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¿Por qué los católicos no entienden de

economía?1
por Jeffrey Tucker

Durante años me he preguntado acerca del por qué los católicos tienen tantos
problemas cuando se trata de economía. Este problema aplica sólo a los
católicos modernos, ya que fueron precisamente los católicos en la España de
los siglos XV y XVI quienes sistematizaron la disciplina en un comienzo. Eso fue
hace largo tiempo. Hoy, la mayoría de lo que está escrito acerca de economía
en los círculos católicos es doloroso de leer. Los fallos se extienden de derecha
a izquierda, tan propensos a aparecer en publicaciones “progresistas” como en
“tradicionalistas”. En cuanto a la publicación de libros, el problema está tan
extendido que inclusive es difícil reseñar los lotes más nuevos.

No es sólo que los escritores, tan versados como podrían estar en todo lo
referente a la fe y la moral, no saben nada de teoría económica. El problema es
incluso más fundacional: La tendencia más extendida es negar la validez de la
ciencia en sí misma. Es tratada como una especie de pseudo-ciencia inventada
para frustrar la consecución de la justicia social o la realización de la
perfectamente moral utopía católica. Desechan, entonces, por completo la
disciplina, como algo despreciable y quizás incluso malévolo. Es casi como si
toda la materia estuviera fuera de su campo de visión intelectual.

Yo tengo lo que creo que es una nueva teoría acerca de por qué esta situación
persiste. La gente que vive y trabaja primordialmente en el ambiente católico
trata principalmente con bienes de naturaleza infinita. Éstos son bienes como
la salvación, la intercesión de los santos, oraciones de naturaleza infinitamente
reproducible, textos, imágenes, y canciones que constituyen bienes no-
escasos, cuya naturaleza no requiere racionamiento, asignación, ni elecciones
referidas a su distribución.

Ninguno de estos bienes ocupa espacio físico. Uno puede hacer infinitas copias
de ellos. Pueden ser usados sin sustituir otras aplicaciones del bien. No se
deprecian con el tiempo. Su integridad permanece intacta sin importar cuántas
veces sean utilizados. Por lo tanto, no requieren economizarse. Por ese motivo,
no necesitan derechos de propiedad con respecto a su uso. No necesitan tener

1
Traducción de Jonathan G. Soler
precios. No hay problema alguno asociado con su asignación racional. Son los
que los economistas llaman “bienes libres”.

Si uno existe, vive y piensa principalmente en el reino de los bienes no-


escasos, los problemas asociados a la escasez – el reino que concierne a la
economía -- le serán siempre ajenos. Para asegurarse, pudiera parecer extraño
pensar en cosas tales como la gracia, las ideas, las oraciones y las imágenes
como bienes, pero este término meramente describe algo que es deseado por
la gente. También hay cosas que podríamos describir como males (o no-
bienes), que son cosas que nadie quiere. Luego, no hay realmente ninguna
controversia en el uso del término. Lo que realmente requiere de una
explicación es la descripción de las oraciones, la gracia, los textos, las
imágenes y la música como bienes no-escasos que no necesitan economizarse.

Vamos a recapitular y consideremos la diferencia entre bienes escasos y no-


escasos. El término ‘escasez’ no se refiere precisamente a la cantidad de
bienes en existencia. Se refiere a la relación que hay entre cuántos de esos
bienes hay disponibles con relación a la demanda de esos bienes. Si la
cantidad de bienes disponible a un precio igual a cero es menor que aquella
que la gente quiera, sea por la razón que sea, se pueden considerar bienes
escasos. Significa que hay un límite en la cantidad de bienes que pueden ser
distribuidos, dada la cantidad de gente que los quiere.

La escasez es la característica definidora del mundo material, el hecho


ineludible que erige a la economía. Mientras vivamos en este lacrimarum valle,
no habrá paraíso. Habrá menos de todo lo que se utilizaría si todos los bienes
fueran superabundantes. Esto es cierto independientemente de cuán próspera
o pobre sea una sociedad; en cuanto las cosas materiales sean finitas,
necesitarán ser distribuidas a través de algún sistema racional – no uno
diseñado por alguien, sino uno que emerja en el curso del intercambio, la
producción y la economización. Éste es la esencia del problema económico que
la ciencia económica busca resolver.

