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Eunice y la gotita de lluvia

Autor: Eugenio Jacobo Hernández Valdelamar


2009

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A Eunice siempre le había atraído el agua. De pequeña chapoteaba en su tinita a la hora del

baño. Cuando pudo caminar y correr, chapoteaba en los charcos y no perdía la oportunidad

de refrescarse bajo la lluvia.

La lluvia la hacia muy feliz. Cerraba sus ojos y sentía a las gotas caer en su cara y resbalar

por sus mejillas. Abría sus manos tratando de sujetar la niebla o de atrapar las gotitas de una

llovizna o chubasco; pero sabía que si granizaba, más valía ponerse a resguardo para no

sufrir algún coscorrón, aunque al final, si caía suficiente granizo, daba la ilusión de una

nevada.

Un día, a Eunice se le ocurrió una idea: atraparía a una gotita de lluvia para cuidarla. Como

sabía que de su mano se escurriría, tomo la cucharita dorada de la abuela, que estaba en la

azucarera.

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Esa tarde de verano, la lluvia comenzó a caer. La niña salió corriendo con la cucharilla por

delante para atrapar su gotita, pero tanto traqueteo no le permitía que ninguna gota se

quedara en la cuchara.

Cansada, paró por un momento. Extendió su brazo al frente sosteniendo el dorado utensilio

por el mango, y justo una gotita hizo POING, y se quedó acurrucada en la cabeza del cacillo.

Eunice estaba muy contenta con su gotita. Entró a casa, puso la cuchara sobre la mesa, se

secó y se quedó observando. La gotita era redondita. Brillaba con la luz como un diamante, y

al más mínimo movimiento del utensilio resbalaba de un lado al otro.

Curiosa, Eunice acercó su nariz y la olió. No percibía nada. Alzo e inclino la cuchara para ver

de que color era la gotita, pues tal vez había traído algo del azul del cielo o del gris de las

nubes. Pero era cristalinamente transparente. Podía ver a través de ella, aunque las cosas

no se veían igual.

La lluvia seguía cayendo afuera y anochecio. La pequeña se sentía cansada y antes de

dormir, se le ocurrió poner a la gotita en su refrigerador. Después de todo, afuera hacía frío y

pensó que la gotita se sentiría cómoda ahí. Colocó la cuchara en el estante más alto, se

despidió deseándole buenas noches y cerró la puerta.

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A la mañana siguiente, Eunice fue corriendo a la cocina para sacar a la gotita del refri. Cual

sería su sorpresa que en el fondo de la cucharita había algo blanco y frío. Se preguntaba a

dónde había ido la gotita.

Dejó la cucharilla sobre la mesa y abrió de nuevo el frigorífico para buscar si se había

resbalado por ahí, pero, nada.

Apoyando su mejilla en la mano con aire pensativo, la niña tomaba su desayuno mientras

trataba de resolver el misterio del paradero de su gotita. Tardó más de lo acostumbrado en

terminar y cuando volteó de reojo a ver el dorado cubierto, para su sorpresa la gotita estaba

de nuevo ahí.

"Que alivio el no haberla perdido", pensó. Afuera, el sol brillaba, así que Eunice salió con su

gotita a jugar un rato. Llevó con mucho cuidado la cuchara para que la gotita no se cayera.

Mientras salía, su vecina la llamó, pero antes de ir con ella, dejó a la gotita sobre un tabique

que estaba sobre el pasto. La pequeña fue con su amiga y se pusieron a jugar con unas

muñecas.

Después de un rato, Eunice regreso a casa. Tenía sed, pues el sol caía a plomo, así que fue

directo a la cocina a tomar un poco de agua. Justo cuando iba en el segundo sorbo, se

acordó de que había dejado a la gotita afuera. Salióal patio, y al recoger la cucharilla que

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había dejado sobre el tabique, de nuevo la gotita había desaparecido.

Esta vez, no había rastro de ella ni en el tabique, ni en la cuchara. Vaya que esa gotita era

escurridiza.

La pequeña fue con su abuela a devolverle la cucharilla, y le contó lo que había pasado. Su

abuela sonrío, y le dijo a Eunice que el sol había hecho que la gotita regresara al cielo, donde

seguramente, formaría una nube.

Era seguro que si trataba de atrapar otra gota de lluvia, no sería la misma, pero tal vez

tendría un pedacito de esa gotita travieza, capaz de hacer magia en el calor o en el frío.

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