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CREADOS PARA SER LIBRES.

¿Somos libres? ¿Libres para pensar, para conocer; relacionarnos?; ¿Libres para
crear? ¿Somos dueños de nuestras ideas?

El hombre ha perdido su identidad y es esclavo de lo que hace. Ya no hace, es


hecho. No piensa reflexivamente como antes; es pensado. Ya no busca conocer
porque el conocimiento llega primero y sin aviso. El hombre de hoy, gusta
experimentar y cambiar las formas por la esencia de las cosas porque no puede
entender su ontogenia; esto es, la constitución de su ser y todo lo que le rodea,
en sus relaciones con su mundo exterior. Por eso, pretende rebelarse ante lo
infinito. Pero se siente poderoso cuando cree conocer. Se siente como Dios. No se
da cuenta que su conocimiento es sólo viento etéreo, imaginación volátil, esencia
de la nada, del espacio, del vacío. Al respecto, Manuel Castells, en su Epílogo a la
Ética del Hacker y el espíritu de la era de la Información, dice que el conocimiento
es históricamente relativo. Que la verdad de hoy, puede ser error mañana. El
hombre lucha intensamente por adquirir dominio sobre el objeto; sin embargo,
redes sociales, propulsadas por las tecnologías de la información; y traducidas en
hechos, poder y discursos, quieren negar nuestra ontología. Nos quieren
automatizar. Esas redes que hoy dominan nuestra cultura son relaciones de
producción, consumo, experiencia y poder y quieren transformarnos hasta
convertirnos en seres sin conciencia, sin recuerdos, sin memoria ni experiencias. O
mejor dicho, quieren transformar nuestro ethos reduciéndolo a una especie de
nuevas experiencias y nuevas realidades. Una realidad compartida, una
experiencia, sensibilidad y memoria compartidas. Nos quieren quitar el código de
nuestra individualidad y sin permiso, nos someten a pensar y a vivir como el otro,
como los demás, como todos. Nos imponen una cultura nueva. Una nueva forma de
comprender el mundo y la sociedad.

Entonces surge un nuevo discurso llamado Prometeus. La Promesa de la Vida


verdadera, del conocimiento real de las cosas. De aquel conocimiento
sociocomunicacional de ideología globalizada que pretende conocerlo todo,
abarcarlo todo, producirlo, consumirlo y distribuirlo todo en todas partes y para
todos. El hombre pretende ser Dios.

Borys Groys, plantea en Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural, que el
hombre siempre busca innovar porque no se conforma a su realidad y tiene la
esperanza de que venga lo definitivamente nuevo hasta llegar a un punto sin
retorno. Dice además, que para comprender la economía hay que experimentar con
ella. Esto significa que hay que ser productores, consumidores, distribuidores. Pues,
la economía interviene en la cultura. Es lo que el autor de Cultura Libre. Cómo los
grandes medios usan la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la
creatividad, Lawrence Lessig, llama Cultura Comercial. Aquella cultura en la que
estamos obligados a producir, vender y consumir y que hoy pretende dominarnos.
Estamos desprotegidos en forma constituva y legalmente pues, el gobierno se
somete a la presión ejercida desde los intereses de un puñado de poderosos. Por
eso, sostengo que el hombre de hoy es esclavo de lo que hace, es pensado, es
hecho, es constituido, es organizado socialmente.

Por su parte, Bruno Latour, autor de Nunca fuimos modernos, cuando habla sobre
la proliferación de los híbridos, sostiene entre otras cosas que mezclamos todos los
días la naturaleza y la cultura y que nadie parece preocuparse por eso. Que
nuestra vida intelectual está muy mal hecha. Que nunca hemos sido capaces de
separar las dos prácticas: de proliferación (o mezcla entre géneros nuevos, híbridos
de naturaleza y cultura); y de purificación, (porque no hemos sido capaces de
distinguir nuestra doble ontología constitutiva del ser: es decir, lo humano de lo no
humano). Así pues, nada podemos contra las leyes de la naturaleza, nada podemos
hacer contra las leyes de la sociedad que nos gobierna. Vivimos por tanto, dormidos
en una especie de espacio restringido delimitado, construido pero que todavía no
podemos reconocer cuales son sus fronteras.

