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Oiangu: la sentencia política y la del mercado

El último comunicado que ha hecho llegar el ayuntamiento al pueblo de


Ordizia con motivo de la sentencia del Tribunal Supremo a la demanda
interpuesta por la Plataforma Oiangu Bizirik, tiene dos objetivos claros:
primero, confundir a la ciudadania (nos consta que no se ha entendido el
significado de la sentencia) y segundo, ocultar que un movimiento
ciudadano ha sacado a relucir la incompetencia del equipo de gobierno en la
gestion del territorio y en concreto del parque Oianguren.

Por ello, no es de extrañar que nuestro ayuntamiento haya querido


aprovechar lo que la sentencia ha dictado: que “el ayuntamiento ha seguido
el procedimiento legal administrativo” (faltaría más, ¿acaso no debe ser
siempre así?), para eludir, en primer lugar, la responsabilidad política en el
estrepitoso fracaso de Oingu y, en segundo lugar, otorgar validez política a
algo que es simplemente un pronunciamiento administrativo. En efecto, al
decir que “Oingu Bizirik carece de legitimidad para interponer el citado
recurso” y que “el Tribunal Superior de Justicia se pronuncia con
contundencia y da la razón al Ayuntamiento de Ordizia, zanjando
definitivamente el asunto”, el ayuntamiento rechaza conocer la voluntad
general del pueblo de Ordizia a través de un referéndum, único método que
la democracia participativa reconoce para conocer la opinión del
representado. Si Rousseau equiparó la voluntad de la mayoría a la voluntad
general, la coalición que hoy gobierna Ordizia, PNV y PSOE, considera que
ella es la voluntad general y, por tanto, los habitantes de Ordizia no pueden
opinar y menos decidir sobre Oiangu: a eso se limita su participación. Tal y
como advirtió J. Habermas (1969), “los partidos son instrumentos de
formación de la voluntad, pero no en manos del pueblo, sino en manos de
quienes dominan el aparato del partido”. Según esto, la sociedad civil no
está autorizada ni legitimada para incidir políticamente.

Como bien se ha encargado de recordarnos el ayuntamiento, “el Tribunal


Superior de Justicia ha zanjado definitivamente el asunto”. A estas alturas, a
nadie puede extrañar que eleve dicha sentencia a la categoría de dogma y,
consecuentemente, aproveche la ocasión para anatemizar de nuevo a la
Plataforma. En efecto, nosotros, los tachados de ser “militantes de un
ecologismo exacerbado” y “vendedores de humo”, ahora no sólo somos los
culpables de generar “un grave perjuicio moral y económico a la empresa
adjudicataria” por el fracaso del proyecto Oiangu, sino también de infringir
“un grave perjuicio moral a los técnicos del ayuntamiento implicados en el
desarrollo del proyecto”. De este modo, se invierte la carga de la prueba y a
la plataforma Oingu Bizirik se le endosa toda la responsabilidad de la
debacle de Oiangu. Mayor alteración de la realidad no cabe concebir.
Respecto a Ikena, habrá que preguntar a nuestros responsables políticos si
les suena algo lo del riesgo empresarial. Y, en cuanto a los técnicos
implicados en el proyecto, simplemente cabe advertirles que, dado que el
proyecto presentado en su día por Ikena fue calificado de “muy bueno en
opinión de todos los técnicos de Ikena” (pag. 13 revista Ordizia Gaur), será
conveniente que la siguiente vez no sean tan crédulos en los estudios de
mercado que tengan que evaluar, aunque viniesen avalados por lord
Keynes.

