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E
ste libro es un testimonio comunitario, el de aquellos que, un día, han
percibido la llamada del templo y han decidido poner su existencia de
acuerdo con lo que les ha susurrado esa gran voz misteriosa
comprometiéndose en el camino de la iniciación. Esta opción nace de una toma
de consciencia. La familia, la vida profesional, los entretenimientos, los amigos,
en suma, todas las ocupaciones y vínculos de la vida cotidiana, incluso siendo
muy interesantes, no sirven para dar un sentido a la vida. Falta algo esencial,
alguna cosa a la que se podría denominar el sentido de lo sagrado.
Entonces se han puesto en camino; han buscado más o menos tiempo, más o
menos laboriosamente, hasta entrar en contacto con una Logia iniciática que
trata de hacer oír en el mundo la voz de la iniciación. Allí, han sentido de
forma confusa que se les ofrecía una luz, una esperanza. Lo que se les proponía
no tiene nada en común con lo que habían oído hasta entonces. En este siglo,
orientado hacia valores exclusivamente materialistas, algunos hombres, por
otra parte perfectamente integrados en la vida profana, testimonian en común
que una búsqueda de lo sagrado, cuyo origen se remonta a la tradición
occidental más antigua, se puede vivir aquí y ahora.
en la vía de la iniciación. Si perciben que este camino no les conviene, los postulantes pueden
abandonarlo en cualquier momento, sin explicación ni justificaciones.
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Luego, un día ese deseo se ha concretado. Han sido admitidos a vivir ese
momento de gracia inolvidable que es el ritual de la Luz de Vida. Después de
haber pronunciado el juramento por el que se obligan a servir a la iniciación,
han recibido el nombre de Hermanos, consagrando el lazo indefectible que en
lo sucesivo le unirá a todos los iniciados2. Nadie se puede apropiar de ese
nombre sagrado de Hermano, ni utilizarlo a su antojo; en cambio, es necesario
aprender a respetarlo y a servirlo, porque es un don precioso que marca la
entrada efectiva en el cuerpo simbólico de un ser muy particular, el Ser
comunitario, la expresión más cumplida del mito de la creación. Tal es la
función esencial del aprendizaje: Asimilar la forma de hacer para servir a la
potencia de orden simbólico que hace nacer el Hermano.
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Capítulo 1
A
l hilo de una lectura, con ocasión de una exposición, escuchando una
música, el hombre se pregunta: ¿Es posible que la vida no tenga ningún
sentido?. ¿Puede ser que la existencia se resuma en un trayecto
desatinado, si otro objetivo que satisfacer lo mejor posible sus deseos y
necesidades, reales o imaginarias, antes de desaparecer definitivamente?. De
manera todavía confusa, percibe que esta hipótesis es inadmisible, que hay
algo más que hacer con la vida que él ha recibido.
No sabe como explicarlo, pero siente intuitivamente que hay realmente otro
camino, una dimensión sagrada de la vida que puede ser experimentada aquí
mismo y desde ahora.
Pero, ¿cómo hacerlo?. No resulta fácil orientarse entre las múltiples vías
espirituales que pretenden poseer el secreto de la vida y la única sabiduría
verdadera. Entonces, siente, sabe que sólo no puede hacer nada.
Un día, sin embargo, descubre ‘por azar’ un libro que le intriga porque, tanto la
forma como el fondo, no son habituales. Trata de Iniciación, de vida en
fraternidad, de símbolos, de misterio, de Regla también. No encuentra ninguna
verdad preconcebida, ninguna certeza, simplemente el compromiso de seres
que viven de forma cotidiana una vía de conocimiento y que hacen de lo
esencial el eje de su existencia.
Siente que allí está la expresión de una vivencia auténtica, capaz de responder
a su deseo, y se decide a escribir explicando la naturaleza de su búsqueda, su
sed de otra cosa, la pureza de sus intenciones. La espera le parece larga, la
duda comienza a invadirle. ¿Será defraudado una vez más?
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La construcción del templo debe recomenzar siempre. La puerta del templo llama a los que le
sabrán servir. (De El Templo de Jerusalen en ‘Antigüedades Judías’ de Flavio Josefo, ilustrado
por Jean Fouquet).
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Mientras tanto, observa que sus interlocutores no eluden sus preguntas; a
través de las respuestas que le dan, entrevé que la iniciación es una vía que no
se parece a nada de lo que conocía, ni siquiera a nada de lo que imaginaba
antes de esta entrevista. El deseo que experimentaba sólo se ha acrecentado.
Sin comprender realmente por qué, se siente atraído por lo que le han
presentado, que no es solamente una razón de vivir o un ideal que esté en
competencia con otros, sino algo de otra naturaleza que exige un compromiso
mucho más allá de una simple curiosidad intelectual.
Una de las armas más eficaces en este combate es la risa. Se ríe mucho en torno
a la mesa del peristilo porque aprender a reírse de los propios defectos es un
paso importante en el camino que lleva a la puerta del templo; con las
reuniones de trabajo, el Novicio aprende a trabajar en el espíritu del peristilo,
anulando en uno mismo las charlas inútiles y las cuestiones vanas. Descubre el
valor de la palabra, que no conviene desperdiciar, porque es una energía
preciosa, destinada a ser aportada, compartida y, finalmente, traspasada para
integrarse en el trabajo comunitario. La palabra es un alimento tanto más rico
cuanto es sincera y auténtica, suscitando nuevas posibilidades y haciendo
aparecer nuevos caminos para recorrer juntos, sin ánimo de enjuiciamiento. No
se pide al Novicio que acepte un dogma o que se convenza de verdades
definitivas, sino, simplemente, que participe en el trabajo comunitario, sin
vergüenza ni evasivas. La percepción del sentido de la vida nace siempre de
una vivencia comunitaria fuera de la cual no se encuentra más que el dominio de
la explicación que no ofrece más perspectiva que la de volver indefinidamente
sobre ella misma. ¿Quién podrá nunca jactarse de poder responder a la
pregunta definitiva sobre el sentido de la creación?. La vida iniciática no tiene
como objetivo explicar la vida, sino, sencillamente, encarnar su misterio.
