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WILLY BARANGER
(Montevideo)
PRESENTACION
*
Este trabajo ha sido presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, hace muchos años. Ciertos datos
biográficos del paciente han sido voluntariamente alterados por razones de discreción, sin que, a mi criterio,
estas alteraciones afecten la comprensión del caso.
transferenciales dignos de atención. Únicamente me referiré a los últimos en la
medida en que puedan aclarar el tema central.
En la tercera parte, trataré de reconstituir la conexión intrínseca de las tres
series de fenómenos mencionados y su estructura común.
*
Seguiré la terminología de Huliner, “Sexual disorders” (Philadelphia, 1941) que no establece diferencia entre
la espermatorrea y las poluciones diurnas del tipo de las que presentaba Antonio.
con unos meses de remisión entre estas dos apariciones.
En ambas oportunidades, el síntoma estaba relacionado con una situación
emocional específica.
Antonio, después de recibirse de bachiller, había ingresado en la Facultad
de Medicina de la capital de su patria. Como sus padres vivían en la provincia,
se había alojado en casa de una tía abuela materna. Esta tenía una hija adoptiva,
Ana, de 26 años. Ambos jóvenes no tardaron en enamorarse, y se estableció
entre ellos un gran amor platónico y romántico. El síntoma se presentó por
primera vez cuando los tíos abuelos fueron a visitar a los padres del paciente
con Antonio y Ana. La madre no tardó en darse cuenta del enamoramiento de su
hijo y manifestó la más resuelta oposición, lo que provocó igual oposición de la
tía.
A raíz de esta situación apareció el síntoma (las circunstancias se verán
después con mayor detalle).
La madre de Antonio estableció un sistema persecutorio:
imaginó una conspiración de la tía abuela con Ana para sacar provecho de la
inexperiencia de Antonio, atraerle al casamiento con Ana, y sacarle dinero.
Exigió que su hijo se mudara a otra pensión.
Antonio siguió viendo secretamente a Ana algunas veces pero pareció
perder interés en la chica.
En realidad, se identificó con los temores paranoicos de su madre y huyó de
la situación con Ana. Su estado de tensión interna y angustia se agravó y
empezó a perder interés por sus estudios. Su espermatorrea había desaparecido
por cesación de la situación estimulante con Ana.
Recurrió entonces a una técnica significativa para escapar a su angustia:
engañó a su madre; le dijo que había tenido relaciones genitales con Ana. La
madre se angustió, temiendo sea una venganza directa, sea un chantaje, o un
casamiento forzado y mandó a Antonio a la Argentina.
Antonio se inscribió en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, se alojó
en casa de una familia, y se enamoró en seguida de la hija de la casa: Dorita.
Esta, como Ana, tenía algunos años más que él. Era una chica atractiva,
seductora y frustradora. Antonio repitió con ella la situación que había vivido
con Ana, pero en forma más angustiante: no se atrevía a declararse claramente a
la chica, vivía en una situación de excitación genital continua, dudaba
obsesivamente si la chica era buena o mala, si lo quería o despreciaba. En estas
condiciones reapareció la espermatorrea, con un gran incremento de la angustia.
La relación evidente del síntoma de Antonio con su situación emocional,
aun para un examen muy superficial, dejaba entrever la posibilidad de una
curación relativamente fácil de este síntoma. Pero también se veía que este
síntoma no era más que la expresión somática última de conflictos psicológicos
mucho más profundos y complejos.
En la situación con Dorita, Antonio expresaba dudas obsesivas (declararse o
no, seguir queriendo a Dorita o buscar otro objeto, seguir viviendo en su casa o
mudarse, etc... .); pero estas dudas encubrían temores paranoides y depresivos;
temía que Dorita se burlara de él, que fuera una coqueta incapaz de amar, que se
quisiera casar con él únicamente por el provecho económico, que lo quisiera
dominar, mandar y vigilar. También la acusaba de provocarle intencionalmente
celos. Frente a estos temores paranoides, decidía “tomar una actitud varonil”,
“dominar la situación”, “no volverse un pelele entre sus manos”. Pero, por otro
lado, se culpaba depresivamente de dañar a la chica, de provocar en ella una
excitación sexual que podía perjudicarla (volverla “neurasténica”), de rebajarla
por sus deseos genitales, de impedirle buscar con otro hombre el camino hacia
el matrimonio y la felicidad. Expresaba gran parte de estos temores en términos
religiosos. Temía la persecución de Dios, y toda clase de castigos. Por otro lado
sentía que merecía los castigos por su maldad y suciedad. (Deseos agresivos y
genitales.)
Esta situación se repetía con respecto a los estudios de Antonio. Dudaba
obsesivamente entre seguir sus estudios de medicina y dedicarse a los negocios.
Se sentía obligado a seguir medicina por el deseo de su madre: “Tienes que
servir a la humanidad.” Pero también se culpaba de vivir a expensas de sus pa-
dres y no ayudar a su padre en sus negocios.
Este síntoma psicosomático, estas reacciones obsesivas encubriendo a duras
penas temores paranoides y depresivos no agotan el cuadro psicopatológico que
presentaba Antonio. Una gran parte de sus conflictos se expresaba en la
conducta de él y en su modalidad caracterológica.
Desde la primera entrevista, llamaba la atención el destino de Antonio, por
su extrema complejidad. Dejaba la impresión que Antonio había vivido en sus
veinte primeros años de vida cuatro veces más acontecimientos importantes que
el común de la gente. Citaré al azar algunos de ellos en relación con su ines-
tabilidad. Sus estudios, hasta el bachillerato, se realizaron en una docena de
establecimientos distintos (todos religiosos, y de disciplina a veces muy severa).
Los motivos de estos cambios son difícilmente comprensibles por razones
lógicas (la familia vive siempre en la misma ciudad). Algunos de estos cambios
se debieron a reacciones incoherentes de los padres, otros a actitudes del mismo
Antonio (indisciplina, situaciones de hostilidad hacia los maestros, etc....). Su
primer año escolar transcurrió en dos escuelas distintas, pero las dos de niñas.
Vivió un año (de 7 a 8 años) en casa de su abuela materna (en una ciudad
lejana) a raíz de conductas agresivas en la propia casa. Fue mandado, por la
misma razón, a un colegio aislado en las montañas, a los 10 años. Nunca
conoció una vida hogareña tranquila, su permanencia en la casa familiar
siempre fue interrumpida por expulsiones brutales.
Este destino inestable corresponde en Antonio —por identificación con la
conducta de los padres— a una tendencia muy marcada a actuar sus conflictos.
Nótanse, por ejemplo, en su historia, una serie de conductas agresivas y
masoquistas. A los 2 ó 3 años, se pegaba la cabeza contra las paredes, de rabia,
cuando lo contrariaban. Era muy peleador con los muchachos de la calle. Una
vez “rompió la cabeza a uno de ellos de una pedrada.
Otra vez repitió esta conducta con su hermano menor. En los colegios actuaba a
veces de cabecilla planeando y realizando hazañas contra las autoridades (robo
de temas de exámenes, etc.. .
Pero se hizo operar dos veces “por pura malicia”: la primera vez a los 12 años
(como castigo por la masturbación) de apendicitis; la segunda vez, a los 16 años
(castigándose por sus primeras tentativas heterosexuales), quiso hacerse
circuncidar; el cirujano se negó, pero lo operó de una hernia doble. Algún
tiempo después, realizó el robo por efracción del arsenal de un liceo militar
donde había sido alumno (vendió después las balas de máuser, producto del
robo, a un cura del partido político opuesto al de su padre, y al suyo,
quedándose con mucha culpa “por los asesinatos que se cometieron con estas
balas”). De niño, robaba oro y joyas de poco valor en el comercio de su padre
para comprarse caramelos y jugar a la lotería.
En toda su vida, las expulsiones por parte de los padres y las conductas
sadomasoquistas se relacionan con las manifestaciones de la sexualidad infantil.
La situación edípica alcanza en Antonio un grado inusitado: a los 13 años,
estando de viaje con la madre, ésta lo hizo dormir en una misma cama con ella.
El se excitó, la abrazó e intentó levantarle el camisón. La madre se negó, pero
sin enojarse. En la misma época, desde los 12 años, tenía un gran problema con
la masturbación, con temores conscientes de castración. Al mismo tiempo, tiene
frecuentes poluciones nocturnas. Anteriormente, había tenido varias experien-
cias de la escena primaria (durmió siempre en la habitación contigua a la de sus
padres, con la puerta abierta). A los 8 años, fue seducido por un saltimbanqui
quien le hizo felacio. Antonio queda con la impresión que el hombre le ha
“chupado la vitalidad”. También se notan manoseos con los hermanos menores,
y actividades voyeurísticas en la primera infancia. Empieza la vida genital a los
16 años, con una señora casada a quien conoció casualmente, pero se queda con
la impresión de ser impotente (tuvo eyaculación precoz). En la misma época,
trata de tener relaciones con una sirvienta de la casa, pero eyacula antes de la
introducción, asediado por el temor de que su padre lo sorprendiera. Tiene
después algunas experiencias con prostitutas, pero sin mayor satisfacción.
A primera vista, el destino de Antonio sugiere la impresión de una
personalidad caracterizada por la hiperactividad, la inestabilidad, la tendencia a
actuar los conflictos, la violencia de los impulsos sadomasoquistas, la necesidad
de relacionarse con un gran número de personas y la imposibilidad de establecer
relaciones afectivas profundas.
Estos rasgos, y los síntomas antes mencionados, nos orientan hacia la
investigación de las situaciones tempranas que pudieron provocar este conjunto
patográfico y caracteropático.
Cabe señalar, en primer término, una situación familiar traumatizante. La
madre es una mujer joven (tenía 16 años cuando nació Antonio) y muy
dominadora. Es activa y emprendedora. Domina a su esposo, quince años mayor
que ella, y menos culto y enérgico. Es una personalidad muy paranoide, muy
celosa, y quiere manejar a toda la familia. Cuando no se le presta la debida
atención, se “enferma” y recupera el dominio por esta técnica.
Es a la vez seductora y rechazante con sus hijos. Ha establecido con
Antonio una situación de confidente: es su hijo preferido; le cuenta los
sinsabores de su vida conyugal. Tiene tendencia a la vez a impulsar a sus hijos a
“ser hombres”, a independizarse, y a feminizarlos y dominarlos (los lleva a su
tocador, los viste como muñecas, etc....).
El padre es un hombre de origen humilde, sometido a su esposa, débil frente
a ella, y brutal frente a los hijos (Antonio fue pegado con un látigo, obligado a
caminar de rodillas sobre un piso de cemento rugoso, etc... .). Es intensamente
reprimido, “viscoso”, explosivo, lo que permite diagnosticar una personalidad
obsesivoepileptoide.
Antonio nació al séptimo mes de gestación (primer rechazo y primera
expulsión de parte de la madre, situación intrauterina traumática). A los cuatro
meses, la madre se embaraza otra vez, dando a luz a otro hijo siete meses
después: Alberto,* hermano menor de Antonio, tiene once meses menos que él.
El núcleo constitucional epileptoide de Antonio (herencia paterna) se encuentra
pues incrementado por frustraciones tempranas intensas. Tuve oportunidad de
ver una fotografía de Antonio a los ocho meses. Es un niño fuerte, con
tendencia a la obesidad ‘y una cara de gran tristeza. Después de los dos años,
dejó de ser gordo y empezó a manifestar explosiones de ira (golpearse la cabeza
contra las paredes). Se ve entonces cómo Antonio reaccionó por la obesidad a la
situación depresiva temprana provocada por el embarazo de la madre, y
abandonó después esta defensa (por un motivo que no se pudo averiguar) para
entregarse a reacciones epileptoides. Puede deducirse de la estructura obsesiva
de la familia y de la fecha del nacimiento de Alberto (necesidad de lavar una
serie de pañales solamente por día) que el aprendizaje de la limpieza
esfinteriana de Antonio fue brutal y precoz. Hablan en favor de esta hipótesis
los conflictos anales de Antonio.
Antonio pudo manifestar contra Alberto una parte de los impulsos agresivos
despertados por estas situaciones. Se pudo desarrollar a expensas de Alberto
(quedando éste muy atrasado con relación a Antonio en su vida ulterior). Creo
que esta situación fue uno de los factores importantes que permitieron a Antonio
superar en parte y en forma hipomaníaca sus traumas infantiles: venció al rival
en el amor de la madre.
Esta situación de triunfo como hijo mayor y preferido (compensada por la
obligación de ser “más hombre” que los tres hermanos menores, y la
*
Después de Alberto nacieron dos hermanos más: uno cuando Antonio tenía 7 años, el otro cuando tenía 15
años. No tienen mayor importancia para Antonio. En el curso del análisis, nació otro hermano más, como se
verá más adelante.
“independencia” forzada por la expulsión) no impidió que Antonio manifestara
sus conflictos por la enuresis hasta los 8 años. Este síntoma cobra mucha
importancia si se lo encara como prototipo de varios síntomas ulteriores de
Antonio.
Este primer esbozo de los síntomas de Antonio en relación con su historia
individual permite plantear los interrogantes que me parecieron de mayor
interés para la investigación en el curso ulterior del análisis
1º) Aparece a primera vista una relación entre la inestabilidad
caracterológica y la tendencia a la huida en el destino de Antonio, por una parte,
y su espermatorrea (huida del esperma) por otra parte. ¿No podrían estos
síntomas relacionarse con la conducta expulsiva de la madre?
2º) ¿A qué tipo de manejo de los objetos corresponden el carácter, los
síntomas y el destino?
3º) ¿Cómo, en circunstancias tan traumatizantes, pudo Antonio salvarse de
la psicosis?
Primer período
En este período, que duró desde octubre hasta diciembre de 1950, el tema
central de las preocupaciones de Antonio fue su espermatorrea. Pero más me
preocupaban las reacciones transferenciales resistenciales y caracterológicas del
paciente. El mero conocimiento de la ley interna de su destino indicaba que su
primera reacción al análisis iba a ser la huida. Si nunca había podido estar más
de un año seguido en un lugar determinado, era de suponer que reaccionaría al
incremento de angustia provocado por el análisis con su técnica acostumbrada.
Por eso observé con especial atención las reacciones de Antonio frente a la
situación analítica. Se hizo evidente en seguida que reprimía toda vivencia
transferencial directa, que no se refería nunca a mi persona, que no podía
vivenciar su angustia directamente en las sesiones, y que desplazaba toda
reacción transferencial sobre otras situaciones donde podía actuar en vez de
sentir o fantasear.
