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Los conflictos ambientales en América Latina: ¿nada nuevo bajo el sol?

María Alejandra Ciuffolini


Candela de la Vega
Introducción
Este artículo propone problematizar la irrupción de la naturaleza en el discurso de las ciencias sociales al momento en que éstas
intentan aprehender las experiencias de muchos colectivos u organizaciones sociales en defensa del uso y apropiación de lo que
llaman bienes naturales. Aunque es una cuestión histórica en Latinoamérica, el tema del uso social del territorio y los recursos
naturales ha alcanzado en los últimos años un lugar predominante en el debate de las ciencias sociales. Reconocer qué hay de
“nuevo” en estas luchas exige un arduo trabajo de tensión entre la red conceptual existente y la fuerza de los acontecimientos.
El modo en el que se conceptualiza y se da forma teórica a este tipo de luchas resulta siempre un momento problemático que importa
en cierta medida aproximar una forma, a modo de una instancia productora de los fenómenos y su posible representación. Pero como
dice Zemelman (2001), la realidad de la sociedad humana está siempre fuera y dentro de los límites del conocimiento. Por lo tanto,
hacer asible aquello que se halla por fuera implica un razonamiento profundo, que rompa con los estereotipos, con los pre-conceptos,
con lo evidente (Ciuffolini, 2010)1.
Pero además, un modo de nombrar implica necesariamente una inscripción dentro de un plexo más amplio de lenguajes, teorías,
instituciones, y también, por qué no, de autoridad. De allí que, por un lado, la manera de explicar estos conflictos ambientales importa
tanto un insumo para los alcances de las práctica de esos colectivos como un engranaje para pensar las relaciones de poder y
dominación desde nuevas perspectivas y micro espacios.
Como todo momento de conflicto, en las luchas ambientales son momentos de tensión que vuelven evidentes y asibles el estado de
correlación de las diferentes fuerzas sociales y su grado de institucionalización. Pero la pregunta por su novedad importa pensar,
reubicar y dar nuevos matices a aquellos conceptos que pretenden captar tanto los mecanismos que hacen posible la dominación
como los procesos de resistencia. Por ello, en el primer apartado intentamos jerarquizar un aspecto muchas veces olvidado en torno a
las formas de la dominación: la presencia de la institucionalidad estatal en la génesis y posterior desarrollo de este tipo de conflictos
ambientales. En el segundo, tratamos de llamar la atención sobre la necesidad de debatir una conceptualización de las resistencias
ambientales que dialogue y tensione las propuestas que nos brindan una serie de enfoques o líneas de análisis dominantes.

,
I. La presencia estatal en los conflictos ambientales
Muchas de las corrientes que ofrecen una interpretación de los conflictos ambientales tienen el saludable efecto de resaltar la
dinámica de los movimientos locales y, al mismo tiempo, llamar la atención respecto del sentido político implícito y muchas veces
oculto en algunos planteamientos culturales (Alimonda, 2009). Sin embargo, es pobre el análisis y – mucho menos la teorización-
sobre las formas en las que las instituciones y políticas estatales se imbrican con el origen y fundamento de los actuales conflictos
ambientales, y esto cuando no se sostiene que las disposiciones e instituciones estatales han desaparecido del escenario. En ello
podríamos caer si, por ejemplo, en un extremo entendemos este tipo de conflictos como disputas directas y aisladas entre actores
sociales y el gran capital transnacional2.
No podemos negar que las luchas ambientales interpelan a las grandes empresas transnacionales (por ejemplo, Barrick Gold, en el
caso de la minería, o Monsanto, para la agroindustria); pero tampoco podemos asumir que eliminan al Estado de su espectro de
interlocutores o abandonan el uso de las instancias judiciales como estrategias de acción. Por un lado, los gobiernos locales suelen
ser la primera caja de resonancia del conflicto (Merlinsky, 2009) y, además, su presencia física y reconocible contrasta con la ausencia
de sedes de las grandes empresas que suelen más bien asentarse en las grandes metrópolis financieras. Por otro lado, la
canalización de demandas mediante instancias judiciales, legislativas o administrativas también representa una incorporación del
Estado en los conflictos. La exigencia de informes de impacto ambiental a dependencias de la Administración Pública, la utilización de