Cada trabajo pone a prueba la auténtica verdad de su deseo. ¿Lo hace por él,
por su deseo, o con el único objetivo de ser útil a la comunidad?. En el primer
caso, su devenir está guiado por el deseo de una mejora personal, ciertamente
loable pero no acorde con la naturaleza del camino iniciático. Buscar para
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tomar, y no para dar, no hace más que reforzar el egoísmo natural del
individuo. Dicho de otra manera, así no es iniciable. En el segundo caso, trata de
aportar alimentos sin afán de beneficios personales, de ningún tipo, y constata
entonces que se desvela en él una potencia, un fuego que le rebasa y nutre su
andar. “Lo que haces te hace, lo que alimentas te alimenta”, enseña la Tradición
y el Novicio siente en su interior que en este intercambio, en esta comunión vivida,
reside un secreto fundamental de la iniciación. La individualidad no es más que un
soporte, una canal atravesado por el gran flujo de la Vida, a la vez inmutable y
renovado constantemente; querer retener la vida es casi perderla, porque no
pertenece a nadie en particular. A cambio, abandonarse a esa potencia, hacer
una dádiva, es aportar el único material útil en la cantera iniciática donde se
construye el receptáculo destinado a atraer, recoger y hacer irradiar la luz de la
vida.
El amor a la vida, bajo todas sus formas, llama y guía a aquel que quiere vivir la
iniciación; un amor absoluto, perfecto e imperecedero, de una naturaleza
diferente a la pasión humana que llamamos igual. Si sabe abandonarse y
permanecer fiel, alcanzará el valor de superar su individualidad y triunfar en
las pruebas que le irán apareciendo en el camino. La primera de ellas, que no es
la menos temible, llega enseguida. Ha llegado la hora de presentarse ante la
Logia reunida a fin de “ponerse tras la venda”.
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Capítulo 2
C
uando el alumno está preparado, llega el Maestro, dice el proverbio
oriental. Para el Novicio reviste el aspecto del Guardián del Umbral
quien, llegado el momento, le invita a afrontar la prueba decisiva de
“ponerse tras la venda” que significará, de una vez por todas, su entrada en la
comunidad iniciática. Esta reúne a todos los que, habiendo percibido que la
verdadera dimensión de la vida era de esencia luminosa y comunitaria, han
adquirido el compromiso de consagrar su existencia a servir a la iniciación. La
comunidad vive de la Regla y por la Regla4 y consagra todas sus fuerzas a
hacer vivir y transmitir la iniciación.
Para ser admitido a vivir este misterio, el Novicio debe dar prueba de la
autenticidad y la firmeza de su deseo. La apuesta es importante y excluye todo
‘amateurismo’. Para conocer la vida en su causa hay que ser capaz de ofrecer
los mejor de sí mismo sin restricción, sin lo cual el camino se interrumpe
enseguida. El paso de ponerse tras la venda tiene lugar ante toda la
comunidad. Como no hay escapatoria posible, pone al Novicio ante la realidad
de su deseo y hace ver si el camino de la luz le es, o no, accesible. Es única y
decisiva, porque el amor comunitario, basado en la vivencia de la Regla, sabe
reconocer, sin dañar, la sinceridad del que se ofrece de esta forma al fuego de la
iniciación. En este instante de verdad, el Novicio no tiene otra opción que dejar
expresar al ser auténtico que lleva dentro. Es esta parte de él mismo la que es
iniciable, porque es de naturaleza luminosa y comunitaria.
4En el antiguo Egipto estaba personificada en la diosa Maât, diosa de la justicia y la armonía. Maât
es la hija de la luz primordial, la regla de oro del universo cuya coherencia asegura.
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Al que se le reconozca como portador de un deseo auténtico, el Guardián del
Umbral le abrirá la puerta del templo a fin de que, por la magia del ritual de
iniciación a la luz de Vida, se reúna con los que serán sus Hermanos en
espíritu. Vivir este ritual, que marca el ser para siempre, es entrar vivo en el
misterio, penetrar en el mundo de la creación, en la que todo está ordenado,
jerarquizado y construido según la Regla. El nuevo ser, el Hermano, nace de
este instante de comunión con el misterio de la Vida.
El ser que sale de ese lugar es un ser despojado, portador de una potencia aun
en estado bruto que los Egipcios denominaban el ka. Cada lugar sagrado posee
esta potencia y la da de una forma particular. Ella, y solo ella, puede ser
reconocida por la comunidad iniciática, dominada puede construir. Lo que está
a punto de hacer, revivir el “Iniciado eterno”, es sólo el soporte de una potencia
que le atraviesa, revelándose a través de él, materia viva de una obra que le
sobrepasa. El ka que él encarna durante el ritual es el de la comunidad de
iniciados, de esta cadena ininterrumpida de seres que han consagrado su
existencia a servir al principio de la Vida.
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El Novicio es introducido en el templo por la pequeña puerta del Norte.
La franquea encorvado, en signo de humildad.
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No es particular, dependiendo de un individuo, sino perteneciente a la
potencia creadora que da forma al universo y a los mundos.
Durante este momento de vía breve le ha sido revelado la totalidad del camino
iniciático. Un ser nuevo ha llegado a la existencia, un ser viajero que,
paradójicamente, acaba de encontrar su verdadera patria; se ha desvelado una
sensibilidad en la que deberá profundizar el nuevo Hermano durante su viaje
con sus Hermanos por el camino de la luz. Todo se ha hecho, pero todo queda
por hacer para vivir efectivamente la iniciación. La primera etapa de este viaje
consiste en construir el Aprendiz.
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Capítulo 3
E
n el curso del ritual de iniciación a la Luz de Vida, el que lleva ya para
siempre el nombre sagrado de Hermano ha encarnado, por un instante
de vía breve, al Iniciado eterno. En su corazón se ha depositado un
germen de vida que tiene el deber de hacer crecer sirviendo a la
iniciación. Hay que pasar ahora del mundo del Iniciado eterno al de la
construcción del Aprendiz. Es decir, del principio a su manifestación. No hay
ruptura entre ambas realidades, solamente un cambio de eje y de plan.
