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Estoy seguro que los que saben lo que son, lo que les deparan los
próximos años, pueden hacerlo mas llevadero, acostumbrarse a ello, tolerar
el dolor a la espera de la magnitud de lo que se le aproxima, pero yo no
tuve esta oportunidad, nadie me dijo que lo era, como era, ni que me
pasaría.
Mi madre había sido violada y atacada por un grupo de Malditos. No
tenia que haber sobrevivido, menos aun llevando en su vientre al hijo de
uno de ellos, en cuyo caso lo peor, el hijo del líder de ellos.
Cuando nací a los pocos meses de haberse quedado en estado, ella
supo que no seria como ella, como los de su raza. Se acordaba de lo que la
había ocurrido, pera había dedicado meses a convencerse de que estaba
loca, y que no pensaba con claridad, se convenció de que no era posible la
existencia de los seres que la habían atacado, "los vampiros no existen", eso
se repitió todos los años de mi infancia y juventud, intentando evitar lo
inevitable, aceptar que yo seria, era, como ellos.
Cuando el cambio por fin se concluyó, después de tanto dolor y
confusión, y derramé sangre humana por primera vez, ella me contó por fin
lo que había ocurrido, y aquella misma noche se quitó la vida ahorcándose,
consumida por una culpa e impotencia que no le correspondían, que no
tenían porque haber sido puestas sobre sus hombros, y decidí encontrarle,
buscaría hasta donde fuera necesario al que debería de llamar "padre", y le
haría pagar por lo que le había echo a ella, por lo que me había echo a mi.
Viajé unos cuantos meses, a cada lugar que iba me dirigían a otro, no
es que no tuviesen idea de donde buscar, pero en muchos casos no solemos
ser, como decirlo, "amigables" con los que son como yo, con los Mestizos,
menos aun si pueden oler en tu aroma la sangre de uno tan antiguo y
poderoso.
Veía en sus miradas, en las imponentes medias lunas plateadas de
sus ojos, el miedo al olerle, estaba seguro que sabían de donde provenía,
conocían mi descendencia, y eso les hacia aun mas reticentes al momento
de ayudarme en mi búsqueda. Parecían temer el que era mi "padre", o al
menos respetarle lo suficiente como para no querer colaborar.
Durante el tiempo que vagué, descubrí la capacidad letal de mi
existencia, lo fácil que era matar, y cuanto disfrutaba haciéndolo.
Descubrir también algo que al poco supe era único en mi, no todos
tienen dones, la mayoría si, pero no son iguales.
Podía someter a los humanos a mi voluntad. Bastaba con tocarles, y
harían todo lo que quisiera, aun que es verdad, funcionaba mucho mejor con
las hembras, las mas jóvenes de echo, quienes doblegaba a mis anchas.
No era mas que un adolescente, un crio si cabe, no superaba los
diecinueve años, y nunca había estado con una mujer, ni por asomo.
No resulta fácil cuando puedes oler hasta la ultima nota de sus
aromas, y no sabes porque lo haces, y el dolor en cada parte de tu cuerpo te
consume sin que sepas la razón, así que hice lo mas practico, me apartaba
de ellas, y lo vean bien o mal, entonces tenia mucho tiempo que recuperar.
Estuve allí dos meses, ella iba y venia a diario, se pasaba gran parte
del tiempo contestando a mis preguntas, las cuales ni yo sabia que tenia,
preguntas que no me imaginaba que existían, pero allí estaban
atormentándome la mente.
Cuando por fin le dije que quería ir, que necesitaba hacerlo, no lo
discutió, nos subimos al coche, y sin mediar palabras, llegamos y nos
adentramos en la casa del que era mi padre.
Me detuve en el centro del gran salón. Era un amplio caserío muy
antiguo, lleno de muebles antiguos y lámparas que sobresalían de la pared
iluminando el lugar con ténue luz de las velas.
Sentí su aroma y lo reconocí en cuanto el aire se lleno de su poderío y
singularidad. Claro que lo reconocía, podría ser distinto al mío en cuanto a
las notas de hierba y lluvia, y también a la gelidez que tenia, pero en
esencia era igual, era mi aroma, mi sangre.