Es casi imposible pensar en un bien infinito que sea no-escaso. Podríamos


construir un escenario, quizás, como el de dos personas viviendo en el paraíso,
rodeadas de un océano de bananas. En este caso, las bananas serían un bien
no-escaso. Podrían comerse y comerse por siempre, dado que las bananas no
se pudrieran. Otra condición es que no puede haber libre intercambio entre el
paraíso y el resto del mundo, de lo contrario alguno de los habitantes podría
tener la brillante idea de arbitrar entre las bananas no-escasas del paraíso y las
bananas escasas del resto del mundo. En este caso, las bananas tendrían un
precio y tendrían por lo tanto que ser llamados bienes escasos, y no bienes no-
escasos.
En el mundo real, fuera del paraíso bananero, los bienes no-escasos son de una
naturaleza especial. Una característica es que típicamente son replicables
ilimitadamente, como los archivos digitales o la inspiración que uno recibe de
un ícono que puede ser copiado sin límite.

Como un ejemplo, consideremos el caso de los panes y los peces, un incidente


en la vida de Jesús registrado por los cuatro escritores del Evangelio. Jesús le
habla a las masas, y la audiencia se va tornando hambrienta. Los apóstoles
sólo tienen cinco barras de pan y dos peces: Éstos son bienes escasos.
Pudieron haberlos lanzado al aire creando una trifulca alimentaria para ver
quién se quedaba con qué. Pudieron haber abierto un mercado y vendido la
comida a un precio muy alto, racionándolos por medios económicos. Ambas
soluciones hubieran producido resultados escandalosos.

En cambio, Jesús tuvo una idea diferente. Él convirtió los trozos de comida
escasos en bienes no-escasos haciendo copias de la comida escasa. Las
multitudes comieron y se saciaron. Entonces, la comida evidentemente se
volvió a convertir en un bien escaso, porque la historia termina con Jesús
ordenando a sus discípulos que recogieran lo que había sobrado. ¿Por qué
recoger lo que es no-escaso? Claramente, el milagro tuvo un principio y un fin.

Esta historia ilustra agradablemente la diferencia entre un bien escaso y un


bien no-escaso. Jesús a menudo usó esta distinción en sus parábolas, las cuales
son mayormente historias acerca del mundo escaso contadas para llamar la
atención acerca de las verdades del mundo no-escaso. Un día encontró la perla
más valiosa posible, y vendió todo lo que tenía sólo para comprarla y tenerla.
La perla, por supuesto, representa la salvación y el amor de Dios – bienes no-
escasos, porque hay suficiente para todo el que los desee.

Estamos, de hecho, rodeados a diario de bienes no-escasos como los panes y


los peces. Todas las ideas tienen esta naturaleza. Yo puede tener una idea y
compartirla contigo. Tú puedes poseerla pero, al hacerlo, no me quitas la idea
a mí. En cambio, tienes una réplica de la idea – tan real e intacta como la
versión original. Las palabras son así: No necesito recolectarlas para ahorrar
algunas para mí. Las melodías en la música también son así. Yo puedo tararear
una melodía para ti, y tú puedes repetirla, pero esta acción no me quita la
melodía a mí. Se hace una copia perfecta, y puede volver a hacerse una y otra
vez infinitamente.

Esto es completamente distinto a cómo funcionan las cosas en el reino de los


bienes escasos. Digamos que a ti te gustan mis zapatos y los quieres. Si me los
quitas, yo ya no los tendré. Si los quiero de nuevo, tendré que quitártelos a ti.
Eso significa que debe haber algún tipo de sistema para decidir quién puede
tenerlos. No significa absolutamente nada declarar que debería haber algo
llamado socialismo para mis zapatos para que entonces toda la sociedad pueda
de alguna manera tenerlos. Es fácticamente imposible que esto suceda, porque
los zapatos son bienes escasos. Es por esto que el socialismo es pura fantasía,
un insignificante mundo de ensueño en todo cuanto se refiera a los bienes
escasos.

La diferencia entre bienes escasos y no-escasos ha sido observada desde hace


mucho tiempo en el medio Cristiano. San Agustín fue retado una vez a explicar
cómo es que Jesús podía hablar en nombre del Padre en el cielo a pesar de que
el Padre estuviera separado. Respondió que hay una naturaleza especial no-
escasa asociada con las palabras para que el Hijo pudiera decir las mismas
palabras y tener los mismos pensamientos del Padre.

Esto es cierto también en la Tierra, continuó San Agustín:

Las palabras que estoy pronunciando penetran sus sentidos, para que
cada oyente las tenga, más aún así no las retenga de los demás….No me
preocupa que, dándoselas todas a uno sólo, los demás se vean privados.
Espero, en cambio, que todos consuman todo; así, sin denegar la mente
o el oído del otro, tomen todo para ustedes mismos, aún dejándoles todo
a los demás. Pero por los fallos individuales de la memoria, todo el que
haya venido a escuchar lo que digo puede tomarlo todo, cada uno en su
propia manera.

