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LA ECUANIMIDAD

“Nada debe turbar la ecuanimidad del ánimo; hasta nuestra pasión,


hasta nuestros arrebatos deben ser medidos y ponderados.”
(Francisco Ayala)

A lo largo de la Vida, uno se da cuenta en muchísimas


ocasiones que uno es toda una contradicción, y que está
lleno de altibajos.
Uno se da cuenta que su estado de ánimo, el estado de su
alma, depende de factores externos y ajenos, y así las
personas, las cosas o las situaciones que no somos
nosotros, nos hace estar tristes, alegres, pesimistas,
deprimidos, nerviosos, disgustados… como si no
pudiéramos gobernar nuestra estabilidad emocional y
sentimental. Además, no somos capaces de ver las
situaciones con sosiego y equilibrio, sino que el enfado o
la ansiedad del momento nos hace ser variables.
Hay algo, muy próximo a la paz, que se llama ecuanimidad.
El diccionario dice que es “igualdad y constancia de
ánimo; imparcialidad de juicio”, pero leído así aparece
como un estado frío, apático, inhumano, rígido… y es todo
lo contrario. A la ecuanimidad se llega después de
muchos disgustos, fracasos, y derrotas; a la ecuanimidad
se llega tras haber sido capaz de comenzar una y otra
vez desde cero; se llega tras haber conocido la alegría, la
ilusión, la esperanza… la ecuanimidad es producto de una
visión clara de la verdadera naturaleza del individuo y de
la función o el sentido de Ser y Vivir, porque llegar a ese
estado es haber comprendido que en la vida hay que
afrontar pruebas más o menos duras que ayudan a
regenerarse, y que hay que tener una seguridad plena en

Francisco de Sales
LA ECUANIMIDAD

Dios y en su Plan, y hay que procurar quedar inafectado


de todos los furores y disgustos de la vida.
Llegar a la ecuanimidad es haber sentido con absoluta
seguridad en lo más profundo que hay que rogar a Dios
que se haga su voluntad y no la nuestra, porque eso
permite situarse en una actitud de serena recepción de
lo que la vida va poniendo por delante, porque se sabe que
tras cada prueba hay una lección a aprender.
La ecuanimidad es un equilibrio casi perfecto en el que
uno puede ver con serenidad y con sabiduría lo que le
está sucediendo.
Desde ese punto de armonía, al que se llega tras
numerosas vicisitudes, uno es indulgente con las
aparentes adversidades que cada presente parece
traernos, porque uno se siente parte del proyecto de
Dios, y sabe que se tiene que Descubrirse no sólo por sí
mismo, sino para colaborar en el proyecto de Dios. Uno
sabe que no realizarse es fallar en el encargo divino, y
que, en algún momento, ha aceptado voluntariamente
formar parte de la humanidad y de la divinidad.
Por eso crece tras cada experiencia, aunque sea
desgarradora, porque hay una regeneración constante en
la seguridad de que uno tiene que vivir y volver a ese
punto para ver su vida. Uno tiene que aprender, y
observar lo que ha aprendido.
Desde ese punto de imparcialidad serena de juicio, que
es la ecuanimidad, uno es más consciente, más atento y
más pacífico.

ATENCIÓN

Francisco de Sales
LA ECUANIMIDAD

No confundir ecuanimidad con ausencia de emociones o


indiferencia.
En la ausencia de emociones hay una frialdad que no es
humana, hay una negación a vivir una parte de la vida que
son las emociones, hay un rechazo a dejarse estremecer,
excitar, inquietar, sentir… es aproximarse a estar muerto.
En la indiferencia, que es muy similar, hay una apatía a
dejarse afectar por las cosas que pasan; es eliminar la
pasión, que es un termómetro de la intensidad con que se
vive la vida y sus ingredientes; es instalarse en una
campana de cristal esterilizado donde no entran los
componentes de la vida. Es existir a medias.
La ecuanimidad es permitir que todo pase, vivir todo lo que
pase, sentir todo lo que haya que sentir, pero teniendo la
serenidad de mantenerse indemne, pero enriquecido
personalmente, por lo que va pasando.

CUENTECITO
En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo
y, tras ser vapuleada, al fin reveló quién era el padre de la
criatura: el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día
en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se
dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación
del maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto
que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su
mantenimiento y educación. El maestro respondió únicamente:
“Muy bien, muy bien...”.
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un
acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se
ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del maestro quedó por los suelos. Ya no se le
acercaba nadie a recibir instrucción.

Francisco de Sales
LA ECUANIMIDAD

Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha


que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó
confesando que había mentido. El padre de la criatura era un
joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea
quedaron avergonzados. Entonces acudieron al maestro, a
pedirle perdón y a solicitar que le devolviera el niño. Así lo hizo
el maestro. Y todo lo que dijo fue: “Muy bien, muy bien...”.
(De el libro El hombre despierto, de Tony de Mello.

RESUMIENDO
De la vida se van aprendiendo muchas cosas, pero la paz y
la ecuanimidad, que son casi lo mismo, son de lo mejor
que nos enseña. Busca la paz y la ecuanimidad a cualquier
precio.

Francisco de Sales

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