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Prefacio

E
ste libro es un testimonio comunitario, el de aquellos que, un día, han
percibido la llamada del templo y han decidido poner su existencia de
acuerdo con lo que les ha susurrado esa gran voz misteriosa
comprometiéndose en el camino de la iniciación. Esta opción nace de una toma
de consciencia. La familia, la vida profesional, los entretenimientos, los amigos,
en suma, todas las ocupaciones y vínculos de la vida cotidiana, incluso siendo
muy interesantes, no sirven para dar un sentido a la vida. Falta algo esencial,
alguna cosa a la que se podría denominar el sentido de lo sagrado.

Entonces se han puesto en camino; han buscado más o menos tiempo, más o
menos laboriosamente, hasta entrar en contacto con una Logia iniciática que
trata de hacer oír en el mundo la voz de la iniciación. Allí, han sentido de
forma confusa que se les ofrecía una luz, una esperanza. Lo que se les proponía
no tiene nada en común con lo que habían oído hasta entonces. En este siglo,
orientado hacia valores exclusivamente materialistas, algunos hombres, por
otra parte perfectamente integrados en la vida profana, testimonian en común
que una búsqueda de lo sagrado, cuyo origen se remonta a la tradición
occidental más antigua, se puede vivir aquí y ahora.

Admitidos en el peristilo1, han aprendido a conocer un poco mejor lo que es


una auténtica comunidad iniciática, su razón de ser, su método de trabajo, la
naturaleza de sus ocupaciones. Han descubierto, a veces con asombro, que
ninguna creencia, ninguna formación particular, ningún favor especial ni,
incluso, la mejor buena voluntad, dan acceso al templo. Las necesidades del
individuo, incluidas las de su perfeccionamiento espiritual, no están en
discusión. He ahí que podría parecer muy singular unos hombres viviendo la
hora del individuo-rey. Para llegar a ser un Hermano, lo que se requiere se
revela como bastante simple, pero cuan exigente; se trata sencillamente de
mostrar un deseo sincero de aportar lo mejor de sí mismo a la Logia, de
comprometerse a vivir la iniciación poniéndola en el centro de su existencia.

Lejos de desalentarse, han perseverado, estimulados por el testimonio vivo de


los Hermanos que han tenido la ocasión de tratar someramente en el peristilo.
Indudablemente, participar en el trabajo comunitario parece engendrar un
júbilo particular, luminoso y radiante. Su deseo de iniciación resulta
fortalecido, como renovado por un fuego de naturaleza misteriosa.
1 El peristilo, espacio ante el templo, es un lugar de preparación para todos los que desean entrar

en la vía de la iniciación. Si perciben que este camino no les conviene, los postulantes pueden
abandonarlo en cualquier momento, sin explicación ni justificaciones.
1
Luego, un día ese deseo se ha concretado. Han sido admitidos a vivir ese
momento de gracia inolvidable que es el ritual de la Luz de Vida. Después de
haber pronunciado el juramento por el que se obligan a servir a la iniciación,
han recibido el nombre de Hermanos, consagrando el lazo indefectible que en
lo sucesivo le unirá a todos los iniciados2. Nadie se puede apropiar de ese
nombre sagrado de Hermano, ni utilizarlo a su antojo; en cambio, es necesario
aprender a respetarlo y a servirlo, porque es un don precioso que marca la
entrada efectiva en el cuerpo simbólico de un ser muy particular, el Ser
comunitario, la expresión más cumplida del mito de la creación. Tal es la
función esencial del aprendizaje: Asimilar la forma de hacer para servir a la
potencia de orden simbólico que hace nacer el Hermano.

Primera etapa del camino iniciático, el aprendizaje se practica en un espacio


simbólico llamado cámara del Símbolo. Trabajando con sus Hermanos, el
Aprendiz descubre el pensamiento simbólico y aprende los primeros
elementos de la lengua sagrada en la que está formulada, desde el origen, la
tradición iniciática. Experimentando la fraternidad iniciática, descubre el
sentido del servicio y la potencia creadora del amor fraternal, que da
coherencia a todos los elementos necesarios para vivir.

En una palabra, aprende el oficio de iniciado, que consiste en participar en una


construcción de orden divino.

El Libro del Aprendiz no es una obra de erudición. El que busque aquí la


explicación razonada de símbolos iniciáticos o la revelación de cualquier
secreto picante se sentirá indefectiblemente decepcionado. Un símbolo es una
realidad viva, una llamada a ir más allá de la apariencia para percibir lo que
está oculto. Apela a la inteligencia del corazón, no a la razón. Para conocer el
interior es necesario vivirlo. Porque las páginas que siguen son expresión de
una vivencia, la de la cámara de los Aprendices, la iniciación no es una
proyección intelectual, sino una realidad cotidiana muy viva.

Nacidas de un trabajo comunitario, son testimonio de la sensibilidad propia en


ese grado que se construye a lo largo del recorrido del Aprendiz en la cámara
del Símbolo. Pueda el lector percibir, a través de este testimonio, todo el sabor.

2 Al menos, mientras permanezcan fieles a su compromiso.


2
Primera Parte

EL CAMINO DEL APRENDIZ

3
Capítulo 1

EL PASO DEL INDIVIDUO AL HERMANO


PERCIBIR EL SENTIDO DE LA VIDA

A
l hilo de una lectura, con ocasión de una exposición, escuchando una
música, el hombre se pregunta: ¿Es posible que la vida no tenga ningún
sentido?. ¿Puede ser que la existencia se resuma en un trayecto
desatinado, si otro objetivo que satisfacer lo mejor posible sus deseos y
necesidades, reales o imaginarias, antes de desaparecer definitivamente?. De
manera todavía confusa, percibe que esta hipótesis es inadmisible, que hay
algo más que hacer con la vida que él ha recibido.

No sabe como explicarlo, pero siente intuitivamente que hay realmente otro
camino, una dimensión sagrada de la vida que puede ser experimentada aquí
mismo y desde ahora.

Cuando la rutina retoma su lugar, los quehaceres profesionales, las


preocupaciones de la vida diaria, los entretenimientos también, le hacen
olvidar su pregunta esencial, o, al menos, pasa a un segundo plano. Tiende a
aturdirse, abandonándose en el barullo incesante que brinda la vida moderna,
pero el corazón está ausente; tiene el sentimiento de que malgasta su vida, que
pasa junto a lo esencial y no soporta más la idea de no haber intentado, al
menos, encontrarlo. Definitivamente, hay que intentar llegar más lejos y
comienza su búsqueda.

Pero, ¿cómo hacerlo?. No resulta fácil orientarse entre las múltiples vías
espirituales que pretenden poseer el secreto de la vida y la única sabiduría
verdadera. Entonces, siente, sabe que sólo no puede hacer nada.

Las religiones oficiales no le atraen. Inmóviles en sus dogmas y extraviadas por


una jerarquía preocupada solo por la cantidad y por ejercer un poder
esencialmente temporal, son incapaces de responder a una auténtica
aspiración, a una vida espiritual.

Entonces se decide a establecer contacto con algunas asociaciones que se


declaran espiritualistas o esotéricas; seducido por sus discursos, asiste a
conferencias, participa en seminarios. Sin embargo, cada vez se va encontrando
amargamente decepcionado; allí donde esperaba encontrar una auténtica vía
de investigación espiritual y de conocimiento, no encuentra más que la
4
exposición de dogmas y verdades preconcebidas en las que se le pide crea
ciegamente, ejercicios vagamente místicos, a menudo teñidos de orientalismo,
que no conducen a ninguna parte e, incluso, interminables y vacías discusiones
‘filosóficas’ sobre cuestiones que jamás hallarán respuesta. Peor aun, encuentra
en esos diferentes cenáculos los mismos juegos de poder y apariencia que le
han llegado a resultar insoportables en la vida profana.

Un día, sin embargo, descubre ‘por azar’ un libro que le intriga porque, tanto la
forma como el fondo, no son habituales. Trata de Iniciación, de vida en
fraternidad, de símbolos, de misterio, de Regla también. No encuentra ninguna
verdad preconcebida, ninguna certeza, simplemente el compromiso de seres
que viven de forma cotidiana una vía de conocimiento y que hacen de lo
esencial el eje de su existencia.

Siente que allí está la expresión de una vivencia auténtica, capaz de responder
a su deseo, y se decide a escribir explicando la naturaleza de su búsqueda, su
sed de otra cosa, la pureza de sus intenciones. La espera le parece larga, la
duda comienza a invadirle. ¿Será defraudado una vez más?

Al fin llega una respuesta, lapidaria: un estímulo a que persevere en su


búsqueda, algunas lecturas aconsejadas, y nada más. ¿Cómo no sentirse
realmente sólo?

Se desvive para conseguir las obras aconsejadas y corresponde haciéndolas


parte de sus indagaciones. De nuevo, la espera que somete su paciencia a una
dura prueba. ¿Se estarán burlando de él?. Desearía un poco más de interés y
atención. Por fin, una llamada telefónica acaba con sus dudas, su interlocutor le
propone una cita.

El encuentro no transcurre como había imaginado; se había preparado para


pasar una especie de test en el cual serán examinadas su agilidad mental, sus
conocimientos filosóficos y creencias religiosas, su origen y posición social,
aunque parece que todo esto apenas interesa a sus interlocutores. Las
preguntas que le hacen son mucho más prosaicas y le ponen de golpe antes las
dificultades concretas que se encuentran en el camino.

Le habría encantado que le buscasen para seducirle, para convencerle, y es


todo lo contrario: “Nosotros no buscamos reclutar, sólo llegan aquellos que
sienten un deseo profundo y están preparados para involucrarse totalmente en
esta auténtica aventura que es la iniciación”.

5
La construcción del templo debe recomenzar siempre. La puerta del templo llama a los que le
sabrán servir. (De El Templo de Jerusalen en ‘Antigüedades Judías’ de Flavio Josefo, ilustrado
por Jean Fouquet).
6
Mientras tanto, observa que sus interlocutores no eluden sus preguntas; a
través de las respuestas que le dan, entrevé que la iniciación es una vía que no
se parece a nada de lo que conocía, ni siquiera a nada de lo que imaginaba
antes de esta entrevista. El deseo que experimentaba sólo se ha acrecentado.

Sin comprender realmente por qué, se siente atraído por lo que le han
presentado, que no es solamente una razón de vivir o un ideal que esté en
competencia con otros, sino algo de otra naturaleza que exige un compromiso
mucho más allá de una simple curiosidad intelectual.

Se establece un nuevo contacto. En esta ocasión es invitado a participar en el


peristilo, lugar de preparación y de transición entre el mundo profano3 y el
camino iniciático. Tiene la ocasión de encontrarse con otras personas que han
seguido los mismos pasos, así como con Hermanos de la Logia que ha
contactado.

Aunque todas las cuestiones pueden ser allí planteadas, el peristilo no es un


lugar de discusión o diálogo. El trabajo se desarrolla siguiendo un método
peculiar, basado especialmente en el reparto ritual de la palabra. Este sencillo
hecho confiere a los trabajos una calidad a la que no está acostumbrado; cada
cual se esfuerza visiblemente en aportar lo mejor de sí, sin ánimo de
competencia ni buscando predominar. No se trata más que de cuestiones de
orden iniciático, preparadas previamente por todos los participantes.

Nuestro hombre, que ha recibido el nombre de Novicio desde su entrada en el


peristilo, constata rápidamente que su vanidad es sometida aquí a duras
pruebas. En efecto, presentando el trabajo que ha preparado poniendo lo mejor
de sí mismo, tiene la impresión de haber hecho un trabajo redondo, de haber
formulado ideas brillantes, de haber hecho una presentación sin fisuras. Pero,
los otros Novicios y los Hermanos no parecen impresionados por su erudición;
su trabajo es revisado, profundizado, rectificado. Se siente desnudado y
descubre que, en el camino iniciático, no hay verdades definitivas, ni actitudes
impuestas. No se trata de buscar la brillantez haciendo alarde de sus
conocimientos, ni de contentar hablando de lo que se cree es acorde a las
circunstancias, sino, simplemente, de ser auténtico, y esto es más difícil de lo
que parece. La educación, la cultura, la vida social, le han acostumbrado a
llevar máscaras que, en este recinto, no tienen razón de ser. Quitarse la máscara
para presentarse tal como uno es y no tal como querría aparecer no tiene nada
de natural; hay que aprenderlo y, en este entorno, no se acaba de aprender

3 Profano significa literalmente ‘delante del templo’.


7
nunca porque nada se adquiere definitivamente. Combatir la suficiencia innata
del ser humano es la obra de toda una vida.

Una de las armas más eficaces en este combate es la risa. Se ríe mucho en torno
a la mesa del peristilo porque aprender a reírse de los propios defectos es un
paso importante en el camino que lleva a la puerta del templo; con las
reuniones de trabajo, el Novicio aprende a trabajar en el espíritu del peristilo,
anulando en uno mismo las charlas inútiles y las cuestiones vanas. Descubre el
valor de la palabra, que no conviene desperdiciar, porque es una energía
preciosa, destinada a ser aportada, compartida y, finalmente, traspasada para
integrarse en el trabajo comunitario. La palabra es un alimento tanto más rico
cuanto es sincera y auténtica, suscitando nuevas posibilidades y haciendo
aparecer nuevos caminos para recorrer juntos, sin ánimo de enjuiciamiento. No
se pide al Novicio que acepte un dogma o que se convenza de verdades
definitivas, sino, simplemente, que participe en el trabajo comunitario, sin
vergüenza ni evasivas. La percepción del sentido de la vida nace siempre de
una vivencia comunitaria fuera de la cual no se encuentra más que el dominio de
la explicación que no ofrece más perspectiva que la de volver indefinidamente
sobre ella misma. ¿Quién podrá nunca jactarse de poder responder a la
pregunta definitiva sobre el sentido de la creación?. La vida iniciática no tiene
como objetivo explicar la vida, sino, sencillamente, encarnar su misterio.

A pesar de las dificultades continuas, el Novicio persevera; su deseo de vivir la


iniciación se va definiendo y profundizando. Asiste a cada nuevo peristilo con
una impaciencia creciente, como un instante muy breve de felicidad pura que
no se perdería bajo ningún pretexto. Se intensifica su ardor para prepararse;
tiene la impresión de que no lo llevará a cabo con toda su consciencia, faltará
algo esencial. Poco a poco va dominando la coherencia del método de trabajo
comunitario que, a cambio, le va formando. Su existencia se organiza alrededor
del trabajo que debe ser llevado a cabo y constata que dispone de más tiempo
del que se podría haber imaginado al comenzar. Algunas actividades que le
parecían, no hace mucho, necesarias para su equilibrio, le parecen ya sin
ningún interés. La llamada del templo, donde se obra el misterio inexplicable
que habita en todo lo que está vivo, junto al deseo de responder dando lo
mejor de sí mismo, se hacen más acuciantes. Pone todo en acción para
responder.

Cada trabajo pone a prueba la auténtica verdad de su deseo. ¿Lo hace por él,
por su deseo, o con el único objetivo de ser útil a la comunidad?. En el primer
caso, su devenir está guiado por el deseo de una mejora personal, ciertamente
loable pero no acorde con la naturaleza del camino iniciático. Buscar para
8
tomar, y no para dar, no hace más que reforzar el egoísmo natural del
individuo. Dicho de otra manera, así no es iniciable. En el segundo caso, trata de
aportar alimentos sin afán de beneficios personales, de ningún tipo, y constata
entonces que se desvela en él una potencia, un fuego que le rebasa y nutre su
andar. “Lo que haces te hace, lo que alimentas te alimenta”, enseña la Tradición
y el Novicio siente en su interior que en este intercambio, en esta comunión vivida,
reside un secreto fundamental de la iniciación. La individualidad no es más que un
soporte, una canal atravesado por el gran flujo de la Vida, a la vez inmutable y
renovado constantemente; querer retener la vida es casi perderla, porque no
pertenece a nadie en particular. A cambio, abandonarse a esa potencia, hacer
una dádiva, es aportar el único material útil en la cantera iniciática donde se
construye el receptáculo destinado a atraer, recoger y hacer irradiar la luz de la
vida.