1 Esta propuesta hace eco de aquello que hace algunas décadas los científicos sociales reconocemos como necesario: las categorías y conceptos con los que

trabajamos y empleamos para explicar el mundo social necesitan convertirse ellos mismos en objetos de análisis.
2 Por ejemplo, Giarraca (citada por Merlinsky, 2009) sostiene que existe una relación directa entre las luchas y las grandes empresas internacionales que se

consumaría prácticamente sin o con débiles mediaciones estatales.


las llamadas instancias de democracia directa o la presentación de demandas3, son ejemplos de ello (Alonso, de la Vega y
Hernández; 2009)
La escasa atención al conceptualizar el ingrediente estatal no se resuelve simplemente con historizar los procesos políticos y
socioeconómicos en los cuales emergieron ciertas políticas públicas o leyes que regulan el territorio y sus recursos. Sin duda que este
tipo de contextualización de leyes o políticas públicas colabora profundamente en la comprensión de los conflictos actuales, pero
muchas veces separa los procesos de origen de los regímenes de regulación, por un lado, y las mismas luchas, por el otro. Esto es
particularmente evidente cuando se presenta a las luchas como apariciones casi ocasionales -sin explicar por qué emergen- que
oponen o manifiestan un discurso distinto al que históricamente ha desarrollado el sistema institucional.
Por el contrario, resulta necesario entender la imbrincación entre la conformación de la institucionalidad vigente y las luchas sociales.
Presentar las luchas en una confrontación permanente e histórica con las instituciones jurídicas, económicas y políticas es mirar cómo
a lo largo de la sedimentación de esas institucionalidad fueron moldeándose las condiciones y situaciones de los sectores sociales
que hoy se levantan; es comprender que estos conflictos no brotaron de un día para el otro al darse cuenta sus protagonistas que
querían otra forma de entender el uso y manejo de la naturaleza. Por el contrario, es empezar a pensar cómo sus reclamos no sólo se
oponen a la institucionalidad en un momento dado, sino que se han configurado en los espacios y condiciones mismas de la dinámica
de relaciones sociales que aquellos arreglos institucionales han propiciado.
Lo anterior exige tener presente que lo que “genéricamente” llamamos instituciones son resultado de un proceso de cristalización de
determinadas y específicas relaciones de fuerzas en cierto momento histórico4. En este sentido, las instituciones son configuraciones
que hacen posible una determinada estratificación de estas fuerzas, así como también un modo concreto de integración de las
mismas. Por lo tanto, una crisis o un cuestionamiento a las instituciones produce una desestabilización de los sistemas sociales. Esto
es, una pérdida del consenso en los valores y en las normas de acción5 cuyo efecto principal -mas no único- es una situación de
desagregación de la vida estatal por parte de grandes masas6 (Ciuffolini, 2008).
Asimismo, esta perspectiva importa deshacer ciertas nociones que consideran a la institucionalidad estatal como un dato dado frente
al cual las luchas se oponen. Las instituciones no son fuentes o esencias; son prácticas, mecanismos operatorios que, regulando
cuestiones ambientales y relativas a recursos naturales, materializan situaciones de dominación. Si las luchas ambientales han venido
a denunciar ciertas condiciones consideradas injustas –tanto sostenidas como morigeradas por sistemas institucionales y jurídicos
estatales- se hace necesaria una mirada que vincule a cada conflicto con las decisiones e intervenciones estatales que les alcanzan.
En definitiva, no sería apropiado declarar la desaparición del Estado cuando son en verdad el conjunto de instituciones de la
estatalidad las que, constituyéndose en poderosos dispositivos de ordenamiento económico7, han operado la materialización de una
serie de criterios de inclusión/exclusión en las formas de apropiación, explotación y distribución de los bienes producidos socialmente.
El resultado es un patrón de relaciones sociales que, como tal, incluye una forma de dominación que define y establece los
mecanismos, instituciones y dispositivos que la sustentan y reproducen.