Esta pobreza de la vida de fantasía consciente en Antonio se revela por un
hecho significativo: no pudo referirme más que un sueño en su primer año de
análisis. En las sesiones, relataba cuidadosamente lo que había hecho en el día
anterior, o acontecimientos de su vida pasada. Esa reacción correspondía a una
defensa obsesiva: se aferraba a los hechos, reprimía las vivencias aislaba las
sesiones una de otra. Aun su modo de expresarse traducía con suma claridad
este tipo de defensa. No podía expresar llanamente ningún pensamiento, sino
que lo rodeaba de un conjunto pletórico de relaciones gramaticales y reticencias.
“Es decir que... sin embargo... hum... bueno, le voy a explicar, etc.... “También
llamaba la atención su actitud cortés y ceremoniosa hacia mí.
Podía observarse el fracaso de las técnicas obsesivas de defensa por su
necesidad del acting-out. Una de sus conductas más comunes, al abordar algún
tema angustiante, era correr, al salir de la sesión, a lo de su médico o de su
confesor (a veces ambas cosas sucesivamente). Iba a hacerse reasegurar que el
análisis era bueno para él, o que no era incompatible con la religión cristiana. A
pesar de conseguir reiterados permisos para analizarse, seguía en sus dudas.
Manifestaba su angustia transferencial por reiteradas ausencias (se equivocaba
de hora o de día, tenía “inconvenientes”, o llegaba tarde).
Estas defensas encubrían temores depresivos y paranoides. Se culpaba por
analizarse y por abordar temas sexuales. Veía en mí a la seducción de su propio
ello impulsándole a la sexualidad peligrosa. Temía perder la fe, volverse ateo
(perder la protección de sus padres idealizados). También me veía como a un
posible perseguidor, y temía ser mandado, aprovechado y robado por mí.
Fue así como me escondió su situación económica real durante todo este
período. Declarando tener recursos muy inferiores a los que realmente tenía, se
precavía contra posibles tentativas de robo o explotación de mi parte, y al
mismo tiempo, me robaba, pagándome honorarios demasiado reducidos.
Dichas reacciones ponían en evidencia las relaciones de objeto de Antonio.
Me veía proyectivamente como a una madre pervertida y seductora que lo
inducía a tentaciones para aprovecharse de él y someterlo al castigo.
La actitud transferencial de Antonio repetía exactamente su situación actual
con Dorita y su situación anterior con Ana. Se defendía contra una situación
edípica vivida en forma depresivoparanoide. Las cuatro situaciones (la situación
edípica con la madre, repetida con Ana, con Dorita y conmigo en la
transferencia) implican una relación objetal común. Antonio se siente seducido,
pero con fines agresivos. Si cede a la tentación, el personaje seductor lo va a
castigar, o someter al castigo de una figura paternal castradora. (Por ejemplo: si
yo le puedo permitir la vida sexual, es decir la “inmoralidad”, por el análisis, lo
voy a exponer al castigo de Dios.)
Estas reacciones se produjeron conjuntamente con la aparición de mucho
material de culpa por la masturbación, y de castigo por castración. Había
empezado la masturbación puberal a los 12 años, y había renunciado a esta
actividad algunos años después “por temor al infierno”. Consideraba la
masturbación como extremadamente peligrosa. Se refería a lecturas
seudocientíficas sobre el tema: en un libro había leído la historia de un joven es-
tudiante de medicina que se había vuelto impotente a consecuencia de la
masturbación, y que se entregó luego al alcoholismo, terminando en la
desesperación y el suicidio. El mismo se identificaba con el estudiante del libro,
y temía haberse vuelto impotente por la masturbación, haberse “degenerado” y
feminizado, haber dañado a sus genitales, haberlos atrofiado, lo que se traducía
por su impresión de tener el pene demasiado corto.
La intensidad del conflicto de castración en Antonio se explicaba por la
cantidad de pulsiones agresivas ligadas a las fantasías conscientes (e
inconscientes) que acompañaban la actividad masturbatoria. Las únicas
fantasías masturbatorias que pueda recordar consistían en imaginar escenas de
libros “pornográficos”. Así llamaba “La Béte Humaine” de Zola y “Notre Dame
de París” de Víctor Hugo. Veía la escena donde el héroe de la “Béte Humaine”
mata a su amante, la esposa del jefe de la estación, en un crimen epiléptico, y
también otras escenas donde el mismo héroe “enloquece” (crisis epilépticas) a la
vista de piernas desnudas de mujeres. También se representaba el asesinato de
Esmeralda por el sacerdote en “Notre Dame de París”.
Antonio asociaba directamente estas escenas con la escena primaria. En una
sesión donde aparece el recuerdo de la escena primaria (la que fue presenciada
por última vez a los 11 años), las asociaciones son las siguientes: una escena
actual donde oye a Dorita hablando con un muchacho y se produce la
eyaculación, el escuchar a los padres de Dorita en coito en la habitación de al
lado, el recuerdo del ruido de sus propios padres en coito. La sirvienta lo ató, a
los 8 años, en su cama para que no se fuera a la calle. Los padres que lo torturan
haciéndole aprender las operaciones aritméticas. Una tentativa, siendo niño, de
herirse con un cuchillo. El fumar en el baño. Le robaron una bicicleta. Sus fugas
de los colegios, “rompió la cabeza” a un muchacho de una pedrada.
Todo este material se relaciona con la escena primaria. Vive ésta como un
crimen epiléptico que lo llena de angustia y agresión. Se queda paralizado y
castrado (atado en la cama y sin bicicleta); se identifica sadomasoquísticamente
con la pareja en coito (se quiere herir con un cuchillo y rompe la cabeza a otro),
y revive esta escena en la masturbación (fumar en el baño), y en su síntoma
actual. Ligada a tal dosis de agresividad, la masturbación significa para él un
matarse y un castrarse (o matar y castrar a los padres: “provocar una desgracia
en la familia”).
Se vislumbran los motivos de las angustias de Antonio en las situaciones
actuales de significado edípico, y de sus temores acerca de la vida sexual y de la
masturbación: todo eso encubre conflictos muy anteriores intensamente
cargados de agresión y culpa. El primer resultado del análisis de la situación
edípica, en relación con el conflicto actual con Dorita, fue la aparición de la
ambivalencia frente a la madre, a quien Antonio veía en un principio en una
forma totalmente idealizada. Empieza a darse cuenta de la actitud
“horriblemente egoísta” de la madre, de su carácter celoso, de su conducta
seductora y castradora.
El análisis de la situación edípica permitió entender, en un plano superficial,
el significado de la espermatorrea de Antonio. Este síntoma se había producido
por primera vez en su país natal, cuando estaba enamorado de Ana. “Lo noté
por primera vez cuando vi que a mi tía no le gustaba” (que estuviera enamorado
de Ana). Se produjo el síntoma en una situación de excitación con Ana,
durmiendo los dos con la tía en una misma habitación de un hotel. En la misma
época, la madre de Antonio había manifestado su oposición a su amor por Ana.
En aquel entonces, el síntoma duró poco, pues la oposición de la madre provocó
su ruptura con Ana.
El síntoma volvió a presentarse en Buenos Aires en las circunstancias
siguientes: Antonio tuvo celos de Dorita y discutieron. Le tomó el brazo,
enojado, y ella le dijo: “¡Suélteme! ¿Quiere que llame a mi papá?”. Después se
puso de pie frente a un armario “para que él la besara”, y entonces se produjo la
eyaculación. En otras oportunidades, en Buenos Aires, el síntoma se produjo en
situaciones de excitación genital, siempre que estas situaciones coincidieran con
la urgencia de celos, o con alguna referencia a los padres. Por ejemplo, Antonio
escucha a Dorita hablando por teléfono con un muchacho, y eyacula. O se siente
excitado frente a Dorita, habla de la venida de sus padres, y eyacula.
Después de la eyaculación, Antonio se siente sucio, repugnante, impotente,
castrado. Piensa que el síntoma lo debilita y hace adelgazar. Muchas veces trata
de impedir la aparición de la eyaculación, reprimiendo la excitación, rezando
para eliminar los pensamientos sexuales, o llevando la mano al pene y apre-
tándolo para impedir la salida del esperma, como lo hacia para impedir su
enuresis. Asocia estos tres síntomas que se presentaron en él sucesivamente: la
enuresis, las poluciones nocturnas y la espermatorrea.
Aparece entonces el determinismo de este síntoma: se produce una situación
de excitación y de tentación. Esta situación es peligrosa por su significado
edípico y entraña una amenaza de castración con la angustia consecuente. En el
plano genital, significa conjuntamente una afirmación de la potencia y una
huida del peligro de castración. Pero esta huida representa al mismo tiempo una
cierta aceptación de la castración. El carácter de formación transaccional del
síntoma aparece en la impresión contradictoria de culpa y castración que se
produce después (culpa por la satisfacción, castración como castigo). Antonio lo
relaciona con la escena primaria, lo que quiere decir que el prototipo de esta
situación es el orinarse frente a los padres en coito.
La espermatorrea significa a la vez un orinarse agresivo y un vaciarse de
objetos buenos, quedando el yo vaciado y debilitado después de la eyaculación
(esperma: orina agresiva y leche buena). En cierta medida, el yo afirma su
potencia en forma maníaca: “soy potente, pues tengo esperma”, y por otra parte
acepta vaciarse depresivamente (“soy sucio e impotente”).
El análisis del síntoma en relación con la situación edípica y en el nivel
fálico —sin tocar los planos más profundos ni los impulsos agresivos—
consiguió la desaparición de la espermatorrea. Sin embargo, ésta reapareció por
poco tiempo dos meses después, a raíz de circunstancias que luego relataré. Esta
mejoría —que no puede considerarse sino como superficial— me parece ser el
resultado de una disminución del sentimiento de culpa consecuente al análisis
de la situación edípica. Este análisis consiguió una disminución del temor a la
castración fálica.
La estructura central de las relaciones objetales que se pudo ver en este
período del análisis se puede resumir en la siguiente forma: Antonio externaliza
en distintas situaciones exteriores —con Ana, con Dorita, conmigo—, una
situación interna donde se siente seducido por un objeto de sentido edípico.
Siente esta seducción como una trampa: el objeto seductor lo quiere manejar y
somete directa o indirectamente a la castración fálica. Reacciona en dos formas:
en un plano se somete a la castración (por su síntoma) y se deprime; en otro
plano niega la castración y la depresión en forma maníaca, por el mismo
síntoma (“tengo semen, soy potente”) y se defiende negando que le importe el
objeto, lo que explica su facilidad para desprenderse de él y aclara un aspecto de
la importancia de la huida en su destino. “Tengo innumerables objetos a mi
disposición, libres para conquistar.”
Segundo período
Este período duró desde enero 1951 hasta enero 1952. Me limitaré, acerca
de él, a unas pocas indicaciones por razones de brevedad y porque los temas que
aparecieron en él se ven también en los demás períodos, más interesantes para
mi propósito.
Los padres vinieron a ver a Antonio y se quedaron en Buenos Aires algunos
meses. La madre repitió la situación con Ana a propósito de Dorita, queriendo
que Antonio cambiara de pensión. Quizo aún mandarlo a Canadá, o llevárselo
de vuelta a su patria. Esta oposición hizo reaparecer la espermatorrea de An-
tonio, que se volvió a analizar, pero insistiendo esta vez sobre su relación con la
enuresis y los sentimientos agresivos del paciente hacia la pareja parental. A
raíz de este análisis, la espermatorrea desapareció otra vez, mejoría que se
mantiene hasta la actualidad.
Tercer período
*
No insisto sobre el significado transferencial evidente de este sueño.
patrón de una fantasía de parto anal.
Resumiendo: el sueño representa el conflicto de Antonio deseando a la vez
vaciar a su madre de sus contenidos peligrosos, vaciarse a sí mismo de sus
objetos malos y de su agresión oral, y queriendo por otra parte, quedarse con su
madre (no ser expulsado por ella) y conservar a sus objetos dentro de él.
Trataré a continuación de resumir las enseñanzas del citado material,
confirmándolo con otras asociaciones, acerca del significado de los objetos para
Antonio, en relación con sus síntomas.
*
Notas sobre algunos mecanismos esquizoides. “Rev. de Psicoanálisis”, t. VII, Nº 1.
provocando una disminución del carácter agresivo y fantástico de los objetos,
permite el pasaje a la fase depresiva, donde el objeto es total, amado y odiado a
la vez.
Se ve que la dificultad de Antonio consistió en resolver esta fase depresiva.
Las frustraciones tempranas intensas hacen que su mundo interno y externo se
cargue demasiado de agresión y luego de culpa. Lo que impide a Antonio
recurrir al mecanismo de re-disociación capaz de disminuir la agresión del
sujeto y la del objeto y de aproximar más a los dos aspectos de la imagen del
objeto, volviéndose ésta menos idealizada, menos agresiva, y más adecuada a la
realidad. Se aclara así la paradoja aparente de la correlación entre disociación y
unificación: expulsando a su perseguidor y manejándolo afuera, el yo expulsa
una parte de su propia agresión y se vuelve más capaz de unificar sus imágenes
objetales conforme a la realidad. Para volver a nuestro ejemplo, esta insuficiente
re-disociación impide a Antonio discriminar lo bastante los aspectos positivos y
negativos de la realidad exterior, lo que se manifiesta a veces por el temor
profesional a matar al enfermo por querer combatir la enfermedad.
La situación depresiva se encuentra, pues, en el mismo centro de los
conflictos de Antonio. Parcialmente regresa a mecanismos paranoides (temor a
la persecución, a ser robado, explotado, aprovechado, vaciado; desconfianza;
huida).
Parcialmente, expresa su conflicto depresivo por sus sentimientos de culpa,
y sobre todo por la somatización: el objeto amado y odiado (especialmente la
imagen materna), identificado con substancias corporales y alimentos, lo ataca y
“remuerde”. Antonio vive su depresión en el plano somático. Trata de salir de
su depresión por un manejo obsesivo de sus objetos (tiene síntomas y rasgos
obsesivos de duda, cavilación, orden, economía, prolijidad, etc.. . .), pero esta
defensa no es esencial, porque sus vivencias infantiles y la conducta de los
padres para con él lo orientan hacia otro tipo de defensa, como expondré a
continuación.
En circunstancias muy desfavorables, Antonio pudo llegar a una relativa
integración de su yo y a un relativo ajuste a la realidad (no pudiendo su caso en
ninguna forma clasificarse entre las psicosis).
