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El mulato en el discurso del otro dominicano

MIGUEL ANGEL FORNERÍN | La identidad nacional dominicana en su vertiente


esencialista propalada por los intelectuales de arriba, nos define como hispánicos
(en oposición al negro y en olvido del mulato)…

Desde el mismo proceso de


acriollamiento, el dominicano
fundacional siguió pensando
como el otro. Y aunque en
términos raciales, ya era
mulato y nacional, de aquí,
siguió pensando como los de
allá. Fenómeno muy
reiterado en América. Pero
en nosotros fue más
permanente. La identidad del
criollo dominicano fue
siempre la hispánica. El ejemplo más elocuente lo encontramos en el domínico-
español Antonio Sánchez Valverde, autor de Ideas del valor de la isla Española.

II

Sánchez Valverde era un nativo que se creía español. Cosa que podríamos
aceptar. Pero algo más: su libro estaba destinado a dar consejos al otro poderoso
para que pudiera sacar más beneficio de la tierra que poseía y que, reconocido
por el autor, había abandonado. El pensamiento de un hombre culto no pudo
remontar la realidad: que si España no encontraba el valor que tenía esta
posesión insular al igual que lo hallaba Francia en Saint-Domingue (Haití) era
porque España no era ya la potencia atlántica que podía circular libremente estos
mares, ni el entramado comercial que pudiera convertirnos en una nación
moderna.

III

El pensamiento de Sánchez
Valverde, deudor de la etnología
de su tiempo, es previsible: Raza,
geografía, clima, población,
política economía, descripciones
morales que llevan a definir una
identidad, en fin, elementos
reduccionistas que fundan
nuestros discursos culturalistas.

IV

Esto se puede notar en la réplica


que hace a las ideas sobre el mestizaje racial del francés (suizo) Veaves. O
cuando critica a los mulatos y su vida libertina, o contraria a lo que se esperaba
dentro del orden de dominación.

V
Sánchez Valverde no expone ninguna idea que pueda verse como la reivindicación
de sector criollo alguno. Él es un criollo que se asume como español. Es otro que
piensa como si fuera él mismo. Es –su discurso– el inicio de nuestro bovarismo
colectivo. Su memorial al rey es el de un vasallo abandonado que busca ser
rescatado por su amo.

VI

El discurso sobre la isla de Antonio Sánchez Valverde, como contraposición al


desarrollo de la colonia francesa de Saint-Domingue, es el de una utopía
esclavista. La isla tiene mucho valor, recursos en el momento como lo tuvo en el
pasado (pasado sumamente mal administrado) y lo que debería hacer el Señor es
sacar de la pobreza a esta élite hispánica e hispanizante tomando el ejemplo de la
colonia francesa. Es, en fin, el discurso del deseo de la oligarquía pobretona.

VII

Para la clase dirigente colonial, el despliegue que realizaba Francia de sus fuerzas
productivas, de la racionalidad de la producción como acumulación absoluta de
plusvalía; esa relación entre producción, destrucción de los cuerpos y degradación
del otro convertido en animal, pudieron ser ejemplares para qué, con la ayuda de
la pluma del religioso, pensáramos ser como el otro explotador. La colonia
francesa era un espejo donde el otro dominicano deseaba mirarse.
VIII

La élite dominico-española se benefició, a través de la venta de ganado, del


desarrollo de la colonia francesa. Las viejas rencillas por las incursiones piratas,
destrucción de ciudades o usurpación del territorio, quedaron en un segundo
plano ante el ejemplo de una colonia en la que el esclavista vivía, no solamente
mejor, sino dentro de la nueva vida burguesa, en el Caribe y en la metrópoli.
Mientras el amo español dormía la siesta en la misma esterilla con su esclavo, que
no era más que un
criado. De esa
convivencia se ha
llegado a postular la
idea de una
esclavitud patriarcal
en el lado este de la
Isla.

