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Sangre de Mi Sangre

Según Darwin, la selección natural ha sido la clave en la existencia de


los especies. El mas fuerte sobrevive, es un echo, y los que no evolucionan,
mueren.
Así entonces cada especie ha ido evolucionando. De un mismo seno
materno en determinadas generaciones el nuevo individuo era mas fuerte, o
disponía de características diferentes a sus progenitores y antepasados,
adaptándose al mundo para poder sobrevivir frente a los depredadores, y
pasando a sus descendientes su evolución.
Creo que esa es la explicación de mi naturaleza: "Selección Natural".
El ser humano es débil, frágil, susceptible de cambios y no, en absoluto esta
en la cima de la cadena alimentaria. Este lugar ya tiene su ocupante, este
los pertenece a ellos, lo Malditos, y ellos, como todo lo demás, tienen que
evolucionar. Ahí es donde entro yo, ahí es donde la evolución mas sublime
se lleva a cabo. Nos llaman Mestizos.

Como en todo hay fallos, no todos evolucionan como es debido.


Algunos aun que no puedan verse afectado por las enfermedades de los
humanos, si les afectan el paso del tiempo. Con mas lentitud por supuesto,
pero lo hace. Morirán tarde o temprano, mas tarde que temprano, pero lo
harán, con una aparecía física de ochenta años, y cargando sobre sus
espaldas siglos de vida, acaban por sucumbir a lo inevitable y mueren.
Le plenitud, la perfección de este selección natural, ocurre cuando
nacen los que son como yo. No sucumbimos al tiempo ni a sus
enfermedades. Envejecemos lo justo, hasta estar lo suficientemente
"maduros", y entonces todo lo que aun nos une a un ser humano en lo que
se refiere, muere, y somos inmortales, Malditos como el que mas.

Es difícil, doloroso, pero todo lo que realmente vale la pena en la vida


lo es. Experimentamos la muerte en su forma mas grotesca, sintiendo como
parte de nuestro cuerpo sucumbe al dolor y la angustia, y cuando por fin
todo ello desaparece, llega la Sed, y una vez la sacias por primera vez, la
perfección de nuestra particular "selección natural", se completa.

En mi caso, mi paso por mi vida "humana", fue una experiencia que


por muy desalmado que sea, no se lo deseo a nadie.
Podía sentir a cada día como iba en aumento mi capacidad de "notar"
el mundo. Todo tenia un aroma característico y potente, y sabia que nadie
mas que estaba a mi alrededor lo notaba.
Podía sentir a los demás de manera diferente, notar sus presencias,
sus estados de humor, sin poder explicar como, pero lo hacia. Cada sonido o
color que les envolvía, con el paso de los años se hacia mas difícil de
soportar.

Estoy seguro que los que saben lo que son, lo que les deparan los
próximos años, pueden hacerlo mas llevadero, acostumbrarse a ello, tolerar
el dolor a la espera de la magnitud de lo que se le aproxima, pero yo no
tuve esta oportunidad, nadie me dijo que lo era, como era, ni que me
pasaría.
Mi madre había sido violada y atacada por un grupo de Malditos. No
tenia que haber sobrevivido, menos aun llevando en su vientre al hijo de
uno de ellos, en cuyo caso lo peor, el hijo del líder de ellos.
Cuando nací a los pocos meses de haberse quedado en estado, ella
supo que no seria como ella, como los de su raza. Se acordaba de lo que la
había ocurrido, pera había dedicado meses a convencerse de que estaba
loca, y que no pensaba con claridad, se convenció de que no era posible la
existencia de los seres que la habían atacado, "los vampiros no existen", eso
se repitió todos los años de mi infancia y juventud, intentando evitar lo
inevitable, aceptar que yo seria, era, como ellos.
Cuando el cambio por fin se concluyó, después de tanto dolor y
confusión, y derramé sangre humana por primera vez, ella me contó por fin
lo que había ocurrido, y aquella misma noche se quitó la vida ahorcándose,
consumida por una culpa e impotencia que no le correspondían, que no
tenían porque haber sido puestas sobre sus hombros, y decidí encontrarle,
buscaría hasta donde fuera necesario al que debería de llamar "padre", y le
haría pagar por lo que le había echo a ella, por lo que me había echo a mi.

