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CELTAS
REDACCIÓN
Claudia Moliné
Fabiana Martínez
Edgardo Murray
Juan José Delaney
Diego Ribeira
Raúl Lavalle
nº 1 – 2010
1
ÍNDICE
Presentación p. 3
Minucias p. 27
2
PRESENTACIÓN
3
WHEN IRISH EYES ARE SMILING
EUGENIA RAVENNA
***
When Irish Eyes Are Smiling, sure 'tis like a morn in spring.
In the lilt of Irish laughter you can hear the angels sing,
When Irish hearts are happy all the world seems bright and gay,
1
Cf.: http://en.wikipedia.org/wiki/When_Irish_Eyes_Are_Smiling. De allí tomamos el
texto y los datos. Damos aquí una versión española y un breve sentir personal.
2
Cf.: http://www.youtube.com/watch?v=WgQCPifM-p8.
3
Cf.: http://www.youtube.com/watch?v=WgQCPifM-p8.
4
And When Irish Eyes Are Smiling, sure, they steal your heart away.
(Chorus)
(Chorus)
5
Sin jamás un dolor o remordimiento.
Mientras la primavera sea nuestra, en todas las horas de la vida,
Sonriamos cada vez que podamos.
(Coro)
***
EUGENIA RAVENNA
6
GINEBRA: DE LAS APARIENCIAS A LA IDENTIDAD
MARINA FLORENCIA RAPETTI
7
combinan lo maravilloso con lo realista, lo cortés y lo tradicional, así lo
señala Marie-José Lemarchand “Léase o no en clave sociológica es
admirable la sutil alianza lograda por Chretien entre rasgos maravillosos
y detalles del realismo más desgarrado (…) el autor va tejiendo la
materia mágica de las leyendas de Bretaña, junto con los finos hilos del
amor cortés y los célebres pleitos amorosos de la corte de Champaña,
con detalles que la historiografía nos revela como realistas y veraces”1,
La producción del autor fue bien acogida por sus contemporáneos y a
partir del s. XIII, las traducciones se difundieron a lo largo de Europa.
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protagonista debe sortear ya que no dejan de configurarse como
tentaciones amorosas cautivadoras. De esta forma el Caballero recibe los
favores pero a la vez debe permanecer incólume ante la tentación de
estas mujeres que se dibujan como una suerte de guías virgilianas,
mientras que se ofrecen como cautivadoras Circes.
9
Ginebra no experimentan en ningún momento culpabilidad por la
traición a Arturo, ni siquiera se plantea que su unión amorosa represente
algún tipo de conflicto.
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espejo pero también un confesionario, en el que las almas de esas
damiselas descúbrense en sus aspiraciones más secretas, en sus más
angustiados conflictos”1.
11
compleja e impredecible es la que salva a Lanzarote de la ignominia para
siempre. El protagonista carecía de nombre, era injuriosamente
denominado como el “Caballero de la Carreta” hasta que Ginebra le
otorga la identidad y con ella restablece su honor. Los labios de Ginebra
difunden el nombre del protagonista y, de esta manera, le permite ser
quien es. A partir de ese momento Lanzarote será el amante eterno de
una mujer que le está prohibida, pero nunca más será el deshonroso
pasajero de la carreta. En una suerte de bautismo, que lo libera del
supuesto pecado al que la carreta lo asocia, Ginebra le permitirá el paso
del plano de las apariencias al plano de la identidad y no será cualquier
identidad, ya que al nombrarlo lo hace aludiendo a sus orígenes: lo llama
“Lanzarote del Lago” y al referirse a su cuna privilegiada –a la otra
mujer sobresaliente en su historia, la Dama del Lago– dejará olvidado
para siempre su errante destino deshonroso para convertirse en leyenda.
Bibliografía
Alvar, Carlos (traducción y prólogo); La muerte del Rey Arturo, Alianza
Editorial, Madrid, 1980.
Chretien de Troyes, El Caballero del León (edición preparada por
1
Morales, Ana María, “Lo Maravilloso medieval en literatura”, en revista El hilo de la
fábula, año 2, Universidad del Litoral, Santa Fe, 2003.
12
Marie-José Lemarchand), El caballero del León de Chretien de Troyes,
Siruela, Madrid, 1986.
Chretien de Troyes, El caballero de la carreta, Labor, Barcelona, 1976.
Cohen, Gustave; La vida literaria en la Edad Media, Fondo de Cultura
Económica, Madrid, 1958.
Duby, Georges, El caballero, la mujer y el cura, Taurus.