Los imitadores de sabios huyen deliberadamente de realizar un mínimo


análisis para explicar por qué ha fracaso el proyecto de Ikengu que tan
ardientemente han apoyado. Pues bien, veamos qué ha sucedido. Desde la
oferta, por no disponer de recursos propios para financiar el proyecto,
Ikengu acudió al sistema crediticio, que le concedió una mínima financiación
al no ver “suficiente negocio”, habiéndose reducido así considerablemente
lo ejecutado del proyecto. Por el lado de la demanda, tampoco se
cumplieron las expectativas pues no hay tantos golfistas como se nos quería
hacer creer. Han sido incapaces de captar a 400 socios (menos del 1% de la
población del Goierri), el número que haría viable el proyecto de Oiangu
según sus promotores. Finalmente, la crisis ha actuado de elemento
catalizador acelerando su derrumbe. Estos hechos son los que explican de
un modo simple por qué Ikengu se ha retirado del proyecto de Oiangu.

Ahora que la iniciativa privada se retira, que se comprueba que no hay


negocio en el “ocio y turismo” que se quería desarrollar en Oiangu, el
ayuntamiento declara que va a continuar con el proyecto, lo que va a exigir
aportar dinero público. En vez de reconocer el error cometido, ha decidido
seguir adelante, aunque sea a costa del dinero de todos los ordiziarras.
Culpa y hace responsable moral del fracaso de Oiangu a la Plataforma.
Pero, para ver a quién debe imputarse el fracaso de Oiangu, rescatemos lo
que se decía, hace 5 años, en el n.º 1 de la revista Ordizia Gaur [julio 2005]:
“Sinceramente [habla la alcaldesa de entonces, Alejandra Iturrioz] considero
que los aspectos favorables y positivos que encierra son muy superiores a
los negativos porque el proyecto de Oiangu que avalamos representa
PROSPERIDAD Y DESARROLLO ECONÓMICO para Ordizia [las mayúsculas
son del texto]” (pág. 2).

Aunque se explicaba muy poco en la citada revista, había que deducir que
La prosperidad y desarrollo económico de Ordizia provendría de que con
dicho proyecto se iban a ingresar al cabo de 40 años, “además del precio de
la inversión, otros 585.000 euros en concepto de canon de la concesión”
(pág. 15). Por si esto fuera poco, con el proyecto se lograría proyectar la
imagen de Ordizia “a escala supracomarcal” y, además, serviría para
“consolidar el turismo del Goierri por seguir apoyando la diversificación
económica de la comarca en torno al ocio y turismo” (pág. 3). Pero aún hay
más: el ayuntamiento se ahorraría “9.616 € anuales en concepto de
mantenimiento del parque” (pág. 7) Vamos, no nos costaría nada y encima
obtendríamos rentabilidad, algo que hubiese querido para sí en sus
negocios con los monarcas europeos el mismísimo banquero Jacobo
Fuggers.

¿Con qué nos encontramos en el año 2010?, con que la iniciativa privada se
ha retirado por la sencilla razón de que no hay mercado para el proyecto
Oiangu, y el ayuntamiento lejos de aceptar tan irrefutable realidad pretende
resucitarlo gastando 125.000 € sólo para solucionar el problema de los
postes contaminados. De este modo, el golf adquiere la misma importancia
que la educación, sanidad, investigación e infraestructuras. Si en 2005, con
la economía en pleno desarrollo, el ayuntamiento no disponía de recursos
propios para impulsar un proyecto como el de Oiangu, ¿cómo es posible que
hoy pueda asumir el coste de un deporte minoritario y exclusivo?, ¿cuánto
más habrá que gastar en el caserío Oiangu para que quede como estaba
antes?

¿Quién ha mentido en el caso de Oingu? ¿Quién ha provocado el perjuicio


moral y económico a Ikena? ¿Cuándo va a dejar el ayuntamiento de tomar
decisiones unilaterales sin contar con la voluntad de todos los ordiziarras?
Para arrostrar las decisiones se requiere profundidad de juicio y
responsabilidad política, algo de lo que los actuales funcionarios políticos
que nos gobiernan carecen, porque su permanencia en el poder no depende
de los ciudadanos que les votamos sino de los órganos del partido que les
designan para el cargo.

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