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LA HOMOSEXUALIDAD EN LA PALABRA DE DIOS;

Un estudio sobre la santidad del sexo y la condena de toda práctica


sexual corrompida.

Por Emilio Gabás Moser

CONSIDERACIONES PRELIMINARES

La palabra de Dios, celosamente preservada en las Sagradas Escrituras judeo-cristianas


como testimonio a todas las naciones y para todos los tiempos, así como la propia
historia de la humanidad, que es su campo de operaciones, nos descubren, de forma
inconfundible, que los gravísimos juicios y castigos de Dios padecidos por el hombre
hasta nuestros días en forma de catástrofes, guerras devastadoras, epidemias y
mortandades aniquiladoras, invasiones, cautiverios etc., y que mucho me temo
habremos de padecer en forma agravada en un próximo futuro, han sido siempre
provocados por la corrupción moral y la degeneración espiritual del ser humano en
todas las áreas de su conducta: personal, religiosa, social, económica y política. Una
conducta mayoritariamente egoísta, violenta y vindicativa, arraigada en el propio ser
humano que está posicionado directamente en contra del imperativo divino de la
santidad y de la justicia que deben constituir el centro vital de nuestras relaciones tanto
con el Creador, como con la creación y todas y cada una de sus criaturas. Este es
precisamente el gravísimo problema que ha colocado a la humanidad bajo el juicio de
Dios.

I.- LA SANTIDAD DE LA VIDA EN GENERAL PRESCRITA POR DIOS


MISMO TANTO EN EL ANTIGUO COMO EN EL NUEVO TESTAMENTO.-

a) LA SANTIDAD DE LA VIDA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.-

Es conveniente puntualizar que las leyes de santidad llevan implícito tanto el premio al
que hace el bien, como el castigo al que se dedica a hacer lo malo. Los Diez
Mandamientos y las leyes que les siguen (Éxodo capítulos 20 al 23; Deuteronomio 5 al
7); Las leyes de la obediencia y sus bendiciones, y las cosecuencias trágicas de la
desobediencia (Levítico capítulos 26 y 27; Deuteronomio 28-30),etc., entre otros textos,
son suficientemente aclaratorios de la voluntad del Dios tres veces santo en relación con
la criatura humana a la que hizo a su imagen y semejanza.

El hecho de que el hombre fuera formado a imagen misma del Dios tres veces santo,
(Génesis 1:27) es claramente reveladora de su propósito de que el ser creado por Él
mismo fuera santo tanto en sus relaciones con Dios mismo, como de los unos con los
otros y con el resto de las criaturas de la creación.( Léanse en particular los siguientes
textos: Éxodo 19.6; Levítico 11:44; 19:2; 20:26, etc.)

La ausencia injustificable de un seguimiento fiel tanto individual como colectivo de


estas leyes santas y justas habría de llevar irremisiblemente a la humanidad, en rebeldía
contra Dios, a un desenlace trágico y final. Sin embargo, Dios es eterno, todopoderoso y
omnisciente, y todas estas cosas, para Él tienen una solución justa y digna, y anuncia y
ofrece al hombre una redención y un perdón que restaurará al ser humano a su dignidad
y santidad originales por medio del Mesías, el siervo sufriente del Altísimo, -Léanse los
cánticos del Siervo en el libro del profeta Isaías, capítulos 42;49;50;53-, todo lo cual
fue anunciado desde bien temprano por los profetas de Dios. ( Léanse las siguientes
citas en el Antiguo Testamento: Génesis 3.15; 29.10; Deuteronomio 19:15-19; Isaías
1:16-20; 7:14; 9: 6-7; 53:1-12, etc., y algunos salmos mesiánicos como por ejemplo .
2:1-12; 16:7-11; 22:1-18, y 110:1, etc.

