibrio


psíquico (interno), desajustado por una alteración sobrevenida en el medio
exterior. Señala que ya Freud había enfatizado, desde un primer trabajo con
Breuer hasta en “Más allá del principio del placer”, el postulado de la constan-
cia de excitación que, en el campo de la Psicología, respondía a la constancia
del medio interno que C. Bernard introdujo en el terreno físico químico. Una de
las características más fundamentales de los organismos vivos es su capacidad
para las respuestas adaptativas que le permitan mantener el equilibrio con el am-
biente. Por supuesto que esas funciones son el producto de una larga evolución
filogenética. Así, el autor, partiendo de lo establecido por Freud acerca de los
dos principios que regulan la actividad mental, señala que, en las especies
inferiores al hombre y en el niño, los procesos adaptativos se canalizan según el
principio del placer, en tanto que en el hombre maduro, con un yo más
integrado, aquéllos funcionan de acuerdo al principio de realidad, utilizando
procesos más complicados que la simple descarga motriz, como son los
pensamientos, con la representación interna de los objetos, y la memoria.
De esto se deduce que la adaptación psicológica puede ocurrir en planos
distintos y adquiere un significado, tanto filogenético como ontogénico, de
importancia. En el duelo, lo que pone en marcha el proceso que permite al
organismo adaptarse a la nueva situación, es la pérdida de una relación objetal
por desaparición del objeto. En algunos animales y en el niño pequeño donde
puede ser fácil la sustitución del objeto perdido, la tarea de adaptación se
cumple, en general, sin grandes dificultades. Pero cuando dicho objeto tiene un
significado más pleno y rico como sucede en el humano adulto, el proceso es
más largo, más penoso y más complicado.
Pollock divide este proceso en tres etapas: 19) el shock; 29) la reacción de
dolor, de’ pena; 30) la reacción a la separación.
El shock se vincula a la toma de conciencia, por parte del sujeto, de la
desaparición del objeto: éste ya dejó de existir en el tiempo y en el espacio. El
brusco desequilibrio que esta situación implica, puede llevar hasta el pánico
(que se manifiesta en gritos, alaridos, etc.) o traducirse por un verdadero colapso
psicomotor. “La conducta en este shock, dice el autor, indica una regresión
aguda a un nivel temprano de organización del yo” y agrega más adelante “el yo
está narcisísticamente inmovilizado.”
Esta reacción de shock es tanto más intensa cuanto mayor es la brusquedad
o el carácter repentino de la muerte del objeto. Cuando esta última sobreviene al
cabo de una larga enfermedad, la respuesta varía en intensidad, aunque, desde
luego, el shock siempre se produce. Muchas veces puede, incluso, anticiparse a
la muerte, como ocurre en aquellos casos donde el deceso tiene lugar luego de
una dolencia fatal, el yo, entonces, puede reaccionar más gradualmente y
cuando se produce la muerte, la mayor parte del trabajo de adaptación ya ha
sido realizada.
La segunda etapa del duelo, que sucede al shock, la constituye la reacción
de la pena. Esta puede manifestarse en forma muy ruidosa con la aparición de
múltiples formas de expresión no verbales (llanto, gritos, gemidos, etc.) que en
última instancia, traducen el dolor provocado por la pérdida (reconocida como
definitiva) del objeto. En un primer momento ese dolor puede ser la expresión
de las catexis no liberadas o no descargadas por ausencia del objeto: todo esto
sucede en el plano del principio del placer. A medida que el yo se integra y
entra en juego el principio de realidad, los procesos que se movilizan dan como
resultado la disminución o desaparición del dolor.
La tercera y última etapa es la de la reacción de separación. Es aquí,
especialmente, donde la existencia de conflictos intrapsíquicos aún sin resolver,
interfieren en el desarrollo normal del duelo, dando lugar a diversas
