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La patrística

Y los Padres de la Iglesia

Profesor: Dr. José Antonio Pardo Olaguez


Alumno: Rubén Galindo
La patrística
Lo primero que es necesario definir es qué es la Patrística y para ello es menester abordar
primero la frase “Padres de la Iglesia”. Se ha dado por llamar de esa forma a los escritores
ortodoxos de la Iglesia primitiva. Pero el término “patrística” o “patrología” se considera muy a
menudo a la explicación, la crítica de las obras literarias y teológicas escritas por ellos. Por esta
razón, en principio, la patrística es una derivación de la frase “Padres de la Iglesia”.

Sin embargo, definida así únicamente sería una suerte de historia de la literatura eclesiástica,
paralela a la historia de los dogmas y las doctrinas. Lo que hay que considerar es que “ni la
filosofía, ni la historia general de la historia bastan para dar razón de la fe y línea teológica de los
Padres. En realidad, la noción de padres de la Iglesia tiene origen en la dogmática y responde a
la necesidad que tenía el catolicismo de probar su autenticidad por la tradición” [ CITATION
Cam74 \l 1034 ].

Durante la época de la expansión del cristianismo surgieron muchas disputas dogmáticas. El


resultado fue una dogmática definida y consolidada. “Las enseñanzas de esta etapa del
cristianismo se hayan consignadas en los textos de los Padres de la Iglesia” [ CITATION Gin08 \l
1034 ].

Una segunda pregunta importante a considerar es qué periodos históricos son los que alojan a la
patrística. La patrística es una fase histórica del cristianismo que puede considerarse iniciada a
finales del cristianismo primitivo acotado por el Concilio de Nicea en el siglo IV hasta el siglo
VIII. Ahora bien, ¿qué problemas enfrentaron los Padres de la Iglesia en este periodo?
Enfrentaron una gran cantidad de problemas de muy diverso orden. Además de la necesidad del
catolicismo por justificar su dogma y su configuración progresiva los llamados padres de la
Iglesia se ocuparon, en principio, de la defensa del cristianismo ante las religiones paganas y
después de enfrentar a las herejías derivadas de las continuas interpretaciones heterodoxas.

Propiamente el cristianismo no es una filosofía, ya que no busca solución a problemas


planteados, si no que da respuestas mediante los llamados dogmas de la fe, unas verdades
reveladas por Dios al hombre. Pero, si en el cristianismo no interviene la reflexión, ¿cómo se
relacionan fe y razón? Este es el problema planteado por la filosofía patrística, que surge con la
aparición del cristianismo. Sus características fundamentales son:

 Ausencia de sistemas filosóficos (excepto San Agustín), ya que los clérigos estaban más
preocupados en defender sus dogmas.

 Falta de rigor en el vocabulario filosófico, es decir, se usan términos con una


significación errónea.

 Evolución en las relaciones con la filosofía, desde la negación completa, hasta la


aceptación. Estas relaciones pasaron por las siguientes fases:
Padres apostólicos: Padres apologistas: Padres de la Escuela de
Alejandría:
No son conscientes del tema y Tienen una doble actitud: La San Clemente decía que la filosofía
utilizan con toda normalidad el mayoría, como Justino, piensan tiene 3 tareas: Preparar al hombre
lenguaje y los conceptos de la que sólo la fe es capaz de mostrar para aceptar la fe, ayudarle a
filosofía helenística. la verdad, pero que la filosofía no es comprenderla y a defenderla. San
mala, ya que permite al hombre Agustín, aunque no pertenecía a
alcanzar verdades parciales. La otra esta escuela, se unió a su causa.
parte minoritaria liderada por
Tertuliano, dice que la filosofía es
un peligro para el creyente, que los
filósofos son herejes y que la fe hay
que aceptarla tal y como es, sin
intentar razonarla.

Principales Padres apostólicos:

La literatura cristiana se inicia con los Padres apostólicos, un grupo de escritores en lengua
griega de los dos primeros siglos de la era cristiana, denominados así por su vinculación directa
o indirecta con los apóstoles, de los cuales pueden considerarse sus discípulos. “Son relevantes
toda vez que aportan testimonio fiel y de primera mano sobre la vida y doctrina cristiana al
finalizar la edad apostólica. Sus escritos son pastorales y están dominados por el aroma del
recuerdo vivo de Cristo y por el anhelo de su segunda venida, que los autores desean y esperan
como muy próxima” [ CITATION Orl03 \l 1034 ]. Es decir, son los sucesores directos de los
apóstoles. “Su interés primordialmente evangélico hizo que no se mostraran demasiado
preocupados por problemas teológico-filosóficos. [ CITATION Álv04 \l 1034 ]”.