Por causa de estas gloriosas promesas nadie debería ignorar y, desgraciadamente la


mayoría lo ignoran, unos por no saber, y otros voluntaria y conscientemente; quizás por
no creer mas que en sí mismos - me temo que para su propio mal,- que, como venimos
diciendo, Dios ha comunicado su santa voluntad al hombre siempre muy alto y claro en
relación con la santidad que le es debida y que con toda autoridad demanda de sus
criaturas por medio de su Verbo Divino que habló siempre al pueblo por los profetas y
mediante los profetas, haciéndolo de una manera personal a partir de su encarnación en
la persona de Jesús de Nazarét, el Cristo, así como por sus apóstoles y discípulos, de lo
cual el Nuevo Testamento da cumplido testimonio y de lo que hablaremos en su
momento.

Por lo tanto, si ponemos tanto énfasis en este fundamental principio de la santidad


debida, es porque la sociedad humana parece empeñada en ignorarlo, especialmente en
lo referente a la conducta humana en relación con la sexualidad, a cuya consideración
vamos a dedicar nuestra atención en las breves páginas que siguen, naturalmente,
siempre dentro del contexto de la palabra de Dios.

Según el relato bíblico del Génesis, desde el principio dotó Dios a todos los seres
vivientes que creó con capacidad reproductora, así como también a la criatura humana a
la que creó como hombre y como mujer, pues no era bueno que el hombre estuviera
solo, y el Señor le bendijo haciéndo para él una “ayuda idónea” (Génesis 2:18),
otorgándoles el maravilloso y excelente don de la familia. El propósito de Dios se nos
revela en sus propias palabras en Génesis 1:28: “…fructificad y multiplicaos; llenad la
tierra…” Todo lo que Dios hizo lo hizo bueno, santo y perfecto, como afirma la misma
Escritura: “ Y vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera” (Génesis 1.31). Otros dones con los que Dios dotó a la pareja son: el amor del
uno por el otro; el compartir todas las cosas, la mutua aceptación, el trabajar juntos y el
criar a sus hijos dándose por ellos.

Es de destacar la naturalidad e inocencia con la que el hombre y su compañera se


relacionaban en el principio. El texto en Génesis 2.25, nos descubre la perfecta
inocencia y pureza de afecto entre ambos, de la que se desprende la ausencia de
pasiones desordenadas, vicios y ambición incontrolada por el placer sexual en la
primera pareja, así como el hecho de que ninguno se avergonzara de su desnudéz,
revelando la total inexistencia de esa curiosidad maliciosa y enfermiza a la que
Hollywood nos tiene tan acostumbrados creando todo un mundo de pasiones en torno
al sexo que nada tiene que ver con la realidad, pero que tanto daño ha causado en las
mentes de tantas generaciones de espectadores jóvenes y no tan jóvenes.

Esta pureza y naturalidad en las relaciones entre hombre y mujer, -y en la Biblia no se


reconoce otro tipo de relaciones sexuales legítimas que las de marido y esposa,- tuvo
lugar antes de que se produjese el gravísimo pecado de desobediencia y de desconfianza
de nuestros primeros padres hacia Dios, que los había creado, y que motivó su
expulsión de la presencia misma del Creador y con ella el cáos en la naturaleza; la
precariedad de toda vida, la degeneración genética y la corrupción moral, física y
espiritual del ser humano y como consecuencia la enfermedad y la muerte. (Génesis 3:
1-24) -No entramos en las causas ni en el agente inductor de la desobediencia que
motivó esta actitud irracional en la primera pareja, sino en las consecuencias que trajo
consigo.-

A la luz de nuestra propia experiencia como seres humanos, y del estudio de nuestra
conducta a través de la historia, puesta de manifiesto por la palabra de Dios, resulta
imposible negar que en nuestros lejanos orígenes se produjera un derrumbe moral y
espiritual de esta naturaleza como la que se describe en en el capítulo 3 del primer libro
de la Biblia. No obstante, como ya hemos señalado, no faltó ni la abundante
misericordia de Dios ni la promesa firme de la redención de la humanidad, a la que
volveremos a referirnos en la sección que trata de la santidad en el Nuevo Testamento.