manifestaciones patológicas. Así, por ejemplo, la ausencia de un verdadero
penar, como si la desaparición del objeto no hubiera sucedido. Hay en estos
casos una incapacidad del yo para reconocer la ausencia definitiva del objeto.
Este último puede mantenerse bajo la forma de un objeto interno con el que el
paciente mantiene un diálogo, más o menos vivo, del cual le es imposible
desprenderse, por lo penoso, y que configura una negación de la realidad. Esta
situación se produce cuando, debido a una pobre integración del yo, la
representación interna del objeto, sobrecargada ahora como consecuencia de la
pérdida del objeto real, puede ser proyectada alucinatoriamente. El autor vincula
estas vicisitudes a los procesos de introyección y asimilación o identificación.
En una relación objetal normal, con una buena y total asimilación, el proceso de
duelo termina espontáneamente y es de corta duración. Lo que se encuentra en
el fondo de la negación de la muerte del objeto externo, es siempre la presencia
de su representación interna encapsulada, con la que se mantienen las mismas
relaciones, lo cual conduce a que se perpetúe también como objeto externo.
Señala el autor, que el dolor, como reacción a la pérdida del objeto, y la
ansiedad, como reacción a la amenaza de una separación permanente, tal como
lo formular a Freud, no se excluyen necesariamente. La muerte del objeto
provoca dolor y ansiedad porque una parte del yo, que no puede aceptar la reali-
dad de la pérdida, sigue viviendo esa situación como una amenaza de pérdida y
de ahí la ansiedad; en tanto que otra parte del yo, que regresa al plano
operacional del principio del placer, experimenta dolor debido a la ausencia del
objeto. Otro elemento que integra muy a menudo la reacción de separación, es
la rabia, que expresa el grado más o menos vivo de frustración, experimentado
por el sujeto ante el abandono. Dirigida directamente al objeto es típicamente
una modalidad infantil; pero en los adultos suele desplazarse hacia otros: por
ejemplo, los médicos, el personal hospitalario, el empresario de pompas
fúnebres, etc.
En los procesos de duelo prolongado, la rabia, fusionada con el pesar, puede
manifestarse a través de verdaderos rituales de expiación y culpa. Para Pollock,
la ira indica que la pérdida es reconocida como real, y significa un intento del
yo para dominar
el shock, el pánico y la aflicción; y por esta razón la considera como de
naturaleza narcisística. La ansiedad por la separación puede manifestarse de
muchas maneras. Así, algunas personas experimentan una particular resistencia
a alejarse del cadáver y luego del sepulcro: tienen a veces la impresión de que el
muerto aún respira y ejecuta ciertos movimientos. A esta actitud responde
también la conducta asumida por los deudos, de conservar intactas las
pertenencias del difunto, tal como existían al enfermarse, como si este último
estuviera siempre presente.
Como lo indica Freud, la tarea fundamental del duelo es la liberación de las
catexis del objeto interno y su utilización para cargar nuevos objetos. Este
proceso puede detenerse en distintos niveles o proseguir exitosamente hasta su
liquidación. Paulatinamente se pasa de lo que Pollock considera la etapa aguda
del duelo (shock, aflicción, dolor, reacción a la separación y el comienzo de la
liberación de catexis junto con el reconocimiento de la pérdida del objeto), a la
fase crónica, durante la cual se establece el proceso de adaptación a las nuevas
condiciones ofrecidas por el ambiente; proceso que el autor estima característico
del ser humano. y que implica la diferenciación intrapsíquica y la representación
del objeto; la memoria y los procesos secundarios del pensamiento acordes con
el principio de realidad.
Finalmente, el autor hace referencia a las respuestas de las especies
inferiores al hombre ante la muerte. Como lo señalamos al principio, en
términos generales, dichas respuestas se limitan a la fase preliminar o aguda del
duelo.