Pueden citarse entre otros a Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna y
el Pastor de Hermas. A continuación se describe información de cada uno:

Clemente de Roma:

Jiří Maria Veselý señala que Clemente “había sido pontífice romano, tercer o cuarto sucesor de
Pedro, tal vez oriundo de Macedonia (...) mencionado por Pablo y por tanto discípulo apostólico
(Fil. 4:3), deportado y asesinado bajo el imperio de Trajano durante los años 100-101 en Crimea [
CITATION Jiř \l 1034 ] ”. En efecto, el documento “Martyrium Clementis”, documento griego del
siglo IV relata cómo Clemente de Roma fue deportado por Trajano a las minas de Quersoneso,
donde encontró muchos cristianos condenados como él. Fue lanzado al mar con un ancla
sujetada al cuello. Su cuerpo fue a parar a una especia de templo submarino. Ciertos días el mar
se retiraba dando acceso a ese lugar.
Vida. Pocas son las noticias que tenemos de su vida. Orígenes (v.) identifica a C. con el Clemente nombrado por S. Pablo en la carta a los Filipenses 4,3 (In
Joannem, 6,36: PG, 14,293); aunque la cronolgía de la carta no supondría contradicción alguna, tal identificación no puede ser demostrada con certeza. Las
Pseudo Clementinas dicen que C. es de la familia de los Flavios, mientras algunos modernos lo identifican con el cónsul Tito Flavio Clemente que, dada su
condición de cristiano, fue ejecutado con Flavia Domitilla. Se puede objetar diciendo que no están a favor de dicha sentencia ni el silencio que se observa a
este respecto en los escritores primitivos, ni el examen interno de su Carta a los Corintios que más bien parece ser hechura de una mano judeo-helenista. Se
diría que el mismo Orígenes está de acuerdo con dicha sentencia al referir la creencia de algunos que ven en la carta a los Hebreos el pensamiento de S.
Pablo expuesto por C. (Eusebio, Historia Ecclesiastica, 6,25: «Sources Chrétiennes» 41, 1955, 128). Eusebio deja constancia de la opinión de los que creían
que la carta a los Hebreos había sido traducida al griego por C. (Historia Ecclesiastica, 3,38: «Sources Chrétiennes» 31, 1952, 153).
     
      Orígenes afirma que C. fue discípulo de los Apóstoles (De Principüs, 2,3,6: PG, 11,194C); S. Ireneo (v.) dice que fue el cuarto obispo de Roma (Eusebio,
Historia Ecclesiastica, 5,6: «Sources Chrétiennes» 41, 1955, 32) y Eusebio, valiéndose del testimonio de S. Ireneo (Adversus Haereses, 3,3), establece la
cronología de los primeros papas: Lino a. 68-80, Anacleto 80-92, Clemente 92-101. No son unánimes las fuentes en lo que respecta al orden de sucesión de
los primeros obispos de Roma; Tertuliano (v.) asegura que C. fue consagrado por el mismo S. Pedro y que, por consiguiente, éste fue su sucesor inmediato
(De praescriptione haereticorum, 32: PL, 2,45) si bien explica S. Epifanio de Salamina (v.) que C. renunció al pontificado en favor de Lino y volvió a él
después de la muerte de Anacleto todo ello con la única finalidad de no perturbar la paz (Panarian, 27,6: PG, 41,373).
     
      Nada dicen Eusebio ni S. jerónimo (v.) sobre el género de muerte de C.; por tanto, su martirio es históricamente improbable. El Martyrium S. Clementis,
escrito entre los S. IV y vi, ofrece un carácter legendario narrando prodigios que se sucedieron después de la muerte. Según la tradición, las reliquias de C.
fueron llevadas a Roma por S. Cirilo, apóstol de los Eslavos, y depositadas en una basílica construida en el monte Celio, imperando Constantino (v.).
     
      Obras. El único escrito de C. cuya autenticidad es universalmente reconocida, es la Carta a los Corintios (PG, 1,201-328; X. Funk, Patres Apostolici,
Tubinga 1901, 98-185). La fecha de su composición, a juzgar por el testimonio expreso de Hegesipo (Eusebio, Historia Ecclesiastica, 3,16; 4,22: PG, 20,249
y 377) y del testimonio interno de la carta, hay que fijarla al final del imperio de Domiciano (18 sept. 96) o a principios del de Nerva (96-98). El historiador
Eusebio escribe: «que la carta de Clemente es reconocida como auténtica. La escribió, en nombre de la Iglesia de Roma, a la de Corinto con ocasión de una
discusión originada en Corinto» (Historia Ecclesiastica, 3,16: PG, 20,249; cfr. Ireneo, Adversus Haereses, 3,3). No se puede probar que la Iglesia de Corinto
hubiese solicitado ayuda de la de Roma para que ésta acabase con la disensión, sobre todo, si se piensa que Corinto tiene más relación con las antiguas
Iglesias de Oriente que con Roma. Quizá sea más probable que cristianos romanos, residentes en Corinto, informaran a Roma de las discordias de aquella
Iglesia y Roma juzgase como obligación el intervenir en la materia.
     
