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Las señoritas sangran y las mujeres se lo merecen

Ella corre. Corre. Corriendo. Corriendo. No puede más. Jadea. Se esconde. Se seca el sudor

con la parte trasera de la mano derecha. La palma está sucia, cortada, arañada, con sangre. La

cara también. Cara de modelo.

--Mami, estoy sangrando.

--Ay, la nena ya es señorita. ¡Juancho, la nena es señorita!

(Lágrimas)

--No llores, boba, no tienes nada malo: las señoritas sangran…

Ella no quería sangrar.

Sigue corriendo. La falda se le engancha de una rama baja. La intenta arrancar, desesperada,

pero se contiene, pensando… pensando… la saco tranquilamente, no pasa nada… Ya. Sigue.

Corriendo. Jadeando. El pecho le sube y le baja como si llevara una bomba de aire adentro. Un

corazón. Como si llevara un corazón.

--Nena, ven acá…. ¿cómo te llamas?

--Pilar…

--Un placer, preciosa…

(Se había sonrojado. Un dedo tosco se posó sobre su mejilla izquierda).

--Qué linda te ves cuando te pones colorá.

Ella no quería ponerse colorá; no quería que pusieran dedos hambrientos y apresurados

sobre sus mejillas.


Paró a descansar, apoyando su mano derecha sobre su muslo, su mano izquierda contra el

tronco de un roble, su cabeza hacia abajo, el pelo corto mojado contra su cuello caliente, el bulto

que llevaba colgado del hombro pegándosele a la piel. Respirando rápidamente, jadeando,

descansó unos segundos. No se quedaría con sus padres. Ya ella estaba grandecita como para

que la cuidaran. Quien tenía que cuidar a sus hijas y a su esposo era ella, aguantando lo que

hubiera que aguantar, que para eso se casa una y además hay que darle un hogar a los hijos —eso

le había dicho la primera vez que la llamó llorando. Hay que aguantar y hay que saber hacer las

cosas, m’hija, no puedes discutirle a tu marido porque los hombres son así; tienes que pasarle

la manita, tienes que aprender a hacer las cosas, tienes que suavizarlo tú… para eso te casaste y

tienes que ser tú la que sepa hacer las cosas, imagínate qué vida tendrían esas niñas sin su

padre, eso no puede ser, tú tienes que quedarte y aprender a hacer las cosas bien para que él

esté contento… tú lo tienes que tener contento, para eso eres su esposa. Si él no está contento la

que está mal eres tú…

Bueno, ya. Ya tengo que seguir. Y comenzó a correr nuevamente.

Ya veía en la distancia la carretera estrecha y curva como una serpiente negra. Suspiró entre

jadeos. En su mente gritaban mil bocas y parecían escupir la sangre que se agolpaba contra sus

sienes.

--¡Eres una puta; no vales una mierda! ¡Ven acá!

(Golpe. Llanto. Lágrimas. Mocos. Ella se cubría el rostro con las manos, se encorvaba en una

esquina, se protegía el vientre, se hacía pequeña, como un insecto, como un pedazo de

porquería.)

--¡Ven aquí, so puta!


(Puños. Uno tras otro.)

--¡Deja de estar llorando! ¡No seas pendeja!

(Uno tras otro).

La carretera… (Corriendo, jadeando) Alguien tendría que pasar pronto... (La sangre y el

sudor agolpándose dentro y fuera de su piel). Alguien, algo… ¡algo harían por ella! Se aferró al

bulto de ropa de ella y de las niñas y pensó que le pediría a esa persona que la esperara, que la

acercara al pueblo de una vez… que ahí… ahí ya buscaría ella dónde ir. Seguro que había algo,

algún sitio…

No, si a ella le gusta. Le tiene que gustar que le den,

porque si no ya se habría ido. Algunas mujeres son así:

parece que les gusta... Yo no: yo me voy. ¡Mira, vo’a dejar

yo que un hombre me dé! No m’ijo no… será que le gusta.

Y ella en la casa llorando, con la cara hinchada, deseando que la mate de una vez

para no vivir más.

