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IBEROAMÉRICA COMO PROBLEMA


Leopoldo Zea

La crisis actual de la Cultura Occidental, la que ha llevado a Europa a la actual


situación, ha planteado, como no había sucedido antes, el problema de la continuidad de
dicha cultura. América, y en especial los pueblos iberoamericanos, se ha tropezado con
dicho problema, es su propio problema. La crisis de la cultura europea ha puesto también
en crisis una forma de vida cultural derivada de ella, la americana. De golpe, nuestra
América se encuentra ante la alternativa de dejarse arrastrar por el caos en espera de una
nueva solución que de tal caos resulte, o bien enfrentarse a éste buscando en sus propias
entrañas una solución que lo anule. Lo segundo implica haber alcanzado un sentido de
responsabilidad, haber llegado a lo que Alfonso Reyes llama "mayoría de edad". América
puede ser la llamada a ofrecer una nueva síntesis cultural. Europa misma ha visto en esta
América el futuro de su propia realización cultural, aunque sólo fuese como un ideal que
parecía no realizarse nunca.

Esta situación, ha hecho que las más destacadas mentes americanas se preocupen, en las
últimas fechas, por el problema que plantea. Nunca antes se había planteado a pueblo
alguno tal problema. Ningún pueblo se había planteado el problema de su capacidad o
incapacidad para heredar una cultura. Nunca había sido un problema de responsabilidad:
unas formas de cultura sucedían a otras asimilándose mutuamente hasta dar lugar a la
síntesis que conocemos con el nombre de Cultura Occidental. América es la que por vez
primera en la historia se hace de un problema vital una cuestión moral. Ante la herencia que
le sobreviene, no sabe qué hacer, no sabe si será capaz o incapaz, digna o indigna, de
heredarla.

Numerosos son en nuestros días los trabajos que se hacen enfocando tal problema. Entre
los últimos se encuentran, la Memoria del tercer congreso internacional de catedráticos de
literatura iberoamericana (El Nuevo Mundo en busca de su expresión),1 en el que se en-
focan distintos aspectos del problema concluyendo siempre en una incógnita. América se
sabe heredera de la Cultura Occidental; pero siempre surge el problema de su capacidad
para heredarla. Otro trabajo es el de Alberto Zum Felde titulado El problema de la Cultura
Americana.2 El problema, siempre el problema. La posibilidad de una cultura americana se
nos presenta siempre a los iberoamericanos como un problema.

Ahora bien, ¿por qué es que sólo a nosotros los americanos se nos plantean esta clase de
problemas? Nuestra América parece tener una estructura muy especial, la que determina se
le planteen éstos. Zum Felde empieza atacando este primer problema, el de la dramaticidad
de nuestro problema cultural. "¿Cuál es el genio propio de nuestro pueblo? ...", se pregunta.
"El hombre genial es una exaltación culminatoria de las virtudes comunes del pueblo en
que ha nacido; porque el pueblo es la tierra de donde todo brota y la sustancia de la cual
todo se nutre". Ahora bien, parece que lo que caracteriza a los pueblos de América Latina

Tomado del libro Filosofía de lo americano, editorial Nueva Imagen, México 1984.
11
Tulane University: Memoria del tercer congreso internacional de catedráticos de Literatura Iberoamericana. Tulane University Presa,
New Orleans, 1944.
2
Zum Felde: El problema de la cultura americana. Buenos Aires. Editorial Hesdi, 1913.
es la falta de genio propio, de genio definido. Iberoamérica se caracteriza por su
indefinición. Esta indefinición caracteriza, por ende, al hombre americano. "Pueblos sin
genio propio, definido, como los de América Latina, no pueden dar sino hombres de rasgos
espirituales indefinidos y sin propiedad. Tal es el drama del hombre sudamericano de
nuestro tiempo, que por desdoblamiento intelectual se convierte en problema; y tal el
problema, que por angustia intelectual, se transforma en drama de conciencia". Esta es
quizá la razón por la cual, como lo ve Zum Felde, un problema que siempre ha sido resuelto
vitalmente, tiene que ser ahora resuelto moralmente, de acuerdo con un sentido de
responsabilidad. Es más, esta parece ser la forma vital de resolverlo, propia de la vida
americana.

Este es un problema que, por tener una raíz vital, no puede ser eludido por ningún
americano. Es un drama de América y de los americanos. "El hombre sudamericano... que
quiera tener conciencia de sí mismo, está obligado a encarar el problema de la cultura
americana como un problema propio". Ningún americano puede evadir dicho problema, lo
lleva en su sangre. Nadie puede renegar de este su ser problemático. Acaso el mal ha estado
en este no resignarse a ser americano; en sentirse inferior como americano. La historia de
nuestra América ofrece múltiples ejemplos de este afán por arrancarse las entrañas
americanas, lo cual no ha conducido sino a esa indefinición que nos caracteriza. Dice Zum
Felde, "La dignidad está en ser lo que se es, dignamente; y aunque no se sea nada todavía".

Como se ve, nuestro problema sigue siendo moral, es un problema de dignidad, frente a
la inmoralidad que representa la negación de este nuestro ser. "Pues hay más autenticidad
en reconocer que no somos aun, que en aparentar ser lo que no somos; y más sabiduría hay
en saber que no tenemos todavía una cultura, que en pretender que la tenemos,
falsificándola".

