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Cuando llegamos al planeta, pensamos que sería fácil rehacer la vida que habíamos
dejado en la Tierra devastada. Pero éramos pocos y faltaban al menos quince años para que
El planeta era la copia fiel de la Tierra en sus mejores años. Había bosques y
animales que saltaban por sus ramas, aves, insectos y todo lo que recordábamos, sólo que
distinto.
Yo tenía veinte años cuando descendió el primer grupo de exploradores a hacer los
análisis de compatibilidad. Desde la nave seguí con expectación los movimientos de los
afortunados que habían bajado, atento a cualquier noticia. Vimos una pradera amplia junto a
un río de aguas cristalinas y un cerro cubierto por árboles verdes que se mecían suavemente
con la brisa matutina. Vimos a los exploradores sin sus máscaras, bebiendo del río y
corriendo por la pradera, poseídos por la ansiedad de quienes han viajado diez años en una
destruimos nuestros nombres y nos volvimos un poco anarquistas. Pero bastaron unos
pocos días para que recordáramos que por motivos igualmente egoístas nuestro planeta
olvidados de La Tierra, como objetos o mitos. Otros inventaron palabras que sonaban bellas
y las repartieron para quien las quisiera. Yo me bauticé Getzal, oí esa palabra o alguna muy
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“Semilleros”
Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
parecida cuando era muy pequeño y me quedó grabada en la memoria. Mamá se llamó
refugio provisorio junto al río para los doscientos colonos, cazamos animales salvajes y nos
dimos un festín. Tomamos agua del río, comimos los frutos dulces de los árboles y fuimos
en nuestras casas, nos dedicábamos a cultivar en los patios y a cazar en los bosques, cuando
Pero un mes después el pueblo entero estaba enfermo. Los cosquilleos no nos dejaban
dormir. Nos daba miedo comer. Intentamos todos los remedios que conocíamos para
eliminar parásitos, sin éxito. Los médicos también estaban afectados. Todos nos sentíamos
oprimidos por la impotencia, algo nos carcomía desde adentro y no sabíamos cómo
detenerlo.
parásito con tentáculos largos y orificios como bocas en su cuerpo. Estaba adherido a la
pared del estómago y se alimentaba de lo que comíamos. Muchos se dieron con una roca en
la cabeza al recordar que habían visto algo parecido en los estómagos de los animales que
encarga de mantener el resto del estómago libre de otros parásitos. Hemos vívido con ellos
desde entonces. Los niños los adquieren apenas consumen su primer alimento sólido.
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“Semilleros”
Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Los pulpos viven un año, a veces más y cuando mueren, aparecen varios al mismo
tiempo. Sólo entonces se complica el cuadro, porque los tentáculos salen incluso por la
boca y ni se puede comer, pero en dos o tres días el más fuerte elimina al resto y la vida
El Señor Ratón
horas, amanecía a las siete y oscurecía a las diecinueve. Mamá cocinaba lo que cazaba papá
del pueblo y a anotar todo lo que descubríamos, porque al terminar el mes cada familia
La reunión se convertía en una fiesta. Nadie creía lo que decía el resto. Muchos no
se creían ni a sí mismos. Mamá reía como loca y papá se iba temprano, enfermo por
semejante falta de seriedad. Yo me quedaba a escucharlo todo, anotaba las historias que se
Una mañana nos despertó la risa de Mamá. Fui a la cocina y la encontré sentada
mirando por la ventana. Me dijo que esperara callado. De pronto algo saltó adentro. Era
peludo, como un gato, aunque más parecía una rata flaca . Tenía cuatro patas y dos manos
Me puse a la defensiva, buscando algo con qué matar al bicho, pero mamá sonreía y
el animal también, con dientes afilados y ojos brillantes. La criatura dejó el plato en el piso,
hizo algunos gestos complicados con sus manos y se puso a cantar. Su voz era preciosa y
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Cuando terminó de cantar se dio media vuelta y saltó por la ventana. Según Mamá
era la segunda vez que venía. El día anterior lo vio parado la ventana y le arrojó un plato a
la cabeza. El animal se fue y regresó al día siguiente con el plato entre las manos. Pidió de
comer haciendo gestos. Por eso Mamá rió tan fuerte. Le dio verduras y carne en el plato y
Esa tarde almorzamos y Mamá guardó los restos, para el “Señor Ratón”. Reímos
mucho y yo salí a preguntar si alguien había visto a un animal similar entrando a sus cazas
De las cinco casas que visité, en tres vieron animales peludos como ratas que pedían
comida. Nadie les daba, chillaban enojados y se iban dejando un pedo desagradable en el
aire.
