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Corrección de estilo
Pablo Levy Morones
Nicté Y. Luna Medina
Beatriz Morones Bulnes
Diseño editorial
Nicté Y. Luna Medina
Diseño de portada
Sodio, Comunicación Visual
Ilustraciones
Guillermo Escamilla Cordero
ISBN: 978-607-02-0642-9
Motivos 7
Ciencia 11
Con peras y manzanas 13
Una mirada a la diversidad 23
¿Qué es la entropía? 35
Sol y pozole, combinación radiativa 59
La era del colesterol 67
El café 79
La gallina no es más que un instrumento del huevo
para poder producir más huevos 85
La hora oficial 95
Minería de Textos: La ciencia básica impacta más allá
de donde imaginamos 103
¿Qué es la GFP? 111
Fuera Máscaras 115
El remolino 123
Carta a la abuela 131
Misión: Síntesis protéica 143
Ficción 149
A las Seis 151
Apasionadamente 157
Amor procario 163
Según me acuerdo 171
Aparentemente 181
Temalcachtli Apozonalli 187
La máscara o El desierto que viene 199
Procedimientos de rutina
Guía #17 207
Máscaras 217
Der Kuss 223
Bushido: la vía del guerrero 229
Karbalá 235
El final 245
Jenevié 251
Una noche en la ciudad 257
Vita dell’artista 265
Motivos
Conocí a Francisco Rebolledo hace cuatro años, crítico incansable y
compañero en la ideología (él un poco más radical que yo). Tuve la fortuna
de conocer a la persona antes que al novelista, incluso sin saber a ciencia
cierta, que este Rebolledo era el autor de aquel Rasero, leído unos años
atrás.
Como responsable del área de Difusión y Extensión en el Campus
Morelos de la UNAM, me enfrenté al reto de conseguir divulgadores
dentro de la comunidad universitaria. Fue en esta búsqueda que, en una
de las múltiples e ilustrativas pláticas con Agustín López–Munguía,
entrañable amigo y mentor en esto de la divulgación científica, salió a
relucir el nombre de Francisco, quien, como anillo al dedo, podía conducir
un taller de redacción y estilo para investigadores y estudiantes que,
como nosotros, quisieran aprender el arte del “bien escribir” aquello que
es nuestro objeto de trabajo, estudio y pasión perpetua: la ciencia y la
tecnología.
Así, invitamos a Francisco Rebolledo (Paco, para quienes tenemos la
fortuna de ser sus estudiantes, pupilos o amigos) a trabajar con un
heterogéneo grupo de aprendices de escritor. Como parte del proceso de
“soltar pluma”, Paco nos provocaba con algún tema y todos (unos más
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Ciencia y Ficción
rápido que otros) nos dábamos a la tarea de producir un ensayo con ese
tema en mente. El resultado fue sorprendente, investigadores y estudiantes
produciendo textos, sí de divulgación, pero también y en grandes
cantidades, de ficción. Los mejores relatos de ambos tonos arrancaron los
aplausos de la concurrencia y ahí, entre aplausos y entusiasmo, se gestó
la idea de publicar los resultados de este taller que empezó siendo “para
divulgadores” y terminó siendo “para escritores”. El título emergió en
automático: “Ciencia y Ficción”, haciendo eco del género Ciencia Ficción
(mejor conocido como Sci-Fi), pero planteando una diferencia sustancial.
En este conjunto de relatos, no hay intersección entre ciencia e imaginación
literaria, como en el género Sci-Fi; lo que hay es una unión donde conviven
tanto el elemento académico de cada uno de nosotros, como el humano.
Si la divulgación tiene la misión de acercar al público en general a la
ciencia y la tecnología, ¿qué mejor manera de hacerlo que mostrando el
lado humano de los “hacedores” de ciencia y tecnología? Así, este volumen
presenta dos conjuntos disjuntos (dícese de aquellos que no comparten
elementos en común) de escritos. El primero, dedicado a nuestro quehacer
como divulgadores, que cumple el objetivo último del taller; el segundo,
dedicado a nuestro quehacer y que-pensar como personas, que cumple el
objetivo último de nuestro ser: compartir nuestras vidas con el resto de la
humanidad.
El material estuvo terminado a un año de iniciar el taller, en 2007.
Sin embargo, encontrar quien compartiera esta visión y compromiso con
la divulgación científico–tecnológica, requirió tiempo, paciencia y sobre
todo perseverancia. Afortunadamente, se logró la conjunción perfecta
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Karla Cedano
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una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra
cosa distinta (Wikiquote, 2004). Ana, es la esposa del ex–presidente del
gobierno español, José María Aznar y concejala de medio ambiente del
ayuntamiento de Madrid, y la cita ya no deja dudas sobre el resultado del
matrimonio entre personas del mismo sexo. Esta cita debería de ubicarse
dentro de los más exitosos ejemplos del uso de las peras y las manzanas
para explicarse cosas de la vida.
Por estos antecedentes, cuando los autores de este texto le entramos
a la tarea que nos dejó la editora de usar las peras y las manzanas para
introducir los textos de divulgación “se nos fue el santo al cielo”. Sentados
en un café maldecíamos a la editora, enviándole ajos y cebollas (seguidas
de peras y manzanas, que deben pegar más duro), consternados sobre
nuestra falta de inspiración para disertar sobre las susodichas frutas.
–¿Otro café? –nos ofreció la mesera.
–Sí, pero con leche light y con un sobrecito de sucralosa –pidió
ella–. Estoy hecha una pera –agregó, sonrojada cual manzana–. Creo que
tengo que ponerme a dieta.
–No creo –le contesté–. Debes medir por ahí de 1.70 m y tu peso no
debe ser mayor de unos 60Kg, por lo que de acuerdo con el famoso índice
de masa corporal (IMC), que resulta de dividir tus 60Kg entre tu altura al
cuadrado (1.70 * 1.70 =2.89), debes tener un IMC de 20.76, lo cual te
coloca dentro del grupo de gente sana de la cual ya sólo queda
aproximadamente 1/3 en el país. Las 2/3 partes de la población o bien
están dentro de un nivel de IMC que podría considerarse riesgoso (mayor
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–Pues sí, aunque en esa familia, más que peras y manzanas habría
que hablar de estufas y refrigeradores, que son casos de manzanas ya
muy sofisticadas. En general, la obesidad tipo manzana, viene siendo más
peligrosa que la tipo pera; digo esto para cambiarle un poco el tono al
artículo, que empezó muy favorable para las manzanas, ¿no? Por mucho
que estemos acostumbrados a la manzana como símbolo de salud, en
estos casos, está asociada con una realidad muy diferente: caracterizar
cierto tipo de obesidad a través de la medición del perímetro de la cintura
y la cadera. La obesidad, no sobra recordarlo, aumenta dramáticamente
el riesgo de enfermedades tales como las cardiovasculares, la hipertensión
arterial, el infarto de miocardio, la diabetes Tipo II y la apnea del sueño,
entre otras.
–Aunque es un hecho que un obeso que no se cuida, aunque empiece
con forma de pera, terminará con el tiempo desarrollando una obesidad
en forma de manzana, ya sea mujer u hombre –agregó ella, al tiempo que
ingería el último pedazo de brownie con helado de vainilla y yo los seguía
mentalmente en su trayecto hasta el depósito en las “cartucheras”.
–Creo que deberías aumentar las peras y las manzanas en tu dieta
–agregué tratando de alejar la visión de “cartucheras” que apareció en mi
mente–. ¿Sabías que el mundo produjo en el 2007 unos 47 millones de
toneladas de manzanas, mientras que de peras apenas unos 17 millones
de toneladas?
–¿Y eso es mucho?
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–Pues sí, una pera (o para todo propósito práctico, una manzana)
aporta el 10% de nuestro requerimento de vitamina C y cobre,
aproximadamente el 5% de potasio, manganeso, riboflavina, vitamina B6
y vitamina K. Aunque siempre hay mejor: una naranja aporta más del
80% del requerimiento de vitamina C.
–‘Tons, ¿los gringos echan puro rollo?
–No, bueno, al menos no por culpa de las manzanas (o las peras). En
su favor diría que una sola manzana nos aporta la quinta parte de la fibra
que necesitamos al día pues tienen mucha pectina. Así que, por lo menos
al proctólogo y al gastroenterólogo lo podemos mantener alejado si nos
acercamos a las manzanas. Además contiene toda una serie de compuestos
que previenen enfermedades y que no tienen que ver con calorías ni con
requerimientos diarios, como son los flavonoides, que tienen muchas
propiedades además de ser antioxidantes.
–Y bueno a todo esto, ¿quieres una rebanadita de pay de queso para
tu café?
–¡Qué pasó! Mejor un strudel de pera —¿hay de otro?— para celebrar
el feliz inicio de este texto de divulgación.
Karla Cedano
Agustín López-Munguía
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la información que puede ser silencioso o no; son las mutaciones que
representan una de las formas de la variabilidad de las que hablamos.
Veamos el siguiente ejemplo de una mutación posible. El mensaje al
que se le ha cambiado el tipo de letra, está puntuado, como este texto, con
señales que indican qué leer y hasta dónde leer. El mensaje leído es
traducido en aminoácidos, y se requieren muchos de estos unidos entre sí
para conformar una proteína. Entre sus funciones, las proteínas garantizan
tanto la funcionalidad como la estructura celular. En organismos de
especies emparentadas es frecuente encontrar proteínas que cumplen la
misma función pero que presentan diferencias en su estructura. Una de
esas diferencias puede ser simplemente la longitud, esto resulta de los
signos de puntuación ubicados en diferentes posiciones del mensaje y
que indican al traductor una lectura más o menos corta, produciendo,
por ende, proteínas más o menos cortas (con más o menos aminoácidos).
Es necesario aclarar que en organismos multicelulares no todo lo que es
transcrito termina traducido en proteínas; existen porciones del transcrito
que son eliminadas y nunca forman parte del mensaje final que sí es
traducido. Una fuente de variabilidad muy importante se presenta cuando
un mismo transcrito origina diferentes mensajes (y finalmente proteínas)
al incluir o eliminar algunas de esas porciones de ARN. Esto reviste una
gran importancia como estrategia evolutiva, ya que un mismo transcrito
instruye la construcción de proteínas diferentes; sería como tener en un
mismo libro los textos de El Quijote y La Divina Comedia, intercalados,
en el que, para leer el primero, bastara con empezar en la primera hoja,
pero para leer la segunda obra, habría que saltarse las primeras sesenta
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La transmisión de la información
Los cambios, o mutaciones, a los que hemos hecho referencia líneas
arriba, necesitan ser heredados para que puedan tener un significado
evolutivo. El efecto será de mayor importancia si suficientes miembros de
la descendencia adquieren dicha mutación, y si se producen descendientes
lo suficientemente rápido. Las mutaciones pueden tener efectos
diametralmente opuestos en el destino de los individuos que las presenten.
Supongamos que una de estas mutaciones en el ADN afecta la secuencia
que dicta un aumento en la síntesis de la proteína que da color al pelaje
de una rata de campo. La rata de campo que porta dicha mutación es más
oscura que el resto y, supongamos que por el hecho de ser más oscura, es
más difícilmente localizable por los búhos que se alimentan de ellas.
Solamente por el hecho de escabullirse de su depredador, tiene más
probabilidades de reproducirse, por lo tanto, de transmitir esta
característica a sus descendientes. Si la mutación del ejemplo produjera
la disminución de la síntesis del pigmento, la rata de campo sería más
clara y más fácilmente localizable por el depredador, aumentando las
probabilidades de ser cazada, con lo que se reduce la probabilidad de
transmitir dicha característica a nuevas generaciones.