Sin esta capacidad de desapego, que hace aparecer lo que, en el ser, es de


naturaleza luminosa, y de abandono confiado a la corriente de la vida, ni se
puede encontrar la puerta del templo ni, por supuesto, atravesarla porque el
Guardián del Umbral se encargará de descartar a los que, llegados a este
punto, tratarán todavía de falsear, conscientemente o no.

El amor a la vida, bajo todas sus formas, llama y guía a aquel que quiere vivir la
iniciación; un amor absoluto, perfecto e imperecedero, de una naturaleza
diferente a la pasión humana que llamamos igual. Si sabe abandonarse y
permanecer fiel, alcanzará el valor de superar su individualidad y triunfar en
las pruebas que le irán apareciendo en el camino. La primera de ellas, que no es
la menos temible, llega enseguida. Ha llegado la hora de presentarse ante la
Logia reunida a fin de “ponerse tras la venda”.

9
Capítulo 2

LA INICIACIÓN Y EL RITUAL DE LA LUZ DE VIDA

C
uando el alumno está preparado, llega el Maestro, dice el proverbio
oriental. Para el Novicio reviste el aspecto del Guardián del Umbral
quien, llegado el momento, le invita a afrontar la prueba decisiva de
“ponerse tras la venda” que significará, de una vez por todas, su entrada en la
comunidad iniciática. Esta reúne a todos los que, habiendo percibido que la
verdadera dimensión de la vida era de esencia luminosa y comunitaria, han
adquirido el compromiso de consagrar su existencia a servir a la iniciación. La
comunidad vive de la Regla y por la Regla4 y consagra todas sus fuerzas a
hacer vivir y transmitir la iniciación.

A la vez encarnada en nuestra época y establecida desde los orígenes, la


comunidad iniciática es el crisol, el atanor alquímico en el que se vive el
misterio por naturaleza y donde realiza en su integridad el mito de la Vida.
Ella lo encarna y transmite haciendo unirse a la fuente original el corazón de
los seres que tienen el gusto del amor, un amor que nos es de orden humano,
sino de naturaleza divina.

Ponerse tras la venda

Para ser admitido a vivir este misterio, el Novicio debe dar prueba de la
autenticidad y la firmeza de su deseo. La apuesta es importante y excluye todo
‘amateurismo’. Para conocer la vida en su causa hay que ser capaz de ofrecer
los mejor de sí mismo sin restricción, sin lo cual el camino se interrumpe
enseguida. El paso de ponerse tras la venda tiene lugar ante toda la
comunidad. Como no hay escapatoria posible, pone al Novicio ante la realidad
de su deseo y hace ver si el camino de la luz le es, o no, accesible. Es única y
decisiva, porque el amor comunitario, basado en la vivencia de la Regla, sabe
reconocer, sin dañar, la sinceridad del que se ofrece de esta forma al fuego de la
iniciación. En este instante de verdad, el Novicio no tiene otra opción que dejar
expresar al ser auténtico que lleva dentro. Es esta parte de él mismo la que es
iniciable, porque es de naturaleza luminosa y comunitaria.

4En el antiguo Egipto estaba personificada en la diosa Maât, diosa de la justicia y la armonía. Maât
es la hija de la luz primordial, la regla de oro del universo cuya coherencia asegura.
10
Al que se le reconozca como portador de un deseo auténtico, el Guardián del
Umbral le abrirá la puerta del templo a fin de que, por la magia del ritual de
iniciación a la luz de Vida, se reúna con los que serán sus Hermanos en
espíritu. Vivir este ritual, que marca el ser para siempre, es entrar vivo en el
misterio, penetrar en el mundo de la creación, en la que todo está ordenado,
jerarquizado y construido según la Regla. El nuevo ser, el Hermano, nace de
este instante de comunión con el misterio de la Vida.

La cripta, matriz de luz

Antes de vivir este instante luminoso, el Novicio es conducido a la cripta.


Lugar de silencio y recogimiento, la cripta prepara al Novicio para avanzar
hacia el lugar donde resplandece la luz de Vida en toda su pureza. En la cripta
comienza el viaje al corazón del misterio de Vida. Allí vive una purificación
que le separa del mundo de las apariencias y le centra en lo esencial. En este
lugar de fundación vive el espíritu de los antiguos, de todos los que han
encarnado la tradición iniciática. En el silencio de la cripta, la transmisión se
opera mágicamente por intermediación de los símbolos que hablan al corazón
del ser, sin que su razón alcance a comprender lo que son. La magia de la cripta
actúa sobre el ser que se ofrece sin ideas preestablecidas; comienza a
deshacerse de lo que es perecedero, limitado, dependiente. El fuego que la
cripta acoge pone su corazón al desnudo, preparándolo para latir al ritmo del
corazón comunitario. Emergiendo de las profundidades del ser, la semilla de
vida se gesta en las tinieblas de la matriz antes de actualizarse por el ritual. El
término de matriz es adecuado, porque la cripta es el espacio de gestación por
el que han pasado, pasan y pasarán todos los Hermanos iniciados.

El nacimiento del Hermano

El ser que sale de ese lugar es un ser despojado, portador de una potencia aun
en estado bruto que los Egipcios denominaban el ka. Cada lugar sagrado posee
esta potencia y la da de una forma particular. Ella, y solo ella, puede ser
reconocida por la comunidad iniciática, dominada puede construir. Lo que está
a punto de hacer, revivir el “Iniciado eterno”, es sólo el soporte de una potencia
que le atraviesa, revelándose a través de él, materia viva de una obra que le
sobrepasa. El ka que él encarna durante el ritual es el de la comunidad de
iniciados, de esta cadena ininterrumpida de seres que han consagrado su
existencia a servir al principio de la Vida.

11
El Novicio es introducido en el templo por la pequeña puerta del Norte.
La franquea encorvado, en signo de humildad.

12
No es particular, dependiendo de un individuo, sino perteneciente a la
potencia creadora que da forma al universo y a los mundos.

En el interior del templo, el iniciado es guiado a través de las pruebas de los


elementos primordiales no por hombres, sino por funciones vitales. Dicho de
otra manera, es la potencia de Vida la que le guía hacia la luz, hacia el lugar de
su auténtico nacimiento. En el camino puede captar algunas palabras dichas,
quedar marcado por palabras que le superan, por la música que escucha, pero
es, sobre todo, la potencia que encarna la que es conmovida y regenerada por
el ritual. El iniciado pertenece al mundo misterioso de la creación. En este
instante es el símbolo vivo del lazo sagrado que une materia y espíritu. El
compromiso que toma, sobre la Regla, de servir a la iniciación consagra su
nacimiento ‘en verdad’ y su entrada en la fraternidad. A partir de ahora el
único nombre que tendrá es el de Hermano.

Durante este momento de vía breve le ha sido revelado la totalidad del camino
iniciático. Un ser nuevo ha llegado a la existencia, un ser viajero que,
paradójicamente, acaba de encontrar su verdadera patria; se ha desvelado una
sensibilidad en la que deberá profundizar el nuevo Hermano durante su viaje
con sus Hermanos por el camino de la luz. Todo se ha hecho, pero todo queda
por hacer para vivir efectivamente la iniciación. La primera etapa de este viaje
consiste en construir el Aprendiz.

13
Capítulo 3

DE LA NATURALEZA DEL INICIADO ETERNO


A LA CONSTRUCCIÓN DEL APRENDIZ

E
n el curso del ritual de iniciación a la Luz de Vida, el que lleva ya para
siempre el nombre sagrado de Hermano ha encarnado, por un instante
de vía breve, al Iniciado eterno. En su corazón se ha depositado un
germen de vida que tiene el deber de hacer crecer sirviendo a la
iniciación. Hay que pasar ahora del mundo del Iniciado eterno al de la
construcción del Aprendiz. Es decir, del principio a su manifestación. No hay
ruptura entre ambas realidades, solamente un cambio de eje y de plan.

Pero, ¿cuál es la naturaleza de este concepto que se denomina el Iniciado


eterno?. Etimológicamente, iniciado viene de inicium que significa origen o
nacimiento. El iniciado es, así, el ser que nace y se mantiene en el origen, en el
Principio5, allí donde no existen ni la noción de espacio, ni la de tiempo tal
como son habitualmente entendidas por el ser humano. Se trata de un tiempo y
de un espacio sacralizados, un tiempo de eternidad al que el iniciado está
unido por el ritual.

El Gran Arquitecto del Universo, imagen del hombre cósmico que ordena la
creación continuamente. De La Biblia en imágenes de Holkham.

5
Principio procede del latín principium, significando “origen”, “comienzo” y, por extensión,
“fundamento” o “cimiento”.
14
El Hombre cósmico

En la tradición iniciática existe un símbolo, el del Hombre cósmico, susceptible


de hacer percibir este concepto de Iniciado eterno. El mito de la creación le
representa como el ser que está en el origen de la vida manifestada, activo
eternamente para hacer nacer y servir a todas las formas ordenadas de la vida.
Como hijo de las potencias primordiales, es el heredero del mundo misterioso
de la creación y aúna en sí todas las potencialidades creativas por las que la
vida se revela y manifiesta.

El concepto de Iniciado eterno pertenece a la categoría del misterio de la


creación y aparentemente no tiene mucho que ver con lo humano; sin embargo
es posible, a través del ritual de iniciación, entrar en contacto con la potencia
que representa, porque en él está el soporte encarnado, por un instante de
eternidad, del Ser universal. En este momento, es realmente el hijo de la Luz y
Hermano de todos los iniciados pasados, presentes o futuros; nace de lo más
alto, del mundo originario y debe servir a este potencia que habita en él a partir
de ahora participando, con sus Hermanos, en la construcción, aquí y ahora, de
la morada de lo sagrado. Para conseguirlo debe ahora dejar el mundo del
templo que le ha dado su nacimiento al estado de Hermano para entrar en la
Logia, donde aprenderá el oficio de constructor y recibirá el grado de
Aprendiz. El aprendizaje es la primera etapa de un largo camino en el curso del
cual el ser se va integrando gradualmente en una construcción viva6, de orden
comunitario.

Un mandil de piel blanca

Para construir hacen falta operarios organizados jerárquicamente, un diseño


reflejado en un plan de trabajo, materiales, herramientas, un método de trabajo
y, por supuesto, un taller donde el concepto de la construcción tome cuerpo.
Todo esto lo descubre por primera vez el nuevo Hermano viviendo el ritual de
iniciación del grado de Aprendiz en el taller donde ha sido integrado. En este
lugar ya no es la encarnación del Iniciado eterno, sino solamente un Hermano
enfrentado a su deber de Aprendiz, que consiste en aprender como ser útil en
la construcción común, como nutrir la potencia que ha sido depositada en su
corazón desde la ceremonia de iniciación, no para su beneficio personal, sino
para servir al Trabajo.

6
Como la piedra que debe ser tallada con exactitud para ser utilizada en la obra, el Aprendiz será
construido por su Hermanos, para que se integre armoniosamente en el Trabajo comunitario.
15
El mandil de piel blanca, con el que fue revestido ritualmente al entrar en la
Logia, simboliza el lazo entre la naturaleza del Iniciado eterno y el aprendiz en
que se ha convertido. Cada vez que esté trabajando, le recordará el misterioso
“paso por la piel7” vivido el día de la iniciación. Le ha permitido renacer,
purificado, portando una fuerza de naturaleza luminosa que no precisa más
que expresarse a través de su corazón y su mano. Él es responsable de esta
potencia que le supera, al igual que todos sus demás Hermanos. El tablero
ritual le sitúa en su lugar justo dentro de la Logia, el de un ser nacido de lo más
alto que se debe presentar en la cantera para participar cada día, según su
grado, en la edificación del templo. Cada vez que se reviste entra de nuevo en
contacto con el mundo principal; tiene que justificar la pureza que representa
respetando la palabra dada en el primer instante. Igualmente, ha de fortalecer
la potencia que ha recibido, pero que no le pertenece, trabajando sin descanso
para hacer su ofrenda al Trabajo.

Aprender el noble oficio de servidor de lo sagrado

Sin que importe a través de qué ocupación, el aprendizaje iniciático constituye


el paso obligado por el que se establece contacto con un mundo totalmente
nuevo, desconcertante; se descubre un orden, una práctica, una lengua, todo
un conjunto coherente concebido para cumplir eficazmente una función
particular: revelar el misterio y transmitirlo dentro de una construcción.

Todo lo que será necesario para el aprendizaje de su noble oficio de servidor de


lo sagrado se le muestra, desde el primer día, al nuevo Aprendiz. Mediante el
ritual le son transmitidos los elementos de conocimiento propios de su grado.
Constituyen el viático indispensable para el viaje iniciático. Todavía no tiene la
capacidad de comprenderlos, pero los puede recibir en su corazón como un
don de amor que le hace la cofradía. La iniciación es un camino de amor que no
tiene nada que ver con ningún sentimiento humano y se podría decir que todo
lo que ha de hacer el Aprendiz para dominar el oficio es aprender a vivir
plenamente en función del amor muy peculiar que le ha hecho nacer en el
instante primordial. Se trata, ciertamente, de una función creadora, de la
misma naturaleza que la que se ha expresado a través del ritual que ha creado
al Hermano y construido al Aprendiz.

7En el antiguo Egipto el rito del paso por la piel formaba parte de la iniciación. Envuelto por una
piel de animal, como dentro de una matriz, el impetrador moría simbólicamente a su anterior
estado para renacer como un nuevo ser. El lenguaje jeroglífico ha conservado este simbolismo en la
forma del ideograma mes, que representa tres pieles de animales liadas juntas. Explica el concepto
de nacimiento.
16
El aprendiz se pone al orden. Es medido por el maestro de Obras, quien verifica de
esta forma que se le puede integrar en la construcción.

17
El amor fraternal teje el lazo que aúna los diferentes elementos para llevar a
cabo una construcción viva. Es la fuerza que eleva al ser hacia lo alto y le
permite integrarse en un orden que sobrepasa a su naturaleza de ser humano.

El amor fraternal muestra al aprendiz el camino de la coherencia y la armonía


sin la cual ninguna construcción puede tener forma ni adquirir estabilidad.
Poner en orden lo que por naturaleza no lo está, es decir al individuo
haciéndole tomar conciencia de que, sólo, no puede construir. El trabajo en la
cantera solo puede ser de tipo comunitario; no es eficaz más que si cada
elemento se encuentra en su lugar exacto para servir al conjunto.

Cada vez que no se centra en sí mismo, sino en la comunidad, el Hermano


Aprendiz permanece fiel al amor que se le ha ofrecido y respeta el juramento
que hizo al entrar en el camino. El signo de orden de su grado le recuerda esta
verdad fundamental: faltar a su palabra le separará de su fuente. Perderá la
capacidad de nutrir y de ser nutrido por la comunidad y se autoexcluirá de la
construcción.

El camino del Aprendiz

En este mundo que descubre por primera vez no le es útil ninguna de sus
referencias convencionales. Es realmente como un recién nacido que tiene que
aprender todo: cómo andar, cómo escuchar, cómo explicarse. En este lugar no
funciona lo que se suele llamar inteligencia, pues lo que se vive no se dirige al
intelecto, sino al corazón, que no se abre sino participando en el trabajo
colectivo.

El camino de construcción del Aprendiz es un camino de vida que guía al que


ha estado situado en el centro de la ceremonia de iniciación a adquirir
progresivamente conciencia de la naturaleza comunitaria de la fuerza que la ha
hecho nacer. Potencia en devenir, el Aprendiz descubre paso a paso,
caminando con sus Hermanos, la forma de trabajar para volverla concreta y
eficaz. Los siguientes capítulos describen las etapas de este peculiar viaje en el
que se encajará más aun con sus Hermanos. Le conducirá hacia el Oriente
eterno, hacia la fuente eterna de vida en su principio, hacia la matriz misteriosa
que le engendró para hacer de él un hijo de la Luz.

18
Capítulo 4

LA FILIACIÓN CON EL ORIENTE ETERNO Y EL


DESCUBRIMIENTO DE LA TRADICIÓN INICIÁTICA

L
a tradición iniciática designa como Oriente eterno la región mítica8 o, en
cada momento, la luz nacida de ella. Lugar de todo nacimiento y de todo
alimento espiritual, espacio sin límite donde la vida es engendrada a
cada instante, es “la patria y la juventud del alma 9”, el punto de nacimiento de
la tradición iniciática, portador del fuego del Verbo y de todas sus
formulaciones.