Rodolfo Agorio.

DANIEL W. BADAL.— The repetitive cycle in depression. “The International


Journal of Psycho-Analysis”, Vol. XLIII, pp. 133-141, 1962.

El autor resume en este artículo el tratamiento psicoanalítico de una


paciente que sufría de episodios depresivos anuales, entremezclados
ocasionalmente con estados hipomaníacos de intensidad media.
Este tipo de esquema repetitivo, común en las depresiones, no ha sido hasta
ahora explicado satisfactoriamente, debido a que la mayoría de los autores
refieren sólo episodios aislados. En este caso, el tratamiento, que tuvo una
duración total de siete años, pudo continuarse aun durante los períodos de gran
depresión.
Diagnóstico e historia.— Ruth W., de 26 años de edad, sufría desde años
atrás de episodios depresivos que se repetían casi todos los años. En dos
ocasiones había sido tratada con electroshock con mejoría temporaria. Entre los
estados depresivos, se intercalaban, además, en forma bastante regular, períodos
de hipomanía, durante los cuales la enferma intentaba abandonar el tratamiento,
se endeudaba o entraba en aventuras amorosas. En un período de relativo
equilibrio mental había contraído matrimonio, pero después de varios meses y
en ocasión de una depresión, se había separado del esposo, regresando al hogar
para ser cuidada por una hermana casada.
La historia de su vida anterior señalaba una notoria falta de sociabilidad. El
hermano, dos años mayor, era considerado por la enferma como el más feliz,
porque “éste es el mundo de los hombres”. La hermana, un año menor, había
sido favorecida por su madre por tener un defecto físico (estrabismo). El padre,
gran lector, gustaba discutir de política. Trabajaba intensamente como sastre,
pero con poco éxito económico. La hostilidad y frustración de la paciente
estaban dirigidas fundamentalmente hacia su padre y hermano. La aparente
indiferencia de su padre era una fuente de hostilidad e ira de la paciente que
tenía además una fantasía de independencia frente a su padre, no concordante
con los hechos reales.
La madre, enferma cardiaca crónica, no pudo dar a sus hijos mucho amor e
interés. La paciente siempre sintió que la madre daba poca importancia a sus
propios hijos. La madre de Ruth, murió cuando ésta tenía 13 años.
Durante la adolescencia Ruth se inclinó hacia los libros en forma muy
acentuada, pero esto le exigía un gran .esfuerzo. También tenía aspiraciones
teatrales (deseaba ser como Sarah Bernhardt), pero sus ensayos en este sentido
la dejaban exhausta. No existía en su vida una dirección heterosexual clara y no
había dejado mucho tiempo para los hombres. También en la adolescencia se
había vendado los senos para evitar parecer mujer. Entre los recuerdos infantiles
estaba el de la enuresis de su hermana. La paciente recordaba el olor a orina las
dos niñas dormían juntas a los pies de la cama del hermano.) asociado al
recuerdo de los pies de su hermano, a su olor, y a la fantasía de morder sus
dedos. Asociaba los hombres con la suciedad y con la visión sucia del sexo. El
papel de la mujer era, además, para ella, ignominioso y peligroso. Tenía la
fantasía que el padre había matado a la madre permitiéndole deshacerse tra-
bajando. También manifestó la fantasía que el padre le había sacado el pene a la
madre.
Estadios iniciales del tratamiento.— Ruth llegó al análisis a la edad de 26
años. Seis meses antes había tenido que interrumpir el tratamiento, iniciado con
otro analista, por una intensa depresión. Al comienzo se presentaba muy
deprimida y con apariencia de abandono físico. Manifestaba intensa hostilidad
contra su esposo, que luego dirigió hacia los demás: padre, madre, hermana y a
su analista anterior. Expresaba, además, que mientras se había mantenido lejos
de los hombres, había marchado bien.
Se divorció poco tiempo después. Se fue deprimiendo progresivamente al
punto que la familia, por consejo del analista, la internó en el hospital donde
había sido tratada dos años antes. Allí se le trató con electroshock. Después de
este tratamiento, volvió al análisis, sintiéndose, según sus expresiones, “90 %
mejor”. Tenía evidentemente menos tensión y depresión, pero persistían las
mismas ideas anteriores, las quejas de su padre y de su trágica infancia, etc.
Pocos meses después volvió a deprimirse en forma todavía más intensa. Se hizo
evidente, a esta altura del análisis, que se trataba de una paciente con un ego
débil. El espacio de tiempo entre las depresiones, en general de pocos meses, no
permitía realizar progresos a través del análisis. Aún en los períodos libres tenía