Al día siguiente el Señor Ratón volvió. Sonrió a Papá y a mí, Mamá le dio un plato
con las sobras y éste saltó por la ventana. Cinco minutos después entró por donde mismo
con el plato vacío y cantó. Lo mismo ocurrió dos semanas seguidas, hasta que un día no
apareció.
Nos preocupamos. El Señor Ratón está enfermo. El señor Ratón está muerto. Pero al
día siguiente volvió, sonriente como siempre, acompañado de cinco pequeños animalitos de
ojos grandes. Imaginamos que debían ser sus hijos y Mamá se preocupó porque no tenía
suficientes bocados para todos. Pero el Señor Ratón no aceptó la comida que se le ofrecía,
hizo algunas piruetas y sus crías cantaron al unísono. ¡Era hermoso! Y mientras cantaban,
Señor Ratón bailaba sobre sus cuatro patas, moviendo la cabeza y las manos, orgulloso.
como conejos. Mamá nos miró con un brillo de comprensión en los ojos. "Señora Ratón"
mucha gente se levantaba y decía "tiene razón, yo también lo vi" o, "ellos son los dueños
del planeta". Papá se fue temprano, como siempre, pero con el pecho inflado de orgullo.
Mamá recibió aplausos y yo me quedé hasta el final para oír el resto de los informes. Todos
decían lo mismo.
La Señora Ratón u otra que se le parecía mucho, volvió tres meses después. Durante
las semanas que duraron sus visitas, unas cuantas casas del pueblo se llenaron con gente
que quería oírlas cantar. Tuvieron sus crías y ese día se armó una fiesta.
Pero no tardó en aparecer la duda. Estos ratones pedían la comida para sus crías y se
nuestras. Pero ese comportamiento no podía ser reciente. Cuando no estábamos nosotros, ¿a
La Peste
Pasaron cinco años desde nuestra llegada y en ese tiempo se habían establecido
alrededor de setenta familias. Los márgenes del pueblo se ampliaron y todas las tierras en
veinte kilómetros a la redonda habían sido exploradas sin encontrar nada extraño, excepto
un animal con forma de araña que atacaba cualquier cosa que se moviera y que
estrangulaba su presa hasta dejarla sin aire. Tres personas murieron durante los primeros
avistamientos, y nadie tuvo problemas en salir de sus casas para matar al bastardo. Cuando
Por esa época me enamoré. Ella tenía veintitrés años y se llamaba Liara. Era
hermosa. Bailaba cada atardecer en los campos cubiertos por burbujas y pájaros.
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“Semilleros”
Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Paseábamos por la orilla del río en las mañanas, recogiendo esponjas y pescando gusanillos
para el desayuno.
Nos conocíamos de antes, cuando corríamos por los pasillos de la nave antes de
llegar a Hogar. A menudo proyectábamos nuestras vidas hacia el futuro, planeábamos viajes
y la colonización del resto del planeta. Revisábamos mis anotaciones de las reuniones en el
refugio y especulábamos sobre cada extraño fenómeno, creando mitos que después
difundíamos en el pueblo.
Comenzó como un resfrío. Un día después, todo el pueblo cayó enfermo con fiebre
Nadie sabía cómo se transmitía ni de dónde había salido. Nadie esperaba enfermarse jamás.
Los virus presentes en otros animales y que no eran compatibles con nosotros,
habían mutado a lo largo de los años adaptándose a nuestro metabolismo y bastó con que
una persona enfermara para que el pueblo quedara desprotegido. Los médicos no sabían
qué hacer. Ellos mismos enfermaban y quedaban postrados en sus casas. Dos días después
del primer caso la mitad del pueblo había sido diezmada. Mamá y papá no sobrevivieron.