El Gran Arquitecto del Universo, imagen del hombre cósmico que ordena la
creación continuamente. De La Biblia en imágenes de Holkham.
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Principio procede del latín principium, significando “origen”, “comienzo” y, por extensión,
“fundamento” o “cimiento”.
14
El Hombre cósmico
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Como la piedra que debe ser tallada con exactitud para ser utilizada en la obra, el Aprendiz será
construido por su Hermanos, para que se integre armoniosamente en el Trabajo comunitario.
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El mandil de piel blanca, con el que fue revestido ritualmente al entrar en la
Logia, simboliza el lazo entre la naturaleza del Iniciado eterno y el aprendiz en
que se ha convertido. Cada vez que esté trabajando, le recordará el misterioso
“paso por la piel7” vivido el día de la iniciación. Le ha permitido renacer,
purificado, portando una fuerza de naturaleza luminosa que no precisa más
que expresarse a través de su corazón y su mano. Él es responsable de esta
potencia que le supera, al igual que todos sus demás Hermanos. El tablero
ritual le sitúa en su lugar justo dentro de la Logia, el de un ser nacido de lo más
alto que se debe presentar en la cantera para participar cada día, según su
grado, en la edificación del templo. Cada vez que se reviste entra de nuevo en
contacto con el mundo principal; tiene que justificar la pureza que representa
respetando la palabra dada en el primer instante. Igualmente, ha de fortalecer
la potencia que ha recibido, pero que no le pertenece, trabajando sin descanso
para hacer su ofrenda al Trabajo.
7En el antiguo Egipto el rito del paso por la piel formaba parte de la iniciación. Envuelto por una
piel de animal, como dentro de una matriz, el impetrador moría simbólicamente a su anterior
estado para renacer como un nuevo ser. El lenguaje jeroglífico ha conservado este simbolismo en la
forma del ideograma mes, que representa tres pieles de animales liadas juntas. Explica el concepto
de nacimiento.
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El aprendiz se pone al orden. Es medido por el maestro de Obras, quien verifica de
esta forma que se le puede integrar en la construcción.
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El amor fraternal teje el lazo que aúna los diferentes elementos para llevar a
cabo una construcción viva. Es la fuerza que eleva al ser hacia lo alto y le
permite integrarse en un orden que sobrepasa a su naturaleza de ser humano.
En este mundo que descubre por primera vez no le es útil ninguna de sus
referencias convencionales. Es realmente como un recién nacido que tiene que
aprender todo: cómo andar, cómo escuchar, cómo explicarse. En este lugar no
funciona lo que se suele llamar inteligencia, pues lo que se vive no se dirige al
intelecto, sino al corazón, que no se abre sino participando en el trabajo
colectivo.
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Capítulo 4
L
a tradición iniciática designa como Oriente eterno la región mítica8 o, en
cada momento, la luz nacida de ella. Lugar de todo nacimiento y de todo
alimento espiritual, espacio sin límite donde la vida es engendrada a
cada instante, es “la patria y la juventud del alma 9”, el punto de nacimiento de
la tradición iniciática, portador del fuego del Verbo y de todas sus
formulaciones.
Todos los que hacen el mismo camino de vida son Hermanos es espíritu y en
verdad, todos nacidos de ese fuego secreto que despierta la conciencia a la
realidad del misterio. Son los hijos afectuosos de ese Oriente generoso y
8 Mítica no quiere decir imaginaria. Al contrario, el mito es elaborado esmeradamente por los
iniciados y no tiene nada que ver con la imaginación. En forma de relato simbólico, que puede ser
‘entendido’ en diferentes niveles, expone los más profundos conocimientos sobre el misterio de la
creación. A través de la magia del ritual, los iniciados encarnan el mito y viven el secreto.
9 H. Hesse, ‘El viaje a Oriente’, traducción de J. Lambert, p. 52, edición Calmann-Lévy-1948.
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fecundante donde reside la Regla y en el que la realeza del espíritu conserva
una juventud inalterable. Nacidos en el corazón del misterio, reciben el tesoro
de la Tradición, que deben transmitir y hacer fructificar. Esto explica la
importancia de esta filiación que hace de ellos los hijos de la Luz.
La comunidad actual encamina sus pasos tras los de aquellos Hermanos que,
antes de ella, han hecho vivir la Tradición y han alcanzado definitivamente el
lugar de plenitud. Transmutadas en luz, sus almas se han convertido en
estrellas que, como la estrella polar guiando a los reyes magos hacia el lugar de
nacimiento del nuevo ser luminoso, orientan su búsqueda para conducirla
hacia la fuente de vida.
Más allá del tiempo y del espacio, los Hermanos que han pasado al Oriente
eterno tienden la mano a sus Hermanos en espíritu que trabajan, aquí y ahora,
para que los dioses no abandonen nunca la tierra. Ellos les transmiten la Luz
primordial y su secreto, la Tradición en su aspecto esencial, para que la Obra
de creación prosiga en la eternidad de los ciclos, y les invitan a participar en el
banquete celestial donde se comparten los alimentos de vida.
20
En cada celebración ritual, el Maestro de la Obra buscará la luz de la Tradición,
tesoro inalterable transmitido por los iniciados que pasaron al Oriente eterno a
sus sucesores en el camino de la luz. Unidos en su persona simbólica, los
Hermanos reciben el amor del Oriente y veneran a la Luz creadora como lo
hicieron en la primera madrugada de los mundos. El espíritu del Oriente,
fuente de la Tradición intemporal, de nuevo resplandeciente como en el primer
día de la creación.
Para vivir aquí abajo la eternidad del Oriente hay que aceptar morir a lo aparente y
perecedero, para renacer a la vida espiritual. Esto no resulta fácil, se debe librar un
combate entre una naturaleza individual, que busca principalmente satisfacer
sus necesidades y ambiciones, y la naturaleza fraternal del Ser, cuyos únicos
deberes a cumplir son para honrar y encarnar su auténtica filiación espiritual.