En esta infinidad de posibilidades que la nueva tecnología nos ofrece, estamos a


punto de desterrar para siempre la idea de seres creados por un Infinito Ser
llamado Dios. Estamos olvidando acaso para siempre que fuimos constituidos a
imagen y semejanza suya. Seres creados para pensar, soñar, vivir, crear, conocer en
libertad y sin tener que pedir permiso a nadie. Ahora, nos sentimos que estamos
cada vez más cerca de crearlo todo, a reproducir, transformar realidades según
nuestros snobistas deseos. Esos deseos necios que consisten en complacer las
influyentes modas e innovaciones que el mundo capitalista a través de sus agentes
económicos nos proponen y que muchas veces, nos lo imponen. Porque nuestra
nueva realidad es la experiencia virtual, estamos dejando de lado el face to face.
Estamos olvidando el principio básico del ser humano: Su individualidad, su
libertad; para llegar al principio del fin: Ser todos y nadie a la vez. El vacío en el
vacío, el viento de éter, la bomba de aire de Boyle. Seres sin alma. Inertes,
impávidos, absortos y maravillados por lo que la nueva tecnología nos propone.
Hemos tachado a Dios de nuestras vidas y ahora está tan lejos de nuestros más
íntimos pensamientos que cada vez, son menos nuestros. Ya casi ni pensamos
porque hay otro que piensa por nosotros. Somos meros imitadores de
pensamientos hegemónicos. Lawrence Lessig, nos dice que aceptamos la idea de
la propiedad de las ideas sin darnos cuenta de que se niega ideas a la gente. Hoy la
máquina a través de sus códigos lo hace todo o casi todo. Con un click cuasi mágico
nos transportamos a dimensiones jamás conocidas anteriormente. Internet nos está
reconfigurando, reformateando la identidad. Ojalá que no caigamos en sus redes.
Aunque parece que el derrotero está señalado para la humanidad y que ya nos
conducimos a una vorágine de ideas sin sentido o, en su defecto; ideas complejas,
confusas y contradictorias.

Diría que desde un tiempo a esta parte, nosotros los humanos, ya no somos los
mismos: venimos siendo manipulados, maniatados, sojuzgados, cercenados en
nuestra libertad de pensar, crear, de ser, de actuar. Desde tiempos memoriales, una
mano invisible, la mano poderosa del arquitecto universal de la ignorancia nos
mueve. Está oculta tras las bambalinas del teatro de la vida; y se transmuta,
cambia de formas según su conveniencia. Quizá, sea el destino trágico de la
antigua pitonisa griega; quizá el oscurantismo institucionalizado en nuestras almas
y que esa Religión llamada Universal nos señaló a través de sus discursos en latín
que nadie entendía, bueno, sólo unos cuántos. Acaso anacrónicas leyes, doctrinas
falsas de la llamada Ciencia. O tal vez, de los nuevos discursos venidos del lejano
oriente y que nos sumerge en estúpidas “meditaciones trascendentales” o en la
prédica de nuevos falsos profetas de occidente, del evangelio de la prosperidad que
nos dicen que con sólo proclamar: “confiésalo, pídelo, recíbelo”, seremos fieles
ovejas del redil.

Hoy, novísimas tecnologías nos proponen algo distinto. Nos prometen un futuro
diferente. A través de los medios masivos de comunicación electrónicos, nos
quieren someter a una nueva conformación del ethos. Es el nuevo mundo del
informacionismo, basada en nuevas experiencias virtuales. Entonces, dicen,
conoceremos cómo fuimos conocidos y los de antes, ya no seremos los mismos.
Todo pasa. Todo cambia. Todo sirve. Nada vale. Habrá que acostumbrarse aunque
no se consiga jamás la anhelada completa libertad del ser. Aunque no se consiga
jamás una entera satisfacción. ¿Será la ley del mercado, el código secreto?

¿Será que nunca fuimos libres? ¿Será que nunca lo seremos?

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