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La elección de un rey y la elección de un presidente

Elecciones constitucionales
Milton Acosta, PhD
Desde tiempos muy antiguos las naciones se rigen por algún tipo de constitución. Para el
Israel bíblico la Constitución es la Toráh (también llamada Ley o Pentateuco). Una de las
estipulaciones importantes allí es la escogencia de un rey.
Aunque el Israel bíblico se constituye como una teocracia, esto no significó que cada decisión
se tomaba por revelación. Existía una constitución. El libro que más propiamente podríamos llamar
“Constitución política” es el Deuteronomio. Las estipulaciones allí contenidas para escoger rey son
pocas, claras y precisas (17:14–20). Una vez escogido se crea una dinastía, pero las normas que
rigen ese primer momento pueden servirnos hoy para reflexionar en las elecciones presidenciales en
países democráticos.
Lo primero es que el rey sea “uno de tu mismo pueblo”. Esta expresión no apela tanto a la
etnia como a la fe y el sometimiento a la constitución. David tuvo en Rut una abuela moabita (Rut
4:22). Siendo una teocracia, la elección del rey venía por oráculo profético, como ocurrió con Saúl
y David. Pero la unción por oráculo profético tampoco significaba éxito y permanencia, como bien
lo demostró Saúl, quien fue todo un fracaso; ni perfección, como bien lo demostró David. El caso
de Salomón es ambiguo. Natán y Betsabé preparan una escena teatral donde le dicen al anciano rey
David que nombre a Salomón como su sucesor según un juramento de David del cual no hay
registro (2 Reyes 1).
Segundo, el rey no tendrá muchos caballos. Los caballos se adquirían en Egipto. Egipto fue la
nación que oprimió a los descendientes de Jacob por 400 años. Allá no debe volver el pueblo a
buscar caballos. El caballo es el símbolo del poder militar por excelencia durante gran parte de la
historia de la humanidad.
Atando los cabos y los caballos, uno podría concluir que lo más importante de este pueblo no
será su ejército. La razón es muy sencilla. Los carros y caballos que Dios derrotó en las aguas del
Mar de los Juncos (Mar Rojo) son para Israel símbolo de opresión y esclavitud. La injusticia y las
grandes fuerzas armadas van de la mano. Los gobiernos que no se gastan los recursos de la nación
en atender a las necesidades de sus ciudadanos, se los gastarán luego en ejércitos y armas para
controlar los males sociales producidos por las desatendidas necesidades de los ciudadanos. Un
círculo vicioso más perverso que este resulta impensable. Por eso según la Biblia, la solución a los
males sociales no son los ejércitos, sino la justicia social (Isaías 32:17). En eso se equivocó Israel y
se siguen equivocando muchos hasta la fecha.
Por razones de imagen y de los tratados comerciales internacionales, los reyes de la
antigüedad solían tener muchas mujeres, unas locales y otras importadas. Cada mujer extranjera
viene con su religión y probablemente querrá hacer misión. Por eso se estipula, en tercer lugar, que
el rey no tenga muchas mujeres, para que no se extravíe su corazón. Dos ejemplos de ese extravío
son Salomón con sus mujeres (1 Reyes 11:1–4) y Acab con su Jezabel (1 Reyes 16:29–33). El
problema no es que sean extranjeras; es cuestión de la fe y de la constitución nacional.
En cuarto lugar, el rey no acumulará muchas riquezas. Los gobernantes tienen dos grandes
privilegios que bien administrados los pueden ayudar a ser muy ricos: influencias e información.
Hay mucha gente que le puede hacer favores al gobernante porque el gobernante después los puede
devolver. El problema es que devuelve favores con los dineros de la nación, con lo que no es suyo
sino del pueblo. Para eso están los grandes contratos, sobre todo los de infraestructura, los de
grandes negocios y los tratados internacionales. No es que todo eso sea malo ni malo del todo, sino
que en todo eso favores van y vienen, y los gobernantes terminan enriquecidos. Lo perverso es que
los trámites son legales o con apariencia de tales.
La información privilegiada tiene que ver con dos cosas principalmente: los grandes
proyectos de desarrollo de un país y la localización de los recursos naturales. El gobernante que
quiere enriquecerse, con información privilegiada, comprará tierras baratas en todos aquellos
lugares donde sabe que hay o va a haber algo. Eso también es enriquecimiento ilícito y perverso.
Siempre dirán “no sabía”.
Para evitar todos los males anteriormente descritos, en quinto lugar, el rey de Israel tendrá una
copia de la Constitución, de la Ley, la cual leerá y en la cual meditará diariamente. Esta constitución
es el ecualizador de los ciudadanos; todos están sometidos a ella por igual. Por eso, rey y súbditos
deben conocerla.
En el antiguo Israel la monarquía y la profecía nacieron y crecieron juntas. Es decir, Dios
estableció la forma del gobierno y los vigilantes del gobierno. La función de vigilancia solamente la
pueden ejercer bien quienes no comen de la mesa del rey. Así las cosas, la experiencia de Israel
puede ser útil para las naciones democráticas de hoy, especialmente para el cristiano que quiere
cumplir la constitución de su país. Así participamos con Dios en quitar y poner gobernantes, pierda
o gane nuestro candidato. ©2010 Milton Acosta

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