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Si se analizan estas características, se puede concluir en que el trabajo del docente esta cargado
de ambigüedades. Por una parte, tiene rasgos de grupos profesionales y por otro lado, rasgos que
operan a favor de la proletarización. Es decir, no forma parte de un grupo profesional puro ya
que:
• Tienen una preparación corta y poco reconocida socialmente.
• Todos pueden emitir juicio sobre la enseñanza y la educación.
• Es un asalariado.
• Obtiene su licencia para enseñar generalmente porque no ha sabido encontrar algo mejor.
• Cualquiera puede dar clases particulares.
• Tiene parcial autonomía ante los clientes y las organizaciones.
• Padres y alumnos participan en las decisiones profesionales con demasiada frecuencia.
• Los docentes no controlan la admisión de nuevos miembros.
Es así que el docente se mueve un lugar intermedio y contradictorio entre los polos de la
organización del trabajo. Es un semiprofesional, aunque la tendencia actual, potencia la posición
profesionalizadota. Se trabaja para dignificar la profesión y diferenciarse de los trabajadores.
El camino a transitar entonces, tiene que ver con el aprendizaje, el comportamiento, los modos
de trabajo y comunicación, el dejar de lado egoísmos y lograr incorporar la tarea grupal. El
quehacer educativo requiere de docentes competentes, innovadores, responsables, dedicados,
comprometidos. Sobre todo si queremos hacer posible el cambio y una educación eficiente. Sin
duda, este perfil se enmarca en un crecimiento profesional, que también incluye un crecimiento
personal. Este crecimiento y desarrollo profesional y personal, tiene como objetivo final, el
mejorar el aprendizaje del alumno y una renovación y mejora continua de la escuela.
Profesionalización: facilitadores y obstaculizadores
Si no se ponen en tela de juicio las prácticas educativas, será difícil el desarrollo profesional de
los docentes. La cerrazón a las críticas externas y la falta de autocrítica que se observa en
algunos actores de la enseñanza, es verdaderamente preocupante. Tal vez se encuentran
amarradas al hecho de creer que como profesionales de la enseñanza la tarea específica es la de
enseñar y no (al parecer) la de aprender. La duda es un estado intelectual incómodo: se
manifiesta en forma de inquietud, de preocupación, de búsqueda, de insatisfacción. Pero la
certeza es un estado intelectualmente ridículo. El pensar que se sabe todo, que todo se hace bien,
que sólo los demás se equivocan, es decididamente insostenible y hace posible descubrir nuevos
caminos para avanzar.
BIBLIOGRAFÍA:
Evidentemente, como hemos repetido en varias ocasiones, el modelo educativo al uso lo único
que exige es un mayor conocimiento, un mayor saber para transmitirlo, cometiendo otro
tremendo error del modelo que consiste en creer que la mera posesión del conocimiento sobre
una determinada materia valida a una persona como enseñante. Por extensión añadimos que el
saber hacer algo, es decir, poseer habilidades o destrezas en una determinada actividad tampoco
acredita a los individuos como enseñantes.
En los apartados siguientes intentaremos dar respuesta a estas y a las anteriores preguntas de
forma ordenada. Comenzaremos por definir el campo de acción de un profesional de la
enseñanza que, como comprobaremos, no tiene por qué limitarse a la actuación en el aula.
Trataremos también de definir un itinerario formativo para ellos, de establecer criterios para la
actualización y perfeccionamiento de su cualificación y de ofrecer alternativas para aproximar a
los actuales docentes al estándar que establezcamos.
He aquí las cuatro posibles ocupaciones que configuran el posible campo profesional o la posible
cualificación de un docente.
a) Investigador educativo:
Los grandes procedimientos que ha de llevar a cabo en esta ocupación se pueden formular de la
siguiente manera:
- Estudio de teorías y modelos educativos
- Elaboración de propuestas de nuevos métodos de aprendizaje
Por otra parte, como todo profesional, su formación se debe secuenciar en dos etapas diferentes:
aquella de carácter inicial que le proporciona la profesionalidad (en sus dos aspectos) y la
instrucción relativa a la actualización y perfeccionamiento (también en su doble vertiente).
La formación inicial
Llegados a este punto, surge la siguiente pregunta: ¿cómo debe organizarse el aprendizaje?, o
dicho de otra forma: ¿qué aspecto formativo debe ser el primero: el que hemos denominado
docente o el técnico?.
Cuando el futuro docente quiera aprender a diseñar formación o a aplicarla, en suma, cuando
quiera aprender los procedimientos señalados en apartados anteriores, lo debe hacer apoyándose
en los contenidos de su campo de especialización. Por el contrario, ocurriría lo mismo que con
algunas carreras con nombre actuales tales como: periodismo, informática o filología. En estos
tres casos, más que una profesión se trata de una herramienta para desempeñar otros trabajos.
Lo que no cabe duda es que la formación docente se centrar en los procedimientos descritos en el
mencionado apartado y que se resumen en:
En el aspecto que venimos llamando humanístico, científico o técnico, la formación deber ser la
misma que la que reciba cualquier profesional de la especialidad, en la función correspondiente.
En otro orden de cosas, deberíamos decidir si un profesional de la enseñanza tendría que
completar su formación o, dicho de otra manera, adquirir madurez en entornos laborales
concretos. Surge de nuevo su doble componente profesional.
