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II Encuentro entre Equipos de Investigación en Teoría

Política:
“ESPACIO, DEMOCRACIA Y LENGUAJE”
23 y 24 de septiembre de 2010, Ciudad de Córdoba

Eje temático: Lenguaje, historia y política


Título: “De los lenguajes políticos de la democracia a la democracia como lenguaje político”
Pertenencia Institucional: IDH-UNGS/CONICET
Autor/es: Ariana Reano

Si yo tengo que pensar la fundación de un sistema político de otro tipo debo


buscar los lugares donde se teoriza sobre eso (…) tengo que buscar los elementos
teóricos allí donde se está discutiendo ese problema (…) Esto es lógico y normal
en cualquier lugar del mundo. Lo que pasa es que los presidentes argentinos no
necesitaban fuentes ni citas porque no hacían este tipo de discursos (…) Cuando
esto cambia y tenemos un presidente que quiere estar enterado de lo que se está
debatiendo en el mundo todos nos sorprendemos y buscamos quiénes son los que
le fabrican el discurso. El problema no es quiénes le escriben los discursos al
presidente sino por qué el presidente acepta esos discursos. Este es el argumento;
¿por qué un discurso sobre la ética y la solidaridad que podemos encontrar como
debate en Juan Carlos Portantiero, Emilio de Ípola u otros entra luego en los
discursos presidenciales? Entra porque el presidente necesita esos insumos,
quiere hablar exactamente de eso.
José Aricó, Página/12, 18/06/1987.

Quisiéramos iniciar este escrito exponiendo brevemente un punto de partida teórico desde
el cual poder plantear nuestra preocupación en torno al lenguaje, la política y la historia. Una vez
hecho esto, intentaremos ver cómo estas consideraciones podrían ayudarnos a pensar un modo
particular de abordar los debates sobre la democracia en la Argentina de los años ochenta.
En su trabajo “De la historia de las ideas a la historia de los lenguajes políticos…” (2005)
Elías Palti establece que la nueva historia intelectual se distingue de la tradición de la historia de
las ideas porque incorpora dos aportes fundamentales, uno de la Escuela de Cambridge y otro de
la Escuela alemana de historia de los conceptos. La contribución de la primera escuela fue
plantear que un análisis de los lenguajes políticos obliga a traspasar el plano de los contenidos
explícitos de los textos, el nivel semántico, e incorporar la consideración de la dimensión
pragmática del lenguaje. Esto abre una perspectiva nueva en cuanto a la relación entre texto y
contexto porque implica considerar que las condiciones de enunciación (quién habla, a quién,
dónde, cómo, etc.) son parte integral del sentido del texto (Palti, 2005: 74). Lo cual implica que
los lenguajes políticos son formaciones conceptuales indeterminadas semánticamente, por eso,

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para acceder a su estudio, es preciso traspasar la instancia textual y acceder al aparato
argumentativo que le subyace.
El aporte de la historia conceptual radica en la necesidad de comprender el carácter
plenamente histórico (contingente) de las formaciones discursivas y superar las tendencias
normativista. Estas llevarían a entender las ideas como tipos ideales, y a todo aquello que se
aparte de ellas, a ser entendido como un “defecto” y no como algo constitutivo de la historia
intelectual (Palti, 2005: 74-75). Para Koselleck todo concepto1 articula redes semánticas plurales,
de ahí su carácter plurívoco. La historia conceptual supera y trasciende a la historia social dado
que articula redes significativas de largo plazo y es, al mismo tiempo, deficitaria respecto de
éste, puesto que nunca la agota. Los hechos sociales, la trama extra-lingüística rebasa al lenguaje
en la medida en que la realización de una acción excede siempre su mera enunciación o
representación simbólica. Ello explica por qué un concepto, en tanto que cristalización de
experiencias históricas, puede eventualmente alterarse, frustrar expectativas vivenciales en él
sedimentadas, ganando así nuevos significados (Palti, 2005: 73). Así, entre el concepto y el
“estado de cosas existentes” existe una tensión que parece irresoluble: el lenguaje no agota la
realidad y ésta es inaprensible por fuera del lenguaje. Esta brecha en la que para Koselleck
emerge la temporalidad es lo que, desde una perspectiva posfundacional2 de la política se ha
denominado el momento de lo político (Marchant, 2009). En términos de Claude Lefort, lo
político no se revela en aquello que llamamos actividad política, sino en ese doble movimiento
de aparición y ocultamiento del modo de institución de la sociedad. Aparición, en el sentido en
que emerge a lo visible el proceso por el cual se ordena y se unifica la sociedad a través de sus
divisiones; ocultamiento, en el sentido en que un sitio de la política –sitio donde se ejerce la
competencia entre partidos y donde se forma, se renueva la instancia general del poder– es
designado como particular, mientras se disimula el principio generador de la configuración del