Enriquez, Mariana, Mitología Celta, Grafidco, Buenos Aires, 2007.
Le Goff, Jacques, Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente
medieval, Gedisa, Barcelona, 1985.
Morales, Ana María, “Lo Maravilloso medieval en literatura”, en revista
El hilo de la fábula, año 2, Universidad del Litoral, Santa Fe, 2003.
Naughton, Virginia; Historia del deseo en la época medieval, Quadrata,
Buenos Aires, 2005.
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LAS DOS MONEDAS
JUAN JOSÉ DELANEY
Sinéad O’Reilly
Summerhill
Jack White’s Cross Road
Co. Wicklow, IRELAND
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descendientes, una relación epistolar que lo mantuviera unido a la Vieja
Irlanda, la tierra de sus mayores. Y como Timoteo –menor de una hilera
de siete hermanos– había sido siempre dócil, venía cumpliendo
inexorablemente con la orden. La condición de hijo obediente lo
certificaba el hecho de que nunca se había casado.
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podía entender en toda su dimensión pero que estaba muy dentro de él y
era que si habría de haber una vida después de ésta, él le pedía a Dios
que la misma transcurriera en la lejana Irlanda, simbólica y espiritual
apetencia aunque injustificada ya que nunca había pisado Europa y acaso
ese preciso hecho explicara el anhelo. Sonrió y tras una breve tos con la
que buscó conjurar la emoción, retomó la tarea. Dio así con una carta
debajo de la cual había una caja de medianas dimensiones. Al leerla se
enteró de trivialidades que para Sinéad resultaban sumamente
importantes. Casi al final un recuerdo por su cumpleaños justificaba el
envío cuyo sorprendente contenido él tenía que descubrir. El escrito
concluía con las frases de rigor, esperando que al recibo de ésta te
encuentres bien, escribe pronto, cariñosamente, Sinéad. Ahora sí, la
curiosidad lo carcomía. Al destapar la caja se encontró con una plancha
de madera apenas escondida entre puñados de paja que rodeando el
artefacto todo buscaban atenuar ocasionales golpes o movimientos
bruscos. No pudo adivinar qué tenía entre manos. Con rapidez y cierto
nerviosismo separó la hojarasca hábil y generosamente dispuesta, y
extrajo, entonces, el misterioso objeto. Al principio se sintió confundido
y fueron necesarios unos instantes de observación para recaer en que se
trataba de un antiguo reloj de arena imitado con arte y competencia. Lo
conmovió el movimiento de la limitada arena. Hormigueantes
sensaciones en los brazos y antebrazos lo distrajeron de la conmoción;
ocurría que pequeñas y numerosas arañas los recorrían como en una
exótica danza. Tenuemente se desprendió de ellas con efectivas
palmadas y cuando caían las pisaba una y otra vez. En eso estaba cuando
se detuvo en los manojos de paja que ansiosamente había arrojado al
piso: de ahí provenían las ingratas visitantes. Las remató con el pie y
luego las recogió con una pala para arrojar los restos de la masacre en el
tacho de residuos, con lo que dio por terminado el asunto. Volvió a
concentrarse en el obsequio. Mientras jugaba con el curso de la arena,
por detrás del vidrio sus ojos dieron con el enorme reloj de pared de este
tiempo: era medianoche. Se dio cuenta de que sin darse cuenta se había
demorado con el regalo de Sinéad. Advirtió también que un
desacostumbrado sudor invadía su frente. Dejó el reloj sobre la mesa y
se tocó la cara: transpiraba y una vena se destacaba en su sien. Se sintió
muy mal y, mareado, optó por sentarse ahí mismo, junto a las cáscaras
de queso y el vaso ya sin vino. Al poner las manos sobre la mesa vio que
las pecas convivían con numerosas manchas rojas que avanzaban hacia
arriba y que parecían picaduras de mosquitos pero cuyas dimensiones no
se correspondían con las que acostumbran a dejar tales insectos. Pronto
recordó el incidente de las arañas y eso fue suficiente. Ahora se sentía
peor. No quiso pensar más o no pudo hacerlo. Pese a todo, llegó a
decidir que lo mejor era meterse en cama, que mañana ya todo habría
pasado. A causa de la debilidad le costó pararse y mucho más alcanzar el
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reloj de arena que curiosamente pensaba llevar consigo. Pero al cabo de
algunos intentos concertó la operación. En seguida estuvo junto a la
puerta que daba a su cuarto. La abrió y antes de entrar buscó apagar la
lámpara de la cocina lo que hizo no sin dificultad. A tientas llegó a la
mesita de luz, encendió el velador y junto a él dispuso el anacrónico
trofeo. Sentado en la cama, abrió el cajón de la mesita donde buscó
ansioso las dos monedas que hacía ya un par de años había situado allí:
fue cuando tomó conciencia del paso vertiginoso del tiempo y cuando