A raíz de la caída, además de la violencia criminal y fratricida motivada por los celos y
la envidia que observamos en Génesis 4.8, y la creciente maldad de los hombres sobre
la tierra, que propiciaron la casi desaparición del ser humano del planeta, (Génesis 6 y
7), una de las más tempranas manifestaciones de pecado fue la promiscuidad sexual y la
corrupción de la sexualidad que desataron los juicios divinos a los que hacen referencia
los capítulos arriba mencionados. Un claro ejemplo de lo ofensiva que resulta para Dios
la homosexualidad son los relatos de la destrucción de Sodoma y Gomorra, por su
sodomía generalizada y que motivó la destrucción de las ciudades de aquél próspero
valle (Génesis 18: 16-33 al 19: 1-38).

Si Dios hubiera autorizado ese tipo de relaciones sexuales entre hombre y hombre y de
las mujeres entre sí, no se habrían producido estos castigos, porque Él lo habría
manifestado y explicitado en sus mandamientos, estatutos y leyes. Sin embargo, nada
hay en la Biblia que justifique tales prácticas y sí mucho que las condene, ya que no
obedecen en manera alguna al propósito divino en relación con el sexo.

Así, en Levítico 18, se habla extensamente de lo que, en armonía con la santidad de


toda vida creada por Dios, se consideran actos de inmoralidad prohibidos, poniéndose
especial énfasis en la condenación de las prácticas sexuales degenerativas de las
naciones entre las que vivía el pueblo de Israel. Así, se prohiben terminantemente todo
tipo de relaciones incestuosas y actos de inmoralidad entre parientes cercanos tanto del
mismo sexo como de sexo diferenciado, mencionando explicitamente los actos que son
objeto de estricta prohibición y severo castigo, como lo son las prácticas sexuales entre
varones, y diciéndolo con estas palabras que no dejan lugar a dudas: “No te echarás con
varón como con mujer: es abominación. Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento
amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con
él; es perversión”, añadiendo: “ En ninguna de estas cosas os amancillaréis; pues en
todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo echo de delante de vosotros” ;
“ porque cualquiera que hiciere alguna de todas estas abominaciones, las personas que
las hicieren serán cortadas de entre su pueblo (Levítico 18: 22-29)

Especialmente enfático y reiterativo es el texto en Levítico 20:13, en el que se condenan


las prácticas homosexuales, pues en dichos textos se condena a los infractores a la pena
capital: “ Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron;
ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre”.

Como conclusión en este punto, estimado lector, considero que no es prudente, ni sabio,
menospreciar los juicios sumarísimos de Dios que calleron sobre la humanidad antigua,
siendo ésta aniquilada casi por completo por causa del pecado generalizado del que se
nos habla en el libro del Génesis, capítulos 6 y 7; Tampoco es sabio hacer oídos sordos
ante los tremendos castigos que se nos relatan en los capítulos 11 y 19 del citado libro,
y aún menos el olvidar los padecimientos que incontables multitudes hemos sufrido en
nuestra reciente historia del siglo pasado, por causa del pecado de las naciones, y en
cuya primera mitad tuvimos dos grandes guerras mundiales que causaron cerca de
ochenta millones de muertos.

Si a todo esto unimos la precariedad de la vida en nuestros días, acentuada notablemente


por el cambio climático y los fenomenos que llamamos “naturales” que en orden
creciente se vienen produciendo y de los cuales somos los humanos los mayores
responsables; la crisis económica mundial, producida por la insaciable ambición de los
poderosos y en la , como siempre, sufren más los que menos culpa tienen. El terrorismo
internacionalizado, cada vez más agresivo, y la conducta irracional de un gran colectivo
humano que esconde sus frustraciones tras las drogas, la corrupción sexual y la
disipación, tenemos un cocktel altamente explosivo que no tiene más remedio que
reventar.