En mi opinión, pudo llegar a salvarse de la psicosis, sobre todo mediante un
mecanismo de manejo maníaco de los objetos.
M. Klein expresa que el yo, mediante este mecanismo “niega la importancia de
sus objetos buenos y también de los peligros que los amenazan de parte de los
malos y del ello. Al mismo tiempo, sin embargo, trata incesantemente de
dominar y controlar todos sus objetos, y la manifestación de este esfuerzo es su
hiperactividad”. Se trata, en otros términos, de “la utilización del sentimiento de
omnipotencia con el propósito de controlar y dominar los objetos
introyectados”.* Este mecanismo se manifiesta con suma claridad en el destino
de Antonio; niega la importancia de cada expulsión de parte de los padres. Por
ejemplo, refiere su vivencia cuando sus padres lo mandan afuera a los 7 años:
“no me importó nada, los olvidé casi por completo”. A primera vista, tales
referencias me hicieron pensar en una reacción esquizoide. Pero un examen más
detenido me llevó a la conclusión de que se trataba del mecanismo descrito por
M. Klein. Entendí entonces que Antonio había podido integrar su yo a base de
mecanismos maníacos, llegando a estructurar un verdadero carácter hi-
pomaníaco.
*
M. Klein: Contribución a la psicogénesis de los estados maníacodepresivos, en “Psicoanálisis de la
melancolía”, pág. 504.
*
cf.: La hipomanía productiva de la psiquiatría clásica.
yo (el yo teniendo por otra parte conciencia de enfermedad con respecto a otras
conductas y vivencias).
2) Porque le permiten un cierto dominio de su mundo interno y un cierto
ajuste a la realidad.
3) Porque no se trata de una hiperactividad ineficaz, sino que tiene una
cierta rentabilidad, y permite al yo conseguir ciertos éxitos efectivos en el
mundo real.
Concretamente, estos mecanismos maníacos explican los aspectos
esenciales de la modalidad caracterológica de Antonio. Cada vez que la
situación con un objeto determinado se hace demasiado angustiante, Antonio
niega su importancia y se siente omnipotente para entablar relaciones con
cualquier otro objeto. Este sentimiento de omnipotencia corresponde a una
habilidad especial para realizar conexiones efectivas con los demás: habilidad
que le permite tener siempre objetos a su disposición.
La hiperactividad de Antonio, su apresuramiento para comer y actuar, le
permiten tomar y dejar, retener y expulsar los objetos según un ritmo (“tempo”)
acelerado. Compensa por esta aceleración la escasez de cargas afectivas
disponibles y el carácter peligroso de los objetos internos y externos. Antonio
domina los objetos por la velocidad.
El aprecio que tiene a este modo de conectarse con muchos objetos y
realizar muchas cosas aparece en su modo de relatar sus actividades en las
sesiones analíticas: “me entrevisté con un amigo por un asunto de joyas”; “voy
a ver esta tarde al embajador Tal”; “me voy a Montevideo para atrapar al
ladrón”; “tengo un amigo en la policía que me propuso un negocio sucio”; pero
no da mayores detalles sobre estas actividades ni sobre las personas que
intervienen en ellas. Su propósito es crear en la mente del auditor la impresión
de actividades algo secretas y muy importantes.
Utiliza también el mecanismo maníaco de absorción del superyo en el yo, lo
que le permite triunfar en la realidad (así triunfa en sus estudios; así, en un
momento de su análisis, consiguió hacer encarcelar a dos personas que me
representaban por desplazamiento).
RESUMEN
In this work based in the analysis of a young man the author tries to investigate
the relation of different expressions of physical symptoms (spermatorrhea,
diarrhea, vomit); of charactero- logical symptoms (hipomaniac character, with
particular emphasis on the speediness of all the psychological process), and fate
(multiplicity of ah the events whose organization forms fate).
The inner objects needed and feared with ambivalence, cannot be, nor expulsed,
nor keeped inside the “self” the subject gives a solution to this problem
increasing the speed of the processes of introjection and projection, and in his
way he accords the related expressions.
BIBLIOGRAFIA
ABRAHAM, Karl.— Ejaculation Praecox, en “Selected Papers’, Londres, 1949.
INTRODUCCION
RESUMEN
A través del material clínico, aportado por la paciente, demuestro cómo las
diferentes situaciones traumáticas infantiles vividas por ella, originaron su
enfermedad, y luego su evolución.
En el desarrollo de su análisis, se vio cómo situaciones conflictivas
provenientes del plano oral, trajeron como consecuencia el fracaso en la
elaboración de la posición depresiva, y cómo esta situación dificulta luego, en
parte, la evolución normal de su vida emocional. Muestro también, cómo
conjuntamente con ésta, situaciones conflictivas en el nivel anal, hicieron que
viviese la escena primaria en forma angustiosa, correspondiente a una situación
sadomasoquista.
Como síntesis final, destaco los hechos fundamentales vividos por la
paciente en diferentes situaciones, que desencadenaron más tarde su
enfermedad.
SUMMARY
HERBERT ROSENFELD
(Londres)
En este estudio trataré de presentar un informe detallado del trabajo de la
mayoría de aquellos analistas que han hecho contribuciones importantes a la
psicopatología de la depresión.**
Uno de los propósitos de este estudio ha sido, en primer lugar, el descubrir
las principales tendencias en el desarrollo de la teoría de la depresión,
clarificando los puntos de vista de cada autor y, en segundo lugar, al hacer una
comparación detallada de éstos, obtener una imagen de las diferencias y
similitudes que existen entre las varias teorías expuestas. Para poder llegar a
esto ha sido necesario hacer resúmenes detallados del trabajo de cada autor y,
por medio de un proceso de condensación, llegar a los factores pertinentes.
Durante este análisis de la literatura sobre el tema que estamos tratando, me
llamó la atención el hecho de que ciertos rasgos característicos surgen
constantemente, siendo los más prominentes los siguientes: el papel
desempeñado por factores constitucionales; la importancia de los elementos ora-
les; el papel que desempeñan los procesos de introyección e identificación; la
importancia del narcisismo; la naturaleza de las relaciones de objeto primitivas;
la importancia de los procesos de clivaje de los objetos y el yo en partes buenas
y malas; el origen y la importancia del superyo depresivo; la importancia de
ciertos períodos o fases infantiles y su relación con el desarrollo de la depresión
*
Este trabajo ha sido traducido del “International Journal of Psycho-Analysis”, Tomo XL, Nº 2, 1959.
**
Para evitar recargar este estudio un he mencionado a todos los autores que han escrito sobre el tema de la
depresión y he omitido algunos, tales como Scott, Zilboorg y Harnik. Tampoco he incluido a aquéllos cuyas
contribuciones han sido principalmente en el campo clínico, como ser Federn, Schilder, Sándor Lorand, Peck,
Feigenbaum, Pierce Clark, Blitzsten y Alfred Carver. Además he omitido el problema del suicidio. Espero poder
escribir sobre los aspectos clínicos de la depresión en el futuro.
adulta; la relación de la paranoia y las ansiedades paranoicas con La depresión;
la relación de la manía y la depresión. He decidido omitir este último aspecto
casi por completo, ya que es demasiado amplio para ser incluido. Me he
limitado, por lo tanto, a la depresión per se. Al describir los detalles de los
trabajos de varios analistas, me he concentrado especialmente en aquellas
contribuciones relacionadas con los puntos recién mencionados.
El primer interés psicológico demostrado por Freud en la teoría de la
melancolía fue en 1897, en una carta que le escribió a Fliess, pero fue recién en
1910-1911 que los primeros estudios sobre la depresión por escritores
psicoanalíticos fueron publicados. Me estoy refiriendo a la obra de Maeder,
Brill y Abraham.
Abraham hizo su primera contribución importante al estudio de la depresión
en 1911, luego de haber tratado seis casos de evidente depresión psicótica. En
cada uno de ellos se pudo descubrir que la enfermedad provenía de una actitud
de odio que paralizaba la capacidad de amar del paciente. En la opinión de
Abraham, el sentimiento de culpa nace de la represión del odio llevando al
paciente a un estado de depresión, ansiedad y autocensura. El sentimiento de
pobreza del paciente surge de una percepción reprimida de su propia
incapacidad de amar. En 1916 Abraham escribió: “Una percepción más
profunda de la estructura de la psicosis depresiva me ha hecho llegar a la
conclusión de que en esos pacientes la libido ha regresado al estado más pri-
mitivo de su desarrollo, es decir, a la etapa oral o canibalística”. Sugirió que
algunos de los reproches que los melancólicos se hacen a sí mismos están
relacionados con el sentimiento de culpa que sus impulsos canibalísticos les
hacen sentir. En 1924 Abraham manifestó su acuerdo con Freud (1917) sobre la
importancia que tiene el mecanismo de la introyección en la melancolía. Des-
cribió en detalle las relaciones de los melancólicos con sus objetos; y dio énfasis
al hecho de que en cuanto el yo del melancólico tiene un conflicto agudo con el
objeto de su afecto, renuncia a su relación con éste. Lo hace por medio de la
expulsión anal, por medio de la cual el objeto es destrozado y tratado como
materia fecal. El objeto amado expulsado y destrozado es reintroyectado
oralmente por el melancólico. Abraham llegó a la conclusión de que la fijación
del melancólico se efectúa en un temprano nivel anal, pero hay también una
fijación en la fase oral sádica, lo que implica una incorporación sádica del
objeto. Él considera las tendencias sádicas orales como la principal causa del
sufrimiento depresivo que se experimenta a través de la autocondena.
Abraham recalca varios puntos que él considera como responsables del
desarrollo posterior de enfermedades depresivas: a) sobreacentuación del
erotismo oral; b) una fijación especial de la libido en el nivel oral; c) una
ambivalencia incrementada que predispone a la pérdida del objeto amado; d) un
disgusto amoroso en la época en que el paciente estaba todavía en la etapa
narcisística de la libido cuando todavía tienen importancia sus impulsos
sádicoorales.
Considera que la hostilidad del melancólico tiene sus raíces en la fase del
Edipo, pero señala simultáneamente la hostilidad del melancólico hacia su
madre en relación con el destete. Al investigar la autocrítica y el reproche del
melancólico, Abraham cree que el proceso de introyeccit5n toma dos formas:
1º) El paciente ha introyectado al objeto amado primitivo, sobre el cual ha
construido su yo ideal, de tal manera que el objeto desempeña el papel de
conciencia del yo. La autocrítica patológica procede de este objeto amado
introyectado. 2º) El contenido de este reproche personal es, en última instancia,
una crítica despiadada del objeto amado introyectado. La descripción de dos
procesos de introyección en la creación del superyo implica que Abraham creía
que existían al menos dos objetos introyectos que contribuían a la formación del
superyo. Lo que no explica con claridad es cómo los reproches dirigidos al
objeto externo son transferidos al objeto introyectado (en función de superyo)
luego que la introyección ha ocurrido. Lo que sí explica, sin embargo, es en qué
etapa infantil él cree que los sentimientos de culpa se desarrollan, pues dice: “El
proceso de superar los impulsos canibalísticos está íntimamente ligado a un
sentimiento de culpa que pasa a un primer plano en la tercera etapa como un
fenómeno de inhibición típico perteneciente a ese período” (primera etapa anal
sádica). Como el desarrollo de sentimientos de culpa implica el comienzo de la
formación del superyo, podemos asumir que Abraham creía que el núcleo del
superyo queda formado, aproximadamente, al final del primer año, y, que
también reconocía la importancia de los impulsos agresivos del ello en los
autorreproches del melancólico.
En 1917 Freud publicó su única investigación amplia sobre el problema de
la depresión. Dice que “la melancolía puede ser la reacción frente a la pérdida
del objeto amado”. Además llama la atención a la importancia del conflicto
ambivalente en la melancolía, conflicto que a veces surge de experiencias reales
y otras veces se debe más bien a factores constitucionales. Señala que la
“cathexis” erótica del melancólico con relación a su objeto experimenta una
doble vicisitud: parte regresa a la etapa de identificación (la fase oral o
canibalística del desarrollo libidinal) y la otra parte, bajo la influencia del
conflicto debido a la ambivalencia, vuelve a la etapa del sadismo. (Parece tener
en mente más bien la fase anal que la oral.) Una de las características más
importantes de este trabajo es el descubrimiento del superyo por Freud. Le
impresiona la autocrítica oculta del melancólico, que él describe como
autodenigración y llega a la conclusión de que debe existir una agencia crítica
—la conciencia— que se separa del yo. Sugiere que las recriminaciones que el
melancólico se hace a sí mismo son en realidad recriminaciones al objeto amado
redirigidas hacia el yo del paciente. Por medio de la identificación narcisística la
pérdida del objeto se transforma en una pérdida del yo. En este mismo estudio
Freud da énfasis a la extraordinaria disminución del respeto propio y al
empobrecimiento del yo del melancólico. La formulación hecha por Freud
implica que la poca estima que el melancólico siente por su persona está di-
rectamente relacionada con la condición del objeto introyectado. Lo que Freud
no aclara es cómo las recriminaciones del yo, primero al objeto y luego al yo,
son transferidas al superyo; ni cuándo, en su opinión, comienza el desarrollo de
la conciencia.
En 1923 Freud presentó un examen más detallado del superyo en el
melancólico. Puso énfasis en que en la neurosis obsesiva el yo se rebela contra
el superyo, pero en la melancolía el yo no hace objeciones, admite su culpa y se
somete al castigo. Freud relacionó su opinión acerca del sadismo con esta
extraordinaria intensidad del sentimiento de culpa y sugirió que la componente
destructiva —“un cultivo puro del instinto de muerte” se enclava en el superyo
y rechaza al yo. Da dos razones para explicar el porqué del rigor de la
conciencia: 1º) el control que la misma persona ejerce sobre su agresividad
hacia otros, y 2º) la desunión de los instintos luego de la introyección. Explica
el porqué del miedo a la muerte en el melancólico, diciendo que el yo se da por
vencido (muere) porque en vez de sentirse amado se siente odiado y perseguido
por el superyo. Freud relaciona esta situación con el estado de ansiedad que se
produce al nacer, así como con la ansiedad que se siente frente a la separación
de la madre protectora. De esta descripción se deduce claramente que Freud
atribuía la rigidez del superyo en el melancólico al funcionamiento del instinto
de muerte. El superyo se convierte en un perseguidor implacable. Asimismo
relaciona la situación de ansiedad interna con la separación de la madre buena y
protectora, quedando el yo a la merced del objeto perseguidor interno
superyoico. No llega, sin embargo, a la conclusión que una figura perseguidora
interna implique la existencia de una figura maternal o paternal perseguidora,
aunque él creía que la introyección precoz de la madre durante el primer año de
vida tiene ingerencia en el desarrollo del superyo.
