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http://www.circostrada.org/?lang=fr
Bibliografía
Ceballos, Edgar y otros. El libro de oro de los payasos. Los más famosos y
divertidos sketches de circo. Escenología A.C. México 1999.(ESTE LIBRO ES
MUY IMPORTANTE)
Fabbri, Jacques y André Sallée. Arte del clown. Gremese Editore. Roma,
1984. (En italiano)
de Miguel, Agustí. Los hermanos Marx. Edimat Libros S.A. Madrid, 1998.
Edgar Ceballos
Se podría decir que el circo es el espectáculo más antiguo del mundo cuya
ascendencia conocida se pierde en el antiguo Egipto, a tres quinientos años
antes de nuestra era; siglos más tarde se incorporarían a los espacios
circulares de la Grecia Clásica y la Roma imperial, mimos y cómicos callejeros
quienes trabajarían junto con gladiadores, domadores, malabaristas y otros
atletas que realizaban ejercicios ecuestres y gimnásticos combinados con
danza y pantomima. Sobre ello existe una abundante literatura al respecto, por
lo que no insistiremos demasiado en historiografiarlo.
En un sentido más estricto, cada una de las rutinas del circo como las
conocemos en la actualidad, comenzaron a conformarse unas cuatro décadas
más tarde, a principios del siglo XIX, con números sueltos de diversas
disciplinas, incluidas las farsas cómicas de aquellos saltimbanquis, juglares y
“graciosos”, que se representaban durante los intermedios entre números
acrobáticos y ecuestres, que tenían como ámbito natural aquellos jacalones
portátiles establecidos en plazuelas de diversas ciudades del viejo y nuevo
continente.
De este modo, la fuerza del payaso nació sin duda de su primera torpeza. De
un jinete poco diestro que acumulaba caídas de un caballo provocando la
hilaridad pero también la compasión, representa el primer hito de su historia.
Como los acróbatas habían desdeñado aparecer en la pista para hacer reír, los
payasos sirvieron para tapar los hoyos del espectáculo y mantener viva la
participación de los espectadores; pero muy pronto esos “entretenedores” que
ocupaban la pista entre un número y otro de los acróbatas, terminaron
finalmente por apropiarse de la pista. Al principio -según hemos dicho- lo
hicieron los payasos solitarios cuyas apariciones durante el espectáculo fueron
más o menos frecuentes y sirvieron para ganarse la simpatía de los
espectadores.
Y fue entonces como de ser la figura solitaria de finales del siglo XVIII, supo
junto con la recuperación del derecho a la palabra en 1864, encontrar otro
compañero payaso, y hacerse de una identidad real convirtiéndose en el
“payaso blanco”. De este modo las farsas habladas con dos o tres personajes
comenzaron a hacerse común en los circos. En cuanto al monólogo , éste no
tenía nada que ver con la acción teatral a la manera del gran actor Talma,
porque los chistes solitarios de un payaso, sonaban extraños por la manera
como eran pronunciados, a diferencia de los comediantes de teatro. La
confusión lingüística comenzó a ser un recurso cómico obligatorio para toso
aquél que intentase trabajar como payaso. De allí el acento artificioso que los
payasos conversaron hasta finales del siglo.
Ese payaso lucuaz, que agredía con una descarga de palabras al público y a
los otros payasos, fue conocido como el louis o el payaso blanco, en España
los denominaban “cara blanca”; su otro compañero fue el augusto, del que
hablaremos más adelante.
Por otro lado círculo de aserrín llamado pista, no era una construcción
convencional. Respondía a necesidades reales para las coreografías
ecuestres. Su radio de acción correspondía más o menos a la longitud del
látigo del director, el cual colocado desde el centro de la pista, alcanzaba al
animal que no obedecía. El payaso podía así medir la fuerza de su mímica y
efectos.