La transmisión de las características genéticas es garantizada en el
momento de la reproducción de los individuos y, básicamente, son dos
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Sandino Estrada
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¿Qué es la entropía?
Hace algunos años, en una pequeña ciudad del Medio Oeste en
Estados Unidos, se dieron varias protestas en contra de la segunda ley de
la termodinámica. Éstas tomaban su raíz en libros de texto en los que se
enseñaba, tal vez de manera algo desafortunada, la posibilidad de que el
universo termine en una “muerte térmica”; es decir, en un estado carente
de cualquier tipo de estructura, y por lo tanto, de vida. Esto les pareció a
varias almas sensibles una blasfemia hacia un Creador todopoderoso, de
cuya infinita bondad habían logrado convencerse a tal grado que no
podían tolerar la exposición de tales ideas a sus inocentes hijos. Tomaron
por ende las calles, pidiendo que no se enseñaran ya semejantes herejías.
Al enterarse de este extraño suceso, un amigo mío, muy culto pero con
pocos conocimientos de física, me preguntó:
–Y en esto, ¿cuál es tu opinión?
Externé, como me parecía obvio, que en semejantes asuntos no era
posible tener opinión, sino que sólo le quedaba a uno atenerse a los hechos
y a las teorías ampliamente verificadas por la experiencia, como lo son,
muy seguramente, las leyes fundamentales de la termodinámica.
–Pero, ¿no hay posibilidad de tener opiniones propias? ¿No hay
lugar para que cada cual tenga una visión individual de las cosas? ¿No es,
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energía que dio lugar al rápido movimiento de caída del huevo no aparece
en ningún lugar obvio después de que el huevo se estrelle. Resulta que, en
realidad, toda energía que parece perderse se encuentra bajo la forma de
calor, y tiene el efecto de hacer subir la temperatura: el huevo es un poco
más caliente después de estrellarse. En el siglo XIX, Joule hizo un gran
número de experimentos para comprobar esto, y en todos encontró que
la energía mecánica de un kilogramo cayendo de una altura de 425 metros
basta para calentar un litro de agua en un grado centígrado; en otras
palabras, esta energía es siempre la misma cantidad de calor, con lo que
se llega a la idea de que calor es energía, pero en una forma en la que no
se puede aprovechar de manera directa.
–Pero entonces, ¿no será el calor un mero comodín para hacer que la
energía se conserve? ¿No se tratará precisamente de una pura convención
usada entre físicos, pero que no tiene base real?
–No realmente –le contesté–. Estás pasando por alto el dato básico
de que los cambios de temperatura nos permiten medir los cambios de
calor de manera objetiva. No decimos que el calor aumentó sólo porque
perdimos algo de energía: los experimentos de Joule siguieron tanto los
cambios de temperatura como la energía añadida con mucha precisión
para llegar a la conclusión que el calor era realmente la energía faltante.
Ahora llegamos a otra idea esencial: la reversibilidad. Decimos que un
proceso es reversible si se puede recorrer en el sentido opuesto. Dicho de
otra manera, si al pasar el video que se tomó de un proceso dado, no se
puede estar seguro en qué sentido va la película, entonces el proceso es
reversible; si no, no lo es. Abrir una lata de refresco sacudida, por ejemplo,
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no es reversible: nunca sucede que el refresco, del que uno tiene toda la
cara empapada, se junte ordenadamente para entrar en una lata, mientras
el proceso inverso es demasiado fácil de realizar. Por otro lado, dejar que
un gas se expanda, aprovechando el proceso para levantar un peso, es
perfectamente reversible, ya que se puede hacer bajar el peso para volver
a comprimir el gas. Muchos procesos reales son aproximadamente
reversibles. Ahora ya tenemos todos los elementos para definir la
entropía: cuando se pasa reversiblemente de un estado a otro, el
incremento de la entropía es el incremento de calor dividido entre la
temperatura.
–Me pregunto cuál es la ventaja de semejante definición –preguntó
mi amigo–. ¿No basta ya con temperatura y calor? ¿De qué sirve esta
nueva definición?
–Su utilidad es la siguiente: La Segunda Ley de la termodinámica
ahora dice que el incremento de entropía no depende del camino que se
usa para llegar de un estado a otro. En particular, si tengo una máquina
cíclica, la entropía al final de un ciclo es la misma que al principio.
–Tal vez no lo entienda bien –me dijo–, pero me lo estoy imaginando
de la manera siguiente: el calor tiene un “valor entrópico”, que es pequeño
cuando la temperatura es alta y grande cuando es baja. En otras palabras,
puedo sacar mucho calor a alta temperatura por la misma entropía que
corresponde a poco calor a temperatura baja.
–Tienes toda la razón –le dije–, es exactamente como dices.
–Entonces, ¿será posible hacer negocio con el calor, comprando
barato y vendiendo caro? Por ejemplo, podría tomar, al principio de un
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Entropía e irreversibilidad
–Estoy muy contento de volver a verte –me dijo mi amigo–. Desde
nuestra última plática sobre entropía me he quedado con varias dudas,
que me gustaría mucho aclarar contigo.
–Con todo gusto.
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que esta actitud sea absurda, pero entonces también lo sería lo que acabas
de decir.
–De acuerdo, pero esto es más un chiste que una explicación.
–Lo admito. Estoy evadiendo la pregunta, pero más vale esto que
una falsa y engañosa explicación. Sin embargo, en esta evasión, hay ya
varios elementos que entrarían en una respuesta honesta: las decimales
de pi, al igual que la trayectoria de un sistema molecular determinista,
están fijadas de antemano. Por otro lado, tanto ésta como aquéllas son
bastante difíciles de conocer de antemano. Esto es particularmente cierto
para la trayectoria: no sólo depende de las posiciones y velocidades
iniciales de las moléculas con una inmensa sensibilidad, sino que además
se encuentra bajo las influencias incontrolables del entorno. Por lo tanto,
ya que no tenemos modo alguno de predecir esta trayectoria, la describimos
en términos probabilistas, como lo quisiste hacer tú con los decimales de
pi.
–Bien –contestó riendo–, y supongo que vas a decir que para procesos
irreversibles como los que acabamos de platicar, la entropía, que me
definiste en términos de calor y temperatura, siempre sube.
–Es verdad; pero me temo que hoy no tengamos tiempo para
discutirlo: ya son las siete...
–¡Las siete! Con tanta plática se me olvidó una cena a la que tenía
que ir ahora. Perdón, Paco, pero me tengo que ir.
Y se fue, tan apresuradamente que ni notó cómo, al pasar cerca de un
florero de mi casa, lo hizo estrellarse irreversiblemente...
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Entropía e información
Era el cumpleaños de uno de los hijos de mi amigo; mi esposa y yo
nos fuimos a la fiesta. Había gran cantidad de niños jugando, estaba muy
buena la comida, varios de mis amigos se encontraban allí; vaya, todos
nos divertíamos mucho. Al fin, mi amigo, mi esposa y yo nos encontramos
en un lugar un poco apartado, y él retomó la plática interrumpida acerca
de la entropía:
–Me habías dicho que la irreversibilidad se da cuando la entropía de
un sistema sube –empezó–, y habías definido la entropía en términos de
calor que se suma de manera reversible a un sistema: dividiendo el
incremento de calor entre la temperatura en este instante, obtienes el
incremento de entropía, ¿verdad?
–Perfectamente –contesté.
–Lo que no entiendo es el porqué. ¿Por qué debería hacer precisamente
esta extraña operación para descubrir si algo es o no reversible?
–Hay varias maneras de contestar a tu pregunta, pero creo que la
más sencilla es hablar de la conexión entre entropía e información:
cuando sube la entropía, se pierde una cantidad enorme de información
que no hay manera de reconstituir. Pasa un poco como cuando decides,
en un texto que escribiste en la computadora, reemplazar cada ‘mas’ por
un ‘más’, siguiendo los excelentes consejos de quienes saben de acentos.
Cuando te das cuenta de que ahora tu texto tiene palabras como ‘mástil’
y ‘Alejandro Dumás’, el asunto ya no tiene remedio: tienes que volver a
revisar todo el escrito, porque destruiste la información que te permite
distinguir entre las sílabas ‘mas’ y ‘más’. En particular, si buscas ahora
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preguntas que hay que hacer si uno está siguiendo la mejor estrategia
para ello.
–Esto es, precisamente, mi segunda duda: ¿Cuál será una buena
estrategia para lograr averiguar el objeto desconocido lo más rápido
posible?
–Estoy segura que lo podrás encontrar por tu propia cuenta –contestó
sonriendo.
Debió hacer efecto la sonrisa, porque las habilidades deductivas de
mi amigo, que habían sido muy escasas hasta ahora, lucieron
deslumbrantes este día:
–Hagamos un problema bien definido –reflexionó–. Supongo que
has elegido un número entre uno y diez. ¿Qué haré para averiguarlo? Se
me ocurre que hay que preguntar de tal manera que un sí me sea igual de
útil que un no. Por esto, no debo empezar preguntando: ¿es un siete? Un
“sí” sería maravilloso, pero un “no” me dejaría desconsolado. No hay que
arriesgarse tanto. Mejor entonces preguntar: ¿es menor que cinco? Aquí
me da igual si me dices sí o no, en ambos casos gano la misma cantidad
de conocimiento. Por cierto, con un número entre uno y diez, me voy a
meter en líos tontos. Mejor hubiera empezado con un número desconocido
entre uno y dieciséis.
–Exacto –dijo ella–. A ver si realmente lo sabes hacer. Ya elegí un
número. Tienes cuatro preguntas.
–¿Es mayor o igual a ocho?
–No.
–¿Mayor o igual a cuatro?
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–Sí.
–¿Mayor o igual a seis?
–Sí.
–¿Es seis?
–¡No!
–Entonces es siete.
–En efecto. Como ves, has respondido a la perfección a tu propia
duda.
–Sí, pero sigo con otra. El modo más común de transmitir información
son los textos escritos. ¿Podrán aprovecharse estas ideas para decir
cuánta información tiene una novela o un poema?
–¿Por qué no? Basta con averiguar cuántas preguntas son necesarias
para identificar un texto desconocido.
–Ya veo. Ya que el Diccionario de la Real Academia tiene más o
menos 80,000 definiciones, voy a necesitar entre... veamos... diecisiete y
dieciocho preguntas para cada palabra. ¡Guau! Es muchísimo.
–Lo siento, pero no creo que tengas razón: digamos, de la palabra
“mujer” es más probable encontrar voces como “madura” o “hermosa”
que, por ejemplo, “verde” o “metálica”. Esto permite evitar muchísimas
preguntas inútiles.
–¿Cuánta información por palabra tendrá un texto entonces?
–No lo sé. Sería cosa de hacer una investigación lingüística bastante
complicada. Lo difícil en este caso es saber cuál es la mejor estrategia
para adivinar un texto desconocido en el menor número posible de
preguntas. Esto requiere de muchos conocimientos de gramática y hasta
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del tema del texto, que también se puede aprovechar. En todo caso es
mucho menor de lo que se obtiene suponiendo que todas las palabras son
igualmente probables.
–Entonces lo que dices es que un texto normal podría expresarse con
mucho menos signos de los que usamos en el lenguaje escrito.