Tampoco Liara.
Los médicos sobrevivientes no pudieron hacer nada. Tenían las mejores máquinas
para encontrar una cura y cuando lo hicieron ya era demasiado tarde. Los que sobrevivimos
creamos defensas contra el virus. Luego vinieron otras enfermedades, pero ninguna fue tan
Tomamos precauciones. Separamos las casas para lograr cuarentenas más efectivas,
normalidad. Algunos decidimos alejarnos lo más posible del resto de la gente. Lo único que
Yo crucé el río, subí a las montañas y construí una cabaña junto a un riachuelo. Allí
Bajaba una vez al mes para asistir a las reuniones en el refugio, a enterarme de todo
mantenía conectado con la realidad. Y como siempre anotaba los relatos que coincidían y
De todas las historias, una se repetía con insistencia: pequeños hombrecillos verdes
aparecían dando saltos entre las malezas, realizaban algún rito o brujería y desaparecían sin
dejar rastro. Pensé que podía ser otra burla inventada por algún ocioso, o que se trataba de
alucinaciones provocadas por algún hongo en los cereales o qué sé yo. En realidad, no me
importaba tanto. Tal vez en el futuro escribiera un libro a partir de todos los disparates que
Una mañana salí de casa a revisar mis flores cuando vi uno. Sentí escalofríos. El
hombrecillo tenía la cabeza redonda, el estómago abultado, las extremidades delgadas, dos
ojos saltones y la boca como una pequeña línea bajo los ojos. Era de color verde, no más
grande que mi mano y sonreía paseándose entre las flores, tocándolas, mirándolas de cerca
y sintiendo su aroma.
sobre un pie y dando pequeños saltos con destreza. Me acerqué lo más que pude sin
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
asustarlo, esperé sentado en el pasto y allí me quedé, contemplándolo totalmente absorto
Se me acercó dando pequeños pasos, le sonreí, estiró sus brazos y bailó con más
energía aún. Parecía feliz y me alegraban sus piruetas. De pronto se detuvo y su pecho
subía y bajaba sin cesar. Me acerqué más, lo levanté con delicadeza y lo llevé dentro de la
casa, donde le serví un vaso con agua para que bebiera, pero en vez de beberla se sumergió
en ella y allí se quedó varias horas con una expresión de placer en su pequeño rostro.
Lo observé con detenimiento. Su piel era como la superficie de una hoja, su boca
servía sólo para respirar y lo que parecía un ombligo era su verdadera boca. Nos miramos y
él comenzó a hacer gestos con sus manos. Era tan divertido que no pude parar de reír y eso
Estuvimos así conversando varias horas. Deduje que era un vegetal animado,
aunque no podía estar seguro de que lo fuera. Tal vez era un animal de esos que se
camuflan entre las plantas. Y era inteligente a su modo, como lo era la Señora Ratón, como
Cuando el sol se ocultaba, lo dejé ir. Se despidió con una reverencia alegre y
desapareció dando saltos entre los arbustos que crecían junto al riachuelo.
Al día siguiente volvió acompañado por cinco más como él. Bailaron todos juntos e
hicieron una coreografía de saltos y piruetas. Reí con sus caídas y bufonadas. De pronto
representaciones dramáticas. Los dejé entrar a la cabaña y los puse a todos en una olla con
agua fresca. Allí chapotearon toda la tarde hasta la caída del sol.
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Como no sabía de qué se alimentaban, les dí a probar trozos de frutas. Los
sopesaron y se los introdujeron por el ombligo. Aplaudieron, sonrieron y pidieron más. Los
casa, comieron frutas y chapotearon en las ollas, bailaron y aplaudieron. Apenas se fueron
pensé que pronto la casa se haría pequeña para todos los que estaban por venir y que no
pequeño con tres pisos de veinte centímetros cada uno. Puse escaleras, barandas para que
no se cayeran, una pileta con agua y macetas con tierra para plantar flores.
enterraron en las macetas y allí durmieron con las cabezas afuera, roncando suavemente.