Por otra parte los payasos no esperaron la aparición de las grandes carpas
para recurrir al comique de accessoires; utilizaron como vehículos de sus
números todo lo que encontraron a mano en las bodegas de los circos estables
o en las carretas de los circos trashumantes: sillas, mesas, escobas, cubetas,
etc. Todo esto bastaba para su fantasía... aunque el accesorio cómico terminó
por adquirir un valor excesivamente propio: se construyó en la gran máquina de
carcajadas que invadió la pista y tuvo funciones de escenografía y atrezzo,
como pudieron ser la capa explosiva, el violín que perdía las cuerdas, el piano
donde se encontraban unas ratas muertas o aquel otro que se deshacía en
pedazos ante un cañonazo, los corsés de mujer y boas de pluma de avestruz
que complicaban una situación cómica, el caballo de cartón que al levantarse la
cola expulsaba de su interior salchichas y papas; el tambor con una especie de
hélice que al accionarla con una manija semejaba el efecto de redoble; el reloj
que al abrirlo lanzaba enormes resortes; el payaso sin cabeza, tórax, ni brazos,
que corría por la pista; la descomunal mosca, araña o pulga que caía sobre
alguno de los payasos, suspendida desde el aire.
El payaso excéntrico musical –tal vez por no querer ser menos que su
congénere- inventó instrumentos estrafalarios, de los cuales salían extraños
sonidos capaces de divertir al público quien mostraba indulgencia cuando no se
exhibía como un virtuoso, sino como aficionado.
Muchos se acuerdan de aquellos dos payasos ante una mesa con varias
campanas. El primero tomaba una y al hacerla sonar comenzaba a marcar el
ritmo de alguna melodía de moda. Su compañero tomaba otra y al hacerla
tintinear, dejarla y tomar otra, continuaba con el ritmo del fondo musical. Igual
recordemos aquellos xilófonos de botellas llenas con diversas medidas de
agua, suspendidas en el aire con cuerdas. No era tan importante que fuesen
virtuosos en la ejecución de las diversas campanas, xilófonos o improvisadas
armónicas, sino el efecto cómico que se obtenía al parodiar a los músicos
solistas.
Esta rutina bobalicona, para un payaso hábil, fue un gran recurso de comicidad.
De este modo la silla que cedía bajo su peso le permitía hacer alarde de todo
tipo de habilidades. Caído, sabía cómo incorporarse de golpe y regresar a su
sitio. Este número si lo realizaba con gran ingenio, provocaba risas. Igual que
sentarse en una silla que se deshacía y que al levantarse, volvía a recuperar la
forma original. Otra variante era aquella entre dos payasos, en el uno le ofrecía
una silla al otro, donde se sentaba. Una vez que se había acomodado, el otro
payaso jalaba la silla de un tirón, pero no ocurría nada, su compañero
permanecía “sentado en el aire”. Y mientras el otro no salía de su asombro, el
payaso se levantaba para ir a sentarse en otra imaginaria silla.
La parodia del director de pista nació casi por casualidad, gracias a un mozo de
cuadra quien durante una noche de gala, apareció en estado de ebriedad,
vestido con un traje de ceremonia demasiado grande para él. Se llamaba
Augusto. El nombre se quedó. El augusto que en alemán significa estúpido,
actuaba sin otro interlocutor que el propio director de pista y el louis o payaso
blanco, y de los que era siempre el chivo expiatorio.
Y a diferencia del payaso blanco, el augusto era un personaje casi mudo que
apenas asentía o disentía con mucha cortesía, mientras miraba a su alrededor
como perdido y quedaba estupefacto ante cualquier cosa, incluso la más banal
o cotidiana.
Este rol de augusto era antes que nada real; había recibido de la vida y la
convención social todas las reglas, las cuales padecía; y todas las cosas –
incluso las más inauditas- le podían ocurrir en su vida. De hecho, en ese
registro del augusto, es de gran importancia el tamaño de los zapatos y la nariz
roja de alcohólico. Por otro lado, si el augusto rompía las reglas se encontraba
en problemas; en consecuencia sufría la mayoría del tiempo. Era la terrible
víctima, objeto de la hostilidad consciente de toda la gente del circo.
El maquillaje era también significativo para estos dos personajes por el impacto
en sus respectivas personalidades. En este sentido, mientras la inteligencia es
uniforme, lo ridículo es infinitamente rico y variado. Por ello, existieron mil y una
variantes para el maquillaje del augusto; pero una sola para el payaso blanco.
Ese es uno de los factores por el cual y con el tiempo, sólo el augusto pudo
abandonar el tradicional maquillaje de Pierrot para iniciar el duro aprendizaje de
la Commedia dell′ Arte adaptada al circo. De este modo, el augusto no tendría
nada que aprender del payaso blanco con quien compartía chistes, alegrías y
silbidos; y terminó por imponerse con tanta fuerza que éste, acabó por cederle
el lugar protagónico para tomar el de patiño, como tiempo atrás, los números
ecuestres y acrobáticos sirvieron para poner en primer plano al payaso.