II. La lucha ambiental en América Latina:


Este apartado propone tensionar los conceptos teóricos disponibles con la experiencia histórica de los procesos de resistencia que
irrumpen en torno a los conflictos ambientales en América Latina. Dichos conceptos están marcados inexorablemente con la huella del
tiempo, la normatividad y la construcción institucional en que fueron acuñados. Por lo tanto, tomarlos de una manera a-crítica,

3 Al respecto, ícono de estos proceso de judicialización del conflicto y en donde sin duda el Estado media entre actores sociales y empresas transnacionales es el

juicio al vicepresidente de la mina La Alumbrera, Julián Rooney como responsable del delito de contaminación. Asimismo el proceso de judicialización del conflicto
por la instalación de la pastera Botnia en el margen del río Uruguay también contó con una importante presencia estatal.
4 Esta idea se basa en Foucault (2007) específicamente en la definición que hace de estados de dominación a los que caracteriza por el hecho de que la relación

estratégica está estabilizada en instituciones. De esta manera los distingue de las relaciones estratégicas y de las técnicas de gobierno, que son los otros dos
conceptos que hasta entonces aparecían confundidos en su categoría del poder.
5 Habermas (1975) hace referencia a esta doble dimensión con las categorías de crisis sistémica y crisis de integración social.
6 En términos de Gramsci, diríamos que se ha producido una“separación de la sociedad civil y la sociedad política: se ha planteado un problema de hegemonía; es

decir la base histórica del Estado se ha desplazado.


7 La relación entre Estado y capital ha sido históricamente reajustada con múltiples matices y líneas de análisis. Y no ha sido el marxismo la única tradición en tomar

esta problemática sino también otras escuelas. Ejemplo de ella son las actuales versiones de neoinstitucionalismo económico que sostienen que “nosotros sabemos
cuáles son la clase de instituciones que si se ponen en pie y funcionan de la manera correcta, seguramente contribuiránal crecimiento económico. ¿Cuáles son esas
instituciones que se necesitan para que una economía crezca? Primero, derechos de propiedad bien definidos, segundo un sistema legal fuerte y estable, y tercero
se necesita de la fuerza de la ley” (North, 2004: 34)
2
prescindir o desconocer tales marcas, entraña al menos dos riesgos muy frecuentes en la investigación en ciencias sociales: 1) usar
nombres viejos para fenómenos nuevos (cuyo sabor final no es más que aquel que registra el dicho popular “nada nuevo hay bajo el
sol”); 2) confinar los fenómenos nuevos a los márgenes tanto de la sociedad como del conocimiento. De ese modo fenómenos u
acontecimientos que impactan de manera significativa en las estructuras, prácticas o representaciones que la sociedad hace de sí,
resultan minimizados en el lenguaje de las ciencias sociales a problemáticas de grupos o escenarios específicos.
Conceptualizar las resistencias ambientales exige tener en cuenta un conjunto de esquemas y conceptos, que necesitan ser pensados
y esclarecidos, pues es en relación a ellos que se inserta la variación creativa o, dicho de otro modo, sólo con ese telón de fondo es
reconocible lo nuevo. Las siguientes líneas o enfoques de análisis entran en nuestro telón de fondo:

a. El ambientalismo europeo y la sociedad postametrialista


El movimiento ambiental con bases europeas y norteamericanas8 ha dado origen desde finales década del ’60 a la elaboración de
categorías, tipologías y orientaciones ideológicas que también retroalimentaron las prácticas de los movimientos (Marcellesi, 2008). El
reconocimiento de esta particularidad en la teorización9 se unió a extendida tesis “postmaterialista” de Ronal Inglehart (2005) que
anunciaba que la preocupación del medio ambiente se vincula o aumenta con un nivel de bienestar material consolidado10. El
posicionamiento académico de este tipo de enfoques quitó luz tanto a la mirada como al análisis de procesos vinculados con la
defensa del ambiente en sociedades pobres, subdesarrolladas o aún en su “fase materialista”; tal el caso de Latinoamérica en general.
Cuando la mirada europea se posó sobre los problemas medioambientales en las comunidades pobres miró con asombro la unión
entre reclamos de pobreza y contaminación. En esta línea, el “ecologismo de los pobres” (Martínez Alier: 2009)11 resaltó que, así como
existen movimientos ambientales en sociedades o sectores sociales “ricos”, que se originan de preocupaciones ambientales
informadas, existen también movimientos populares, que se movilizan por razones ambientales, aunque no den ese nombre a sus
luchas.
Esto último despejó las dudas acerca de la existencia histórica de conflictos, reivindicaciones y movimientos en defensa de la
naturaleza que no siempre hicieron explícitos los componentes ambientales en la discursividad de los actores que los protagonizaron.
Como desafía Alimonda (2009), este problema ya era evidente en Latinoamérica y no necesitaba ser reafirmado ante
descalificaciones de las demandas ambientales en nuestras tierras por su carácter importado o sofisticado.