Durante tres meses no volví al pueblo. Cada día había más hombrecillos y tuve que
ampliar el cuarto. Ellos dormían en sus macetas y yo les daba frutas para que comieran.
Entonces, una tarde vino un médico del pueblo, Tuzo. Muchos de los pobladores se
habían preocupado al no verme en las reuniones del refugio. Dí una disculpa torpe y le pedí
que se marchara.
Esa misma tarde fui donde los verdecitos y los conté, para asegurarme que no me
habían robado ninguno. Les puse cintas con un número en los brazos y anoté cien de ellos.
Desde que no llegó ninguno más, la puerta de entrada quedó cerrada, así que no podían
aumentar en número. Pero al día siguiente habían dos sin su cinta. Pensé que se las habían
quitado, así que los conté a todos uno por uno y descubrí que estos eran nuevos.
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Una semana después habían tres más. No pude localizar por dónde entraban y
deduje que se multiplicaban de algún modo. Los observé detenidamente esa semana y
descubrí a uno que se enterraba más temprano. Lo observé toda la noche y al día siguiente
se desenterró como todos y siguió la misma rutina de bailes y chapoteos. Revisé su maceta
con detenimiento y encontré una semilla negra, o un huevo. Lo planté en otro lugar y me
Estaba claro que debajo de la tierra algo crecía, porque la maceta parecía estar cada
vez más llena. Entretanto en el cuarto de los verdecitos se había armado un gran alboroto.
Un grupo de hombrecillos parecía discutir en torno a la maceta maltratada. Los animé a que
conduje con sus hermanos. Nuevamente se armó una fiesta. Les repartí frutas y verduras
frescas, llené las piletas con agua cristalina del río y me preparé para ir al pueblo.
información. A fin de cuentas, era un pueblo chico y hasta con la caída de un árbol se
Subí al podio y me quedé allí mirando las caras expectantes. Abrí mi chaqueta y de
un bolsillo interior saqué a un hombrecillo. El pobre estaba asfixiándose, así que lo sumergí
en un vaso con agua y le dí fruta. Entretanto todo el pueblo me rodeó para ver de cerca a
esa extraña criatura. Los niños querían tomarla, pero no los dejé. Pensé que había hecho
una estupidez al llevarlo hasta allí. Ya no estarían seguros, alguien podría cazarlos o
convertirlos en mascotas.
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“Semilleros”
Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Dije que eran peligrosos si se los molestaba. Confiaban en mí y por eso no me
hacían nada. Vi rostros aterrados que se alejaban del circulo. Mucha gente los había visto
antes y pensaron en atraparlos para hacerse famosos. Se esparció la tonta idea de que eran
aterrador, dije Semilleros. Comen fruta, atrapan un animal y ponen mil semillas en su
Al final de la noche sólo los médicos permanecían cerca de nosotros. Tuzo que
permanecía más cerca que el resto, sabía que mentía. Lo noté por su mirada y de algún
El hombrecillo sonrió y bailó alegre de ver otros rostros sonrientes. Conseguí una
Pasaron más meses y nadie se atrevió jamás a acercarse a mi casa, excepto Tuzo. Yo
tenía treinta y dos años cuando comenzaron a crecerles raíces. Habla doscientos veinte
Se despertaban más tarde y se enterraban más temprano. Tenían hilitos frágiles que
les salían de todo el cuerpo y ya no podían bailar. Estaban tristes. Yo bailaba para ellos pero
Los regaba cada mañana y los ponía al sol. Con el médico formulamos algunas
teorías, como que eran semillas de una planta más grande y compleja, o que estaban en un
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Con el tiempo descubrimos que las últimas dos teorías eran ciertas. Los Semilleros
Las Señoras Ratón no volvieron a aparecer. Los años eran cada vez más helados y a
la llegada de la segunda oleada de colonos, el pueblo era un campo yermo cubierto de hielo.
Segunda Colonización
Los días eran insoportables. Amanecía más tarde y oscurecía más temprano. Los
nuevos colonos pensaron en mudarse a un lugar más cálido. Aún no les habíamos
informado sobre los pulpos, los ratones cantores, las arañas estranguladoras ni los
Semilleros.
fabricado para las distintas enfermedades que nos habían diezmado y permanecieron en el
refugio mientras se construían sus nuevas casas en los alrededores del cerro.
