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Redes tecnoeconómicas entre productores y usuarios de

conocimiento
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José Luis Villaveces
Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología (OCYT)2
Bogotá, Colombia

Las políticas nacionales expresas de ciencia y tecnología son esencialmente un


hecho posterior a la Segunda Guerra Mundial. Después del enorme esfuerzo
organizacional para la producción de conocimiento utilizable en la guerra, que además de
los impresionantes resultados del proyecto Manhattan tuvo muchos otros, como los que
tuvieron que ver con el desarrollo de la aviación, del radar, de la salud, de la economía de
guerra, de la optimización de los grandes procesos de movilización de tropas, o del
desarrollo de la radio telefonía y la criptografía, se hizo evidente que la producción del
conocimiento en tiempos de paz podía también ser objeto de políticas nacionales que
organizaran la producción de conocimiento para el desarrollo económico y social.
Muchos de los organismos de política científica que tenemos hoy surgen en la
primera década de la posguerra durante la cual también se desarrolla una abundante
literatura sobre el tema, que es la base de nuevas disciplinas relacionadas con Política
Científica, con Ciencia de la Ciencia, con Ciencia, Tecnología y Sociedad, con Estudios
Sociales de la Ciencia y otras denominaciones que han ido haciendo carrera y que reflejan
la diversidad de modos de enfoque utilizados. Por esta época surge también el interés por
la medición de este esfuerzo y, por lo tanto, de los indicadores de ciencia y tecnología que
buscarán medir su desarrollo y sus efectos sociales y económicos.
Gran parte del trabajo fue desarrollado por analistas económicos y politólogos de la
ciencia y la tecnología entre quienes desafortunadamente hizo demasiada carrera una
imagen caricaturesca, acorde con un deseo de planificación, pero alejada de lo que ocurre
en los procesos reales. Esta imagen que hoy comienza a entrar justamente en descrédito, ha
sido llamada el “modelo lineal” y corresponde a una versión ingenua de la vieja separación
entre trabajo intelectual y manual, según la cual unos miembros de la sociedad se dedican
sólo a pensar en abstracto, sin hacer nada y otros hacen, sin pensar, a partir de las ideas de
los primeros. En la versión que predominó en la segunda mitad del siglo XX, unos se
dedican a producir conocimiento básico, “ciencia por la ciencia” para que luego unos
industriales pragmáticos lo apliquen a la producción industrial. La peor consecuencia del
abuso de esta imagen ingenua es la lógica conclusión que han obtenido los empresarios de
los países con escasa cultura industrial al pensar que pueden comprar el producto del
conocimiento sin vincularse al mismo tiempo a su creación, adaptación, modificación,
transformación y uso y, en consecuencia, han buscado aumentar la competitividad de sus
empresas por la única vía de comprar la tecnología incorporada en las máquinas.
Hoy se ve con claridad que esto es imposible y que, ni puede avanzarse mucho en
el conocimiento abstracto ni puede lograrse productividad o competitividad empresariales