Lugar de emergencia de la causa de las causas, el Oriente eterno es el centro


simbólico de la vida, a la vez en todas y ninguna parte, según la expresión de
Herman Hesse en ‘El viaje a Oriente’. Síntesis de todos los tiempos, se sitúa más
allá de nuestra dimensión individual y de nuestra temporalidad, aunque su
espíritu puede ser encarnado en el Trabajo de edificación de las cofradías de
constructores.

Los hijos de la Luz

Matriz que engendra eternamente al Maestro de la Obra, el Ser simbólico en el


que muerte y renacimiento hacen posible la transmisión de la Tradición, el
oriente eterno congrega en la luz del origen a todos los que, tanto hoy como
ayer, consagran su existencia a servir al Principio de la vida.

Nacido en este Oriente, el Hermano Aprendiz tiene el deber de participar en la


búsqueda emprendida por los iniciados en todos los tiempos, para reencontrar
y penetrar en ese lugar resplandeciente de luz, donde reposa para la eternidad
el secreto de la vida en su principio. Recorriendo ese camino luminoso con sus
Hermanos, descubre la naturaleza de la Tradición que le ha hecho nacer.

Todos los que hacen el mismo camino de vida son Hermanos es espíritu y en
verdad, todos nacidos de ese fuego secreto que despierta la conciencia a la
realidad del misterio. Son los hijos afectuosos de ese Oriente generoso y

8 Mítica no quiere decir imaginaria. Al contrario, el mito es elaborado esmeradamente por los

iniciados y no tiene nada que ver con la imaginación. En forma de relato simbólico, que puede ser
‘entendido’ en diferentes niveles, expone los más profundos conocimientos sobre el misterio de la
creación. A través de la magia del ritual, los iniciados encarnan el mito y viven el secreto.
9 H. Hesse, ‘El viaje a Oriente’, traducción de J. Lambert, p. 52, edición Calmann-Lévy-1948.

19
fecundante donde reside la Regla y en el que la realeza del espíritu conserva
una juventud inalterable. Nacidos en el corazón del misterio, reciben el tesoro
de la Tradición, que deben transmitir y hacer fructificar. Esto explica la
importancia de esta filiación que hace de ellos los hijos de la Luz.

Los iniciados que han pasado al Oriente eterno tienden la mano a su


Hermanos espirituales

Al recibir el nombre de Hermano, el Aprendiz es integrado en su nueva familia,


como un eslabón de la cadena ininterrumpida que enlaza a todos los iniciados,
los de ayer, los de hoy y los de mañana. Para él es realmente un nuevo
nacimiento que le ofrece la posibilidad, si permanece fiel al juramento que
pronunció al entrar por primera vez en la Logia, de vivir una auténtica
búsqueda espiritual de naturaleza colectiva. En efecto, sólo una comunidad
fraternal puede comulgar en el amor del Principio y testimoniar la Luz
encarnando la Tradición en una forma elaborada, en armonía con la magia del
lugar y el instante. Cegadora y destructiva para el ser solitario que intenta
contemplarla, la luz de Oriente es una fuente de vida inagotable para la
comunidad que trabaja dentro del secreto para hacerla perceptible.

La comunidad actual encamina sus pasos tras los de aquellos Hermanos que,
antes de ella, han hecho vivir la Tradición y han alcanzado definitivamente el
lugar de plenitud. Transmutadas en luz, sus almas se han convertido en
estrellas que, como la estrella polar guiando a los reyes magos hacia el lugar de
nacimiento del nuevo ser luminoso, orientan su búsqueda para conducirla
hacia la fuente de vida.

Más allá del tiempo y del espacio, los Hermanos que han pasado al Oriente
eterno tienden la mano a sus Hermanos en espíritu que trabajan, aquí y ahora,
para que los dioses no abandonen nunca la tierra. Ellos les transmiten la Luz
primordial y su secreto, la Tradición en su aspecto esencial, para que la Obra
de creación prosiga en la eternidad de los ciclos, y les invitan a participar en el
banquete celestial donde se comparten los alimentos de vida.

Ritualmente, la comunidad congregada comulga en el amor a la Obra y


saborea los alimentos espirituales y materiales servidos eternamente en la mesa
de banquete. Por la magia del ritual, la Luz de vida, impalpable, intemporal, se
hace perceptible y se encarna en el trabajo del momento presente que une la
materia al espíritu, sin alterar la cualidad esencial.

20
En cada celebración ritual, el Maestro de la Obra buscará la luz de la Tradición,
tesoro inalterable transmitido por los iniciados que pasaron al Oriente eterno a
sus sucesores en el camino de la luz. Unidos en su persona simbólica, los
Hermanos reciben el amor del Oriente y veneran a la Luz creadora como lo
hicieron en la primera madrugada de los mundos. El espíritu del Oriente,
fuente de la Tradición intemporal, de nuevo resplandeciente como en el primer
día de la creación.

La Tradición llama a los que sabrán enriquecerla

El descubrimiento del Oriente eterno, de ese lugar misterioso donde espacio y


tiempo son absorbidos en la misma unidad, es un momento único en la historia
personal de un ser. En un instante de resplandor, el nuevo iniciado saborea la
plenitud del Amor fraternal. Desde ese instante, su destino individual se
transforma en destino comunitario y se encuentra comprometido, con sus
Hermanos, en el viaje a Oriente, en una búsqueda incesante de ese lugar mítico
de donde brota a cada instante la fuente dorada de la inmortalidad.

Entrar en el camino iniciático es buscar su verdadera patria, su verdadero


morada, su verdadero país, y reconocer que no se lo puede encontrar en su
vida profana, lugar de lo contingente y efímero.

La condición humana no es de la naturaleza del Oriente, no es iniciable por que


sólo puede comulgar con el oriente lo que es de su categoría. A cambio, se le ha
dado a la especie humana el poder encarnarse en una forma tradicional, de
naturaleza comunitaria, donde se revela y expande la parte luminosa del ser, la
única susceptible de entrar en resonancia armónica con la luz primordial.

Para vivir aquí abajo la eternidad del Oriente hay que aceptar morir a lo aparente y
perecedero, para renacer a la vida espiritual. Esto no resulta fácil, se debe librar un
combate entre una naturaleza individual, que busca principalmente satisfacer
sus necesidades y ambiciones, y la naturaleza fraternal del Ser, cuyos únicos
deberes a cumplir son para honrar y encarnar su auténtica filiación espiritual.
El Aprendiz encontrará en la Tradición el alimento y las referencias necesarias
para librar este combate y superar las dificultades que aparezcan en el camino
del conocimiento.

Ella transmite lo esencial o, dicho de otra manera, lo inmortal, y tiene todos los
elementos necesarios para sustentar la andadura. Como una amante madre, la

21
Tradición guía con mano segura a los que quieren vivir el misterio y desean,
con pureza de corazón, descubrir la fuente de juventud.

En cada época, la Tradición ha alumbrado a las comunidades fraternales que la


han sabido servir y nutrir dándola forma. Los templos, las catedrales, al igual
que todas las construcciones auténticamente sagradas, corresponden a una
formulación de la Tradición que está en armonía con el tiempo y lugar
concretos que las ha visto nacer. Todo está inscrito en ellas, pero pertenece al
ser buscador descubrirlo con la mirada exacta, despertar el oído aguzado para
oír, en el silencio, su gran voz misteriosa. Esto requiere un don sin reservas del
ser buscador de iniciación, sin el cual nada de lo esencial podrá ser conocido.

El viaje a Oriente

El misterio es revelado al novicio durante la ceremonia de iniciación, pero lo


descubre bajo una forma simbólica que es incapaz de comprender, aunque lo
recibe en su corazón como un depósito fundacional siempre vivo. Adquirir
consciencia de este instante precisa recorrer un largo trayecto de pruebas y
dádivas, donde el aprendizaje constituye sólo la primera etapa.

Lo que se revela en el primer instante es que una forma debe morir para que
renazca la vida. La muerte hace nacer la posibilidad de testimoniar, de
transmitir el misterio de la Vida que funde en él esas dos facetas
aparentemente irreconciliables que son nacimiento y muerte. No es explicable,
aunque es posible vivirlo a través del ritual que, reactualizando lo eterno, nutre
a la Tradición y permite su transmisión viva.

Cada ritual vivido es una nueva partida hacia el lugar mítico que es el Oriente,
una nueva aventura para descubrir la realidad del espíritu. Sólo intervienen
seres en activo, miembros de un equipo en el que cada cual ocupa su justo
lugar.

Si desempeña de corazón la función que se le ha confiado, si involucra todo su


ser, el Aprendiz es atrapado por la corriente de vida, arrebatado en un
movimiento que le hace olvidarse de sí mismo y le conduce a integrarse cada
vez más completamente en la cofradía iniciática. Herman Hesse evoca así El
Viaje a Oriente10: “Hacia la bóveda de la luz, sin interrupción y sin descanso,
eternamente en marcha a través de los siglos, en dirección a la luz y al milagro”

10 H. Hesse, El Viaje a Oriente, op. cit., p. 37


22
y cada uno de nosotros, recalca, “cada uno de nosotros reunidos, y todo
nuestro grupo y su inmensa progresión, todo ello no es más que una ola en el
flujo eterno de las almas, en el esfuerzo eterno de los espíritus por aproximarse
a la claridad, a la patria”.

Vivir la Tradición para prolongar la Obra de la creación

Cada paso en este camino engendra una transformación y una liberación que
hacen nacer en el Aprendiz un deseo de abandono del mundo para descubrir y
vivir más intensamente la Tradición, que se le hace tan indispensable como el
aire que respira. Extrae la fuerza de su caminar, la capacidad de superar sus
límites para hacer surgir la realidad de su filiación sirviendo a la Obra mejor
que a su individualidad. Permaneciendo auténticamente él, expresa su fuerza a
través de su naturaleza de Hermano y desarrolla su propio carácter, siendo no
obstante, al tiempo, totalmente comunitario.

Descubriendo la Tradición por la práctica del oficio y de la vida comunitaria, el


Aprendiz adquiere conciencia de la fuerza del lazo de vida que le une a sus
Hermanos, acrecentando su deseo de dar lo mejor de sí mismo para participar
en la encarnación de la Tradición. Tal es el camino iniciático jamás acabado
definitivamente, cada paso dado lleva a uno nuevo, después a otro y otro más;
brotando del Oriente a cada instante, la Tradición está siempre por descubrir,
nueva todos los días, para reencarnarse siempre. Lejos de pertenecer a un
pasado caduco, es el presente eterno de la conciencia que renace con cada
nueva formulación; no es del momento, sino de todos los tiempos porque,
aunque cambie su forma, su esencia permanece inmutable. Nacida de la luz,
transmite el secreto sin agotarse jamás. Por mediación del Venerable Maestro
de la Obra, la cofradía de hoy se hace cargo del testigo que le transmiten los
iniciados que han pasado al Oriente eterno no para repetir lo que hicieron, sino
para prolongar la Obra reformulándola siguiendo el misterio del instante
presente.

La tradición de los constructores

A través del tiempo y el espacio ha habido en el mundo numerosas formas


tradicionales; para tomar solamente algunos ejemplos bien conocidos, los
vestigios o los textos sagrados de la India védica, de China, de la América
precolombina o de Sumer nos ofrecen testimonios vivos de una auténtica
tradición iniciática. Pero la que nosotros vivimos, porque corresponde a
nuestro espacio, es la Tradición de los constructores nacida en Egipto, en esta tierra
sagrada bendecida por los dioses, que se ha transmitido a lo largo de los siglos,
23
de comunidad iniciática en comunidad iniciática. Desde las comunidades
pitagóricas a los cultos de los misterios de Eleusis, desde las primeras
comunidades monásticas, formadas en el desierto de Egipto, a San Bernardo,
fundador de la orden Cisterciense, desde las cofradías de constructores de
catedrales al compañonage y a la Francmasonería, que ha traicionado el
espíritu aunque en algunos momentos ha mantenido las formas, la Tradición
de los constructores se ha mantenido tan viva como el primer día. Su forma
cambia, adaptándose a los tiempos y medios de los que la encarnan, pero su
espíritu permanece inmutable y reúne en una sola cofradía a todos los seres
que se vinculan al mismo mito de creación, practican ritos de la misma
naturaleza y viven según la Regla.

Faraón, el primero de los Maestros de Obra

De todas las sociedades tradicionales, ninguna ha afirmado con tanta fuerza la


nobleza de la función real y la necesidad de la iniciación como el Egipto
faraónico. La iniciación estaba en el corazón de la sociedad y de la civilización
egipcia, toda ella orientada al servicio de Neter, nombre que daba a las
potencias de la creación. El Faraón era el primero y más grande de los
servidores, y su primer deber consistía en establecer la Regla en lugar del
desorden, para que la armonía prevaleciese durante su reinado.

Responsable de la totalidad de la vida en su país, organizado y ordenado


según los principios de Maât, la regla de justicia inmanente a la creación, el
Faraón era el mediador entre las potencias divinas y el mundo material; él unía
en sí estas dos naturalezas que no son más que aspectos de una misma realidad
llamada Vida. Partiendo del Faraón, toda la sociedad se organizaba
jerárquicamente, cada función emanaba simbólicamente de él siguiendo un
riguroso orden fundado en Maât. Sin embargo, la única función que no podía
delegar era la de Maestro de la creación de ritos, pues el ritual era el arte supremo
y la forma más acabada de conocimiento. Sólo él tenía la capacidad de crear la
estructura ritual del templo, cuya organización reflejaba la de la cofradía
divina.

El Faraón era también el primero de los Maestros de Obra. Construir el Templo,


edificar las pirámides, dar forma a las moradas de la eternidad eran algunas de
las responsabilidades esenciales de su función, para cuya realización contaba
con la asistencia de un cuerpo de constructores y artesanos que aprendían la
lengua de los símbolos y el arte de Trazar en el seno de las “Casas de Vida”,
anexas a cada templo.

24
El Maestro de la Obra conoce el arte real que le ha sido transmitido por
los iniciados pasados al Oriente eterno
25
La Tradición de la Palabra

Si aun tenemos el privilegio de poder contemplar algunas de sus más bellas


obras, si podemos intentar encaminar nuestros pasos tras los suyos, es porque
estas cofradías de constructores, como mano activa de la función real, supieron
poner su genio al servicio de lo esencial. No han construido para ellas mismas,
sino para la gloria del Principio o, dicho de otra forma, para la eternidad. Sus
obras no son a nuestra escala, sino a la de los dioses.

Conocedores de la lengua sagrada, portadora de la Palabra divina, han


consagrado todas sus fuerzas a encarnarla para que nunca se seque el árbol de
la Vida. A través del tiempo, sus obras testimonian esta prodigiosa aventura y
nos hablan como el primer día; concebidas para la eternidad, desafían el
tiempo y el espacio para transmitir la luz de la Palabra a los que vinieran
después.

La Palabra se encuentra, efectivamente, en el corazón de la Tradición de los


constructores. No una Palabra inmóvil, encerrada en un dogma que
pretendiera establecer una verdad definitiva, sino una Palabra viva,
manifestada en formas siempre renovadas. La forma es perecedera, pero no el
espíritu que la ha engendrado y ningún libro sagrado, ninguna obra, podrán
transmitir jamás toda la riqueza contenida en la Palabra. Formular es
forzosamente traicionar11, pero resulta vital intentar la aventura, a fin de que se
preserve y transmita la potencia creadora contenida en la Palabra. Una cofradía
iniciática tiene el deber de formular los elementos de la lengua sagrada que ha
sabido percibir en su corazón-consciencia y que no habían sido jamás
formulados con anterioridad, porque el fuego de la iniciación está en la Palabra
y lo esencial es trabajar para hacer irradiar la luz del espíritu.

Desde luego, la piedra es el soporte por excelencia de una formulación de estas


características, que traduce arquitectónicamente el principio sagrado, pero, de
forma más general, todas las formas de arte, cuando son practicadas con
exactitud, constituyen un medio para explicar la lengua simbólica, a través de
la cual se ha transmitido, a lo largo de los siglos, el secreto de la vida espiritual.
Un poema, una leyenda, una ópera, un cuadro, incluso la danza, son
susceptibles de hablar directamente al corazón.