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Según el autor, toda palabra se convierte en un concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado
sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa esa palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra
Los conceptos son concentrados de muchos contenidos significativos. Los significados de las palabras y lo
significado por ellas pueden pensarse de modo separado. Pero en el concepto concurren significaciones y lo
significado por él solo se comprende en el sentido que recibe esa palabra. Una palabra contiene posibilidades de
significado, un concepto unifica en sí la totalidad del significado (Koselleck, 1993: 117).
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Las premisas del pensamiento posfundacional parten de cuestionar los fundamentos metafísicos del orden social
debilitando su estatus ontológico. Lo cual implica una doble afirmación: en primer lugar, los fundamentos son
ontológicamente necesarios y por lo tanto, no hay sociedad posible sin ellos. En segundo lugar, –he aquí el
debilitamiento– es imposible sostener la existencia de un fundamento último, lo cual habilita la pluralidad de los
fundamentos posibles al tiempo que coloca en un primer plano el carácter contingente que reviste cualquiera de ellos
(Marchart, 2009: 15). Esto implica, a su vez, asumir el carácter necesario de la contingencia. Es decir, cuando
hablamos de contingencia no se trata solamente de afirmar que las cosas “podrían haber sido de otra manera”, sino
de afirmar que las condiciones de posibilidad, de ser de algo, son al mismo tiempo las condiciones de su
imposibilidad, de su plena realización. Dicho esto, el encuentro con la contingencia es el “momento de lo político”
por excelencia, el momento ontológico de dar forma a la sociedad –tomando la expresión de Lefort (2004) –, una
sociedad que llega a ser, al mismo tiempo que deviene imposible como totalidad plenamente realizada (Reano y
Yabkowski, 2010).

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conjunto (2004: 39). En este modo de posfundacional de comprender lo político existe, al mismo
tiempo, una plena conciencia de la contingencia de los social y también del “necesario”
momento de un fundar parcial y, por tanto, siempre fallido.
Expuestas las principales ideas, nos gustaría contrastar estas premisas con el análisis que
durante la transición democrática en Argentina se hizo de la democracia como significante
político. El fin de la última dictadura militar posibilitó la emergencia pública de una serie de
dilemas teóricos que se plasmaron en los debates políticos y académicos de una época donde se
volvía imperioso entender qué democracia era preciso construir. Una reflexión colectiva nucleó
por aquellos años –nos referimos a los denominados años ochenta– a intelectuales, periodistas y
a hombres de la política, construyendo un campo de fructífero debate ideológico-político en
torno a la noción de democracia. Muchos han sido los epítetos utilizados por las ciencias sociales
para hacer referencia a la democracia como el “término omnicomprensivo” que ordenó todas las
discusiones político-ideológicas de una época3 (Lesgart, 2003). Se habló así de la democracia
como “significante vacío” (Barros, 2002), como la “voz de orden de la década” (Rinesi y
Nardacchione, 2007), como “sustantivo indemne” (González, 2008), o bien, como designando el
“núcleo puro” de la política (Guber y Visacovsky, 2005).
Sin embargo, lejos de que el significante democracia pudiera comportar en sí mismo un
único significado, desde los inicios de los debates –que inclusive comenzaron antes de que el
régimen democrático se iniciara formalmente en 1983– este fue configurándose complejamente
en una mezcla de dispositivos procedimentales de una democracia entendida como forma de
gobierno con elementos que nos invitaban a pensarla como “algo más” que esa forma. Lo que
queremos decir es que la construcción simbólica del imaginario democrático de los años ochenta
entremezclaba ideas de corte institucionalista con una red de significantes que asociaban a la
democracia con una fórmula garantizadora de la vida, el alimento, la educación, el trabajo, la
modernización económica, la consolidación de una cultura política común y de la participación.
Así, el discurso de la democracia se configuraba en la complejidad tejida por las variables
destinadas a establecer un “modo de ser común”4 de la sociedad argentina y los instrumentos de

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Puesto en estos términos la democracia se convertía en un concepto, en el sentido en que la nota N° 1 lo
definíamos con Koselleck, e idea a la que la propia autora adscribe en su trabajo al entender que el significado que
unifica el concepto de democracia durante la transición es su asimilación a la idea de régimen político, es decir, de
democracia formal (Lesgart, 2003: 84).
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Este “modo de ser común” se encuentra expresado por ejemplo la fórmula simbolizada en el llamado que hacía
Alfonsín en 1980 a construir un “Compromiso Nacional de los Fundamentos” que pusiera fin a una historia política
caracterizada por constantes desencuentros. Una vez asumida la presidencia, el 10 de diciembre de 1983, el proyecto
sobre aquél compromiso sería reelaborado por el presidente en términos de la necesidad de elaborar un conjunto de
normas sustantivas que serían el sustrato indemne ante cualquier intento de desestabilización. Ese compromiso
adquiriría la forma de un “pacto” por el cual todos los actores se comprometerían, desde su autonomía, a consolidar
la democracia. Esta concepción de pacto democrático y de necesidad de un acuerdo común como eje de la