menudas satisfacciones cotidianas empezaron a ser sustituidas por
medicamentos. Lo de las monedas era una tradición, una herencia
simbólica que no entendía, que nadie jamás le había explicado y que
nunca se había esmerado en comprender. Pero allí estaban y sentía ahora
que debía recurrir a ellas. Metódico y disciplinado como era, dejó de
lado, sin embargo, la higiene previa y aun el pijama y, vestido como
estaba, se acostó. Sin saber por qué ni para qué, tomó las dos monedas y,
según el mandato, las dispuso sobre sus cansados ojos: la oscuridad
buscada no llegó a ser total por lo que decidió apagar la luz del velador,
lo que hizo con dificultad y no sin voltear el reloj de arena que Sinéad le
había enviado desde Irlanda. En la nueva y total oscuridad soportó el
ruido de los cristales haciéndose trizas y creyó escuchar también el
rumor de la arena deslizándose por el parquet. “Qué extraño”, dijo. Qué
extraño. Y verdaderamente lo era porque tras sentir que las monedas
habían desaparecido, abrió los ojos que dieron contra un cielo violáceo
poblado por planetas y astros desconocidos. Ese nuevo firmamento
vigilaba un amplio desierto en el que yacía no solo sino junto a un
desconocido: el que había tomado las monedas, el que le indicaba que lo
siguiera. Al avanzar, los infinitos granos de arena acariciaron sus pies
desnudos. Andaba como si algún otro cargara sobre sí el esfuerzo del
traslado. Vio, además, cómo sus brazos se extendían como buscando
abarcar algo, fue sintiéndose una abstracción, la parte de un todo. Pronto
se encontró junto al otro, a la vera de un río en el que una barca lo
esperaba; el guía le indicó que se situara dentro de ella y acaso porque
advirtió que tenía forma de ataúd consideró que debía acostarse, lo que
hizo mientras su acompañante, de pie, lideraba con un remo el cruce de
las aguas. Si la categoría existía, no supo calcular el tiempo pero en
algún momento su embarcación se cruzó con otras mucho más pequeñas
y que bien observadas parecían cunas. No le fue posible discernir a los
habitantes de aquellas mínimas embarcaciones. Pese a la oscuridad, un
murmullo le hizo saber que llegaba a la otra orilla. El barquero le
confirmó el hecho al tomarlo del brazo instándolo a que se incorporara.
Cuando sus pies tocaron la otra zona igualmente plena de arena donde
todas las civilizaciones y culturas se encuentran y reencontrarán, no
volvió a ver al guía ni a la barca. Pudo, sí, discernir algunos rostros de
entre aquella multitud que rumoraba. De entre ellos reconoció a sus
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abuelos labriegos, a la viejita que lo había preparado para la primera
comunión, a la señorita Carolina Mosca, la maestra que le había
enseñado a leer y a escribir… A Dina Near, la mujer a la que
silenciosamente había amado en su juventud durante sus perdidos años
de oficinista… a perdidos amigos, a mujeres a las que creía haber
olvidado para siempre… ellos y muchos más, perdidos ahora entre seres
de toda laya, eran los que directa o indirectamente habían tenido algo
que ver con él durante su paso por la vida. Estaban literalmente todos y,
aunque lo miraban, nada decían. Más allá de que no sabía si contaba con
esa posibilidad, tampoco él necesitó hablar. Quienes aparentemente se
habían acercado a recibirlo le cedían ahora el paso signando de algún
modo su senda. Pronto fue abandonando a la multitud y eso lo animó a
dirigir la vista hacia lugares más distantes lo cual le sirvió para descubrir
que era imposible calcular los límites de aquel nuevo territorio, y le
sirvió, además, para divisar la presencia de una débil e imprecisa luz,
allá a lo lejos, del lado izquierdo. Sin saber para qué, hacia allí se
encaminó. En poco tiempo (¿tiempo?) llegó a estar a poca distancia
(¿distancia?) del punto de atracción: el recorte, apenas, de un sector de
un edificio muy familiar, que ahora parecía una gran caja clavada en el
desierto. No tenía ventanas pero la puerta estaba entornada y era por allí
de donde se filtraba la luz que lo había inquietado. Al acercarse a la
entrada vio a un hombre y a una mujer que lo miraban. Eran, claramente,
sus padres. Lo observaban sin hablar y campeaba en sus rostros una
conjunción de miedo y extrañeza. Se hicieron a un lado, facilitándole el
acceso al ambiente único. Se asomó y lo que encontró fue el cuerpo de
un hombre ya grande que, idéntico a él, era, en verdad, su propia
imagen. Metido en cama, lo contemplaba inquisidor, como
escudriñándolo. Entró. Al acercarse al cuerpo sus pies pisaron unos
vidrios rotos. Tocó al moribundo en la frente y una inefable experiencia
de fin y de unidad se apoderó de él, posesiva y total.