11 Tradición y traición se forman a partir de la misma raíz, tradere, que expresa la idea de
transmisión, hacer pasar de mano en mano.
26
Abrir “la oreja del corazón”

En realidad, el pensamiento es el primer material sin el cual no se puede


concebir y llevar a cabo ningún plan de obra; pero se trata de un pensamiento
muy especial, pues es a la vez comunitario y simbólico. No se puede, en efecto,
comprender individualmente la totalidad del misterio; para que se revele hace
falta que se reúnan las partes dispersas y de esta reunión saldrá la luz. Por eso
el pensamiento de los constructores es comunitario por esencia; animado por la
Regla, ella refleja la luz secreta como un gran espejo dirigido hacia lo que está
en lo alto, hacia la causa de las causas. Dado que es volátil y perecedero, este
material es particularmente difícil de trabajar y hace falto todo el arte del
Maestro de Obra para poner a trabajar a los Hermanos ofreciéndoles, en el
momento adecuado, el alimento que necesitan.

Escuela de rigor, rectitud y transparencia, el Aprendizaje del pensamiento


simbólico se forma para superar la tendencia natural del ser humano a la
dispersión y el egocentrismo, centrándole permanentemente sobre lo esencial,
es decir sobre el trabajo llevado a cabo fraternalmente en la cantera. Poco a
poco, el aprendiz descubre el valor de la palabra como práctica de lo sagrado y
aprende a no desperdiciarla.

La necesidad vital del silencio interior se le impone para que se abra “la oreja
del corazón”, que percibe el pensamiento exacto portador del misterio. En el
camino iniciático la comprensión por el corazón prima sobre la habilidad
manual o intelectual que, lejos de ser una ventaja, a menudo constituye un
obstáculo que debe ser superado.

Una tradición especulativa y operativa

Especulativa y operativa a la vez, la Tradición de los constructores aprende a unir


el pensamiento a la acción, el espíritu a la mano, porque participar en una
construcción requiere trabajar la materia para actualizar el espíritu que alberga.
Este trabajo no es compatible con la autocomplacencia; ayuda a combatir la
vanidad y agranda el amor por la obra bien hecha y el amor al trabajo por el
trabajo. Lo esencial es participar en el trabajo, no por uno mismo, por
satisfacción egoísta, sino para ofrecer lo mejor de uno mismo. Se trata de
trabajar para trabajar según las palabras del Maestro Eckhart porque es en el
trabajo que se realiza constantemente en el taller, en esta comunión fraternal donde
reside el secreto. Trabajar en la obra rectifica todo el ser haciendo crecer en él lo
que es de naturaleza luminosa y que no le pertenece.
27
Vivir la regla y transmitir el conocimiento

Sean cuales sean el lugar y el tiempo, toda cofradía auténticamente iniciática


tiene la obligación de trabajar sin descanso para transmitir el secreto en su
integridad. Sin pausa, hay que emprender el viaje a Oriente, hacia la fuente de
la creación; y realizar la Obra celebrando los ritos como han sido desde el
primer día de la creación. De esta forma, por el trabajo ritual está preservado el
secreto del manejo de la Palabra, el arte real que conoce el Maestro de la Obra y
que asegura la perennidad, la vida y la coherencia de la cantera iniciática. A
través de los mitos, que relatan simbólicamente la creación primordial, los
símbolos y los ritos, se transmite el conocimiento de comunidad en comunidad
y la Tradición permanece viva.

El lenguaje simbólico que la transporta es el que permite conocer el secreto de


la Regla. La naturaleza de una comunidad iniciática viene dada por su Regla,
que no es un código moral ni un repertorio de creencias, sino un auténtico arte
de vivir al servicio de lo sagrado. “La Regla de los constructores tiene como
modelo la que fue vivida por los iniciados del antiguo Egipto y transmitida a
las primeras comunidades monacales que la legaron a San Benito, fundador de
la orden benedictina”12. Formulada permanentemente por los iniciados, se
enriquece con las conquistas de la conciencia y las pruebas superadas. Útil
conduciendo al conocimiento del Principio creador, es una visión de lo
invisible, sabiduría en acto y un modo de vida que reúne a los Hermanos
liberándoles de creencias e imaginarias ligaduras que les tienen prisioneros de
su humanidad efímera e irrisoria. Vivir la Regla conduce por el camino del
discernimiento evitando confundir una cosa con otra, la afectividad con la
sensibilidad, lo mental con la inteligencia, la creencia con la fe, el saber con el
conocimiento.

El Aprendiz descubre al entrar en la cofradía que se compromete a respetar y a


servir. Si lo sitúa y guarda en el centro de su corazón, vivirá la búsqueda
fraternal del Oriente y percibirá la unidad del camino iniciático. Los símbolos,
los rituales y el trabajo en la Logia le enseñarán a unir los materiales según la
Regla. Si acomete de corazón todas las tareas que se le confíen, incluidas las
más humildes de ellas, se formará en el oficio y se inscribirá en una jerarquía
de tareas nacidas simbólicamente del Maestro de Obras eterno, lazo vivo entre
la luz perpetua de Oriente y el momento presente.
Al integrarse en la vida comunitaria, encarnará su nombre de Hermano y verá
abrirse ante él el camino hacia el presente eterno de la conciencia.

12 R. Grandmaison. Por una espiritualidad del siglo XXI, p-89, Ed. La Maison de Vie. Paris 1992.
28
Capítulo 5

LA VIDA COMUNITARIA Y EL CONOCIMIENTO


DE LA FRATERNIDAD INICIÁTICA

L
a sociedad actual fomenta el individualismo y la independencia en tal
grado que el mismo concepto de comunidad, sea profana o sagrada,
resulta hoy difícilmente comprensible. Incluso la familia ha perdido todo
valor sagrado a los ojos de la mayor parte de nuestros contemporáneos; estalla
o se rompe, víctima del egoísmo erigido en forma de vida y de la búsqueda
desenfrenada del placer inmediato, que es su resultado.

Actitud en verdad extraña, poco menos que suicida. La simple observación de


la naturaleza pone de manifiesto la evidencia de que nada aquí abajo es
independiente ni está aislado, el hombre menos que ningún otro elemento del
universo. Un organismo vivo no perdura más que mediante permanentes
intercambios con su medio natural, que le nutre como él lo alimenta también,
concretizando de esta manera el indispensable cambio de energía para la
continuidad de la vida. Este proceso de nutrición y de reciprocidad se basa en
el ensamblaje coherente de funciones y potenciales vitales. Sin esta coherencia
uniendo armoniosamente todos los elementos de un ser, sea cual sea su
naturaleza y especificidad, la vida le abandona y sus diferentes componentes se
disocian retornando a la naturaleza.

La fraternidad iniciática se conoce viviendo la Regla

En la Tradición de los constructores, se ha dado a este orden el nombre de


Regla, a ese lazo invisible que aglutina entre ellos a los elementos dispersos
para ponerlos en comunidad, o en comunión unos con otros. La Regla es el
secreto por naturaleza que permanecerá por siempre incomprensible para el
ser humano; sin embargo es posible conocerlo viviendo la vida comunitaria.

Como todo ser vivo, una comunidad iniciática nace de la Regla y vive por ella.
Tanto su forma como su función son modeladas por la Regla que se otorga, que
rige la vida comunitaria en todos sus aspectos, sean materiales o espirituales.
Un ejemplo sobradamente conocido en Occidente nos lo da la regla
benedictina, que constituye la vida cotidiana de numerosas comunidades
monásticas desde la edad Media. Es la única herramienta eficaz para conocer la
Regla principal que, sin ella, resultará inaccesible.
29
La Regla constituye el eje vital de la comunidad iniciática; el que no está
conforme a ella y busca vivir su propia regla, se autoexcluye de la
fraternidad13. Reflejo de la fraternidad celeste, da a la vida comunitaria su
coherencia y eficacia. La regla es el lazo que une entre ellos a todos los
Hermanos iniciados, durante su vida y tras su muerte, dando la vida al Ser de
la comunidad.

Encarnar el nombre de Hermano

Vivir la fraternidad es vivir la Regla, visible e invisible, en todas las fibras de su


ser y comulgar fraternalmente en el amor de la Obra. Integrándose en la vida
comunitaria, el Aprendiz descubre la potencia creadora de la fraternidad
iniciática y toma conciencia de la importancia vital del nombre de Hermano
que ha recibido en su iniciación. Este nombre imprime universalmente el lazo
de un ser con una comunidad. Es el resultado de un compromiso solemne,
libremente aceptado, en un juramento hecho sobre la Regla, siendo uno de los
actos más trascendentes que un individuo puede hacer. Implica a la vez un
reparto y un don; compartir los alimentos, materiales y espirituales, y el don
recíproco de la vida.

Un nuevo iniciado, un nuevo Hermano, es como una semilla plantada en la


sacra tierra del templo. Cuanto más la nutra dando lo mejor de sí mismo a la
comunidad fraternal, más encarnará su nombre y arraigará profundamente en
esta tierra, engrandeciendo en él lo que le traspasa. Muriendo al hombre viejo,
cambia de piel y hace crecer el fuego del deseo que, desde lo individual, se
transforma en deseo comunitario excluyente de toda búsqueda de poder, sea
del orden que sea. Contempla la vida desde un ángulo nuevo, basado en las
nociones de renuncia y servicio, el fuego interior que le ha animado y
conducido a este lugar se pone al servicio de la Obra en la que participan todos
los Hermanos.

La jerarquía de las funciones creadoras, modelo de la jerarquía comunitaria

La vida comunitaria que se produce no es ni monótona ni uniforme. Al


contrario, cada uno expresa sus percepciones particulares siguiendo su propia
idiosincrasia. Aportadas todas al centro, son rectificadas según la Regla e
integradas armoniosamente en la obra comunitaria que no tiene relación con
las susceptibilidades individuales.
13Todos los Hermanos han pronunciado, sobre la Regla, el juramento que les une a la cofradía de
los constructores.
30
De este modo, las energías de los hermanos, lejos de oponerse, se
complementan y enriquecen mutuamente. Nutren el cuerpo comunitario14,
cuyas funciones vitales, ordenadas según la Regla, ofrecen a cada Hermano la
posibilidad de encontrar su lugar exacto, aquel donde es útil a la Obra, y le dan
todos los medios para amplificar su deseo de iniciación.

En tanto que miembros de este cuerpo, los Hermanos se construyen los unos a
través de los otros. Unidos como los dedos de la mano por un lazo funcional,
todos son necesarios para el conjunto y se integran en una jerarquía modelada
a ejemplo de las funciones creadoras de la obra en el universo.

Como es frecuente, la etimología nos recuerda el verdadero sentido de la


palabra; formada con la palabra griega hieros, sagrado, y el sufijo arkhé,
mandamiento, se puede traducir como el “mandamiento sagrado”. Dicho de
otra forma, la jerarquía es el orden natural, surgido de la Palabra germinal;
experimentarla es establecer relación con el orden divino que regula las
actividades de los seres y las cosas.

Sin jerarquía no es posible la coherencia y, como resultado, no hay ninguna


posibilidad de enlazar entre sí los elementos dispersos para hacer una creación
viva. Por tanto, el Ser vivo que es la comunidad se organiza según una
jerarquía conforme al orden natural, no según un orden arbitrario impuesto
por individuos deseosos de asentar o conservar su poder. En una jerarquía
iniciática, sin privilegios o derechos particulares, cada uno está en el justo lugar
para cumplir la función o la tarea que se le haya encomendado.

La jerarquía revela la fraternidad como un conjunto ordenado de funciones al


servicio del Ser de la comunidad, contribuyendo todas sus partes a la vida y
siendo, en correspondencia, nutridos por ella. La sencillez y eficacia de su
jerarquía son la señal de una auténtica comunidad iniciática, donde el único
objetivo consiste en servir a la Obra.

Microcosmos construido a imagen del macrocosmos, el cuerpo comunitario es el único medio


14

para conocer la fraternidad de la obra en el universo.


31
La vida comunitaria está consagrada a la construcción de la Obra. Cada uno encuentra
aquí su lugar exacto, conforme a la Regla.

32
La vida comunitaria, expresión del amor fraternal

El trabajo personal del Aprendiz es importante para integrarse auténticamente


en el Ser de la comunidad, porque nadie lo puede hacer por él. Siempre
resultará insuficiente, si no se acompaña de una participación efectiva en la
vida comunitaria, donde se vive el amor fraternal. Integrándose, tanto con su
palabras como con sus actos, el aprendiz se abre al intercambio recíproco que
caracteriza a la fraternidad; aprende a trabajar con sus hermanos y a
escucharles. La fraternidad se le revela como un fuego purificador que
consume todo lo que no es necesario para nacer a la vida espiritual y mantiene
su deseo de combatir sus mezquindades para ir a buscar los nutrientes más
delicados, susceptibles de nutrir a la Obra.

El amor fraternal está en la base de la vida iniciática y se experimenta muy


especialmente participando de forma activa en la vida de la Logia, tanto en las
‘pequeñas’ como en las ‘grandes’ cosas. La vida comunitaria ofrece, en efecto,
múltiples ocasiones para pasar del deseo potencial de vivir la iniciación a su
materialización. Fundada sobre la búsqueda permanente de la coherencia vital
nacida de la Regla15, conduce a los que la viven a superar sus particularidades
para comulgar en el mismo amor a la obra. En este sentido, la Regla es el
vínculo que libera, poniendo en acción una energía de naturaleza luminosa que
trasciende a los seres y les permite aportar a la construcción común lo mejor de
ellos mismos de manera eficaz.

El dominio de la fraternidad iniciática no se adquiere de una vez para siempre;


es la experiencia de cada día, la búsqueda renovada sin cesar de la Regla que se
percibe mediante la participación en la vida comunitaria. Si permanece fiel, el
Aprendiz dará consistencia al nombre de Hermano recibido el primer día,
estrechando el lazo misterioso que le liga a la fraternidad cada día un poco
más.

15Repetimos, la Regla es algo muy diferente de un reglamento. Vivir la Regla es ‘ponerse en regla’
en todos los aspectos de la existencia. Esto supone una forma de ser, una manera de comportarse,
dando prioridad a la rectitud y el respeto a la palabra dada.
33
Capítulo 6

LA BÚSQUEDA DEL SECRETO A TRAVÉS DE


LA PRÁCTICA DE LOS MISTERIOS

L
a búsqueda del secreto de la vida es probablemente tan antiguo como el
hombre. ¿No fue expulsado Adán del paraíso por haber querido
degustar el fruto del conocimiento?. Frente al secreto son posibles tres
actitudes:

- La de la ciencia analítica, la vía de la razón y el saber, que observa los


fenómenos vitales, los desmenuza metódicamente, los estudia e investiga con
razonamiento lógico para deducir las leyes generales. Consigue explicar ciertos
misterios aparentes, pero deja de lado lo esencial: la dimensión trascendente y
sagrada de la vida que, no por ser indemostrable, es menos real.

- La de las religiones llamadas del Libro, judaísmo, catolicismo e islam,


que afirman poseer el secreto y lo convierten en dogma, absoluto e indiscutible.
Es la vía de la fe.

- La de la Iniciación, vía del conocimiento, que no busca explicar ni


comprender el secreto vital, sino, simplemente, vivirlo para hacerlo manifiesto.
Los edificios sagrados, los rituales, los símbolos transmitidos por la tradición
iniciática, testimonian esta realidad misteriosa: es posible dar forma al secreto
eterno, formular en una lengua sagrada lo que es la naturaleza de la causa de
las causas. En el antiguo Egipto esta lengua tomó la forma de jeroglíficos
grabados en los muros de los templos. Exponían ciertos misterios a la vista de
todos, pero muy pocos tenían los ojos suficientemente abiertos para percibir su
sentido.

Depositaria de esta Tradición, la comunidad iniciática tiene la función de


preservar y nutrir el secreto, buscando sin cesar la expresión justa de los
misterios, que la acercará al corazón vivo de todas las cosas. Su búsqueda está
unida a una práctica de la formulación simbólica que inscribe en una forma lo
que es de naturaleza espiritual.