El Aprendiz encontrará en la Tradición el alimento y las referencias necesarias
para librar este combate y superar las dificultades que aparezcan en el camino
del conocimiento.
Ella transmite lo esencial o, dicho de otra manera, lo inmortal, y tiene todos los
elementos necesarios para sustentar la andadura. Como una amante madre, la
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Tradición guía con mano segura a los que quieren vivir el misterio y desean,
con pureza de corazón, descubrir la fuente de juventud.
El viaje a Oriente
Lo que se revela en el primer instante es que una forma debe morir para que
renazca la vida. La muerte hace nacer la posibilidad de testimoniar, de
transmitir el misterio de la Vida que funde en él esas dos facetas
aparentemente irreconciliables que son nacimiento y muerte. No es explicable,
aunque es posible vivirlo a través del ritual que, reactualizando lo eterno, nutre
a la Tradición y permite su transmisión viva.
Cada ritual vivido es una nueva partida hacia el lugar mítico que es el Oriente,
una nueva aventura para descubrir la realidad del espíritu. Sólo intervienen
seres en activo, miembros de un equipo en el que cada cual ocupa su justo
lugar.
Cada paso en este camino engendra una transformación y una liberación que
hacen nacer en el Aprendiz un deseo de abandono del mundo para descubrir y
vivir más intensamente la Tradición, que se le hace tan indispensable como el
aire que respira. Extrae la fuerza de su caminar, la capacidad de superar sus
límites para hacer surgir la realidad de su filiación sirviendo a la Obra mejor
que a su individualidad. Permaneciendo auténticamente él, expresa su fuerza a
través de su naturaleza de Hermano y desarrolla su propio carácter, siendo no
obstante, al tiempo, totalmente comunitario.
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El Maestro de la Obra conoce el arte real que le ha sido transmitido por
los iniciados pasados al Oriente eterno
25
La Tradición de la Palabra
11 Tradición y traición se forman a partir de la misma raíz, tradere, que expresa la idea de
transmisión, hacer pasar de mano en mano.
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Abrir “la oreja del corazón”
La necesidad vital del silencio interior se le impone para que se abra “la oreja
del corazón”, que percibe el pensamiento exacto portador del misterio. En el
camino iniciático la comprensión por el corazón prima sobre la habilidad
manual o intelectual que, lejos de ser una ventaja, a menudo constituye un
obstáculo que debe ser superado.
12 R. Grandmaison. Por una espiritualidad del siglo XXI, p-89, Ed. La Maison de Vie. Paris 1992.
28
Capítulo 5
L
a sociedad actual fomenta el individualismo y la independencia en tal
grado que el mismo concepto de comunidad, sea profana o sagrada,
resulta hoy difícilmente comprensible. Incluso la familia ha perdido todo
valor sagrado a los ojos de la mayor parte de nuestros contemporáneos; estalla
o se rompe, víctima del egoísmo erigido en forma de vida y de la búsqueda
desenfrenada del placer inmediato, que es su resultado.
Como todo ser vivo, una comunidad iniciática nace de la Regla y vive por ella.
Tanto su forma como su función son modeladas por la Regla que se otorga, que
rige la vida comunitaria en todos sus aspectos, sean materiales o espirituales.
Un ejemplo sobradamente conocido en Occidente nos lo da la regla
benedictina, que constituye la vida cotidiana de numerosas comunidades
monásticas desde la edad Media. Es la única herramienta eficaz para conocer la
Regla principal que, sin ella, resultará inaccesible.
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La Regla constituye el eje vital de la comunidad iniciática; el que no está
conforme a ella y busca vivir su propia regla, se autoexcluye de la
fraternidad13. Reflejo de la fraternidad celeste, da a la vida comunitaria su
coherencia y eficacia. La regla es el lazo que une entre ellos a todos los
Hermanos iniciados, durante su vida y tras su muerte, dando la vida al Ser de
la comunidad.
En tanto que miembros de este cuerpo, los Hermanos se construyen los unos a
través de los otros. Unidos como los dedos de la mano por un lazo funcional,
todos son necesarios para el conjunto y se integran en una jerarquía modelada
a ejemplo de las funciones creadoras de la obra en el universo.
32
La vida comunitaria, expresión del amor fraternal
15Repetimos, la Regla es algo muy diferente de un reglamento. Vivir la Regla es ‘ponerse en regla’
en todos los aspectos de la existencia. Esto supone una forma de ser, una manera de comportarse,
dando prioridad a la rectitud y el respeto a la palabra dada.
33
Capítulo 6
L
a búsqueda del secreto de la vida es probablemente tan antiguo como el
hombre. ¿No fue expulsado Adán del paraíso por haber querido
degustar el fruto del conocimiento?. Frente al secreto son posibles tres
actitudes:
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Los rituales y símbolos son las vías eternas de transmisión del secreto
iniciático
En realidad, el secreto no está oculto, a menudo es, incluso, muy evidente. Sin
embargo, el Aprendiz que entra en el templo no lo ve. Es como un urbanita que
descubriese por primera vez la naturaleza. La vida está presente de múltiples
formas, pero sus sentidos, educados en otro universo, no están adaptados a
este nuevo ambiente.
Hacer el silencio se aprende, porque se trata de una cosa muy diferente del
hecho de callarse. Lo que está en juego es la capacidad de desapego del
individuo, necesaria para vivir plenamente cada instante de la vida
comunitaria sin dejarse distraer por preocupaciones personales, sean de la clase
que sean, porque cada uno de esos instantes porta y transmite el secreto. Poco a
poco, si adopta la actitud justa, hecha de humildad, de escucha atenta, de
comunión con la belleza que le rodea, así como de perseverancia, descubre un
mundo nuevo. Sus sentidos se despiertan a la armonía del universo.