un juicio pobre y todo lo que hacía era un “acting out” de sus fantasías
inconscientes. Todas las dificultades en esos períodos se externalizaban y
proyectaban en otros, como una defensa hermética. La única salida posible era
continuar el análisis en el período de depresión. Con el tratamiento se había
hecho más accesible durante el ataque y sus pensamientos se expresaban
fácilmente. Se arregló, entonces, que fuera admitida en el hospital, ya que la
depresión hacía necesario que otros se ocuparan de su cuidado. En el comienzo
las sesiones consistieron simplemente en escuchar el diluvio de su ira y cólera
por las privaciones de la infancia, reales o fantaseadas. Luego, con el
incremento del número de horas (tres a cinco semanales) y a medida que
avanzaba el análisis, se vio que la razón de su hostilidad estaba en que el
analista le había permitido entrar en relaciones amorosas con un hombre y lasti-
marse. Por primera vez pareció posible poner algún orden en el caos, a medida
que la paciente mostraba signos de una transferencia positiva. Después de una
semana mejoró lo suficiente como para dejar el hospital e ir a vivir a casa de su
hermana.
El problema de la repetición.— A pesar de los progresos realizados en el
análisis, se vio, después de’ un tratamiento de dos años y medio, que la
naturaleza cíclica de la enfermedad no había cambiado y la enferma continuó
deprimiéndose anualmente durante cuatro años más. Estos episodios requirieron
hospitalizaciones por períodos hasta de tres meses, durante los cuales se
proseguía el análisis. La intensidad de la depresión, aunque era lo
suficientemente intensa como para inmovilizarla casi completamente, no le
impedía hablar durante las horas analíticas y gritar su dolor e ira cuando en su
desesperación localizaba la agresión en el analista. El material que traía en esos
períodos cambió gradualmente bajo la influencia del análisis, pero solamente
después que sus defensas fueron traídas una y otra vez a la conciencia. Esas
defensas eran fundamentalmente: 1) proyecciones, 2) “acting out” de las
fantasías, 3) regresión.
Manejo del “acting out”.— Cuando la enferma ingresó al hospital y se
impidió el “acting out”, se logró un progreso importante, ya que muchas
fantasías que la hubieran hecho actuar fuera del hospital, se manifestaron sólo
en esta forma.
Su retiro al hospital pudo ser analizado como una repetición de un estímulo
de la cama de su hermana, y de las ocasiones en que se encontraba mojada por
la orina de aquélla, que aparentemente despertaron deseos sexuales que ahora
volvían en su depresión. También fue posible reconstruir situaciones más tem-
pranas, cuando su ansiedad comenzó. Su subsiguiente vuelta a la hermana era
una tentativa para consolarse.
Su curiosidad sexual y ansiedad sobre el papel femenino comenzaron en la
temprana niñez. A menudo sabía cuándo sus padres tenían relaciones sexuales.
Conocía la enfermedad de la madre y las riñas de sus padres y se preguntaba
cómo podían tener relaciones sobre esas bases. Le era imposible identificarse
con la madre enferma sin una extrema ansiedad. El papel femenino estaba
definitivamente fuera. El refugio de la cama de su hermana fue de gran alivio
entonces. Un esquema repetitivo estableció que se hizo el mecanismo por el
cual ella escapaba de las heridas y frustraciones, retrayéndose en la cálida
intimidad física de su hermana.
A medida que las represiones disminuyeron y la depresión fue suprimida
como defensa, se hizo manifiesto que la paciente había tenido una seria
desorganización en el control del ego y dirección de los impulsos pregenitales.
También el análisis permitió ver con claridad las causas de las dificultades
de la enferma en el trabajo y con el dinero.
Factores económicos.— En esta observación, la cantidad de energía
distribuida en las funciones pregenitales y en las zonas corporales era muy
grande. En las etapas iniciales de cada depresión, existía una intensa excitación
oral. Luego, a medida que la depresión se intensificaba, el cuerpo entero se
cargaba de excitación. El alejamiento social de la paciente era, por fin, seguido
de la conciencia narcisística del self. Muy poca libido quedaba así para investir
objetos externos. Durante el periodo de mejoría la cantidad de libido investida
en el analista aumentó gradualmente y en la misma forma el mundo externo que
aquél representaba. Pero esta constelación es todavía frágil en la paciente, ya
que su amor a su propia femineidad todavía depende mucho de cómo es querida