Diciendo esto, Agustín estaba tanto estableciendo como siguiendo una


tradición que prohibía la compra y venta de bienes no-escasos. La Halajá judía
prohíbe que un rabino o maestro se beneficie de la difusión del conocimiento
de la Tora. El puede cobrar por el tiempo, el uso de un edificio, los libros, y
demás asuntos, pero no por el conocimiento en sí mismo. Se supone que la
Tora sea un “bien libre” y accesible para todos. De esta idea también proviene
la prohibición de la simonía en el Cristianismo.

La regla moral es que los bienes no-escasos deberían ser gratis. No hay límite
físico para su distribución. No hay conflictos sobre la propiedad. No estarían
sujetos a racionamiento. Esto no es cierto con respecto a los bienes materiales.

Para entender mejor esto, intentemos un escenario alternativo en el cual un


bien no-escaso, como la salvación, (no-escaso porque es infinitamente
replicable) sea en realidad un bien escaso que deba ser racionado. Digamos
que Jesus no ofreció la salvación a todos sino que en cambio restringió el
número de unidades de salvación a exactamente 1000. Él puso entonces a sus
apóstoles a cargo de asignarlas. (Cuando le mencioné esto a un amigo mío no-
creyente, me dijo: “¿Te refieres a algo así como pasajes al Paraíso? ¡Yo compré
cinco de esos en una Mezquita en Estambul!”

Los apóstoles se hubieran enfrentado inmediatamente a un grave problema.


¿Las repartirían todas inmediatamente o las dispensarían durante el curso de
un año, o diez años? Quizás ellos sospechaban que el mundo duraría otros 100
años; pudieron haber limitado la distribución de salvaciones a sólo diez por
año. O quizás necesitarían reservarlas para que durasen 1000 años. A pesar de
todo, tendrían que haber habido reglas y normas rigiendo cómo serían
distribuidas. Quizás se basaría en muestras personales de virtud, de pagos
monetarios, de linaje familiar, y así.

Sin importar el resultado, la historia del Cristianismo hubiera sido muy distinta
si Jesús no hubiera hecho de la salvación un bien escaso, sino que hubiera
limitado la oferta y cobrado a la Iglesia por la asignación. No hubiera habido
libertad para difundir el Evangelio. Olvídense de todo el asunto de ir al fin del
mundo o enseñarles a pescar a los hombres. Bajo una oferta limitada, la
salvación no podría replicarse. Si, por ejemplo, los apóstoles hubieran elegido a
una milésima primera persona para salvarse, se habría tenido que quitar la
vida eterna a la primera persona que la recibió.

Esto puede sonar ridículo e incluso aterrado, pero ésta es precisamente la


situación que persiste con los bienes materiales en el mundo real. Todas las
cosas escasas están fijadas, y todas las cosas deben ser asignadas. Incluso
bajo condiciones de alto crecimiento económico y rápido progreso tecnológico,
todos los bienes en existencia en cualquier momento son finitos y no pueden
ser distribuidos sin normas o derechos de propiedad, caso contrario habría una
guerra de todos contra todos. Otro factor de producción que es escaso es el
tiempo, y éste también debe ser asignado de algún modo.

Así, la salvación es ciertamente un bien no-escaso disponible para todos los


que la buscan. También lo son las intercesiones de los santos. Nadie deja de
pedir la intercesión un santo, pero uno no sabe con certeza si ese mismo santo
está siendo empleado por alguien más en ese mismo instante. No,
correctamente asumimos que los santos no tienen límites en su tiempo para
atender plegarias. De hecho, lo ilimitado de la salvación es el prototipo para
todas las formas de bienes no-escasos, como música, textos, imágenes y
enseñanzas.

Pero consideremos a la gente que ha dedicado su vida a trabajar estos bienes


no-escasos. Uno puede fácilmente imaginar que encuentran inmenso poder y
gloria en estos bienes. Yo ciertamente los encuentro. Son las cosas a las que
toda la gente religiosa ha dedicado sus vidas. Esto es algo fantástico – y,
verdaderamente, sin bienes no-escasos, toda la civilización se vendría abajo al
nivel de los animales.

Al mismo tiempo, el mundo no consiste únicamente de bienes no-escasos. El


problema económico trata el asunto de los bienes escasos. Y esto es
igualmente importante para el florecimiento de la vida en la tierra. Todas las
cosas finitas están sujetas a leyes económicas. No debemos ignorarlas ni
ignorar los sistemas de pensamiento que buscan explicar su producción y
distribución. Notemos que las parábolas de Jesús tratan con ambos reinos. Lo
mismo deberíamos hacer todos.

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