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Prácticas de la crianza y cuidado de los hijos en una

comunidad en riesgo para el consumo de drogas.


Por psicólogo D. Bruno Díaz N., psicólogo Juan David González S., psicólogo José Luis
Chacón M.,
psicóloga Edith Flores P. y psicóloga Verónica Pérez I.

Centros de Integración Juvenil, A.C. (CIJ) es una institución de carácter social


cuyos objetivos comprenden la prevención, el tratamiento y la rehabilitación del
consumo de drogas en la población mexicana, tomando como base las premisas
de la salud pública y la educación para la salud. Estos objetivos integran tanto
esfuerzos institucionales como comunitarios, orientados ambos a crear una cultura
preventiva de las adicciones, desarrollar estilos de vida saludables y fortalecer las
estructuras sociales, como la familia, que pueden ejercer un efecto protector frente
al problema.

En apoyo a estas actividades, se realizan investigaciones cuyos objetivos están


orientados a retroalimentar al programa preventivo institucional mediante el
estudio de los factores asociados al consumo de drogas. Estos estudios han
permitido una mejor aproximación a la complejidad del problema, ya que una vez
que se conocen los factores que sitúan al sujeto en condiciones vulnerables para
el uso de drogas, pueden ser contrarrestados, o bien, pueden ser fortalecidos
aquellos factores que hacen menos probable que se presente el consumo. No
obstante los alcances de esta perspectiva, surgen múltiples dificultades cuando se
trata de definir y sobre todo de comprender qué son y cómo interactúan los
factores de riesgo y protección.

En este contexto, el ámbito familiar si bien puede ser construido como una fuente
abundante y fértil generadora de pautas de interacción que promueven el
desarrollo del individuo y de la sociedad, también, cuando presenta características
disfuncionales, puede propiciar el surgimiento de factores de riesgo para el
consumo de drogas entre sus integrantes.

En razón de ello, la Subdirección de Investigación de CIJ realizó un estudio cuyo


interés se centró en la exploración de las prácticas y nociones de los padres de
familia para el cuidado y la crianza de los hijos dentro de un contexto específico,
identificado como una zona de alto riesgo para el consumo de drogas. Así, el
presente artículo pretende exponer algunos de los aspectos más relevantes
encontrados en el estudio.

De acuerdo con lo antes mencionado, consideramos oportuno acercarnos a los


factores de riesgo y protección asociados al uso de drogas propios del ámbito
familiar, desde la propia perspectiva de los padres de familia, lo cual nos llevó a
posicionarnos desde un enfoque cualitativo.

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El trabajo de campo se desarrolló a lo largo de seis meses y las técnicas y
estrategias utilizadas consistieron en observación focalizada, diarios de campo,
entrevistas individuales a informantes institucionales(1) y comunitarios(2),
entrevistas a grupos focales y entrevistas a profundidad, donde la participación de
las madres de familia fue mayoritaria, cuando no exclusiva respecto de los padres.

El escenario del trabajo de campo fue una unidad habitacional ubicada en el norte
de la ciudad de México. Se trata de un espacio urbano de clase media baja,
caracterizado particularmente por la existencia de relaciones vecinales construidas
sobre la base de un acentuado individualismo expresado a través de anonimato,
superficialidad, dispersión y resistencia de los habitantes de la unidad para
resolver problemas en forma colectiva.

Desde el punto de vista de los informantes llevarse bien con los vecinos significa
no meterse con nadie, así como mantener una mínima interacción entre las
personas debido a que "cada quién hace lo que quiere... no hay amistad posible,
sólo el reconocimiento de que hay que convivir".

Además, en un gran número de edificios se ha modificado el diseño arquitectónico


original, mediante la instalación indiscriminada de bardas, rejas y jardines
privados; que ha derivado en la disminución de los espacios comunes. El sentido
de lo privado se manifiesta al grado de que algunos vecinos optan por esparcir
aceite en las bancas que están fuera de sus departamentos para evitar que se
siente gente ajena a ellos.