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EL LEGADO CELTA A LA LENGUA ESPAÑOLA
DIEGO RIBEIRA
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península que relaciona los pueblos asentados allí hacia el año 200 A.C.1
1
Luís Fraga da Silva. Associação Campo Arqueológico de Tavira, Tavira, Portugal.
www.arqueotavira.com.
20
posteriores invasiones, como el visigodo y árabe, no dejaron grandes
huellas fonológicas o morfosintácticas, sino sobre todo léxicas. Como
veremos, al sustrato celta se debe un importante cuerpo de voces que se
apreciará principalmente en la onomástica, y que en los últimos años ha
servido, entre otras cosas, para establecer una vinculación entre los
pueblos celtas del noroeste peninsular y los insulares del norte1.
1
A. Álvarez Peña, Celtas en Asturies, Llanera, Picu Urrielu, 2002.
2
Para una mejor profundización, remito a A. Lorrio, Los Celtíberos, Universidad de
Alicante / Universidad Complutense de Madrid, 1997, cap. XI “Epigrafía y lengua: el
celtibérico y las lenguas indoeuropeas en la península ibérica”, §3.
3
Cabe mencionar que estudios citados por I. Iordan y M. Manoliu (Manual de
lingüística hispánica, Madrid, Gredos, 1972, I, §182) descartan el sustrato celta en la
sonorización y la atribuye a otras causas.
21
lengua contra los dientes, el tercero a través del velo del paladar (la
campanilla). Lo que diferencia a un miembro del otro es la
presencia/ausencia de sonoridad. El sustrato celta, pues, favoreció el
proceso de sonorización de las consonantes sordas siempre que estas
aparecieran entre dos vocales. Así, por ejemplo, de MUTARE nos ha
quedado mudar, donde /t/, al sonorizarse por influencia del sustrato
celta, da como resultado el fonema /d/, que es igual a /t/ en cuanto al
punto de articulación -ambos son dentales-, pero diferentes en cuanto a
vibración de las cuerdas vocales. El mismo fenómeno ocurre en la
evolución CAPUT > cabo y SPICA > espiga.
1
Rafael Lapesa sostiene que estas dos soluciones se han realizado en casi todos los
países en que han tenido los celtas su asentamiento (FACTU > port. feito; esp. hecho;
cat. fet; prov. fach; fr. fait (Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1981, §4).
Cfr. I. Iordan y M. Manoliu (1972), I, §51.
2
La diptongación de grupos vocálicos que en latín formaban hiato, como en VINEA, es
una de las causas de esa aparición del elemento yod. Para más precisiones sobre estas
causas, remito a A. Quilis Morales, Fonética histórica y fonología diacrónica, Madrid,
UNED, 2005, 70-71.
3
Pido disculpas al lector por haber prescindido de una transcripción fonética científica;
tan solo me he amparado en la comodidad que supone desde el punto de vista didáctico
una doméstica e intuitiva.
4
R. Menéndez Pidal, Manual de gramática histórica, Madrid, Espasa, 1985, §50.
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Y para terminar con el plano fonológico, cabe mencionar un
fenómeno de inflexión vocálica que Lapesa (1981, §4) atribuye a un
posible influjo celta cuyas condiciones no se han precisado aún, pero que
podría ser antecedente de la alternancia que se da, por ejemplo, en FECI
> hice; VENI > vine. Por inflexión entendemos aquel proceso en que una
vocal pierde su grado de abertura y se transforma en una vocal más
cerrada. Observemos la siguiente imagen:
1
Iordan y Manoliu (1972, I, §227-231) dividen las lenguas románicas en “grupo
oriental y occidental” según la realización de los formantes del plural. El primer grupo
se caracteriza por el morfema -i (rum. copil/copii; it. fratello/fratelli), mientras que el
segundo añade -s (esp. puerta/puertas; fr. femme/femmes). Aunque los autores no lo
mencionan, quedaría por determinar si esta división es justificable por influjo del
sustrato celta.