Una de las formas como el americano ha querido justificar su indefinición ha sido la de


la universalidad. No le importa definirse como americano ni personal ni culturalmente. La
cultura, nos dice este hombre, está formada por valores universales y no por valores
circunstanciales. La cultura es universal, no puede limitarla el tiempo ni el lugar. Pero el
americano que en vez de crear o asimilar se conforma con imitar, no está en realidad
sirviendo a lo universal. Lo americano, en lo que tiene de imitación de otra cultura, no
puede ser lo universal. Esto, dice Zum Felde, "sólo es falsamente universal por indefinición
de sí mismo, es decir, por ausencia de su entidad". América puede convertirse en un órgano
universal, como lo ha sido Europa, y aún más que ésta; pero este no es el principal
problema. El problema es el de la definición de América. El problema es saber quiénes
somos, cuál es nuestra entidad. "Cuando hayamos resuelto nuestro problema ―el de
nuestra entidad― acaso nos convirtamos en un órgano universal de cultura, más
plenamente que otro pueblo de esta edad lo haya sido en la historia. Tal nuestro seguro
signo: y tal nuestra probable compensación".

Ahora bien, el problema americano, el problema que nos plantea América, debe ser
resuelto desde un punto de vista americano. Cualquier otra solución será falsa. "Lo general
en nuestra intelectualidad actuante -dice Zum Felde-, es enjuiciar el hecho americano con
criterio europeo, es decir, en este caso, con criterio libresco". Los prejuicios que sobre
América tenemos los propios americanos, la valoración que nos hacemos a nosotros
mismos, no son propios de América. Es lo que Europa piensa de nosotros y que nos
apresuramos a aceptar como válidos. En este sentido seguimos siendo coloniales, y vivimos
en América como vivieran sus colonizadores. "Nuestra patria espiritual está en Europa y no
en América". Europa es siempre nuestro pasado, mientras que América es nuestro futuro;
pero un futuro visto desde un punto de vista europeo. Europa, dice Zum Felde, nos ve con
desdén, a lo más con la simpatía con que se ve a los aprendices.

Ahora se presenta una gran coyuntura para que América decida por sí sola lo que debe
ser su futuro. No se trata de considerar a Europa como terminada. No, aún tiene mucho que
enseñar; pero ahora también América tiene la oportunidad para dar a conocer su verdad. El
americano se ha hecho problema de su cultura al sentir que se queda solo. Una Europa en
crisis no tiene por lo pronto soluciones que ofrecer. Los problemas de América tienen ahora
que ser resueltos por los americanos. "Acaso necesitamos quedarnos solos para poner en
ejercicio nuestras energías latentes y obligar nuestra capacidad de autonomía". Pero si algo
hemos de aportar a la cultura, este algo no podrá ser tampoco una mitología nacionalista,
dice Zum Felde. No se debe caer en los extremos. No se puede pasar de un universalismo
indefinido a un localismo intrascendente. El mundo requiere de nosotros "una nueva y
grande síntesis de la cultura y de la historia, universalmente válida...".

El hombre americano debe actuar como tal, es decir, de acuerdo con sus propias
circunstancias. Y estas circunstancias muestran el carácter colonial de lo que llama su
cultura. Somos por un lado americanos y por otro europeos. No podemos renunciar a
ninguna de estas partes de nuestro ser sin falsearnos. No podemos renunciar a nuestra
occidentalidad, como tampoco a nuestra americanidad; pero lo que sí podemos afirmar es
que "somos occidentales de América, no de Europa". Nuestra cultura es la Cultura
Occidental, esto no podemos negarlo; pero para que dicha cultura sea auténticamente nues-
tra, es menester que se americanice.

La Cultura Occidental no es otra cosa que el conjunto asimilado de una serie de culturas
que se han venido sucediendo en Europa. Es la síntesis de todas ellas. América tiene ahora
la oportunidad de ofrecer una nueva síntesis cultural, parece ser esta su misión. Otros
pueblos ya han realizado cosa semejante en la historia de esta cultura. Sin embargo, como
se ha visto, dichos pueblos no se plantearon nunca el problema de esta asimilación; les
bastaba vivir, y para vivir se asimilaban lo que había de ser asimilado. En cambio nosotros
los americanos hemos abandonado toda ingenuidad al plantearnos el problema de nuestra
cultura. Los otros pueblos hacían nuevas culturas, nuevas síntesis culturales, en forma casi
ingenua e inconsciente. Nosotros no, nosotros queremos hacer una nueva cultura, su
realización es lo que se nos ha planteado como problema. Acaso sea esto lo que nos permita
en un futuro realizar una síntesis más universal de cultura. América, nos dice Zum Felde,
puede ser el gran crisol de la nueva cultura occidental. Pero no hay que conformarse,
esperando que en un futuro se realice tal fusión, es menester iniciarla, provocarla. En esta
nueva síntesis cultural, las dos Américas, la sajona y la ibera, tienen mucho que aportar. Y
mucho es lo que una América tiene que aprender de la otra. "Ellos, para nosotros, maestros
de energía; nosotros, para ellos, maestros de sensibilidad; ¡cómo nos completaríamos,
aunque no llegáramos a completarnos nunca! Porque los contrarios no se funden, pero se
buscan siempre, se influencian recíprocamente, y en algo se equilibran".

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