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gobierno que garantizarían ese logro. Pero también se trata de un discurso que está atravezado
por modos de pensar la dinámica política que se sirven de herramientas conceptuales de la teoría
liberal, republicana y democrática. Todo ello perneado, a su vez, por la reapropiación que las
lecturas socialistas, peronistas y radicales hacían de ellas. La complejidad del entramado entre
tradiciones, conceptos, categorías e ideas que habían servido para dar cuenta de la realidad
histórica en el pasado, eran reelaboradas en los años de la transición para dar cuenta de un nuevo
tiempo de la política.
En este marco de profunda dislocación de sentidos sedimentados el debate sobre la
democracia aparece asediado por la tensión entre la dimensión instrumental y la dimensión
subjetiva de la misma. Ella se expresó en un dualismo conceptual que estructuró gran parte de las
discusiones5; nos referimos al binomio democracia formal-democracia sustantiva y sus
iterabilizaciones en términos de democracia política-procedimental-institucional-representativa-
legal / democracia social-real-de base-subjetiva. Estas tensiones fueron constitutivas del debate
sobre el problema de la democracia en democracia; ellas adquirieron distintos matices y
connotaciones en momentos claves6 de la transición. Nuestra apuesta parte, primero, de dar
cuenta de esas ambigüedades, segundo, de mostrar cómo ellas operaron en términos
argumentales bajo aquellos binomios para, tercero, poder poner en discusión que la democracia
haya sido efectivamente un concepto omnicomprensivo cuyo significado estuvo unánimemente
asociado a la idea de régimen político. Esto último fue más bien la construcción de una ciencia
política que –no sólo en Argentina sino en todo América Latina– puso su mirada en los actores,
en las instituciones y en los procedimientos como las únicas herramientas posibles para sostener
la consolidación democrática. Para ello se sirvió de paradigmas de corte netamente
institucionalista donde los problemas de la igualdad, la justicia o la inclusión pasaban a ser la
variable dependiente en el reaseguro de un régimen político estable. Esto se da en un contexto
histórico donde esa concepción de la política se volvía verosímil ante la necesidad de establecer
un corte con el pasado autoritario, violento, inestable, antidemocrático.
Sin embargo, el desafío que nos parece vale la pena emprender, es el de una tarea crítica
que nos permita abordar a la democracia como significante político. Para ello, de lo que se trata

democracia será reiterada en el Discurso de Parque Norte, pronunciado en 1985. Esta será una idea a la que
adscribirán otras fuerzas políticas tales como el peronismo renovador.
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Cabe aclarar que nos referimos a los debates objeto de nuestro trabajo de investigación sobre el que se inspiran las
reflexiones aquí presentadas. El mismo se propone rescatar el debate sobre la democracia utilizando como corpus
teórico las revistas Unidos y La Ciudad Futura en el diálogo y confrontación entre ellas y en su pronunciamiento
respecto de los sentidos elaborados por el alfonsinismo en tanto palabra oficial.
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Sólo para nombrar algunos de ellos: la convocatoria a la Convergencia Democrática realizada por Alfonsín en
Parque Norte (1985), la propuesta a la reforma de la Constitución Nacional y el proyecto de fundar la “Segunda
República”, los levantamientos militares de la Semana Santa de 1987, la derrota del radicalismo y el triunfo de la
renovación peronista en las elecciones legislativas de 1987, la crisis hiperinflacionaria de 1988-1989.

