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Sin duda uno de los textos que son claves para entender el movimiento feminista es El
Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, quien inicia el apartado de la reflexión sobre “la
infancia de mujer”, con la siguiente frase: “no se nace mujer: llega una a serlo”1, es
decir, la mujer no nace, se hace. Y como podemos constatar, dicha frase es totalmente
cierta. El “ser mujer” no es una cuestión de estar conformada por un par de
cromosomas, sino que va más allá de la fisionomía del cuerpo, pues tiene que ver con
una serie de roles y estereotipos que se le han impuesto al “sexo femenino”. Ahora bien,
si analizamos la situación de nuestro país, de cepa machista, que obstaculiza e impide al
sexo femenino, ocupar el lugar al que pueden acceder en la tan trillada “equidad de
género”. Por tal motivo, quiero compartirles una breve reflexión acerca de una de las
mujeres que han marcado una pauta en la historia de nuestro pensamiento, y tal es el
caso de Sor Juana Inés de la Cruz.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el evento en el que estamos reunidos? La
respuesta es sencilla: la conformación de la identidad, la creación del “ser mujer” es una
cuestión en la que la sociedad, los mass media, las costumbres, los roles y los
estereotipos que día a día se fomentan, han plasmado en nuestro inconsciente e
imaginario colectivo, aquello que ha hecho a la mujer ser mujer. Con esto no quiero
decir que todas las mujeres sean así o que esto es una realidad absoluta en nuestro país,
sino que podríamos entender desde la filosofía ciertos aspectos que a mi parecer están
entre las variables de la conformación de la identidad de nuestra nación.
1 Simone de Beauvoir, El segundo sexo. 10ª reimp. Traducción de Pablo Palant. México, D.F.: Alianza
Editorial, 1999, p. 15
traidora); a Coatlicue (la Terrible Madre Tierra y Madre de Huitzilopochtli); a
Tonantzin-Guadalupe (la “virgencita”, Reina de México y patrona de las Américas); a la
“Llorona” (un alma femenina en pena que busca a sus hijos); a Josefa Ortiz de
Domínguez (la conspiradora), a Sor Juana Inés de la Cruz (una especie de “machorra”
que tuvo que hacerse pasar por hombre para entrar a la Universidad); a María Félix (la
diva); a Frida Kahlo (una mujer que no dejaba de sufrir y que pintaba sus traumas); a “la
Tigresa”, (un ente oportunista y usurpador); a Ana Gabriela Guevara o Lorena Ochoa
(máximas estrellas del deporte de nuestra nación); la Chilindrina (la mujer más famosa
según estudios argentinos); a Salma Hayek, Paulina Rubio o Thalía, (famosas por
casarse con extranjeros con fortuna), a la “Chupitos” (máxima denigración del sexo
femenino), etc. Tristemente, estos nombres que se han mencionado (y muchos ejemplos
más que se dejaron de lado) de alguna u otra forma, se convierten en “pseudo-
símbolos”, en “íconos” o en “personajes célebres” que para bien o para mal, conforman
las “opciones existenciales”, “estereotipos” o “paradigmas” del ser mexicano.
Sin embargo, existe una paradoja, pues a pesar de la denigración hacia el sexo
femenino, hay una gran veneración a la figura materna. Basta recordar el excelente
análisis que hace Octavio Paz en El laberinto de la soledad referente a la noción de “la
Madre”, que representa las dos caras de una misma moneda: la Virgen (principio y valor
supremo del mexicano, en su variantes de divinidad suprema o de aquella figura que es
la cabeza y motor de la familia) y la Chingada (la mujer violada, la cosificación del Ser,
la Malinche y traicionera), tácitamente presentes en la vida del mexicano y
explícitamente ausentes en la Historia de nuestra nación. Basta mencionar el nuevo libro
de Historia de México presentado hace algunas semanas por Felipe Calderón, en el que
solamente se hace mención de dos personajes femeninos significativos en la historia del
país, a saber, Isabel Moctezuma y Sor Juana Inés de la Cruz, además de alusiones a las
mujeres del Campo, a las “chinas poblanas” y de algunas virreinas o duquesas, lo cual
lleva al desconocimiento y falta de reconocimiento de las aportaciones de mujeres que
han sido claves en la conformación de la identidad de nuestra nación, y tal es el caso de
Sor Juana, quien más allá de ser recordada por aparecer en un billete de 200 pesos,
deberían meditarse las poesías, obras de teatro, sonetos y prosa que nuestra “décima
musa” llevó a cabo y que podrían constituirse en vertientes de reflexión feminista,
literaria y filosófica, con un sello de nuestro contexto e identidad mestiza.