Equipamos las casas para soportar el frío y mientras se terminaban los nuevos
hogares, aquellos que vivimos solos tuvimos que compartir nuestro hogar con una familia
de colonos. Yo acepté deseoso, algo aburrido y triste sin mis duendes vedes.
Mis invitados fueron una pareja joven que había contraído matrimonio apenas
llegaron al planeta, Claudio y Helena. El primer día quisieron que les hablara del lugar.
Hice lo que pude por no inventar nada ni parecer exagerado. Les narré nuestra llegada, la
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
felicidad de encontrarnos como en casa, la aparición de la Señora Ratón y de la plaga.
piletas llenas de agua. Ellos me miraban con curiosidad, sin preguntar nada. imaginé que
les habían ido con algún chisme antes de venir así que esa tarde les conté la historia oficial
Desde entonces me miraron con otros ojos, más respetuosos. Yo había domado una
potencial amenaza para todos y ahora podía deshacerme de ellos cuando quisiera. Vi el
peligro de esa idea e inventé una historia sobre sus "hermanos mayores" y no agregué nada
Les hablé de los parásitos y se pusieron a llorar, atormentados por otras historias que hablan
sido inventadas durante el viaje acerca animales microscópicos que te comen desde
adentro. Les dije que yo llevaba quince años conviviendo con uno en el estómago y que eso
me habla ayudado a sobrevivir a otras enfermedades parasitarias producto de beber agua sin
El día que partieron a su nueva casa no los dejé ir sin que antes escucharan un
sermón. Después de todo, yo llevaba quince años viviendo en ese planeta y tenía la
Les hablé de lo básico. No vayan solos a un lugar que no haya sido explorado o que
esté marcado como peligroso, ya que todavía quedan arañas estranguladoras por ahí. Si se
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
sienten mal, no duden de ir de inmediato donde un médico. No coman nada que no
conozcan y siempre lleven puestas sus botas largas cuando salgan a pasear por las praderas
y el campo, porque los Semilleros atacan las pantorrillas. No corten ningún vegetal que se
mueva cuando no hay viento y sean felices a la fuerza, porque no encontrarán un lugar
Eso pareció tranquilizarlos un poco. Cuando se reunieron con el resto de sus amigos
especie de gurú. Eso me irritaba de una manera indescriptible. Nadie que mintiera tanto
podía ser un héroe, por hombres así nuestro mundo había quedado convertido en una roca
sin vida.
Ese día mentí tanto que me dolió la cabeza. Intenté quedar como un mentiroso
patológico para enmendar mis otras mentiras. Pero ocurrió lo contrario. Les hablé de unos
hombres verdes de dos metros de altura que me habían visitado dos años antes. Del respeto
que debíamos tener por los vegetales, ya que muchos de ellos eran de verdad inteligentes.
Hablé del duro invierno que vendría y de la invasión de unas criaturas feroces que viven en
Un mes después el pueblo entero estaba rodeado por un muro de adobe de tres
metros de altura y de una zanja repleta con escombros. Fue una tremenda obra de ingeniería
y trabajo en equipo. Había dos puertas de troncos de árboles que se habían caído por sí
Decidí no hablar nunca más. Tal vez algún día se acabara toda esta paranoia.
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Los Pueblos del Norte
Un año después el frío se volvió extremo. Ya era tarde para movilizar a la población
a un lugar más cálido y nadie quería temperar sus casas usando la chimenea, y los sistemas
de calefacción central ayudaban apenas para impedir que los hogares llegaran al punto de
congelación. Las cañerías estaban congeladas y los pozos eran bloques de hielo. Las
tormentas de nieve se hicieron más comunes y hubo que reforzar las techumbres.