No es difícil encontrar a los nuestros, cuando eres uno de ellos. Están


en todas partes, y por muchos siglos de diferencia entre unos y otros, todos
conocen a todos, aun que sean por el nombre, o por el lugar de donde
provienen.
El que nos conozcamos, o al menos sepamos de la existencia de los
demás, o de alguien que si podría saberlo, no quiere decir que seamos
pocos, mas bien todo lo contrario. No hay un censo o chorradas como estas,
son cosas de los humanos, ellos son quienes necesitan tener controlados a
todos los de su especie, pero aun así somo muchos, tanto cuanto humanos,
o si no, nos falta poco.

Viajé unos cuantos meses, a cada lugar que iba me dirigían a otro, no
es que no tuviesen idea de donde buscar, pero en muchos casos no solemos
ser, como decirlo, "amigables" con los que son como yo, con los Mestizos,
menos aun si pueden oler en tu aroma la sangre de uno tan antiguo y
poderoso.
Veía en sus miradas, en las imponentes medias lunas plateadas de
sus ojos, el miedo al olerle, estaba seguro que sabían de donde provenía,
conocían mi descendencia, y eso les hacia aun mas reticentes al momento
de ayudarme en mi búsqueda. Parecían temer el que era mi "padre", o al
menos respetarle lo suficiente como para no querer colaborar.
Durante el tiempo que vagué, descubrí la capacidad letal de mi
existencia, lo fácil que era matar, y cuanto disfrutaba haciéndolo.
Descubrir también algo que al poco supe era único en mi, no todos
tienen dones, la mayoría si, pero no son iguales.
Podía someter a los humanos a mi voluntad. Bastaba con tocarles, y
harían todo lo que quisiera, aun que es verdad, funcionaba mucho mejor con
las hembras, las mas jóvenes de echo, quienes doblegaba a mis anchas.
No era mas que un adolescente, un crio si cabe, no superaba los
diecinueve años, y nunca había estado con una mujer, ni por asomo.
No resulta fácil cuando puedes oler hasta la ultima nota de sus
aromas, y no sabes porque lo haces, y el dolor en cada parte de tu cuerpo te
consume sin que sepas la razón, así que hice lo mas practico, me apartaba
de ellas, y lo vean bien o mal, entonces tenia mucho tiempo que recuperar.

Podría haberme pasado siglos con la excusa de estar buscándole,


simplemente por el placer de vagar por el mundo y seguir disfrutando de
todo lo que me ofrecía, pero la noche en que llegué a Londres enviado por
un Maldito que había conocido en Francia, todo cambió.
Desembarqué del avión, no era difícil viajar, solo tenia que someter a
algunos humanos y conseguir dinero, y ya tenia mi pasaporte cuya foto no
distaba demasiado de mi aparecía actual, solo habían pasado unos cuantos
años, así que me dirigí directamente a un local llamado The Crazies, en el
barrio de Soho donde nada mas llegar supieron al instante quien era.
Había una vampiresa sentada en la barra, con su larga melena, con
rizos delicadamente peinados y llevando lo que parecía un atuendo muy
caro para el barrio donde estábamos.
Me acerqué a la barra y vi su rostro de una belleza impactante, aun
que algo mayor en lo que a mis gusto se refiere, donde unos ojos negros
contrastaban con el tenue marrón grisáceo de su piel, de rasgos finos y
delicados.
La vampiresa se giró antes mismo de que dijera palabra, y su rostro
se transformo, dejando lugar a una mueca, que si no fuera por su aroma que
denotaba incredulidad, diría que se trataba de asco.
Se levantó y sin mediar palabra, me cogió de la mano y tiró de mi en
dirección a la calle.
No sabía la razón por la que lo hacía, pero sentía que era lo correcto,
y manteniendo el mismo sepulcral silencio, nos metimos en su coche, y nos
llevó a una gran casa en las afueras.