En 1926 Eduardo Weiss hizo una contribución interesante que generalmente
se pasa por alto. Llamó la atención a la relación estrecha entre la melancolía y la
paranoia y sugirió el término síndrome melancólico-paranoico, debido a la
similitud de los mecanismos en las dos enfermedades. Describió a un objeto
introyectado perseguidor, tanto en los casos de paranoia como en los de
melancolía, En la melancolía también encontramos un objeto introyectado
“perseguido”, al cual se dirigen las acusaciones de la conciencia, siendo la
conciencia misma un objeto introyectado perseguidor. Puso énfasis especial en
que hay numerosos objetos introyectados y lo relacionó con la fragmentación
del yo. En la paranoia el objeto introyectado perseguidor se proyecta hacia el
exterior; en las dos enfermedades el objeto introyectado perseguido parece estar
relacionado con los instintos reprimidos. El doble proceso introyectivo del
superyo en la melancolía se relaciona muy claramente con la sugerencia de
Abraham, mientras que la importancia de los instintos reprimidos,
especialmente el instinto de muerte, en la formación del superyo fue
amplificada y difundida por Freud en su obra “El yo y el ello”.
En 1932 Weiss presentó detalladamente el crecimiento del superyo.
Nuevamente hizo hincapié en la importancia de los orígenes instintivos en el
desarrollo del superyo. Dice: “Mientras las condiciones que fomentan la
aparición del odio a sí mismo y del amor a sí mismo dependen del
comportamiento del padre como autoridad, la fuerza de la energía instintiva que
opera en estos sentimientos se deriva de las fuentes instintivas que operan den-
tro del mismo sujeto”. Al describir su teoría sobre el desarrollo del superyo,
discurre con detención sobre la suerte de las relaciones objetales al efectuarse la
introyección o la identificación. Procede luego a describir un proceso de
identificación por el cual se mata al objeto, sugiriendo que en este proceso el
reemplazo de una persona por otra es para el ello como si se matara a la
primera. Agrega que se considera a una persona como anulada cuando uno se
coloca a sí mismo en su lugar. Como esto implica que el objeto es muerto por el
proceso de introyección e identificación, el objeto debe ser revivido por un
procedimiento mágico, que implique omnipotencia, para que pueda existir un
objeto interno vivo. La omnipotencia del proceso de resurrección da poderes
mágicos al objeto interno, que ahora se convierte en el superyo. Los impulsos
destructivos del yo, que originalmente estaban dirigidos al objeto, son
traspasados a la figura superyoica. Este superyo está relacionado con un yo
arcaico que Federn llamó el “yo ego-cósmico”, en el cual no existe todavía una
diferenciación entre la idea del objeto y el objeto mismo. Todo posee aún la
cualidad yoica. Weiss relaciona su opinión sobre el desarrollo del superyo con
la psicosis. Su análisis parecería indicar que Weiss cree que el superyo tiene un
núcleo primitivo.
En 1944 Weiss diferenció las depresiones neuróticas y las melancólicas.
Los estados depresivos neuróticos se deben frecuentemente a una fijación tenaz
con su objeto amado, el que, sin embargo, es rechazado por el mismo individuo,
de tal manera que una gran parte de la libido queda bloqueada y por lo tanto
permanece inaccesible. Este tipo de depresión es, en muchos casos, una medida
defensiva para evitar una aflicción psíquica más seria. Al hablar de depresiones
melancólicas Weiss dice que el paciente ha perdido, hasta cierto punto, la
capacidad de amarse a sí mismo; más aún, se odia. Pone énfasis en el carácter
narcisístico de la melancolía y sugiere que la satisfacción narcisística del
melancólico se obtiene casi exclusivamente de la libido que el superyo dirige
hacia el yo. “El amor a sí mismo se obtiene por medio de canales superyoicos.”
Parece pensar que la razón de la existencia del odio a sí mismo radica
principalmente en los impulsos rechazables del ello del propio paciente. En este
estudio también menciona el papel que desempeña la introyección, pero es
evidente que está más interesado por el papel que desempeñan los impulsos del
ello como factores causantes de la melancolía.
Sándor Rádo (1927) contribuyó con sus estudios de diversos aspectos de la
teoría de la melancolía, particularmente el relacionado con el papel
desempeñado por el superyo del melancólico. Los pacientes melancólicos
dependen enteramente de otras personas para mantener su estima propia, estima
que se derrumba por ofensas y disgustos triviales. Pone énfasis en la tenacidad
con que los pacientes depresivos aferran a sus objetos amados su sadismo
devorador. Sienten la pérdida final del objeto de su amor atormentador como la
injusticia más grande del mundo. Rádo opina que las raíces más profundas del
conflicto melancólico están relacionadas con los paroxismos coléricos del niño
hambriento que motivan posteriormente todas las formas de reacciones
depresivas a la frustración. Es sobre estos paroxismos que el yo, en el periodo
de latencia, concentra su culpa. Rádo dice que los tormentos del hambre son los
precursores mentales de castigos posteriores, y que llegan a ser un mecanismo
primo para el castigo que, en la melancolía, alcanza un significado tan fatal.
Estas declaraciones de Rádo son difíciles de reconciliar, ya que, por un lado,
habla de los mecanismos primales del castigo, pero, por el otro, dice que el
sentimiento de culpa se desarrolla únicamente durante el período de latencia,
aunque asocia los mecanismos de castigo y los sentimientos de culpa con los
mismos impulsos y conflictos. Evidentemente Rádo tiene en mente, cuando
hace sus descripciones, a los precursores del superyo, aunque nunca lo expresa
directamente. Rádo también sugiere que el melancólico se siente culpable
debido a su actividad agresiva; se culpa a sí mismo por la pérdida de su objeto.
En su opinión la tendencia agresiva del ello se pasa al lado del superyo y obliga
al yo, de por sí debilitado por su actitud expiatoria, a ocupar la posición del
objeto. Escribe acerca de dos procesos de incorporación: el niño divide a su
objeto en dos —una madre buena y una madre mala— y estos objetos son
claramente diferenciados. Bajo la influencia de un fuerte impulso amoroso el
conocimiento que el niño tiene del lado malo de su madre simplemente desapa-
rece. Rádo sugiere que debido a la división del objeto este proceso no puede
todavía describirse como ambivalente. (En la misma época Melanie Klein
desarrolló teorías similares acerca de la vida emocional del niño, pero Rádo no
las menciona en su estudio.) En la iniciación de la melancolía el objeto bueno,
cuyo amor el yo desea, es introyectado en el superyo. Las fuerzas eróticas y
agresivas con las que el superyo debe trabajar son puestas a disposición del
mismo por el yo cuando éste abandona su propio derecho de utilizarlas para
apaciguar al padre bueno y al superyo. El objeto malo ha sido separado del
objeto total para desempeñar el papel de flagelante. Se incorpora al yo y se con-
vierte en la víctima de las tendencias sadísticas que ahora emanan del superyo.
Rádo considera el proceso de la melancolía como un intento de reparación en
gran escala. Su propósito es hacer revivir el aprecio por el yo que ha sido
aniquilado por la pérdida del amor. Esta restauración del aprecio por el yo está
nuevamente relacionada con la derivación oral de este proceso que puede ser
observada en la euforia del mamante satisfecho (orgasmo alimenticio). Rádo
cree que el narcisismo del niño siempre se recupera completamente luego de
una experiencia alimenticia satisfactoria, que él llama “alegría oral narcisística”.
Declara que en la melancolía los mecanismos orales llevan la ventaja, pero que
en depresiones menos severas los mecanismos genitales y sadicoanales son
suficientemente fuertes como para salvaguardar al yo de una caída a la
melancolía.
Rádo fue el primero que intentó presentar una descripción clara de la
situación infantil previa que posteriormente causa conflictos depresivos. Señala
con suma claridad que las primeras relaciones con la madre y la división de la
madre en una buena y una mala tienen mucha importancia en el desarrollo del
superyo y, también, pone énfasis en la importancia de los tormentos del hambre
como un mecanismo inicial de autocastigo. Las contribuciones posteriores de
Rádo no muestran la misma comprensión del conflicto del melancólico como lo
hacen sus primeros estudios.
Helene Deutsch ha hecho varias contribuciones que ayudan a comprender
mejor el problema de la melancolía. En 1932 describió a una paciente con una
severa depresión agitada. En sus formulaciones teóricas sigue la línea de Freud,
sugiriendo que la paciente incorporó a su hermana —en representación de la
madre— a su yo y, como superyo reforzado, el objeto introyectado castigó al yo
de la paciente por el odio que sentía por su madre. En 1933 Deutsch declaró que
el elemento paranoico tiene importancia en todos los casos maníacodepresivos
con fases agresivas. Estos pacientes son capaces de hacer frente, durante algún
tiempo, a los sentimientos de culpa, resultantes de su propia actitud agresiva,
por medio de un mecanismo de proyección, sosteniendo que son maltratados y
odiados. Si este mecanismo defensivo de proyección pudiera ser estabilizado
estos casos se convertirían en casos de paranoia real. Deutsch describe un caso
de ciclotimia para ilustrar su punto de vista. Al hablar acerca de la estrecha
relación existente entre la paranoia y la depresión, confirma una sugerencia
similar de Weiss (1926). En el mismo estudio hace hincapié en que todas las
formas de envidia del pene están en los comienzos del conflicto depresivo. En
uno de sus casos la envidia oral, escondida detrás de la envidia del pene, pudo
ser descubierta por medio del análisis y evidentemente contribuyó a la
formación del síntoma. La envidia del pene parecía estar mucho más reprimida
que la envidia oral y Deutsch presenta el desplazamiento de la envidia del pene
hacia la situación oral. En 1951 Helene Deutsch “agrupó las consideraciones
dinámicas sobre el papel que desempeña el narcisismo tanto en el paciente
depresivo como en el maníaco. Ella, como muchos otros escritores, considera la
manía y la depresión como dos expresiones distintas de la misma lucha
psicológica. En las dos enfermedades relacionó el proceso de defensa con las
primeras etapas de la formación del objeto y con las vicisitudes subsiguientes.
En uno de sus casos, que desde el punto de vista clínico fue un fracaso, insistió
nuevamente sobre el papel central que desempeña la envidia del pene. En su
segundo caso trató de ilustrar cómo un paciente, en la fase depresiva, se
identificaba a sí mismo con su padre depreciado; mientras que, en el estado ma-
níaco, se identificaba con su padre ideal, limpio, activo y completamente
aceptado. En la transición de la fase depresiva a la maníaca el paciente soñaba
con la rehabilitación del padre depreciado. El paciente continuaba
identificándose a sí mismo, en forma alternada, con la imago paterna. Deutsch
relaciona estas dos imágenes del padre con la división del yo ideal en identifi-
caciones, lo que trae aparejado un retorno a una fase previa del desarrollo, a
identificaciones infantiles primitivas, a las incorporaciones orales. Cree que en
la depresión la falta de estima de sí mismo se relacione con la identificación con
el objeto depreciado, un concepto que sigue la idea original de Freud. Deutsch
cree que en la depresión hay elementos disposicionales más profundos que
pueden ser inferidos de las primeras frustraciones, separaciones y disgustos del
yo. Se pueden encontrar reacciones depresivas en las tempranas separaciones
postnatales del objeto, mientras que las reacciones maníacas preliminares
podrían derivarse de la restitución del mismo objeto. Es interesante notar que en
la discusión que surgió acerca del estudio de Deutsch varios oradores, tales
como Rotheman, Lewin y otros, confirmaron que en pacientes
maníacodepresivos existe una división previa de las imágenes paterna y materna
en imagos buenos y malos. Ni en el estudio de Deutsch ni en la discusión
subsiguiente parece hacerse referencia al trabajo de Melanie Klein sobre el tema
del clivaje preliminar y la introyección.
Ahora trataré de dar una perspectiva detallada del estudio de la depresión
hecho por Melanie Klein. En 1927 escribió que en niños de 3, 4 y 5 años
encontraba ya un superyo riguroso. Describe el contraste existente entre la
madre real (cariñosa) de una paciente de 4 años y el castigo —fantástico y
cruel— con que amenazaba el superyo de la niña. Llega a la conclusión que no
es el padre real el que en este caso es introyectado para convertirse en figura
superyoica. Da énfasis al hecho de que el proceso de formación del superyo
comienza a una edad muy temprana, probablemente al final del primer año y
relacionado con los comienzos del complejo de Edipo, que sigue al sentimiento
de privación que se experimenta con el destete. Esta fecha temprana para la
formación del centro del superyo coincide, pues, con la dada por Abraham
cuando habla acerca del desarrollo de sentimientos de culpa en la tercera etapa.
Melanie Klein informa en el mismo estudio que en la paciente de cuatro
años ya mencionada descubrió identificaciones que correspondían más
aproximadamente a sus padres reales, aunque no eran idénticas a ellos. Estas
figuras que se presentaban como buenas, dispuestas a perdonar y a ayudar, eran
llamadas por la paciente “papá hada” y “mamá hada”. Melanie Klein ilustra
cómo, a veces, en la situación de transferencia, debía desempeñar el papel de
“mamá hada” y otras veces el de “mamá cruel”. Al discutir más adelante en su
estudio el caso de Erna, dice que Erna exhibía la fisura característica de la
personalidad clivándose en “diablo y ángel” así como en “princesa buena y a la
vez cruel”. (Relató este caso en el Congreso de Würzburg en 1924.)
Podemos, por lo tanto, llegar a la conclusión que desde muy al principio de
su trabajo Melanie Klein encontró y trató características de un superyo sádico
preliminar, que ella creía era creado en gran parte por los propios impulsos
sádicos del niño. Relaciona a este superyo riguroso con la división, en la
primera infancia, de las imágenes paterna y materna en imágenes ideales y en
imágenes increíblemente malas. Al mismo tiempo reconoció la división de la
personalidad del niño en un ser ideal y en un ser malo.
BIBLIOGRAFIA
J. O. WISDOM
(Londres)
1.—Introducción.
11.—El síndrome.
111.—Factores de diagnóstico.
1
Versión ampliada de un artículo leído en una reunión de la British Psycho-Analytical Society, Londres; 1º de
noviembre de 1961. Traducido de “International Journal of Psycho-Analysis”, Vol. XLIII, 1962, pág. 113-132
XI.— La teoría de la posición depresiva: unidad por proyección.