PAYASO:
¿Sabes? Yo toco el violín.
AUGUSTO:
¿por qué?
PAYASO:
Porque me gusta.
AUGUSTO:
Y al violín, ¿le gusta?
PAYASO:
¿Le gusta qué?
AUGUSTO:
Cómo lo tocas.
PAYASO:
No sé... ¿crées que le importe?
AUGUSTO:
Debe importarle. Si es un buen violín tiene alma.
PAYASO:
¿Y qué?
AUGUSTO:
Tú eres un músico que parte del alma... Voy a llamar el violonchelo para
que te detenga.
Con el correr de los años los más importantes payasos fueron una combinación
de uno o varios elementos de estos tres tipos de payasos. Para una
información detallada vea diversos tipos de payasos, maquillaje y vestuario al
final del Apéndice.
Por otro lado, la feria en donde por lo general se instalaba el circo, aportó al
payaso blanco, al payaso personaje y al augusto la materia prima para
caricaturizar a videntes, levantadores de pesas, luchadores, autómatas,
músicos ambulantes, faquires y hasta domadores de pulgas. Al fotógrafo con
todo su material tambaleante o al soldado de uniforme planchado y hombreras
rígidas, al policía de grandes mostachos que observaba al pintor que hacía
cuadros al instante e incluso al prestidigitador; todo se volvía pretexto de
parodia. Charlie Chaplin en Candilejas no hizo otra cosa más que parodiar le
interpretación de Rhum, el más grande de todos los cómicos del circo.
Otro tanto harían en el cine de los años treinta, los hermanos Marx. Groucho,
Chico y Harpo de algún modo caracterizaban los roles del director de pista, el
payaso blanco y el augusto dentro de ese circo imaginario que constituía para
ellos la sociedad norteamericana.
Es muy común que el resultado de una obra de terror, produzca temor. Cuando
ellos tocaron ese tema, lo volvieron ridículamente risible aun cuando por su
comportamiento, estuviesen relativamente cerca de producir temor. El viento
que cerraba puertas era muy común en las historias de terror, sin embargo
estos elementos en el circo se trastocaban en un efecto cómico: objetos que
cobraban vida, cosas como éstas que parecían sobrenaturales y que se
utilizaron para un efecto cómico, terminaron por revolucionar el arte de hacer
reír. Los trucos especiales en nuestros días son más sofisticados que los
simples golpes en la cabeza o bofetadas para reaccionar ante el miedo, pero lo
tradicional se ha quedado ahí en sketches como el El diablo o El cuarto de los
espíritus.
Con todos estos ejemplos queremos decir que hacer reír es un arte, no basta
con tener ganas. Para evitar caer en algo facilón e insulso, conviene saber a
partir de qué desesperación, de qué miedo o rabia hay que representar la burla,
la paradoja y la mueca.
Y es por todo ello que para hacer reír, el arte del payaso se tuvo que constituir
en un oficio sumamente difícil que requería de diversas técnicas. En la
actualidad muchos payasos que entraron al circo como aficionados, si bien
aprendieron su oficio por casualidad, en cambio no entendieron los matices
cómicos de una palabra, un gesto, una situación o una actitud; y mucho menos
supieron evitar los obstáculos que sus viejos compañeros por instinto,
perseverancia y estudio supieron identificar.
Tampoco saben muchos cómo cortar la risa. Tan importante es saber cómo
provocarla como hacerla concluir. Un buen payaso jamás se deja rebasar por
los aplausos y las risas, en especial cuando éstas brotan de la emotividad; de
modo que hay que saber en qué momento cortar esas reacciones del público
con tal de mantener el ritmo del sketch. Dario Fo hablaba de aquellos que
cruzan por primera vez una pista y al oír el aplauso lo dejan consumir hasta el
final... ¡No! ¡Nada de eso! ¡Hay que cortar, cortar! Y más triste aún son aquellos
que al terminar su número empiezan a batir las palmas frenéticamente. Y el
público condicionado o por lástima les aplaude.