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Practicar los misterios es alimentarse y ser alimentado, compartir en la misma
mesa los alimentos materiales y espirituales. El secreto se saborea en común, no
es una cosa que se pueda coger y guardar para uno. Reclama transparencia y
autenticidad de todos los que están comprometidos en su búsqueda. Cada vez
que los Hermanos se reúnen ritualmente comparten los alimentos de la vida y
entran en el secreto haciéndolo símbolo.
Por naturaleza, el silencio es armónico, sin disonancias; une a los seres que lo
practican. Cuando queda establecido nace una armonía secreta entre el corazón
del Hermano y el de la comunidad; el entendimiento y la visión se abren; la
intuición brota para alcanzar el centro inmutable, el corazón vivo de todas las
cosas. Realmente, el silencio es gestante; crea el medio favorable para el
nacimiento de una sensibilidad comunitaria que percibe la riqueza que anima
cada uno de los instantes vividos ritualmente en la Logia.
37
Los seres que son llamados a practicarlos son puestos en aptitud de despertar,
porque los ritos transmiten una forma de hacer para abrirse al mundo de los
símbolos.
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Capítulo 7
U
na comunidad iniciática trata de vincular la tierra con el cielo. A tal fin
no cesa de trabajar para edificar un espacio ‘similar al cielo en todas sus
partes’, como lo explicaban los antiguos, un espacio que sacraliza
mediante la práctica de los rituales. La Logia es este lugar particular,
representación simbólica del cosmos17, que el Hermano Aprendiz descubre por
primera vez durante la ceremonia de iniciación. El aprendizaje le ofrece las
herramientas que le permitirán orientarse y moverse, según su grado, con sus
Hermanos. Los ha de reconocer y comprender para participar en el trabajo
comunitario de construcción a fin de estar integrado en el edificio que la Logia
levanta constantemente.
17
Etimológicamente, cosmos procede del griego kosmos ‘orden’ que, por extensión, ha tomado el
sentido de universo considerado como un sistema ordenado.
39
Un camino de mutaciones y transformaciones
Hay un modo de trabajar a descubrir para entrar en relación con el espíritu que
colma y anima al cosmos de la Logia, es tener presente espiritualmente que, en
este mundo, nada se adquiere para siempre sino que está por conquistar
continuamente.
La marcha es comunitaria; cada uno aporta su genio propio y debe vencer los
obstáculos que le caracterizan, pero fuerzas y debilidades, cualidades y
defectos, pruebas y satisfacciones, son superadas cuando son puestas en el
centro vital de donde procede todo, a fin de nutrir la obra comunitaria. La
iniciación es ante todo un camino de dádiva y ofrenda.
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Desde el momento en que se participa es esencial no confundir los planos, el
humano y el divino. El primero se levanta con lo efímero, lo relativo, es el
mundo de los opuestos, lo múltiple y la ilusión. El segundo corresponde a lo
inmutable, lo absoluto, es el de la unidad y el secreto, de la armonía y la
coherencia. La marcha iniciática es la vía del medio que permite a lo humano
servir de soporte consciente a la obra divina a fin de prolongarla. Dar su
existencia por la iniciación es ofrecer un material bruto que será transmutado
por el fuego de la Obra para llegar a ser de la misma naturaleza que ella, es
decir sagrada. Es igualmente trabajar sin descanso para conseguir que este
alimento ofrecido al Principio sea lo más digerible posible.
Superar su individualidad
41
La marcha del Aprendiz es la puesta en acción de un dinamismo que conduce
a superar sus límites individuales y a dejar el mundo ilusorio de las certezas
humanas para ponerse en condiciones de servir a la vida. Se requieren muchos
esfuerzos para llegar a desprenderse de lo que bloquea la marcha, porque el ser
humano tiene una tendencia natural a centrarse sobre él mismo y a buscar
excusas a sus debilidades constantemente. A cambio, un iniciado sabe que es el
único responsable de los obstáculos que encuentra en el camino; tiene que
adquirir consciencia para superarlos y liberar así una energía útil para el
trabajo comunitario. En el cosmos de la Logia no hay lugar para el individuo y
sus debilidades; no trabajan más que Hermanos activos que están dedicados a
servir a la obra. Aquí la meta no es mejorarse a uno mismo, sino desarrollar
una aptitud de servir de forma justa pasando del pensamiento centrado en uno
mismo a un pensamiento fraternal. Este cambio de eje entraña una nueva
orientación de la mirada que se libera de las bajezas humanas para elevarse al
cielo, hacia la percepción del espíritu que anima a la obra.
Ponerse al orden
42
Solamente pueden ser ensamblados elementos de la misma naturaleza, la
individualidad no puede ser iniciable ya que no es de naturaleza sagrada.
El aprendizaje pasa por una práctica regular del trabajo comunitario, exigiendo
perseverancia y humildad. Enseña una manera de hacer las cosas para empezar
a dejar el mundo de los opuestos a fin de entrar en ese donde reina la Unidad
que la Logia manifiesta simbólicamente, ya que ella es una representación del
universo18. Un trabajo así opera una especie de decantación que no deja filtrar
más que lo que es útil para la construcción. Mediante él se experimenta una
puesta en orden que pone al ser en coherencia con el cosmos de la Logia,
donde todo está ordenado según la Regla. Evita la agitación en la que se
complace el individuo y permite avanzar en el camino y profundizar la
marcha.
Estar ‘al orden’ prepara al Aprendiz para estar atento a todo lo que le rodea. Es
una primera abertura al nuevo mundo que descubre, el descubrimiento y la
vivencia de un eje de rectitud que le hace tomar consciencia de la necesidad de
mantener la palabra dada en el primer momento, por la cual se comprometía a
servir a la iniciación.
18
Su etimología, de origen latino, universum o unus-versum, significa literalmente ‘hacia el Uno’.
19
Obedecer viene del latín oboedire compuesto de ob, ‘delante, frente a’ y audire, ‘escuchar, poner el
oído’.
43
Capítulo 8
A
lo largo del aprendizaje, el Aprendiz toma conciencia de la dimensión
real del compromiso que ha adquirido incorporándose a la Logia;
descubre la realidad del servicio a la Regla y aprende a responder
para materializar su juramento.
