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VISION MUNDIAL PARA LA FAMILIA

ALCANZANDO LO QUE
ME HABIA PROPUESTO

No te hagas tanto problema, Natalia. Lo importante es competir, le decía mi amigo a su hija


Natalia que había participado en una carrera pedestre de 200 metros entre varios colegios
secundarios y había llagado en quinto lugar.

No es tan fácil. Papá. Sabía que no podría ganarle a Marcela, pero me preparé para salir
segunda o tercera, cuando menos, contestaba ella.

Salimos del estadio y nos dirigimos a nuestra casa, donde nos esperaba el resto de nuestras
familias para cenar, íbamos en silencio, no queriendo entorpecer la «digestión» de la derrota en
Natalia. En mi interior trataba de discernir cuál era el problema en el corazón de la muchacha. ¿Su
honor o su auto desafío?

Minutos después, su papá le dijo: Es cierto que, si uno trabajó para lograr algo, se sienta mal
si no lo alcanza, pero esto no significa sólo una carrera; también está todo lo que debiste vivir para
llegar a la competencia. Cosas como la autodisciplina y la preparación, el tiempo que pasaste con
tus compañeras en el equipo y tantas otras cosas. Todo esto te queda como un buen capital.

Sí. Estoy de acuerdo, respondió la muchacha, pero no quiero abandonar tan rápido el ver
cuál fue mi responsabilidad en sí no lograr lo que me proponía. Tal vez esté cometiendo errores que
no percibo, y si no los veo, la próxima vez será igual.

Me quedé pensando en las dos tesis; la del padre y la de la hija. Y sin duda de cada una de
ellas había mucha tela para cortar.

Todo proceso de trabajo nos deja riquezas innumerables. Cada vez que trabajamos en algo y
más aun si lo hacemos en equipo, sumamos experiencias, nuevos conocimientos, relaciones
públicas y varias cosas más que nutren y proveen para nuestra vida» Independientemente del
resultado, el transitar un camino de trabajo nos enriquece.

Pero también es importante la meta. Es importante el competir, pero lo hacemos para ganar,
o al menos para alcanzar “la meta que nos hemos propuesto”. Natalia no se había preparado para
ser la primera; ella sabía que contaba con menores aptitudes físicas que otra competidora, pero
trabajó para alcanzar lo que creyó posible. Su problema era que, para algo alcanzable, ella había
fallado. Había llegado quinta.

Muchas veces he escuchado frases teológicas en la iglesia que salaban la verdadera


justificación. Tal vez la oías repetida sea la que escuchamos al final de algunas reuniones
evangelísticas que han tenido un presupuesto muy alto y mucha gente trabajando, con pocos
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resultados a la vista: «La salvación de una sola alma es incalculable. Cualquier gasto que se haya
hecho, si un alma fue salva, está bien»,

¿Recuerda haber escuchado algo similar? Sí. La salvación de una sola alma justifica
cualquier cosa que hagamos para conseguirla, y todo lo que se venga a la mano hacer para
rescatar un corazón de los brazos del maligno significará menos gasto que el que realizó el Hijo del
Hombre, cuando se entregó a Sí mismo, para pagar las deudas pendientes nuestras. Estoy
convencido de que Dios, aunque hubiera habido una sola alma en el Universo, lo mismo habría
hecho lo que hizo para rescatarla.

Sin embargo, creo que la reflexión nuestra no debe pasar por allí al final de nuestro trabajo
sino dejar lugar a un análisis transparente, evaluando lo que conseguimos a la luz de las metas.

No podemos manipular corazones para que se entreguen a Cristo, oír la cantidad que
quisiéramos, ni podemos digitar la madurez en fe de cada uno de los miembros de nuestras
iglesias, pero sí podemos trabajar en muchos aspectos planteándonos metas alcanzables para
luego medir nuestro servicio y evaluar dónde estuvieron los aciertos y los errores» No podemos
predecir que ciento veinte se entregarán a Cristo en la próxima campaña de Semana Santa, pero
podemos proponernos golpear a la puerta de los trescientos cincuenta hogares que conforman
nuestra iglesia y en forma amorosa entregarles una invitación para las reuniones especiales. Allí sí
podemos medir cuántos hogares visitamos, en qué forma hablamos, qué material elegimos para
regalar. ¿Cómo era la presencia de los visitadores? ¿Estaban bien o mal vestidos y arreglados?

¿Fueron a una hora; apropiada o a horas imprudentes?

Muchas veces justificamos fallas, errores y carencias que bien podrían haberse evitado, pero
la indisciplina, la mezquindad o la desorganización pudieron más.

Buscar las fallas en la evaluación no es solamente «perseguirnos con culpas insalvables»,


sino es atender a las necesidades que tenemos de enfrentar esas carencias y no volver a
repetirlas.

El Señor mira las actitudes del corazón del hombre, por lo que no solo mira si tal o cual cosa
fue hecha con buena intención. También mira si hubo -o hay- intención de hacerlo cada vez mejor.
De esta forma. Dios se alegrará al ver ese deseo de servirlo cada vez más excelentemente. Y
también, quienes nos rodean, se sentirán animados a incorporar en sus vidas la evaluación,
buscando descubrir en qué cosas debemos mejorar la próxima vez.

Apóstol Daniel Márquez


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