—Llevaba mucho tiempo buscándote —dije sin girarme hacia la
dirección donde sabia que se encontraba.
No hubo respuesta, pero su aroma de pronto se había impregnado de
una mezcla confusa, que iba desde la sorpresa, la indignación, hasta las
pizcas de orgulloso y felicidad.
—¿Que esperas viniendo hasta aquí? —no pude evitar estremecer al
oír por primera vez su voz—. Si esperas respuestas, te has equivocado de
sitio. Si buscas a un padre... aquí no encontrase nada siquiera similar a eso.
—No necesito un padre, ni tampoco respuestas, ya he echo las
preguntas y he obtenido todo lo que necesitaba saber, solo quería saber
quien eres... quien me hizo como soy.
Me giré entonces viéndole por primera vez.
Estaba a los pies de una gran escalera, en una postura que el único
adjetivo capaz de describirlo seria, "majestuoso". Era un hombre alto,
fuerte, y de una belleza que no había visto hasta entonces en ningún otro de
nuestra especie. Su pelo de un rubio platino y dorado, le llegaba casi a
mitad de la espalda, y lo llevaba suelto y tan liso como si hubiera sido
dibujado sobre su cabeza.
Se acercó a mi a una velocidad casi imposible, cogiéndome por el
cuello y golpeando mi espalda contra la pared, manteniéndome así
apresado.
Inspiró el aire con precaución cerca a mi rostro y me soltó haciendo
que cayera sentado al suelo.
—Sin duda eres mío. Pero no te pareces en nada a mi.
—Una suerte por mi parte, creo —contesté poniéndome de pie a la
misma velocidad que antes había usado y acercándome a él.
—¿Que quieres de mi?
—La lista de cosas que me hubieran gustado hacerte seria
interminable, pero ya no creo que sean necesarias, ya no. Soy tan culpable
como lo eres tu, y he cometido las misma atrocidades que hiciste, entre
ellas las que le hiciste a mi madre.
—Me acuerdo de tu madre... no suelo olvidar un olor tan singular —
esbozó un sonrisa que me hizo perder la cabeza. ¿Quien se creía para hablar
de ella así? ¿Como podría atreverse a mencionarla siquiera?
—No hables de mi madre... —hablé pausadamente, intentando
controlar la ira que me destrozaba el pecho, y agarraba con fuerza su cuello,
como antes lo había echo él.
—Si... ahora si veo a un hijo mío —sonrió una vez mas, provocando tal
desconcierto, que le solté y me alejé unos cuantos pasos para poder así
intentar descifrar en su rostro que es lo que decía, porque lo hacia.
—¿Que pretendes? ¿Que te ataque? ¿Darte un motivo para que así
puedas matarme y no tener que volver a verme?
—No... aun que quisieras te aseguro que no podrías matarme, te
arrancaría cada uno de tus miembros antes mismo de que pudieras
parpadear —se acercó entonces con sus ojos inyectados en sangre—. Eres
bienvenido a mi casa, a mi familia. Tendrás un lugar en este Clan si lo
quieres, pero es lo único, y lo ultimo que se te ofrecerá. No seré tu padre, no
esperes eso de mi, seré tu líder, el único e indiscutible líder de este Clan.
¿Ha quedado claro, Mestizo?
—Si, Señor —fue lo ultimo que dije, y él se alejó cruzándose con Clara
a medio camino y dirigiéndola una mirada que indicaba lo furioso que se
encontraba.
—Tu y yo, hablaremos luego —se marchó y ella se acercó a mi
rápidamente, cogiéndome de la mano y llevándome escaleras arriba, hacia
la que dijo seria mi alcoba, al menos en cuanto estuviéramos en Londres.
No puedes negar la sangre que corre por tus venas, no puedes huir a
lo que el destino a escrito para ti.
Allí estaba yo, un Mestizo, un Maldito que no había elegido tal destino,
uno que se había unido a la única familia que le quedaba, a un padre que
nunca seria un padre, y dispuesto a matarle si eso fuera necesario, porque
la humana, la que ahora hacía llamarse Suya, un día, seria Mía.