Esto es un síntoma de que conocen poco sobre este arte y se hacen payasos
porque creen que pueden hacer reír con tres pelotas para malabares, un
número de acrobacia o mima mal aprendido y una pelotilla roja en la nariz (la
más pequeña máscara del mundo, como la calificara Lecoq), un par de zapatos
desmesurados y aullar con voz aguda... Es una ingenuidad de idiotas, como
diría Darío Fo.
EL EFECTO CÓMICO
Esto no quiere decir que uno tenga que andar a ciegas; significa que cada uno
es libre de buscar el vehículo que le permita alcanzar dicho efecto; como una
situación equívoca, por ejemplo.
Por eso a los buenos payasos les gustaba hacer infinidad de pruebas con su
cuerpo y rostro hasta obtener un resultado expresivo que les pareciera
excelente, por que actuar era un hecho crucial que definía al personaje cómico.
Usualmente un primer paso era investigar las leyes de las costumbres
cotidianas, para luego dilatarlas, exagerarlas, parodiarlas o incluso
caricaturizarlas: y con ello, provocar la risa.
Más de un estudioso sobre el arte del payaso sabe que algunos otros aportes
estructurales para el efecto cómico, tuvieron su origen en el lazzo de la
Commedia dell′ Arte y que ahora conocemos más universalmente como gags,
a los que podríamos definir como una situación cómica verbal o mímica rápida
y viva, que se resuelve más en forma de réplica, que de acción.
Existen numerosos gags a los que han recurrido los payasos a lo largo de casi
dos centurias. Entre los más importantes que la tradición ha preservado
podemos anotar: el gag de repetición, que trastoca una situación a clave
cómica. Por ejemplo, cuando el augusto es golpeado por dos payasos pero de
pronto a sus espaldas, sin que el propio augusto se de cuenta, aparece un león
que supuestamente se ha escapado de su jaula. Los dos payasos palidecen,
tiemblan y se quedan paralizados por el terror. El augusto cree entonces que
es su expresión furibunda lo que los aterra; entonces los abofetea, les escupe
el rostro y les patea el trasero sin que ellos reaccionen.
Antes de hablar del gag de pelvis, es importante señalar que esta parte
anatómica y las caderas se constituyen en el centro principal del efecto cómico.
Un ejemplo sobre este gag es el de aquel payaso-músico que antes de su
concierto y a manera de presentación, se tomaba la bragueta del pantalón,
flexionaba las caderas y luego agitaba la pelvis con unas embestidas violentas
hacia adelante y atrás, que sonaban como una cuica brasileña. Acompañada
este efecto de sonido con onomatopeyas semejantes al graznar de un pato. Al
pretender imitar la acción anterior su compañero, también payaso-músico, al
principio no lograba emitir ningún sonido; al segundo intento sonaba como el
cu-cú de un reloj, acción que le sorprendía y hacía emitir chillidos mientras huía
despavorido.
Existe un potencial cómico al que un buen payaso debe recurrir en cada parte
de su cuerpo: rostro (ojos, nariz, boca, orejas) con la combinación de éstos
logrará construir máscaras faciales como aquellas que incorporó el director
Jerzy Grotowski en sus primeros espectáculos. En estos gestos muy marcados
del rostro a manera de caricatura, la mirada cumple un papel especial, al igual
que los rictus bucales en acciones congeladas han servido para realzar una
determinada acción. Otro efecto adicional era abrir desmesuradamente los ojos
o cerrarlos conjuntamente o alternativamente.
De este modo, las máscaras gestuales fueron el mejor recurso de los viejos
payasos. En la actualidad los mediocres le apuestan más al simple maquillaje,
que por sí será incapaz de caricaturizar a un viejo o a un niño, una actitud, un
estado anímico, un animal imaginario, etc. Por otro lado, las máscaras faciales
servían para transformar al rostro en otras máscaras aún más disparatadas
mientras ejecutaba la acción.
La lengua por su parte jugaba un papel en acciones precisas al hablar o antes
de tocar un instrumento de viento. O cuando se sacaba desmesuradamente
para expresar burla, asco o lujuria.
Otro recurso cómico con la voz era aquella réplica de emitir primero una risa
disparatada que terminaba en llanto plañidero. O una carcajada estruendosa
que finalizaba en una risa nerviosa mientras con las manos se estrujaba
nerviosamente la parte baja de su vestuario, flexionaba la cadera y agitaba la
pelvis.