Así es. Aquí entramos en el tema de compresión de datos, que es de
gran importancia hoy en día, en particular en el Internet: cuando se trata
de transmitir archivos de gran tamaño, es muy ventajoso encontrar
alguna regularidad en ellos que permita comprimirlos para la transmisión.
Esto no es tan importante para textos, pero sí para imágenes...
–Cambiando de tema –dijo mi amigo–, creo haber entendido lo de la
información pero, ¿cómo se usará para caracterizar un sistema físico?
–Creo que esto te toca a ti, cariño –me dijo, como era de esperarse:
yo soy el físico, mientras su especialidad son las matemáticas.
–De acuerdo –intervine–. Si tengo un sistema físico, lo puedo
describir de dos maneras: puedo sencillamente dar una descripción del
tipo que hemos discutido al principio, basada en cantidades como la
temperatura y la presión, que caracterizan el estado macroscópico; es
decir, tal y como lo vemos, sin más detalle que lo que nos es inmediatamente
accesible con instrumentos sencillos, como el termómetro. Por otro lado,
puedo imaginar una descripción del sistema en la que cada molécula tiene
una posición y una velocidad definida con alguna precisión. Ésta no se
puede realmente averiguar, pero sí se puede imaginar. Ahora bien, está
claro que hay mucho más información en esta segunda descripción que
en la primera. Es un poco como en el ejemplo que dabas del texto: cada
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molécula es como una palabra y las que son cercanas se ajustan entre sí,
de modo que no están puestas del todo al azar. De la misma manera que
en el texto hablabas de información por palabra, aquí tenemos la
información por molécula, que resulta ser lo mismo que la entropía por
molécula.
–¿Puedes mostrar esto que dices?
–Lo tengo que pensar. En todo caso no ahora: se trata de algo bastante
técnico, pero déjame ver si alcanzo a explicarlo de manera sencilla...
Y, como la fiesta ya se estaba acabando, mi esposa y yo nos despedimos,
no sin prometernos seguir con esta plática en otra ocasión.
Francois Leyvraz
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gente de aquí las acepte e inclusive las prefiera sobre de otras opciones.
Basta con ir a uno de esos restaurantes para ver las tremendas porciones
que se sirven ahí y cuyo contenido de grasas saturadas y colesterol es
enorme.
Vivimos la era de la globalización, de las telecomunicaciones, de la
clonación, de los viajes espaciales, del SIDA, de las campañas de Estados
Unidos para la conquista petrolera y, por qué no decirlo, la era de la
obesidad, de la ateroesclerosis, la era del colesterol.
Espero que con lo abordado hasta ahora haya cumplido mi cometido
y generado un momento de reflexión sobre este tema tan importante para
la población actual que seguramente repercutirá en el futuro y cuyo
seguimiento nos proporcionará información relevante sobre su evolución,
control y posible disminución. Lo que sigue ahora es que todos y cada
uno de nosotros seamos conscientes de esta “problemática nutricional” y
actuemos a favor de nuestra salud.
Ramiro González
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El café
Cuando Clara y yo entramos al café, había un barullo que sugería que
todas las mesas estaban llenas. Nos gustaba tomar un café expreso
después de la comida y hacía ya un año que frecuentábamos este lugar;
estaba emplazado en un sitio muy agradable, servían buen café y eran
amables. Lentamente, atravesamos el umbral y nos dirigimos a la parte
posterior del establecimiento mirando alternadamente hacia ambos lados
de la sala en busca de una mesa libre, llegamos a la puerta posterior que
comunica con un amplio patio al centro del cual se erigía un gigantesco
magnolio, que en época de floración brindaba un magnífico espectáculo
al adornarse con cientos de flores blancas de gran tamaño y agradable
aroma. Conforme atravesamos la sala hacia el patio posterior, logramos
escuchar algunas palabras de lo que se discutía en las mesas. Junto a la
puerta de entrada, un joven que vestía una exótica camiseta roja, explicaba
a sus dos compañeros de mesa que la investigación científica era vital
para promover el desarrollo del país, que sin ella era muy difícil crear
tecnologías propias. Sus dos interlocutores asentían al tiempo que
esquivaban los ocasionales manotazos que el joven de la camiseta roja
usaba para enfatizar sus oraciones. Noté que uno de ellos quiso intervenir
en la discusión un par de veces sin mucho éxito, ya que el de la camiseta
roja no dejaba de abanicar sus manos y de mover los labios; o estaba muy
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Sandino Estrada
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científicos hoy acepten que los cambios en las especies se producen por
selección natural. Me dijo que esta teoría era muy buena, pero la otra
pieza importante del rompecabezas la desarrolló un monje austriaco,
Gregorio Mendel, quien descubrió que las características de los organismos
se transmiten de generación en generación por medio de “partículas
hereditarias”, lo que hoy conocemos como genes. Lo desarrollado por
Darwin y Mendel dejó prácticamente en segundo plano al resto de las
teorías. Finalmente, la maestra me comentó que ahora lo que falta
determinar es cómo se realiza la selección natural y que hay muchas
teorías al respecto: algunas lo explican a nivel del individuo, otras en nivel
de especies; y Dawkins, quien me dice que a muchos les pone los pelos de
punta, está convencido de que lo que selecciona la naturaleza son los
genes. Noté que la maestra se emocionaba al hablar de él; me explicó que
Dawkins piensa que los genes son inmortales: se copian y heredan de un
cuerpo a otro a través de las generaciones. La maestra me aclaró que lo
que realmente se hereda es la información genética.
”En este punto le dije a la maestra que otra cosa que me intrigaba y
que no acababa de entender era eso del egoísmo de los genes. Me dijo que
la respuesta era simple: para empezar, el ADN guarda las instrucciones
para las herramientas con los que se fabrican todos los seres vivos. Cada
especie tiene su propia forma para utilizar la caja de herramientas. Un
par de cambios aquí y allá, y lo que hubiera sido una iguana termina
siendo un elefante. En los seres multicelulares, todas las instrucciones
vienen en pares: una parte en el padre y otra en la madre, las cuales se
combinan para formar un nuevo ser. Así que cuando un organismo
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–Pues esto se me hace más difícil de entender. Por lo que veo vamos
a tener que averiguar más sobre el asunto, pero ya será harina de otro
costal.
Arnoldo Bautista
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La hora oficial
Era una mañana helada, con neblina; el efímero calor de la respiración
calmaba momentáneamente el frío sobre las mejillas de Cronos Contreras.
Eran las 6:15 de la mañana según su reloj, pero todavía no se asomaba el
Sol. La iglesia en medio del pueblo, a sus espaldas, y las dos maletas a sus
pies parecían indicar que esperaba un autobús.
Mientras esperaba, sus pensamientos volaban y se preguntaba: “¿no
que el Sol sale a las 6:00 a.m.? Yo aquí esperando en plena oscuridad”.
Recordó que iba rumbo a la tierra de los canguros y que en ese
momento en Sidney eran las 17:45. Cronos nunca se imaginó que hubiera
esa transformación de horario oficial, once y media horas de diferencia.
Creía que los horarios estaban definidos cada hora. En eso recordó que la
hora oficial es un asunto de convención, “en Chiapas decían hora de Dios
o de Zedillo para referirse a la hora ‘local’ o a la hora oficial; o quizás a la
hora solar”; pero ¿qué era eso de hora solar? “Si en cada punto de la
Tierra el medio día solar lo define el momento en que la sombra de una
vara vertical es perpendicular a la línea que genera su misma sombra
durante el transcurso del día. ¡Qué trabamentes! Mejor decir el momento
justo en que la sombra de esa vara tiene su longitud más corta. ¿A esa
hora se refiere la hora de Dios? ¡Qué cosa más rara: un horario para cada
punto de la Tierra! De esta manera, cien kilómetros al este el medio día
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solar sucede un poco antes que unos cien kilómetros al oeste de cualquier
punto del país... bueno... por eso se definió la misma hora local para cada
gajo de la Tierra de 15 grados que llamamos meridiano. Así, para cada
meridiano el momento en el que en su centro es la hora solar se define
como la hora local para todo el gajo. Por supuesto la hora local en las
fronteras entre los meridianos difiere una media hora de la hora solar del
sitio. Mientras que la hora oficial es la que define el gobierno de cada país.
Así que eso de la hora es algo relativo, no de la relatividad propuesta por
Einstein, pero sí relativo al lugar donde esté definido el tiempo. Otra
pregunta más compleja, ¿qué es el tiempo?”
Miró una pareja caminando presurosa hacia la obscuridad, hecho
que lo distrajo de tan compleja pregunta y retornó a una más terrenal:
“¿quién necesitó definir un horario para un país? Solamente a los
burócratas o a los comerciantes se les podría haber ocurrido definir una
hora oficial, ya que a los campesinos, a los obreros y a los maestros les
basta con la hora local; a sus parcelas, rebaños, jefes de planta, alumnos
no les interesa la hora de otro lugar más que la suya propia”.
Volteó impaciente a ver si veía las luces del autobús, mientras
continuaba cavilando. “Seguramente los burócratas no querían estar
atentos en la oficina todo el tiempo y pusieron un horario oficial para que
todos ellos en cualquier parte de un país, o nación, trabajaran al unísono
y si el jefe supremo les hablara por teléfono, el burócrata segundón le
respondiera al instante al otro lado de la línea. Esto no pasaría en una
ciudad; tendría que ser un sistema burocrático gobernando una porción
grande del globo terráqueo que necesitara definir un horario oficial y,
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¿Qué es la GFP?
La proteína verde fluorescente GFP (por sus siglas en inglés: Green
Fluorescent Protein) es una proteína cuya estructura semeja a un barril.
Fue descubierta por Shimomura y Johnson en 1962 durante el estudio de
la bioluminiscencia (propiedad que tienen algunos seres vivos de emitir
luz) en la medusa Aequorea victoria. El grupo de Shimomura, al purificar
una proteína llamada aequorin que se encuentra en esa medusa, notó la
presencia de otra proteína acompañante, que era la GFP. Ésta resultó ser
la responsable de la luminiscencia del animal marino.
Sin embargo, no fue hasta 1992 cuando Douglas Pracher reportó el
DNA del gen que codifica a la GFP y, posteriormente, Martin Chalfie, en
1994, logró producir la GFP en organismos que se usan como modelo
experimental como E. coli (bacteria responsable del cólera) y C. Elegans
(gusano hermafrodita). Actualmente la GFP puede expresarse en varios
organismos como plantas y animales, permitiéndonos, por ejemplo, tener
conejos verdes fluorescentes.
¿Por qué brilla la GFP?
Se sabe que la emisión de luz azul de la proteína aequorin estimula a
la GFP, induciendo su excitación y provocando una reacción química en
ciertos aminoácidos de la proteína, que da como resultado la formación
del cromóforo (agrupamiento químico que causa la coloración de una
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Francia García
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Fuera Máscaras
WYSIWYG (se pronuncia Guaisigüig). Todavía recuerdo como si
fuera ayer (la memoria es marvillosa, ¿verdad? Sin duda, mejor máquina
del tiempo que la de H.G. Wells, aunque sólo funcione en un sentido),
leer en un artículo de revista especializada para computólogos, la palabra
más atractiva que hasta entonces había visto... WYSIWYG, el acrónimo
en inglés de Lo Que Ves Es Lo Que Obtienes, que en español sería
LQVELQO (que no se ve nada mal, pero es francamente
impronunciable).
