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Alcanzo a los lectores de Siete Esquinas un fragmento del libro «Nuestro derecho a las
drogas» del psiquiatra Thomas Szasz que, sin duda, es una invitación a la reflexión. Es un
tema delicado y, como tal, antes de la lectura de estos párrafos, recomendamos abrir la
mente y recordar –siempre, cuantas veces sea necesario– que no hay verdades
inconmovibles. Ojalá sirva para agitar a los lectores y a dirigirlos a comentarios positivos o
negativos (pero siempre partiendo con el ánimo de ser constructivos).
«Nunca escribo sobre tema alguno, salvo cuando creo equivocada la opinión de quienes
gozan de fe pública, y esto implica como consecuencia necesaria que todos los libros que
escribo luchan contra quienes acaparan un campo.»
SAMUEL BUTLER
¿Dónde radica precisamente nuestro problema con las drogas? Personalmente propongo
que radica principalmente en el hecho de que muchas drogas que deseamos son aquellas
con las que no podemos comerciar, ni vender, ni comprar. ¿Por qué no hacemos estas
cosas? Porque las drogas que deseamos son literalmente ilegales, constituyendo su posesión
un delito (por ejemplo, la heroína y la marihuana); o porque son médicamente ilegales y
requieren la receta de un médico (por ejemplo, esteroides y Valium). En pocas palabras,
hemos tratado de resolver nuestro problema con las drogas prohibiendo las drogas
«problema»; encarcelando a las personas que comercian, venden o usan tales drogas;
definiendo el uso de tales drogas como enfermedades; y obligando a sus consumidores a ser
sometidos a tratamiento (siendo necesaria la coacción porque los consumidores de drogas
desean drogas, no tratamiento). Ninguna de estas medidas ha funcionado. Algunos
sospechan que tales medidas han agravado el problema. Yo estoy seguro de ello. No había
otro remedio, porque nuestro concepto sobre la naturaleza del problema es erróneo, porque
nuestros métodos de respuesta son coactivos y porque el lenguaje con que lo tratamos es
engañoso. Propongo que comerciar con, vender y usar drogas son acciones, no
enfermedades. Las autoridades pueden extremarse en su ilusoria pretensión de que (ab)usar
de una droga es una enfermedad, pero seguirá siendo una ilusión.
Más aún, el complejo conjunto de conductas personales y transacciones sociales que
llamamos «problema con las drogas» no constituye, en sentido literal, un problema
susceptible de solución. Los problemas aritméticos tienen soluciones. Los problemas
sociales, no. (La solución de un problema aritmético no crea ipso facto otro problema
aritmético, pero la solución de cualquier problema social crea inexorablemente un nuevo
conjunto de problemas sociales.) Es un grave error conceptualizar determinadas drogas
como «enemigo peligroso» al que debemos atacar y eliminar, en de aceptarlas como
sustancias potencialmente provechosas, así como también potencialmente dañinas, y
aprender a manejarlas competentemente.
¿POR QUÉ DESEAMOS DROGRAS? Básicamente por las mismas razones por las que
deseamos otros bienes. Deseamos drogas para mitigar nuestros dolores, curar nuestras
enfermedades, acrecentar nuestra resistencia, cambiar nuestro ánimo, colocarnos en
situación de dormir, o simplemente sentirnos mejor, de la misma manera que deseamos
bicicletas y automóviles, camiones y tractores, escaleras y motosierras, esquíes y
columpios, para hacer nuestras vidas más productivas y más agradables. Cada año, decenas
o miles de personas resultan heridas o muertas a consecuencia de accidentes asociados con
el uso de tales artefactos. ¿Por qué no hablamos de «abuso de esquí» o de un «problema
con las motosierras»? Porque esperamos que quienes usan dichos equipos se familiarizarán
por sí mismos con su uso y evitarán herirse a sí mismos o a otros. Si se lastiman a sí
mismos asumimos que lo hacen accidentalmente, y tratamos de curar sus heridas. Si
lastiman a otros por negligencia los castigamos mediante sanciones tanto civiles como
penales. En vez de resolver, éstos son, brevemente, medios con los que tratamos de
adaptarnos a los problemas que presentan potencialmente los aparatos peligrosos de nuestro
entorno. Sin embargo, tras las generaciones que han vivido bajo la tutela médica que nos
proporciona protección (aunque ilusoria) contra las drogas peligrosas, no hemos logrado
cultivar la confianza en nosotros mismos y la autodisciplina que debemos poseer como
adultos competentes rodeados por los frutos de nuestra era fármaco-tecnológica. En
realidad, como mostraré a lo largo de este libro, nuestra política médica estatal con respecto
a las drogas se parece mucho a la política económica estatal de los soviéticos con respecto a
bienes de consumo. Tras una larga guerra contra la automedicación hemos quedado así
encenagados en una confusión que era su resultado directo.