De esta suerte, la fragmentación y privatización del espacio refleja la


fragmentación de las relaciones sociales. De hecho, el contacto ocasional entre
los vecinos investido de amabilidad, establece un límite ante la posibilidad de
contactos más cercanos. Son las explanadas, los pasillos y las escaleras, los
lugares públicos donde se realizan los saludos obligados o forzados, lugares en
donde no hay una apropiación del espacio público debido al sentido de extrañeza
que se experimenta.

Adicionalmente, la inseguridad percibida por la comunidad la ha llevado a una


cotidianidad signada por el temor, donde las acciones tienden a ser individuales y
se le otorga escasa o nula credibilidad a las actividades colectivas. Al respecto, un
informante señala: "la inseguridad entre los edificios es espantosa y yo creo que
esto ha motivado que mucha gente se aleje de todo lo que sea participación
comunitaria".

La perspectiva individualista ha favorecido el ocultamiento del origen social de


fenómenos como la violencia, la inseguridad o el consumo de drogas. En opinión
de los informantes, la dimensión del problema se encuentra en el plano de la
responsabilidad individual-familiar, "todo se deriva en otros problemas como la
drogadicción; esta problemática de delincuencia, se deriva del problema original
que es la casa chica, la desintegración familiar".

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No obstante, son dos los sentidos en los que la comunidad identifica el consumo
de drogas, ya sea en los agentes externos a la comunidad, o bien, en el extremo
del ámbito privado de la vida familiar, considerando a este último como una de las
principales causas del consumo de drogas. Estos significados generan una
asimetría entre la percepción del problema en cuestión y sus posibilidades de
solución, donde la incertidumbre, el temor y la inseguridad señalan causas
sociales generales, como la delincuencia, mientras que las alternativas de solución
que se proponen tienen un carácter individual y aislado, como las medidas de
control y vigilancia familiar.

Este panorama forma parte del contexto en el que se entretejen las relaciones
familiares descritas por los informantes, entre quienes prevalece una
representación de la familia nuclear como una estructura normativa fundamental,
un modelo o paradigma que funciona como una suerte de gramática para darle
sentido al mundo y organizar la experiencia cotidiana de sus miembros.

Para los informantes, el cuidado y la crianza de los hijos consiste en "tratar de


inculcarles más que nada las buenas costumbres o los cimientos; soy de la idea
de que vienen desde el hogar, de papá y mamá". Sin embargo, de acuerdo con lo
observado y lo referido en las entrevistas, esta estructura familiar nuclear
articulada sobre la base de la presencia de ambos padres en muchos casos no
existe. Muchas de las familias que habitan la unidad son por lo regular
uniparentales, conformadas por la madre y sus hijos; o bien, con una estructura
biparental, pero inmersas en conflictos tales que determinan la virtual ausencia
funcional de alguno de los miembros de la pareja. Por otra parte, la referencia a la
idea de la familia nuclear es paradójica, ya que aún cuando en los informantes
predomina esta noción de familia como lo más importante para el sano desarrollo
de sus integrantes, la refieren también como la principal causa responsable del
consumo de drogas, así como de otras problemáticas.

En consecuencia, se hace presente la estigmatización y el prejuicio frente a las


familias uniparentales a las cuales se señala como familias desintegradas o casas
chicas por la ausencia del hombre-padre de familia. Tipologías en las que subyace
la idea del fracaso como esposas o mujeres, o bien, su ubicación en una relación
basada en la conyugalidad ilícita.

Dado que en estas familias la mujer es la columna del sustento familiar, los
vecinos piensan que no pueden vigilar a sus hijos, a quienes se les atribuyen
comportamientos inaceptables como el consumo de drogas debido a la ausencia
del padre y la deficiente educación que aporta la madre en el poco tiempo que le
queda para atenderlos: "cuando la madre llega de trabajar tiene que planchar,
lavar, tiene que hacer la comida y con todo esto se le olvidan los hijos".