      La Carta consta de un prólogo (c. 1-3); de dos partes, bien marcadas, una teórica (c. 4-38) y otra más bien práctica (c. 39-58); de una Gran Oración (c.
59-61) y, finalmente, de un resumen (c. 62-65) en el que, a modo de epílogo, recapitula todos los argumentos y exhorta a la concordia.
     
      En el prólogo, C. describe el estado floreciente de la Iglesia de Corinto y el trastorno en el que se ve inmersa por dichas discusiones. Expone, en la
primera parte, cuál debe ser la conducta del cristiano trayendo a colación los vicios, tales como la discordia y la envidia, que más desdicen del nombre de
cristiano y las virtudes que le son más necesarias; así, pues, trata de la caridad, penitencia, obediencia, piedad (eusebeia) y hospitalidad y, por último, de la
humildad como origen de la paz que hay que pretender restablecer. Entre los motivos que deben inducir al cristiano a la práctica de tales virtudes, subraya el
ejemplo mismo ofrecido por Jesucristo y los santos, la resurrección como premio de los buenos y la bendición divina en Cristo, realidad ya en la vida
presente.
     
      C. se limita, en la segunda parte, a dar una serie de consejos prácticos con el fin de acabar con las divisiones de la Iglesia de Corinto. Dios, creador del
orden de la naturaleza, exige también orden y obediencia a sus criaturas; Dios mismo fundó en la Iglesia los diversos grados de funciones, prefigurados ya
en la Antigua Ley, a saber: sumos sacerdotes, sacerdotes, levitas y laicos; en el N. T. en cambio, Jesucristo, enviado por el Padre, envía a su vez a los
Apóstoles y éstos eligen obispos y diáconos; así como Moisés eligió a Arón, así también los Apóstoles han elegido a sus ministros para ser sus sucesores. Al
recordar casos antiguos y recientes de insubordinación, exhorta a la unión y dice que el amor debería ocupar el puesto de la discordia y la caridad
apresurarse a perdonar. Los causantes del cisma debieran o hacer penitencia o desterrarse voluntariamente para que volviese de nuevo la paz.
     
      En el resumen repite todo lo expresado, al mismo tiempo que abriga la esperanza de que la paz reine de nuevo en Corinto antes de que los portadores
de la Carta lleguen a Roma.
     
      Doctrina. No se puede abordar la Carta de C. a los Corintios con la ilusión de encontrar en ella una síntesis acabada o un sistema teológico perfecto. El
primer escrito cristiano no-inspirado es un escrito de circunstancias en el que C. se propone una finalidad concreta; en ella se afirman muchas verdades
teológicas, aunque siempre en la medida en que dicen relación con el fin pretendido. Dos son los temas que convendría tratar: el del Primado Romano y el
de la jerarquía.
     
      Doctrina sobre el Primado. Hay que tener presente que en la Carta no se encuentra afirmación directa alguna del Primado de la Sede Romana; no
obstante, la constatación de ciertas expresiones hace ver en su autor «un hombre consciente de su autoridad y deseoso de ser obedecido» (P. Batiffol,
L'Eglise naissante et le catholicisme, París 1927, 146). Por ej., la excusa que hace al principio de la Carta de no haber podido atender antes a las
irregularidades existentes en la Iglesia de Corinto; C. se excusa de haber omitido un deber que tenía obligación de haber cumplido antes, si bien no ha
podido hacerlo dadas las calamidades y adversidades que se sucedieron una tras otra. Cuando C. toma el asunto por su cuenta, cree que los corintios
pecarían si no se mostraran obedientes: «si algunos resisten a las amonestaciones que Dios mismo os ha dirigido por nuestro intermediario, sepan que se
hacen reos de un pecado. no pequeño y se exponen a peligro grave» (c. 59,1-2). Casi al final de la Carta, se muestra con la esperanza de ser obedecido:
«en efecto, nos proporcionaréis alegría y regocijo si obedecéis a lo que, impulsados por el Espíritu Santo, os hemos escrito» (c. 63,2).
     
