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Consideraciones previas
Desde hace algún tiempo. Se han encontrado excelentes categorías de análisis en el ámbito de las representaciones,
cuya operatividad puede proporcionar interesantes aportes para la explicación de las complejas realidades históricas.
Esto implica transitar por la difícil área de lo mental que constituye el imaginario. En el campo de la historia
política, con preferencia se analizan las manifestaciones simbólicas del poder. Esto implica estudiar las
representaciones con las que un actor o un grupo, facción o partido, manifiesta su presencia en el cuerpo social que lo
contiene.
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de un poder discrecional. De este modo resulta que hacia 1832; Rosas contaba con la adhesión de la masa federal de la
provincia pero aún no había captado la dirección del partido; recién logró desarmar a los federales doctrinarios en
1834, tras su exitosa campaña al desierto y de su acción en la revolución de los Restauradores. Liberado del peso de la
oposición y con la vía expedita para que sus operadores actuaran, hacia 1834 el retorno de Rosas se proyectaba como
la única solución posible para los tiempos agitados que vivía la provincia. Otra vez una situación límite volvía a
convocar al Restaurador. Tras la enuncia de Maza, el 7 de marzo de 1835 se lo designó nuevamente gobernador con al
suma del poder público. Estos dos momentos políticos se reflejan perfectamente en las representaciones del poder que
se analizan. Antes de 1835, tienen un alcance provincial; a partir de aquel año, pretenden un sentido nacional a la vez
que se muestran más agresivas y abarcadoras.
Apenas asumió Rosas en diciembre de 1829 ordenó la organización de una apoteótica ceremonia de funeral para
Dorrego Esa no sería la única ceremonia con la cual procuro generarse consenso; Rosas empleó este mecanismo a lo
largo de su gestión, sobre todo en la época en que aún se producían en el seno de la Sala los conocidos
enfrentamientos. De tal suerte que dispuso ceremonias y ordenó monumentos para distintas figuras de las últimas
décadas, produciendo a través de la conmemoración una cierta identidad con cada una de ellas y esto la hacia aparecer
por encima de las distintas facciones. Con ello aspiraba a representar una imagen de síntesis del pasado político.
No es casual que a partir de 1832 en la provincia de Buenos Aires surjan normas que determinen el uso y difusión de
ciertos símbolos con los cuales el gobierno pretende identificar su poder. Aparecen como corolario de las fuertes
tensiones que se vivieron en el país durante los años 1830 y 1831 y las que particularmente vivió la provincia hacia
1832. En la medida que el poder real de Rosas se iba ampliando y que su prestigio excedía el marco provincial y se
proyectaba por el resto del país, se profundizaban las diferencias acerca de las atribuciones que debía tener su poder
legal. Para vencer dichas diferencias Rosas decidió unificar su gestión, al menos en las manifestaciones exteriores de
su poder. Por eso institucionalizó y difundió el uso de la cinta o divisa de color punzó, que había sido el distintivo de
los federales desde un comienzo. El distintivo fue usado en los levantamientos que se produjeron en la campaña
bonaerense entre 1828 y 1829. En el ámbito provincial, los distintivos surgieron y se difundieron en momentos
altamente conflictivos, como un medio alternativo de remanifestar presencia y fuerza y operaron a nivel simbólico
articulando estrategias de poder y comunicación. Precisamente en el año de mayor tensión con el sector opositor,
Rosas trató de uniformar su régimen institucionalizando el uso de los símbolos que lo representaban. El 3 de febrero
de 1832 expidió un decreto por el cual todos los empleados que de una forma u otra recibieran subvención del Estado,
debían llevar en el lado izquierdo, sobre el pecho, un distintivo color punzó. El régimen no sólo aspiraba a
representarse y visualizar su propia identidad sino que apuntaba a monopolizar el imaginario colectivo. Ese
simbolismo tuvo otras funciones. Para el régimen sirvió de eficaz control social porque facilitó la filiación de los
individuos y para éstos, actuó como continente político porque proporcionaba seguridad a los que la asumían y por el
contrario marginaba a quienes la rechazaban. Este simbolismo representó un fuerte apuntalamiento emocional para el
gobierno de Rosas porque favoreció la cooperación y la subordinación. Por lo tanto, el color celeste también otorgó
identidad política y posteriormente, fue utilizado para manifestar el desacuerdo con el régimen. Fue el color tabú,
prohibido y penalizado por las normas del gobierno de Rosas. El cambio de símbolos significaba el cambio de
identidad política y el triunfo de un poder sobre otro. La oposición también procuró elevar sus representaciones al
ritual patrio, para sacralizarlas.
A partir de noviembre de 1831, se dispuso que la condición de “adicto” al sistema federal fuera exigida para ocupar
empleos públicos. El decreto aludido demuestra que a través el imaginario social el régimen fijaba modelos
formadores, como el que se refiere a la calidad de “buen federal” o “federal neto” para el que compartía su causa y el
modelo opuesto, para aquel que poseía la calidad de “salvaje unitario”, reservado para el que no acordaba con su
sistema. La calidad de “buen federal” actuaba como un bien simbólico que se agregaba a la posición social que tenía el
individuo. Por el contrario, la calidad de “salvaje unitario” era el anatema con que se sancionaba al opositor no sólo
excluyéndolo del empleo público sino marginándolo de la sociedad con prisión o destierro.