1
jlvillaveces@ocyt.org.co
2
www.ocyt.org.co

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si no están estrechamente vinculados el proceso de la producción industrial y el de creación
de conocimiento que, por lo demás, rara vez es creación en abstracto y cada vez más es el
resultado de la acumulación de muchísimos pequeños cambios en un estrecho diálogo en
todos los sentidos entre I+D, producción y mercado.
Este estrecha interrelación ya era el caso en el siglo XVIII, cuando el desarrollo de
las máquinas de vapor resultó de un intrincado entramado de acciones entre talleres,
inventores, fabricantes de barcos y de máquinas de tejer, capitalistas, inversionistas,
mercaderes y el gobierno, que funcionaron todos antes de que los científicos básicos
desarrollaran los principios de termodinámica que la hicieron funcionar o en el siglo XIX
cuando el desarrollo eficiente de la vacuna del ántrax resultó de una fuerte interacción entre
el laboratorio de Pasteur, el gobierno y los ganaderos franceses3. En campos dinámicos y
en pleno crecimiento tales como la electrónica, la computación, y más recientemente la
biotecnología, la ciencia y la tecnología están estrechamente interconectadas en muchos
sentidos y ciencia básica, tecnología, consumo, innovación y comercio se entrelazan en
múltiples formas. Si bien pueden citarse algunos casos en los cuales el desarrollo histórico
de nuevos productos o técnicas ha seguido en alguna medida el modelo lineal, estos son
más las excepciones, y es un abuso intelectual hacer de ellos regla. Muchas de las
producciones de conocimiento que impactan la sociedad se originan más bien en pequeñas
y continuas modificaciones de las cuales se hacen cientos a diario en cada uno de los
sectores industriales o de los servicios en un profundo diálogo entre productores de
conocimiento, productores de materias primas, productores de equipos, productores de
bienes finales, productores de servicios y consumidores de cada uno de los eslabones,
diálogo en el cual la iniciativa de los cambios surge en cualquiera de los momentos y se
propaga en todas las direcciones.
La versión más trivial del modelo lineal es la que habla de la “oferta” y “demanda”
de conocimiento como si el conocimiento fuera una mercancía que sale del laboratorio
empacada y lista para su consumo por un empresario que llega al estante del supermercado
en su búsqueda. Desafortunadamente, esta versión trivial es sumamente popular entre los
planificadores de nuestra América Latina y entre las burocracias de algunas agencias de
cooperación y con alguna frecuencia se desarrollan proyectos para “poner en contacto la
oferta y la demanda de conocimiento” o alguna variante de esta expresión.
Sin embargo, el resultado concreto es que a pesar de todos estos esfuerzos por
acercar a los “productores” y a los “consumidores” de conocimiento, los industriales
latinoamericanos siguen sin acudir masivamente a comprar los maravillosos productos que
saldrían de la “Torre del Conocimiento”. La aplicación de innovaciones nativas a los
procesos industriales aun en los países más adelantados del subcontinente sigue siendo
apenas marginal mientras los industriales acuden masivamente a adquirir tecnologías
nuevas en los mercados de los países desarrollados, no a los “productores de
conocimiento”, sino a los vendedores de equipos.
Así, la hermosa ciencia y tecnología, supuestamente encerrada en su castillo no ha
logrado seducir con sus encantos al apuesto empresario, ni ha podido el esforzado industrial
convencer a la adormecida capacidad de investigación de despertar y entrar a su servicio.

3
Para un análisis interesante de este caso, ver Latour, B., (1983)

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Esto muestra claramente una falencia en las políticas de ciencia y tecnología y
obliga a preguntarse por qué no logran los productores de conocimiento interesar a los
presuntos demandantes de conocimiento por su maravilloso producto, por qué no logran los
demandantes de conocimiento interesar a los presuntos productores para que hagan cosas
“pertinentes” para ellos.
La cuestión es que el problema no está en la implementación del modelo sino en su
concepción.
Cualquier política basada en la idea de que el conocimiento es una mercancía que se
elabora por unos especialistas aislados y una vez producido se pone a la disposición de
unos empresarios ávidos de consumirlo está condenada a seguir fracasando. Mientras se
mantenga este modelo, los más racionales en nuestra sociedad son los empresarios que
innovan exclusivamente por la vía de comprar tecnología ya hecha y de comprarla a los del
norte, que sin duda la producen mejor.
A pesar de la popularidad de que aún goza el modelo de “oferta-demanda”, desde
hace años ha sido comprendido que este es por lo menos un mercado imperfecto. El
triángulo de Sábato (Sábato, J. (1975) fue un intento de sobrepasar esa dificultad: el
Estado entraba a mediar y a cooperar en ese “mercado imperfecto”. Las ideas que enunció
Jorge Sábato para la OEA han sido retomadas y desarrolladas por Etzkowitz y Leydesdorff,
quienes enriquecen el modelo cambiándolo por la metáfora de una Triple Hélice de
relaciones Universidad-Industria-Gobierno. (Etzkowitz y Leydesdorff (2000)).
Lo importante del modelo de la hélice es que va más allá de la figura de un estado
mediador para hablar de una verdadera dinámica de interrelaciones en la que no hay un
orden lineal, sino que los potentes procesos de innovación e incorporación del
conocimiento en la sociedad se inician en cualquiera de los polos y afectan a los otros dos
en un continuo movimiento polifacético que se parece más a lo que ocurre en las
Sociedades del Conocimiento.
Callon (1999) ha hecho énfasis en que el enfoque usual de los economistas mezcla
dos tipos de actividad científica que él llama la del conocimiento emergente y la del
conocimiento consolidado que corresponden a dos situaciones nítidamente diferentes, que
requieren análisis distintos. Cada uno de estos tipos de conocimiento funciona a través de
redes de producción-validación-propagación-utilización con características totalmente
diferentes. Las redes emergentes corresponden a aquellos temas nuevos, conocidos sólo
por unos pocos especialistas, o a aquellas ideas o metodologías nuevas que modifican el
tratamiento de temas viejos y aún no han ganado aceptación generalizada. Las redes
consolidadas son las que hacen circular aquel conocimiento que goza de aceptación
generalizada. Es importante tener en cuenta la afirmación fuerte de Callon, que
compartimos, según la cual el conocimiento no es simplemente un enunciado, sino el
conjunto {enunciado + instrumentos + competencias + instituciones +...}. En las redes
emergentes ese conjunto está en muy pocas manos, mientras que en las consolidadas hay
muchísimas instituciones que lo poseen.