WYSIWYG aludía a un tipo de programas de cómputo que te permitía
ver en la pantalla, en tiempo real, algo muy parecido al documento que
obtendrías en la impresora. Corría el año 1985 y la idea de tener acceso a
un programa de cómputo que te permitiera esto era innovador para
muchos, y aunque para algunos era un desperdicio de recursos de cómputo
(memoria, necesidad de un monitor carísimo de alta resolución y tiempo
de procesador dedicado a la interfaz gráfica); era, sin duda, tranquilizador
para los más. Al fin, podría el usuario no especializado escribir un
documento sin necesidad de utilizar una serie de comandos que le darían
forma en la impresora y le mostrarían cómo se vería impreso. Apple con
el lanzamiento de su Apple Lisa (precursora de la Macintosh), inició con
LisaWrite esta gran idea, allá por 1984. Aunque no fue sino hasta un año
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vez. Pues aunque desde la preparatoria me pintaba “la rayita” (para los
no–expertos, me refiero a esa línea oscura que ven justo en la frontera del
ojo y las pestañas inferiores, paso-de-la-muerte donde los pobres ojos
suelen quedarse con un poco de grasa siempre y ocasionalmente un
pedacito de madera o crayón), so pena de empañar mis lentes de contacto
(y ver menos que sin ellos todo el santo día), siempre fui enemiga de “las
plastas color carne” que transformaban a adolescentes pecositas y
“barrientas” en rostros perfectos a lo lejos, y en máscaras “olor a señora”
de cerca. Mi convicción de no usar maquillaje y pasar horas frente al
espejo en la trasnformación milagrosa, era doble. Por un lado, el daño
que tanto producto haría en mi piel; pero más importante aún, el depender
de todo ese arsenal diariamente, para evitar que los demás me vieran au
naturelle, me parecía terrible. Y sí, nunca faltó el día en que a alguna
compañera se le hacía tarde, llegaba con la cara lavada y en los pasillos de
la prepa (la universidad, el trabajo, la oficina... “¡ah, qué buena medicina!”),
se escuchara: “es Fulanita, ¿qué le pasó?, ¡qué bárbara, que ojitos tan
chiquitos!, ¡qué colorcito, que se asolee!”. Yo, por lo menos (valiente
consuelo), era la misma descolorida ojos chiquitos, todos los días, what
they saw, they got! (¡lo que veían lo obtenían!)
Hace un año, en un ciclo de conferencias sobre transparencia,
mientras escuchaba al Consejero Presidente del Instituto Morelense de
Información Pública y Estadística dar ejemplos sobre lo que las iniciativas
pro–transparencia habían aportado al gran público y por tanto a la
democracia, recordé mi palabrita, WYSIWYG. A primera vista, el concepto
de Transparencia, de mostrar lo que hay, parece ser un quitar maquillajes,
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nos ponen sobre la mesa. Pidamos ver más y conocer mejor, pero también
tomémonos el tiempo para construir conocimiento a partir de esos datos
y cifras. Ahondemos en lo que realmente se hace con el erario público,
caso por caso, peso por peso, casilla por casilla y, ¿por qué no?, voto por
voto, pero de manera conectada, integral, causal y concordante. El
argumento de lo caro que puede ser conocer esos datos, cuando la
tecnología de la información ha evolucionado al grado de hacer posible
que nos contactemos en fracciones de segundo con el resto del mundo y
que manipulemos grandes cantidades de información de fuentes diversas
en Internet, se cae no sólo desde el punto de vista tecnológico, sino en
términos de costo-beneficio. El valor de mantener informada a la
población, de fomentar la participación social en todos los órdenes y
niveles de gobierno es muy superior al costo de desmaquillar rostros,
transparentar procesos y hacer responsables a los administradores
públicos de las decisiones que toman día con día.
Porque un mundo mejor es posible: ¡Fuera máscaras!
Karla Cedano
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El remolino9
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¡Así era su vida, un remolino a 100 por hora! Así era también el
cariño que “sus ejidatarios”, su familia y sus compañeros le profesábamos,
y así la admiración por su amor al trabajo, a la tierra y a los suyos.
Mientras sentía que el peso de la tristeza se iba apoderando de mí, se
agolpaban en mi cerebro los frecuentes y agradables recuerdos de los
muchos viajes que hicimos a su amado desierto. Comencé a hurgar en
aquellos recuerdos…
Vi mi reloj y eran las cinco y media de la mañana. Mientras saboreaba
mi taza de café, oí el claxon de Juan José. Subí a la camioneta y me
acomodé en el asiento, mientras sentía el suave calor que emanaba de la
calefacción de la arcaica Ford.
–¿Cómo amaneció, Doctor? –me saludó.
–Bien Juan José, ¿cuál es el programa para hoy?
–Doctor, tiene usted muy buena suerte –me comentó–. Va usted a
tener una rara oportunidad que el desierto de Chihuahua nos deja ver
muy de vez en cuando. La semana pasada llovió después de cinco años;
verá usted cómo estas tormentas de verano reviven el terreno con
extraordinarias flores de colores de los nopales, magueyes, cactus y
lechuguillas. Es de otro mundo.
Media hora después de viajar por la carretera rumbo a Ojinaga, por
supuesto a más de 100 kilómetros por hora, entramos a un camino de
terracería. Efectivamente, comenzamos a deleitarnos con exóticas flores,
brotes y un verdor donde rara vez se veía antes. A cada momento el Ing.
Oñate paraba su camioneta para enseñarme esto y aquello.
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verlo para creerlo. Ahora, con la cosa del dinero, ni se preocupe, ¡ya hablé
con la gente! Están todos dispuestos a poner mil pesos cada uno, así que
solo me faltaría poco más de veinte mil. ¡Como quiera le hacemos,
Doctor!
–Pues, Juan José, me da gusto darte la buena noticia: El Consejo de
Energías Renovables nos dio ya el visto bueno. Como ya te había explicado,
el proyecto que propusimos va a dar como resultado el primer equipo
comercial que se fabrica en el mundo para producción de hielo basado en
energía solar; realmente estamos muy orgullosos que se vaya a instalar
aquí en Chihuahua, precisamente en tu querido ejido Chorreras. La
semana pasada recibí el proyecto ejecutivo realizado por la compañía
Sunwise y observé que está diseñado con un generador de hielo que
regularmente utilizan barcos pesqueros acoplado a un banco de celdas
solares para la generación de energía eléctrica. Adicionalmente, tiene la
capacidad de trabajar con gas, por si se da el caso de que no haya sol por
varios días. Por esto le denominan un proyecto híbrido. Nos confirman
que el costo es de 150,000 dólares. Afortunadamente, conseguimos una
donación de 70,000 dólares del Estado de Nueva York y otros 40,000 de
los Laboratorios Nacionales Sandia en Albuquerque. Adicionalmente,
hace unos días también me autorizaron 30,000 dólares que el Gobierno
del Estado y el Gobierno del Municipio de Aldama van a invertir y, por lo
visto, los 10,000 dólares que tienen que poner los ejidatarios ya casi lo
tienes resuelto; esto es importante, ya que es una forma de que la sientan
de su propiedad y la cuiden…
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Arnoldo Bautista
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Carta a la abuela
Cuernavaca, Mor. a 16 de junio de 2006
Querida abuela:
Muchas gracias por los libros que me mandaste y por tu preciosa
carta donde me cuentas las últimas noticias del campo de la astrofísica.
Coincido plenamente contigo en que no hay que preocuparse por la
muerte térmica del universo. Además, como dijimos alguna vez, si nos
toma por sorpresa nos vamos a Mérida con mi tío Luis, y ni cobija
necesitaremos (¡ji!, ¡ji!).
El sábado pasado fui a mi taller de escritura (ya te he contado, ¿no?)
y prometí que esta vez voy a escribir un artículo de divulgación. ¡En que
lío me he metido! Tras mucho pensar, elegí un tema: hablaré de la Teoría
de la Evolución. ¡Sabes que me fascina! Como dijo Dobshansky: “Nada
tiene sentido en biología si no es a la luz de la selección natural”. A pesar
de esto, muy poca gente, aun entre los biólogos, tiene una idea clara de
qué es la selección natural.
El dictum básico entre los divulgadores es que uno debe de explicar
con el vocabulario y la sencillez necesarias para que pueda ser entendido
por su abuelita. En mi caso sería demasiado fácil, pues me tocó tener una
abuela singular: no se me olvida como tú, cuando yo tenía doce años, me
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leías “El origen de las especies”, en el que Darwin propuso por primera
vez su teoría de la evolución. Por eso creo que para mí el reto es más bien
otro: tratar el tema con suficiente cuidado para que no llegues a
avergonzarte de tu nieto. ¡Algo bastante más difícil!
Según yo, el principal problema que la gente tiene con la selección
natural es que parece increíble que algo tan simple pueda explicar cosas
que parecen tan complejas, cosas para las que antes la única explicación
viable era Dios. Como decía Paley, si al caminar por la playa nos
encontramos tirado un reloj, lo último que se nos ocurre es que no haya
sido creado por alguien inteligente y capaz. De igual manera, si vemos la
perfección de cualquier animal (digamos un ratón) y observamos el buen
diseño que tienen todas sus partes (por ejemplo, sus ojos), parece increíble
que esto pueda ser generado por un proceso azaroso, carente de inteligencia
e intención. No me cuesta trabajo ponerme en el lugar de los escépticos,
ya que yo mismo no dejo de maravillarme de lo complejo y diverso que
son los seres vivos, y de cómo su eficiencia y habilidades supera por
muchísimo lo que nuestra tecnología puede lograr o imaginar. (Te aclaro
que no me estoy volviendo creacionista; sólo digo que no me extraña que
quienes no entienden el poder de la selección natural se sientan más
cómodos con un ser omnisciente como explicación).
En general, el conocimiento científico no es fácil de comunicar,
porque, como tú bien sabes, suele ir en contra de la intuición. (Después
de todo, si nuestras intuiciones solieran ser correctas, no haría falta la
rigurosa y exasperantemente minuciosa práctica de la ciencia). Pero
resulta más fácil convencer a la gente de algunas verdades científicas que
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de otras. Decía Santo Tomás que “hasta no ver, no creer”. Las leyes de
Newton son un prodigio de síntesis, y fueron, sin duda, bastante ajenas a
la intuición (¡en cuatro mil años de historia, a nadie más se le ocurrieron!);
pero para convencer a cualquiera que haya terminado la secundaria,
bastan una o dos demostraciones sencillísimas, que podrías montar hasta
en la sala de tu casa. En cambio, no observamos la evolución, la inferimos,
y parece imposible hacer una demostración equiparable de tipo
“escolar”.
Claro que los humanos a menudo realizamos experimentos de
evolución (de hecho, los mejoradores agropecuarios no podrían vivir sin
ellos, y te aseguro que aun la gente de la calle los practica sin saberlo);
pero el problema es que estos son tan breves que sus resultados parecen
demasiado modestos como para servir de explicación a la prodigiosa
complejidad de los seres vivos. Se necesita una enorme imaginación para
concebir lo que puede pasar si extrapolamos los resultados obtenidos en
uno de estos experimentos a los cuatro mil millones de años que lleva
existiendo la vida.
Alguna vez, citando a Einstein, me dijiste que no hay nada más
poderoso que el interés compuesto. Recuerdo que yo apenas tenía ocho
años y tú, haciéndome una impresionante demostración con tu
calculadora, querías embaucarme a que te prestara mis ahorros con
réditos. (¡Por suerte para ti, abusiva, yo fui tacaño; si no, hoy me deberías
más que el producto nacional bruto!) Bueno, pues según yo, la selección
natural tiene el mismo poder que el interés compuesto. Y no es extraño,
porque en ambos casos una generación parte de lo que la anterior
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fuerte, listo, rápido, etc. Es decir, con las características que el humano
considera virtudes. Pero no veo por qué no pueda ser el más cobarde, o el
más deshonesto, o el más pequeño, quien acabe reproduciéndose más.