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romance peninsular, no aportó nada al enriquecimiento de las
significaciones abstractas o filosóficas. Su influencia debe buscarse en lo
relacionado con objetos materiales y, como dijimos, en las huellas que
ha dejado en la onomástica. En muchos casos, la pervivencia de lenguas
célticas como el irlandés, el gaélico escocés, el galés o el bretón, ha sido
de gran ayuda para la determinación de un origen celta en voces
románicas1. Muchos topónimos, por ejemplo, añaden a sus raíces un
sufijo –briga de origen celta, cuyo significado hace referencia a una
ciudad o fortificación elevada, y que puede justificarse a través de
palabras modernas como el bre (“monte”) gaélico irlandés, brig galés y
bri bretón. En algunos casos el sufijo no se ha modificado con el paso
del tiempo, como ocurre con el topónimo manchego Segóbriga
(Cuenca). Otras veces es preciso apelar a referencias antiguas, como en
el caso de Nemetobriga (actual Puebla de Trives, Orense, Galicia), que
habría sido la capital de la tribu astur de los Tiburos. Además del sufijo,
también es de origen celta su primer componente basado en la palabra
nemeton, que significa “bosque sagrado”2. En otros casos, los topónimos
han sufrido algún cambio, como ocurre con Teverga, nombre del
concejo asturiano que tiene su origen celta en la palabra Tebriga.
1
Iordan y Manoliu, 1972, II, §489.
2
J.L. García Alonso, “Celtas y no celtas en la Gallaecia: la toponimia y la etnonimia”,
en Pasado y presente de los estudios celtas, Ortigueira, Fundación Ortegalia, 2007,
611-629.
3
M. Sevilla Rodríguez, “Posibles vestigios de cultos célticos en el norte de la península
ibérica”, en Memorias de Historia Antigua, Oviedo, Instituto de Historia Antigua,
Universidad de Oviedo, III, 1979, 263.
4
En Asturias encontramos el río Deva, que sirve de límite entre el Principado y
Cantabria; en Gijón Deva es el nombre de una parroquia y un monte; en el santuario de
Covadonga, el río Deva forma una cascada debajo de la cueva de la Virgen; en el
concejo de Muros de Nalón, una peña sobre el Cantábrico lleva el nombre de La Deva.
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El caldero celta de Gundestrup hallado en Dinamarca posee,
entre su abundante iconografía, la imagen del dios Cernunnos,
relacionado con la fertilidad y representado como un ser con cuerpo de
hombre y cuernos de ciervo. Ciertos topónimos estarían emparentados
con el nombre de este dios, como Cermoño (Salas, Asturias), la aldea de
Cermuño (Villaviciosa, Asturias) y el caserío de Cermuño (Tornadizos
de Ávila).1
1
M. Sevilla Rodríguez (1982, 262).
2
William Smith, LLD. William Wayte. G. E. Marindin, A Dictionary of Greek and
Roman Antiquities, London, John Murray. 1890. Es difícil traducir bracati al español
de manera literal, es decir, como adjetivo. La traducción inglesa de A.S. Kline (2002),
parece eludir el problema: “the bows of trousered soldiers”
(http://www.poetryintranslation.com/).
3
F. Villar, Estudios de celtíbero y de toponimia prerromana, Salamanca, Ediciones
Universidad de Salamanca, 1995, 138.
25
Otros celtismos del latín que han pasado a nuestra lengua han
sido enumerados por Lapesa (1981, §7), a saber: CAMISSIA > camisa,
CAPANNA > cabaña, CEREVISIA > cerveza, ALAUDA > alondra,
VASSALLUS > vasallo.
DIEGO RIBEIRA
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MINUCIAS
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DEDICADO A SAN PATRICIO
RADULFUS
1
Como suelo decir, escribo en latín para disimular mi falta de talento poético. En todo
caso, sea este pequeño panegírico un homenaje al Santo de Irlanda. Para quienes no
leen la lengua de los romanos (y están dispuestos a perder un minuto), lo que escribí
puede decirse en español de este modo: ‘Pocas cosas sabemos de ti, pastor bueno; /
pocas obritas escribiste, hombre de Dios; / poco dinero tenías, padre dulcísimo / de
todos los hibérnicos. ¡Pero qué larga fue tu mano al bendecirnos / a nosotros! Verde es
Hibernia; / verde es también mi esperanza; ojalá sea yo, bajo tu enseñanza, / más
humilde cada día.’
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