encendía la chimenea cuando nadie se daba cuenta. Tenía algunos libros para entretenerme,
Una tarde llegó a mi puerta un hombre vestido con harapos y una capucha que
ocultaba su rostro. Lo hice entrar antes de que se congelara afuera y le serví un tazón con
zumo de frutas caliente. Cuál habrá sido mi sorpresa cuando lo recibió con una mano verde
Me quedé allí observándolo largo rato, completamente aterrado por mis propias
salto y atravesó la puerta que daba al cuarto de los semilleros. Lo seguí preocupado,
manteniendo una distancia prudente y me dí cuenta de que reía y lloraba al mismo tiempo
mientras acariciaba los pequeños árboles en sus macetas. De pronto se me abalanzó encima
Me apretó tan fuerte que creí que moriría asfixiado. En realidad me estaba
abrazando, dándome las gracias por algo que había hecho. Descubrió su rostro y vi que era
un semillero, sólo que en versión gigante, con los rasgos más duros y la piel más áspera.
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Fue hasta la sala de un salto, sacó un carbón de la chimenea y dibujó algo en el piso
Hizo a un pequeño semillero junto a una planta, a un semillero mediano junto a otra
planta y un semillero grande junto a un arbusto con frutos. Unió los dibujos con una línea,
desde el semillero más pequeño al más grande, me miró con esperanza y trazó una gruesa
línea que iba desde el arbusto con frutos hasta los pequeños semilleros.
Sólo entonces comprendí. Ellos formaban parte de una cadena. Los pequeños se
convertían en los medianos y ellos, a su vez, en los grandes. Él era uno de los grandes. En
algún momento se enterraría, de su cuerpo crecería un arbusto y de sus frutos nacerían los
De pronto saltó por encima mío y comenzó a bailar. Llegué a creer que era un rasgo
común de su raza. Me miró, borró los dibujos con una mano y dibujó otras cosas, su
historia o la de su pueblo.
comida. Tras varios inviernos consecutivos una nueva raza había prosperado en las
montañas, obligándolos a escapar hacia zonas más cálidas. Su gente fue masacrada y los
El invierno se les había venido encima. Perdieron a sus retoños, que partieron a otro
lugar sin dejar rastro. Los más ancianos entraron en estado de hibernación y él debió cortar
sus propias raíces para cuidarlos, porque era su deber. Pero los montañeses talaron los
arbustos y él no pudo defenderlos. Los semilleros eran pacíficos, indefensos cuando están
bajo tierra. Y el otro pueblo era agresivo, posesivo y egoísta. Me recordó a los humanos en
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
Entonces tuve una epifanía. Muchas de las mentiras que yo había dicho eran verdad,
y entendía claramente todo lo que me comunicaba este semillero adulto. ¿Por qué? No lo
había notado hasta ese momento. ¿Era yo acaso alguna especie de psíquico que podía
predecir el futuro? Pues no. Los semilleros se comunicaban con algo más que simples
Eran telépatas.
pequeños, pero al rato se angustiaba porque sabía que el otro pueblo llegaría hasta mi casa
Le dí frutas para que se alimentara, agua para que bebiera y lo dejé enterrarse en el
cuarto de los semilleros. Silbaba mientras dormía con una gran sonrisa en el rostro, que no
Al día siguiente fuimos juntos al pueblo. Él llevaba troncos para arreglar uno de mis
enredos. Nos detuvimos frente al portón que da al río y esperamos pacientemente a que se
decidieran a abrirnos.
Cuando entramos nadie se nos acercó excepto Tuzo, que conocía nuestro secreto. El
semillero alto lo saludó con una reverencia, como le enseñé antes de salir de la cabaña. La
gente de a poco se asomó a las ventanas y salió a los antejardines. En unos minutos
estábamos rodeados.