Todo está en que en su medio ambiente (biológico, social, cultural) le dé
mayor probabilidad de llegar a la edad reproductiva, o de copular más
veces (sé que esta palabra ofende vuestro virginal pudor, mi dulce
doncella, pero no se me ocurre otra, así que tendréis que aguantaros), o
de tener más descendientes por cópula. Como dice el “buen libro”: creced
y multiplicaos.
Otro error común propiciado por las definiciones simplistas es el
creer que porque los cambios son al azar, la evolución es como una lotería.
Si fuera una lotería, la vida no existiría: simplemente no es posible
comprar suficientes boletos, pues ni con millones de billones de trillones
de intentos se alcanzaría una probabilidad significativa de que al azar se
junten los elementos mínimos para lograr un ser vivo. Es una lástima que
Borges no se hubiera interesado en la evolución, pues nadie sería mejor
que él para explicarla. Borges tiene un cuento (seguro lo conoces) donde
plantea que cien chimpancés tecleando sobre cien maquinas de escribir
—en un tiempo menor que la eternidad— terminarían por escribir todos
los libros posibles; tanto El Quijote con todas sus comas, como el Principio
Matemático de Newton, como los libros más tristes, o los más espantosos,
o los más vanos: ¡todos los libros pensables! No sólo los que conocemos,
también los que algún día escribirán autores que aún no han nacido, y los
libros que jamás serán escritos. Y en esa infinita colección de textos habría
pequeñas y grandes variantes de cada libro; algunas, la mayoría,
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totalmente incoherentes, pero otras muy superiores aún que los libros de
Cervantes o Newton. La idea es maravillosa (¿estará allí mi futuro artículo
de divulgación?).
Aterricemos. Te menciono a Borges porque los genomas de los
organismos –el tuyo y el de la mosca, el de la paloma y la bacteria–son
como libros, pero quien los teclea no lo hace sin método alguno: lo hace
copiando minuciosamente el libro de nuestros padres. Al copiar se
introducen por error pequeños cambios, las mutaciones, y por eso en
cada generación aparecen nuevas posibilidades. A diferencia de los
chimpancés de Borges, en este caso la inmensa mayoría de los libros
producidos son altamente sensatos. En rarísimas ocasiones puede no ser
así (¡bien conoces el poder destructivo de un punto y coma mal colocado!);
pero casi siempre las copias son legibles, entendibles, buenos manuales
para construir un organismo muy parecido en apariencia y aptitudes a
como hayan sido sus padres. Si alguna de esas mutaciones —un artículo,
un plural, un mejor adjetivo— hace a su portador reproducirse más, en la
próxima generación el artículo o el adjetivo quedará y será parte de la
memoria histórica de la especie.
Así, poco a poco, los libros van cambiando, se van diferenciando
de otros textos que heredaron, por otros linajes, cambios distintos. A la
par (o más bien, en consecuencia de ello), los organismos portadores de
esos textos se van pareciendo cada vez menos, en forma y habilidades, a
sus ancestros o a sus primos. En lo sutil de los cambios radica, en parte,
el poder de la selección natural: no pierde el tiempo explorando
posibilidades insensatas: se mantiene siempre cerca de lo que ha
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Alejandro Garciarrubio
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sabía que esa parte se llamaba Promotor. Pero, ¿qué tenía de especial ese
lugar?, intuía que el saberlo sería pieza clave en su escape.
La clonación fue terminada y el agente fue atado otra vez a las
histonas, quedando inmóvil.
Después de recuperarse del proceso de clonación, empezó la búsqueda
del Promotor a lo largo de su cuerpo, hasta encontrarlo y darse cuenta
que las ataduras en esa parte eran débiles, pero él solo no podía liberarse,
necesitaba la ayuda de alguien con la capacidad de tomarlo del mismo
lugar y que estuviera de su lado para liberarlo.
Lo primero que tenía que hacer era liberarse de esas enormes cadenas
que lo aprisionaban, las histonas, luego tendría que encontrar la forma de
disminuir su tamaño para poder atravesar la pared del núcleo a través de
los poros, ya que su tamaño actual se lo impedía y, finalmente, tendría
que disfrazarse para que los centinelas del citoplasma, las DNAsas,
quienes lo desintegrarían al instante, no lo reconocieran.
Un día, de pronto llegó una doctora a visitarlo; resultó ser una agente
infiltrada que trabajaba para la misma organización que él: la síntesis
proteica. La doctora era conocida como RNA Polimerasa. Su misión
consistía en hacer lo necesario para que él pudiera escapar del núcleo con
el código genético intacto. Se decidió someterlo a cirugía plástica y quitar
una cadena de su cuerpo para disminuir su tamaño a la mitad y, con ello,
poder escapar del núcleo a través de los poros; también cambiarían todas
las timinas de su cuerpo por uracilos, así, las DNAsas no los reconocerían
y podría viajar libremente por el citoplasma. Un sólo error haría que toda
la misión fuera un fracaso, ocasionando que el “código genético” se
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Dayanira Paniagua
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A las Seis
¡Talán! ¡Talán! Escucho a lo lejos el sonido familiar. Lejos y
amortiguado, como en sueños, con esa sensación desorientada, aletargada,
en medio de un instante de sobresalto, ¿dónde estoy? Y recuerdo.
Recuerdo ese primer destello de luz, ese entreabrir los ojos, sin lograr
distinguir gran cosa, esa humedad helada que lastimó mi cabeza y a falta
de palabras que describieran la confusión, el dolor, el sobresalto, proferí
un grito agudo, chillante, irritante.
¡Talán! ¡Talán! El sonido es más fuerte, un poco más claro, pero
igual de confuso e intrigante, ¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo la
emoción, el barullo, el tumulto. Recuerdo cómo la mar de chicos, todos
iguales, misma ropa, mismo peinado, mismo olor a limón, me absorbía,
me engullía, me atrapaba. Recuerdo su mirada vidriosa, su sonrisa
forzada, sus gritos de ánimo que sonaban falsos, tristes, valientes.
Recuerdo el dolor lacerante en el pecho, que subía por la garganta,
calentando mis mejillas, humedeciendo mis ojos.
¡Talán! ¡Talán! Ahora el sonido es claro, vibrante, lleno de vida, de
esperanza, traspasando mi cuerpo, haciéndome vibrar emocionado,
¿dónde estoy? Y recuerdo. Recuerdo el nerviosismo, la ansiedad, la espera
que termina, la familia contenta a mi alrededor. Recuerdo la secreta
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Karla Cedano
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Apasionadamente
Desde el otro lado del pasillo me observaba fijamente, no perdía
detalle de mí. Por momentos era incómodo sentirse observado de ese
modo. Yo nunca cedí ante la presión de su mirada insistente, y me
concentraba en mi actividad. Los demás no parecían notar el hostigamiento
del que yo era objeto. Comenzaba en la mañana, cuando la luz se abría
paso entre la penumbra, primero un delgado haz de luz del día, luego la
luz artificial lo llenaba todo con su tono frío y un barullo que llenaba el
ambiente permanecía hasta que la oscuridad llegaba de nuevo.
Fue hace dos colecciones que todo esto comenzó, recuerdo el
momento. Llegó desde otro piso y se instaló allí, en el puesto que le fue
asignado del otro lado del pasillo. Yo ocupaba mi lugar desde hacía
mucho, fui de los primeros en llegar y, a pesar del tiempo y de los últimos
cambios, nunca me moví.
Yo no podía revelar este sentimiento de persecución, ¿cómo probar
que me observaban constantemente? Tampoco podía afrontar
directamente a mi observador, se daría cuenta que lo había descubierto.
Así, en cambio, podía tratar de conocer sus intenciones.
Su mirada dejó de pesarme justo después del cambio de colección; a
pesar de que sabía muy bien que, desde el otro lado del pasillo, mi
observador seguía atento a mis movimientos. Sin darme cuenta, dejé de
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La duda persiste, no puedo olvidar, ¡no quiero olvidar! ¿Es acaso tan
fácil desechar uno y remplazarlo por otro? Por más que quiero no logro
saber si sigue del otro lado del pasillo. Saber que se ha ido me tranquilizaría
tan sólo un poco, ya que podría decir que le es imposible seguirme
admirando. Por el otro lado, si siguiera allí, se fundamentarían todos mis
temores. Como quiera que fuera, debiera tratar de hacerme llegar una
señal, un indicio, algo que me permita mantener viva la esperanza del
encuentro casual en el pasillo.
Fidelidad, eso es todo lo que exijo de un acompañante. ¿Soy su objeto
de admiración? Yo no se lo pedí, sin embargo, al aceptarlo como admirador
tengo el derecho de exigir fidelidad. A partir de ese momento nos debemos
el uno al otro. Es cierto, todavía no se había dado el inevitable encuentro,
pero ya todo estaba escrito, ya nos habíamos aceptado.
El cambio de colecciones parecía eterno, no sé cuántos más vinieron,
y nunca más me sentí bajo el escrutinio ocular que caracterizaba a mi
admirador. Nunca lo perdoné tampoco. Entonces ocurrió el gran vendaval,
los vidrios volaron en mil pedazos, las astillas se incrustaban perforando
la ropa que lucía en ese momento. El ruido ensordecedor aumentaba la
confusión, y la vorágine de prendas y papeles hacía torbellinos mi destino.
Me sentí levitar y girar golpeando cuanto había a mi alrededor, era tal la
velocidad con la que volaba que era imposible distinguir contra qué
chocaban mis extremidades, cada impacto desprendía un pedazo de las
mismas de modo que pronto me encontré reducido al tronco cubierto con
jirones multicolores. Súbitamente caí; mi cabeza se separó del tronco y
rodó hasta detenerse al pie de lo que quedaba de un pedestal. ¡Qué ironía!
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Del otro lado del pedestal reconocí la mirada llena de admiración que
había decidido ya no perdonar. El vendaval lo había tratado mejor que a
mí, no había perdido más que dos extremidades y todavía vestía el traje
de baño que exhibía en la vitrina que daba a la calle. Nuestras miradas se
cruzaron al fin, dejé que admirara lo que quedaba de mí y nos entregamos
en silencio el uno al otro, fielmente, en el pasillo que uniría nuestros
destinos.
Sandino Estrada
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Amor procario
Zozobra era la palabra que mejor describía su estado de ánimo,
abandonada a sus emociones en el medio acuoso.
–¡¡¡Escherichia!!! –se escuchó entre el permanente murmullo que
generaba el vaivén turbulento del agua.
Pero ella no podía oír. A lo lejos, con un infinito número de moléculas
de agua de por medio, aunque a sólo unos milímetros de distancia, otras
como ella continuaban con su tarea reproductiva. Hubiera querido
acercarse a las demás, mas la falta de flagelo se lo impedía. Pensó en la
posibilidad de encontrar una superficie sólida donde fijarse, pero recordó
lo deprimente que resulta ser parte de una colonia y vivir en un
conglomerado entre millones de la misma especie, habitando un mundo
sin limitación de nutrientes, apelmazada en monótonas montañas
celulares extendidas hasta el final del mundo; del mundo plano de la caja
petri.