Hecho este preámbulo, podremos entonces analizar la figura de Sor Juana Inés
de la Cruz (1651-1695), conocida como la “Décima musa” o “El Fénix de México”. Su
nombre oficial era Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana. Nació el 12 de noviembre
de 1651 en San Miguel Nepantla y fue bautizada con el nombre de Juana Inés el 2 de
diciembre en Chimalhuacán. De niña jugaba con las nanas y con niños mestizos y
mulatos de la hacienda de su abuelo, lugar en el que se pudo acercar al mundo de las
ciencias y las letras. Cuando tenía tres años de edad pidió aprender a leer y escribir, y lo
logró a los seis años, lo cual emocionó tanto a la niña que le pidió a su madre que
cuando fuera mayor la enviase a la Universidad disfrazada de hombre para poder ser
admitida. A los 16 años entró a la orden de los Carmelitas y posteriormente estuvo en el
convento de San Jerónimo (hoy Universidad del Claustro de Sor Juana). Escribió
infinidad de sonetos, epístolas, romances, obras de teatro y en prosa, siendo la de mayor
importancia filosófica la conocida como “El primer Sueño” y la “Respuesta a Filotea de
la Cruz”. La época de Sor Juana, el siglo XVII, es un siglo secularizado, evasivo y con
dudas, que “está lleno de esos hombres y mujeres, casi siempre criollos, que buscaron
en la soledad y apartamiento del claustro un lugar para sus estudios y meditaciones” 2, y,
Sor Juana, al adquirir los hábitos, pudo acercarse a lo que más deseaba: el estudio de las
ciencias y de los textos místicos y filosóficos. Y, a pesar de que Juana Inés pudo haber
contraído matrimonio y cumplir con el “rol” de la mujer de la época, a saber, casarse,
concebir y cuidar hijos, así como al esposo y al hogar, ella decidió seguir un camino
inusual, renunciar al estereotipo y patrón del “ser mujer” de la época y consagrarse al
estudio (labor destinada exclusivamente al varón). Semejante a Marcela en El Quijote,
Sor Juana, decidió hacer lo que ella quería y deseaba, no lo que se esperaba de ella. De
esta forma, a pesar de estar en una condición “aventajada” al ser criolla, soltera,
hermosa, joven, sabia e inteligente, decide ingresar al convento, debido a que «era lo
menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad
que deseaba mi salvación»”3, dice Sor Juana para poder entregarse al estudio de las
Letras y de la Ciencia. Y destacó tanto en estos ámbitos, que tenía una gran biblioteca,
artefactos científicos y se hizo famosa por ser una de las mujeres más sabias e instruidas
del mundo.
2 Sor Juana Inés de la Cruz. Florilegios. Selección y prólogo de Elías Trabulse. México: Promexa
Editores, 1979, pp. XVIII-XIX
3 Ibid., p. XVIII.
determinantes de esta poesía de circunstancias a la que el mundo literario del barroco
era tan afecto”4, así como también en esa época, la influencia del Barroquismo y del
Gongorismo, llevaban al poeta a demostrar al poeta o al escritor cuántos conocimientos
tenían acerca de la mitología. También debemos recordar que sus obras tienen como
modelo fundamental a Calderón de la Barca y que escribe al estilo de su amigo Carlos
de Sigüenza y Góngora. Veamos algunos de sus fragmentos de El primer sueño, que es
uno de los escritos que hace por voluntad y convicción propia, y que fue escrito antes de
la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), seudónimo del Obispo de Puebla, Manuel
Fernández de Santa Cruz.