No, no nos engañemos: a igual pecado, igual castigo; a mayor pecado, máyor castigo, y
esto es lo que espera a la humanidad a menos que se produzca un poderoso llamamiento
al arrepentimiento, como en los días del profeta Isaías, y que las gentes del mundo lo
escuchemos, nos arrepintamos y abandonemos nuestros falsos ídolos del placer, de la
riqueza, el egoísmo y la prosperidad lograda mediante el engaño, el robo y la
explotación.

La exhortación del llamado “gran profeta evangelista” es la siguiente:

“Príncipes de Sodoma, oid la palabra de Dios; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo
de Gomorra…

“Lavaos y limpiaos ; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad
de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituir al agraviado, haced
justicia al huérfano, amparad a la viuda.”

“Venid luego, dice Dios, y estémos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana,
como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser
como blanca lana.”

“Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si no quisiereis y fuereis rebeldes,


seréis consumidos a espada; porque la boca de Dios lo ha dicho”. (Isaías 1:10-20)

b) LA SANTIDAD DE LA VIDA EN EL NUEVO TESTAMENTO.-

El testimonio de las Sagradas Escrituras en relación con el advenimiento del Señor es


que. llegado el cumplimiento del tiempo para el advenimiento del Mesías prometido
por el Señor, mediante los profetas, el Dios tres veces santo y todopoderoso envió a su
Hijo al mundo, el cual asumió naturaleza humana siendo engendrado por el Espíritu
Santo y naciendo de una mujer santa que no había tenido relaciones sexuales con nadie
y que por lo tanto era virgen, cumpliendo así sus promesas dadas a la humanidad por el
profeta Isaías que dijo:”Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen
concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel, -que significa “Dios con
nosotros”- Sus títulos: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, y Príncipe de
paz. (Léanse las citas siguientes:Isaías 7.14; 9:6-7; Mateo 1: 18-25: Lucas 1: 26-38; 2:1-
7)

La temprana tradición cristiana, corroborada por el el testimonio apostólico, es fiable y


convincente, pues Jesús de Nazaret vivió entre nosotros una vida intachable, santa y
totalmente libre de pecado, siendo sus enseñanzas fruto de una vida totalmente
consagrada al cumplimiento de la voluntad de Dios, el Padre, que nos lo envió.

Así pues, las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo tocantes a la santidad en la vida
son autoritativas y de obligado cumplimiento se sea creyente o no, de modo que para el
creyente son norma de vida para salvación eterna en virtud de la fe en Jesucristo y la
obediencia debida a Dios, mientras que para el no creyente siguen siendo autoritativas y
su cumplimiento igualmente exigible, por lo que la incredulidad y la desobediencia le
acarrearán eterna condenación, a menos que se arrepienta y convierta a la fe de todo
corazón.

En relación con la conducta sexual, nuestro Señor Jesucristo pone de manifiesto que el
pecado radica en el corazón del ser humano del que procede todo deseo impuro y toda
codicia de la posesión carnal del otro, y advierte de las gravísimas consecuencias del
adulterio, y la fornicación. También declara su oposición al divorcio, excepto por causa
de fornicación.(Mateo 5: 27-32)

En el caso de la mujer sorprendida en adulterio y acusada de pena de muerte, conforme


a la ley de Moisés, el Señor demuestra que sus acusadores eran tan adúlteros como ella
y por lo tanto igualmente reos de muerte a los ojos de Dios. Sin embargo, viendo a la
mujer arrepentida y aterrorizada, no la condenó, sino que la conminó a no volver a
pecar, demostrando que Dios no desea la muerte del pecador, sino que éste se arrepienta
y viva. ( Juan 8: 1-11) Un caso menos dramático pero sí igualmente revelador de la
misericordia de Dios es el de la mujer samaritana, que había tenido cinco maridos y el
que entonces tenía tampoco lo era. Pero esta mujer se convirtió, y por su testimonio
otros conocieron a Jesús. (Juan 4: 4-42) ¿No había Él venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido?