34
Los rituales y símbolos son las vías eternas de transmisión del secreto
iniciático

Si el secreto es UNO, las formas que reviste son infinitas. La iniciación es un


viaje constantemente renovado para partir a la busca de las formas simbólicas
que lo revelarán. El aprendizaje es esa etapa del viaje iniciático durante la cual
se abren los sentidos para tomar conciencia de la armonía secreta que anima a
la Logia. No hay en ella nada de automático; una presencia pasiva, distraída u
ocasional no abrirá ninguna puerta. Esta actitud revela siempre una falta de
inclinación para la búsqueda de lo sagrado y una dificultad para centrarse en
ninguna otra cosa que no sea uno mismo; es imposible servir a dos amos a la
vez: el individuo y la iniciación. El secreto se revela sólo a aquellos que tienen
el coraje de elegir, entre ambos, al último y le permanecen fieles. En este
camino sólo una implicación total e indefectible permite una presencia real en
el trabajo comunitario que llega a ser una necesidad vital, un eje de la vida
alrededor del cual se ordena toda la existencia. El que entra en esta dinámica,
que condiciona la abertura de la conciencia al secreto de los misterios
practicados en el templo, no tarda en transformarse y en superar los que creía
eran sus límites.

El Aprendiz es parte integrante de la ‘tripulación’ involucrada en la búsqueda


del secreto de la vida en espíritu. Tiene un lugar que ocupar, acorde a su grado,
una función que cumplir, la que descubre practicando el oficio. Oficio y
misterio se forman con la misma raíz latina ‘ministerium’, que tiene el sentido
de ‘servicio’ y ‘función’; practicar el oficio es ponerse al servicio de una función
por cuya intermediación puede ser conocido el misterio. En efecto, el ser
humano no tiene capacidad de conocer el secreto, porque no es de la categoría
del conocimiento y no se descubre a través del intelecto. A cambio, él tiene la
posibilidad de integrarse en el cuerpo funcional del Ser comunitario. Ser
mítico16 y simbólico, ritualmente construido y encarnado por los iniciados
unidos en el secreto de la Logia. Solo este ser simbólico, y no uno u otro
individuos, está ligado al secreto.

El trabajo realizado en cámara de Símbolo, que es el entorno de la Logia donde


los Aprendices van conociendo el oficio, es uno de los elementos de esta
construcción de naturaleza comunitaria. Simultáneamente, elaboran una
formulación que revela el grado de abertura de su mirada y de su comprensión
del mundo de los símbolos. Esta formulación se lleva al templo como una
ofrenda para nutrir el secreto.
16El mito central de la tradición iniciática es el desmembramiento del Hombre cósmico que renace
cuando sus partes esparcidas son reagrupadas.
35
Aprender a hacer el silencio

Sin lugar a dudas, lo que se ha de descubrir con este trabajo no va a satisfacer


ninguna curiosidad intelectual. No se trata de comprender analizando, sino de
despertar la mirada y el entendimiento, necesarios para percibir la armonía del
secreto que se revela en el templo en el momento en que en él se practican los
misterios.

En realidad, el secreto no está oculto, a menudo es, incluso, muy evidente. Sin
embargo, el Aprendiz que entra en el templo no lo ve. Es como un urbanita que
descubriese por primera vez la naturaleza. La vida está presente de múltiples
formas, pero sus sentidos, educados en otro universo, no están adaptados a
este nuevo ambiente.

El primer trabajo del Aprendiz consiste en ponerse a la orden, en ponerse en


orden, en dejar de agitarse a fin de acopiar toda la energía de la que es
portador para orientarla a la escucha atenta de lo que se formula en la Logia.
Para comprender de verdad hay que dejar de escucharse a uno mismo y no ser
perturbado por todo tipo de ruidos parásitos. Por eso la práctica del
aprendizaje es inseparable del silencio.

Para el aprendiz educarse para hacer el silencio es un auténtico secreto del


oficio para que pueda nacer la sensibilidad iniciática. Tiene que aprender a
frenar su charla, tanto interior como exterior, parar el vagabundeo mental que
bloquea la autenticidad y la espontaneidad.

Hacer el silencio se aprende, porque se trata de una cosa muy diferente del
hecho de callarse. Lo que está en juego es la capacidad de desapego del
individuo, necesaria para vivir plenamente cada instante de la vida
comunitaria sin dejarse distraer por preocupaciones personales, sean de la clase
que sean, porque cada uno de esos instantes porta y transmite el secreto. Poco a
poco, si adopta la actitud justa, hecha de humildad, de escucha atenta, de
comunión con la belleza que le rodea, así como de perseverancia, descubre un
mundo nuevo. Sus sentidos se despiertan a la armonía del universo.

El secreto se revela en el instante presente

El camino iniciático es una vía comunitaria; el que está involucrado tiene la


ocasión, si sabe dejar sitio a lo esencial para escuchar ‘de verdad’, de ser
nutrido por las aportaciones de los Hermanos.

36
Practicar los misterios es alimentarse y ser alimentado, compartir en la misma
mesa los alimentos materiales y espirituales. El secreto se saborea en común, no
es una cosa que se pueda coger y guardar para uno. Reclama transparencia y
autenticidad de todos los que están comprometidos en su búsqueda. Cada vez
que los Hermanos se reúnen ritualmente comparten los alimentos de la vida y
entran en el secreto haciéndolo símbolo.

Por naturaleza, el silencio es armónico, sin disonancias; une a los seres que lo
practican. Cuando queda establecido nace una armonía secreta entre el corazón
del Hermano y el de la comunidad; el entendimiento y la visión se abren; la
intuición brota para alcanzar el centro inmutable, el corazón vivo de todas las
cosas. Realmente, el silencio es gestante; crea el medio favorable para el
nacimiento de una sensibilidad comunitaria que percibe la riqueza que anima
cada uno de los instantes vividos ritualmente en la Logia.

A los Aprendices se les muestra el camino


de las estrellas, cuyo lenguaje revela la
armonía del universo y el secreto de la vida.

La práctica de los rituales introduce a los que los viven de corazón en un


tiempo sagrado, el del origen, el de la primera mañana del mundo. Es en este
tiempo primordial en el que se revela el secreto.

37
Los seres que son llamados a practicarlos son puestos en aptitud de despertar,
porque los ritos transmiten una forma de hacer para abrirse al mundo de los
símbolos.

El ritual ayuda a los Aprendices a cambiar de naturaleza, a dejar el mundo de


la apariencia y de la reacción, para orientarse hacia el mundo armonioso de los
símbolos.

Lo esencial para el Aprendiz es participar en la construcción que se lleva a


cabo, en el momento presente, en la cámara del Símbolo. Para penetrar en el
secreto de este instante dispone de una herramienta extraordinaria, la
astrología sagrada, que da cuenta de la misteriosa relación existente entre la
armonía cósmica y el mundo de abajo. A través de ella, el Aprendiz despierta a
la percepción del lazo invisible que enlaza entre ellos a los símbolos y los
mundos. Este lazo, que es vida, se hace concreto de forma única en un tiempo y
espacio dados, de la misma forma que el instante de nacimiento marca las
peculiaridades del individuo. Cada momento es una formulación particular del
misterio de la creación, un nacimiento en nada parecido a ningún otro.

Responder a la llamada del secreto es entrar resueltamente en una dinámica


vital del orden de la construcción y de la creación. El aprendiz se involucra
participando, con todo su ser, en el viaje emprendido por la Logia hacia el
corazón luminoso de la vida. A partir de su entrada en la comunidad iniciática,
ha de ponerse en camino para recorrer con sus Hermanos a pasos agigantados
el cosmos de la Logia que revela el secreto del universo.

38
Capítulo 7

LA MARCHA DEL APRENDIZ EN EL COSMOS


DE LA LOGIA

U
na comunidad iniciática trata de vincular la tierra con el cielo. A tal fin
no cesa de trabajar para edificar un espacio ‘similar al cielo en todas sus
partes’, como lo explicaban los antiguos, un espacio que sacraliza
mediante la práctica de los rituales. La Logia es este lugar particular,
representación simbólica del cosmos17, que el Hermano Aprendiz descubre por
primera vez durante la ceremonia de iniciación. El aprendizaje le ofrece las
herramientas que le permitirán orientarse y moverse, según su grado, con sus
Hermanos. Los ha de reconocer y comprender para participar en el trabajo
comunitario de construcción a fin de estar integrado en el edificio que la Logia
levanta constantemente.

El aprendizaje de la marcha en grado de Aprendiz es una etapa necesaria,


porque en este lugar nada se parece a los que conocía; aquí todo es de
estructura simbólica, ordenado por un lazo invisible que revela y transmite el
sentido de la vida. Es un mundo nuevo a descubrir por el Aprendiz. No se
trata, por eso, de acomodarse a un modelo rígido, ni de moldearse a un patrón
preestablecido, sino de convertirse en un material útil para la construcción. El
aprendizaje iniciático no es un acto de descerebramiento que fuerce a los seres
implicados a actuar en contra de su voluntad; este es el objetivo de las sectas
de todo tipo que buscan aniquilar y destruir la consciencia de los individuos
que se incorporan a sus redes.

Tal forma de obrar es totalmente ajena al espíritu de la iniciación, que se dirige


a seres fuertes, conscientes del peso de sus gestos y del valor de su palabra y
dispuestos a poner en tela de juicio las certezas sobre las que habían fundado
su existencia, para redescubrir el sentido de la simplicidad. ‘Felices los pobres
de espíritu’, enseña Cristo, o, dicho de otra forma, aquellos que no despilfarran
su energía y las riquezas de la consciencia complicando lo que es de una
luminosa simplicidad.

17
Etimológicamente, cosmos procede del griego kosmos ‘orden’ que, por extensión, ha tomado el
sentido de universo considerado como un sistema ordenado.
39
Un camino de mutaciones y transformaciones

La tradición iniciática transmite el pensamiento del Principio que está en el


origen de la creación, pensamiento simbólico que no es instantáneamente
perceptible por el ser humano, aunque sea un iniciado. Hace falta una
preparación que ayuda al ser a despojarse de lo que le estorba para dejar pasar
la luz. Este es el sentido pleno del aprendizaje, que conduce hacia una
transparencia del ser, necesaria para avanzar en el camino.

Hay un modo de trabajar a descubrir para entrar en relación con el espíritu que
colma y anima al cosmos de la Logia, es tener presente espiritualmente que, en
este mundo, nada se adquiere para siempre sino que está por conquistar
continuamente.

Universo de piedras vivas, la Logia se halla en mutación perpetua; colocarse en


coherencia con este medio necesita, por tanto, aceptar que uno mismo está
puesto en tela de juicio, mutar y transformarse sin cesar. La marcha del
Aprendiz es una puesta en movimiento ordenada que le conduce a integrarse
en el edificio comunitario de una forma cada día más justa.

La logia contiene los elementos simbólicos indispensables para que el misterio


de la vida esté presente. Ellos son ensamblados según un orden riguroso,
surgido de la Regla, que enseña el eje correcto de la marcha y evita que el
pensamiento se pierda por otras veredas.

Yendo al encuentro de los símbolos que se le presentan, el Aprendiz se


familiariza con la manifestación de lo invisible y despierta una sensibilidad
particular, por medio de la cual percibe la armonía del universo en la que se
inscribe el cosmos de la Logia. Deshaciéndose de los prejuicios esclerotizantes
del pensamiento aprende a mirar más allá de lo aparente, para discernir la
presencia de lo sagrado a través de la materia. La logia actúa a modo de un
espejo, reflejando lo que viene de lo alto; no se puede coger con la mano la
imagen que se percibe, pero se la puede contemplar siempre que se oriente la
mirada en la buena dirección, que es la de la creación.

La marcha es comunitaria; cada uno aporta su genio propio y debe vencer los
obstáculos que le caracterizan, pero fuerzas y debilidades, cualidades y
defectos, pruebas y satisfacciones, son superadas cuando son puestas en el
centro vital de donde procede todo, a fin de nutrir la obra comunitaria. La
iniciación es ante todo un camino de dádiva y ofrenda.

40
Desde el momento en que se participa es esencial no confundir los planos, el
humano y el divino. El primero se levanta con lo efímero, lo relativo, es el
mundo de los opuestos, lo múltiple y la ilusión. El segundo corresponde a lo
inmutable, lo absoluto, es el de la unidad y el secreto, de la armonía y la
coherencia. La marcha iniciática es la vía del medio que permite a lo humano
servir de soporte consciente a la obra divina a fin de prolongarla. Dar su
existencia por la iniciación es ofrecer un material bruto que será transmutado
por el fuego de la Obra para llegar a ser de la misma naturaleza que ella, es
decir sagrada. Es igualmente trabajar sin descanso para conseguir que este
alimento ofrecido al Principio sea lo más digerible posible.

Superar su individualidad

La iniciación es una búsqueda siempre renovada para entrar en relación con el


corazón secreto que está en el origen de la creación. No debe nada al azar; es
una marcha hecha de búsqueda y de integración de un eje de rectitud,
significando en primer término exactitud y rigor. Creer que implica cualquier
rigidez sería un grave error; tomarse en serio sería un medio seguro de perder
el ‘norte’ por que esta seriedad es fijadora, encierra al individuo en una red de
creencias y principios que impiden el movimiento. Aprender a reírse de uno
mismo, de los propios límites y autocomplacencias, es la primera condición
para ponerse en marcha hacia el corazón de la vida.

El aprendiz es integrado en la dinámica vital de la construcción. Está al servicio


de una obra que le excede.

41
La marcha del Aprendiz es la puesta en acción de un dinamismo que conduce
a superar sus límites individuales y a dejar el mundo ilusorio de las certezas
humanas para ponerse en condiciones de servir a la vida. Se requieren muchos
esfuerzos para llegar a desprenderse de lo que bloquea la marcha, porque el ser
humano tiene una tendencia natural a centrarse sobre él mismo y a buscar
excusas a sus debilidades constantemente. A cambio, un iniciado sabe que es el
único responsable de los obstáculos que encuentra en el camino; tiene que
adquirir consciencia para superarlos y liberar así una energía útil para el
trabajo comunitario. En el cosmos de la Logia no hay lugar para el individuo y
sus debilidades; no trabajan más que Hermanos activos que están dedicados a
servir a la obra. Aquí la meta no es mejorarse a uno mismo, sino desarrollar
una aptitud de servir de forma justa pasando del pensamiento centrado en uno
mismo a un pensamiento fraternal. Este cambio de eje entraña una nueva
orientación de la mirada que se libera de las bajezas humanas para elevarse al
cielo, hacia la percepción del espíritu que anima a la obra.

La búsqueda del eje de rectitud en el que se fundamenta la marcha del


aprendiz pasa por la dádiva, una dádiva incondicional, un don total, un don
gozoso que no experimenta demora ni tibieza.

Ponerse al orden

El método ritual de trabajo, centrado en la ofrenda, da simultáneamente una


forma de hacer y el sentido de la marcha. Las aportaciones de cada uno son
orientadas y ofrecidas en el centro después de haber sido rectificadas por los
Hermanos. La rectificación es una forma comunitaria de puesta en práctica de
la Regla que guía y labra al Aprendiz. Evitando él perderse en los laberintos
del pensamiento individual, ella le ayuda a centrarse en lo esencial y a
encontrar su justo lugar en la Logia. Es un auténtico acto de amor fraternal, no
una crítica, una sanción o un juicio. Simplemente, el Aprendiz no puede verse a
sí mismo, por eso es importante que los Hermanos le ayuden a colocarse en el
eje correcto, donde puede ser comprendido el mensaje de armonía, de fuerza y
sabiduría transmitido por los símbolos.

La comunidad actúa a la manera de un jardinero que mantiene su jardín para


que las semillas enterradas puedan germinar y salir de la tierra; nutrida por los
Hermanos, la potencia depositada en la mañana del primer día dentro del
corazón del iniciado se actualiza y ensancha.

42
Solamente pueden ser ensamblados elementos de la misma naturaleza, la
individualidad no puede ser iniciable ya que no es de naturaleza sagrada.

El aprendizaje pasa por una práctica regular del trabajo comunitario, exigiendo
perseverancia y humildad. Enseña una manera de hacer las cosas para empezar
a dejar el mundo de los opuestos a fin de entrar en ese donde reina la Unidad
que la Logia manifiesta simbólicamente, ya que ella es una representación del
universo18. Un trabajo así opera una especie de decantación que no deja filtrar
más que lo que es útil para la construcción. Mediante él se experimenta una
puesta en orden que pone al ser en coherencia con el cosmos de la Logia,
donde todo está ordenado según la Regla. Evita la agitación en la que se
complace el individuo y permite avanzar en el camino y profundizar la
marcha.