3
● REDES EMERGENTES DE • REDES CONSOLIDADAS DE
CONOCIMIENTO CONOCIMIENTO
● El bien no es el enunciado, sino el • El bien no es el enunciado, sino el
conjunto {enunciado + conjunto {enunciado +
instrumentos + competencias + instrumentos + competencias +
instituciones +...} y ese conjunto instituciones +...} sin embargo,
está en muy pocas manos. como todos poseen los
● No se difunde con facilidad instrumentos y las competencias,
el conocimiento tiende
– Su difusión es muy costosa legítimamente a ser visto sólo
– Sencillamente no hay como como el enunciado.
duplicar los conocimientos, para lo • Se difunde con facilidad
cual se requeriría una cantidad de
gente formada, que no está y una o Su difusión tiene costos
batería de equipos que no existen, mínimos.
replicar los saberes exige replicar o Los conocimientos se
los laboratorios y los especialistas. duplican con facilidad, porque
● La ciencia emergente no es no hay equipos de gente formada,
rival. laboratorios, infraestructura, ...
– La rivalidad implica que el • La ciencia consolidada es no rival.
costo de reproducción sea muy o La no rivalidad implica que
grande con relación al de el costo de reproducción sea
producción despreciable con respecto al de
● Los nuevos desarrollos encuentran, producción.
una acogida fría, cuando no es
• Los nuevos desarrollos encuentran,
francamente hostil.
una acogida entusiasta
● Los nuevos enunciados son
apropiables. • Los nuevos enunciados no son
apropiables.
● El transporte de los enunciados no
es gratuito. Requiere un trabajo • El transporte de los enunciados es
que contribuye a redefinir el costo muy barato porque aprovecha
mismo de los conocimientos. una gigantesca maquinaria
existente.

El problema que señala Callon es que los economistas del conocimiento, al no


diferenciar entre estos dos tipos de redes de producción-validación-propagación-utilización
del conocimiento aplican a cada una criterios que son válidos para la otra. En particular, las
características principales clásicas de la no rivalidad, la no apropiabilidad y la universalidad
del conocimiento, sólo se obtienen al precio de costosos esfuerzos sostenidos a lo largo de
mucho tiempo y de la construcción de una infraestructura y una logística adecuadas para
sostenerlas, así como de la formación de contingentes de gente en número suficiente para
estar virtualmente disponibles en toda situación a usar los conocimientos. Es esta
“acumulación primitiva de capital conocimiento” la que falta en los países