4 Ibid., p. XXIII.
hasta que la pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
― como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte ― Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
Es importante destacar que Sor Juana es la primera figura intelectual de México que se
inclina a la teología positiva (que consistía en ayudarse de todas las ciencias, una
especie de primer análisis interdisciplinario, mientras que Vieira, el teólogo portugués,
con quien tuvo la famosa disputa, seguía la teología especulatio), aunque no la
nombraba positiva por temor a la Inquisición. Sor Juana sigue la teología positiva en
este primer Sueño, en donde se hacen continuas metáforas sobre la mitología griega y
romana, así como también hay un marcado “gongorismo” que consiste en la utilización
de conceptos sumamente rebuscados. Y en lo que se refiere a los fragmentos leídos con
antelación, podremos percatarnos de dos aspectos de suma importancia para nuestra
poeta. En primer lugar, que su poesía y estética es capaz de transmitir de manera
sumamente expresiva y eficaz el amor por la sabiduría, la ansiada búsqueda de
conocimiento o de su daimón interno, ese asombro de su espíritu que se respira y lee a
lo largo de su obra, a partir del cual genera un bello diálogo con una excelente e
implacable composición poética. Y en segundo lugar, la estructura del sueño es
magnánima. Dicho con las palabras de Octavio Paz,
Una de las mayores contribuciones y enseñanzas que nos deja Sor Juana,
consiste en que a lo largo del primer sueño, se hace mención del sueño de su alma, es
decir, el alma de Sor Juana se contempla a sí misma, liberada del cuerpo. Su alma mira
desde lo más alto de un monte contemplando todo y queriendo explicar aquellos que
percibe. Sin embargo, su alma cae en una gran desilusión porque se da cuenta de que no
puede entender todo el mundo fenoménico. Recordemos que “de sus páginas se
desprendía la idea de que el cosmos estaba lleno de poderes mágicos cuyos secretos se
manifestaban a muy pocas personas; sólo a aquellas que estuvieran dispuestas a mirar
más allá de las apariencias fenoménicas. El estudioso de la naturaleza era un asceta
solitario, que indagaba lo oculto, que buscaba concordancias y armonías celestes, y que
empleaba palabras de «misterio» y «secreto» para explicar las maravillas de un cosmos
en movimiento”7.
6 Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Barcelona: Seix Barral, 1982, p. 483.
Sírvame el entendimiento
alguna vez de descanso,
y no siempre esté el ingenio
con el provecho encontrado.
Célebre su oposición
ha sido por siglos tantos,
sin que cuál acertó, esté
hasta agora averiguado;
Y así como iniciamos esta ponencia haciendo referencia a la reivindicación que debe
tener la mujer en nuestra nación, acudamos a dos argumentaciones que la misma Sor
Juana hace en referencia a la valía y significación de la mujer del siglo XVII, que dicho
de paso, serían una “cachetada con guante blanco” de nuestra musa a la penosa tradición
machista de nuestra época. La famosa Sátira filosófica de Sor Juana dice así:
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
8 Sor Juana. Romance Filosófico y amoroso, número 2. Op. Cit., pp. 5-7
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
BIBLIOGRAFÍA:
- Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Barcelona: Seix Barral,
1982.
- Peña, Margarita (comp.) Cuadernos de Sor Juana. Sor Juana Inés de la Cruz y el
Siglo XVII. Prólogo de Margarita Peña. México, D.F.: Difusión Cultural. Dirección de
Literatura, UNAM, 1995.
- Von Wobeser, Gisela (coord.) Historia de México. México, D.F.: FCE, 2010.