IX

Alejo Carpentier,
lector voraz de
crónicas francesas,
describía así en El
reino de este
mundo, al colono
español que pasaba
la frontera por el
Guárico, ciudad de El Cabo, que tenía ella sola más esclavos que todos los que
Moreau de Saint-Méry pudo contar en la parte del Este. Los guisos del chef Henri
Christophe, el maestro cocinero, “eran alabados por el justo punto del aderezo —
cuando tenía que vérselas con un cliente venido de París—, o por la abundancia
de vianda en olla podrida, cuando quería satisfacer el apatito de un español
sentado, de los que llegaban de la otra vertiente de la isla con trajes tan fuera de
moda que más parecían vestimentas de bucaneros antiguos” (II, I).
X

De los siglos de miseria y relajamiento de las costumbres impuestas por los de


arriba surge la figura del mulato; el mulato criollo dominicano no se asumió como
hombre mestizo, sino como blanco. Para ser lo que no es, para compararse y ser
blanco. La (La comunidad mulata) es uno de los defectos colectivos de los
dominicanos. Está avalada en un desprecio del negro; en un mirar al negro como
otro y no como el resultado de lo que somos racialmente. La negrofobia funda
nuestra narrativa identitaria como oposición.

XI

La identidad nacional dominicana en su vertiente esencialista propalada por los


intelectuales de arriba, nos define como hispánicos (en oposición al negro y en
olvido del mulato), católicos (en oposición a las religiosidad africana y negra que
están en todo el territorio) y su vernáculo es el español (en oposición a todas
expresiones regionales, criollo, cibaeño y todas las formas de habla construidas en
la miseria y el abandono) como forma de garantizar nuestro eurocentrismo.

XI

En ella está el bovarismo que nos endilgara Jean Price-Mars y que Emilio
Rodríguez Demorizi le refutara. Pero el complejo de sentirse otro no es sólo de los
dominicanos. Es una de las formas en que se enmascara la identidad que nace en
el proceso del tránsito de la colonial a la criollidad. El mulato no aparece como
hombre importante hasta la independencia.
XII

Son muchos los mulatos que participan en la lucha contra el invasor haitiano. Pero
la narrativa de la dominicanidad los ha hecho invisibles. No sólo como actores,
sino que ha olvidado su color. Como si el color no fuera importante. Como si las
élites no siguieran usando el prejuicio racial para imponer su dominio social y
político. Y claro, dentro de su pobreza, como bien lo establece muy temprano
Juan Bosch en Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo (1959).

XIII

Muchas veces, cuando se


habla de prejuicio racial, se
olvida el prejuicio social que
aún existe en la República
Dominicana. Tal vez como en
ningún país antillano. El
pobretón que se cree rico,
blanco, católico y español,
discrimina al otro por su
estado social. El mejor retrato
de esto lo realizó en el siglo
XVIII Moreau de Sant-Méry, al
describir el carácter al blanco
español (blanco de la tierra) de
esta manera: “El carácter de los españoles de Santo Domingo es en general una
mezcla bastante rara de envilecimiento y de orgullo. Rastreros y serviles cuando
es necesario, quieren sin embargo aparecer arrogantes”. Pongo el énfasis en que
no se refería al conjunto, sino a esa clase.

XIV

El dominicano no quiso ser haitiano, aunque el pasado del esplendor colonial


francés en el norte lo sedujo. La élite “blanca” estaba fascinada con la colonia
esclavista del norte porque le hubiese gustado ser como ellos; esclavistas como
ellos y vivir en la holgura en que vivían los esclavistas franceses. No podía de
ninguna manera asumir el proceso de independencia de Haití como algo
favorable. Se impuso el rechazo y el prejuicio de las élites dominicanas. Luego de
años de negocios y colaboración (podemos recordar el incidente de los
revolucionarios mulatos Chavannes y Ogé, que pasaron la frontera fueron
devueltos a Haití y sacrificados por la oligarquía blanca francesa). Esa fue una
acción defensiva de clase, de los que comerciaban con los esclavistas del norte y
de los que querían ser como ellos.

XV

Para muestra de lo que digo más arriba basta el sesgo de clase con que Antonio
del Monte y Tejada narra en Historia de Santo Domingo la revolución haitiana,
como un acontecimiento trágico: “Cuadro horroroso era por cierto, el que ofrecía
a los atónitos ojos de los habitantes, sin perdonar sus salvajes fautores sino á las
mujeres, á las cuales reservaban para suerte mas terrible; siendo desde aquel
momento general el desastre. Hombres y mujeres corrían dando gritos lastimosos
y con los hijos en brazos, que procuraran sustraer de aquella horrible tragedia”
(XI, 172-173).

