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DISCURSO DE NAVIDAD 2017

Jesús Bezanilla

Gracias a todos por estar aquí, hoy, en este nuevo encuentro virtual de Navidad y cierre de año.

Diría en primera impresión, que personalmente no ha sido un buen año. Claro que agradezco esos
tres o cuatro libros esplendidos que he leído y que me han hecho crecer. Claro que agradezco esas
tres o grandes películas que he visto. Claro que agradezco esas 10 o doce conversaciones
trascendentes que he tenido con algunos de vosotros. Claro que agradezco el haber tenido trabajo
e ingresos, y no como algunos de vosotros que aún seguís peleando en la dura noche de la tristeza
impotente del túnel oscuro. Claro que he tenido vuestro cariño y el cariño de los míos.

Pero este año el cuerpo me ha pasado factura. Creo haberlo castigado demasiado. Creo haber
exigido durante demasiado tiempo demasiado esfuerzo sin haber prestado atención a sus quejas.
Siempre pidiéndole un pasito más, una flexión más, un esfuerzo más. Siempre teniendo alguna
excusa: el trabajo, la carrera profesional, la depresión de no tener ingresos, el esfuerzo y el estrés
de empezar de nuevo, en un idioma y ambiente no dominados suficientemente.

Esta factura, por lo visto, a todos nos debe llegar tarde o temprano, aunque nos creamos inmunes
a ella, invencibles, invulnerables. Para otros puede que sea una factura genética o de destino. No
lo sé. Y esa factura tiene consecuencias mentales, y sentimentales, y muchas otras también. Todo
depende del tamaño de la factura.

El dolor te hace humilde. El cuerpo rebaja su tono vital para concentrarse en el dolor y en su
superación. Habituarse a él, si se puede, es un mal menor, pero desastroso con el tiempo, pues tu
calidad de vida se reduce asombrosamente. Y además no todos reaccionamos del mismo modo
ante el dolor sufrido. A unos les da por tener altibajos emocionales. A otros les da por encerrarse
en sí mismos, concentrándose en resistir. Gastamos recursos personales en eso, muchos recursos.

Nos sentimos de repente vulnerables y mortales. Somos un cuerpo casi más que otra cosa. El
cuerpo nos relaciona con el mundo físico de un modo directo. Nos hace conscientes del paso del
tiempo. Nos hace conscientes de que dependemos en gran parte de la acción grupal, ya sea de
trabajo, de familia o social. Nos hace reclamar ayuda, aunque no la pidamos. La verdad es que no
hace falta materializarla, se palpa en nuestro ambiente.

Si lo que sucede NO es grave, y creo se me entiende, todo se reduce a aceptar nuestra mortalidad.
Es un pasito más en aquello de la valoración del tiempo. Es un paso más allá de asumir que nuestro
tiempo es finito. Es asumir que de verdad un día la luz se apagará.

Y en siendo más humildes, nos haremos más empáticos. Y en siendo más conscientes del tiempo
lo valoraremos más. Y en siendo mortales reconoceremos las cosas que de verdad importan. Y
hay pocas que importen de verdad más allá de las elucubraciones mentales que nos hemos hecho
a lo largo de nuestra vida, en todas sus fases.

Pocas, muy pocas cosas importan de verdad. Y hasta puede que ninguna de ellas sea realmente
importante, de verdad. Ni tenemos las cosas bajo control, ni podemos tenerlo. Tampoco podremos
dejar las cosas atadas o tan siquiera encaminadas. Sin entrar en mucha cuestión metafísica diría
que se asume que todo es un pasar, jugando el juego de la vida en el que estamos abocados a
perder.

Y en sí mismo, esto no es bueno ni malo, depende de cómo lo afrontemos, de cómo lo


racionalicemos. No es pesimista, ni tétrico en sí mismo. Es asumir que todo es un juego,
tomándolo todo con la seriedad suficiente, pero no más. La degeneración física que a todos nos
termina por llegar, por alcanzar. Ley de vida.
Y esto me hace enganchar con el cierre del año y las navidades y los reyes magos. Ya he dicho
que para mí no ha sido un año bueno en lo físico y emocional. ¿pero que contar de lo general?
¿del mundo que nos rodea?

El año de la negociación del Brexit, el año de Cataluña, el año de Trump, el año del Bitcoin…
¡que año! Tras estar apartado del mundanal ruido, concentrado en trabajar y llevar dinero a casa,
descubrir todo lo que estaba pasando fuera, con ese nuevo prisma mental, me ha dejado ojiplático
mayormente. Descubrir y ser consciente de lo mucho que ha cambiado todo y lo que cambiará.
Descubrir y ser consciente de lo rápido que se está desarrollando todo. Descubrir y ser consciente
de que las cosas no cambian más que de forma, pues en el fondo siempre son igual.

Llegar al 21 de diciembre, el día del dios romano Juno, el de las dos caras. Una que mira hacia el
año que se va y otra hacia el año que entra. Una que mira al pasado y otra al futuro. De ahí al 24.
De ahí a cerrar el año el día 31, y recibir el nuevo. Y de ahí a terminar con los reyes Magos y la
vuelta a la normalidad. Y todo este periodo, rodeado de gente amiga y querida. Gente amiga, los
que has buscado y encontrado. Gente querida, la que te ha sido asignada.

Es todo un símbolo si uno lo piensa con un poco de calma. En sí mismo, es un punto y aparte
ficticio y artificial, y por otra parte es un punto y aparte real y natural. Hacer balance y cierre
anual. Hacer presupuesto y abrir compromisos y expectativas.

Que el Sol siempre ha brillado igual para todos, y los rituales tiene su misterio que no debe ser
profanado. Respeto a la tradición que en un momento surgió. Seguir la tradición que al fin y al
cabo nos da entereza y fuerza en los momentos de pérdida de referencia. Todos han buscado,
buscamos y buscarán sus puntos de referencia.

En los momentos de crisis ceñirnos a lo importante. En los momentos de ritual ser conscientes
del tiempo. Ser conscientes de que todo pasa y de que todo queda. Y ese TODO nos incluye a
nosotros también. Ser humildes sin humillarnos. Ser autoexigentes sin flagelarnos. Sé que es muy
difícil equilibrio.

Yo no sé si quedará algo de nosotros o si hay recompensa. Yo no sé si el cariño es lo único


importante. Pero al menos esto último ayuda a los demás. No creemos dolor inútil y sinsentido.
Pero reivindiquemos nuestra identidad, nuestro verso, nuestra música interior. No importa si la
gente la olvida o no la oye.

Os deseo cerrar el año con alegría interna. Os deseo desear un año pleno de experiencias por vivir
y compartir. Os deseo cariño sin fin para dar y recibir. Os deseo ilusión por estar conscientes de
cada momento bueno y valorarlo en su justa medida.

Quisiera regalaros una antorcha para que iluminéis vuestro camino y de los demás si se tercia.
Porque hasta en la más negra oscuridad hay otros sentidos que podemos usar. Estáis llenos de
recursos y de cosas que ofrecer al mundo. Pero sólo merecen la pena si las valoramos internamente
por nosotros mismos.

Muy pocas cosas importan de verdad. Y empiezo a creer que la Navidad es una de ellas. Y
empiezo a creer que podríamos ver de extenderla al año entero de alguna manera.

¡Copa en alto!
Por todos vosotros y por vuestros esfuerzos e ilusiones.
Por estar siempre ahí con vuestra fuerza y vuestra luz.
Mi gratitud por siempre y mis mejores deseos.
¡Feliz Navidad!

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