En esta situación, la versión de las propias madres es: "yo tengo doble trabajo,
porque aparte de ser la proveedora económicamente... educación, vestido,
calzado... comida... todo, pues me siento doblemente responsable de sacarlas
adelante yo sola, de inculcarles valores". A pesar de lo cual, para los informantes,
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la posición de la mujer queda señalada por la incapacidad para cubrir ambas
demandas sin la presencia del hombre.

Esto significa que los esquemas de pensamiento sobre el ideal de familia están
sustentados en un modelo familiar patriarcal ejercido por la autoridad/dominación
del hombre sobre toda la familia y que su ausencia apunta y define una estructura
incompleta y una experiencia no sólo difícil para la mujer y los hijos, sino
predestinada a la desintegración familiar.

Aún más, el rechazo y la estigmatización hacia las familias uniparentales son


compartidos por las propias madres de familia que las conforman. Tal es el caso
de una mujer divorciada que afirma que la familia "es la base de todo... de la
sociedad... de una vida tranquila... de una vida feliz... porque... los padres son muy
importantes para los hijos, tanto el hombre como la mujer".

A esta forma de representación del mundo inmediato subyace una desvalorización


de la mujer hacia sí misma en el contexto de su realidad como familia uniparental.
En tanto que la imagen introyectada de la estructura familiar como un espacio de
dominio masculino subsista como eje fundamental de la vida cotidiana, la ausencia
material del hombre tenderá a ser sustituida por la mujer, adoptando roles
masculinos y cubriendo sus funciones. Sin embargo, la sustitución de roles y
funciones no es el problema, éste aparece cuando la mujer se ve a sí misma como
representando al hombre y devaluando su propio hacer, en la medida en que no
se modifica la imagen de poder que inviste al hombre y subyace a la funcionalidad
de la estructura familiar.

Por otro lado, en las familias estructuradas de manera biparental, la concepción e


imagen de familia prevaleciente es referida sobre la base de una relación de
pareja estable y solidificada con el nacimiento de los hijos. Concepción que está
sustentada sobre un modelo de vida familiar que perfila las relaciones hombre-
mujer en una articulación equilibrada y equitativa aunque la realidad cotidiana
muestra actividades claramente diferenciadas para el padre y la madre en
condiciones de desequilibrio y desigualdad. Una madre de familia comenta: "el
hombre se la pasa fuera de la casa... pues quién realmente lleva ahí casi todo es
la mamá... entonces desgraciadamente estamos en una sociedad en que
decimos... si el niño nació aplicado, nació con un cerebro de eminencia, el niño
salió al papá, pero eso sí, si el niño es flojo, va mal en la escuela o el día de
mañana es borracho... ¡todo lo tiene de la mamá! ¡Tú eres la que está con él, tú
eres la que le tienes que decir y tú no le enseñas!, dice el papá, ¡por eso, el niño
es así! Desgraciadamente vivimos así y la sociedad es difícil de cambiar... uno
podrá cambiar como persona en su casa, dentro de ésta, pero ¿fuera? Es muy
difícil, pero sí, la latota realmente la lleva la mujer, porque el hombre está fuera de
la casa".

Los quehaceres cotidianos de la vida familiar se realizan en función de las


tipificaciones sociales que marcan roles tradicionales dinamizados por la presión
social de cumplir con ellos. Mientras que a los padres se les exige que cumplan
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con su papel de proveedores de la familia, a las madres les corresponde la
obligación social de la crianza y el cuidado de los hijos, además de mantenerse
subordinadas al dominio masculino.