Una variante era aquél que lloraba a moco tendido su miseria y cuando otro de
los compañeros le daba por compasión un billete de alta denominación (por lo
general gigantesco), sacaba un desmesurado manojo de pequeños billetes
para dar el cambio, mientras gimoteaba .
Como se puede observar con los anteriores ejemplos, en el trabajo del payaso
se combinaban efectos especiales de la voz con mímica, sea para imitar
diversos personajes, ruidos o instrumentos musicales.
Otro era para el saludo; al inclinarse las piernas no respondían o era el torso o
los brazos; entre tanto intentaba saludar como niño o anciano; en otros casos
la mano adoptaba la forma de algún instrumento.
Era común que salieran a la pista dos o tres payasos muy juntos, con los
cuerpos pegados como siameses, mientras marchaban al ritmo de la música,
después de un primer recorrido por la pista, uno a uno fingían tropezar y caían
al suelo, mientras los demás compañeros pasaban por encima de él, luego se
incorporaban y tomaban su lugar en la caminata, mientras cada uno de los
demás repetía la misma acción.
Como remate del número los payasos volvían a caminar muy juntos –como
hicieron al principio- hasta salir de la pista. Una variante era cuando uno de
ellos interrumpía la marcha y regresaba por algo que había olvidado, un bote o
una ropa; el que iba al frente se detenía y furioso le arrebataba lo que traía
entre manos, le abofeteaba, pateaba e instaba a continuar con la marcha con la
marcha hacia la salida; por dos o tres ocasiones se repetía el mismo incidente
hasta que el otro fastidiado le ofrecía el objeto olvidado. Al momento en que el
payaso lo tomaba con ambas manos, le propinaba otra patada que le hacía
rodar. Sólo entonces se incorporaba y continuaban la marcha hacia la salida.
De este modo con cada parte de su ser, un hábil payaso podía lograr un efecto
cómico de las propias emociones humanas: dolor, disculpa, esperanza, alegría,
tristeza, etc.
Junto con el empleo del cuerpo, acompañaban algunos números con letreros
en diversos idiomas que podían dar nombre al número, pero generalmente
servían para distraer al espectador para luego presentarle algo imprevisible.
Ya hemos visto, cuando hablamos de los recursos del cuerpo, cómo un buen
payaso puede poner dentro de sí incluso elegancia, cuando se propone imitar a
otros personajes en situaciones disparatadas o en montar bromas más o
menos crueles que incomoden a uno más actores, juego que el público no es
capaz de advertir.
Para ello, el efecto cómico exitoso depende de la honestidad para crear una
situación graciosa. Charles Chaplin decía “el efecto cómico nada transmite al
personaje, es su comportamiento ante tal percance lo que produce el efecto
cómico como tal”. Y dentro del efecto cómico cuenta mucho la habilidad para
comunicar a través del lenguaje corporal ante cualquier situación.
Cuando por razones de la historia el payaso –sea blanco o augusto-, tenía que
esconder en el interior del pantalón un animal, generalmente un perro o un
conejo; de su comportamiento ante esta situación se podían construir efectos
cómicos diversos, como cuando el rabo del animal le salía por la parte trasera
del pantalón.
Con todo esto lo que intentamos decir es que, para buscar un comportamiento
ante determinada situación de la que emerja el efecto cómica, lo primero es
observar la vida para después hacer burla del comportamiento humano a
través del lenguaje del cuerpo.
Payasadas y violencia
Otro efecto cómico de violencia era el número del pianista que venía a
interrumpir al payaso-músico con todo y piano el cual era arrastrado por los
ayudantes de pista: el otro furioso ante la interrupción acercaba un pequeño
cañón y disparaba, por lo que el piano volaba por los aires, mientras el payaso-
pianista se levantaba asombrado de traer una bala gigantesca que le
atravesaba el cuerpo. Entre ayes lastimeros se quejaba con los espectadores
de que aquella cosa dolía cada vez que intentaba reír, los ayudantes de pista
buscaban inútilmente quitarle la bala, lo que no conseguían porque se retorcía
entre exagerados ayes lastimeros a tiempo y cosquillas; finalmente el payaso-
pianista se quitaba el chaleco con la enorme bala cocida en las dos partes de la
prenda y con ello se descubría el truco.
