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Decir el hacer

Álex Ramírez-Arballo

Wittgenstein establece una diferencia entre el decir y el hacer, de la cual me


valdré hoy para apuntar algunos detalles que convienen a nuestro diálogo
hermenéutico.

El decir implica una simbolización o verbalización que, por su naturaleza


conceptual, termina imponiendo una verdad sobre algo. Se enuncia sobre
equis y con dicho enunciado se trata de cubrir todo lo que equis es como
fenómeno, como experiencia susceptible de convertirse en categorías de
conocimiento. Por otra parte, el hacer es pura acción, aplicación concreta y
demostración de un saber que alguien posee y que le permite realizar una
actividad determinada. La realización, pues, se dice a sí misma, es una acción
dirigida, un performance.

Hago ahora una pausa para invocar aquellos conceptos fundamentales de la


hermenéutica analógica (campo al que me dedico casi con exclusividad) y que
han sido debidamente sistematizados y explicados por Mauricio Beuchot.
Traigo a colación esta breve ilustración porque considero que tiene pertinencia
en la presente nota.

Ante el texto (escrito, hablado, actuado) podemos generar una interpretación


unívoca, equívoca o análoga; es decir, podemos afirmar de un modo absoluto,
diferido o proporcional respectivamente. Veamos: la univocidad es despótica,
entera, cerrada, patriarcal e impositiva. La modernidad es unívoca y de ella
devienen sus frutos más acabados: el positivismo y la ciencia. La univocidad
ama las categorías, la organización, el método, la demostración, la síntesis y el
enunciado; pensemos -a modo de ejemplo- en un padre mandón que organiza
su realidad familiar en torno a él, sus decisiones y sus caprichos. Por otro lado,
la equivocidad es hasta cierto punto una reacción ante la univocidad; la
equivocidad ama el juego verbal, la diseminación, el contraste, la apertura, la
circunstancia histórica, las condiciones, la exploración, el relativismo, lo
momentáneo, la vida a ras de suelo. Ahora bien, aquí viene lo más importante:
la hermenéutica analógica propone, como su nombre lo indica, una
interpretación proporcional que no es unívoca, aunque no es relativista. La
analogía propone una escala, una gradación de aproximación justificativa;
dicho en otras palabras, la verdad tienen múltiples caras, pero dichas caras no
son, ni caprichosas, ni infinitas. Existe un momento en el que necesariamente
se habrá de enunciar falsamente.

Pues bien, volvamos al decir y el hacer. El decir es esencial y se cierra sobre sí


mismo, por lo tanto es unívoco. Pensemos en los profesores que tuvimos
muchos de nosotros apenas hace veinte o treinta años. El ideal de este tipo de
docente es el del conferencista o el lecturer que asciende a un púlpito sobre la
cabeza de sus estudiantes y habla interminablemente. El hacer sería, por otro
lado, equívoco, relativo y disperso. El hacer no sistematiza sino que demuestra
una práctica a la que no añade glosas, ni asomo alguno de metodología,
teorización o sistema. Pensemos en ese profesor rupestre que se cierra sobre sí
mismo, un profesor de matemáticas que musita de cara al pizarrón -o el Power
Point- y asume, por timidez o incompetencia, que sus alumnos aprenderán
solamente al verlo a él mismo exhibiendo sus habilidades.

Decir el hacer es, según lo que vamos viendo, la vía analógica. Hablamos de
una pedagogía que haga pero diga, que organice y demuestre; en suma, un
diálogo verdadero entre certidumbre e inventiva, entre tradición e innovación.
Se trata de un proceder prudente que contiene una enorme vocación por
encontrar alternativas humanas a la solución de los conflictos y las diferencias.

Ayer hablábamos del entendimiento y la comprensión; pues bien, creo que bien
podemos ubicar estos términos en relación a la explicación del día de hoy y
decir que el entendimiento es unívoco, mientras que la comprensión es otro de
los nombres de la prudencia, la proporción y la sabiduría.

Mañana, primero Dios, continuamos.

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