Entregamos los troncos al médico y éste comprendió de qué se trataba. Anunció que
no había problemas de cortar árboles para calefaccionar las casas, pero que no por eso
podíamos arrasar con los bosques. Hubo gritos de júbilo entre algunos ancianos cuyas
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
El semillero alto bailó frente a los ojos atónitos de los pobladores. Hice que se
calmara, para no empeorar las cosas. Pedí la atención de todos con un grito y convoqué una
miraban con adoración en sus ojos. Sonreí para los que no me conocían y conté la historia
tal como la había entendido, saltándome lo de los semilleros indefensos. Me fui sin
responder ninguna pregunta y, acompañado por mi amigo verde, nos reunimos en privado
Pedí su ayuda. Necesitaba que cuidara algunos de los semilleros que descansaban en
las macetas hasta que acabara el invierno, porque en mi casa no estaban seguros. Si al
Salimos del pueblo con dificultad, algunos de los pobladores que habían salido a
recolectar leña desaparecieron en el sector norte del río, cerca de mi casa. El semillero alto
entendió lo qué ocurría y me hizo algunas señas que reconocí. Grité a todo el mundo que no
Nos fuimos corriendo hasta mi cabaña. Seguía intacta, pero el semillero alto olía
algo. Transportamos todas las macetas al interior de la casa, trabamos las puertas y
Esa noche no dormimos. Yo tenía un rifle y algunas balas. Estaba preparado para
cualquier cosa.
Al día siguiente mi amigo verde me anunció que el peligro había pasado, por el
momento. Los invasores no nos habían notado y siguieron de largo hacia el pueblo, de
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez
El Semillero me ayudó a cubrir los muros de la cabaña con barro y agua que pronto
se congeló. Cavamos un túnel por debajo del piso entrar o salir, camuflamos el lugar con
matorrales y ramas y allí nos quedamos durante la siguiente semana. Teníamos que proteger
Oíamos disparos provenientes del pueblo, todos los días, hasta que no oímos nada
El día después escuchamos los gritos de Tuzo que se acercaba corriendo. Habían
ahuyentado a los invasores y un grupo de hombres armados los estaba persiguiendo hasta
De acuerdo a las descripciones del médico, los Montañeses eran visiblemente más
fuertes que los Semilleros, pero en comparación con ellos eran primates estúpidos y se
asustaban fácilmente.
Agradecimos las buenas noticias, mi amigo verde bailó al rededor nuestro y Tuzo se
llevó cinco macetas. Le explique los detalles sobre sus cuidados y, una vez conforme, se
marchó.
Aún así no nos fiamos del todo y permanecimos atrincherados, hasta estar seguros
Pronto recibimos noticias del pueblo. Habían capturado una docena de montañeses
y los mantenían sedados para que no se hiciera daño. Los médicos habían decidido utilizar
drogas y disfraces para asustarlos terriblemente. Les hicieron creer que éramos gigantes y
poderosos, capaces de romper una roca con dos dedos. Éramos dioses venidos del cielo.
estallar algunos fuegos artificiales. Los pobres animales se fueron tropezando. Desde
Quizá con una correcta guía a través de algunos siglos, podrían convertirse en
criaturas más sociables. En el pueblo se formó de inmediato un comité para ello, y llamaron
deshielarse el valle. Mi amigo verde estaba viejo y desgastado. Yo también, pero no iba a
dejar que la edad me desligara de mis obligaciones. Tuvimos que cambiar a los semilleros a
macetas más grandes, porque crecían. Yo me casé con una joven de treinta años, Vita, y
tuvimos tres hijos en cinco años. El tío verde los entretenía con sus bailes y canturreos,
El médico me devolvió los retoños que cuidaba en su casa, porque estaban prontos a
nacer. La pareja que había vivido en mi casa se mudó cerca mío con sus hijos. Luego
vinieron otras familias y armamos un pequeño pueblo de este lado del río, que bautizamos
conocían al tío verde. Nadie temía a las plantas que pronto serían hombrecillos bailarines y
alegres.
El tío verde me confidenció que en esa etapa de sus vidas son muy voraces y
lo llevé hasta un hoyo en el patio y lo enterré para que siguiera su ciclo vital. Fue como un
funeral, ya que no lo veríamos nunca más, pero tenía la certeza que luego de volverse raíz
Semanas después creció un arbusto espinoso que movía sus ramas al ritmo de un
canturreo subterráneo. El día que apareció el primer fruto organicé una fiesta.
mirando a los semilleros medianos que bailaban al rededor de las macetas en la plaza del
pueblo.
Uno de ellos, que estaba sentado en su maceta, sonreía y balanceaba sus pies
mientras cantaba con voz aguda y melodiosa. Aún tenían algunas raíces saliendo de sus
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Autor: Daniel E. Guajardo Sánchez