4
subdesarrollados, en desarrollo (o cualquiera que sea la denominación políticamente
correcta hoy día). Esta carencia lleva a que el análisis económico primer-mundista deba
aplicarse de manera muy diferencial, pues en estos países las redes de conocimiento
funcionan de manera diferente y tienen características tanto de emergentes como de
consolidadas según el esquema anterior4. De consolidado tienen las temáticas. Raras
veces el conocimiento sobre el cual se trabaja en nuestros países es “de frontera”. En
general sólo se trabaja con conocimiento ampliamente validado y se busca que tenga
“aplicaciones” a plazo relativamente corto. Esto hace que existan sobre este conocimiento
muchos especialistas, abundante literatura y muchos laboratorios para desarrollarlo. El
problema real es que esta riqueza existe en el norte, no acá. Esto hace que aunque el
conocimiento es consolidado, la red se comporta como una red emergente, pues en casi
todos los campos hay muy pocos interlocutores, no hay laboratorios ni plantas industriales,
es difícil y costoso el acceso a la literatura y existe ínfimo respeto y aprecio por este
conocimiento en nuestras sociedades.
Nos vemos así en una situación híbrida en que nuestras políticas, inspiradas de las
del norte, son aptas para el manejo de redes de conocimiento consolidadas, pero este
conocimiento es realmente emergente en nuestra sociedad. Por legítima preocupación
social, nuestros diseñadores de política sólo favorecen el conocimiento que tenga
posibilidades de tener usos económicos y sociales a plazo relativamente corto y creen que
basta con fijar las temáticas para que ello se dé.
Con esta mirada parcial, se pierde de vista el verdadero trabajo que se requiere en la
sociedad latinoamericana para que la ciencia y la tecnología, el desarrollo del
conocimiento, ayuden al desarrollo económico y al bienestar de las poblaciones. Este es la
construcción de las redes de laboratorios, de bibliotecas, de oficinas de patentes, de plantas
de ensayo en las empresas, de agencias de publicidad que anuncien lo obtenido acá, de
periodismo científico, de enseñanza escolar, de publicaciones científicas, de cámaras de
comercio, de editoriales, en fin todo lo que se necesita para que el conocimiento circule
realmente y se produzca el macizo entramado necesario para pasar de la situación
emergente a la sociedad del conocimiento, a una sociedad en la que el conocimiento
generado in situ sea motor del progreso.
Ya Marx lo había anotado en sus Grundrisse: producción y consumo son
inseparables, son caras de la misma moneda, son partes indiferenciadas del mismo proceso.
La producción sólo es producción real cuando genera su consumo, sólo hay consumo real
cuando incide en la producción y la metáfora que mira la producción del conocimiento
como la de una mercancía podría haberse llevado hasta allá más provechosamente: la
producción del conocimiento genera su propio consumo y sólo cuando consumidores y
productores entrelazan su actividad en una misma red de técnicas y conocimientos pueden
funcionar los dos procesos. A pesar de lo que diga la epistemología clásica, la
universalidad del conocimiento no se da por la contundencia de la prueba experimental o
matemática, sino por la aceptación por grandes grupos de pares y de impares en la
sociedad. La construcción de la universalidad de las ciencias se parece más a una gran
empresa de obras públicas que a la conversión milagrosa de los espíritus convencidos por la
evidencia y por la fuerza de los razonamientos. Las políticas publicas no pueden ser
desarrolladas sólo a partir de la presencia de un Estado coordinador o de un mercado libre
4
El análisis que sigue se debe a Clemente Forero, de la Universidad de los Andes en Colombia, quien lo
desarrolló en el curso de un proyecto sobre indicadores de impacto de las políticas de ciencia y tecnología en
el que hemos trabajado en colaboración (Nota de JLV).

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de oferta-demanda de conocimiento. Se hace necesaria una actuación por redes en las
cuales el Estado, el mercado y la sociedad puedan interactuar y actuar conjuntamente de
forma menos jerarquizada. Es por ello necesario generar infraestructura, convencer a la
sociedad del interés y de la posibilidad de generar, adaptar y usar el conocimiento. Es
necesario generar instituciones que sirvan sobre todo para el diálogo vigoroso y la
cooperación fecunda entre todos los interesados. Es necesario generar capital social, esto
es, las relaciones informales y de confianza que hacen que las personas actúen
conjuntamente en busca de un bien común fundamental para que las organizaciones nuevas
y viejas de la sociedad civil puedan prosperar y dar oportunidad de participación.
Pero es necesario cambiar el modelo de aproximación. El modelo lineal “oferta” –>
“demanda” no es adecuado
y todo el tiempo invertido
en hacerlo funcionar es
inútil. Los modelos que
incluyen el papel regulador
del Estado y hacen aparecer
intermediarios son mejores,
pero son aún demasiado
tributarios del modelo
lineal.
Hay que avanzar
hacia otros modelos de
funcionamiento del conocimiento en la sociedad, en los cuales se reemplace la línea oferta-
demanda por redes articuladas y complejas de productores, usuarios, articuladores,
organizadores, divulgadores, comercializadores, promotores, del conocimiento. Hay que
construir modelos de redes en los cuales la competitividad nace de la interacción múltiple.
En una economía moderna verdaderamente competitiva toda producción es consumo y todo
consumo es producción. Es ese diálogo profundo en el cual interviene el conocimiento
incorporado en los equipos y en las personas en todo momento el que resulta en la
“innovación” permanente, fuente de la competitividad contemporánea.
Hoy, la "necesidad de innovación" se acentúa dado que la innovación suele
convertirse en el medio casi único para sobrevivir y prosperar en economías muy
competitivas y globalizadas. Las empresas y más en general la sociedad consagran cada
vez más tiempo y energía a la producción del cambio y a los ajustes necesarios
correspondientes. Los "innovadores" surgen cada vez más en situaciones inesperadas: son
los usuarios como fuente de innovación (von Hippel, 1988), o los profanos expertos que en
determinadas esferas como la salud o el medio ambiente participan en la producción de
conocimientos científicos.
Sin embargo, hay un problema adicional en los países de la América Latina, en los
que la mayor parte de la inversión en investigación es pública y es que ella por sí misma no
puede generar una demanda de mercado para la ciencia ni para la tecnología. Contar con un
ambiente de negocios que conduzca a la innovación depende de un amplio espectro de
políticas que van desde los fundamentales macroeconómicos, tales como precios estables,
hasta políticas de competencia lo suficientemente flexibles para permitir la colaboración
pero también lo suficientemente firmes para prevenir la colusión.