Detuvo el coche a escasos metros de la puerta y me miró con la


misma cara de "si no lo veo no lo creo", cerró los ojos e inspiró
profundamente, como si buscara el coraje para decir algo.
—Me llamo Clara.
—Soy Mateo, Mateo Monzzini.
—Bien Mateo. Sé quién eres, ese aroma lo reconocería a kilómetros.
Aquí esta la cosa —la vampiresa mantenía el semblante sereno, aun que
podía notar en su aroma la tensión en sus palabras—. Él esta dentro. No te
engañes, Mateo. No esperes encontrar a un padre, o nada parecido. Él no es
lo que piensas, es poderoso, cruel, y te aseguro, no le hará ni pisca de
gracia conocerte.
—Creo que eres tu la que te equivocas, Clara, ¿te llamas así, no? —la
vampiresa asentió y no pudo evitar la cara de asombro—. Te equivocas si
crees que voy en búsqueda de un padre, no es lo que quiero, no lo he tenido
hasta hoy, y créeme, uno que hace lo él hizo a mi madre, no tiene derecho
alguno a ser llamado "padre".
—¿Que te mueve entonces? ¿Venganza? ¿Es eso? Porque creo que no
sabes lo que haces, ni donde te metes. Ah... —puso los ojos en blanco y giró
el rostro como el que se muerde la lengua intentando evitar decir algo que
pudiera ofender.
—¿Que?
—Solo eres un niño, un crio. No tienes ni idea de nada. Sé lo que es
pasar por lo que tu has pasado, Mateo. Sé lo que significa estar tan confuso
sobre quien eres, sobre qué eres, que tu cabeza muchas veces parece a
puntar de explotar y tu cuerpo dolorido y sediento no te permite tener ni un
solo segundo de lucidez... sé que es eso. Pero la venganza que esperas
conseguir aquí hoy, aun que tuvieras suerte y pudieras... no servirá de nada,
nada en absoluto.
—¿Como puedes saber todo eso? ¿Eres como yo? ¿Tu también naciste
así? Naciste sin saber que era, sintiendo el dolor de tu cuerpo al morir poco
a poco, durante años y años... la sed que te invade y ni tan siquiera sabes
que es... ni un solo amigo, familia, amante... nada, porque todos los que se
aproximaban a ti te ocasionan asco, odio... o sed. ¿Has vivido eso, Clara?
—No, querido niño. Pero sé lo que es. He vivido mas años, muchos
mas años que tu, así que pude conocer de primera mano que es amar a
alguien que ha pasado por todo eso, y mucho mas. Créeme, lo tuyo, tu
situación, ni es de asomo lo peor que puede haber en nuestra raza.
—No necesito que nadie se apiade de mi. Quiero entrar, mirarle a los
ojos, ver en ellos que no se acuerda siquiera de mi madre, de la noche en la
que... en que abandonó su cuerpo para que se pudriera en una fosa común.
Quiero mirarle y ver en sus ojos mi reflejo, el reflejo de su hijo.
—Eres igual que él —la vampiresa me tocó el rostro con delicadeza, lo
mas parecido a mi madre, en todo lo que me había encontrado en mi vida—.
Obstinado, fuerte, decidido, y jodidamente cabezota.
—De tal palo tal astilla —esbocé una sonrisa discreta y le devolví la
mirada de apoyo.
—Hagamos lo siguiente, te llevo de vuelta a la ciudad, te daré dinero,
un lugar donde estar, te contaré quien eres, que te hizo así, todo lo que
estoy segura no tienes ni idea sobre lo que tu condición implica, y una vez
estés lo suficientemente preparado para ello, te traeré de vuelta si quieres.
Déjame que te ayude, Mestizo.
—No necesito tu ayuda, y no me llames así.
—Es lo que eres... ni tan siquiera sabes lo que eres, "niño".
—No necesito tiempo, ni mierdas de estas —respondí a la vez que
abría la puerta de coche.
Con una velocidad sin par, ya estaba delante de mi y me sujetaba por
el collarín de la camiseta enseñando los colmillos con fiereza.
—¿Tienes miedo? —había pegado su rostro a mío y hablaba en tono
agrio, con el aroma cargado en odio—. Pues eso, no es ni por asomo lo que
te puede hacer sentir Eirík.
—¿Eirík? ¿Así se llama? —sentí como me venía abajo al oír su nombre.
Hasta aquel momento solo era el monstruo que había abusado de mi
madre, el monstruo que me había echo como soy, solo eso. Pero ahora tenia
un nombre, y en unos cuantos pasos tendría también un rostro, y no estaba
seguro si realmente estaba preparado, ya no estaba seguro de ello.
—No pasa nada —la vampiresa ocultó su monstruo y me empujó con
delicadeza hacia dentro del coche, cerrando la puerta. Volvió a su sitio de
manera rápida y grácil, con lo que cuando me quise dar cuenta, ya
estábamos de vuelta a la ciudad.