XVI

Cosa distinta es el pueblo. No se debe analizar la historia como un bulto. Las


acciones humanas están matizadas. El pueblo dominicano no existía como fuerza
política (posiblemente todavía no exista). La gente dominicana no es una fuerza,
repite ideologías. No es una masa culta. Los dominicanos son los náufragos de las
vicisitudes históricas que viven. Posiblemente, los militares que llevaron a la
frontera a los mulatos revolucionario Ogé y Chavannes fueran mulatos como
ellos, pero mulatos pobres y sin educación y conciencia ni de clase ni racial. Con
estos atributos ¿podríamos esperar una conducta
distinta?

XVII

Cuando el pueblo dominicano entra en su etapa


fundacional con la independencia de 1844, ya Haití
no era el país esplendoroso que vieron las élites,
sino una llama que amenazaba su propia seguridad,
política e individual. Haití era un enemigo
verdadero .. Y contra ese enemigo que buscaba
apoderarse por la fuerza de las tierras y de la
manera de vivir de la gente del Este, se realizó la
independencia. El pueblo dominicano, que no tenía
conciencia de pueblo, tenía intereses y una
formación básica distinta a la de los antiguos
esclavos de una colonia para el capitalismo.

XVIII

Los discursos de la clase dominante contra el negro


son los mismos en ambos lados de la isla. Lo que
llamamos pueblo dominicano no podía asumirse en
la nueva república negra de Toussaint L’Ouverture
aunque algunos vieran en su modernidad un paso
de avance. La participación de los dominicanos en las elecciones de 1843 y en el
parlamento haitiano, puso de relieve una unidad a la fuerza y una estrategia
política extraordinaria de Duarte.
XIX

Haití actúo en Santo Domingo como un conquistador. No podemos confundir las


acciones históricas con nuestros deseos de solidaridad y de hermandad con el
pueblo haitiano, cosa muy propia de las últimas décadas. Haití en Santo Domingo
fue una imposición contra las élites y contra el pueblo balbuceante dominicano.
Duarte era un ser intermedio. Un pequeño burgués que
buscaba crear una república moderna independiente. No
solo de Haití, sino de toda potencia extranjera. Fallan los
que creen que el proyecto de la independencia de 1844
fue un proyecto racista. Fue un proyecto moderno,
dominicanista, defensivo; que buscaba reafirmar los
valores que caracterizaban el pasado dominicano desde
la colonia. La República nace débil y en un mar de
contradicciones. Vino amargo, pero vino nuestro.

XX

El discurso sobre lo dominicano que funda el criollo


Sánchez Valverde, recorre todo el tejido de las reflexiones
letradas dominicanas. Desde el mito de la primacía de la
isla; la idea de la colonia como un paraíso; la creencia en
que nuestros problemas se debían al mestizaje y al
mestizo como ser indefinido. El lugar común de las
Devastaciones como el origen de nuestras desgracias
colectivas, el problema de la población y la haraganería
de nuestra gente. Todo eso que han llamado taras
sociales.
XXI

La infravaloración del mulato en la historia dominicana es el producto de un


pasado secuestrado por la oligarquía dominante, que siempre se ha creído:
católica, blanca e hispánica. Pero es una oligarquía macaca, de mulatos
empolvados (con el negro detrás de la oreja); parejeros pobretones que
discriminan al otro negro. En fin, el discurso sobre la dominicanidad es una
narrativa que pretende que el dominicano es otro. De ahí que no me está mal el
calificativo de bovarismo que nos diera el historiador haitiano Jean Price Mars.

XXII

Américo Lugo reconoce que en el país no existen blancos, salvo algunos


comerciantes extranjeros, todos somos negros y mulatos. El predominio del
mulato en la cultura nuestra lo trabaja
Pedro Andrés Pérez Cabral en La
comunidad mulata. Obra poco leída y
menos comentada en la cultura
dominicana. Un verdadero pionero en
los estudios de nuestra conformación
racial, como lo fuera el historiador Carlos
Larrazábal Blanco.

XXIII

Si para García Godoy, la indefinición en


que se encontraba nuestro país se debía
a la hibridez y a la presencia del mulato,
para Francisco Ernesto Moscoso Puello,
el país era predominantemente mulato,
pero muchos se creían aún
descendientes de los indios, “Como
usted no ignorará, —decía a Evelina—los habitantes de la República Dominicana,
somos en su mayoría mulatos, mulatos tropicales, que es un tipo muy singular de
la especie humana…los dominicanos somos constitucionalmente blancos, porque
ha sido a título de tales que hemos establecido la República” (Cartas a Evelina, II)

(Con Oviedo)

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