La división del trabajo existente dentro de la estructura familiar está reforzada por
la idea de la determinación social basada en la diferencia sexual de la pareja. Esta
división posiciona asimétricamente tanto al hombre como a la mujer en lugares
desde los cuales se asumen y asumen al otro, con una visión estereotipada y
además contradictoria con respecto a las exigencias de la vida actual. Así, la
mujer tiene a su cargo el cuidado de los hijos, pero también el de trabajar ante la
insuficiencia de los medios económicos para sostener a la familia, lo cual ha
cambiado la dinámica familiar tradicional en la que la madre sólo se circunscribía
al quehacer doméstico y materno. Situación que también ha modificado la forma
de relacionarse con sus hijos, sobre la cual, los informantes piensan que en las
familias donde ambos padres trabajan "están formando a los hijos de manera
indiscriminada, pues llegan cansados y sin ganas de convivir con la familia",
señalando que las alternativas de estos padres son las menos adecuadas para la
educación de sus hijos, ya que se adoptan medidas ineficaces para una buena
educación, como lo ilustra el siguiente comentario: "lo más fácil es prenderles la
tele y que vean lo que quieran", o bien, "los corren del departamento, que se
vayan a jugar y de ahí pues también van a encontrar de todo, desde muchachos
que fuman y se drogan, hasta escenas pasionales y de amor que van asimilando
además ¡cómo si fuera lo más natural!".

Por su lado, los padres de familia viven como el principal sostén de la economía
familiar y como los depositarios del poder, además de legitimar la autoridad de la
madre. Una mujer comenta: "a veces mi esposo y yo no estamos muy de acuerdo,
porque no respeta mi autoridad, yo digo una cosa y si él llega no respeta la orden
que yo di, porque cuando no está él, lógicamente la que está al mando soy yo.
Entonces si él llega y le dije a los niños ¡no pueden salir!, si platican con su papá,
él los deja salir y nos hemos peleado por esta cuestión". Tanto mujeres como
hombres piensan que el padre debe ser el proveedor, pero por su parte, las
mujeres señalan que el peso de la educación de los hijos lo llevan sólo ellas:
"nosotras como madres llevamos la mayor carga porque la mayoría del tiempo
estamos con los hijos, ahí es donde surgen los problemas" y agregan: "yo creo
que la mayor parte la tiene la mujer... la mujer es el pilar más poderoso para que
esté bien la familia".

Algunas narraciones indican que los padres se involucran cada vez más en el
cuidado y crianza de sus hijos, no obstante, lo viven como una ayuda que le
proporcionan a su pareja. Mientras que las mujeres, colocan a la madre en un
importante lugar de prestigio y organización dentro de la estructura familiar, pero
dentro de los marcos que le otorga un modelo patriarcal. Puede observarse
entonces que en las actividades familiares cotidianas, se concretizan los valores
culturales asignados en función del género, y aún cuando se presentan
sentimientos de insatisfacción en la pareja, la identidad de la mujer sigue

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definiéndose como un ser para sus hijos, un ser para su esposo, un ser para su
hogar.

Por otro lado, el cuidado de los hijos es representado bajo la forma del ejercicio de
la autoridad como control, dirección, establecimiento del orden y toma de
decisiones acerca del modo de ser y hacer de los hijos. Así pues, es frecuente que
entre los padres se manifieste una constante lucha por el poder, propiciando
indefinición en los roles y, por ende, ambigüedad y debilidad de las figuras
parentales frente a los hijos.

En suma, indicadores tales como el debilitamiento del modelo de familia nuclear,


el prejuicio hacia hogares uniparentales por ausencia de la figura del hombre, la
fragilidad y conflicto en las relaciones de pareja y en consecuencia, la frustración
experimentada por el grupo familiar, reflejan tendencias de cambio de la estructura
y dinámica de la familia nuclear, pero sobre el fondo del predominio de la cultura
patriarcal.

Podemos considerar que las condiciones de vida descritas por los informantes
ponen de manifiesto los obstáculos de tipo ideológico a los que nos enfrentamos
las mujeres y los hombres hoy en día, ejemplo de esto es la actual imagen
masculina como dominante sobre la femenina, lo cual ha generado un sistema de
valores que inscribe en los sujetos estilos de vida signados por la frustración, el
sometimiento y la dependencia.

