Crecí escuchando cuentos a la hora de dormir, mi madre leía algunas noches
para mí y mi hermana con afán de que amásemos la literatura al igual que ella. Más adelante los cuentos se transformaron en una lectura personal casi obligada. No sentía aversión por ella, pero esa niña de nariz respingada no me hacía la gracia debida, por lo tanto dejé de hacerlo. Aletargado, pero no ausente. El placer llegó con el ocaso. Desde aquel día no volví a alejarme de ella y hoy puedo decir que Baldomero no es mi preferido, pero fue, es y siempre será, el primero.
Reflexión
“Nunca se debe obligar, ni imponer castigos por no leer, lo importante es
crear un ambiente donde la lectura esté presente como algo cotidiano: aconsejar, consultar un diccionario, hacer una lectura en voz alta, leer un libro que nos guste antes de dormir, pensar en qué libro llevarnos en las vacaciones visitar librerías y hacernos socios de alguna biblioteca.”
Obligar y prohibir son caminos que no conducen a ninguna parte, la lectura se
presenta sola, cada uno sabe intuitivamente que quiere leer. Se pueden aplicar acciones en el presente y no lograr el cometido, que el sujeto se convierta en lector, pero es probable que esa acción juegue un rol futuro, que quede en el sujeto dando vueltas internamente actuando por si sola, y por medio de esa incentivación socio-ambiental el sujeto de pronto se descubra inmerso en la lectura sin saber muy bien como llegó hasta allí. En la escuela, en la casa, en los medios donde se educa. Leer, aunque sea por placer, implica un ejercicio, un tiempo, y a veces hasta cierta dedicación, pero aunque el tiempo se nos acote a medida que las responsabilidades aumentan, uno debe hacerse un espacio mínimo para mantener esa práctica. Soy de los que consideran que por muchas obligaciones y poco tiempo que se tenga, las cosas que nos gustan no deben dejarse a un lado, porque mañana, cuando despiertes y veas que nada te hace sentir completo, desearás encontrar ese momento íntimo en el que te regales al placer.