por otros. Será necesario remover en el análisis el odio para la parte femenina de
ella y para el responsable del estado de castración de la mujer, fun-
damentalmente el padre. El gran problema en la terapia de los deprimidos es
hasta dónde, ese gran odio, tan extendido en todas las relaciones objetales,
puede ser disminuido.
Si bien el autor señala en el trabajo las variadas defensas de la paciente,
advierte que el núcleo, el Edipo negativo, aún queda.
Problema de técnica.— El autor indica que no se aplica un psicoanálisis
“standard” cuando el analista se ve forzado a intervenir en la vida del paciente
en la medida de tomar decisiones por él: por ejemplo, en este caso hospitalizarlo
o insistir en la continuación del tratamiento cuando en la etapa hipomaníaca
quiere interrumpirlo. Pero esta diferencia fue lo que hizo aquí posible continuar
el tratamiento durante un largo período y lograr considerable ayuda.
El concepto de Eissler y la formulación de un parámetro de una técnica es
señalado así: . . . si es para llenar las condiciones que son fundamentales en
psicoanálisis: 1) un parámetro debe ser introducido solamente cuando está
probado que la técnica básica modelo no es suficiente; 2) el parámetro no debe
pasar el mínimo inevitable; 3) un parámetro se usa solamente cuando finalmente
lleva a su propia autoeliminación.
Las condiciones 1 y 2 fueron cumplidas en este caso, pero la tercera no lo
está porque la transferencia no está aún totalmente resuelta y comprendida. Sin
embargo, gran parte de la autoridad requerida al analista ha sido tomada por el
propio ego de la paciente, parcialmente por identificación y parcialmente
gracias a los cambios hechos posibles por el análisis.
El autor se extiende luego en el problema del diagnóstico nosológico,
haciendo consideraciones sobre las depresiones neuróticas y psicóticas. La
depresión y manía han sido extensamente estudiadas psicoanalíticamente,
especialmente el ataque individual, el carácter depresivo y las fuerzas
libidinales. Cita los trabajos de Abraham (1912), de Freud (1917), de Rádo
(1928), etc. Los progresos en el conocimiento de la enfermedad depresiva son,
en cierta extensión, una amplificación del trabajo original de Freud sobre la
naturaleza de las relaciones objetales en esta situación, donde no se observan
verdaderas identificaciones, sino introyecciones de objetos ambivalentes. Este
proceso tiene su punto de partida en las frustraciones ocurridas en el estadio oral
del desarrollo, de tal modo que la etapa posterior genital se ve grandemente
comprometida. Bychowski, más recientemente, describe el estado crónico
depresivo como un estado límite, con el peligro siempre inminente de entrar en
la depresión franca, a semejanza del mecanismo de la esquizofrenia latente, que
puede ir a un estado prepsicótico o psicótico.
Conclusión.— La paciente había vivido la vida entera bajo la influencia de
una constelación de fantasías inconscientes sobre un tema central: 1) nadie la
había querido realmente; 2) la mujer es un ser desvalorizado; 3) el mundo es de
los hombres. Una formación reactiva de ambiciones en desacuerdo con la reali-
dad, dominó su adolescencia y una irrupción de estas ideas en la conciencia
caracterizaba sus depresiones En los períodos de excitación trataba de mantener
sus fantasías por medio del “acting out”. El cuadro representa un estado crónico
de insatisfacción dentro de la personalidad, muy característico de esta clase de
pacientes, tanto en la depresión aguda como entre los episodios depresivos. En
la depresión misma el ciclo entero parecía ser como un brote de varios meses de
duración. Cuando llegaba al agotamiento y había desahogado su cólera hacia las
figuras parentales, en el ambiente, la crisis lentamente se calmaba. Pero debido
a la naturaleza crónica de insatisfacción de su situación interna (los deseos
orales) podía entrar nuevamente _ en la depresión en cuanto comenzara a sentir
la insatisfacción más profundamente. En los intervalos podía mantenerse en un
estado de satisfacción superficial sin deprimirse, gracias a cada nueva cosa que
captara su interés y entusiasmo (un nuevo trabajo, un nuevo amigo, un nuevo
apartamiento, etc.), hasta que el nuevo objeto comenzara a originarle
dificultades, y apareciera la frustración, surgiendo la cólera y el dolor, y
resultando finalmente la depresión. La única posibilidad de llegar a una vida
normal está en sobrepasar el complejo de Edipo negativo lo que le permitirá
aceptar a su marido y a su hijo y a ella misma como mujer.