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El poder concentrado, legalizado y legitimado
En marzo de 1835, Rosas retomó el gobierno de Buenos Aires, con un poder real redimensionado. En ejercicio de un
poder concentrado pero legalizado porque le fue acordado de acuerdo con las normas vigentes y legitimado por el
expreso consenso de la ciudadanía. Rosas se ocupó de darle a su sistema un alcance nacional. Por tal razón a partir del
segundo gobierno el poder aparece representado de una forma más agresiva y abarcadora. La limpieza no tardó en
venir, en abril se inició una serie de destituciones en masa de todo tipo de empleados por “poca fidelidad” a la causa
federal, y los nuevos empleados debían jurar, “ser adictos y fieles a la causa nacional de la Federación”. Nuevamente y
con mayor rigidez aparecía la exigencia de la calidad de adicto que uniformaba internamente y facilitaba la
subordinación.
Los rituales políticos: las fiestas en honor de Rosas y de los triunfos de sus armas
El régimen creó un verdadero imaginario político centrado en la glorificación de la persona de Rosas que fue esencial
para mantener y aún ampliar su carisma. De este modo, bajo la forma de verdaderos rituales políticos, se produjeron
numerosas fiestas en honor de Rosas o del triunfo de sus armas, que jugaron un papel fundamental en la producción de
su imagen. Estaban destinados a generar entre los asistentes un sentimiento de pertenencia al régimen y de recrear
simbólicamente, las fuentes de su legitimidad. Los rituales políticos estuvieron entremezclados con los religiosos.
Cada celebración del régimen fue conmemorada con un oficio religioso. Es que tanto el nivel público de los círculos
oficiales como el privado, sobre todo de las clases populares estaban marcados por la mediación ritual e institucional
de la Iglesia.
Cada problema del gobierno de Rosas fue hábilmente transformado en un problema de la Nación, así las reacciones
contra Rosas o su sistema fueron transformadas en sublevaciones contra la patria y sus ejecutores condenados como
“traidores” a la patria. De aquel modo la imagen del régimen se fue enriqueciendo con cada triunfo sobre los
sublevados. Las fiestas cívicas, de celebración obligada, que había creado el régimen fueron una reiterada manera de
mantener fresca en la memoria del pueblo la grandiosidad del Defensor de la soberanía nacional y Restaurador de
las leyes pero, también una reiterada advertencia a sus enemigos sobre el poder y eficacia de sus fuerzas. Pero no sólo
los triunfos de Rosas fueron transformados en rituales políticos; el duelo del gobernador por la muerte de su esposa
también fue convenientemente aprovechado. La prensa, el teatro, la Iglesia, fueron movilizados para hacer propaganda
a Rosas. Los retratos del gobernador comenzaron a ganar todos los espacios públicos: las oficinas, los teatros, los
templos, las plazas.
Rosas emitió dos decretos en su provincia destinados a difundir ka imagen del régimen a través de elementos de color
punzó. Pero no sólo trato de reiterar su presencia entre los individuos de la sociedad provincial sino que también
procuró captar al resto de los habitantes de la Nación. Poco a poco fue presionando a la mayoría de las provincias para
difundir el uso de la divisa. De ese modo, el poder de Rosas se materializaba en cada divisa que actuaba como una
imagen protector que reforzaba a la del gobierno provincial y lo cohesionaba internamente. Por otro lado, el símbolo
servía de eficaz control social porque señalaba las solidaridades y marcaba a los desafectos. Esta uniformidad
compulsiva a través de los símbolos no fue rechazada en un primer momento, al menos hasta 1838.
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La representación del poder a través de expresiones verbales y auditivas
Ambos bandos en pugna impusieron rígidamente sus fórmulas. Por un lado ¡Viva la Santa Federación! ¡Mueran los
salvajes unitarios; por el otro las frases ¡Constitución o Muerte! ¡Muera Rosas! Estas expresiones gráficas que se
gravaron visualmente en la memoria de la comunidad pronto se convirtieron también en expresiones verbales que
actuaron de santo y seña, de pasaporte y de indicio de amistad u odio. Por último también hubo una música “federal”
-el himno de los Restauradores de Rivera Indarte es un ejemplo- y una música “unitaria”.
Conclusiones
Los conflictos producidos por las fuerzas en pugna jugaron un papel fundamental en el proceso analizado. No sólo
porque determinaron la marcha política sino porque marcaron la acción de sus protagonistas e incidieron en la
configuración de representaciones del poder rígidas, totalizadoras y antagónicas. Por un lado, contribuyeron al
surgimiento de un líder carismático como Rosas. Por el otro lado, estimularon nuevas técnicas competitivas en el
ámbito del imaginario porque trataron de formar una imagen desvalorizada del adversario e incluso procuraron
invalidar su legitimidad. En tanto, exaltaron el poder propio a través de representaciones magnificadas que
corporizaban su imagen.
Todas las representaciones estuvieron dirigidas a monopolizar el imaginario social y político de la comunidad donde
actuaron. Hasta 1835, las representaciones del poder tienen sólo un propósito local. A partir de 1835, cuando la marcha
de los conflictos permitió a Rosas proyectar su poder con un sentido nacional, las representaciones revelaron
claramente aquella intencionalidad. De modo que fueron utilizadas por el gobernante porteño como instrumento para
“alinear” identidades con algunos mandatarios provinciales.
[Ana Inés Ferreira, “La representación del poder en la época de la Confederación, 1829-1852”, en Enrique M.
Barba in memoriam, Buenos Aires, Fundación Banco Municipal de la Plata, 1994, pp. 209-232.]
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BUSQUEDA DEL CONSENSO Y UNIFORMIDAD POLÍTICA
ROSTROS