Mira y que quedarse con el marido abusador… y a veces es por

zanganería… una ignorante, tiene que ser, vamos… Y más si tiene

hijos, porque los hijos son responsabilidad de ella, de la madre…

¡una mujer que se dejar dar no sirve pa’ madre! ¡No puede cuidar

a sus hijos si ella no se cuida por estar pendiente de un macho

abusador como una perra! El gobierno debería quitárselos aunque

ella no quiera acusar al marido…


Y ella acostada con las nenas en su cuarto, la puerta cerrada con pestillo porque cuando él

llega a estas horas viene borracho. Que no venga borracho Dios mío. Ella nerviosa. O que

llegue tan borracho que se acueste a dormir… o que no llegue, que lo mate un camión, que se lo

lleve el diablo por hijo’e’puta, que le peguen cuatro tiros, dios mío, que se caiga por un

barranco y se mate, que se ahogue en su propia sangre el cabrón… que no llegue, que no

llegue…

Pero siempre llegaba.

--Pilar, ¡Pila! ¿Dónde carajo tú ‘stás?

--Shhh, vas a despertar a las nenas…

--¿Qué fue eso? ¿Qué oí yo? ¿Me estás mandando a callar? ¿¡Tú me estás mandando a callar a

mí!?

(Empujón. Sus manos la agarran por el pelo. La arrojan contra la pared. La agarran

nuevamente por el pelo y la tiran sobre la cama).

--Vente, vente, ¿por qué no me lo metes también, so puta? Vente.

(Se quita el cinturón, se abre el botón, se baja la cremallera. Caen los pantalones al

suelo.)

--No, no…

--¿Que no qué? ¿Que no qué? ¿Pero qué te crees tú? ¿Que esto es cuando a ti te dé la gana?

Una mujer que deja que le hagan eso se lo merece o le gusta. Hay

gente así, ¿sabes? Se lo merece por estúpida, porque si tú dejas

que te den, pues claro que te van a dar. Si tú dejas que te den

porque lo quieres o porque le tienes miedo… pues mira, te lo


mereces. Porque hoy en día ya esas cosas son estupideces… con

tantas ayudas que hay, y seguir ahí…

Pero en lugar de seguir su lucha a muerte contra los pulmones que querían reventar, se

detuvo, se pasó la mano por la frente y se dio cuenta de que estaba loca. De que no podía irse así.

De que si llegaba hasta la carretera y se montaba con algún desconocido en su coche y se alejaba

hasta la casa de su madre, sus niñas ya no estarían allí. Habría ido a buscarlas. Él en coche y ella

corriendo como una loca… claro, estarían esperándola con él en la casa. “Vine a buscar a las

nenas” le habría dicho a su madre. Y se las habría llevado como si nada, como siempre. Como

siempre y para siempre. Así que bebiéndose las lágrimas volvió sobre sus pasos, caminando

hacia donde la esperaban él y las niñas. Su casa. El sudor la iba enfriando. Se hacía de noche y

había corrido mucho. Estaba lejos; tardaría en llegar. Pero él la esperaba. Lo sabía. La esperaban

todos. No podía dejar a las nenas ahí. Y ese era su lugar, su sitio, su vida. Esto le tocó; sería

porque no merecía más. No merecía ni más ni mejor.

Y volvió.

Ese hombre era una bestia. Pobrecita, ella tan calladita, tan

tímida, bendito, y ese cabrón... Ella le tenía terror… ¡Imagínate!

¿Quién no, si ese tipo era un animal? Y bendito, la nena que era

inocente, que no tenía na’ que ver, ¿tú te imaginas? Lo que tiene

que haber sufrío esa madre... Dicen que él la amarró a ella

primero y que le cayó encima a la nena porque le estaba gritando

que soltara a la mamá. ¡Le cayó encima a esa nena que era como

un fantasma de flaquita, si no tenía ni cinco años! ¡Con una olla!


¡Matar así a esa nena...! No, si a la madre con eso ya…

imagínate… con eso ya esa mujer había perecío por dentro,

viendo eso al frente de sus ojos y sin poder hacer ná, amarrá a

una silla… es que él quería hacerla sufrir, ya no le era suficiente ni

matarla a golpes... Ay virgen… y la otra nena ver eso, cómo

quedará pa’ to’a la vida con ese trauma, el padre matar a su

madre, a su hermana, a golpes, con una olla… y pa’ pegarse un

tiro después. ¿Por qué no las mató con la pistola? ¿Por qué no se

mató él solo? Es que a esos hombres así no hay quién los

entienda, son unas bestias… Ese tipo era un animal, no se

merecía a esa mujer, bendito, que era un pan de Dios… Ay Dios

mío, qué tragedia... cómo está este país…

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