El ciclo anual de tres o cuatro meses en la depresión y tres o cuatro meses


fuera, es típico de un grupo de pacientes que son fuente de gran dificultad para
el terapeuta que ve a un paciente que creía curado, caer nuevamente enfermo
bajo la influencia de un proceso interno que ni él ni el paciente pueden
controlar. Este ciclo se ha modificado en los dos últimos años del análisis de
esta enferma y parece interrumpido actualmente desde su segundo casamiento
con un hombre que está definidamente en un papel de madre. La paciente tuvo
dos episodios depresivos _ en los cinco años posteriores a la terminación de la
fase continua del análisis, pero no requirieron hospitalización y no la
incapacitaron mucho. En el segundo, la llevaron nuevamente al análisis que en
pocas semanas controló los síntomas depresivos.
El terapeuta continuó viéndola cada seis meses (después de la finalización
del tratamiento Y, porque en tales pacientes existe siempre el peligro de que
puedan deprimirse nuevamente frente a un trauma mayor.

Carlos Mendilaharsu.

GEORGE L. ENGEL.— Anxiety and depression withdrawal the Primary


affects of unpleasure (Ansiedad y retirada depresiva en los afectos primarios
del disgusto). “International Journal of Psycho-Analysis”, Vol. XLIII, 1962.

El autor comienza su artículo haciendo algunos comentarios sobre los


afectos en general, para luego enfocar la atención sobre la ansiedad y la retirada
depresiva, a las cuales considera como los afectos primarios del disgusto. Con
respeto a los afectos, los considera a éstos, ante todo, biológicos, basándose en
los conceptos de Freud; el cual antes de considerarlos como fenómenos
psicológicos, ya preexisten en el sistema nervioso como precipitantes de
experiencias traumáticas primarias.
En los animales y en el hombre, las manifestaciones del afecto sirven como
medio de comunicación para inducir a otros la sensación de dolor, o de
desagrado. A medida que el organismo madura, algunas de estas
manifestaciones comunicativas se tornan más sutiles, y otras nuevas se
desarrollan; como el lenguaje, al cual Spitz llama el “tercer organizador de la
psiquis”.
La demostración de Old y otros, de la existencia de áreas de placer y dolor
en el sistema nervioso central, está de acuerdo con el principio del placer-
displacer del psicoanálisis clásico. Los primeros sirven para perpetuar
condiciones que llevan a su actuación, y los segundos para su evitación.
Esto estaría confirmado por los trabajos psicoanalíticos, mostrando la
unidad psicobiológica madre-hijo.
Bajo condiciones corrientes, la madre está organizada psicológica y
biológicamente para estar a tono y responder a las comunicaciones afectivas con
el niño, en términos de cambios internos fisiológicos, los cuales son
comunicados a la madre, quien con variados grados de éxito, responde a la
situación del niño, constituyendo así una unidad psicobiológica.
Es decir, que los afectos constituyen un importante sistema monitorio para
el aparato psíquico, que al mismo tiempo que provee información, constituye
una fuerza motora para estos cambios psíquicos.
Luego intenta hacer una clasificación de los afectos, agrupándolos en dos
grandes categorías. Los afectos señales y los afectos de empuje-descarga. Los
primeros reflejan el rol del yo de acuerdo al principio del placer-displacer, y
tienen como característica distintiva una función de señal o advertencia
entreviendo Como lo bueno y lo malo, entre el éxito o el fracaso; sirviendo
como dice Rappaport, como señales y medios de probar la realidad; pudiendo
subdividirse en afectos-señales que indican desagrado (.a través de ansiedad,
vergüenza, culpa, repugnancia, tristeza, falta de esperanza o desamparo) y otros
que indican placer (confianza, júbilo, orgullo o esperanza).
Los afectos de empuje-descarga son los que muestran menos cualidad de
señal y más cualidad de descarga, indicando el sentimiento experimental y el
contenido ideacional. Clasifica los afectos de descarga en relación con las
tendencias principales del empuje (drive tendencies); siendo el enojo y la ira los
principales afectos de la agresión; y el amor, la ternura y la sensación sexual
como provenientes del empuje libidinoso.
Además señala los afectos de empuje parciales o difusos tales como la
envidia, avaricia, impaciencia, obstinación, simpatía, lástima, etc., que reflejan
modos específicos de expresión de descargas de las diferentes fases de
desarrollo (oral, anal), pero que también representan graduaciones de fusión de
las dos principales del empuje.
Dentro del enojo o disgusto, coloca a la ansiedad como una reacción a la
pérdida del objeto que, según Freud, termina en pesar y dolor. Mientras que la
ansiedad es la reacción del peligro a la pérdida del objeto, el dolor es, por lo
tanto, la reacción verdadera a la pérdida de éste.
El autor no está, como Freud, satisfecho con esta explicación, porque no da
cuenta adecuadamente de algunos hechos responsables a la pérdida del objeto;
como es la sensación de vacío, agotamiento, falta de energía, inactividad,
hipotonía y ciertas reacciones de actividades fisiológicas y metabólicas.
Hechos nuevos, como mayores conocimientos acerca de la vida emocional
del lactante (Margaret Ribble, Burton y Berbyshire), demuestran que hay dos
afectos primarios del disgusto. Por un lado, la ansiedad, y por el otro, la retirada
depresiva, frente a la frustración. Así se ha podido observar que lactantes
frustrados por la interrupción del pecho, reaccionan sin protesta en una situación
de sueño aletargado. Esto es considerado por Ribble como una economía de
funcionamiento a través de una especie de hibernación, la cual, si se interrumpe,
provoca una ansiedad incontrolable.