Estar ‘al orden’ prepara al Aprendiz para estar atento a todo lo que le rodea. Es
una primera abertura al nuevo mundo que descubre, el descubrimiento y la
vivencia de un eje de rectitud que le hace tomar consciencia de la necesidad de
mantener la palabra dada en el primer momento, por la cual se comprometía a
servir a la iniciación.

La puesta al orden conduce a la obediencia19 entendida en su sentido original


‘escuchar lo que se tiene delante’, en este caso la tradición iniciática. Nacidos de
esta Tradición, los rituales portan, en el instante presente, esta gran voz
inmortal que formula la lengua de los dioses. Para oírla es necesario el silencio,
hacer callar al individuo para escuchar al Hermano que nutre, por la Palabra, la
fuerza del Aprendiz. Esta fuerza viene de lo más alto; es energía que sustenta el
fuego de su implicación y le guía hacia el servicio de la obra.

Silencio, obediencia y servicio son tres puntos esenciales en el descubrimiento


de la rectitud y de la concentración de la energía vital. Tres aspectos de la
marcha ternaria por la cual se construye el Aprendiz, y que le conduce a
ordenar la mirada que dirige hacia los seres y las cosas, para descubrir así el
sentido de la creación y la armonía del universo. Es un camino de mutaciones
vividas que le llevan a abandonar la rigidez de un pensamiento que opone
para ir hacia la rectitud de un pensamiento simbólico que unifica los contrarios.

18
Su etimología, de origen latino, universum o unus-versum, significa literalmente ‘hacia el Uno’.
19
Obedecer viene del latín oboedire compuesto de ob, ‘delante, frente a’ y audire, ‘escuchar, poner el
oído’.
43
Capítulo 8

SERVIR SIN SER SERVIL

A
lo largo del aprendizaje, el Aprendiz toma conciencia de la dimensión
real del compromiso que ha adquirido incorporándose a la Logia;
descubre la realidad del servicio a la Regla y aprende a responder
para materializar su juramento.

El arte supremo del iniciado es saber servir de forma justa y, por sorprendente
que parezca, esto se aprende. La tendencia natural del ser humano le lleva
ciertamente y de forma más natural a servirse y hacerse servir que a dar con
entusiasmo y generosidad. Es sirviendo a lo que está en lo más alto y no a sí
mismo como el Aprendiz se integra en el Ser comunitario. Entra así en una
jerarquía de funciones basada en el deber y encarnada realmente en su nombre
de Hermano.

Es importante rectificar el sentido del verbo ‘servir’, que se ha cargado bajo la


influencia de la cultura grecorromana de matices muy peyorativos. La
etimología nos indica, efectivamente, que significa ‘ser esclavo –ser sumiso- ser
dependiente’. En la lengua del antiguo Egipto, país que no conocía la
esclavitud, era sinónimo de trabajador, especialmente de campesino. En este
sentido, servir es integrarse en el orden natural de la creación cumpliendo una
función. Aprender a servir es aprender a ser útil encontrando el justo lugar en
la jerarquía del universo poniendo a trabajar una potencia que no nos
pertenece y que debe ser ofrecida al Principio creador del que dimana.

En su nivel más alto, el servicio es un acto de creación; libera y ennoblece al


hombre al permitirle participar en la circulación de la energía vital que baña el
universo.

Servir a lo más grande que uno mismo


Restituir la energía vital es moldearse en la Regla de Vida contribuyendo en la
ofrenda. Toda la vida iniciática se funda sobre la preparación y la realización
de la donación. La fidelidad hacia la vida consiste en no interrumpir jamás este
circuito vital mediante el cual la creación se renueva sin cesar.

El trabajo en grado de Aprendiz consiste en aprender a incorporar su energía


en la ofrenda hecha por la comunidad al Principio. Se trata de ofrecer a la Obra
lo mejor de si mismo, aportar su verdadera naturaleza sin falso pudor y
44
trabajar lo mejor posible en función de sus capacidades concretas. El servicio
debe ser vivido como una totalidad, la única manera de percibir la función
creadora. Repitámoslo, en el camino iniciático hay que involucrarse totalmente,
sino no tiene razón de ser; es imposible medirlo con cicatería, calcularlo
mezquinamente, porque en tanto que no se ha dado todo, no se ha dado nada.
Ahí está la auténtica clave, que impone no satisfacerse nunca con lo
conseguido, sino pensar inmediatamente en lo que queda por hacer. En la
Edad Media las cofradías de constructores han encarnado este principio
iniciático. En cuanto una obra se había terminado, los compañeros se ponían a
otra, sin tregua ni reposo, para encarnar en la piedra de las catedrales la
realidad del espíritu.

Al aprendiz se le ha dado todo desde que se convierte en Hermano; recibe el


fuego de vida en su unidad e integridad. El presente que él pueda dar a cambio
jamás estará a altura de lo que ha recibido en ese instante. Pensar que podría
ser de otra forma sería rebajar la iniciación a una dimensión humana y
quedarse en lo ilusorio, o, dicho de otra forma, en la finitud de la muerte. El
corazón de la vida iniciática no concierne al hombre, que no es más que un
soporte y una herramienta, sino al Principio. Servir a lo más grande que uno
mismo permite superar los condicionamientos y las limitaciones del hombre;
sirviendo se aleja de lo inútil, se libera de sus trabas y se centra en lo esencial.
Este deber de libertad20 que anima a los iniciados no se completa jamás; es el
trabajo de toda una vida consagrada al servicio de la Obra.

Ser útil a la Logia

Si el Aprendiz hubiera de hacerse una sola pregunta, ésta debería ser: ¿Cómo
puedo servir al Ser comunitario, como puedo serle útil?. Efectivamente, en este
camino no son suficiente las buenas intenciones. Es esencial activar el deseo
que se manifestó llamando a la puerta del templo. Concretizar es parte integral
de la marcha, y la forma en que el Aprendiz responda a esta exigencia es
reveladora de su cualidad fraternal y de su grado de avance en esta vía.

Esto no pasa por sus talentos particulares, que se suelen revelar muy a menudo
como una trampa para el individuo que cree poder basarse en ellos, porque la
competición, característica del mundo profano, está ausente del universo
iniciático. El que tiene más dones que los demás no hace sino contraer deberes
20
Recordemos aquí que los Compañeros (Compagnons) se llamaban los ‘debientes’, o sea, los
miembros del Deber; este término se ha convertido en el nombre genérico del Compagnonage y
sus variantes (compagnons del Deber de Libertad, compagnons del Deber, etc.).
45
suplementarios hacia la vida y hacia sus hermanos. La calidad de lo que es
aportado al tajo se valora en función de un solo criterio: el de la autenticidad.

Las tareas más humildes son necesarias para la construcción de la obra.

El acto auténtico brota del corazón y reposa en el deseo único de servir. Es


completamente desinteresado, luminoso y comunitario. De esta forma, las
tareas a realizar, sea cual sea su naturaleza, sea cual sea su dificultad, son
emprendidas con alegría. Nadie es más o menos noble, ni más o menos
importante que cualquier otro. Todos son necesarios para llevar a cabo la obra
y cualquiera de ellos, incluido el que parezca más nimio, representa una
oportunidad de ser útil. La respuesta que se ofrece da la medida del deseo
iniciático y de la implicación fraternal del individuo.

Servir es un combate

Los obstáculos que encuentran los Hermanos en su camino de entrega están


unidos siempre a su humanidad. Por naturaleza, el ser humano es esclavo de
sus envidias, pasiones o sentimientos. Prisionero de sus creencias y certezas, se
deja guiar por un miedo revestido con múltiples disfraces que le conduce a
rehuir las pruebas, fuentes de mutaciones y transformaciones.

Para renacer a la vida en espíritu, hay que librar un combate contra el ‘hombre
viejo’, quien, ciego y sordo, atraviesa por la existencia nutriéndose de lo que
hace mal morir. La humildad consiste, en primer lugar, en reconocer esta
46
servidumbre que puede ser superada por el servicio a la Regla y la práctica del
trabajo comunitario. Esto reclama del iniciado una confianza absoluta en la
iniciación y en sus hermanos, que no debe ser confundida con una sumisión
ciega, lo que no sería más que cobardía y servilismo.

La obediencia no adquiere una dimensión creadora si no se basa en la vivencia,


libremente consentida, de una fraternidad de naturaleza causal, conforme a la
Regla, que se encuentra más allá de la humanidad.

La práctica del servicio enlaza el corazón del iniciado con el comunitario; libera
de las cargas humanas para hacerle adquirir la ligereza de la pluma 21. Nutrido
por el Verbo y la intuición, su corazón se engrandece y llena del misterio.

Dignidad y nobleza del servicio

Sirviendo a la regla, el Aprendiz descubre el camino de la rectitud y vive según


la perpendicular, eje vital que atraviesa la Logia y une el cielo con la tierra.
Conformándose según este eje, se centra en lo esencial y evita malgastar una
energía que, de todas formas, no le pertenece.

Una evolución de este tipo implica elecciones permanentes que no son fruto
del miedo ni de la sumisión a uno mismo o a otros hombres, sino,
simplemente, del amor y el respeto a la Regla. No ha de verse en esto una
dejación, sino, al contrario, una toma de conciencia de su responsabilidad y de
su exacto deber con la Vida. Sea en la Logia o en el mundo profano, el iniciado
es un ser responsable de sus actos, porque la iniciación no es un refugio para
los que rehúsan afrontar sus responsabilidades, incluidas las de la existencia
cotidiana.

Preparando los nutrientes para participar en la ofrenda comunitaria, el


Aprendiz ejerce su sensibilidad. La práctica le enseña a distinguir el sabor
exacto de las cosas y desarrolla su apetito por los alimentos iniciáticos. Servir a
la Regla con humildad y grandeza es fuente de una alegría que ilumina el
corazón y agranda el amor por el trabajo, porque cuanto más se sirve más se
está llamado a servir. Esta es la auténtica grandeza y la nobleza del servidor
que se convierte en útil en manos del Principio.

Su lugar correcto es en la cantera de Vida, donde se practica el oficio.

21
El símbolo de Maât, hija de la luz divina, diosa de la verdad y la justicia y portadora de la Regla,
era representado por los egipcios con una pluma de avestruz.
47
Capítulo 9

EL OFICIO DE APRENDIZ:
EL TALLER, LOS SÍMBOLOS

L
a iniciación une al Aprendiz con la Tradición de los constructores,
portadora de todos los elementos necesarios para que viva y sea
transmitido el espíritu del oficio. Las obras que los antiguos han plasmado
testifican su amor a la vida y su capacidad de formular la presencia del
misterio viviendo el oficio. Sea cual sea la materia elegida, construir es un acto
sagrado que exige de todos los que participan un compromiso sin fisuras
fundado en un amor auténtico a la Obra.

En el taller se reúnen los materiales de la Obra

El aprendiz es un ser en fase de construcción que, como tal, forma parte


integral del taller en el que todo está ordenado según una rigurosa jerarquía.
En el taller se debe hacer todo en su lugar exacto, a fin de que ninguna energía
se malgaste. Aprender su oficio consiste para el aprendiz en descubrir de qué
manera puede ser útil en el taller, cómo estar realmente presente y participar
en la obra emprendida para toda la eternidad por la cofradía que le ha acogido
en su seno. Lo que está en juego es de importancia, incluso vital; se trata de dar
forma a su compromiso aprendiendo cómo dar, de forma concreta, su energía a
la Obra.

Como todo oficio, esto se aprende por la práctica, participando en el trabajo


comunitario que se desarrolla en el taller. Eternamente abierto a todos los
iniciados, es allí donde se aportan y ensamblan los materiales que serán
incorporados a la Obra. El lugar correcto del Aprendiz es el de estar presente
en el taller con sus Hermanos. Si sabe comprender lo que se formula,
descubrirá un método, una forma de hacer para ser integrado en la
construcción como una piedra viva. Esto no depende de la naturaleza de sus
capacidades, porque todas son integrables en la obra comunitaria, sino de su
aptitud para centrarse no en sí mismo, sino en la vida comunitaria.

El taller es una especie de matriz en la que todos los elementos se juntan para
preparar a los Aprendices en la práctica de su oficio viviendo una comunión
fraternal; sólo son admitidos seres nacidos de la Regla y que han sido
reconocidos como tales. Los aprendices son portadores de una potencia bruta
48
que conviene medir y proporcionar con la finalidad de que se integre
armoniosamente en el Ser comunitario. La obra es el lugar donde se vive una
primera aproximación del misterio por la práctica de los símbolos, útiles
esenciales para aprender a formular la lengua sagrada y despertar la
sensibilidad al misterio. El trabajo obedece a una regla común, que le da
coherencia, eficacia y unidad. Sigue un plan riguroso, procedente de los planos
del Maestro de la Obra que se nutre de las aportaciones de todos los Hermanos
presentes en la obra.

‘Lo que haces, te hace’ enseña la tradición. Participando activamente en la obra,


el Aprendiz es puesto ante la realidad de su deseo y labrado de forma justa.

La Práctica del oficio construye seres fuertes

Estar integrado en el cuerpo del oficio iniciático exige bastante más que el
aprendizaje de una simple técnica o el descubrimiento de algunos ‘trucos’
supuestamente útiles. La iniciación es absolutamente de otra naturaleza;
necesita, por parte del iniciado, un verdadero ascesis fundado en la práctica de
una Regla de vida que se le ha dado al Aprendiz desde su entrada en la Logia.
49
La Regla no tiene por finalidad constreñir al individuo; al contrario,
permitiéndole centrarse en el eje de la vida comunitaria, ella le libera de las
pesanteces inherentes a la naturaleza humana para que se exprese el ser
auténtico, de naturaleza luminosa, que cada Hermano lleva en sí. Sólo ese es
susceptible de ser integrado en el edificio y transmutado por el fuego secreto
de la Obra.

El individuo no es de modo natural un ser de Regla; muy a menudo busca


satisfacer los propios deseos que obstaculizan su espontaneidad y le impiden
estar atento a la voz eterna del misterio que se hace oír en el corazón del
silencio. Para percibir la riqueza transmitida por la lengua de los símbolos, es
necesario enmudecer el tumulto de la naturaleza humana. Entonces se
descubre el camino de la simplicidad y de la coherencia, cualidades esenciales
para operar realmente en el taller e integrarse en el cuerpo comunitario22. Esto
no ocurre sin más y supone librar un combate incesante contra la naturaleza
humana que, sin cesar, busca excusas para no cumplir con el deber.

El aprendizaje es esa etapa del camino en cuyo transcurso las primeras pruebas
que son superadas demuestran la sinceridad del compromiso del Hermano. Si
él ama realmente a la comunidad más que a sí mismo, tendrá unas fuerzas que
no se imaginaba para proseguir la búsqueda y pondrá todo su corazón en la
obra para profundizar en la práctica del oficio. El Aprendiz comprende
enseguida que no hay lugar en el taller para los débiles y los indecisos; el oficio
construye a seres fuertes, personalidades a la vez únicas y totalmente
comunitarias, animadas de una sed inextinguible de servir a la Obra.

En el camino iniciático la experiencia demuestra que nadie está en condiciones


de liberarse sólo de sus obstáculos. En la Tradición de los constructores la
rectificación no procede de un Maestro, considerado poseedor de la verdad,
sino que es resultado de la práctica del trabajo comunitario, en el curso del cual
los Hermanos se construyen los unos a través de los otros. Unidos por el
mismo amor a la Obra y la Regla, los Hermanos se esfuerzan por aportar al
taller los nutrientes a la vez más ricos y digestivos. Estos materiales brutos
requieren ser purificados y refinados, de la misma forma que una piedra bruta
debe ser tallada y ajustada para encontrar su sitio en la construcción.
Tamizados por el fuego del amor fraternal, los materiales aportados por los
Aprendices son acopiados en un todo coherente y armonioso, portador de una
energía sutil manifestando la sensibilidad propia de la cámara del Símbolo.