      C. se siente en posesión de la autoridad superior y excepcional que no cesará de ejercer. Nunca pensaron los de Corinto que el Papa se había
extralimitado, antes bien, su Carta gozó una veneración inusitada hasta el punto de llegar a ser leída en los oficios divinos.
     
      Doctrina sobre la jerarquía. Existe en la obra de C. un testimonio precioso sobre la institución divina de la jerarquía eclesiástica: «los Apóstoles nos
predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios y los Apóstoles de parte de
Cristo; una y otra cosa, por consiguiente, sucedieron ordenadamente por voluntad de Dios. Así, pues, los Apóstoles, habiendo recibido los mandatos...,
salieron... e iban estableciendo a los que eran primicias de ellos -después de probarlos por el espíritu= por inspectores y ministros de los que habían de
creer» (c. 42). De este modo, la jerarquía cristiana consta de obispos o presbíteros y diáconos. Oficio de los obispos es presentar las ofrendas de los dones,
mientras que lo característico de los diáconos consiste en ser ministros del sacrificio.
     
      Hay que obedecer y estimar a los obispos; ellos son los guías de las almas. Si los obispos suceden a los Apóstoles y éstos ejercieron su poder
obedeciendo a Cristo, el cual, a su vez, había sido enviado por Dios, se deduce que los elegidos últimamente son tan legítimos como los nombrados al
principio y, sobre todo, que la comunidad no tiene derecho alguno para destituirlos dado que no es ésta la que les confiere la autoridad, sino que su poder
proviene de Dios a través de los Apóstoles.
     
      Otras doctrinas. Clara y precisa es la doctrina que ofrece la obra de C. acerca de cada una de las personas de la Trinidad. Dios es descrito como Padre
que creó todas sus obras con bondad y sabiduría admirables, pero que demuestra un amor especial a los que, por medio de Cristo eligió como su heredad,
los limpió de sus pecados y los conduce con providencia hacia su Reino. El Hijo, siendo el «cetro de su majestad», se humilló hasta tal punto que padeció
por nosotros muerte y pasión. Él es nuestro Señor, Salvador, Sacerdote. La Iglesia le tributa idéntico culto que al Padre. Finalmente, el Espíritu Santo que,
de igual manera que el Hijo, revela los misterios divinos, inspira a los profetas, rige la Iglesia cuando ilumina con su luz y adorna con sus virtudes a los
Apóstoles, obispos y a cada uno de los fieles de Cristo.
     
      V. t.: PRIMADO DE S. PEDRO Y DEL ROMANO PONTÍFICE 11, 3, B, a; IGLESIA II, 2.
     
     

I. IBÁÑEZ IBÁÑEZ..

    BIBL.: 1. B. LIGHTFOOT, The apostolic Fathers, I, Londres 1890; F. X. FUNK, Patres Apostolici, Tubinga 1901; H. HEMMER, Les Péres apostoliques, II, París 1909; G. ZANNONI-M. C.
CELLETTI, Clemente 1, en Bibl. Sanct. 4,38-48; K. BIHLMEYER, Die apostolischen Vüter, Tubinga 1924; G. BARDY, Expressions stoiciennes dans la Prima Clementis, «Rev. de Science
Religieuse» 12 (1922) 73-85; 1. LEBRETON, La Trinité chez saint Clément de Rome, «Gregorianum» 6 (1925) 369-404; F. R. VAN CAUWELAERT, L'intervention de l'Église de Rome á
Corinthe vers Van 96, «Rev. d'Histoire Ecelesiastique» 31 (1935) 267-306, 765 ss.; 1. A. DE ALDAMA, Prima Clementis, «Gregorianum» 18 (1937) 107-110; A. EHRHARDT, The Apostolic
Succession in the First Two Centuries of the Churc, Londres 1953; A. M. JAVIERRE, La sucesión apostólica y la Prima Clementis, «Rev. Española de Teología» 13 (1953) 483-519; íD,
Alcance del testimonio clementino en favor de la sucesión apostólica, «Salesianum» 19 (1957) 559-589; íD, Los «Ellogimoi andres» de la Prima Clementis y la     sucesión Apostólica 1. c.
420-451; ID,    ¿Es «Apostólica» la primera Diadoche    de la    Patrística?, 1. c. 83-113; ID,La primera Diadoche de la patrística y los «Ellogimoi» de Clemente Romano. Datos para el
problema de la sucesión apostólica, Turín 1958; 1. PONTHOT, La signification religieuse du «Nom» chez Clement de Rom et dans la Didaché, «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 35
(1959) 339-61; CH. M. NIELSEN, Clement of Rom and moralism, «Church History» 31 (1962) 131-150.
     

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