Así, la emancipación de las mujeres y las relaciones equitativas entre los sexos
quedan en buena medida confinadas al nivel discursivo, pues como lo expresan
nuestras informantes, las mujeres continúan centrando sus expectativas,
emociones, afectos y representaciones de sí mismas y del mundo en torno a su
hogar, a los integrantes del núcleo familiar y a la legitimidad otorgada por el
hombre, esto es, al ámbito privado de la vida familiar, aún cuando la existencia
femenina transcurra también en los amplios espacios de lo social, como lo es el
mundo laboral, profesional, económico y político.

A los sentimientos de culpa, frustración e insuficiencia contribuye la manipulación


de la afectividad por los medios masivos de comunicación y las instituciones
sociales a través de la promoción del esquema de familia nuclear (y el hombre
como su centro) como un grupo que por sí mismo constituye una estructura sana,
positiva y de contención para la continuidad y el fortalecimiento de la sociedad.

Las prácticas consuetudinarias de crianza y cuidado de los hijos definen, por la


función, el lugar del hombre y la mujer dentro de la familia y eternizan las
relaciones de poder subyacentes al modelo de familia nuclear con sus
connotaciones de frustración y dominio.

La falta de consistencia entre el pensamiento y la acción, es decir, la no


correspondencia entre lo que se hace y lo que se piensa de lo que se hace, se
materializa en la discontinuidad entre lo existente y lo deseable. Así, la vida
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cotidiana puede convertirse en una permanente fuente generadora de estrés y
anomia, colocando a los sujetos en condiciones de vulnerabilidad ante las
adicciones.

Reflexiones de este tipo pueden ser incorporadas a los procesos de planeación de


programas de intervención comunitaria que realizan las instituciones de salud,
creando así la posibilidad de dar una respuesta crítica a la disposición manifiesta
de las madres de familia para participar en actividades institucionales con la
expectativa de aprender a ser mejores madres. Expectativas como ésta, implican
una posición ante el aprendizaje que recubre al experto con una investidura de
poder sustentada en el conocimiento que se le atribuye. El conocimiento aparece
entonces como propiedad y como un instrumento mediante el cual alguien puede
transformar la vida cotidiana de otras personas, independientemente de si este
cambio corresponde o no a su realidad.

En este orden de ideas, consideramos que es tarea de las instituciones fundar sus
intervenciones comunitarias, en un conocimiento capaz de incorporar la
idiosincrasia y principios de realidad propios de las comunidades. Asimismo,
deben considerarse elementos tales como la influencia de los medios de
comunicación, las medidas de control social, la cultura patriarcal y los esquemas
de pensamiento tradicional. De esta forma, se busca que los programas integren
el reconocimiento de las condiciones de vida actual, fundando en este
conocimiento la posibilidad de construir esquemas de normatividad alternativos y
dinamizando procesos de resignificación asociados con el propio sentir de los
involucrados.

Surge entonces la necesidad de llevar al plano de la acción una


reconceptualización del modelo de familia, que lejos de estar en pos de un deber
ser prescrito, pueda reconocer las capacidades de ajuste propias de cada
estructura familiar. La acción institucional deberá entonces tomar en consideración
necesidades tales como el desarrollo de un sistema de cuidado de los niños en
edad preescolar o el fortalecimiento de formas emergentes de organización
comunitaria de apoyo a la familia, como pueden ser las que Castells ha llamado
"redes solidarias de mujeres".

En este mismo sentido, cabría fomentar críticamente una mayor adopción de los
roles femeninos por parte de los padres de familia, como por ejemplo su
participación en el cuidado de los hijos y en su formación psicoafectiva; mientras
que por otra parte, en las madres de familia debe reconocerse su apropiación de
elementos que han pertenecido tradicionalmente al rol masculino.

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Notas
1.- Se consideró como informantes institucionales a profesores, médicos, enfermeras, trabajadores
sociales, dirigentes religiosos, etcétera, residentes o que ejercieran sus funciones constantemente
en la comunidad.
2.- Se consideró como informantes comunitarios a jefes de manzana, líderes informales, padres de

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familia de ambos sexos, que conviven con sus hijos entre 10 y 18 años de edad, residentes de la
comunidad en cuestión. 

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