–¡No te alejes del azúcar! –le gritó entre los sonidos del agua. Aunque
sabía que a ella sólo le interesaban los mensajes químicos. Y además,
¿para qué querría alejarse? Ninguno de sus organelos almacenaba el tipo
de recuerdos de los que obligan a huir o al menos a emigrar. El deseo era
más bien una necesidad suya que había decidido olvidar. Ella no podía
estar abrumada por recuerdos del pasado; por ejemplo, el de la vida en
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nombres, gozar o sufrir con ellas o, lo que es peor, pedirles favores, como
que crecieran rápido para que mi maldito asesor pudiera publicar mi
trabajo!
Entre las bacterias volvió a ver su rostro indiferente, frío, incapaz de
amar, interesado sólo en seducciones: “¡como una pinche bacteria!”, se
dijo.
–Tienes que salir del laboratorio, Gina, y ya no grites –ordenó el
joven de la bata blanca, mientras su colega la tomaba por el brazo–. Hay
instrucciones del Doctor de que no te dejemos entrar más. Estás fuera del
proyecto y necesitas buscar ayuda.
Retiró los ojos del microscopio. De cualquier forma ya no podía ver
nada. Tenía el rostro bañado en lágrimas y sólo alcanzó a decir entre
sollozos:
–Ya voy; y no me digas Gina, me llamo Escherichia.
Agustín López-Munguía
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Según me acuerdo
Aunque algunos sostienen que hubo indicios anteriores, la mayoría
recuerda que la crisis comenzó exactamente en esa famosa semifinal entre
rojos y azules. Después de hora y media de deslucido futbol lleno de
errores, el marcador estaba cero a cero. Cuando sonó el silbatazo final, los
seguidores de ambos equipos pensaron con alivio que pronto habría una
resolución, por desfavorable o arbitraria que fuera. Tocó al jugador
número seis de los azules tirar el primer penal de la serie. Habiendo
elegido la esquina superior derecha para colocar su tiro, con un leve
quiebre de su cuerpo, engañó al portero, quien se lanzó anticipadamente
hacia el extremo opuesto. Sorprendentemente, el balón salió curveado,
picó a no más de tres pasos al frente de la portería y con un extraño rebote
voló por arriba del marco. Al instante, un sentimiento de fatalidad se
apoderó de los azules. En cambio, el público de los rojos no cabía en sí de
entusiasmo. El silencio regresó al momento, mientras miles de ojos
observaban atentos el primer tiro de los rojos. El portero azul sudaba frío;
de hecho, ni siquiera se movió; sólo reaccionó después de que,
milagrosamente, el disparo se perdió entre las gradas. El público aullaba.
Se alternaron más tiros de azules y rojos, pero seis penales después el
marcador seguía cero–cero. La histeria había invadido el estadio. En el
canal 16 de la televisión, el famoso narrador de partidos gritaba fuera de
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por ansia o morbo, ¡todos querían presenciar el esperado gol que rompería
aquella absurda racha! Por otro lado, toda la programación televisiva se
dirigió a la cobertura del fenómeno: los noticieros, con su desfile de
entrevistados, se convirtieron en un circo de tres pistas; los futbolistas y
sus familias se volvieron los personajes de los reality shows; y hasta las
telenovelas re-grabaron escenas y capítulos enteros para reflejar la
problemática actual. Los ratings alcanzaron niveles récord.
El resto de la economía nacional tuvo menos suerte. A través de su
Secretaría de Gobernación, el gobierno, preocupado, ofreció becas y
premios a quien pudiera encontrar la explicación al fenómeno. Los
científicos del país, con su usual determinación, sometieron a jugadores,
canchas, y balones a los más exhaustivos exámenes. Los biólogos
propusieron que había un extraño virus que afectaba el control neuro–
motor de los futbolistas. Los psiquiatras hablaron de psicosis colectiva.
Los físicos inventaron complicadas hipótesis que implicaban al hoyo de
ozono y las explosiones solares como posibles causas para las trayectorias
erráticas de los balones. Los matemáticos fueron más allá y demostraron
que, con base en las teorías del caos, el fenómeno no sólo era lógico, sino
inevitable. Ideas y experimentos fueron y vinieron, pero de ninguna forma
pudieron dar cuenta de los siguientes hechos: que fuera de las fronteras
del país el futbol seguía siendo el mismo, y que en las “cascaritas” callejeras
los goles caían con su ritmo habitual.
Si la ciencia no podía explicar lo que pasaba, la religión y la fe no
podían cruzarse de brazos. Las autoridades eclesiásticas, de los más
diversos cultos, aprovecharon la oportunidad para extender sus alcances,
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Alejandro Garciarrubio
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Aparentemente
Estamos en el vestíbulo, agotados y hambrientos, discutiendo dónde
ir a comer, cuando, al verte entrar, te descubro. Detrás de tu andar
cansado, el cabello recogido y las gafas caídas percibo algo que acelera mi
pulso y me obliga a mirar hacia otro lado.
Somos, en todo el grupo, las únicas dos personas que en los descansos
buscan algún lugar tranquilo para leer. En esta semana te he observado
en mil instantes, de lejos, detrás de las páginas, con el temor de que me
descubras. No me atrevo a distraerte, ni a alterar esa imagen perfecta: tú
y tu libro, tu libro y tú. Miro cómo tus manos sostienen y acarician las
páginas y, en represalia silenciosa, dirijo toda mi atención a la novela. El
resto de la gente nos supone presas de la arrogancia, de una falsa
intelectualidad. Sin conocer tus razones, sueño con que sean como las
mías, más producto de la pasión que produce la lectura, que de las banales
suposiciones de los demás.
Llevamos quince días de trabajo intenso, hemos cruzado unas cuantas
palabras, y siempre me cautiva tu sonrisa tímida, tus ojos inmensos y tu
conversación escasa y precisa. Sigo perdiendo la respiración cuando
compartimos el ascensor, situación frecuente gracias a que somos
huéspedes del mismo piso. Me sorprende descubrir que, a pesar de la
distracción que me impone tu presencia, el trabajo conjunto es productivo.
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Karla Cedano
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Temalcachtli Apozonalli
–––––Mensaje original–––––
De: Eusebio Occulte [mailto:euso1953@yahoo.com]
Enviado el: Jueves, 08 de Diciembre de 2005 01:00 p.m.
Para: mardol_89@hotmail.com
Asunto: Llegué bien
Hola, mi amor. ¿Cómo te has sentido? ¿Cómo sigue el dolor? ¿Has
podido dormir? Espero que hayas mejorado.
Llegué bien, aunque un poco cansado. Veinticuatro horas de viaje y
dos trasbordos no son poca cosa. Sin embargo, parece que empecé con el
pie derecho. En la última parte del viaje compartí el asiento con un señor
que se presentó como Ignacio Cruz. Es un campesino que conoce bien la
zona a donde voy. Cuando le platiqué el motivo de mi viaje, me dio algunas
señas que quizá me ayuden. Pero no sólo eso, me invitó a quedarme en su
casa. Obviamente, primero me negué, pero después de conversar por más
de una hora y ante su insistencia (y lo recortado de mi presupuesto),
finalmente acepté.
Llegamos ya casi en la noche de anteayer (martes 6). Después de
bajarnos del autobús, caminamos una media hora hasta la casa del Sr.
Nacho, como lo llaman todos por aquí, incluyendo a su esposa. Su casa
está prácticamente en las afueras del pueblo. Es una casa humilde pero
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limpia y ordenada, con tres piezas y sólo los muebles más indispensables.
El piso es de tierra y el techo de teja. El Sr. Nacho me presentó a su familia:
Eduviges, su esposa; Doña Mercedes, mamá de ella, y Sofía, su hija mayor,
viuda y con un hijo de 10 años. Todos me saludaron muy amables. Durante
la cena me comentaron que dos hijos más estaban en Estados Unidos.
Sirvieron frijoles con epazote, tortillas y un café, que a mí me supo a
gloria, tal vez porque desde Zacatecas no había comido nada. El Sr. Nacho
me puso un petate en la cocina y me dio una colchoneta. Esa noche dormí
como un lirón.
Temprano, al otro día, vi al Sr. Nacho poner el agua para el café. Mi
reloj marcaba las 5:30 de la mañana. Me levanté y conversamos por un
rato. Me dijo que tenía que hacer algunas cosas en la labor, pero que más
tarde me acompañaría al centro para ir al mercado. Ahí él conocía a una
señora que de seguro nos indicaría cómo hallar a la persona que
buscaba.
Esperé con impaciencia y, ya entrada la mañana, apareció el Sr.
Nacho. Nos fuimos de inmediato rumbo al pueblo. Después de caminar
un rato llegamos al centro, donde se encontraba el mercado. La señora
resultó llamarse doña Ludivina y vendía hierbas medicinales. Le expliqué
que me habían dicho que aquí, en Naltzopet, podría encontrar al Sr. Jesús
Namahc; le pregunté si ella lo conocía. Poniendo cara de sorpresa nos
dijo que sí, que ella conocía a ese señor, que él le vendía algunas yerbas
difíciles de encontrar y todo mundo le decía Don Jesús. “Sin embargo, él
vive en el monte, en la montaña”, comentó. Nos dijo que ella no sabía
cómo llegar. Finalmente, explicó que el sábado probablemente iría a
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está haciendo pero parece le va llevar más tiempo del que pensaba, que
no se desespere. También me pidió que le preguntara si usted sigue bien
y que si no ha habido complicaciones. Finalmente me encargó que le
deseara una ¡Feliz Navidad!
Saludos cordiales,
Guadalupe Rubio.
–––––Mensaje original–––––
De: Eusebio Occulte [mailto:euso1953@yahoo.com]
Enviado el: Viernes, 23 de Enero de 2006 07:00 p.m.
Para: mardol_89@hotmail.com
Asunto: ¡Buenas Noticias!
Hola, mi amor. Me disculpo por no escribirte durante todo este
tiempo, pero tuve que dejar Naltzopet y ya no tuve forma de comunicarme.
Aunque al principio tuve un gran susto, creo que tengo buenas noticias.
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que había pasado, te envié un recado con el Señor Lupe Rubio, que fue
quien me trajo con Don Jesús. Me dicen que tuve mucha suerte, porque
pocas personas se salvan de una mordedura de coralillo.
Los días siguientes, aunque acostado, pude ver a Don Jesús en acción.
Toda clase de gente y de todas edades venían a consultarlo con todo tipo
de enfermedades. Él las escuchaba con mucha atención, hacía unos ritos
extraños y les recetaba que tomaran o se aplicaran yerbas u otros remedios
más complicados. Ya cuando me puede levantar, empecé a platicar con la
gente que atendía. Me enteré de cosas sorprendentes que según decían
había hecho y que parecían de cuento, ¡de milagro! Platiqué mucho con
él y, aunque era una persona sumamente sencilla, poco a poco me fui
dando cuenta de la experiencia y sabiduría que dejaba salir en cada
pensamiento, incluso en cada movimiento.
Me acomedía en ayudar a Don Jesús en todo lo posible, pues me
sentía una carga y no quiso aceptar el dinero que le ofrecí. En cambio, él
me explicaba todo lo que hacía: el uso de sus herramientas curativas, el
poder medicinal de las plantas, las leyes sagradas. Poco a poco me fue
hablando de cómo afinar los sentidos, dónde encontrar los centros de
poder del cuerpo, sobre el manejo de la sonrisa interior, cómo tomar
tierra, cómo usar el péndulo, etc. A veces me daba oportunidad de
participar en las curaciones. Creo que le caí bien, porque la relación se fue
dando rápidamente pero de manera muy natural. Me decía que yo tenía
“el don”. Me siento muy raro. Después de haber sido un combatiente
feroz de esto, que yo consideraba como superchería y fraude; después de
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ser un ultra escéptico, ahora, Dolores, estoy convencido que nos puede
dar la respuesta que andamos buscando.