Estas dos pautas de conducta (ansiedad-retirada depresiva) estarían


sustentadas, como la neurofisiología lo demuestra, por bases anatómicas
diferentes, y por factores constitucionales, que pueden determinar un excesivo
desarrollo de un sistema sobre el otro y que crearían un desequilibrio.
Sabemos que el pattern o pauta de la ansiedad, es el más conocido, y que
una de sus funciones es provocar una respuesta en el medio ambiente; en
cambio las pautas de retirada depresiva pueden muchas veces confundirse con
sensaciones de plenitud o saciedad, hecho éste, que ha provocado un descuido
en su conocimiento. Sin embargo, esta pauta sería más indiferenciada, e
indicaría la necesidad de la conservación de energía.
Bibring hace una formulación similar cuando manifiesta que la depresión
representa una reacción a situaciones de frustración narcisística, situada más allá
de los poderes del yo, a diferencia de la ansiedad que representa una reacción
básica del yo a situaciones de peligro.
En términos de autoobjeto, la retirada depresiva, involucraría una regresión
hacia una etapa indiferenciada, como sería el coma o el dormir, con el retiro de
todas las fuentes de suministro y el aislamiento con el mundo externo.
Sería este modo de reacción, la última trinchera que queda para hacer frente
a la frustración intensa, tratando de este modo de conservar la energía e impedir
la entrada de nuevos estímulos nocivos.
Es el desarrollo del yo y la relación objetal lo que lleva más tarde a poder
diferenciar la tristeza de la culpa, vergüenza o desamparo.
En cambio, la ansiedad, con su pauta de excitación y llanto, ya indica un
estado de transición mayor, de estar despierto o consciente, o por lo menos
identificado con el observador; es decir, que el yo está desarrollado; esto
indicaría el paso de lo biológico a la psicológico, cuyas fases de evolución
estarían marcadas por:
1) La distinción entre el yo y el no yo. La existencia de la representación
psíquica del objeto externo.
2) Como consecuencia de los procesos de introyección, proyección y
reintroyección, se configura la capacidad de diferenciación entre objetos buenos
y malos y las autorrepresentaciones equivalentes.
3) El reconocimiento de fuentes externas de gratificaciones que forman la
base de la gratificación alucinatoria del deseo.
Es esto lo que permitiría, al faltar, reconocer los indicios o señales de la no
gratificación y la puesta en marcha de la ansiedad.
Estas etapas se cumplirían en el tercer cuarto del primer año de vida,
estando bien desarrolladas al final del segundo año, según Spitz, Piaget, Bowlby
y otros.
La ansiedad, provocando cambios neurofisiológicos, prepara al animal para
esfuerzos físicos importantes y amortiguar el futuro trauma, quedando el yo
alertado contra el peligro amenazante.
En resumen: la identificación de dos modos biológicos primarios de
respuestas al peligro y los afectos correspondientes, tienen importantes
repercusiones clínicas y teóricas.
Así, mientras que huir o pelear es el término expresivo de la ansiedad, el
rendirse es la actitud típica de la retira depresiva, que se manifiesta en el adulto
por el desamparo y falta de esperanza. Este agotamiento ocupa una posición
central en la economía del aparato psíquico, siendo sus pautas de conducta en la
vida diaria, la fatiga y la necesidad de descanso, como base de la enfermedad
común.

Juan Carlos Rey.

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