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¿Somos libres? ¿Libres para pensar, para conocer; relacionarnos?; ¿Libres para
crear? ¿Somos dueños de nuestras ideas?
Borys Groys, plantea en Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, que el
hombre siempre busca innovar porque no se conforma a su realidad y tiene la
esperanza de que venga lo definitivamente nuevo hasta llegar a un punto sin
retorno. Dice además, que para comprender la economía hay que experimentar con
ella. Esto significa que hay que ser productores, consumidores, distribuidores. Pues,
la economía interviene en la cultura. Es lo que el autor de Cultura Libre. Cómo los
grandes medios usan la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la
creatividad, Lawrence Lessig, llama Cultura Comercial. Aquella cultura en la que
estamos obligados a producir, vender y consumir y que hoy pretende dominarnos.
Estamos desprotegidos en forma constituva y legalmente pues, el gobierno se
somete a la presión ejercida desde los intereses de un puñado de poderosos. Por
eso, sostengo que el hombre de hoy es esclavo de lo que hace, es pensado, es
hecho, es constituido, es organizado socialmente.
Por su parte, Bruno Latour, autor de Nunca fuimos modernos, cuando habla sobre
la proliferación de los híbridos, sostiene entre otras cosas que mezclamos todos los
días la naturaleza y la cultura y que nadie parece preocuparse por eso. Que
nuestra vida intelectual está muy mal hecha. Que nunca hemos sido capaces de
separar las dos prácticas: de proliferación (o mezcla entre géneros nuevos, híbridos
de naturaleza y cultura); y de purificación, (porque no hemos sido capaces de
distinguir nuestra doble ontología constitutiva del ser: es decir, lo humano de lo no
humano). Así pues, nada podemos contra las leyes de la naturaleza, nada podemos
hacer contra las leyes de la sociedad que nos gobierna. Vivimos por tanto, dormidos
en una especie de espacio restringido delimitado, construido pero que todavía no
podemos reconocer cuales son sus fronteras.
Diría que desde un tiempo a esta parte, nosotros los humanos, ya no somos los
mismos: venimos siendo manipulados, maniatados, sojuzgados, cercenados en
nuestra libertad de pensar, crear, de ser, de actuar. Desde tiempos memoriales, una
mano invisible, la mano poderosa del arquitecto universal de la ignorancia nos
mueve. Está oculta tras las bambalinas del teatro de la vida; y se transmuta,
cambia de formas según su conveniencia. Quizá, sea el destino trágico de la
antigua pitonisa griega; quizá el oscurantismo institucionalizado en nuestras almas
y que esa Religión llamada Universal nos señaló a través de sus discursos en latín
que nadie entendía, bueno, sólo unos cuántos. Acaso anacrónicas leyes, doctrinas
falsas de la llamada Ciencia. O tal vez, de los nuevos discursos venidos del lejano
oriente y que nos sumerge en estúpidas “meditaciones trascendentales” o en la
prédica de nuevos falsos profetas de occidente, del evangelio de la prosperidad que
nos dicen que con sólo proclamar: “confiésalo, pídelo, recíbelo”, seremos fieles
ovejas del redil.
Hoy, novísimas tecnologías nos proponen algo distinto. Nos prometen un futuro
diferente. A través de los medios masivos de comunicación electrónicos, nos
quieren someter a una nueva conformación del ethos. Es el nuevo mundo del
informacionismo, basada en nuevas experiencias virtuales. Entonces, dicen,
conoceremos cómo fuimos conocidos y los de antes, ya no seremos los mismos.
Todo pasa. Todo cambia. Todo sirve. Nada vale. Habrá que acostumbrarse aunque
no se consiga jamás la anhelada completa libertad del ser. Aunque no se consiga
jamás una entera satisfacción. ¿Será la ley del mercado, el código secreto?