Finalmente, después de varias semanas, me animé a comentarle
sobre el motivo de mi viaje. Más que otra cosa, lo que me había detenido,
a pesar de mi apuro por tu problema, era la posibilidad de recibir una
negativa y que se esfumara mi esperanza. Le expuse lo de tu enfermedad
y lo que los médicos nos dijeron. Le dije que alguien nos había hablado de
unas esferas de ámbar y nos había dado su nombre.
Don Jesús sólo dijo pausadamente, “temalacachtli apozonalli, las
canicas de ámbar: de nada sirven si no se tiene la fe, aunque sepas la
habladera”. Con movimientos lentos se quitó una bolsita pequeña de
cuero que llevaba alrededor del cuello junto a un collar de caracoles, la
puso en su altar de lino negro y extrajo unas piedras pequeñas, pedazos
de cristal, unas hojas, un pedazo de corteza, unos trozos pequeños de
piel, dientes, unas garras y finalmente las temalacachtli apozonalli. Eran
diez en total.
–Las recibí de mis antepasados –dijo el anciano–, ellos venían de
Tzinacantan. Se usan sólo para los casos perdidos y deben ponerse uno
en cada centro de poder del cuerpo del enfermo. Debes aprender a usarlos
en tu persona antes de usarlos en otros. Recibirás una señal cuando sea el
momento.
Practiqué por varios días las instrucciones que me dio Don Jesús.
Buscaba concentrarme enérgicamente en la entidad interior, el “dejarse
ir” como decía Don Jesús. El ritual era largo, se requería colocar las
temalacachtli apozonalli en los lugares precisos, decir una “oración”
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Arnoldo Bautista
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La máscara o
El desierto que viene
–Perdón, joven: ¿Cómo llegamos al desierto?
–¡Para allá vamos! No tienen más que sentarse a esperar.
–Lo siento, no le entiendo; ¿quiere decir: sentarme a esperar algún
autobús? Es que nos dijeron que de aquí del centro de Torreón cualquiera
podría indicarnos cómo llegar al desierto. Queremos visitar la zona del
silencio.
–¿Del silencio? Creo que esa es una palabra que ha caído en desuso.
No hay ya silencio en el planeta. Donde no se escucha el radio a todo
volumen, están pitando el claxon o los escuincles no paran de chillar.
Oiga nada más la sinfonía de motores. Todo suena en este mundo
moderno, hasta el río que no lleva agua, ja, ja.
–¿Se siente bien señor? A ver Juanita, dame un poco de agua, que se
está poniendo pálido, no se nos vaya a desmayar.
–¡Ahhhh! Ustedes son de los que se pasean con su botellita de agua
para todos lados. Hoy aceptan pagar por el agua, y mañana les venderán
el aire. A mí denme agua pero de la llave.
–¡Pero si no se la estamos cobrando!
–No, pero igual está llena de bichos. Qu’esque la purifican, pero lo
que hacen es llenar sus botellitas con agua de la llave. Como casi siempre
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ando con chorro, prefiero saber por qué, y no sólo sospecharlo. Además
hasta los gringos se están muriendo de infecciones por el agua, las
hamburguesas, las espinacas, los jugos y ahora las lechugas; seguro que
son bichos tercermundistas, a ver si con su pinche muro en la frontera
detienen las bacterias. Creo que los bichos van a acabar con nosotros.
–Tranquilícese, hombre, mire cómo transpira. Vamos, siéntese en la
sombrita.
–¿Cuál sombrita? Si ya talaron todos los árboles. Lo que hacen esos
techos de lámina es sólo tapar el sol, pero no dan sombra. La sombra
tiene que ser 100% natural, si no, no es sombra.
–Bueno, bueno, no se siente pero por lo menos quítese del sol, los
rayos directos lo van a debilitar más.
–Pss cómo no me van a debilitar, si, ¡mire!, ¡fíjese bien!, esos rayos
pasan justo por el agujero en la capa de ozono; no sólo debilitan, sino que
están acabando con la vida en el planeta; como ya no los filtran, son un
cáncer para toda su superficie, incluida nuestra piel.
–¿Ozono es una japonesa con capa?
–Dígale al niño que no se quiera pasar de vivo conmigo; que no haga
chistes con las tragedias planetarias, ¿eh? No vaya a ser que aquí mismo
le dé una lección, dado que sus padres no lo educaron... por cierto, qué
irresponsabilidad de tener tantos niños, ¿no ve que el origen de todo el
problema es la explosión demográfica? No alcanzan los alimentos para
todos.
–Pues para mis hijos hasta sobra. Muy humildemente, pero vivimos
contentos y bien alimentados. No les faltan sus frijoles y sus tortillas
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–Híjole, ¿pero por qué tiembla? Igual y aún falta un rato para eso,
¿no? Se me hace que ya ni vamos, ¿verdad vieja?, ya está lloviendo. Y eso
que hace sólo unos minutos había sol.
–¡Es culpa del Niño!
–Pero si mi hijo ni se ha movido.
–¡No sea ignorante! Me refiero al fenómeno climatológico que se
denomina el Niño. Es causado por el calentamiento global que resulta de
tantos gases de combustión que han arrojado a la atmósfera.
–Ah, pues de los míos, la gaseosa es la niña, pero se quedó en casa.
¿Usted no tiene niños?
–No. Después de analizar el mundo al que los hubiera traído decidí
que mejor no. Pero, finalmente ¡qué le importa! Si no fuera porque me
doy cuenta de su ignorancia, ya le hubiera roto el hocico.
–Pero, ¿por qué está usted tan enojado si esta agua nos va a refrescar
después del calorón que ha hecho toda la mañana?
–¿Eso cree deveras? Deje que le caiga la lluvia ácida y no sólo le va a
echar a perder la ropa, sino que al rato le va a picar todo el cuerpo.
–¿Será por eso que mi niño se rasca tanto?
–Seguro. Y si no es por eso, ha de ser por la alergia.
–¿Cuál alergia?
–Ahora todos los niños vienen con alergia. ¡Seguro que sus hijos
también tosen!
–Un poco, sí; de vez en cuando. ¿Cómo supo?
–Con este aire, ¿qué esperaba? Y mire a todos esos inconscientes
respirando en la vía pública.
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Agustín López-Munguía
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Procedimientos de rutina
Guía #17
Nota 1: El siguiente procedimiento es muy sencillo, y puede ser
realizado por el usuario sin ayuda de un técnico especializado. Sin
embargo, como de costumbre, sugerimos que lea las instrucciones
completas antes de empezar para que se familiarice con ellas.
Lo primero que necesitará es una superficie tersa, plana y reflejante,
dispuesta verticalmente, que en lo sucesivo designaremos “espejo”. Si
Ud. se ha aplicado alguna vez el procedimiento del “cepillado dental”
(Guía #13 de este mismo capítulo), es probable que ya haya localizado un
espejo, y esté familiarizado con su uso. Si no, le será útil saber que casi
toda casa–habitación tiene un compartimiento llamado “baño”, donde
suele haber un espejo adherido a una pared. Una ventaja adicional de
llevar a cabo este procedimiento en el baño es que ése es el lugar habitual
de otro artículo que utilizaremos. Se trata de una delgada película de
material suave y adsorbente (frecuentemente impresa con florecillas),
normalmente dispuesta como una larga tira enrollada alrededor de un
cilindro de un material fibroso y comparativamente más rígido. Éste es el
“papel higiénico”, cuyo uso será descrito más abajo.
Si ha localizado un espejo, lo siguiente es extender un brazo para
tocar con la mano su superficie. (El uso del brazo y de la mano se describe
en el capítulo “Funcionamiento del brazo y de la mano”, cuya lectura
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“C” en la Figura 1A). La boca puede tener dos estados: abierta o cerrada.
Es importante que los pasos que describimos a continuación los realice
Ud. con la boca firmemente cerrada, de forma que por esa apertura no
pueda haber flujo de aire.
Retirando temporalmente su mirada del espejo, localice el rollo de
papel higiénico. Si lo observa con cuidado, verá que éste se encuentra
“punteado” transversalmente por minúsculos orificios que, junto con los
laterales del rollo, delimitan secciones cuadrangulares. La intención de
los orificios es facilitarle el “cortado” del papel en secciones regulares, al
ejercer una tensión ligera, aplicada en dirección longitudinal. Con su
mano izquierda desenrolle el equivalente a dos o tres cuadritos, y corte.
(Tal vez prefiera hacer esto con la mano derecha y después trasladar el
papel a su mano izquierda). Dependiendo del modelo y fabricante, el
papel higiénico podría presentarse como un rollo de no una, sino dos
capas de la película adsorbente, débilmente asociadas entre sí. ¡No es
necesario que trate de separarlas!
Regrese a su posición anterior frente al espejo. Guiándose por la
imagen reflejada (y tomando en cuenta la inversión derecha–izquierda),
lentamente mueva su mano izquierda hasta colocar el papel higiénico
aproximadamente un centímetro al frente y hacia debajo de su nariz
(como se muestra en la Figura 1B). Al realizar el movimiento, tenga mucho
cuidado de no punzar ninguna de las dos esferas acuosas que están
dispuestas a ambos lados de la parte superior de su nariz; pues eso
seguramente le impedirá seguir viendo la imagen en el espejo (si esto
llegara a ocurrir, ¡no desespere!, en unos instantes su visión se normalizará
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Alejandro Garcíarrubio
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Máscaras
Como entre sueños se le venían a cuesta las imágenes: el grito que le
llamaba por su nombre, los golpes en la cara, el forcejeo, las groserías y
luego el vacío, la oscuridad... Sentía una total falta de motivación; se
sentía vacía, amorfa y abrumada por la ansiedad. Se hundía en el dolor,
la decepción, la vergüenza, la turbación, la humillación y la culpa. La
rabia le venía de las entrañas. Su odio era rencoroso y con ganas de
venganza. No quería odiar, pero tenía que hacerlo. Estaba convencida de
que si no sentía odio, no era nadie. Y no quería ser nadie. Tirada, sucia de
tierra y humillación, sin testigos, muda, se paró con dificultad, abrió la
puerta de la otra habitación y lo vio tirado, embrutecido, borracho.
Movida por una fuerza extraña, dio un paso hacia adelante y se lanzó
contra la cara; un tajo certero, la sangre brotó del rostro al tiempo que
asestaba otro y luego otro; en el vientre, en las piernas, en cualquier parte.
Cerró los puños y con una sonrisa estúpida en el rostro comenzó a golpear
una y otra vez ese cuerpo bofo, odiado, apestoso. Asustada, se limpió la
sangre con la falda y soltó el llanto contenido; regresó al otro cuarto y se
sentó en la cama. Agotada por el esfuerzo y la desecada rabia, se quedó
dormida. La lluvia seguía cayendo persistente. El viento no dejaba de
golpear las ventanas y puertas, acompañado de un ulular escalofriante.
Por enésima vez se despertó sintiendo una sudoración copiosa. El miedo
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por vida de un dolor del que sólo la muerte la podría liberar. Arrastrándose
por la vida, con el tiempo a cuestas, se percató que llorar por fuera era
demasiado fácil y empezó a llorar por dentro.
Mucho tiempo después, la tristeza se convirtió en una perenne
melancolía, hasta que un día su hijo por fin la hizo sonreír.
