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Acto de Vida

Emilio del Barco

Suspirar es un acto vital, añorando tiempos mejores, o echando en falta el


cumplimiento de algún deseo querido. La única cura contra el odio es el olvido. Las
personas cuya filosofía vital incluye el Talión como regla de conducta, “ojo por ojo”,
practicando la venganza continuada, podrían recapacitar si, el origen del desprecio
hacia ellos, no se encuentra en la reivindicación constante de venganzas por males
atribuidos a otros. Es una cadena sin fin. Quien vive odiando, o reivindicando
venganzas, no sale nunca de su propio laberinto infernal. Es más rentable olvidar y
reciclar, aunque no se haya perdonado antes. Olvidando lo malo, queda el terreno
libre para cultivar lo bueno. En sociedades primitivas, en períodos de guerra, por
ejemplo, se guardaba castidad. Debido a la antigua creencia de que, con el acto
sexual, se escapaba parte de la fuerza vital del individuo. Cualquier cosa era menos
importante que la venganza. Había que conservar toda la fuerza de cuerpo y
espíritu para estar en condiciones de replicar, contundentemente, a cualquier
supuesta ofensa. Quien tenga como fin primordial de su existencia la reivindicación
de antiguas ofensas, no vivirá nunca en paz

Los principios bíblicos pueden ser bastante agobiantes: Quien presencia un acto
contra la ley divina, sin denunciarlo, incurre en parte de la culpa. Este principio del
Levítico, convierte a todos en vigilantes de sus allegados, familiares y vecinos. El
principio ha pasado al Corán. La responsabilidad de los hechos se reparte entre
actores, sabedores y observadores. Siguiendo la línea indicada, deberíamos
sentirnos obligados a denunciar cuanta injusticia veamos en el mundo.

En la actualidad, estamos viviendo momentos parecidos a los que se vivieron


durante la ‘revolución de las masas’ rusas, o la ‘rebelión de los esclavos’ romanos.
Los rebeldes están entre nosotros. Son los excluidos, o quienes se sientan como
tales. Casi nunca podemos adivinar cuánto peso lleva sobre el corazón nuestro
vecino. Ahora las revoluciones se dirigen, dogmáticamente, desde la distancia. Por
gente que esgrime razones religiosas, ambiciones políticas, y recuerdos de siglos
pasados. Piensan que ya pasó el tiempo de la inocencia. La ingenuidad brilla por su
ausencia. No quedan razones planas, todas tienen recovecos, antecedentes,
pasado, rencores guardados. Teñidos de rojo, por la sangre vertida durante siglos.

Casi siempre los perdedores han sido los mismos. Y los ganadores también. Esto
deja un poso de amargura insondable. En muchas partes del mundo se respira el
‘síndrome de los despreciados’. Gente con la que no se cuenta para regir el mundo.
Cada vez son más. No pueden estar contentos. Las riquezas del mundo las
controlan muy pocas manos. Es difícil que los países pobres levanten cabeza,
porque fueron enseñados a ser pobres y aguantarse. También es verdad que
podrían esforzarse ellos mismos a salir del terreno pantanoso, aprendiendo a
trepar. La Humanidad es un todo continuo. Cada uno es responsable por sí y los
suyos. Nadie puede esperar que la ayuda llueva del cielo. Hay que confiar en la
propia ciencia y esfuerzo. Emilio del Barco. 18/04/10. emiliodelbarco@hotmail.es .
www.emiliodelbarco.com
.

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