Estuve allí dos meses, ella iba y venia a diario, se pasaba gran parte
del tiempo contestando a mis preguntas, las cuales ni yo sabia que tenia,
preguntas que no me imaginaba que existían, pero allí estaban
atormentándome la mente.
Cuando por fin le dije que quería ir, que necesitaba hacerlo, no lo
discutió, nos subimos al coche, y sin mediar palabras, llegamos y nos
adentramos en la casa del que era mi padre.
Me detuve en el centro del gran salón. Era un amplio caserío muy
antiguo, lleno de muebles antiguos y lámparas que sobresalían de la pared
iluminando el lugar con ténue luz de las velas.
Sentí su aroma y lo reconocí en cuanto el aire se lleno de su poderío y
singularidad. Claro que lo reconocía, podría ser distinto al mío en cuanto a
las notas de hierba y lluvia, y también a la gelidez que tenia, pero en
esencia era igual, era mi aroma, mi sangre.
—Llevaba mucho tiempo buscándote —dije sin girarme hacia la
dirección donde sabia que se encontraba.
No hubo respuesta, pero su aroma de pronto se había impregnado de
una mezcla confusa, que iba desde la sorpresa, la indignación, hasta las
pizcas de orgulloso y felicidad.
—¿Que esperas viniendo hasta aquí? —no pude evitar estremecer al
oír por primera vez su voz—. Si esperas respuestas, te has equivocado de
sitio. Si buscas a un padre... aquí no encontrase nada siquiera similar a eso.
—No necesito un padre, ni tampoco respuestas, ya he echo las
preguntas y he obtenido todo lo que necesitaba saber, solo quería saber
quien eres... quien me hizo como soy.
Me giré entonces viéndole por primera vez.
Estaba a los pies de una gran escalera, en una postura que el único
adjetivo capaz de describirlo seria, "majestuoso". Era un hombre alto,
fuerte, y de una belleza que no había visto hasta entonces en ningún otro de
nuestra especie. Su pelo de un rubio platino y dorado, le llegaba casi a
mitad de la espalda, y lo llevaba suelto y tan liso como si hubiera sido
dibujado sobre su cabeza.
Se acercó a mi a una velocidad casi imposible, cogiéndome por el
cuello y golpeando mi espalda contra la pared, manteniéndome así
apresado.
Inspiró el aire con precaución cerca a mi rostro y me soltó haciendo
que cayera sentado al suelo.
—Sin duda eres mío. Pero no te pareces en nada a mi.
—Una suerte por mi parte, creo —contesté poniéndome de pie a la
misma velocidad que antes había usado y acercándome a él.
—¿Que quieres de mi?
—La lista de cosas que me hubieran gustado hacerte seria
interminable, pero ya no creo que sean necesarias, ya no. Soy tan culpable
como lo eres tu, y he cometido las misma atrocidades que hiciste, entre
ellas las que le hiciste a mi madre.
—Me acuerdo de tu madre... no suelo olvidar un olor tan singular —
esbozó un sonrisa que me hizo perder la cabeza. ¿Quien se creía para hablar
de ella así? ¿Como podría atreverse a mencionarla siquiera?
—No hables de mi madre... —hablé pausadamente, intentando
controlar la ira que me destrozaba el pecho, y agarraba con fuerza su cuello,
como antes lo había echo él.
—Si... ahora si veo a un hijo mío —sonrió una vez mas, provocando tal
desconcierto, que le solté y me alejé unos cuantos pasos para poder así
intentar descifrar en su rostro que es lo que decía, porque lo hacia.
—¿Que pretendes? ¿Que te ataque? ¿Darte un motivo para que así
puedas matarme y no tener que volver a verme?
—No... aun que quisieras te aseguro que no podrías matarme, te
arrancaría cada uno de tus miembros antes mismo de que pudieras
parpadear —se acercó entonces con sus ojos inyectados en sangre—. Eres
bienvenido a mi casa, a mi familia. Tendrás un lugar en este Clan si lo
quieres, pero es lo único, y lo ultimo que se te ofrecerá. No seré tu padre, no
esperes eso de mi, seré tu líder, el único e indiscutible líder de este Clan.
¿Ha quedado claro, Mestizo?
—Si, Señor —fue lo ultimo que dije, y él se alejó cruzándose con Clara
a medio camino y dirigiéndola una mirada que indicaba lo furioso que se
encontraba.
—Tu y yo, hablaremos luego —se marchó y ella se acercó a mi
rápidamente, cogiéndome de la mano y llevándome escaleras arriba, hacia
la que dijo seria mi alcoba, al menos en cuanto estuviéramos en Londres.