b. La conservación de la naturaleza
Para este tipo de enfoque, las luchas ambientales se erigen en defensa de la conservación de la naturaleza. En este sentido, las
luchas constituirían un registro puramente biocéntrico cuyo ideal en términos de políticas de acción es la creación de reservas o

8 Un indicador de la larga y fuerte presencia de los movimientos ambientales europeos es su aceitada institucionalización en organizaciones ecologistas

internacionales (ONG´s) o partidos políticos. Entre las primeras, se encuentran Amigos de la Tierra, nacida en 1969, y Greenpeace, en el 1971. Entre los segundos
podemos ubicar: el Die Grünen (partido verde alemán fundado en 1980), Les Verts franceses y Los Verdes españoles. Los Verdes también proliferaron en Bélgica,
Francia, Finlandia, Luxemburgo, Holanda, Suecia y Suiza. Según Marcellesi (2008), esto explica que el movimiento verde haya sido la primera fuerza capaz de
poner en marcha el primer partido de ámbito europeo: Los Verdes europeos (creado en Roma en 2004).
9 Por ejemplo, Castells propone una tipología de movimientos ecologistas pero reconoce que “la mayoría de los ejemplos se han extraído de la experiencia

estadounidense y alemana porque cuentan con los movimientos ecologistas más desarrollados del mundo y porque tuve un acceso más fácil a esa información”
(Castells, 1998:3).
10 “El desarrollo económico parece acarrear transformaciones en consonancia relacionadas con las motivaciones y los puntos de vista (…) Es un cambio que implica

un giro en una dirección diferente, en que cada vez va contando menos la optimización económica a cualquier precio, a expensas del impacto en el medio ambiente,
en la felicidad humana, en la expresión de la personalidad propia, en la autonomía, y en tantos otros factores. Esta situación nueva, en que se da mayor importancia
a la calidad de vida y se le resta a la autoridad tanto secular como tradicional, está dando paso a una visión del mundo también diferente.” (Inglehart, 2005:26)
11 “Existen movimientos sociales de los pobres relacionados con sus luchas por la supervivencia, y son por tanto ecologistas –en cuanto que sus objetivos son

definidos en términos de las necesidades ecológicas para la vida: energía (incluyendo las calorías de las comidas), agua, espacio para albergarse. También son
movimientos ecologistas porque tratan de sacar los recursos naturales de la esfera económica, del sistema de mercado generalizado, de la racionalidad mercantil,
de la valoración crematística, para mantenerlos o devolverlos a la oikonomia (…) La necesidad de supervivencia hace a los pobres conscientes de la necesidad de
conservar los recursos. Esta conciencia a menudo es difícil de descubrir porque no utiliza el lenguaje de la ecología científica sino que utiliza lenguajes locales,
como los derechos territoriales indígenas o lenguajes religiosos” (Martínez Alier, 2009: 5-6)
3
parques naturales limpios de la acción humana12. Según Leff (2008), este enfoque representa una forma de simplificar la solución a la
cuestión del crecimiento económico y poblacional como “decrecimiento”, “abstinencia” o “ecologización de la racionalidad económica
existente”.