Según la descripción que hace Freud del síndrome,2 podemos ordenar los
síntomas principales como sigue:
2
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación de
interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones, y la
disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones de que el paciente se hace
objeto a sí mismo y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo” (8, p. 244).
fase oral (2, p. 276).
d) Anhelo del pecho (3, p. 450).
e) Introyección del objeto de amor (9, p. 249), que es primitivamente la madre
(3, p. 460).
f) Introyección por la vía oral (3, p. 444), elección de objeto narcisístico (9, p.
249).
g) Un sentimiento de poder omnipotente de destrucción (1, p. 146).
h) Profundo odio y desvalorización (9, pp. 248-251) dirigidos principalmente
hacia la madre (3, p. 460) y su representación introyectada (9, pp. 248-
249): de ahí sadismo intenso (2, p. 277) y ambivalencia aguda (9, pp.
257-7).
i) Unión o identificación con el objeto introyectado (9, pp. 249, 251-2).
j) Odio a sí mismo (9, p. 257).
k) Sentimientos inconscientes de ser odiado (1, p. 145).
1) Dudas en adoptar un papel masculino o femenino (1. pp. 143-4).
3
Debo a Mr. R. F. J. Withers el haber llamado la atención sobre la importancia de distinguir el pasado y lo
actual.
despierta la herida narcisística primaria].4
(3) Se considera que la pérdida se efectúa por medio de una expulsión anal
(3, pp. 426, 444).
(12) Ya que hay una actitud de odio (cf. 2) hacia el objeto introyectado,
que ha sustituido el odio a la madre (3, p. 461), tanto como una actitud de
valoración, y ya que el objeto es vivido como malo y bueno a la vez, hay
4
Los corchetes señalan un agregado que he hecho para llenar una laguna en la teoría, agregado que los trabajos
clásicos no pueden fundamentar, pero que los autores clásicos casi seguramente hubieran aceptado.
ambivalencia.
5
Abraham (3, p. 459) consideraba la situación edípica como básica, pero no ha mostrado su rol o su conexión
con los otros mecanismos.
por los ojos de este objeto introyectado. Tal objeto introyectado no es un objeto
introyectado orbital, sino que forma parte del centro de la persona, puede ser
llamado su “núcleo”, y la persona no tiene relaciones de objeto con el núcleo,
sino que unida al núcleo tiene relaciones de objeto con los objetos orbitales;
entonces se puede llamar un “objeto introyectado nuclear”. La “identificación”
y la “identificación introyectiva”, tales como se mencionan en la literatura, se
refieren probablemente a la introyección nuclear, y podría llamarse
“identificación nuclear”; podríamos también, si lo quisiéramos, con los objetos
orbitales, hablar de “identificación orbital”.
El concepto de “persona” es empleado en su significado ordinario, que
supone límites elásticos: es a veces equiparado con el núcleo, a veces con el
núcleo y la totalidad del mundo interno, a veces incluye y otras veces excluye al
cuerpo (cf. Hartmann, 13, pp. 84-5).
6
Señalado en la discusión por Mrs. E. Rosenfeld.
7
Thorner (38) hizo esencialmente la misma distinción. La misma idea subyace a la distinción de .Jacobson entre
“representación de la persona” y “representación de objeto”, términos que tomó de Hartmann (13, p. 85).
Cuando emplea el término “representación de la persona”, esto describe una realidad psíquica, la persona, en
tanto que se opone a un objeto interno, es decir, a la representación de un objeto externo; parece haber
introducido la palabra “representación” únicamente para recalcar su oposición a un objeto interno que es en
esencia una representación; la persona no es, por supuesto, una representación, y Hartmann no la trata como si
lo fuera —no utiliza “representación de la persona” en el sentido que la frase podría sugerir, de algo que
representaría a la persona—. Jacobson, sin embargo, parece usar el término para un compuesto a la vez de la
persona (17, p. 85) y de una representación de la persona (17, p. 86), aunque considere la primera como núcleo.
Existe la posibilidad de hacer aquí una distinción real. Para tomar un ejemplo de un paciente que se considera
como “siendo Napoleón” (18, p. 109), podríamos entender que Napoleón es introyectado en la persona, o
podríamos entender que el paciente se hace una representación de si mismo como siendo Napoleón. La
naturaleza de los delirios psicóticos, sin embargo, es tal, que identificaciones como esta, y también en realidad
identificaciones normales, no son sentidas como representaciones sino como siendo una parte integrante de la
persona; si así es, resulta erróneo introducir el término de “representación”. Dejando aparte la terminología, sin
embargo, Jacobson ha explicitado la distinción.
psicoanalítica, ya sea clásica o kleiniana. La distinción, de cualquier modo, es
neutra e independiente de las escuelas. Ahora vamos a empezar a usarla.
8
Al presentar este trabajo, enuncié la teoría clásica en sus propios términos, correctamente, según creo; pero
descubrí que habla fallado en expresarla correctamente en términos de núcleo y objetos orbitales, y en
consecuencia no había explicado exactamente la orientación de la ambivalencia.
Hay una muy pequeña diferencia entre los detalles y puntos de vista
proporcionados por Freud y Abraham. Para Freud, el objeto pedido es
reemplazado por un objeto introyectado nuclear. La hostilidad contra el objeto
perdido que provenía del núcleo se vuelve ahora hostilidad de la “instancia
crítica” del yo (objeto orbital) contra el objeto nuclear. Abraham incluye
procesos más detallados; el odio nuclear es proyectado y reintroyectado cuando
es identificado con la parte crítica del yo. Se precisa este agregado para explicar
el odio del objeto introyectado nuclear porque la “instancia crítica” del yo no
tendría, por sí sola, bastante motivo para castigar al objeto introyectado, y Freud
mismo insiste en que el castigo actual cruel que ejerce la “instancia crítica”
reemplaza la primitiva hostilidad hacia el objeto perdido. Entonces, no sólo el
agregado de Abraham es necesario, sino que Freud lo hubiera probablemente
suscrito de haber escrito en forma más completa (este punto tenía muy poca
relación con el trabajo que escribía).
Queda otro punto que no fue completamente explorado. Abraham
consideraba al objeto introyectado nuclear como derivado finalmente de la
madre, y así pienso que lo consideraba Freud. Pero Freud (9, p. 149) habla del
melancólico como predispuesto a una elección narcisística de objeto, lo que,
tratándose de un hombre, podría sugerir que el objeto introyectado nuclear
tendría que ser el padre. No hay contradicción si consideramos que “la elección
de objeto narcisística” no se refiere a la realidad biológica sino al sexo que el
melancólico siente suyo.
9
Hay que hacer algunos comentarios detallados sobre el amplio trabajo de Jacobson sobre depresión, por su
intento de tomar el problema y contribuir a su solución (sin mencionar las cualidades intelectuales que pone en
juego al hacerlo). No es la menor dificultad concretar lo que precisamente es nuevo en su punto de vista.
Reconoce abiertamente (16, p. 245 a.) haber aprendido de Klein y considera algunas de sus ideas como
importantes; sin embargo, en apariencia, mantiene una perspectiva clásica, ya que enfatiza mucho la pérdida de
la autoestima y el narcisismo (17, pp. 77, 79; 18, p. 99), es decir, en apariencia, el narcisismo primario. ¿Qué
tiene, entonces, de nuevo? Parece que eso.
En la base de su pensamiento está, como ya se ha mencionado, la idea de “presentación de la persona”. La
contribución esencial de la tesis de Jacobson, en lo que se refiere a la depresión, en que las discriminaciones
entre representaciones de la persona y representaciones de objeto —y es casi seguro que quiere decir, en los
términos de este trabajo, discriminaciones nitre objetos introyectados nucleares y objetos introyectados
orbitales— se vuelven borrosas (15); su punto de vista es entonces no sencillamente que se produce una
regresión a la fase oral con pérdida de la autoestima, sino que parecería ser que en esa regresión la boca no
observado un grado considerable de acuerdo entre la teoría de Klein y la teoría
clásica. Esta concordancia estrecha podría, quizá, señalarse especialmente en
vista a la divergencia general de Klein con la teoría clásica sobre un pequeño
número de consideraciones; por eso es sobre la depresión que Klein está más
próxima a la teoría clásica o que la teoría clásica es más kleiniana.
Pero existe una diferencia significativa, y la diferencia me interesa por lo
menos tanto como la identidad.
Si probamos las hipótesis clásicas uno por una, advertiremos que Klein no
discutiría mucho ninguna, salvo una —la del narcisismo primario—. Habría,
además, una diferencia en las dos teorías respecto a la orientación de la
ambivalencia; el alcance de esta diferencia se discutirá más adelante. Klein
habló pocas veces del narcisismo. Cuando lo hizo, se refirió muy obviamente al
narcisismo secundario. Nunca ha aclarado en sus escritos que negaba el
narcisismo primario; quizá porque pensaba que en algún sentido el concepto
podía tener su lugar. Algunos de sus colegas lo han mantenido de hecho
(Riviére, 32, pp. 12-13; Heimann, 14, pp. 145 f.). Se puede mantener, pero no se
discrimina entre núcleo y objetos orbitales, de tal modo que una pérdida de un objeto orbital es confundida con
una pérdida del núcleo. (Esto parecería más adecuado para la esquizofrenia que para la. melancolía.)
Podemos ahora aclarar la relación de su punto de vista con las teorías clásica y kleiniana. Aunque acepta
muchos de los descubrimientos de Klein, ha formulado una crítica que superficialmente parece referirse a una
cierta negligencia. Ha objetado (16, pp. 245 a., 248 a.; 17, p. 102 f.) que Klein no ha distinguido la introyección
en el yo y la introyección en el superyo, y ha sostenido que históricamente se trata sólo de la primera. Como
crítica, eso es erróneo: aunque la distinción precisa en la cual piensa Jacobson no fue hecha explícitamente,
difícilmente se puede criticar a alguien por no haberla observado, ya se trate de Klein o de sus predecesores,
Freud incluso; por ce mismo motivo, difícilmente se puede decir que la “introyección” era relacionada con una
de estas entidades; de hecho, Abraham (3, p. 461) utiliza explícitamente el término para ambos casos. Pero es
evidente que no mencionaba puramente un desacuerdo en passant; el punto sobre el cual recae la crítica es que
la teoría kleiniana ha dejado de lado lo que ella considera cardinal, a saber, una distinción entre dos entidades; la
desaparición de esta distinción constituye, según ella, la melancolía. Entonces, a pesar de aceptar mucho a
Klein, sostiene un punto de vista completamente distinto; y, realmente, a pesar de mantener en apariencia el
narcisismo primario su idea es también completamente distinta a la idea clásica. La idea de Jacobson es,
obviamente, de un interés considerable, y no se encontraría en las discusiones ni de Freud ni de Klein sobre
depresión; merece un trabajo ulterior, es decir, una elaboración en una teoría específica que proponga su propia
exposición detallada de los distintos rasgos del trastorno, para ver si se puede hacer el trabajo de exposición que
requiere. Se puede plantear el problema de si la confusión entre núcleo y objetos orbitales que encuentra no es
realmente esquizofrénica; el descubrimiento de un proceso esquizoide en un paciente depresivo no sorprendería
mucho, sabiendo que la esquizofrenia y la melancolía son familias vecinas cuyos miembros se encuentran a
menudo en casa uno del Otro, pero el depresivo no pierde forzosamente su identidad en la forma que implica la
confusión.
puede realmente dudar de que el concepto en su sentido principal clásico era
incompatible con su teoría; ya que clásicamente una fase narcisística precede al
establecimiento de relaciones objetales, mientras Klein pensaba que las
relaciones de objeto están presentes desde el principio de la vida (25, p. 293;
ver, por ejemplo, 21. p. 380).
10
Klein (19, p. 286) ha aceptado explícitamente la idea de Freud, de que el objeto perdido, que en su teoría es
reemplazado por un objeto orbital, es también introyectado en el núcleo, pero esto no aparece como elemento
fundamental de su teoría.
Pasamos ahora desde el contenido de la teoría (12, 13) y el establecimiento
histórico (H), al mecanismo por el cual la ambivalencia puede llegar a ser
aceptada. Es la hipótesis (R) que para compensar los ataques ambivalentes a los
objetos orbitales buenos se crean en lugar de ellos otros objetos que son sus
equivalentes; esto constituye la reparación (Klein, 19, p. 285). Habría que tener
en mente que esta hipótesis concierne objetos parciales tanto como objetos
totales (23, p. 203).
Hay una ambigüedad respecto a la relación entre lo parcial y lo total, que
fue reconocida pero no aclarada. “Objeto parcial” designa, por un lado, partes
de una persona, por ejemplo un pecho, y así es como se usaba originariamente.
En la teoría kleiniana, designa también un objeto dotado de una sola de sus cua-
lidades, bueno o malo. Se podría, para mayor claridad, distinguir el primer uso
como “objeto parcial espacial” y el segundo como objeto univalorado”. En el
segundo uso, un pecho bueno y una madre buena podrían ser ambos objetos
univalorados y, en este sentido, objetos parciales, aunque el primero sería un
objeto parcial espacial, y la otra sería un objeto total espacial. La teoría de la
posición depresiva se refiere primeramente a objetos univalorados, sea objetos
parciales espaciales u objetos totales, y a su integración en objetos bivalorados,
por ejemplo, de un pecho bueno y de un pecho malo en un pecho bueno y malo,
y de una madre buena y de una madre mala en una madre buena y mala. Pero se
refiere también a objetos parciales y a su integración en objetos totales
espaciales, aunque no se ha propuesto teoría para este proceso
El proceso completo es sufrido a la vez en relación con objetos parciales y
objetos totales (22, p. 283; 23, p. 203 n.), aunque el acme se produzca en
relación con objetos totales. Además, no hay que representarse el proceso como
algo uniforme y sistemático, como sería recibir, en un a primera fase, ladrillos
sueltos, y en la segunda reunirlos unos sobre otros —porque el proceso de
construcción constantemente se deshace aquí y allí, y tiene que ser rehecho—.
Una falla en el pasaje por el estado depresivo implica una falla de la
reparación; en consecuencia, los objetos introyectados orbitales buenos y malos,
o no son reunidos. o si finalmente se reúnen, son clivados y divididos en modos
y grados diversos; lo que vuelve a instalar la posición (conocida como
esquizoparanoide) anterior a la posición depresiva, o lo hace en cierta medida
(16, pp. 213, 213 n.).