El tiempo pasa rápido cuando no te preocupas por el que te queda.


Cada día, cada noche, solo sientes la diferencia por la luz del sol, que
te impide salir de donde estés escondido.
Este camino, el que tomé, el único que tenia, me llevó a lugares,
situaciones... a hacer cosas que nunca creí capaz de llevar a cabo.
Tanta crueldad, tanta sangre, tan poca... vida.
Podía notar con el tiempo como él me miraba, estaba orgulloso, era
papable en aire, sabia que no era un simple Maldito, era suyo, su hijo, y aun
que no se habría dirigido nunca a mi de este modo, nunca me llamo "Hijo",
sabia que lo respetaba, no eran necesarias palabras.
Había cometido errores, le había desafiado, me había enfrentado a él,
en muchas ocasiones, por un motivo u otro, pero siempre acababa igual,
siempre había un castigo que no duraba demasiado, o que no llegaba a
cumplirse, mientras que con otros, la muerte era la menor de las
penitencias que le ponía por motivos banales cerca a los que le daba yo.

Todo seguía su rumbo, Eirík, el que a escondidas y en silencio llamaba


padre, seguía con sus planes, sus ganas de "comerse el mundo", y no tardó
demasiado en que me hiciera uno de sus tenientes, y con el tiempo, había
construido un pequeño ejercicito dentro del suyo. En su ausencia, a falta de
ordenes suyas que cumplir, los secuaces cumplian las mías, y ese poder no
me lo negaba, él sabia que lo tenía, para mi, era su manera de quererme, de
respetarme como hijo suyo que era. Permitirme tener poder en su ausencia,
era como decir: "lo dejo en tus manos, hijo mío", o al menos eso era lo que
yo quería oír.

No le quería, esa clase de sentimientos entre los nuestro no suele


existir, si, hay lealtad, jerarquía, y un macho y sus hembras, o la hembra y
sus machos, pueden quererse, pero Eirík, era un mundo aparte, él no quería
a nadie, ni tan siquiera a él mismo, nunca le había visto flaquear ante nada,
ni doblegarse ante nadie, hasta el día en que la trajo, hasta que aquella
humana entró en la gran casa por primera vez.

Nos habiamos trasladado a su casa principal en Australia. Habían


pasado muchos años desde que era parte de su Clan, de mi Clan, teníamos
lo que necesitábamos, y él decidió viajar en búsqueda de un Maldito, según
él alguien que sería de suma importancia para el clan, pero no fue a quien
trajo en su regreso a la Gran Casa.
La traía en brazos, como algo sumamente delicado, como si fuera lo
mas importante que hubiera sobre la faz de la tierra.
Lo único que vi fue el tenue y negro rastro de su pelo, mezclándose a
la casi translucida lividez que su piel dejaba en el aire, y el aroma mas
cautivador y puro que antes había notado.
Ya no parecía el mismo rey que antes, ya no lo era en absoluto. Sus
ojos reflejaban por primera vez algo que nunca antes había visto en ellos:
"ternura".
Su aroma impregnado en deseo y locura, una mezcla que hacia de
cualquier hombre un condenado, y de uno de los nuestros el mas
desdichado de los Malditos, parecía haber cambiado lo que él había creado
en incontables siglos de vida, todo por ella, todo ello por aquella humana.