En relación con la abstinencia del sexo, el Señor Jesucristo, de quien nadie puede decir
en justicia y verdad que mantuviera relaciones sexuales con nadie, afirmó que: “ hay
eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos
eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa
del reino de los cielos”, añadiendo: “El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba.”
¿Estaba haciendo Jesús aquí referencia a su caso personal? Porque es evidente que Él se
negó a sí mimo el derecho de constituir una familia carnal, al estar plenamente
consagrado a crear una nueva familia espiritual santa y redimida de este mundo, apta
para el reino de Dios.
Otro pecador al que Jesús libró de su falsa religiosidad farisaica; que era enemigo de la
fe cristiana y perseguidor del mismo Señor Jesucristo, lo llamó, lo convirtió y lo envió
a las naciones gentiles a predicar el evangelio del amor y de la gracia del Dios tres veces
santo. Nos referimos al apóstol Pablo, el cual trabajó hasta la muerte por la causa del
evangelio.

Este hombre, sabio y profundamente conocedor de la teología de la santidad, que


empapa a toda la Escritura, habla con autoridad de la culpabilidad del ser humano frente
a Dios, por haber cambiado la gloria del Creador incorruptible en semejanza de imagen
de hombre corruptible, o sea, idolatría, acusándole también de haberse entregado a toda
clase de pasiones vergonzosas, y haber corrompido la pureza del sexo natural
santificado por Dios, por el uso que es contra la naturaleza misma, es decir, haber
incurrido en la homosexualidad y el lesbianismo, cometiendo hechos abominables
hombres con hombres y mujeres con mujeres, algo terminántemente prohibido en la ley
de Dios, como ya hemos visto en el Antiguo Testamento. (Epístola a los Romanos 1:22-
32)
El mismo apóstol, exhortanto por escrito a los cristianos de Corinto, que estan dando
sus primeros pasos en la fe y la vida cristiana, les dice: ¿No sabéis que los injustos no
heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los maledicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de
Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.
(1ª Coríntios 6: 9-10)

Son numerosos los textos, en las epístolas de los apóstoles, en las que se exhorta a las
jóvenes iglesias a vivir en la santidad debida y en la obediencia al evangelio,
especialmente Pablo, Pedro y Juan que son los que más extenso escribieron, siendo
aconsejable la lectura completa de todas las epístolas apostólicas.

II.- LA SEXUALIDAD EN NUESTROS DIAS

En el transcurso de siglos y milenios la conducta del ser humano en relación con el


sexo, pone de manifiesto la persistencia de toda forma de corrupción sexual en general
y de las tendencias homosexuales en particular, solo que, hoy en día, lo que antes se
practicaba en oculto y en verguenza, hoy se lleva a cabo, incluso con orgullo desafiante,
en plena luz del día, como una conquista legítima de la libertad de decisión humana en
relación con la vida sexual., decisión en la que no intervienen consideraciones de
carácter religioso o moral, las cuales han sido superadas tachándolas de “prejuicios”;
“intolerancia” y o “violación de los derechos humanos”. En cuanto a otras conductas y
prácticas sexuales, que tambien pretenden reconocimiento de derecho universal, nos
referimos aquí al tan extendido comercio de la prostitución tanto femenina como
masculina, hace ya mucho tiempo que fueron toleradas y reconocidas como un mal
menor necesario, si bien sujeto a una cierta regulación y control sanitario como medida
de protección tanto al profesional como al cliente.

Hoy en día hay que sumar a estas prácticas mencionadas, nuevas formas de
explotación sexual delictivas que afectan a menores y a niños incluso de muy corta
edad, y que involucran a muy diversas clases sociales. No quiere esto decir que la
llamada “pederástia” sea una novedad, pues su práctica estaba muy extendida en el
mundo antiguo, especialmente en Grecia y Roma, sino la utilización de medios
modernos de captación que utilizan la tecnología electrónica y digital para el logro de
sus fines deshonestos. Actualmente contemplamos, con no poca alarma, el crecimiento
a nivel mundial del sexo con menores entre otras prácticas sexuales repugnantes y
deshumanizantes que afortunadamente estan siendo perseguidas y castigadas por la ley.