Arnoldo Bautista
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Der Kuss
Logró borrar casi completamente sus pensamientos mientras veía
pasar casas y edificios de varios colores y formas a través de la ventanilla
del taxi. Le pareció una ciudad bonita y limpia.
–¿Está segura que quiere quedarse en la plaza?, a esta hora no hay
nadie.
–Sí, por favor déjeme allí –insistió.
Después de varios minutos llegaron al centro de la ciudad. Ella se
bajó y el taxista le entregó su maleta.
¡Todavía no lo podía creer! Se sentía realmente emocionada. Era la
primera vez que viajaba sola y esto le daba una sensación de autosuficiencia
y realización. ¡Finalmente lo había logrado!
Caminó rumbo al centro de la plaza y disfrutó del aire frío que le
acariciaba la cara y las piernas. Exhaló varias veces un agradable vapor
que escapaba de su boca. ¡El espectáculo era soberbio! No había salido el
Sol y había un poco de neblina, pero había suficiente claridad para
apreciar, en el marco de un cielo azul profundo, las dos bellísimas e
inmensas torres labradas en cantera rosa con un incipiente estilo barroco.
La luz amarilla de los faroles de la plaza daba al paisaje un toque de
acuarela. El parque era prácticamente para ella. A pesar de la tristeza, en
lo profundo de su alma se sentía capaz de conquistar al mundo.
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Karbalá
El sofocante calor de aquel desierto árabe me hacía recordar mi
infancia entre los hornos de la panadería de mi padre, en Inglaterra.
Aquellos hornos de ladrillo en ese cuarto poco iluminado donde él
trabajaba arduamente todos los días. La diferencia con mi situación
actual era la luminosidad del día y la ausencia de aquel delicioso aroma a
pan recién horneado, mezclado con aquella esencia etílica producto de la
fermentación de la levadura.
Hacía ya dos meses que había salido de Londres para emprender mi
jornada. Zarpé del puerto de Plymouth en uno de esos novedosos y
enormes barcos de pasajeros que funcionaban a base de un combustible
derivado del petróleo. Al parecer, la era del navío de vapor había
terminado.
Inicialmente llegué al puerto de Estambul, en Turquía, donde busqué
alojamiento por una noche y al día siguiente empecé la travesía por tierra.
Atravesé el país turco para poder llegar a Bagdad, la capital de Iraq. Una
vez ahí; debí viajar todo un día en camello para alcanzar mi destino final:
la ciudad fortificada de Karbalá.
Al ver frente a mí la enorme entrada de aquella ciudad antigua, con
sus gigantescas puertas abiertas, sentí emoción por haber llegado; pero
también sentí temor de lo que podía encontrar del otro lado.
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mismos reyes. Todos han venido a pedir ayuda, mas ninguno ha regresado
a quejarse. Muchos de los tesoros que viste en sus aposentos son muestras
de la eterna gratitud de aquellos a los que ha servido.
Unos días después de mi llegada a Londres, mi hija Mary y yo
envolvíamos un hermoso obsequio.
–Papá ¿crees que le guste el regalo a ese mago que viste, el que me
salvó?
–Yo creo que sí, Mary, yo creo que sí –mis ojos se llenaron de lágrimas
de felicidad.
Ramiro González
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El final
Hacía ya tres horas que estaba sentado frente a mi máquina. Había
quitado por lo menos cuatro veces la pelusa sobre el borde del teclado;
había ya limpiado el touchpad otras tantas, y no encontraba cómo darle
un final atractivo al excéntrico vagabundo. Pero no sólo era el vagabundo,
también estaba inconclusa “La lluvia”, y “Administración”. Entre las
categorías de escritores, ¿existirá algo así como un buen comenzador
(¡pero mal culminador!) de historias?
Tenía que analizar qué estaba pasando. Me gustaban mis personajes
y quería verlos en finales magníficos. El vagabundo, por ejemplo, era un
tipo inteligente, previsor, calculador. Ya le había precipitado el destino
dejándolo de un “plumazo” (¿debería decir “teclazo”?) en la calle sin el
cobijo que había logrado armar durante las primeras páginas. Pero ese
final para ese vagabundo, a pesar de ser lo suficientemente irónico, no
era lo que se merecía después de haber creado tantas expectativas.
Y “La lluvia”, ¿qué me dicen de la lluvia?, un tipo atrapado en el
tráfico de cualquier gran ciudad, bajo una lluvia casi tropical, solo en su
auto con sus pensamientos y su radio bloqueada en una emisora. ¿Cómo
sacaría al automovilista del embrollo? Todo indicaba que el del embrollo
era yo, bloqueado frente a mi teclado. ¿Cómo hacen los escritores?
¿Imaginan la historia completa? Tal vez empiecen por el final y arman la
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Sandino Estrada
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Jenevié
–¡Esta zorrita es buena!
Así inició todo.
Se la llevaron, curaron sus heridas, le dieron ropa, comida y un duro
entrenamiento.
Su primer trabajo fue fácil: sólo dejar una mochila a media calle. Sin
saberlo, el siguiente sería su prueba de temple: llegó el día, la llevaron a
un lugar apartado, entró en una cabaña y la pusieron frente a un incauto
arrodillado. Le dieron un arma, no hizo falta más, empuñó y apuntó; entre
sus pensamientos se asomó un recuerdo de su infancia, la cara de ese
maldito penetrándola mientras se carcajeaba de sus gritos y provocaba
con todo propósito que los borbollones de sangre que emanaban de su
frágil cuerpo se hicieran más abundantes, para bañarla en tintes rojos y
frescos que excitaban al cerdo...
Recordar eso bastó para accionar el percutor. La escena culminó
con un cuarto lleno de sesos que pendían del techo, escurriendo sobre
ella. La sensación de sentirse bañada en sangre nuevamente le provocó
vómito. Los presentes asumieron que su reacción fue a causa del impacto
emocional que propiciaba el haber matado a alguien a sangre fría. ¡Pobres
ingenuos! ¡Si hubiesen sabido que incluso lo disfrutó!
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Dayanira Paniagua
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acaparar miradas. Para desgracia de las chicas, todas las presentes usaban
la misma estrategia de socialización, por lo que la atención que hubiesen
podido recibir se diseminaba como polvo de estrellas. Tal vez en el fondo
sentían la misma frustración de Alfonso; quizá sólo querían experimentar
cosas nuevas, experiencias que hicieran de su existencia algo menos
aburrida, aunque fuera por una noche. Tal vez sólo querían un poco de
atención; capturar un pedazo de tiempo en sus manos.
Alfonso escogió un bar al azar y entró; se sentó en la barra y pidió
una cerveza, mientras observaba a la gente que lo rodeaba: el coqueteo
inocente y precoz de algunas; el seductor, aunque fingido coqueteo de
otras, y la respuesta de los presentes a tales insinuaciones, algunos ya
demasiado embrutecidos por el alcohol como para reaccionar.
Entre tantas personas, de pronto algo le llamó la atención: un brillo
negro, como el ónix recién pulido. Eran un par de ojos, el único par del
lugar que en vez de succionar todo lo que se encontrara ante ellos,
proyectaba un brillo inigualable: sutil y picaresco, y a la vez, cautivante y
lleno de vida. Al sentirse observados, voltearon buscando al espía, y
Alfonso, al verse descubierto, redirigió su mirada hacia otro lugar.
Después de unos cuantos segundos, nuestro personaje regresó la mirada
buscándolos, pero ya no estaban por ninguna parte; escudriñó a todos los
presentes sin encontrar al portador de tan deslumbrante mirada. Salió
del lugar en su búsqueda, pero no tuvo éxito, todo era como en un
principio: pardo, opaco y vacío.
...Al menos hoy encontré algo distinto...
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retomó su persecución musical, yendo y viniendo entre las notas una vez
alcanzadas.
Súbitamente algo lo sacó del ensueño: era un hormigueo en los
labios, que se convirtió en una caricia sedosa que se hacía cada vez más
cálida; le siguieron otras sensaciones similares en distintas partes del
cuerpo, cada vez más íntimas. Su condición no le permitía más que dejarse
llevar y experimentar cada una de las sensaciones de este vuelo, en el
cual, ya no era el piloto. En este nuevo vuelo, las experiencias eran
multisensoriales y exacerbadas; tan sólo pensar en todas las sensaciones
que experimentaba su piel era demasiado... texturas suaves, lisas, la
sutileza de lo externo censado por la vellosidad de su cuerpo, lo fresco y
terso de la piel invasora y el calor del cuerpo próximo, la humedad del
sudor mezclado... cada sensación de manera individual era intensa, pero
todas juntas representaban un éxtasis infinito...
***
A lo lejos sonó un despertador.
...Ya son las cinco de la mañana, tengo que apurarme, de lo contrario,
no llegaré a tiempo al trabajo, ¡me encantaría seguir recostado un rato
más!...
Alfonso se encontraba en su casa, entre esas cuatro paredes amarillas
que alojaban sus pensamientos y sueños alguna vez olvidados.
Se alistó y tomó sus cosas, esperando al transporte público; miró al
horizonte y observó un día hermoso, brillante y lleno de colores.
...¡Que lindo día! Hoy es un buen día, el Sol es imponente y su luz
canalizada en esos rayos que atraviesan las nubes lo hacen omnipresente...
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Y recordó aquel rayo de luz que afloró de su ser aquella noche, hoy
tan lejana.
La vida de Alfonso seguía siendo la misma, pero dentro de él ya nada
había vuelto a ser igual.
Dayanira Paniagua
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Vita dell’artista
El amanecer en aquel poblado de Nápoles era una verdadera
maravilla natural. La luz del sol reflejada sobre el apacible mar, inspiraba
a pensar que la superficie del agua estaba cubierta de oro.
Lucca de Rossi tenía 52 años; había nacido en Parma y su formación
artística la había recibido en Milán. Era cantante de ópera. Durante más
de veinte años había buscado la gran oportunidad que lo lanzara a la
fama y, si fuese posible, a la inmortalidad.
Había llegado a ese poblado napolitano sabiendo que, en el mes de
abril de cada año, se organizaba un festival de ópera donde participaban
grandes exponentes del bel canto; y no es que él fuera uno de aquellos
distinguidos invitados, sino que aprovecharía una característica especial
del evento, la cual consistía en la participación de algún aficionado
talentoso, seleccionado por un jurado de tres maestros de canto de la
región. Se valdría de su condición de desconocido y de su gran talento
para sorprender al auditorio. De Rossi sabía que ésa podría ser la
oportunidad anhelada, pues también venían compositores de renombre
que, si los convencía de su talento, seguramente lo invitarían a participar
con ellos.
Para su suerte, uno de los jueces era un viejo amigo suyo: Salvatore
Trapani. Se habían conocido en Roma hacía ya varios años. El corpulento
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Ramiro Duarte
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Ciencia y Ficción: antología de un taller de redacción
editada por la Unidad de Difusión y Extensión del Campus Morelos de la UNAM
Se terminó de imprimir en junio de 2009 en los talleres de Mex Grafic S.A. de C.V.
ubicados en Chimalpopoca No. 38, Col. Obrera, Delegación Cuauhtémoc,
06800 México, Distrito Federal.
Se tiraron 1,000 ejemplares en papel cultural de 75 gr.
En su composición se emplearon tipos Georgia a 8, 12, 14 y 36 pt.;
Trajan Pro a 9, 14 y 24 pt.; y Times New Roman a 9 pt; imprimiéndose en offset.
El cuidado de la edición estuvo a cargo de Karla G. Cedano Villavicencio.