Los factores que llevan a la reparación son varios, entre los cuales Klein
menciona especialmente reacciones maníacas y obsesivas; pero este problema
de las fuentes requiere una teoría por sí solo.
Se puede señalar que esta teoría, como muchas de las teorías psicoanalíticas
básicas, como el complejo de Edipo o el complejo de castración, es
endopsíquica.
11
La única alternativa, que la ambivalencia está presente desde el nacimiento, parece completamente contraria a
la realidad.
coherencia.12 (La orientación de la ambivalencia para Freud era otra en la
melancolía, pero sería difícil encontrar fundamentos para objetar la orientación
que le está adscripta en el desarrollo normal de la teoría de Klein.)
Propongo, por un motivo que se aclarará en las fases siguientes, llamar a esa
parte de la teoría de la posición depresiva la teoría del objeto ambivalorado.
12
En su comentario de esta teoría, Spitz (37) ha cometido una extraña negligencia. Sostuvo la idea de que la
posición depresiva no forma necesariamente parte del desarrollo normal, no más que una pierna rota en la
infancia debe preceder el caminar adulto, es decir —si dejamos de lado esta analogía—, porque la posición
depresiva es un estado anormal. Pero desde el comienzo del psicoanálisis, los estados anormales se han
considerado básicos en el desarrollo normal, por ejemplo, el complejo de castración, el carácter perverso
polimorfo de los nidos, etc., cf. Freud (10, p. 215): “Desde que hemos aprendido a ver con más penetración, nos
inclinamos a afirmar que la neurosis infantil no es la excepción sino la regla, como si fuera un accidente
inevitable en el camino que va de la disposición infantil a la civilización social”.
13
Existe un ejemplo interesante (le esto en la lógica. Todos los factores relacionados con la validez de un
razonamiento eran conocidos para Aristóteles, pero pasaron más de 2.000 años antes que alguien consiga
construir una teoría de la validez. La teoría de Tarski-Popper concuerda completamente con los factores
conocidos y además proporciona un método poderoso para conseguir determinados resultados que no se podían
conseguir si estos factores se usaban nada más que por sí mismos.
X.— LA TEORIA DE LA POSICION DEPRESIVA:
EN RELACION CON EL SUJETO
14
Esta hipótesis puede incorporar la idea de Glover de núcleos del yo.
En este artículo y en otras partes empleo “núcleos” en un sentido distinto al de Glover (11): él quiso designar
elementos céntricos del yo; yo quiero decir que hay un núcleo o un elemento céntrico de toda la personalidad y
no estrictamente del yo; tal núcleo podría corresponder a la totalidad del yo más bien que a una parte de él. Mi
concepto, pues, es el mismo que el de Glover; sólo el uso del término es distinto, el mío derivando del uso en la
expresión “nucleus of the stem” (médula del tallo).
15
De acuerdo con la consideración anterior, la integración requiere una precedente integración del sujeto. ¿Es
ésta la única posibilidad? Podría parecer que las dos integraciones puedan ser simultáneas, o que la del objeto
puede hacerse primero. Consideremos lo último. Duplicaría una actitud aislada de amor (o de odio) dirigida
hacia un objeto vivido a la vez como huello V malo. Una constelación de esta clase, sin embargo, parecería más
bien un resultado complejo que un sencillo fundamento a partir del cual se pueda construir un más amplio
desarrollo. La simultaneidad sería posible en el caso de que, siguiendo una integración rudimentaria en el sujeto,
una integración rudimentaria del objeto facilitaría quizá una mayor integración en el sujeto. Pero aún esto
presupone Cierta prioridad de la integración en el sujeto, por encubierta que pueda ser más tarde.
principio, existir sin ella, mientras la ambivalencia no podría existir sin estos
dos elementos.
Cuando Klein describió la posición depresiva, se refirió principalmente a la
integración en el objeto; pero es claro que tenía también en mente la integración
en el sujeto, porque ha señalado (25, p. 298) que cuando el objeto se diva, el
sujeto también: aunque no ha proporcionado hipótesis detalladas, es evidente
que en un proceso paralelo. Pienso que es correcto incluir la integración del
sujeto en el capítulo de la posición depresiva, 1) porque pensaba en las dos
integraciones como estrechamente vinculadas, II) porque la idea de la posición
depresiva concierne a integraciones fundamentales, y III) lo que es el punto
decisivo, se puede difícilmente dar una cuenta plena de la integración del objeto
sin la del sujeto, como lo vamos a ver.
Antes de dejar el tema, podemos considerar la pregunta de si esta parte de la
teoría de la posición depresiva es clásica. Glover era un analista clásico, y no se
encontró incompatibilidad cuando sugirió la idea de núcleos del yo. Además, en
la perspectiva intuitiva clásica, a) no había una teoría psicoanalítica del yo
infantil; b) se consideraba como admitido, como algo de sentido común que las
integraciones eran progresivas y no presentes desde el comienzo de la vida; pero
e) no había una idea específica de lo que no era integrado —era un cuadro vago
de un flujo incipiente de sentimientos—. En tal situación, es probable que
cualquier sugerencia de interpretación específica se hubiera sentido sin
concordancia con la perspectiva intuitiva. Sin embargo, es difícil imaginar que
otra versión que la que estamos discutiendo sea posible. Además,
independientemente de la discordancia inevitable entre el detalle específico y la
idea intuitiva, es difícil ver que hay algo que desentona fundamentalmente en
los procesos mentales descritos, con la perspectiva clásica.
Del mismo modo que he sugerido distinguir la parte primera y la más
conocida de la teoría de la posición depresiva como la teoría del objeto
16
Es precisamente el sentido que Freud dio al término “ambivalencia” cuando lo ha tomado de Bleuler
ambivalorado, quisiera sugerir aquí llamar a la parte en discusión, la teoría del
sujeto ambipotencial, y a las dos partes unidas, la teoría de la configuración
ambivalente.
IDENTIFICACION PROYECTIVA
17
Klein menciona (26, p. 6 a.) que en varios escritos (durante treinta años ha señalado distintos rasgos de la
envidia, pero que sólo recientemente los ha relacionado con el pecho: sería naturalmente esencial para conectar
la envidia con la depresión. Parece que Rosenfeld (33) ha dado la primera descripción completa de las hipótesis
sobre la envidia en un texto impreso, aunque la dio en relación con un caso clínico de esquizofrenia y no en
relación con la teoría general.
lo que ha podido ser su idea de la relación. En estos ejemplos, encontramos una
identificación proyectiva con alguien que posee un determinado bien, el anhelo
de este bien, y la hostilidad hacia el mismo, pero cuando se interpreta la
destructividad se vivencia el rechazo. Clínicamente, entonces, en la idea de
Klein aparecería que el rechazo surge por la destrucción de un objeto bueno, no
sólo bajo la forma de objeto introyectado como orbital, sino en la forma
proyectada.18
Ahora, la envidia implica algo más que ambivalencia en un marco (campo)
de identificación proyectiva, quiero decir E4. No hay motivo para considerar
este factor como característico de la posición depresiva. He conectado el trabajo
sobre la envidia con la teoría porque proporcionaba la posibilidad de explicar la
unidad de los objetos externos y porque los ejemplos clínicos indicaban esta
conexión. Pero todo lo que se precisa para mi propósito es un cuadro de
identificación proyectiva de ambivalencia pura, es decir, la destrucción del
pecho odiado y anhelado sin rebajarlo (E4). La envidia es patológica, pero la
identificación proyectiva no lo es, o más bien es un mecanismo normal que
puede servir a fines patológicos o normales. Lo que agrego aquí a la teoría exis-
tente de la posición depresiva es la idea de la ambivalencia bajo la forma de una
identificación proyectiva normal.
El motivo por el cual esto parecería ser una parte esencial de la teoría de la
posición depresiva es que, sin ello, una persona, por integrados que puedan ser
sus objetos orbitales, no tendría modo de ver los objetos externos como
integrados.19 Se puede mencionar también en esta conexión, que los objetos
18
El fenómeno general podría describirse como “extrayección” de objetos; y éstos podrían llamarse “objetos
extrayectados”, lo que seda un término niño sencillo que “objetos con los cuales se hace la identificación
proyectiva”.
19
Se podría notar, sin embargo, que aún la extensión de la teoría al campo de la identificación proyectiva no
explica la unidad de un objeto externo, sino solamente la unidad de una identificación proyectiva representación
de un objeto: la conexión con un objeto real requiere algo adicional, como de adscribir al objeto real la
representación unificada y de experimentar su concordancia en los acontecimientos ulteriores.
externos, dado que se integran por proyecciones desde el núcleo, exactamente
como pasa con los orbitales, podrían sentirse como en estado de tensión.
Las cuatro partes de la teoría expuestas hasta aquí, se centran sobre un solo
tema; esta nueva (y última) parte es de una clase distinta. La configuración
ambivalente —como la hipótesis 13K— hace surgir un sentimiento de culpa (y
lo que Klein llama ansiedad depresiva). Surgen porque la integración
involucrada en la ambivalencia implica un conocimiento de que uno está
atacando un objeto bueno.20
En relación con esto, Gillespie planteó en la discusión un problema interesante e importante. Considerando
que un objeto introyectado orbital es una representación de un objeto externo, ya que “introyectado” implica que
algo es ahora puesto dentro desde afuera, entonces, si el objeto externo está formado por identificación
proyectiva, tenemos la situación que, o no hay un objeto externo original para introyectar, o está ahí desde antes
y no tiene que haber sido puesto ahí por identificación proyectiva.
Propondría la contestación siguiente. Un objeto externo real está presente en el comienzo, por ejemplo, un
pecho; provoca una percepción (de ningún modo exacta) o un campo de percepciones; algunas son percepciones
de “pecho bueno” y otras, percepciones de “pecho malo”; los objetos introyectados “pecho bueno” y “pecho
malo” se forman; estos objetos introyectados orbitales univalorados se integran, así como ahora las actitudes
nucleares Correspondientes. El objeto introyectado orbital o nuclear o quizá ambos, son proyectados sobre el
estímulo del objeto externo. Para resumir, te do lo que el sujeto conoce al principio no es el objeto externo con
todos sus aspectos, sino una representación perceptiva inadecuada y una valoración parcial de él; después que se
han producido la introyección y la reproyección, la representación puede adecuarse al objeto en ambos sentidos.
20
Puedo arriesgar aquí una sugestión a propósito de las ideas de Klein sobre ansiedad depresiva y sentimiento
de culpa. Los consideraba (24, cap. VIII, p. 285) como estrechamente conectados, aun muy semejantes, pero no
del todo una misma cosa, y se ha declarado incapaz de aclarar la relación entre ambos. Me parece natural
reservar “sentimiento de culpa” a un sentimiento hacia un objeto (que es primariamente interno); en otras
palabras, se podría limitar para hablar del afecto surgiendo de la hostilidad hacia un objeto orbital valorado.
Ahora, esto presupone —de acuerdo con el cap. X— una actitud ambipotencial. Y esto implica, de acuerdo con
la hipótesis (Si) una tensión nuclear que surge de la integración dentro de la persona de actitudes positivas y
negativas. Entonces, en la configuración ambivalente, no hay sólo un sentimiento de hostilidad en relación con
un objeto introyectado orbital bueno, sino también un sentimiento de tensión nuclear por la combinación de una
actitud negativa con una positiva. Lo que sugiero aquí es que el primero, en relación con un objeto orbital,
puede identificarse con el sentimiento de culpa, y el segundo, que es nuclear, con la ansiedad depresiva.
Si Klein hubiera o no aceptado esta explicación, no puedo presumir, pero la distinción, aun si Klein no la
hubiera equiparado con la distinción entre ansiedad depresiva y sentimiento de culpa, puede hacerse, y será
necesaria más adelante. La Dra.Hanna Segal ha llamado mi atención sobre la posibilidad de identificar la
ansiedad depresiva con el afecto de pérdida (por oposición al de destrucción) del objeto orbital. Esto parece
completamente razonable. Sin embargo, haría la sugestión de que el afecto de pérdida surge de una tensión
nuclear, es decir, que la pérdida tiene este afecto precisamente porque induce una tensión nuclear.
Se puede resumir como sigue:
La conexión entre el sentimiento de culpa y el daño infligido a un objeto
orbital bueno puede aclararse señalando que el daño produce la pérdida de algo
valorado; entonces:
(G) El sentimiento de culpa puede ser considerado como una manifestación
del sentimiento de pérdida por el daño de un objeto introyectado orbital bueno.
El modo más satisfactorio de luchar contra esta pérdida (C) sería reparar el
daño y restaurar así el objeto orbital bueno. Entonces la reparación sería el
proceso de terminación normal de la posición depresiva. Entonces surge la
pregunta de cómo podría ser reparado el objeto orbital dañado.
La hipótesis más simple al respecto, aunque hay otras posibles, sería:
(L) que una parte del núcleo, sentida como de amor, es proyectada sobre el
objeto orbital.
Esto sería posible sólo si se siente que hay bastante capacidad de amar en el
núcleo para permitir la proyección de parte de ella sin empobrecerlo al punto de
que el núcleo quede como vacío o dominado por actitudes negativas.
La posición depresiva como totalidad, entonces, es una serie de procesos
normales que llevan desde actitudes aisladas y objetos orbitales aislados, hasta
una actitud ambipotencial y objetos orbitales ambivalorados, es decir, a una
configuración ambivalente, con un sentimiento de pérdida frente a la
destrucción ambivalente de objetos orbitales buenos, y la restauración de
objetos (posiblemente utilizando actitudes de amor del núcleo), y también una
serie semejante de procesos normales que involucran la ambivalencia y la
reparación bajo la forma de identificación proyectiva.21 El curso general de los
procesos que postula la teoría es, por supuesto, sujeto de diferencias
individuales infinitas por la reintroyección y reproyección continuas, pero son
21
Lo que haría la identificación proyectiva normal sería la capacidad de reparar en el campo proyectivo,
haciendo posible volver a tomar la proyección.
todas variaciones sobre un solo tema.
22
Jacobson (15) habla de un proceso en el cual el amor es agotado en un intento de salvar al objeto.
afectiva sería la desesperación.23
Además, la hipótesis (N3) sería también una consecuencia en determinadas
circunstancias. La destrucción oral podría transformar un objeto orbital bueno
en malo, pero podría haber varios modos de manejar este objeto malo. Podría,
por ejemplo, ser reproyectado oralmente24 en el acto, o sentido como teniendo
que ser expulsado de inmediato, pero podría ser incorporado como nuclear. Esto
último puede ser considerado como la reacción más normal, por el hecho de que
la experiencia psíquica descrita estaría ligada a las sensaciones corporales de
absorber el alimento, que serían seguidas normalmente por la sensación corporal
difusa de “plenitud”, distinta de la de distensión del estómago:
cualquier otra reacción implicaría negar la relación entre la sensación de
plenitud y el objeto.