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La investigación formal y básica retoma la importancia perdida, pero no como el
trabajo de sabios aislados, que jamás ha correspondido a ninguna realidad, sino como uno
de los elementos del
diálogo de saberes
fundamentales para el
aumento de la
competitividad
económica y del
bienestar social. Lo
importante de la
investigación en el
laboratorio es que
pueden hacerse por
fuera de la cadena de
producción ensayos
arriesgados y
probarlos cuantas
veces sea necesario
hasta lograr resultados
utilizables, lo cual
tiene sentido si se
hace en interacción
permanente con los usuarios de todos los niveles.

Comienza así a darse respuestas serias a las preguntas que ya han estado presentes
durante medio siglo: ¿Por qué no logran los productores de conocimiento interesar a los
presuntos demandantes de conocimiento por su maravilloso producto? ¿Por qué no logran
los demandantes de conocimiento interesar a los presuntos productores para que hagan
cosas “pertinentes” para ellos? Porque hemos trabajado con modelos lineales inapropiados.
Se hace necesaria una revisión a fondo del modelo que incorpore la condición que tiene el
conocimiento en nuestras sociedades, con algo de consolidado y mucho de emergente, pero
con enorme angustia social, para no seguirnos estrellando contra modelos que no
funcionan.
Lo que cabe decir es que una política de ciencia y tecnología es ante todo un
instrumento para tejer redes sociales. Concomitante con esto, los indicadores para medir
políticas de ciencia y tecnología deben ser indicadores para medir redes sociales y capital
social. Una red social es un conjunto de relaciones cooperativas y organizadas, entre
entidades que tienen gestores diferentes. Normalmente se organizan por la motivación
entre sus miembros y no por una institucionalización formal. En general, las redes se dan
en situaciones en las que las relaciones tenues conducen a importantes mejoras en los
resultados buscados. Se entiende por relaciones tenues aquellas que no se formalizan
contractualmente. Este tejido social de relaciones tenues forma el Capital Social para la
ciencia y la tecnología y es la medida de este capital la mejor forma de seguir la
implantación y funcionamiento de una política de ciencia y tecnología. Esta es una visión
mucho más completa y compleja que la ingenua visión lineal de mercado productor-
consumidor que criticamos al comenzar.

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Hay que asumir la tarea pública de construir el inmenso aparataje social, las redes
tecnoeconómicas que permitan el flujo de conocimientos a través de toda la sociedad y
puedan las innovaciones surgir de los consumidores o de los empresarios, o de los
publicistas, o de los investigadores. Hay que meter el laboratorio a las fábricas y estas en
aquellos, hay que romper las barreras mentales que los mantienen separados. Hay que
incrementar de manera apreciable el esfuerzo innovador de las empresas, únicas que
pueden desarrollar el conocimiento con criterios de competitividad y mercado, hay que
construir políticas de ciencia y tecnología que ayuden efectivamente al tejido de redes
sociales, técnicas y económicas. Sólo así comenzará el conocimiento a irrigar
positivamente nuestras sociedades.

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