22 Coherencia significa precisamente ‘hacer cuerpo con’, ‘unirse a’.


50
De esta forma, por la práctica del trabajo comunitario, el Aprendiz es aspirado
dentro del flujo de energía vital que anima la obra. Cuanto más profundiza en
su compromiso, más se enraíza en un terreno fraternal que le nutre y endereza,
haciendo crecer en él lo que es de naturaleza imperecedera, esta fuerza
eternamente joven que enriquece la palabra y ennoblece el espíritu,
preparándole para comprender los elementos de la lengua simbólica, útil
esencial de la formulación del misterio.

Abrirse a los símbolos

Sean concretos o abstractos, los símbolos pueden ser conocidos no mediante la


inteligencia discursiva, sino por el corazón-consciencia; receptáculo vivo del
pensamiento simbólico, es moldeado por la práctica del oficio, la cual despierta
en los operarios una sensibilidad particular al misterio.

Indudablemente, la forma de los símbolos es importante; rigurosamente


elaborada, no deja nada al azar y su sentido profundo supera la forma, un
mero soporte, un medio práctico para concretizar la presencia del misterio que,
sin ella, permanecería informulable23.

Limitarse a la forma sería reducir el símbolo a una imagen, bastando


describirla e interpretarla para esperar comprenderla; su significado quedaría
notablemente limitado24. A cambio, lo específico de un símbolo es ser portador
de un sentido que no puede ser encerrado en una definición. Cada uno
alumbra una faceta del Principio de vida que permanecerá eternamente
indefinible.

No es ‘ni eso, ni aquello’ decía el Maestro Eckhart. Querer definirlo lleva a


buscar comprenderlo, por tanto a intentar apropiarse de lo que, por naturaleza,
no es aprensible25. La vía de los símbolos es lo opuesto a un camino fundado en
la razón , porque muestra y abre el sendero de la desapropiación. Los operarios
participan de forma efectiva en la edificación de una obra que les supera y esto
requiere un cambio de eje que pasa de individual a comunitario.

23
Formular es dar forma, moldear. El símbolo hace aprensible el espíritu contenido en la materia.
24
El símbolo no debe ser confundido con el emblema, figura convencional que representa una idea o se
atribuye a una persona física o moral, ni con la alegoría, que explica una idea abstracta con la ayuda de una
imagen concreta.
25
Comprender es apoderarse de, dominar alguna cosa.
51
Siempre existe otra forma de decir

La práctica de la lengua de los símbolos produce un cuestionamiento


incansable, necesario para superar la apariencia inmediata y para forjarse un
camino que conduzca a la causa verdadera. Siempre existe otra forma de decir,
otra vía de acceso que conduce al corazón del símbolo26. Sin pausa, hace
recomenzar la obra en el taller, profundizar las percepciones, enriquecer
formulaciones que se creían definitivas. La marcha simbólica nutre el deseo de
proseguir la búsqueda iniciática y despierta la conciencia a la percepción del
misterio de la vida. Es comunitaria y fraternal por naturaleza, las percepciones
de unos complementan las de los otros.

Cada símbolo es portador de un misterio de la Unidad al cual alumbra bajo un


cierto aspecto y es mediante la unión de las partes separadas como nace la luz.
El método simbólico protege del dogma, de la actitud cuajada de los que tratan
de encerrar el secreto de la vida en un sistema cerrado de creencias que no
pueden ni deben ser puestas en juicio. El misterio de la vida rebrota a cada
instante, eternamente parecido a sí mismo y, por tanto, siempre nuevo. Es
como un gran río en cuyo curso hay que sumergirse para sentir toda su
potencia.

En el taller los Aprendices descubren los símbolos que son, de alguna forma,
sus útiles de trabajo para aprender a conocer antes que a comprender. Ellos
nutren su sensibilidad, despertando lo que en ellos es de naturaleza luminosa e
imperecedero. El trabajo con los símbolos transforma a los que lo acometen;
agranda el corazón y hace seres vigilantes, los que escudriñan el secreto en las
formas más humildes de la vida.

26Símbolo, del griego sumbolon, significaba en su origen un objeto, generalmente una pieza partida
en dos que servía de señal de reconocimiento a los miembros de la misma comunidad. Cuando se
encontraban hacían símbolo, rehacían la unidad temporalmente separada.
52
Capítulo 10

EL OFICIO DEL APRENDIZ:


EL MÉTODO DE TRABAJO,
LA PRÁCTICA DE LAS HERRAMIENTAS

C
omprender el método sobre el cual se organiza el trabajo en el taller,
reconocer y utilizar las herramientas que allí se emplean, reviste una
importancia vital para el Aprendiz. Método y herramientas constituyen
el equipaje indispensable para descubrir el oficio de iniciado y obrar
efectivamente en una Logia de constructores. Sin método, las herramientas no
sirven para nada; sin herramientas, el método es inaplicable. Gracias a ambos,
el espíritu del oficio se transmite y el Aprendiz tiene la posibilidad de
integrarse verdaderamente en la construcción que se realiza en el taller.

Método y herramientas son parte del tesoro que nos han legado los antiguos.
Caracterizan a la iniciación porque si el trabajo iniciático se mantuviera en el
plano del pensamiento, aunque fuera simbólico, no sería más que mera
especulación sin gran interés. Discutir los conceptos y las ideas sin ponerlos en
práctica incumbe a la filosofía, no al iniciado, quien debe poner en práctica lo
que dice. Concretizar lo que se ha percibido viviendo el misterio es un deber
esencial de toda comunidad iniciática auténtica.

Entregarse a la obra

El método da la forma justa de operar para integrarse en una mecánica de


construcción y avanzar. Fundado en la Regla, ofrece las respuestas a las
preguntas que se hace el aprendiz desde que fue admitido por primera vez en
la Logia. ¿Cómo poner el fuego del deseo iniciático, que le trajo a este lugar, al
servicio de la obra comunitaria?. ¿Cómo hacer para integrar la energía de la
que es portador en el trabajo realizado en el taller?. ¿Cómo percibir el misterio
e implicarse formando cuerpo con el Ser comunitario?.

El método iniciático no enseña sólo una forma de hacer sino también una manera
de ser sin la cual sería inútil tratar de participar realmente en la obra. Creer que
podría ser de otra forma sería confundir el método iniciático con cualquier
técnica que fuera suficiente aprender sin implicarse totalmente.

53
Si el espíritu está desesperadamente ausente de las escasas construcciones
modernas dedicadas a lo sagrado, ¿no será precisamente porque quienes las
conciben y edifican se quedan fuera de lo que están construyendo?. El objetivo
de estos arquitectos y constructores no es actualmente servir a la Obra, sino ser
continuamente más eficaces utilizando para ello herramientas y técnicas cada
vez más sofisticadas.

Las cofradías de constructores de la Edad Media, a cambio, supieron elevar,


con medios infinitamente más simples que los de hoy, iglesias y catedrales que
irradian lo sagrado en cada una de sus piedras. Sin duda alguna, estaban
animadas de ‘la fe que mueve montañas’, de la que hoy estamos tan escasos;
más aun, su impactante capacidad se basa igualmente en la aplicación de un
método de trabajo riguroso que hacía que ninguna energía aportada al taller se
desperdiciase.

El trabajo de cada uno de los operarios se inscribía naturalmente en la


realización del plan de Obra concebido por y para el espíritu. Integrado en una
jerarquía que iba del Maestro de la Obra al más humilde de los Aprendices,
cada uno estaba puesto en su justo lugar para participar, según sus medios, en
la obra comunitaria. Los obreros aprendían su oficio enfrentándose cada día a
la materia, con la mano guiada por la inteligencia del corazón y el respeto al
material, no por la aplicación de teorías abstractas.

La comunidad iniciática de hoy es la heredera de este método de trabajo legado


por los antiguos. Aunque se adapte a los tiempos, a los medios y materiales
utilizados, permanece inmutable en su principio y en su espíritu. Su objetivo se
mantiene idéntico: consiste en vivir el misterio para dar forma a la Obra que
hará irradiar la Luz del espíritu.

Llegar a inscribir de esta forma el espíritu en la materia exige un paso que


requiere de todos los operarios un empeño del corazón, así como de la mano, y
una coherencia permanente. La práctica del trabajo iniciático exige a los
aprendices ‘unir el gesto a la palabra’ poniendo en sintonía sus actos con su
compromiso en todos los aspectos de su existencia. Supone una puesta al orden
del ser que aprende a centrarse en lo esencial o, dicho de otra forma, en la Obra
que se lleva a cabo en el momento presente.

54
El trabajo iniciático vuelve viva a la piedra. Cada una se inserta en el templo,
construido según el plano del Maestro de la Obra.

55
Ritualizar el trabajo

La herramienta insustituible para pasar del plano individual al comunitario,


del trabajo para uno mismo al trabajo para la Obra, es el rito que abstrae a los
operarios instantáneamente del mundo profano, para introducirles en el
universo de lo sagrado y situarles donde ellos serán lo más útiles que sea
posible a la obra.

Ningún trabajo comunitario auténtico comienza sin ritual conforme al lugar y


naturaleza de lo que se vaya a hacer. Él da fuerza y coherencia a las
aportaciones de los Hermanos porque todos trabajan en el mismo sentido y en
el mismo espíritu, comulgando juntos en el amor a la Obra.

En relación con el rito, los rituales son como las ramas de un árbol único que
tendría sus ramas en el cielo; por ellas circula la savia, la energía vital que irriga
al conjunto. Ninguno es idéntico o reductible a otro pero todos se ligan en un
origen común, cada uno tiene una función precisa y transmite, bajo una forma
simbólica, la enseñanza adaptada al grado de los que lo viven. Existe, por
ejemplo, un ritual de la cámara del Símbolo que enseña a los aprendices, si
saben escuchar y entender, todos los secretos de su grado.

La comunidad iniciática de hoy no construye templos de piedra, lo que no la


impide encaminar sus pasos tras los de los antiguos prolongando, como ellos
hicieron en su momento, la Obra de la creación. Reproducir algo idéntico a lo
que ya se hizo no tiene ningún interés: lo esencial es traducir la realidad del
Espíritu tal como es vivida aquí y ahora. Para conseguirlo, la comunidad
trabaja la palabra como un material a fin de crear una formulación que haga
percibir la riqueza inagotable del pensamiento simbólico. Ordenada por el
ritual y guiada por el plano de obra, la palabra circula libremente, es rectificada
si es necesario para encontrar su lugar en la Obra comunitaria. Con una
práctica así, ninguna percepción, ninguna energía, se malgastan. Ella da ‘alas a
los pies’ de los obreros haciéndoles descubrir sin cesar nuevos ángulos de
aproximación, nuevas formulaciones del misterio, nuevos horizontes aun
inexplorados. Constituye una fuente inagotable para profundizar en el
pensamiento simbólico.

El método de trabajo iniciático es una puesta en práctica de la Regla que


desvela ‘la inteligencia del corazón’ por la que se percibe el lenguaje revelando la
presencia de lo sagrado. Guía a los Hermanos Aprendices en el camino de Vida
y les ayuda a abrir su corazón a la realidad de la vida comunitaria fundada en
la reciprocidad fraternal y en la circulación más pura de la energía de vida.
56
Todos los Hermanos, a través de su trabajo, participan según sus medios en la
ofrenda hecha al Principio de vida.

Integrarse en la dinámica del trabajo comunitario

El método es inseparable de la práctica, pues cuanto más se trabaja en la Obra,


más ella os trabaja, cuanto más se la nutre más os nutre. La práctica de las
herramientas simbólicas entraña tomas de consciencia y mutaciones que
desarrollan la potencia del Hermano.

Canalizado por el método de trabajo comunitario, el fuego del deseo iniciático


se vuelve eficaz, o, dicho de otra forma, útil a la Obra.

Transmitidas por la Tradición, las herramientas no son de un momento, sino de


todos los tiempos y el Aprendiz debe aprender a percibir su sentido simbólico.
Intermediarias entre la mano y la materia, las herramientas le enseñan de qué
forma fraternizar con ella para extraer el fuego vivo del espíritu, mientras que
el método le enseña la manera justa de aplicar su energía. La herramienta
establece una relación justa entre el aprendiz y la materia trabajada en el taller
y representa para él un medio de discernir el camino que conduce al
conocimiento, el cual se descubre por la comunión fraternal con los símbolos
vivida en el curso del trabajo ritual.

La práctica de las herramientas conduce al aprendiz a sentir que el trabajo


iniciático está ordenado por el amor fraternal. La mano, la herramienta y la
materia están enlazadas entre sí por un lazo vital. El aprendizaje despierta la
sensibilidad a este lazo y lleva a entrar en resonancia con él. A medida que se
participa en el trabajo del taller se adquiere conciencia de la potencia creadora
de la fraternidad. Se presentan nuevas puertas abriéndose a nuevos caminos
que engrandecen el corazón y profundizan la intuición necesaria para percibir
el lenguaje simbólico de la vida.

Practicar no es repetir sin cesar el mismo trabajo sino ir cada día más lejos,
eliminar lo superfluo, todo lo que no es útil para la expresión de la sensibilidad
fraternal. El mallete y el cincel usados durante la ceremonia de iniciación
evocan este trabajo necesario, similar al del escultor que trabaja la piedra para
que aparezca la forma justa.

57
Las construcciones de los antiguos traducían su compromiso espiritual. Con medios
sencillos, supieron hacer ‘cantar a la piedra’. De las Muy Ricas Horas del
Duque de Berry, pintado por F. Linbourg)

Moldeada por la práctica, se afina la atención a lo que se exige en el trabajo, se


profundiza la sensibilidad hacia la Obra, se desarrolla el oído. El trabajo
comunitario nutre lo que, en los Hermanos Aprendices, es susceptible de
escuchar la voz del misterio que se manifiesta a través de los símbolos reunidos
en la Logia.

La buena escucha y el entendimiento que fluyen hacen entrar al Aprendiz en la


dinámica del taller. El individuo se diluye para dejar que brote el Hermano,
dicho de otra forma, la potencia fraternal que hay en él, a fin de restituir de la
forma más justa posible lo que él ha percibido para nutrir el corazón
comunitario.

La práctica del arte iniciático es realmente un arte. Con el método y las


herramientas se le dan al aprendiz todos los elementos para descubrir los
secretos inmutables. Aun hace falta que él haga lo necesario para estar presente
en la Obra.

58
Capítulo 11

ESTAR PRESENTE EN LA OBRA QUE SE


EDIFICA CADA DÍA: EL RITO

C
ada día, en cada instante, la creación se realiza, el misterio segrega el
misterio. Individualmente, esto supera y superará siempre la
comprensión del hombre. Sin embargo, a través del rito vivido en una
Logia iniciática, es posible estar ligado al misterio, vivirlo
conscientemente para dar testimonio en una obra construida de la realidad de
su presencia. Mediante el rito, el espíritu se encarna en la obra que le revela y le
hace irradiar. De forma mágica, él enlaza los mundos entre sí y convierte la
tierra en celeste.

En la Tradición de los constructores la obra que se edifica cada día es la que


toma cuerpo aquí y ahora por la magia del rito y el trabajo comunitario.
Mediante ella, el Espíritu eterno se inscribe en el tiempo de los hombres.
Levantando el templo, los constructores prolongan la Obra y establecen la
residencia del Principio, la Casa Divina, según la bella expresión medieval.
Viviendo los rituales, ellos reúnen y actualizan las funciones creadoras,
expresiones de la potencia principal, y dan forma al Ser de la comunidad.
Todos los Hermanos presentes en la obra forman un solo cuerpo y un solo
corazón latiendo al ritmo de la armonía cósmica.

Participar en el rito constituye para todos los iniciados un deber esencial, sin el
cual nada se puede conseguir. Cada ritual vivido es como un nuevo
nacimiento, una posibilidad que se ofrece de formar cuerpo con la Presencia
comulgando con la potencia de creación que se expresa en el instante r itual. El
rito llama a los Hermanos al trabajo y los reúne según la Regla para pasar del
plano individual al comunitario, que es el de la creación. Es la herramienta
irremplazable para pasar de un mundo a otro y formular lo informulable.