La hipótesis de la envidia podría aparecer como proporcionando un modelo
inteligible para la creación de la ambivalencia; pero es evidente que (El) y (E4)
presuponen ambivalencia o más bien una actitud ambipotencial ya preexistente.
Parecería entonces que, por básica que sea la envidia, surge de la tensión
nuclear más bien que la recíproca.
23
Aunque la desesperación puede tener otras raíces adicionales.
24
¿Podría tener algo que ver con la anorexia nerviosa?
a los padres un juguete o un cuscurro y que ellos lo ignoran o lo toman en
broma, el niño sentirá que sus esfuerzos no son buenos; y lo mismo si sus
esfuerzos constructivos en el juego están interferidos. Estas derrotas pueden ser
de una gran importancia práctica para su desarrollo ulterior. Pero no van
completamente a la raíz del problema, porque no crean la falla en reparar, sólo
la refuerzan: actúan sobre una dificultad interna para hacer reparación. Una
actuación más fundamental en el manejo del niño, para promover esta
dificultad, podría ser la negativa a jugar con él inmediatamente después de
alimentarlo, acostándolo y dejándolo solo; porque, si él siente que comer es
destructivo, la desaparición de la madre podría confirmar este sentimiento,
mientras jugando con él le mostraría que queda sana y salva. El mismo
resultado podría provenir del ambiente impersonal, si el frío produjera a
menudo una gran incomodidad después de una comida. Parecería entonces que
cualquiera circunstancia de este tipo, sea en el manejo, sea impersonal puede
jugar un papel importante. Por un lado, la presencia continua de la madre podría
dar la seguridad al niño de que no la ha destruido en el campo de la identifica-
ción proyectiva, lo que se opondría a que se completara la estructura depresiva.
Por otra parte, podría anular el proceso interno de intentar la reparación y aún
más fundamentalmente alimentar en el niño el convencimiento de que su amor
por el objeto lo destruye. Esto se puede considerar como la hipótesis de la
influencia ambiental.
25
Tratándose de discriminaciones, vale la pena mantener una posibilidad que podría discriminar la depresión
normal de la depresión patológica. Consideremos una situación que está por debajo de la envidia y de tipo
depresivo .00nsideremos, como en la envidia, un objeto bueno externo que es anhelado. Este objeto no es un
objeto que haya sido propio y perdido, sino un objeto que es inalcanzable. Hasta aquí no tendríamos nada más
la depresión no parece ir más allá de la idea de vacío y de “no ser bueno”
mientras la melancolía lo hace: es decir, implica más que sólo “no ser buenos”;
implica el sentirse positivamente malo.26 Para evitar un malentendido: el
depresivo, por sus ataques destructivos, seguramente siente que es malo, pero
parecería significar la maldad de la culpa; el sentimiento de maldad del
melancólico, en el planteo actual por lo menos, es un sentimiento sobre la
cualidad o el valor de sí mismo. Y esto es expresado por (N3), la reintroyección
del objeto orbital malo, es decir, la incorporación nuclear de un objeto revestido
por la cualidad de maldad.
26
Cf. Freud (9, p. 246): “en la aflicción, el mundo aparece desierto y empobrecido ante los ojos del sujeto;
en la melancolía es el yo que ofrece estos rasgos a la consideración del paciente”.
el hecho que las sensaciones de masticar acompañan biológicamente el comer, y
que los dientes aparecen normalmente a los seis meses, el acmé de la posición
depresiva. Otro aspecto es que, si esta tensión no se produce, su falta implica
separar el amor por el alimento de su destrucción mediante el masticar. (Si) y
(E) proporcionarían incrementos poderosos.
La observación gráfica de Freud (9, p. 246) sobre el trabajo interno del
melancólico “que consume su yo” puede vincularse con (O) pero quizá es
interpretada más plenamente por (O) y (Si).
Pero aún si (O) es de una importancia básica, su poder parecería depender
ampliamente o quizá necesariamente de no ser contrarrestado. Entonces agrego
(por lo menos para el varón) la hipótesis:
(F) Una condición para el desarrollo de los procesos depresivos que son la
consecuencia de (O) es la falla en formar un objeto introyectado nuclear del
padre.
No es falto de interés agregar que el efecto de derramar o agotar el erotismo
de (D) explicaría los fenómenos depresivos que llevaron los primeros clínicos a
postular una herida narcisística primaria.
Para reunir los hilos: el resultado de la discusión precedente es que si surge
la melancolía, esto se debe a: 1) una pérdida que desencadena la posición
depresiva, II) un desarrollo notable de la ambivalencia, III) una falla en reparar
los objetos introyectados orbitales en el mundo interno, IV) una falla en reparar
bajo la forma de identificación proyectiva, V) esas fallas proviniendo
básicamente, aparte de factores agravantes, de que el amor sea sentido
insuficiente para hacer reparación y de que medios sustitutivos de reparación no
sean alcanzables, VI) cuando hay un sentimiento nuclear de que el amor oral es
destructivo en su naturaleza.
La doctora Hanna Segal (1961) ha llamado mi atención sobre un desarrollo
reciente, según el cual la melancolía es comprendida como el producto de
determinadas defensas contra la posición depresiva, cuyos ingredientes se deben
encontrar en Klein (19, pp. 298, 308; 20, pp. 316-17). Sobre un fondo en que
hay una nostalgia del objeto orbital perdido por culpa de la ambivalencia, las
defensas surgen frente a: a) la falla en repararlo, y b) la dependencia de él. La
gran defensa contra la falla en reparar es maníaca y consiste más
específicamente en omnipotencia, negación e idealización. La pérdida es
negada, el objeto restaurado omnipotentemente y entonces idealizado (todos
procesos apartados de la realidad). Después, porque la restauración maníaca es
artificial y no procura una satisfacción real, surge un sentimiento de
dependencia hacia el objeto orbital; y, como esto no se puede resolver por una
satisfacción real, es vivido como una persecución. En consecuencia las defensas
esquizoides contra la persecución resuscitan y entran a actuar una vez más,
incluso el empleo incrementado de la omnipotencia. De acuerdo con esta
descripción, la melancolía es concebida no exactamente como una reacción
esquizoide o maníaca, sino como el resultado de la interacción de defensas
esquizoides y maníacas contra la ambivalencia de la posición depresiva. Esta
defensa “esquizo-maníaca”, como se podría llamar, parece ser un proceso que
tiene probablemente que producirse. Pero no se produciría si la tarea de la
reparación pudiera llevarse a bien por un incremento del amor, es decir, si esta
tarea no fallara porque (O) la forma de amar era destructiva y (D) el amor se
derramaba. Ahora, cuando están presentes estos procesos, de acuerdo con el
planteo que he hecho, se produce una tensión nuclear (Si). Y esto, muy proba-
blemente, sería una condición bajo la cual la omnipotencia y las defensas
basadas sobre el clivaje podrían empezar a actuar. De ahí que la defensa
“esquizomaníaca”, aunque sea de carácter básico, parecería suponer
anteriormente los procesos, especialmente (D) y Si), que he sugerido.
La idea del amor destructivo, como ya lo he señalado, fue mencionada hace
tiempo por van Ophuijsen. Klein (19, p. 286) estuvo también de acuerdo con
esto. Hasta donde alcanzan sus explicaciones no hay nada que indique si
consideraba como factor más decisivo para la melancolía (O) o bien la defensa
esquizomaníaca. La razón que he dado para mi elección de (O), es que la
defensa esquizomaníaca lo presupone (o presupone algo parecido) y no es
recíproco. Sin embargo, hay una consideración adicional. Si los procesos
esquizomaníacos son en principio indispensables para restaurar un objeto
destruido o perdido, entonces la melancolía sería el destino universal del
hombre. No sería así, si llegan a actuar sólo en el caso que (O) el amor llegue a
ser predominantemente destructivo. La hipótesis (O) permite diferencias de
intensidad; porque una intensidad moderada de destructividad del amor en un
niño se incrementa o no de acuerdo a que el manejo de él por el ambiente falla o
tiene éxito en mostrarle que la madre ha quedado sana y salva. Entonces la de-
fensa esquizomaníaca no haría parte del desarrollo normal, sino que sería
característica de la melancolía.
En esta reconstrucción, a la serie de seis condiciones resumidas más arriba
para que se produzca la melancolía, agregaríamos: VII) cuando los medios
normales de reparación fallan, entonces se desarrolla para luchar contra la falla
una defensa esquizomaníaca, consistente en un intento de efectuar una repa-
ración mágica que es por esencia destinada al fracaso.
27
Que esto sea o no cierto está en la línea y en el espíritu de la concepción de Freud de la defusión de los
instintos, y de la concepción de Klein del instinto de muerte.
Lo que aparece aquí se reduce a esto: que el mecanismo básico subyacente
al suicidio no es un ataque de la totalidad de la persona contra su núcleo, mucho
menos un ataque contra un objeto orbital, sino una lucha dentro del núcleo.
Se precisa especialmente la claridad sobre lo que esto implica. Las citas de
Freud dadas un poco más arriba indican que el objeto malo odiado es
introyectado dentro del núcleo y es entonces el blanco de los reproches. La
hipótesis preliminar sobre el suicidio que acabamos de formular hace de este
objeto no el blanco sino la fuente del ataque. Esta idea parece en desacuerdo con
las observaciones de Freud sobre el suicidio (9, p. 252), donde considera el
mecanismo como situado en el mismo plano que el del autorreproche. Sería
factible discriminar clínicamente las dos posibilidades, es decir, afinando la
interpretación, se puede razonablemente esperar decir en qué medida la tensión
es básicamente nuclear y cuáles componentes nucleares en las fantasías de
suicidio están atacados y cuáles atacando.
Pero estas dificultades se desvanecen si damos un paso más. La idea de
lucha dentro del núcleo, aunque esté quizá más próxima a la idea intuitiva del
suicidio que las otras dos alternativas consideradas, es en sí misma contraria a la
realidad. Tomada al pie de la letra, describiría algo como una persona que
muere de melancolía durante el sueño, más bien que clavándose un puñal en el
corazón o abriendo la llave del gas. Esta insuficiencia puede desaparecer si
tomamos la explicación de la depresión expresada en la forma de identificación
proyectiva. Consideremos la consecuencia de la reintroyección de un conflicto
proyectado. El conflicto proyectado está compuesto por elementos nucleares;
cuando se reintroyecta, aún como orbital, refleja el conflicto que constituye la
tensión nuclear; ahora ésta no tiene válvula de escape, ya que la identificación
proyectiva no puede servir más como zona de seguridad, por la reintroyección.
En esta explicación, el suicidio es la salida de la tensión nuclear, pero sólo
después que ha fallado completamente la reparación, que no queda lugar para la
identificación proyectiva, y que la reintroyección ha tenido lugar.
Esta explicación, por correcta que sea, por supuesto no está completa;
porque precisaríamos también la explicación de la reintroyección.
Si se considera el suicidio como una desintegración del núcleo, resulta que
es fundamentalmente un fenómeno esquizoide, y no intrínsecamente
depresivo;28 se reduce a una derrota total en la posición depresiva.
28
Debo a la doctora Hanna Segal el haberme llamado la atención sobre el hecho de que el suicidio puede ser
considerado como una reacción esquizoide a la posición depresiva.
posición depresiva.
29
¿Puede ser que la melancolía se refiere a un ataque, sentido como habiéndose llevado a cabo, contra un objeto
bueno, correspondiente a algo vivo, mientras en el duelo surge un mayor sentimiento de vacío por el hecho que
el objeto bueno es proyectado para evitar el desamparo de retenerlo sin proyectarlo durante el duelo?
No se puede Conseguir satisfacción con el objeto real correspondiente y entonces un ataque contra el
objeto bueno proyectado se hace imprescindible para hacerlo corresponder a algo ya muerto.
menor del trabajo teórico; en ejemplos importantes, la connotación de los
conceptos no puede ser especificada de este modo, y su significado se puede
explicar sólo por el papel que juegan en una teoría.
30
El procedimiento clásico de la ciencia (que, entre paréntesis, Freud era
casi el único en seguir entre los científicos sociales) no ofrece garantía ninguna
de resultados; presenta sólo posibilidad de conseguirlos; pero si no se sigue,
seguramente no habrá resultados.
30
Por esto se entiende el procedimiento que fue siempre seguido de hecho por los científicos que obtuvieron
resultados, que implica la confrontación con un problema, la hipótesis, y finalmente la observación, que lleva a
la refutación, más hipótesis, etc. La descripción tradicional hecha por los filósofos y aceptada sin crítica por los
científicos era completamente distinta: comprendía la recolección de numerosas observaciones que llevarían a
teorías sin empleo particular de la imaginación o del pensamiento (cf. Popper, 29).
BIBLIOGRAFIA
38. THORNER, Hans (1955).— Three Defences against Inner Persecution. In:
“New Directions in Psycho-Analysis”, ed. Klein et al. (London: Ta-
vistock, 1955.)
Héctor Garbarino.
Más adelante, los autores intentan una clasificación dinámica de los estados
depresivos, a) Según el grado de desintegración de las relaciones libidinosas.
Habría una diferencia entre los depresivos que se sienten privados de amar y
que sufren de sensación de vacío interior, y los depresivos dominados por la
culpa que están luchando contra el odio alimentado por las decepciones. b)
Según el grado de introyección del objeto. La introyección del objeto es de
grado variable, siendo completa en la melancolía estuporosa.
Sugieren los autores la designación de depresiones parapsicóticas —además
de depresiones neuróticas y psicóticas, según la estructura de las relaciones de
objeto—, para aquellas depresiones que fluctúan de una depresión neurótica a
una psicótica y viceversa.
Luego estudian las defensas contra la depresión. La manía es únicamente
mencionada por su extensión. La inhibición o enlentecimiento de la vida
psíquica es el resultado del bloqueo afectivo. El aburrimiento es quizá una
defensa contra la tristeza. Si el bloqueo se hace crónico origina el cuadro de la
neurastenia. La obsesión es otra defensa contra la depresión.