El arte supremo del iniciado es saber servir de forma justa y, por sorprendente
que parezca, esto se aprende. La tendencia natural del ser humano le lleva
ciertamente y de forma más natural a servirse y hacerse servir que a dar con
entusiasmo y generosidad. Es sirviendo a lo que está en lo más alto y no a sí
mismo como el Aprendiz se integra en el Ser comunitario. Entra así en una
jerarquía de funciones basada en el deber y encarnada realmente en su nombre
de Hermano.
Si el Aprendiz hubiera de hacerse una sola pregunta, ésta debería ser: ¿Cómo
puedo servir al Ser comunitario, como puedo serle útil?. Efectivamente, en este
camino no son suficiente las buenas intenciones. Es esencial activar el deseo
que se manifestó llamando a la puerta del templo. Concretizar es parte integral
de la marcha, y la forma en que el Aprendiz responda a esta exigencia es
reveladora de su cualidad fraternal y de su grado de avance en esta vía.
Esto no pasa por sus talentos particulares, que se suelen revelar muy a menudo
como una trampa para el individuo que cree poder basarse en ellos, porque la
competición, característica del mundo profano, está ausente del universo
iniciático. El que tiene más dones que los demás no hace sino contraer deberes
20
Recordemos aquí que los Compañeros (Compagnons) se llamaban los ‘debientes’, o sea, los
miembros del Deber; este término se ha convertido en el nombre genérico del Compagnonage y
sus variantes (compagnons del Deber de Libertad, compagnons del Deber, etc.).
45
suplementarios hacia la vida y hacia sus hermanos. La calidad de lo que es
aportado al tajo se valora en función de un solo criterio: el de la autenticidad.
Servir es un combate
Para renacer a la vida en espíritu, hay que librar un combate contra el ‘hombre
viejo’, quien, ciego y sordo, atraviesa por la existencia nutriéndose de lo que
hace mal morir. La humildad consiste, en primer lugar, en reconocer esta
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servidumbre que puede ser superada por el servicio a la Regla y la práctica del
trabajo comunitario. Esto reclama del iniciado una confianza absoluta en la
iniciación y en sus hermanos, que no debe ser confundida con una sumisión
ciega, lo que no sería más que cobardía y servilismo.
La práctica del servicio enlaza el corazón del iniciado con el comunitario; libera
de las cargas humanas para hacerle adquirir la ligereza de la pluma 21. Nutrido
por el Verbo y la intuición, su corazón se engrandece y llena del misterio.
Una evolución de este tipo implica elecciones permanentes que no son fruto
del miedo ni de la sumisión a uno mismo o a otros hombres, sino,
simplemente, del amor y el respeto a la Regla. No ha de verse en esto una
dejación, sino, al contrario, una toma de conciencia de su responsabilidad y de
su exacto deber con la Vida. Sea en la Logia o en el mundo profano, el iniciado
es un ser responsable de sus actos, porque la iniciación no es un refugio para
los que rehúsan afrontar sus responsabilidades, incluidas las de la existencia
cotidiana.
21
El símbolo de Maât, hija de la luz divina, diosa de la verdad y la justicia y portadora de la Regla,
era representado por los egipcios con una pluma de avestruz.
47
Capítulo 9
EL OFICIO DE APRENDIZ:
EL TALLER, LOS SÍMBOLOS
L
a iniciación une al Aprendiz con la Tradición de los constructores,
portadora de todos los elementos necesarios para que viva y sea
transmitido el espíritu del oficio. Las obras que los antiguos han plasmado
testifican su amor a la vida y su capacidad de formular la presencia del
misterio viviendo el oficio. Sea cual sea la materia elegida, construir es un acto
sagrado que exige de todos los que participan un compromiso sin fisuras
fundado en un amor auténtico a la Obra.
El taller es una especie de matriz en la que todos los elementos se juntan para
preparar a los Aprendices en la práctica de su oficio viviendo una comunión
fraternal; sólo son admitidos seres nacidos de la Regla y que han sido
reconocidos como tales. Los aprendices son portadores de una potencia bruta
48
que conviene medir y proporcionar con la finalidad de que se integre
armoniosamente en el Ser comunitario. La obra es el lugar donde se vive una
primera aproximación del misterio por la práctica de los símbolos, útiles
esenciales para aprender a formular la lengua sagrada y despertar la
sensibilidad al misterio. El trabajo obedece a una regla común, que le da
coherencia, eficacia y unidad. Sigue un plan riguroso, procedente de los planos
del Maestro de la Obra que se nutre de las aportaciones de todos los Hermanos
presentes en la obra.
Estar integrado en el cuerpo del oficio iniciático exige bastante más que el
aprendizaje de una simple técnica o el descubrimiento de algunos ‘trucos’
supuestamente útiles. La iniciación es absolutamente de otra naturaleza;
necesita, por parte del iniciado, un verdadero ascesis fundado en la práctica de
una Regla de vida que se le ha dado al Aprendiz desde su entrada en la Logia.
49
La Regla no tiene por finalidad constreñir al individuo; al contrario,
permitiéndole centrarse en el eje de la vida comunitaria, ella le libera de las
pesanteces inherentes a la naturaleza humana para que se exprese el ser
auténtico, de naturaleza luminosa, que cada Hermano lleva en sí. Sólo ese es
susceptible de ser integrado en el edificio y transmutado por el fuego secreto
de la Obra.
El aprendizaje es esa etapa del camino en cuyo transcurso las primeras pruebas
que son superadas demuestran la sinceridad del compromiso del Hermano. Si
él ama realmente a la comunidad más que a sí mismo, tendrá unas fuerzas que
no se imaginaba para proseguir la búsqueda y pondrá todo su corazón en la
obra para profundizar en la práctica del oficio. El Aprendiz comprende
enseguida que no hay lugar en el taller para los débiles y los indecisos; el oficio
construye a seres fuertes, personalidades a la vez únicas y totalmente
comunitarias, animadas de una sed inextinguible de servir a la Obra.
23
Formular es dar forma, moldear. El símbolo hace aprensible el espíritu contenido en la materia.