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entonces es de mostrar las paradojas, fallas, superposiciones de sentido y contradicciones en
torno al mismo. Esto nos permitiría pensar al concepto atravesado por aporías que se definen
contextualmente pero que le son constitutivas, y no abordarlo exclusivamente como una
construcción que sintetiza un sentido unívoco. De ahí que ponderamos la propuesta que nos hace
la nueva historia intelectual para pensar en términos de lenguajes políticos, y no de ideas, y la
productividad que ello reporta para nuestro análisis de la democracia. La historia de los lenguajes
políticos hace hincapié en el carácter histórico –contingente– de las formaciones discursivas. Su
intención es superar las tendencias normativistas que intentan comparar el grado de adecuación o
no de las formaciones discursivas concretas respecto de algún postulado tipo ideal. Como afirma
Palti, “el estudio de los lenguajes políticos supone una puesta entre paréntesis de la cuestión
relativa a la Verdad, que lleva a ver a la historia intelectual como una suerte de diálogo
transhistórico alrededor de preguntas eternas y ordenado en función de la búsqueda del ideal del
buen gobierno (…) La contingencia, la historicidad de las categorías política solo emerge aquí
como un defecto, no como algo constitutivo de la historia intelectual” (2005: 74-75). Por el
contrario, la apuesta por abordar las ideas en términos de lenguajes políticos implica conectar las
transformaciones conceptuales con alteraciones producidas al nivel de las prácticas políticas
asociadas a la emergencia de nuevos ámbitos de sociabilidad y sujetos políticos. Los
desplazamientos semánticos cobran sentido en función de sus nuevos medios y lugares de
articulación, los cuales no preexisten a la crisis política sino que surgen como resultado de la
misma (Ibíd.: 80).
Dicho esto, quisiéramos plantear algunos interrogantes. Si abordar la democracia como
significante en disputa implica poner el acento en los lenguajes políticos que participan de la
lucha por el sentido democrático de la democracia, ¿no implicaría esto poder pensar a la
democracia como un lenguaje político en sí mismo? Si retomamos lo que implica para el
posfundacionalismo recuperar el momento de lo político, ¿no podría pensarse en que lo político
del lenguaje de la democracia radica en el reconocimiento de la división, de las tensiones y de las
contradicciones inherentes a ella? Pero al mismo tiempo ¿no significaría esto reconocer también
que, a pesar de esas ambigüedades, la política consiste en los múltiples intentos de “suturar” la
brecha de estipula la división? Responder afirmativamente a esto –cuestión de la que no estamos
seguros y que nos proponemos pensar aquí– implicaría reconocer el momento político como el
momento de la dislocación de sentido en torno a un significante, pero también de los
innumerables intentos de pensar la rearticulación de los mismos en torno a ciertos “referentes de
certeza” (Lechner, 1995).

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Es en esta lógica que, creemos, podrían articularse una visión posfundacional de la
política con una historia de los lenguajes políticos que nos ayuden a construir las herramientas de
una teoría política que no comprenda lo político, o sólo como el momento de la división o sólo
como el momento de la universalización. Un pensamiento sobre lo político cuyo trabajo consista
en mostrar las aporías, pero también las múltiples tentativas de superarlas. Un trabajo en el que
las paradojas no sean entendidas como un problema para comprender un supuesto “verdadero
sentido” de la democracia. Por el contrario, creemos que el desafío consiste en poder mostrar
cómo la pluralidad de lenguajes políticos colabora en la construcción de un imaginario
democrático en el que pudieron, y pueden, convivir –bajo operaciones de tensión, jerarquización,
oposición y exclusión– distintos significados. Son ellos, lo que en última instancia, terminan
siendo constitutivos del lenguaje de la democracia.

Referencias bibliográficas:

Barros, Sebastián: Orden, democracia y estabilidad. Discurso y política en la Argentina entre


1976 y 1991, Córdoba, Alción, 2002.
González, Horacio: El peronismo fuera de las fuentes, Colección “25 años, 25 libros”, N° 10,
Buenos Aires, UNGS-Prometeo, 2008.
Guber, Rosana y Visacovsky, Sergio: “¿Crisis o transición? Caracterizaciones intelectuales. Del
dualismo argentino en la apertura democrática” en Anuario de Estudios Americanos, 62,
1, España, enero-junio 2005.
Koselleck, Reinhart: Futuro pasado. Para una semántica de los estudios históricos, Barcelona,
Paidós, 1993.
Lefort, Claude: La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político, Barcelona, Anthropos,
2004.
Lesgart, Cecilia: Usos de la transición a la Democracia. Ensayo, Ciencia y Política en la década
del ´80, Rosario, HomoSapiens, 2003.
Marchart, Oliver: El pensamiento político posfundacional. La diferencia política en Lefort,
Nancy, Laclau y Badiou, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009.
Palti, Elías: “De la Historia de las ‘Ideas’ a la Historia de los ‘Lenguajes Políticos’. Las escuelas
recientes del análisis conceptual. El panorama latinoamericano” en Anales N° 7-8, 2005,
pp. 63-81. Disponible en: http://gupea.ub.gu.se/bitstream/2077/3275/1/anales_7-
8_palti.pdf
Reano, Ariana y Yabkowski, Nuria: “Una apuesta política: insistir sobre las categorías izquierda
y derecha” en Teoría y Práctica de la Política en América Latina. Nuevas derechas e
izquierdas en el escenario regional, UNMdP, Mar del Plata, 2010. En prensa.
Rinesi, E., Nardacchione, G. y Vommaro, G. (comp.): Las lentes de Víctor Hugo.
Transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente, Buenos Aires,
Prometeo, 2007.

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