Otra de las consecuencias de la permisividad sexual que afecta a menores y que no


podemos silenciar en estas reflexiones acerca de la santidad del sexo, es la reciente ley
del aborto voluntario entre muchachas menores embarazadas y que no deseen tener a su
hijo. Un aborto de esa naturaleza y por esta causa, que actualmente goza de protección
legal, no deja de constituir otro elemento desintegrador de la familia que ha producido
y aún seguirá produciendo notoria oposición y desacuerdo, pues no solamente favorecen
las relaciones sexuales inmaduras y precoces entre los jóvenes, sino que constituyen un
menosprecio a la vida humana y a la santidad de la familia.

No, ni en veinte siglos de presencia de la iglesia cristiana en el mundo los seres


humanos hemos rectificado nuestros errores en nuestra forma de relacionarnos los unos
con los otros tanto en el aspecto sexual como en todo lo demás, ni hemos aprendido de
las lecciones del pasado, sino todo lo contrario, pues en todas las áreas de nuestra
actividad humana seguimos siempre asociando la búsqueda de nuestros intereses
particulares y egoístas que nos caracterizan y que persiguen la explotación del prójimo
en supuesto beneficio propio, propiciando tales actitudes incesantes conflictos de toda
índole que perturban a nuestra sociedad.

En lo referente a la homosexualidad y al lesbianismo, este serio problema de


corrupción de la vida sexual, que afecta gravemente a la integridad de la familia tal y
como Dios la creó, formando un sucedáneo antinatural, ficticio, enfermizo y artificial de
la familia, se está desarrollando y consolidando en la medida en que las propias leyes de
las naciones llamadas “democráticas” se hacen más permisivas y tolerantes e incluso
favorecen la formación de estas “familias” de un mismo sexo a las que, increíblemente,
se concede el rango de “matrimonio”, y en algunos países como España,- aunque no en
todos, por ahora-, hasta se les otorga el derecho de adoptar niños, como está ocurriendo
en un creciente número de naciones mayoritariamente de tradición cristiana tanto
católica como protestante.

Naturalmente que esto no se ha producido en un día, sino que es el fruto del desarrollo
progresivo de una mentalidad materialista, cientifista, atea, racionalista y secularizante,
que ha ido leudando a una buena parte de la masa, afectando a sociólogos, pedagogos,
políticos y demás miembros de la comunidad. Esto no quiere decir que no exista un
gran número de personas de toda condición social, en este país y en otros muchos, que
no estén de acuerdo con estas normativas aparentemente legales, impuestas o toleradas
desde las más altas instancias, y que de haberle dado al pueblo el derecho de expresar su
opinión en las urnas, como se suele hacer en una democracia, los resultados podrían
haber sido muy distintos.

En conclusión. La palabra de Dios manifiesta con toda rotundidad, y lo hará siempre,


que todo esto es fruto y consecuencia del pecado y de la rebelión humana contra el Dios
tres veces santo y que no hay nada más alejado del propósito del único Dios real y
verdadero que existe, especialmente para el pueblo que lleva su nombre, y que una
conducta tan pecaminosa y permisiva como la que se fomenta en nuestras sociedades
modernas no dejará de tener consecuencias dramáticas para la humanidad a muy corto
plazo. Por lo tanto, es oportuno hacer un llamamiento general a nuestra sociedad para
que reaccione inmediatamente frente a estas políticas aperturistas y libertarias que han
puesto a nuestra nación bajo el sumarísimo juicio de Dios, y que las rectifique, o que
renuncie al nombre sagrado de “nación cristiana” que tantas veces ya hemos
deshonrado.

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