24
El símbolo no debe ser confundido con el emblema, figura convencional que representa una idea o se
atribuye a una persona física o moral, ni con la alegoría, que explica una idea abstracta con la ayuda de una
imagen concreta.
25
Comprender es apoderarse de, dominar alguna cosa.
51
Siempre existe otra forma de decir
En el taller los Aprendices descubren los símbolos que son, de alguna forma,
sus útiles de trabajo para aprender a conocer antes que a comprender. Ellos
nutren su sensibilidad, despertando lo que en ellos es de naturaleza luminosa e
imperecedero. El trabajo con los símbolos transforma a los que lo acometen;
agranda el corazón y hace seres vigilantes, los que escudriñan el secreto en las
formas más humildes de la vida.
26Símbolo, del griego sumbolon, significaba en su origen un objeto, generalmente una pieza partida
en dos que servía de señal de reconocimiento a los miembros de la misma comunidad. Cuando se
encontraban hacían símbolo, rehacían la unidad temporalmente separada.
52
Capítulo 10
C
omprender el método sobre el cual se organiza el trabajo en el taller,
reconocer y utilizar las herramientas que allí se emplean, reviste una
importancia vital para el Aprendiz. Método y herramientas constituyen
el equipaje indispensable para descubrir el oficio de iniciado y obrar
efectivamente en una Logia de constructores. Sin método, las herramientas no
sirven para nada; sin herramientas, el método es inaplicable. Gracias a ambos,
el espíritu del oficio se transmite y el Aprendiz tiene la posibilidad de
integrarse verdaderamente en la construcción que se realiza en el taller.
Método y herramientas son parte del tesoro que nos han legado los antiguos.
Caracterizan a la iniciación porque si el trabajo iniciático se mantuviera en el
plano del pensamiento, aunque fuera simbólico, no sería más que mera
especulación sin gran interés. Discutir los conceptos y las ideas sin ponerlos en
práctica incumbe a la filosofía, no al iniciado, quien debe poner en práctica lo
que dice. Concretizar lo que se ha percibido viviendo el misterio es un deber
esencial de toda comunidad iniciática auténtica.
Entregarse a la obra
El método iniciático no enseña sólo una forma de hacer sino también una manera
de ser sin la cual sería inútil tratar de participar realmente en la obra. Creer que
podría ser de otra forma sería confundir el método iniciático con cualquier
técnica que fuera suficiente aprender sin implicarse totalmente.
53
Si el espíritu está desesperadamente ausente de las escasas construcciones
modernas dedicadas a lo sagrado, ¿no será precisamente porque quienes las
conciben y edifican se quedan fuera de lo que están construyendo?. El objetivo
de estos arquitectos y constructores no es actualmente servir a la Obra, sino ser
continuamente más eficaces utilizando para ello herramientas y técnicas cada
vez más sofisticadas.
54
El trabajo iniciático vuelve viva a la piedra. Cada una se inserta en el templo,
construido según el plano del Maestro de la Obra.
55
Ritualizar el trabajo
En relación con el rito, los rituales son como las ramas de un árbol único que
tendría sus ramas en el cielo; por ellas circula la savia, la energía vital que irriga
al conjunto. Ninguno es idéntico o reductible a otro pero todos se ligan en un
origen común, cada uno tiene una función precisa y transmite, bajo una forma
simbólica, la enseñanza adaptada al grado de los que lo viven. Existe, por
ejemplo, un ritual de la cámara del Símbolo que enseña a los aprendices, si
saben escuchar y entender, todos los secretos de su grado.
Practicar no es repetir sin cesar el mismo trabajo sino ir cada día más lejos,
eliminar lo superfluo, todo lo que no es útil para la expresión de la sensibilidad
fraternal. El mallete y el cincel usados durante la ceremonia de iniciación
evocan este trabajo necesario, similar al del escultor que trabaja la piedra para
que aparezca la forma justa.
57
Las construcciones de los antiguos traducían su compromiso espiritual. Con medios
sencillos, supieron hacer ‘cantar a la piedra’. De las Muy Ricas Horas del
Duque de Berry, pintado por F. Linbourg)
58
Capítulo 11
C
ada día, en cada instante, la creación se realiza, el misterio segrega el
misterio. Individualmente, esto supera y superará siempre la
comprensión del hombre. Sin embargo, a través del rito vivido en una
Logia iniciática, es posible estar ligado al misterio, vivirlo
conscientemente para dar testimonio en una obra construida de la realidad de
su presencia. Mediante el rito, el espíritu se encarna en la obra que le revela y le
hace irradiar. De forma mágica, él enlaza los mundos entre sí y convierte la
tierra en celeste.
Participar en el rito constituye para todos los iniciados un deber esencial, sin el
cual nada se puede conseguir. Cada ritual vivido es como un nuevo
nacimiento, una posibilidad que se ofrece de formar cuerpo con la Presencia
comulgando con la potencia de creación que se expresa en el instante r itual. El
rito llama a los Hermanos al trabajo y los reúne según la Regla para pasar del
plano individual al comunitario, que es el de la creación. Es la herramienta
irremplazable para pasar de un mundo a otro y formular lo informulable.
‘Hoy’ en lengua sagrada se dice Min e indica por su símbolo27 que es ‘como la
primera vez’. El hoy ritual al encuentro del hoy acontecible no se agota.
Regenerada sin cesar, la obra ritual escapa al envejecimiento y aspira a los que
participan hacia la eternidad. Vivir el rito hace descubrir la importancia vital
del instante presente, que no se parece a ningún otro. Cuanto más se le
experimenta, más crece la sed de participar de nuevo. Cuanto más se participa
en la construcción de cada día, más se percibe la Obra en su inmutable
estabilidad. Cuanto más se abre el hermano en el ser, más resplandece la
presencia luminosa de su fuerza y de su energía.
27
Min se escribe con el jeroglífico significando ‘como’ seguido del signo de la energía y
del determinativo , ‘el día’. Para los egipcios hoy es ‘como la energía del primer día’.