Los métodos de recuperación oral afectiva son aún defensas más
importantes. Tienen siempre un carácter toxicomaníaco y aditivo (Rádo). Pero
si comúnmente son verdaderos tóxicos como el alcohol, los opiáceos, los
barbitúricos y tranquilizantes, otras veces no son toxinas, como es el caso de la
adicción al sueño o la comida. O al sol y el agua, como sustitutos de la caricia
materna. El objeto de esta necesidad puede ser una persona buscada con tiránica
avidez.
El suicidio es el fracaso de las defensas contradepresivas. Los autores
subrayan el papel del amor en el suicidio. Este constituiría, en un aspecto, una
recuperación del amor ilimitado de una madre idealizada. Habría aquí un delirio
de negación de la realidad y omnipotencia megalomaníaca, con interiorización
completa del objeto y unión con él.
Terminan los autores señalando sus concordancias y desacuerdos con la
escuela kleiniana. El acuerdo estaría en que la depresión ocurre cuando la
diferenciación de sujeto-objeto, estando el sujeto topográfica, pero no
económicamente distinguido del objeto. Cuando se diferencian sujeto-objeto
ocurre la fusión de las tendencias libidinosas y agresivas, no pudiendo
fusionarse mientras estén confundidos sujeto y objeto. El desacuerdo está en
que creen que no puede hablarse de yo y objeto en un lactante de seis meses y
en que ellos acentúan el papel de la libido y no tanto el de las tendencias
agresivas.
Héctor Garbarino.
Héctor Garbarino.
Héctor Garbarino.
Tomando como punto de partida los conceptos de Melanie Klein, sobre los
primeros estadios del desarrollo, en especial, la posición depresiva y formación
de símbolos, la autora se refiere al impacto producido por la aparición de los
dientes y su consecuencia inmediata: un incremento de la ansiedad depresiva, lo
que hace comprensibles algunos de los trastornos que se presentan durante la
dentición.
El niño puede verificar su capacidad de destruir con los dientes. Las cosas
mordidas, sonajero, comida sólida, etc., simbolizan partes de él mismo y de la
madre. El comprobar los efectos reales de su destructividad, incrementa tanto
las ansiedades depresivas como las paranoides.
El desarrollo de la locomoción y el aumento de la capacidad de manipuleo y
prehensión de los objetos, aunque refuerzan sus ansiedades depresivas, sirven al
mismo tiempo para elaborarlas y son empleadas con el mismo significado que la
marcha y el lenguaje.
Señala la importancia de la fase oral, que permite superar el trauma del
nacimiento y sobrevivir. Cuando el vínculo oral con el objeto debe ser
abandonado, se intenta una recuperación de este vínculo a través de los órganos
genitales; este vínculo genital, apoyado en experiencias orales, hace surgir la
fantasía de algo que se introduce y nutre y de una cavidad que puede recibir ese
algo, creándose la equivalencia entre pecho-boca, pene-vagina. La autora
postula la existencia de una fase genital transitoria, previa a la fase anal y
polimorfa, basada en los hallazgos de Melanie Klein que sitúan el
descubrimiento de la vagina, en la niña en esa época y la fase pasivo-femenina
en el varón, en los primeros estadios del complejo de Edipo.
Estas tendencias genitales fracasan porque se estructuran sobre la base de la
situación oral, cargada en ese momento, de su máxima peligrosidad. Al fracasar
en su función de reconexión con el objeto, pone en actividad, por regresión,
sistemas de comunicación para reestructurar el vínculo con los diferentes
objetos parciales, orales, anales y genitales (fase polimorfa).
Vida M. de Prego.
MICHAEL BALINT.— New Beginning and the Paranoid and the Depresive
Syndromes (El “nuevo empezar” y los síndromes paranoide y depresivo). “Int.
J. Psycho-Anal.”, XXXIII, 1952, p. 214.
Madeleine Baranger.
EDWARD BIBRING.— “Mecanismo de la depresión”. (En: Ph. Greenacre:
“Perturbaciones de la afectividad”, p. 11-36. Ed. Hormé. Buenos Aires,
1959.)
El autor comienza con una breve reseña histórica, citando las ideas de
Abraham, Freud, Rádo, Fenichel, Weiss y Jacobson, para señalar como en los
dos tipos de depresión clásicos (leve, simple o neurótica, objeto-libidinal y la
grave o melancólica, narcisista ambivalente) hay una pérdida de la
autoestimación y un mecanismo oral-agresivo común.
La depresión es la expresión emocional de un estado de desamparo o
impotencia del yo independientemente de lo que causó el colapso de los
mecanismos que establecieron su autoestimación, que en general pertenecen a
dos grupos de aspiraciones: ser digno y valorado, ser fuerte y poderoso y ser
bueno y constructivo. Las tensiones entre estas aspiraciones cargadas
narcisísticamente y la conciencia de incapacidad o desamparo (real o
imaginario) de alcanzar a estas metas, origina la depresión. La depresión toma
el sentido de “fracaso” cuando el miedo de ser indigno y desvalorizado parece
hacerse real; toma el sentido de “víctima” cuando teme poseer un yo débil que
es aplastado por las situaciones, y cuando toma conocimiento de tendencias
agresivas y destructoras, toma el sentido de “ser malo”. Estos mecanismos
pueden presentarse más o menos intrincados.
El mecanismo básico de la depresión resultante es el mismo y está dado por
una lucha intrínseca del yo entre su autoestima y su incapacidad de vivir a la
altura de sus aspiraciones (yo ideal, superyo).
En las situaciones de pérdida, la depresión se debe a la impotencia para
deshacer la pérdida.
La depresión es un estado afectivo que implica desamparo e inhibición de
funciones.
El autor diferencia la depresión (con autoestima perdida y herida
narcisística) de la despersonalización (bloqueo agudo en status nascendi de
tensiones abrumadoras) y del abatimiento (represión de deseos libidinosos
porque la solución externa sustituta ofrecida está muy lejos de los fines
instintivos perseguidos), los que se vinculan por ser estados afectivos con
inhibición.
Para el autor, la inhibición no sería una restricción para prevenir el
desarrollo de ansiedad o culpa ni un agotamiento de energías empleadas en
actividades de defensa del yo, sino una incapacidad del yo para gratificar ciertos
deseos. Por eso la asimila a la fatiga, en cuanto una persona fatigada carece del
vigor necesario para el logro de sus propósitos.
La ansiedad es lo opuesto a la depresión como respuesta básica del yo. La
ansiedad es la reacción de un yo dispuesto a sobrevivir a una situación de
peligro, es la señal que lo prepara a luchar o huir. En la depresión el yo se
encuentra incapaz de afrontar el peligro y el deseo de vivir es reemplazado por
el de morir. La elación es una reacción básica independiente y la expresión de
una realización real o imaginaria de las aspiraciones narcisísticas de la persona.
El tipo más frecuente, quizás, de predisposición a la depresión, es “el tipo
oralmente dependiente” que constantemente necesita “abastecimientos
narcisistas” del exterior. Las frustraciones tempranas originan en el niño
ansiedad y furia y si son frecuentes o intensas tiene una experiencia de su
debilidad e impotencia para abastecerse de provisiones vitales y es esta fijación
al desamparo y no la frustración oral y la subyacente fijación, la predisposición
a la depresión.
La depresión ocurre cuando, al tomar conocimiento de que no es amado ni
independiente, el sujeto regresivamente evoca sentimientos de impotencia para
gratificar sus necesidades narcisísticas.
Una depresión diferente ocurre en la fase sádicoanal, en la cual la depresión
se refiere a la falta de control, por debilidad o impotencia del yo sobre los
impulsos, tanto libidinosos como agresivos, hacia los objetos.
En la fase fálica las aspiraciones narcisísticas se encuadran dentro de la
situación edípica con rivalidad sádica y deseos de ser admirado por imágenes
maternas o sustitutas. La depresión ocurre cuando el yo es muy débil para
prevenir la venganza y la derrota inevitable.
El núcleo de la depresión, tanto normal como neurótica y probablemente
psicótica, es la conciencia dolorosa de la impotencia del yo frente a sus
aspiraciones y reactivación regresiva por fijación traumática infantil a la
impotencia por su situación de real desvalidez.
La depresión representa una reacción básica a frustraciones narcisísticas
cuya prevención está más allá de las fuerzas del yo, independiente de las
vicisitudes de la agresión de los impulsos orales. No es una desviación de la
agresión que se dirige al yo (la autoagresión es secundaria al colapso de la
autoestima) ni una predisposición por fijación oral. Hay una diferencia entre el
yo que se mata a sí mismo y el yo que se deja morir. Todo lo que disminuye o
paraliza la autoestima del yo sin cambiar sus fines narcisistas representa un
estado de depresión. Factores internos o externos, reales o simbólicos, pueden,
consciente o inconscientemente, disipar sistemas de autodecepción o incre-
mentarlos por reactivación regresiva.
Las mismas condiciones que originan la depresión pueden propender a la
restitución, por superación, y por bloqueo de la emoción depresiva como en la
despersonalización o por formaciones reactivas como la hipomanía. En las
personas oralmente dependientes la restitución se hace por mecanismos de
“incorporación” de los objetos. La depresión origina, por otra parte, ventajas
secundarias derivadas de la explotación del sufrimiento para obtener
“suplementos narcisistas” o activar justificadamente su agresión a objetos
externos.
Al recobrarse de la depresión por readquisición de la auto-estima, el yo —
fuerte— libera sus impulsos agresivos hacia los objetos (manía).
Jorge Galeano Muñoz.
Willy Baranger.
George Gero comienza este capítulo tratando de aclarar el título del mismo,
diciendo que a iguales condiciones neuróticas con rasgos esenciales de
depresión, corresponden diferentes síntomas, y que, justamente, el estudio
comparativo de éstos nos daría elementos para aclarar la elección de síntomas.
Va a estudiar un caso de anorexia severa por considerar poco frecuente este
síntoma en relación con situaciones depresivas de base. Destaca que, sin
embargo, son frecuentes otros síntomas relacionados a la ingestión de alimentos
en los deprimidos.
Pasa luego a describir el caso clínico que utiliza como base de este trabajo.
Era una mujer cuya anorexia la llevaba por períodos a un estado esquelético
extremo. Tenía además otros síntomas fóbicos que le impedían su buena
actuación en la vida social.
Tenía dos preocupaciones fundamentales: su anorexia; y su cuerpo, su
delgadez; se consideraba “tan infantil y tan delgada que casi no tenía cuerpo”.
En los sueños expresaba fantasías de avidez canibalísticas y coprofalia:
estaba en banquetes y comía grandes cantidades de comidas que se
transformaban en niños o eran cosas de un basurero.
Estaba insatisfecha con su vida porque a pesar de que tenía éxito en sus
negocios y era apreciada por sus amigos, se sentía aislada y sola; le costaba
establecer relaciones con hombres. A pesar de que sus quejas eran basadas en
hechos reales, Gero destaca que había en su forma de expresarlo una actitud de
autoindulgencia con su sufrimiento, lo que habla de un claro masoquismo.
Había tenido una mala relación con su madre. A la edad de cinco años nació
un hermano que la madre deseaba mucho, dado que eran dos niñas. En esta
época surgen los trastornos alimenticios.
En el curso del tratamiento se vio la relación de su reacción espástica de su
digestivo frente a la comida, con la misma reacción de su genital frente al pene.
Era mantener el pene fuera y no comerlo. Por otra parte, comer era ser grande,
ser la madre y cumplir con su función femenina, pero masoquísticamente.
Trajo este caso para hacer un estudio comparativo entre anorexia y
depresión. Subraya el concepto de E. Bibring de que el sentimiento de
impotencia para traer nuevamente el objeto perdido, es la esencia de la
depresión. En la paciente estudiada, su tristeza estaba basada en el sentimiento
de que nadie la iba a querer, pero que ocultaba su temor a la relación con los
hombres. Se vio, a través de la transferencia, que temía por ella misma,
viéndose claramente, cómo repetía la desilusión por la pérdida de su padre. El
aspecto negativo de su cuerpo era comparado con el de la madre. Al mismo
tiempo dividía el cuerpo de la madre en uno mágico, capaz de crear, y por otra
parte, feo y despreciado.
Hay, como se ve, una evidente relación entre conflictos orales y edípicos.
Surgieron durante su análisis fantasías masturbatorias de morder y destruir el
pene, como reacción a su deseo masoquista de ser destrozada genital-mente por
un hombre.
Saca de estas observaciones, como conclusión, una diferencia con Abraham,
con respecto al punto de fijación oral y la significación de la depresión y la
melancolía. Gero ve una coexistencia de elementos orales; es decir, no sólo
sádicos, sino libidinosos; y que el impulso de incorporación no es necesaria-
mente hostil, puede estar determinado por la necesidad de fundirse
afectivamente con el objeto. La diferencia entre incorporación total y parcial no
tiene la importancia que le atribuía Abraham. En la paciente descrita no se
encontraron tendencias a morder en su infancia, sus tendencias oral-sádicas, se
establecieron en relación a fantasías de ataque al cuerpo de la madre con un
fuerte contenido libidinal.
Diagnostica a su paciente como perteneciendo al grupo de trastornos de
carácter depresivo (de acuerdo a las recientes teorías) y como tal aparecen sus
autoacusaciones con una estructura diferente a las otras entidades clínicas de la
depresión. Es de mucha importancia en esto la actuación del superyo. En este
caso el superyo reprime los impulsos libidinales para evitar amar y ser amada, y
luego el yo reclama consuelo por esto.
Por último discute la cronología de la formación de la estructura patológica.
Por un lado, la paciente, la ubicaba a los cinco años (nacimiento del hermano).
En los sueños aparecían los impulsos sádicos dirigidos al cuerpo de la madre en
una etapa preedípica. Pero, por otro lado, la idea de destrozar algo de dentro del
cuerpo de la madre y comérselo, está en relación a la envidia del pene. En todos
los sujetos deprimidos, como en el presente caso, hay una gran conexión entre
ansiedad de separación y ansiedad de castración. Otra característica de estos
casos, es que el proceso patológico se mueve hacia adelante y hacia atrás; es
decir, que fases posteriores influyen en las anteriores en la misma forma que
éstas contribuyen en la formación de las que le siguen.
Los conflictos orales influyen y determinan la severidad del superyo;
también el masoquismo tiene un papel importante en la formación severa del
superyo; como ocurre por otra parte en los deprimidos. Destaca su concepto de
que el masoquismo tiene su origen independiente: “no es meramente el retorno
del sadismo hacia el interior”.
Mercedes F. de Garbarino.
Rodolfo Agorio.
Carlos Mendilaharsu.