Nadie podía acercarse a ella, ni por asomo, y él tampoco lo hizo, al


menos al principio. Le conocía lo suficiente como para saber que aquello era
algo que nunca hubiera imaginado que le pasaría, ni tan siquiera el mas
imaginativo de los escritores, podría haber marcado tales letras, aquello no
podría estar escrito en ningún sitio, porque era algo imposible de ocurrir.
Hice lo mío, hice lo que él hubiera echo, y durante unos días,
semanas, dediqué mi esfuerzo en intentar poner sus hombres contra él, les
advertía del peligro al que nos sometía un líder débil... enamorado.
Me convencí de que lo hacía por conseguir su poder, pero sabia que
en el fondo me movía el sentimiento que nunca había conseguido destruir
dentro de mi, el sentimiento que un primer momento me trajo ante él, la
sed de venganza que tenia, y verle de aquel modo por una humana, me
alentaba aun mas a intentar destruirle. ¿Como podía quererla? ¿se creía con
el derecho de querer a alguien? ¿acaso creía que alguien le podría llegar a
querer? ¿que la diferenciaba a aquella humana... de mi madre?. Esta ultima
era la pregunta que intentaba ocultar en mi cabeza. Un zumbido constante
que no me permitía pensar, solo me llevaba a odiarle aun mas.

No había pasado demasiado tiempo, y en este, fui el instigador mas


cruel de todos. No podía hacerlo con mis manos, no sabia la razón, pero
desde que había notado su fragancia, su presencia, no me había atrevido a
acercarme a ella, pero la quería muerta, si, ese seria su castigo. Quería
verle sufrir, como lo había sufrido yo, como lo había echo mi madre. Así que
convencí a uno de los nuestro a que la atacara.
Meterme en la cabeza de un Maldito no era algo que podía hacer,
pero alguien tan sediendo y animal como Mantrol, era una victima fácil. Él
solo pensaba en carne, sexo y sangre, y no me resultó difícil hacer que fuera
a por ella.
Cuan necio fui. Le mató en cuanto puso las manos sobre su humana.
Lo hizo con tanta facilidad que me enfurecí aun mas.
Decidí que lo haría yo mismo. Que me importaba vivir o morir, cuando
lo que no te cuentan sobre tu existencia, es que cuando naces siendo como
yo, no cuando te convierten, sino cuando lo llevas dentro desde que sales
del útero de tu madre, cuando eres un Mestizo, hay algo que nunca podrán
quitar de ti, y es la sensación de perdida, el vacío de nunca haber podido
experimentar lo que si lo hicieron los demás, nunca haber podido probar al
menos por un segundo lo que es ser "humano", humano de verdad. Eso
nunca sabría lo que significaba.

La casa estaba en silencio aquella noche. Como de costumbre Clara


estaba arriba con ella, vigilándola, cuidándola, como antaño había echo
conmigo, y me hacia odiarla aun mas, odiarle a él aun mas.
Cuando la vi alejándose de la habitación, encontré mi oportunidad de
terminar con la inservible vida de la humana.
Subí lentamente las escaleras, sabia que allí marcaría mi fin, el fin de
todo ello. Él jamás lo perdonaría, pero al menos moriría con mi vendetta.
En cuanto estuve en la cima de las escaleras vi como salía ella a paso
tambaleante por la puerta.
Parecía un ángel al que le habían cortado las alas. Hermosa, única...
algo que mis ojos antes no habían contemplado.
Su cuerpo vaciló y cayó al suelo, a mis pies, a escasos centímetros de
mis manos, las misma manos que estaba decidido a usar para acabar con su
vida... pero ya no había venganza que concluir, o daño que infligir, no podría
herirla.

La miré por unos segundos, desamparada, débil, indefensa... y no


pude hacer otra cosa que cogerla entre mis brazos y sentir la calidez de su
piel y el aroma de su sangre, que desde entonces parecían haber penetrado
la mía, y dejado la marca de su singularidad en mi cuerpo.
Me quedé de pie mirándola en mis brazos, viendo con detalle cada
fino rasgo de rostro, cada tono de negro que enmarcaban sus cansados
ojos, hasta que los abrió y me miró, como si una brillante ventana que
anunciaba al mismísimo paraíso se hubiera abierto ante mi.
Ya no podría siquiera imaginarme el fin de su vida, y me culpaba por
haber pensado en matarla o herirla con las mismas manos que ahora
tocaban su piel, y sentí por primera vez algo que podría considerarse
"humano". Ese era un regalo que me daba, aun sin saber que lo hacia.

No puedes negar la sangre que corre por tus venas, no puedes huir a
lo que el destino a escrito para ti.
Allí estaba yo, un Mestizo, un Maldito que no había elegido tal destino,
uno que se había unido a la única familia que le quedaba, a un padre que
nunca seria un padre, y dispuesto a matarle si eso fuera necesario, porque
la humana, la que ahora hacía llamarse Suya, un día, seria Mía.

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