60
El rito es una potencia puesta en funcionamiento para ir al encuentro del
misterio y vivirlo. Es por lo que la presencia en la Obra comienza por el rito y
no se concibe sin él. Ella se traduce por la participación en los rituales, los
cuales, todos, se unen al cuerpo vivo del rito. A través de ellos se percibe la
Unidad en sus múltiples facetas, son como prismas que descomponen la luz a
fin de percibir todos los matices.
Por eso, estar presente en la obra exige la mayor vigilancia por parte de todos
los Hermanos y especialmente de los Hermanos Aprendices. Cada ritual ofrece
una ocasión única de despertar y adquirir conciencia de la lengua sagrada, de
comunión con la potencia fraternal. El aprendizaje es la escuela del despertar y
el que no aprovecha las ocasiones que se le ofrecen estará como durmiente.
Estará ausente de la obra incluso aunque esté físicamente presente.
Todo es revelado por el rito; lo que puede faltar es nuestra atención, nuestra
capacidad de escucha, nuestra sensibilidad al lenguaje eterno de los símbolos
que transmite. La práctica asidua del trabajo iniciático desarrolla la capacidad
de escucha y de comprensión sin la que sería inútil esperar participar
auténticamente en el rito vivido en el secreto de la Logia.
61
El ascesis del Aprendiz
Todos los hermanos son actores y comulgan, por el rito, en el amor a la Obra.
62
Capítulo 12
LAS PUERTAS EN EL CAMINO Y EL PASO DE LA PUERTA
N
umerosos relatos iniciáticos, sean mitos, epopeyas, cuentos o
leyendas, atestiguan que el camino iniciático está jalonado de puertas
vigiladas por temibles guardianes. El sólo deseo no es suficiente para
halagarlos y pasar. Por otra parte, se necesita conocer la palabra de
paso y estar convenientemente equipado para entrar vivo en el ‘otro mundo’, el
que está más allá de la puerta.
Cada puerta pone a prueba la voluntad del ser para transformarse realmente y
le cuestiona sobre su verdadero deseo, sobre lo que ha conseguido y le falta
lograr, porque la búsqueda no está nunca terminada. Dejar de buscar, no
querer más afrontar nuevas puertas, o, dicho de otra forma, evitar volver a
ponerse en cuestión y darse por satisfecho con lo que se cree haber conseguido,
conduce inevitablemente a la destrucción. La llamada del templo, a la que
respondido el Hermano Aprendiz golpeando a su puerta, es permanente y las
diferentes puertas que se encuentran en el camino ofrecen, cada una, una
nueva ocasión de despertar a la realidad del mundo iniciático. Ellas marcan las
etapas de un crecimiento potencial del Hermano, que se traduce por el
engrandecimiento de su capacidad de iniciación y la armonización de su
potencia con la de la comunidad.
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El pase es un momento excepcional de comunión con lo invisible, instante de
eternidad en el curso del cual se deposita en el corazón una nueva potencia que
deberá ser fecundada con la práctica comunitaria. Corresponde no a un cambio
de eje, sino a un cambio de plano, a un agrandamiento del campo de visión que
revela la Obra bajo un aspecto nuevo.
En realidad no hay más que una puerta en el camino, que es la del t emplo, pero
ella reviste múltiples formas que revelan la única luz. Nada que sea de
naturaleza individual la puede franquear. ‘Lo que recibe es idéntico a lo que se
ha recibido’ decía el Maestro Eckhart, y la puerta, efectivamente, no deja pasar
más que a lo que es de su naturaleza, o sea, el aspecto espiritual del ser. El
mundo del templo, conforme a lo que está ‘más allá’, es de naturaleza
comunitaria y sólo un ser de comunidad tiene la capacidad de acceder vivo al
corazón de Oriente.
El camino iniciático es una sucesión de puertas que conducen hacia la última puerta,
donde vigila el Guardián del Sello.
65
Por este motivo, el Guardián del Sello vigila la puerta del templo no dejando
pasar más que lo que es susceptible de integrarse armoniosamente en ese
mundo donde reside la potencia divina, porque el otro mundo se revela
temible para aquellos que intenten penetrar sin estar suficientemente
preparados; serán inevitablemente destruidos.
La puerta del templo es el símbolo del gran pase. Según el lugar y el momento,
las comunidades de constructores la han dado formas diferentes traduciendo
simbólicamente su percepción de las leyes de construcción del otro mundo. Lo
esencial es percibir el espíritu que ella transmite, sea cual sea su apariencia.
Detenerse tiene la forma de una auténtica enseñanza espiritual, es exponerse
inevitablemente a permanecer en el mundo cerrado de las apariencias y
permanecer ante el sello de la puerta sin poderla franquear.
28
‘Verdaderamente esta es la Casa de Dios y la puerta del cielo’ (Gen., 28,17)
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presencia del otro mundo. Ella incita al Aprendiz a no satisfacerse con lo que
cree haber adquirido para ir siempre hacia adelante y buscar lo que unifica más
allá de la aparente diversidad.
Cada elemento del templo es símbolo del misterio de la Vida, puerta abierta al
más allá. Para construirlo interesa ensamblar esos elementos en un todo
coherente, estable y armónico. Esto no es tarea de un solo ser; hace falta una
mirada comunitaria capaz de reconocer el vínculo reuniendo lo que parecía
disperso. La puerta del templo anuncia y resume lo que está más allá de ella
misma; es como un ser vivo que no revela su secreto más que a los que se
comprometen a dejar el mundo de lo efímero para vivir el del misterio.
Para penetrar en el templo hay que tener la capacidad de vivir según la Regla,
que enlaza entre ellas todas las piedras arrancadas, asegurando así la
coherencia de la Obra. La función del Guardián del Sello consiste en
asegurarse, probando sin complacencias a los que se presentan en la puerta del
templo. Su mirada cala su corazón para asegurarse de que t ienen la capacidad
de llevar una fuerza de naturaleza comunitaria sin ser destruidos por ella. No
pasarán más que los seres de rectitud, los que sitúan la Regla en el centro de su
existencia y desean ardientemente servir a la Obra.
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