En cuanto a los golpes, un efecto cómico común era cuando al ver realizada la
acción el otro se esquivaba y era un tercero quien recibía el golpe. También
para golpear se hacía la finta de pegar con la izquierda, pero en realidad se
golpeaba con la derecha. Otra acción cómica muy socorrida era golpear y
cuidarse que el otro no lo viera o distraer al oponente para señalarle algo y
después golpearlo. Una variante era cuando al intentar golpear o lanzar algo, lo
descubrían; entonces cambiaba la acción por otra contraria y menos
comprometedora.
Un efecto cómico más relacionado con la violencia, era cuando dos payasos
apaleaban a un augusto, hasta dejarlo tieso como una tabla mientras era
empujado hacia delante y atrás por sus dos compañeros. Al final lo dejaban
caer, pero debido a su habilidad sorteaba la caída y se burlaba de los otros.
En la mayoría de los efectos cómicos pedemos ver las mismas ideas una y otra
vez; sin embargo, lo más importante es simplemente inventar variaciones,
porque el éxito de una idea cómica no depende sólo de la idea misma o las
habilidades para ejecutarlas. Lo más importante radica en la actitud con la que
relacionará cada intérprete, durante el efecto y cómo se comportará después.
Entonces ¿cuál actitud es más divertida? Tal vez sólo haya una más divertida,
aquella con la que el payaso se identifique; sólo de ese modo hará reir.
Pero no sólo fueron los efectos cómicos de Chaplin lo que atraía la atención del
espectador, sino su actitud física; él disfrutaba con el humor del personaje; en
consecuencia hacía posible una situación cómica.
Los objetos
Todo esto le hacía sentir al espectador que los payasos eran siempre
irresponsables. Pero eso está muy lejos de la verdad. El éxito de los más
grandes payasos radicó en la seriedad y fe escénica durante las acciones que
realizaban; por muy disparatadas que éstas resultasen, el verdadero payaso se
empeña en ejecutarlas como si en algo de esto dependiera su vida.
Aparecerán otros payasos o los ayudantes de pista, con otra mesa con
cubiertos, platos, copas, tenedores, etc. El payaso se acercará a ellos, tomará
el mantel y tirará de él con tal fuerza, que los objetos de la mesa permanecerán
un su lugar. Será entonces cuando se acerque un augusto, quien levantará la
mesa y se la echará a los hombros con todo y trastos; con esta acción cómicas
se descubrirá el truco de que todo está pegado a la mesa.
Con todo esto, el papel de los payasos jamás toma en cuenta convenciones
sociales, ni tienen consideraciones hacia lo legal o ilegal, ni hacia los demás
quienes son las víctimas. Se atacan unos a otros constantemente de manera
cruel, son invencibles, pero estupendos; se comportan como niños y nosotros
reímos y nos identificamos con ellos. Alguien dijo que los payasos
representaba a los pocos hombres responsables, quienes aceptan padecer por
todo lo que hacen. La mayoría de las veces se comporta como un ser humano
para caer en una situación absurda. Como un extranjero inadaptado que busca
entablar una relación. Son como una imagen de algunos ante un espejo; esto
significa que todo podemos entendernos.
Los malabares
Para hacerse una idea clara de cómo incorporaban sus destrezas van algunos
ejemplos. Ante el anuncio de una maroma en que el payaso lo recibiría con los
pies, el augusto fallaba y terminaba sentado encima de éste. Generalmente a
menudo el número se intentaba varias veces, hasta que cualquiera de los dos
payasos lo ejecutaba limpiamente.
Otra forma de malabarismo pero intelectual, proviene del viejo recuerdo de los
payasos para ingeniárselas en los mercados en robar frutas o pan; con estos
actos de malabarismo mental se han construidos numerosos efectos cómicos
en el que se entabla una competencia de ingenios para ver quien engaña a
quién. Un ejemplo gracioso era aquel en que fingía estar afónico o trataba de
revelar un gran secreto y al hablarle al oído al otro, aprovechaba esta posición
para robarle a sus espaldas. Era siempre tratar de que el otro no se diera
cuenta de lo que hacía.