Inevitablemente su profesionalidad como docente, sea cual sea la ocupación posterior, requiere
el complemento laboral antes de acceder con carácter definitivo a un puesto de trabajo. Sería
algo parecido a lo que hoy día se conoce como período de prácticas, pero bien entendido, con la
tutela directa de un profesional veterano.
En cuanto a los aspectos técnicos no parece imprescindible (aunque sí aconsejable) pasar por
entornos de trabajo, siempre y cuando el centro de enseñanza en el que curse sus estudios
reproduzca los procesos formativos necesarios para su especialidad. Piénsese que, en general, los
procesos formativos que él tendrá que definir o dirigir deben poder aprenderse en los centros de
enseñanza. Evidentemente, los procesos formativos que deben ser aprendidos en centros de
trabajo, suponen una excepción a esta regla. En estos casos, como ya hemos indicado, el
profesor, además de haber adquirido sus capacidades como docente, deber ser un profesional
experimentado en los procesos que son objeto de aprendizaje.
El perfeccionamiento y la actualización
Los profesores o docentes pertenecen a esos colectivos que deben (o deberían) haber adquirido
las capacidades generales que les permitan aprender por sí mismos. Esto quiere decir que la
actualización de sus conocimientos y el perfeccionamiento lo podrían llevar a cabo mediante el
sistema que hemos denominado autoinstrucción, autoformación o autoaprendizaje.
A simple vista, el trabajo de análisis y clasificación de los perfiles actuales parece engorroso,
pero, si tenemos en cuenta algunas circunstancias, no resulta tan complicado. Por una parte, los
actuales profesores están clasificados por especialidades. Por otra, su formación inicial como
docentes es nula en todos los casos y su formación técnica, cuyo diseño nada tiene que ver con lo
que en el capítulo tercero apuntamos, igual de deficiente (la formación, en la actualidad, no está
orientada hacia la adquisición de capacidades que permitan el desarrollo intelectual o abordar
funciones en el sistema productivo). Hasta aquí, existe una total homogeneidad entre todos los
miembros de este colectivo (o entre un gran número de ellos).
Las diferencias habrá que buscarlas en la experiencia laboral, tanto en la enseñanza como en las
tareas propias de su especialidad. Es aquí donde los docentes han podido desarrollar las
capacidades que les facultan para abordar correctamente su trabajo. Teniendo en cuenta que, para
el colectivo de profesores de la formación reglada, no se exige ningún tipo de experiencia laboral
para el ingreso en los cuerpos docentes (ni en los universitarios ni en los no universitarios), hay
que pensar, a priori, que pocos de aquellos han desarrollado, en el ámbito productivo,
habilidades o destrezas que le permitan abordar funciones técnicas fuera del sistema educativo.
Sin embargo, su reiterada labor docente les puede permitir, aunque en un marco educativo
equivocado, adquirir profesionalidad en esta dimensión.
En conclusión, la mayoría de los actuales enseñantes, sea cual sea el nivel o procedencia,
deberían adquirir todas las capacidades necesarias (docentes y técnicas) a través de los procesos
formativos, diseñados de la manera adecuada y teniendo en cuenta su condición de profesor de
función.
¿Qué ocurre en la actualidad con la formación de un sector importantes de los docentes?. Como
muestra representativa, tomemos como referencia las actuaciones que el MEC y las comunidades
autónomas llevan a cabo para formar (¿?) a los profesores de las áreas específicas, pensando en
la actual reforma de la formación profesional.
Los cursos que se programan e imparten (lo que se conoce como libro “azul”) presentan una gran
ambigüedad tanto desde el punto de vista del diseño como de la dimensión instructiva (¿son
cursos de formación inicial o de perfeccionamiento y actualización de los contenidos?) o, en
suma, de la finalidad que se persigue. Como consecuencia, desde una valoración personal,
pensamos que la eficacia de estos cursos es escasa y la proyección sobre el trabajo regular de los
docentes, prácticamente, inapreciable. ¿Qué modificaciones o avances se producen en el
quehacer de los profesores que asisten a este tipo de formación?. No existe una evaluación
oficial de los logros o resultados y de su eficacia o repercusión en la tarea docente; por eso, todas
las valoraciones que se puedan realizar tienen el mismo carácter personal que aquel que hemos
expresado anteriormente.
Si observamos el contenido del apartado que los documentos, en los que se encuentran definidos
los cursos, denominan: "actividades y/o método de trabajo" y la ausencia de actividades (a pesar
del nombre del enunciado), hemos de concluir que el aprendizaje se limita a la pura adquisición
de conocimientos. Esta conclusión queda reforzada si comprobamos, además, que la instrucción
se centra en aspectos aislados y no en una determinada función laboral completa.
Tampoco se indica si los cursos pretenden formar o informar, es decir, si constituyen formación
profesional inicial o son de perfeccionamiento y actualización. Ateniéndonos a la conclusión
expresada anteriormente, creemos que la instrucción se sitúa en el terreno de la formación
continua, es decir, del perfeccionamiento y la actualización. Y frente a este planteamiento
queremos dejar dos preguntas en el aire: ¿se comprueba de antemano que hay algo que actualizar
o perfeccionar?; si la respuesta fuera afirmativa: ¿no sería más eficaz llevar a cabo el
perfeccionamiento y la actualización en los propios departamentos escolares, proporcionando los
recursos necesarios?.