c. Los lenguajes de valoración


La tesis principal de esta línea sostiene que los conflictos ambientales están atravesados por “distintos actores que tienen distintos
intereses, valores, culturas, saberes, y también distintos grados de poder, usan o pueden usar distintos lenguajes de valoración.”
(Martínez Alier, 2009: 18). El problema en la actual sociedad capitalista, según esta línea, es que importa reubicar y dar nuevos
matices a aquellos conceptos que pretenden captar los mecanismos que hacen posible la dominación el lenguaje económico y
monetario subordina a los demás.
Versiones de estas líneas de análisis han sido bastante usadas para la conceptualización de los conflictos ambientales en nuestro
país (Svampa et.al, 2009; Antonelli, 2009; Merlinsky, 2009; Giarraca, 2009). Se trata de desarrollos que ubican como locus del
conflicto y como motor de movilización, por ejemplo, a los sentidos y significados que se construyen alrededor del territorio o la
conceptualización de la naturaleza como bien o como recurso. Además, cuando el conflicto ambiental se lee en clave de diferencias
entre culturas y cosmovisiones, se traza un paralelo entre estas experiencias de lucha y aquellos conflictos muy popularmente
abordados desde las ciencias sociales como conflictos culturales13.
Se trata de un punto de vista más constructivista que explica los conflictos en términos de diferentes articulaciones culturales que
median la relación entre sociedad y naturaleza. Identidades, valores, culturas, lenguajes; son los elementos centrales para descifrar el
conflicto en este tipo de líneas de interpretación. El peligro de estas conceptualizaciones deviene cuando se exalta la particularidad
histórica de cada constructo cultural. En definitiva, el límite de aquellas luchas que alzan sus demandas definidas en términos de una
identidad cultural es la localidad de esos lenguajes, la estrechez de los sentidos manejados y la inconmensurabilidad entre los
mismos. En definitiva, la fragmentación infinitesimal de la lucha social.

b. La escala en los conflictos ambientales


El registro histórico y antropológico está lleno de ejemplos acerca de la gran variación que puede haber en los conceptos de los
territorios y espacios. Se trata de elaboraciones atadas a la localidad de la experiencia de quienes lo elaboran. Sin embargo, existe un
sentido englobante y objetivo del espacio que, en última instancia, es preciso reconocer (Harvey, 2008). Este enfoque denuncia que la
diferencia, inconmensurabilidad e impenetrabilidad de un lenguaje sobre otro es una estrategia destinada al fracaso cuando las formas
de dominación del capitalismo adquieren una dinámica que combina funcionalmente lo local y lo global.
No se trata de confinar estas luchas al pasado o a los pueblos primitivos sino de inscribir estas prácticas culturales en el corazón de
los procesos económicos y políticos. Los conflictos no sólo nacen de apreciaciones subjetivas reconocidamente distintas, sino de las
diferencias con las cualidades materiales objetivas del espacio, distancias consideradas decisivas para la reproducción del orden
capitalista (Harvey, 2008).
Definir si un acontecimiento es local, regional, nacional o internacional; o si es todos ellos, reporta una urgente necesidad de pensaren
la teoría y en la práctica, en la articulación y tránsito entre estas escala. Si no comprendemos cómo funcionan las relaciones y
procesos en las diferentes escalas, corremos el peligro de que estos movimientos sean fetichizados como forma de salvación política
o rechazados por carecer totalmente de importancia en relación con poderes e influencias que operan en una escala totalmente
diferente.

Reflexiones finales

12 En la tipología de Castells (1998), este tipo de movimientos se definen como amantes de la naturaleza y apelan a ese sentimiento en toda la sociedad,
prescindiendo de las diferencias sociales. Tal fue el origen del movimiento ecologista en Estados Unidos.
13 Por ejemplo, Svampa (2009), señala que la potenciación de lenguajes de valoración divergentes acerca del territorio en los movimientos contra la minería a cielo

abierto es más visible y explícita en pequeñas localidades y en el caso de los conflictos protagonizados por comunidades campesinas e indígenas. En estos
conflictos, según la autora, el vínculo más estrecho y más inmediato con el paisaje, la tierra y un conocimiento del entorno natural permiten construir mediaciones en
torno a la idea de “comunidad de vida y territorio” que se expresan en lenguajes de valoración territorial (Svampa, 2009:45).
4
El trabajo de investigación no importa una asimilación de los casos a un cuerpo conceptual, y tampoco una visión inductiva que
suspenda toda referencia de aquel. Se trata más bien de una dinámica de implicación mutua, en la que la superficie interpretativa que
ofrecen las teorías es intervenida por un conjunto de operaciones que, erigidas desde corpus o datos, extraen, reinscriben y
desplazan, completan o desafían los sentidos por ellas provistos. Y viceversa, corpus o datos resultantes del trabajo empírico son
interrogados, recortados, significados desde categorías, conceptos y relaciones dispuestas en los desarrollos conceptuales. Este es el
ejercicio que proponemos para seguir pensando las luchas ambientales en América Latina.

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