Como se puede advertir con estos ejemplos, en el mundo del efecto cómico
existe una ventaja: podemos entender más o menos los hechos, porque las
bases contienen algo de cotidiano. Los efectos dependen de algunos schocks,
extrañas transformaciones, pero en la mente se encuentran las reglas normales
acerca de la existencia.
Así, después de examinar brevemente sobre el efecto cómico, cabe tan solo
una única recomendación: no adelantar antes de tiempo el efecto cómico de
una situación, ya que esto significa preparar de antemano al espectador para la
solución cómica final.
La bicicleta
Una vez más reiniciaba la acción hasta que finalmente se la apropiaba y con
ella se dirigía hacia el centro de la pista; intentaba abandonar el lugar, pero no
podía hacerlo porque se le había enredado el bajo del pantalón en uno de los
pedales, al intentar desenredarlo se le caía el sombrero; se encontraba en un
dilema porque no sabía qué hacer, si recoger el sombrero o liberar el pantalón
aprisionado.
Observa el pedal tirado al piso, lo recoge, intrigado observa hacia arriba sin
saber como llegó allí. Por fin cae en cuenta que es una parte mecánica de la
bicicleta, pero no sabe a dónde corresponde. Por fin observa el volante y el otro
pedal y compara; solo entonces logra ponerle en su lugar. Trata de subirse a la
bicicleta, pero a cada intento pisa la bocina de corneta y por el susto falla en el
intento y desiste en su propósito, mira al público sorprendido sin poderse
explicar nada.
Repite esta acción en dos o tres ocasiones antes de poder montar al fin la
bicicleta con la que da torpemente una vuelta alrededor de la pista y con el
zapato que abre las fauces recoge el sombrero; se lo pone y al intentar
agradecer los aplausos tropieza con la bocina de corneta y cae. No sabe lo que
ha sucedido. Recoge el sombrero, lo limpia, se lo coloca, extrae un pañuelo de
la manga con el que se seca el sudor, intenta varias veces arrojarlo fuera de sí
pero falla porque el pañuelo está cocido con un hilo a la manga del saco,
finalmente lo guarda en la bolsa trasera del pantalón pero sale de ésta al estirar
el brazo.
El funámbulo
Llega un payaso con una gran escalera que coloca a un extremo de la cuerda.
Inicia preparativos para caminar por la cuerda floja. Saca de su pantalón una
minúscula sombrilla.
El recolector de basura
Aparece un payaso con un bote lleno de basura y una escoba. Deja el bote en
el suelo, sale del interior de éste un perro que tira el bote y esparce la basura
por toda la pista, mientras corretea al payaso. Éste para defenderse lo espanta
con la escoba y el perro parece salir de la escena. El payaso se voltea hacia el
público feliz. Pero el perro regresa y tira el bote de basura. El payaso lo
espanta otra vez con su escoba, al verlo alejarse levanta el bote. En cuanto se
voltea para realizar cualquier acción, el perro aparece y tira el bote de basura
otra vez. El payaso se voltea furioso y amenaza con golpear al perro, pero éste
le ladra y no se deja intimidar.
El concierto
El poste que sostiene el farol es flexible y se ladea de un lado a otro según los
impulsos del payaso-acróbata quien ejecuta diversos números de equilibrismo
como pararse de manos sobre la lámpara o con el cuerpo en posición
horizontal se sostiene con una solo mano. Después de algunas suertes se
sienta sobre el farol e invita al público a subir dónde está él para hacerle
compañía. Cabalga sobre el techo del farol mientras les pregunta si no les
gustaría hacer lo mismo. Sentado, mientras fuma su cigarro hace girar el farol
hasta dar una vuelta completa. Se ladea para agarrar impulso y hacer que el
poste oscile. Mientras esto ocurre se incorpora para ponerse de pie, luego de
un traspie se aferra con destreza al farol mientras que aparenta que se muere
de miedo. Se sienta y luego de una pausa ejecuta una serie de suertes de
manos.
El concierto (II)
Enredijo
Cuando logra despejar la mano del pedestal, pareciera que ha pisado una
imaginaria goma de mascar, que hace que ambos pies se mantengan
adheridos al piso. Después de varias peripecias logra despegar un pie, luego
el otro; quita la goma de mascar de los zapatos, logra hacerla compacta, juega
con ella como si fuera una pelota, después se la pone al ojo como si fuera un
monóculo.