El rito introduce a los participantes en la eternidad del instante presente

Al sacralizar el tiempo, el rito introduce a los participantes en el momento del


origen, les transporta al corazón de la Obra de creación y les inscribe en el
misterio. Les sitúa en la primera mañana de los mundos, en el alba de ese día
de eternidad en el curso del cual la Obra es llevada desde el comienzo hasta el
59
fin. La obra de ayer nutre a la de mañana y hace del momento presente un
instante eterno.

‘Hoy’ en lengua sagrada se dice Min e indica por su símbolo27 que es ‘como la
primera vez’. El hoy ritual al encuentro del hoy acontecible no se agota.
Regenerada sin cesar, la obra ritual escapa al envejecimiento y aspira a los que
participan hacia la eternidad. Vivir el rito hace descubrir la importancia vital
del instante presente, que no se parece a ningún otro. Cuanto más se le
experimenta, más crece la sed de participar de nuevo. Cuanto más se participa
en la construcción de cada día, más se percibe la Obra en su inmutable
estabilidad. Cuanto más se abre el hermano en el ser, más resplandece la
presencia luminosa de su fuerza y de su energía.

Estar presente en la Obra es un absoluto, imposible de realizar sólo. La vía de


los Constructores es la de vivir la fraternidad como potencia de creación viva
que se concretiza por la práctica de una vida comunitaria ritualizada. Estar
presente en la obra es hacer dádiva de una energía que no nos pertenece, ser
una piedra viva del edificio comunitario, comulgar en una misma búsqueda
del misterio de la vida. La energía fraternal revela el Principio y transmite el
espíritu en toda su pureza, llamando a otros seres a venir a servirle.

El rito es formulación de la Regla

El rito es herramienta de percepción y de formulación de la Regla. Permite a los


ejecutantes emprender el viaje hacia el origen para ir a traer la energía principal
y hacerla circular en el templo. El rito es de origen celeste; formula la lengua
sagrada que traduce la Regla. Rito y Regla son indispensables para edificar la
obra. Sin el rito, la Regla primordial no sería perceptible. Sin la Regla, el rito no
sería más que repetición de fórmulas muertas; ella ofrece la visión de la justicia,
la percepción del eje de la vida alrededor del que se ordenan todas las
potencias de la creación.

En el cosmos de la Logia cada elemento, cada función, cada símbolo, se


encuentra en su justo lugar. La realización del rito establece entre ellos las
relaciones justas, haciendo circular la energía de vida para hacer una creación
viviente y tornar perceptible la Luz de vida.

27
Min se escribe con el jeroglífico significando ‘como’ seguido del signo de la energía y
del determinativo , ‘el día’. Para los egipcios hoy es ‘como la energía del primer día’.
60
El rito es una potencia puesta en funcionamiento para ir al encuentro del
misterio y vivirlo. Es por lo que la presencia en la Obra comienza por el rito y
no se concibe sin él. Ella se traduce por la participación en los rituales, los
cuales, todos, se unen al cuerpo vivo del rito. A través de ellos se percibe la
Unidad en sus múltiples facetas, son como prismas que descomponen la luz a
fin de percibir todos los matices.

El rito introduce en la dinámica de la creación. A la vez inmutable y siempre


nueva, hace revivir a cada momento el instante de creación. No es repetición
muerta, sino ‘vivida de nuevo’. Cada ritual vivido es una fiesta, una alegría, un
instante de felicidad acorde a los ritmos y ciclos cósmicos.

Todo se revela por el rito

Más aun que la vida, inmutable en su principio y siempre cambiante en sus


manifestaciones, los rituales no están petrificados. Deben vivirse siendo
reformulados en permanencia, de la misma forma que se aguza una
herramienta afilándola cuando se ha mellado. Un ritual no es una construcción
intelectual, sino una formulación viviente de la lengua sagrada, en perpetua
mutación.

Por eso, estar presente en la obra exige la mayor vigilancia por parte de todos
los Hermanos y especialmente de los Hermanos Aprendices. Cada ritual ofrece
una ocasión única de despertar y adquirir conciencia de la lengua sagrada, de
comunión con la potencia fraternal. El aprendizaje es la escuela del despertar y
el que no aprovecha las ocasiones que se le ofrecen estará como durmiente.
Estará ausente de la obra incluso aunque esté físicamente presente.

Todo es revelado por el rito; lo que puede faltar es nuestra atención, nuestra
capacidad de escucha, nuestra sensibilidad al lenguaje eterno de los símbolos
que transmite. La práctica asidua del trabajo iniciático desarrolla la capacidad
de escucha y de comprensión sin la que sería inútil esperar participar
auténticamente en el rito vivido en el secreto de la Logia.

61
El ascesis del Aprendiz

La presencia se traduce de la forma más elemental, pero también la más


fundamental, por una asistencia sin falta al trabajo iniciático.

Ponerse en disposición para estar psíquicamente presente y participar


activamente en el trabajo que se realiza en la Logia es el primer obstáculo que
se presenta en el camino; si no se le sabe enfrentar, el camino se interrumpe
enseguida. La presencia revela despiadadamente la auténtica adhesión y
conduce al Aprendiz a poner su existencia en coherencia con el compromiso
tomado en el primer instante de su iniciación.

Ser asiduo a las tenidas rituales, preparar cotidianamente los alimentos


espirituales y materiales que serán aportados es una forma de ascesis del
Aprendiz que reposa sobre la vivencia de la Regla de vida, tanto en Logia
como en su existencia cotidiana. Lejos de ser una coacción, libera al ser de todo
lo que no es esencial y le conduce a vivar en autenticidad con él mismo y con
sus hermanos. El ascesis vivido cotidianamente prepara al Aprendiz para
recibir los rituales por el corazón y en el corazón; despierta su espotaneidad, es
decir su capacidad de explicar lo que viene del corazón del ser para formar
parte integrante de la obra construida en comunidad. Ser espontáneo es estar
abierto al pensamiento simbólico, a la escucha de las palabra s de vida
formuladas por el rito.

Todos los hermanos son actores y comulgan, por el rito, en el amor a la Obra.

62
Capítulo 12
LAS PUERTAS EN EL CAMINO Y EL PASO DE LA PUERTA

N
umerosos relatos iniciáticos, sean mitos, epopeyas, cuentos o
leyendas, atestiguan que el camino iniciático está jalonado de puertas
vigiladas por temibles guardianes. El sólo deseo no es suficiente para
halagarlos y pasar. Por otra parte, se necesita conocer la palabra de
paso y estar convenientemente equipado para entrar vivo en el ‘otro mundo’, el
que está más allá de la puerta.

Cada puerta pone a prueba la voluntad del ser para transformarse realmente y
le cuestiona sobre su verdadero deseo, sobre lo que ha conseguido y le falta
lograr, porque la búsqueda no está nunca terminada. Dejar de buscar, no
querer más afrontar nuevas puertas, o, dicho de otra forma, evitar volver a
ponerse en cuestión y darse por satisfecho con lo que se cree haber conseguido,
conduce inevitablemente a la destrucción. La llamada del templo, a la que
respondido el Hermano Aprendiz golpeando a su puerta, es permanente y las
diferentes puertas que se encuentran en el camino ofrecen, cada una, una
nueva ocasión de despertar a la realidad del mundo iniciático. Ellas marcan las
etapas de un crecimiento potencial del Hermano, que se traduce por el
engrandecimiento de su capacidad de iniciación y la armonización de su
potencia con la de la comunidad.

El gusto por la aventura

Si es cierto que la búsqueda es comunitaria, ningún Hermano puede hacer el


camino en lugar de otro. Es necesario ‘darle camino a sus pies’ afrontando sus
propios dragones, que jamás están definitivamente sometidos. Vía de
realización concreta, la iniciación no se aviene ni con la idealización, que pone
de manifiesto siempre una ausencia de lucidez, ni con la fantasía. Los
constructores de catedrales no eran utópicos ni sentimentales, sino seres
sencillos y coherentes, animados de una profunda fe en la iniciación, que
supieron traducir en una obra que ha traspasado, y con qué esplendor, el
tiempo.

Obstáculos como los errores pueden ser superados e integrados en la marcha a


condición de adquirir conciencia de su naturaleza, es decir, de ser capaces de
identificarlos y ponerlos nombre. Cada uno de ellos traduce una energía
63
retenida o mal utilizada que trata de liberarse. Cuando esto se consigue se abre
una puerta y lo que parecía irrealizable se hace posible. Siempre hay que
buscar lo que dificulta la marcha, buscar donde se encuentra la próxima puerta
a franquear para entrar más adelante en la realidad de la iniciación. Cada
puerta es una ocasión que se ofrece de integrar una energía hasta entonces
bloqueada. Esto requiere coraje y lucidez porque, para estar presto a
responder en todo momento a la llamada del templo, hay que ser capaz de
deshacerse de todo lo que no es útil para acabar el trabajo. La práctica de la
iniciación desarrolla el gusto por la aventura y se podría decir que los iniciados
son nómadas que llevan con ellos, donde se encuentren, su familia y su patria
porque el centro iniciático se desplaza al tiempo que la comunidad. Una
comuna original, un mismo eje, un mismo deseo, reúnen y guían a los iniciados
a través del tiempo y el espacio en el camino de la culminación de la Obra.

Todos aquellos que emprenden esta auténtica aventura deben prepararse


equipándose progresivamente, como conviene, a fin de ocupar su lugar en la
dotación. La vida comunitaria ofrece al Aprendiz todas las herramientas
necesarias para practicar el oficio; la Regla, los símbolos, los rituales, son como
guías preciosas para encontrar y seguir el camino, a condición siempre de que
se las sepa reconocer y utilizarlas a sabiendas. Es cuestión de entendimiento y
apertura a lo que es revelado en la vida comunitaria.

El pase, instante de comunión con la potencia creadora

Cuanto más responsable se sienta el Aprendiz de lo que aporta a la vida


comunitaria, más se aproxima al momento del pase. Hay en esto la expresión
de una afinidad, de una atracción recíproca que se podría calificar de relación
amorosa, porque la puerta atrae y llama a los que se orientan hacia ella con
pureza de corazón o, dicho de otra forma, los que no esperan nada para ellos
mismos del pase, pero se esfuerzan, simplemente, en servir a la Obra dando lo
mejor que tienen a la Iniciación sin esperar ninguna retribución. El pase llega a
su hora, cuando el ser está preparado para afrontar la prueba; esto puede
requerir meses, años, o puede no ocurrir nunca. La puerta se presenta cuando
el Aprendiz revela, mediante su comportamiento fraternal, que ha puesto
efectivamente a la iniciación en el centro de su ser y no se preocupa de buscar
ningún poder, ilusorio por otra parte, accediendo a otro grado. Franquear la
puerta depende sólo de su grandeza de corazón, que condiciona su capacidad
de acoger la fuerza creadora que se expande en el templo y se concentra en la
puerta.

64
El pase es un momento excepcional de comunión con lo invisible, instante de
eternidad en el curso del cual se deposita en el corazón una nueva potencia que
deberá ser fecundada con la práctica comunitaria. Corresponde no a un cambio
de eje, sino a un cambio de plano, a un agrandamiento del campo de visión que
revela la Obra bajo un aspecto nuevo.

La puerta del templo y el otro mundo

En realidad no hay más que una puerta en el camino, que es la del t emplo, pero
ella reviste múltiples formas que revelan la única luz. Nada que sea de
naturaleza individual la puede franquear. ‘Lo que recibe es idéntico a lo que se
ha recibido’ decía el Maestro Eckhart, y la puerta, efectivamente, no deja pasar
más que a lo que es de su naturaleza, o sea, el aspecto espiritual del ser. El
mundo del templo, conforme a lo que está ‘más allá’, es de naturaleza
comunitaria y sólo un ser de comunidad tiene la capacidad de acceder vivo al
corazón de Oriente.

El camino iniciático es una sucesión de puertas que conducen hacia la última puerta,
donde vigila el Guardián del Sello.

65
Por este motivo, el Guardián del Sello vigila la puerta del templo no dejando
pasar más que lo que es susceptible de integrarse armoniosamente en ese
mundo donde reside la potencia divina, porque el otro mundo se revela
temible para aquellos que intenten penetrar sin estar suficientemente
preparados; serán inevitablemente destruidos.

El utillaje del aprendiz le evita esta funesta suerte; el descubrimiento y la


práctica de los símbolos le preparan a vivir el misterio.

La única puerta del cielo

El templo no es el otro mundo, pero está construido a su imagen ‘como el cielo


en todas sus partes’ según la bella expresión de los antiguos egipcios. En este
lugar se celebran los ritos que abren al ser de la comunidad la última puerta
para cumplir, en los bellos caminos de la eternidad, el gran viaje. Sólo participa
lo que es de naturaleza espiritual; la energía sutil, de la que cada Hermano es
portador, es aportada e integrada en el centro para nutrir al ser de fuerza
quien, en exclusiva, conoce la palabra de pase que abre la puerta del cielo. ‘Yo
soy la puerta’ dijo Jesús a sus discípulos; ‘el que por mí entrare será salvado’
(Juan X, 9). En cada ocasión que una comunidad iniciática se reúne ritualmente
según la Regla, ella despierta ese ser de potencia, que pertenece
simultáneamente a este mundo y al otro, y hace concreta la puerta del templo.
De forma mágica, ella atrae a los que tienen hambre y sed de lo sagrado y guía
sus pasos hacia el lugar donde está trazado el camino de luz para conducir a la
puerta del cielo28.

La puerta del templo es el símbolo del gran pase. Según el lugar y el momento,
las comunidades de constructores la han dado formas diferentes traduciendo
simbólicamente su percepción de las leyes de construcción del otro mundo. Lo
esencial es percibir el espíritu que ella transmite, sea cual sea su apariencia.
Detenerse tiene la forma de una auténtica enseñanza espiritual, es exponerse
inevitablemente a permanecer en el mundo cerrado de las apariencias y
permanecer ante el sello de la puerta sin poderla franquear.

Lazo entre los mundos, el visible y el invisible, la puerta del templo es


dinamismo vital, llamada permanente a dejar el mundo de la multiplicidad
para entrar en el de la unidad. El camino que conduce hacia ella es el de estar
alerta, despertar a la vida de los símbolos, a la potencia de los rituales, a la

28
‘Verdaderamente esta es la Casa de Dios y la puerta del cielo’ (Gen., 28,17)
66
presencia del otro mundo. Ella incita al Aprendiz a no satisfacerse con lo que
cree haber adquirido para ir siempre hacia adelante y buscar lo que unifica más
allá de la aparente diversidad.

Cada elemento del templo es símbolo del misterio de la Vida, puerta abierta al
más allá. Para construirlo interesa ensamblar esos elementos en un todo
coherente, estable y armónico. Esto no es tarea de un solo ser; hace falta una
mirada comunitaria capaz de reconocer el vínculo reuniendo lo que parecía
disperso. La puerta del templo anuncia y resume lo que está más allá de ella
misma; es como un ser vivo que no revela su secreto más que a los que se
comprometen a dejar el mundo de lo efímero para vivir el del misterio.

El temible Guardián del Sello

Para penetrar en el templo hay que tener la capacidad de vivir según la Regla,
que enlaza entre ellas todas las piedras arrancadas, asegurando así la
coherencia de la Obra. La función del Guardián del Sello consiste en
asegurarse, probando sin complacencias a los que se presentan en la puerta del
templo. Su mirada cala su corazón para asegurarse de que t ienen la capacidad
de llevar una fuerza de naturaleza comunitaria sin ser destruidos por ella. No
pasarán más que los seres de rectitud, los que sitúan la Regla en el centro de su
existencia y desean ardientemente servir a la Obra.

Partir por los caminos del otro mundo

Ante la puerta del templo se depositan las ofrendas destinadas a nutrir a la


fuerza que allí reside. Participar en su preparación demuestra constantemente
la autenticidad del Aprendiz y su capacidad de renunciación y de don. Este
trabajo despierta su sensibilidad al misterio y nutre lo que, en él, es de la
naturaleza del otro mundo. Prepara el encuentro con la puerta. Una vez ante
ella, no cabe hacer más que presentarse con la esperanza de que el Guardián
del Sello reconozca en él al Hermano, o sea, al que puede entrar en fraternidad
con el mundo del templo.

Si el momento es el adecuado, el Aprendiz, después de haber sido purificado,


será conducido con sus Hermanos por los caminos del otro mundo, más allá
del templo, hacia la fuente inagotable de la vida eterna.

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